Capítulo XVII
Maggie fue la primera en acercarse a Kate, mas los caballeros estaban justo detrás de ella. Notó inmediatamente que Ian estaba inconsciente. Tenía una profunda brecha cerca de la sien derecha por la que caía un lento río de sangre.
—¿Qué ha sucedido? —preguntó mientras intentaba soltar al muchacho de los brazos de la joven MacCain, o, cuando menos, ayudarle a sujetarlo. Antes de que esta pudiese controlar su llanto lo suficiente como para contestar, James apartó firmemente a Maggie y se acercó para coger al muchacho. Para gran sorpresa de su amiga, Kate lo soltó inmediatamente y añadió:
—Tenga cuidado con su brazo izquierdo, señor. Creo que lo tiene roto.
Maggie se dirigió con tono severo a una de los criados que estaba mirando lo que sucedía:
—¡Haz llamar a la herborista, rápido!
—No es necesario —dijo el conde retirándola suavemente mientras MacDrumin quitaba todo lo que había en la mesa y lo ponía en el suelo para que el joven Carsley pudiese tender al niño—. James sabe bien lo que hace. ¿Cómo lo encuentras, James?
—No muy bien —dijo mientras se inclinaba para posar su oído sobre el diminuto y delgado pecho de Ian—. Por lo menos respira y su corazón está latiendo. Maggie, pide que nos traigan paños limpios y agua caliente y que bajen mi maletín de mi habitación.
Ésta se giró para transmitir la orden y oyó que Ned, que estaba detrás de ella, le volvía a pedir a Kate que les contase lo que había sucedido. La muchacha estaba observando a James, pero dijo en tono apenado, sin tan siquiera girar la cabeza:
—Los Campbell me estaban buscando por el tema de las pistolas. Mi abuela me ha dicho… —se le quebró la voz, mas se armó de valor y continuó— que ha sido como Glencoe, solo que esta vez a plena luz del día. Han entrado en el patio con sus caballos, por lo menos eran diez, y gritaban mi nombre, pero cuando ella les ha gritado que no estaba, han destrozado la casa. La abuela ha cogido la escoba para darle a uno en la cabeza, gritándoles para que se marchasen, pero otro la ha golpeado y la ha tirado al suelo. Ian ha oído los gritos, porque ha corrido al interior, agitando una de mis pistolas y, como es un muchachito tan valiente, ha ido directamente hacia Fergus Campbell, pero ha fallado el tiro. Entonces dice mi abuela que Fergus lo ha cogido y… y… —se aclaró la garganta, se secó las lágrimas y, con voz más firme, continuó— lo ha lanzado a la otra punta de la habitación como si fuera un montón de ropa sucia y el pobre Ian se ha dado un terrible golpe contra la pared. —La voz se le quebró de nuevo y los ojos se le llenaron de lágrimas. Maggie también quería llorar. Pasó un brazo por los hombros de Kate y dijo con suavidad:
—¿Y qué le ha pasado a la abuela? ¿La han herido?
—Sí, pero no sé cuánto —dijo desconsoladamente—. En cuanto he visto al pobre Ian no he podido pensar en nada más. Lo he cogido y lo he traído aquí para protegerlo —volvió a sollozar—. Tenía miedo de que volviesen. La abuela me ha dicho que me fuese y no podía traerla conmigo, ni tampoco a mi madre, así que siguen allí las dos y… y… Fergus podría…— La joven muchacha se vino abajo, vencida por el agotamiento y el horror, y James dijo con dureza:
—Ned, yo no puedo dejar al muchacho, pero habría que…
—Ya voy.
Maggie detectó una cierta amargura en su voz y algo más, algo que nunca había notado antes, algo que le hizo sentir un escalofrío por todo el cuerpo.
Consciente de que a Kate le había costado mucho admitir su temor, Maggie no se sorprendió al oír a su amiga decir que acompañaría a Rothwell.
—Yo también iré —dijo Maggie con convicción, agarrándola fuerte de la mano. Rothwell empezó a poner objeciones, mas MacDrumin le interrumpió.
—Deja que vengan. Si la abuela o Rose están heridas, las muchachas les serán de más ayuda que nosotros y mientras estén con nosotros nadie les hará nada.
A Rothwell le pareció bien y salieron en menos de diez minutos, escoltados por un buen número de hombres de MacDrumin, mas cuando llegaron a la cabaña de los MacCain, descubrieron que poco se podía hacer ya por la abuela de Kate, o por su madre. Habían muerto las dos.
En la pequeña sala frontal de la casa, que daba la impresión de que alguien le hubiese dado la vuelta y la hubiese agitado con fuerza, Rose MacCain se había desplomado sobre su mecedora; tenía los ojos abiertos y el gesto paralizado. Daba la impresión de que la hubiese abandonado la vida apresuradamente. Se acercó para cerrarle los ojos y se preguntó si ya habría estado muerta cuando su amiga había llegado a la casa y dedujo que era lo más probable. Rose MacCain apenas había movido ni una pestaña ni siquiera en sus mejores años. Al notar que había alguien junto a ella, Maggie miró hacia arriba y vio a Rothwell.
—Ahora descansa en paz, supongo, pero, ¿cómo la han matado? —dijo.
—Dudo que haya sido intencionadamente —respondió él con voz suave—. Es probable que haya muerto del shock.
—La abuela está donde la he dejado. Seguro que estaba más herida de lo que me ha dicho para que me llevase a Ian y no me preocupase por ella. ¿Por qué le habré hecho caso? ¡Me tenía que haber quedado!
Maggie fue rápidamente a consolarla, pero ésta se puso tensa cuando la tocó. Esperó a que su amiga retirase la mano y se giró hacia Rothwell.
—¡Es culpa suya! —le gritó—. Si los hubiese cogido después de lo que le hicieron a Maggie, no habrían podido hacer esto. ¡Mire ese moratón que lleva donde Fergus le golpeó! Pero ustedes, cobardes ingleses, no ven nada malo en pelear contra las mujeres, o en pegarles. ¡No son mejores que los malditos Campbell!
MacDrumin gritó:
—¡Ya es suficiente, muchacha, cierra la boca!
—¡No lo haré! —Y volvió a posar sus furiosos ojos sobre él—. Como usted no le va a plantar cara a Fergus Campbell, lo haré yo misma, iré a por él y a por todo ese nido de víboras si hace falta. Rory y Dugald me ayudarán, aunque sean unos MacDrumin. ¡Al resto no los necesito!
Maggie, al ver cómo el rostro de su padre se enrojecía por la ira, abrió la boca para interceder por la joven MacCain, mas Rothwell se le anticipó:
—No le regañe, señor, tiene derecho a decir eso y más— Los dos hombres estaban cara a cara y tres de los hombres de MacDrumin que entraron en la cabaña se detuvieron junto a la puerta y permanecieron quietos. Y prosiguió—. Me siento culpable desde que ha entrado Kate en el recibidor con el niño. Con esto no quiero decir que lo que pretendía hacer ayer fuese lo más adecuado, MacDrumin, pero yo erré al no escucharle. Todavía no comprendo las tradiciones de las Tierras Altas lo suficiente como para dar órdenes o para negarme a escucharle cuando cree que sabe lo que hay que hacer. No quería que se iniciase una guerra entre clanes a partir de algo de lo que creo que mi propia esposa tiene parte de culpa, independientemente de sus moratones. No quiero que se inicie una guerra de clanes ahora, pero jamás se me ocurrió que Fergus Campbell pudiese sentirse tan ofendido por lo que hizo Kate como para que con la ayuda de sus secuaces descargase su venganza contra unas mujeres inocentes y un niño.
—En ese caso, iremos a por ellos —dijo MacDrumin con denodada aprobación.
—Iremos a por él —dijo Rothwell, y su tono era tan firme como el de MacDrumin—, pero quiero que comprenda que yo no voy a participar en ninguna masacre. Los hombres que hicieron esto cometieron un crimen repugnante y deben ser castigados, pero todos serán juzgados ante un tribunal de justicia.
—¿Y cómo los va a llevar allí? ¿Acaso va a arrestar a todo el clan de los Campbell? —preguntó Kate con los brazos en jarras.
—Cuando su hermano se recupere de sus heridas podrá identificar a Campbell y a los demás. Cuando lo haga, los llevaremos ante la justicia.
—¿Justicia? —se tapó la nariz con los dedos—. ¡Esto es lo pienso yo de su justicia! ¿Es que ha habido justicia en las Tierras Altas desde que llegaron sus soldados? Antes los hombres sabían lo que había que hacer con los villanos que luchaban contra mujeres o contra niños. Espero que algunos todavía lo sepan —y mirando hacia los tres que había junto a la puerta, añadió—. Rory, ¿estás conmigo?
—Sí, Kate, estoy contigo.
Maggie observó que su padre intercambió otra mirada con Ned antes de que este dijera:
—Estamos todos contigo, Kate, pero no puedes ir a por Campbell tú sola, ni con tus secuaces.
Ésta empezó a quejarse, mas MacDrumin la cortó y añadió con rotundidad:
—Nadie irá a por nadie hasta que tengamos un buen plan, Kate MacCain, y si crees que tu Rory o cualquier otro MacDrumin va a osar desobedecerme, ya puedes ir cambiando de opinión.
Al ver que la muchacha aún se resistía, Rothwell dijo:
—Querrás ver a tu hermano, así que creo que lo mejor será que regresemos todos a la casa de Glen Drumin e ideemos nuestros planes allí. —Miró a Maggie quien, obedeciendo a su orden no hablada, se acercó a Kate, que esta vez no opuso resistencia cuando le pasó el brazo por los hombros.
La joven MacCain permaneció inmóvil cuando MacDrumin ordenó a dos de sus hombres que custodiasen los cuerpos y se encargasen de que las mujeres de la cañada preparasen el funeral. Maggie sabía que Rothwell se sorprendería de que Kate dejase que otros se ocupasen de semejante tarea, pero era consciente de que apenas sentía nada por su madre. Rose había renunciado a la vida y se había hundido en la miseria cuando sus hijos mayores fueron asesinados en la batalla, de modo que, por lo que a ella respectaba, su madre también había caído en esa batalla. La abuela era diferente, y había sido amada, mas la muerte de la anciana era en aquellos momentos algo que había que vengar. Kate lloraría su pérdida después.
Maggie albergaba la esperanza de encontrar mejor al pequeño Ian cuando regresasen, pero James parecía serio y dijo que apenas había habido ningún cambio, si bien el niño había recobrado brevemente la conciencia. Esto le hizo pensar que en aquellos momentos tal vez estuviese profundamente dormido, pero no inconsciente.
—Habría que suministrarle unas hierbas —dijo Kate, preocupada, mirando a su hermano cuyo rostro pálido y delgado apenas se podía distinguir entre la venda blanca con la que James le había cubierto la cabeza—. Al menos debería tomar valeriana y ruibarbo asado para evitar la fiebre. ¿Qué le ha hecho, míster Carsley?
—Le he limpiado la herida —respondió— y con ayuda del veterinario de MacDrumin, que tiene experiencia en estos menesteres, le he enderezado y vendado el brazo roto. Le he tapado, he ordenado que avivasen el fuego para que no se enfríe y he ordenado que preparen una habitación para que pueda descansar en un lugar más tranquilo, pero no le voy a suministrar nada más fuerte que un caldo o una infusión de hierbas, y eso cuando pueda tragar. Si le damos cualquier otra cosa, se atragantará.
—¿Va a vivir? —preguntó bruscamente.
James vaciló y Maggie sintió un escalofrío de terror.
—Sí, ¿no es verdad, James? No puede encontrarse en una situación tan grave —dijo Rothwell. Con visible renuencia, el joven dijo:
—No hay modo de saberlo, Ned. Aunque sí que ha recobrado la conciencia, no ha dicho nada y cuando ha intentado moverse el esfuerzo ha hecho que se volviese a dormir. No me gusta el aspecto que tiene y he visto morir a otros a causa de heridas menos graves. ¡No, no hagas eso! —exclamó mientras asía las manos de Kate que se había abalanzado sobre él. La sujetó y le habló de manera cortante—. Atacarme a mí no servirá de nada. Estoy intentado ser sincero. Sé que estás asustada…
—¡Yo no le tengo miedo a nada! —gritó mientras intentaba soltarse— ¡Maldita sea, desgraciado inglés, suéltame!
James, que todavía la sujetaba con aparente facilidad, se dirigió a su hermano y le dijo:
—Avísame si hay algún cambio en el niño. Voy a solucionar esto de una vez por todas —Zarandeó a la guerrera y malhablada muchacha, puso su cara justo en frente de la de ella y gritó—. ¡Cállate! Chillándome a mí de ese modo no le haces ningún bien a tu hermano, ni a ti misma, a menos que quieras un par de bofetadas bien dadas, ven conmigo y hablemos como personas civilizadas.
Ella le miró impresionada, mas no protestó cuando, sujetándola firmemente del brazo, la sacó de la habitación. MacDrumin negó con la cabeza:
—¡Cielos! ¡Ese muchacho no sabe lo que hace! —exclamó—. Más le valdría cubrirse la cabeza con un casco de acero por las noches por si a la fierecilla le da por liarse a garrotazos. Lástima que no sea capaz de descubrir el peligro cuando lo tiene delante.
—Sabrá qué hacer con ella —dijo Rothwell acercándose a la mesa. Miró a Maggie y a ella le dio la impresión de que parecía estar tan preocupado como lo estaba ella, mas todo le que le dijo fue—. ¿Le importaría ir a ver si han preparado la habitación del chico? Y quizás pudiese encargarse también de decirle a María o a alguna de las criadas que se quede con él cuando James permita que lo vele otra persona. Nosotros tenemos cosas de qué hablar.
Comprendió que lo que quería decir era que los hombres tenían cosas de qué hablar y que le estaba pidiendo que se retirase, mas se marchó sin protestar, pues ella misma tenía cosas que hacer, entre otras, ordenar a los criados que sirviesen la comida que habían estado a punto de tomar cuando la llegada de de la joven MacCain les hizo olvidarse de la misma. Aunque no tenía apetito, tenían que comer.
Recordó que James ya había dado órdenes explícitas sobre la habitación de Ian y estaba convencida de que se habrían cumplido, no obstante, se acercó a comprobarlo después de hablar con la cocinera. Todo estaba en orden, aunque habían dejado una ventana abierta. La cerró, avivó el fuego y fue a buscar a María, tras decidir que ya era hora de que la mujer hiciese algo útil.
A los dos Chelton les había costado mucho acostumbrarse a la forma de vida de las Tierras Altas, pues ahora que el conde parecía dedicar menos tiempo y menos esfuerzos a su aspecto, requería menos ayuda de Chelton y, aunque al principio María se había mostrado dispuesta a ayudar con las tareas de la casa, los criados de MacDrumin le habían dejado claro que ni querían ni necesitaban una ayuda ofrecida con semejantes aires de superioridad. María hacía lo que Maggie le pedía, mas ésta, al no estar acostumbrada a una atención tan personalizada, no llevaba con paciencia que se refiriesen constantemente a ella como la señora. Había intentado entretener a María, sin ofenderla, pidiéndole ayuda para añadir algún que otro toque decorativo a la casa, mas a pesar de que María se había mostrado bien dispuesta a bordar cojines e incluso a ayudar al ama de llaves con cuestiones como las colgaduras de cama y las cortinas, había hecho muy poco y Maggie no había insistido. Ambos le parecían personas frías e insensibles con una exagerada autoestima y no alcanzaba a comprender qué veía la viuda en María, al menos para valorarla tanto.
La doncella se hallaba en la habitación de Maggie sacudiendo un vestido verde que había sacado del armario.
—He pensado que desearía cambiarse de vestido, señora —dijo con su estilo forzado, sin apenas mirarla—. No ha estado muy acertada al salir de la casa tan apresuradamente con la misma ropa que ha llevado en la iglesia. Me temo que ese vestido está bastante estropeado.
Ante semejante reproche, la reacción inmediata de Maggie fue darle una buena reprimenda a aquella mujer, mas cuando esta se acercó hacia ella, se guardó sus palabras al ver que tenía un moratón en la mejilla tan marcado como el que llevaba ella en la suya. A raíz de la actitud de María cuando estaba con Chelton, Maggie ya había empezado a sospechar que además de adusto, aquel tipo parecía ser muy agresivo. Ahora estaba convencida. Ella ni siquiera había reparado en su aspecto, mas se echó un vistazo rápido en el espejo y añadió:
—¡Cielos! ¡Qué espanto! Muy bien, me cambiaré, pero date prisa, María, tus servicios serán requeridos enseguida en otro sitio.
Cuando le explicó lo de Ian, la mujer la miró sorprendida:
—¿Quiere que yo cuide de ese muchacho tan vulgar?
—Así es.
—Pero si no es más que un golfillo callejero —replicó— o al menos lo sería si hubiese alguna calle en este lugar dejado de la mano de Dios.
Maggie estuvo a punto de decirle que sobraban mujeres en el valle dispuestas a velar a Ian de mil amores, mas quería quitarla de en medio y asegurarse de que no molestaría, pues temía que si se enterase de su plan se lo contaría directamente a Rothwell. Por consiguiente, Maggie le contestó con frialdad:
—¿Te estás negando a obedecerme?
—No, señora —la mujer se ruborizó, lo que hizo que el moratón de la cara adquiriese un aspecto aún peor que antes—, es solo que había pensado…
—No estoy interesada en saber lo que habías pensado. Si haces falta te llamarán. Hasta entonces, no quiere verte.
Cuando María se fue Maggie se sentó a cepillarse el cabello. Se sentía casi tan culpable como Rothwell acerca de lo sucedido, pues, al igual que él, jamás hubiese imaginado que Fergus Campbell fuese a tomar tan terribles represalias. Sí que había temido que le hiciese algo a Kate por disparar aquella pistola, y eso ya le había preocupado bastante, mas era prácticamente inaudito que los hombres de las Tierras Altas atacasen a mujeres o niños. Sin embargo, por mucho que se esforzase por culpar a Fergus de todo lo sucedido, no podía evitar pensar que si ella se hubiese comportado con sensatez (o hubiese obedecido a Rothwell), la madre y la abuela de Kate seguirían con vida e Ian estaría contándole a James alguna de sus divertidas historias, en vez de postrado ante el umbral de la muerte.
Si Ian moría ya no habría ningún testigo para acusar a Fergus o a los otros y ya no tendría sentido llevarlos ante el juez. Y si Ian se recuperaba, ¿qué sucedería? Intentó imaginarse a Rothwell y a los hombres de su padre cabalgando por la cima de la colina hacia la casa de Fergus Campbell y pidiéndole educadamente que les acompañase a Inverness. Su imaginación le hacía echarse a temblar. Los matarían a todos. No cabía duda de que Fergus Campbell estaría seguro de haber matado a cualquier posible testigo de lo sucedido, con lo cual estaría en casa, mas la única manera de darle caza era atacarlo por sorpresa. Y si ni Rothwell ni su padre estaban por la labor, ella sabía de alguien que estaría.
Dugald no había estado en la casa de los MacCain con ellos. Habría estado, sin duda, buscando un lugar para la nueva cueva y por ello no había oído a su padre decirle a Kate y a Rory que no permitiría que nadie le ayudase. Rory y los otros seguirían a Dugald dondequiera que este fuese, así que era meramente cuestión de hacerle llegar el mensaje a Dugald antes de que Rothwell o su padre hablasen con él.
Así pues, Maggie se recogió el cabello en un moño, se cambió el pañuelo y salió en busca de un criado de confianza para que le llevase un mensaje a Dugald. El criado partió inmediatamente y ella se dirigió al recibidor para ver si estaba lista la cena. Había dos criados poniendo la comida en la mesa. Kate estaba sola junto al fuego.
—Veo que ya han subido a Ian a la habitación.
—Sí —dijo Kate—, le he dicho a esa tal María que se marchase porque quería velarlo yo, pero James —se ruborizó al pronunciar su nombre— me ha dicho que debo mantenerme fuerte y me ha mandado a comer. Se quedará él con Ian hasta que yo vuelva.
Su actitud era contenida, y aunque Maggie sabía que estaba terriblemente preocupada por Ian, no era normal que no estuviese dando gritos furiosos y armando jaleo a su paso. Le costaba reconocer a esta Kate calmada y taciturna. La llevó a un lado para que no las oyeran los criados y preguntó:
—¿Qué es lo que te ha dicho James cuando te ha sacado de la habitación?
—Déjalo, Mag. No quiero hablar de ello.
Rothwell y MacDrumin entraron del patio en ese momento y al ver que la comida estaba lista, Maggie ordenó que enviasen un plato a James a la habitación y se acercó a la mesa con la joven MacCain. Durante la comida intentó que los hombres le dijesen cómo planeaban cazar a Fergus, mas ellos evadían sus preguntas con destreza y la muchacha, por su parte, no hizo nada por ayudarle y enseguida se excusó.
—Debo regresar con Ian —dijo. Maggie se levantó con rapidez y la siguió a las escaleras.
—Aguarda, Kate. No puedo verte así. James solo ha dicho que Ian podía morir porque existe una posibilidad, pero no porque él vaya a permitir que suceda.
—Lo sé, pero dice que el cuerpo debe reponerse por sí solo, que las hierbas no servirían de nada. ¿Sabe lo que hace, Mag?
—¿Qué opinas tú?
Kate vaciló, pero sus mejillas adquirieron un ligero tono encarnado y su aspecto era más dulce de lo habitual cuando respondió:
—No sé si confío en él porque deseo confiar en él o porque realmente confío en él. Eso es todo. Ojalá sepa lo que hace —Un tanto abatida por sus propias palabras, no esperó a que Maggie respondiese y se marchó.
En el recibidor principal hacía un poco de frío y estaban encendiendo las velas porque empezaba a anochecer, así que Maggie regresó al fuego y cuando James se reunió con los otros momentos después, intentó escuchar lo que decían, mas hablaban en voz muy baja. Empezó a pensar en lo que le iba a decir a Dugald y en lo que éste respondería. Con los ojos perdidos en las chispeantes llamas se dejó llevar por sus pensamientos.
Cuando al poco Rothwell posó una mano sobre su hombro se sobresaltó y al mirarle a los ojos descubrió un halo de preocupación.
—He visto que Kate ha vuelto arriba. ¿Está bien?
—Tiene miedo de que muera —respondió Maggie con la esperanza de que él le dijera que todo iba a salir bien.
—James también, pues Ian debería haber respondido mejor. Confía en que el hecho de que respire como si estuviese dormido sea señal de que su cuerpo se está recuperando. Hasta ahora no ha podido darle nada más que agua.
—Pensaba que Ian no podía tragar —dijo Maggie.
—James le ha dicho a Kate que utilice un paño húmedo para hacerle pasar unas cuantas gotas por los labios. Yo he pensado que solo lo hacía para tenerla ocupada y que así se sintiese útil, pero James dice que el muchacho podría morir de deshidratación —La miró fijamente y, con un tono más suave y más delicado añadió—. ¿Y usted cómo está? Parece tan preocupada como Kate.
—¿Y cómo quiere que esté? ¡Conozco a ese niño casi desde el día en que nació y a su abuela desde el día en que nací yo y todo esto es culpa mía!
—Espere —dijo él, agarrándole la barbilla para que le mirase—, ¿por qué dice que es culpa suya?
—Porque lo es —gritó ella, apartando la cara—. Creí que usted sería el que más enojado estaría.
—¿Yo, por qué?
—¿Acaso no fue usted quien me dijo que no anduviese sola por ahí?
—Sí, pero el hecho de que usted anduviese por ahí sola no es excusa para que esos malditos villanos hiciesen lo que han hecho, Maggie. Lo que usted hizo no tiene nada que ver con lo que han hecho ellos. Ni tampoco lo que hizo Kate y si esa muchacha está así porque se culpa a sí misma por haber salido en su ayuda, está sufriendo innecesariamente.
—Puede que así sea —replicó ella, que hasta ahora no había pensado en ello—. Si no hubiésemos enfurecido a Fergus y a Sawny, nunca habrían ido a por ella.
—La decisión de hacer daño y de matar la tomaron ellos. Y necesitan poco para hacerlo. El gobierno no es lugar para tipos como Campbell y debería ir a la cárcel por lo que ha hecho.
—Deberían ir todos a la horca —replicó ella.
—Estoy de acuerdo, pero eso lo tendrá que decidir un tribunal una vez les echemos mano —Al ver que Maggie no decía nada, y como no confiaba en su temperamento, añadió—. Mañana lo verá todo mejor después de una buena noche de descanso. ¿Por qué no se acuesta?
Ella pensó que ya estaba otra vez diciéndole lo que tenía que hacer, mas si le decía algo, le diría lo que pensaba de su absurdo concepto de que en las Tierras Altas todavía prevalecía la justicia. Los únicos que tenían derechos eran los poderosos, como todo el mundo sabía bien, y la única persona que podría darle una lección a Fergus Campbell era alguien más fuerte que él. En vez de explicarle todo esto, pues lo más probable era que provocase no solo la ira de Rothwell sino también la de su padre, dijo que iba a ofrecerse a velar a Ian para que así Kate pudiese descansar un poco.
Mas cuando llegó arriba, se encontró con que James estaba acompañando a Kate y a Ian, y su gesto era sombrío. Cuando ofreció su ayuda negó con la cabeza y por la forma en que se comportaba ella notó que estaba más preocupado que nunca por el niño.
Decidió que Rothwell llevaba razón en una cosa: si dormía un poco, lo vería todo mejor por la mañana. Además, estaba convencida de que dado que Dugald no se había puesto en contacto con ella antes de que cayera la noche, no lo haría hasta por la mañana, así pues, se fue a la cama con la esperanza de que ya se estuviese encargando de Fergus Campbell.
Se quedó dormida en cuanto posó la cabeza sobre la almohada, pero se despertó a altas horas de la madrugada con el presentimiento de que sucedía algo malo. Todo estaba en silencio, no oyó ningún ruido que pudiese haberla despertado de su profundo sueño, mas no lograba librarse de aquel presentimiento, así que se levantó, se echó un chal sobre los hombros y salió de su dormitorio. Ya habían apagado las antorchas que iluminaban la galería, pero al final de la misma vio un haz de luz que salía de la habitación donde estaba Ian: el corazón le empezó a latir con fuerza. Oyó que alguien lloraba y enseguida reconoció a Kate. Se apresuró por la galería, descalza, haciendo caso omiso al gélido suelo de piedra, y abrió la puerta.
—¡Oh! Mi querida Kate, lo lamento tanto… —gritó, las palabras salieron aceleradamente de su boca en el mismo instante en que irrumpió en la habitación, donde halló a Kate en brazos de James, llorando desconsoladamente apoyada sobre su hombro. Estaban junto a la cama e impedían toda visión de su diminuto ocupante. James la buscó con la mirada, por entre los hombros de Kate, y para su gran asombro, le sonrió. Detrás de ella, Rothwell, cuyas manos resultaban cálidas sobre sus hombros, le dijo:
—Ian se va a poner bien, Maggie, acabo de ordenar que despierten a su padre y le den la noticia.
—¿Es eso cierto? —se giró para juzgar la sinceridad de sus palabras por la expresión de su rostro, mas los ojos se le llenaron de lágrimas—. ¿Va a vivir?
—Compruébelo usted misma. —El conde señaló hacia la cama y ahora que James y Kate se habían movido, pudo contemplar la pequeña figura que había en la misma. Ian tenía los ojos abiertos. Estaba mirando a Kate, pero se giró hacia Maggie y con una voz llena de vida preguntó:
—¿Qué le pasa a Kate? ¿Es que James le ha hecho llorar?
—¡Oh, amor mío! —dijo Kate, que se soltó de los brazos de James y se arrodilló junto a la cama —. Oh, Ian, mi amor, te vas a poner bien.
—¿Dónde estoy? ¡Kate, han venido a casa Fergus Campbell y un montón de hombres más! Han dicho que…
—No, no hables ahora, mi amor. Yo he logrado sacarte de allí y James te ha curado, ¿no es así? —James se arrodilló a su lado y cogió la delgada muñeca de Ian.
Rothwell apartó a Maggie.
—Ya no hacemos falta —dijo— y usted debería regresar a la cama, o acabará pillando algo. ¿Cómo se le ha ocurrido venir corriendo hasta aquí sin ponerse siquiera unas zapatillas? ¿Es que se ha vuelto loca?
—Deje de decirme lo que debo o lo que no debo hacer —gritó ella en un arranque de ira súbito e inexplicablemente descontrolado—. ¡Me pondré las zapatillas cuando me de la gana, pero eso a usted no le concierne, así que ahórrese sus comentarios!
Él cerró la puerta de la habitación de Ian y permaneció inmóvil, mirándola, hasta que ella no pudo pensar en otra cosa que no fuera lo cerca que estaban el uno del otro y lo congelados que se le estaban quedando los pies. Empezó a saltar sigilosamente de un pie a otro, evitando su mirada.
—Por el hecho de ser su legítimo esposo he adquirido una serie de derechos que he optado por no ejercer —hizo una pausa para asegurarse de que entendía exactamente lo que quería decir y ella volvió a cambiar de pie —. ¿Tienes frío, querida esposa?
Ella apretó los dientes, mas tampoco ellos parecían dispuestos a colaborar, pues le empezaron a castañetear. Rothwell la tomó en sus brazos y la llevó así por toda la galería, hasta su dormitorio.
—¡Bájeme! —gritó ella enojada—. ¡Se está tomando demasiadas libertades!
—Debería dar gracias porque no me tome más —replicó él mientras la depositaba en la cama—. Tápese con esas mantas inmediatamente.
—¡No me da la gana! —respondió ella con brusquedad. Se puso en pie de un salto y alzó la mano para darle una bofetada. Él no dijo nada y, a la tenue luz de la luna que espiaba por la ventana, no era más que una sombra oscura, mas su enérgica vitalidad estaba intacta y al sentirla, y al sentir algo más, detuvo la mano antes de tocarle. Tardó unos segundos en darse cuenta de que estaba conteniendo la respiración y, exhalando un suspiro, bajó la mano.
—Sabia decisión, querida esposa, pues no soy hombre violento, mas ya te he advertido que no me hace ninguna gracia que me agredan. Te puedo asegurar que sentiría una imperiosa necesidad de tomar represalias. Pero bueno, yo me voy a la cama, tú haz lo que quieras. Mañana me espera un día muy ajetreado.
—Sí, sí, usted se comporta como un esposo solo cuando le conviene —le espetó ella y, acto seguido, asustada por las palabras que acababa de decir, que tan siquiera las había pensado un segundo y que habían fluido a su boca directamente de su cabeza. Intentó enmendar el error añadiendo rápidamente—. A su manera, nunca logrará llevar a Campbell ante la justicia, Rothwell, pero eso no importa, porque he mandado llamar a Dugald. Él le enseñará lo que es la justicia, la justicia de las Tierras Altas.
—Ya he hablado con él. De hecho, he estado toda la noche departiendo con un gran número de arrendatarios y he enviado mensajes a otros. Mañana nos reuniremos para llevar a Campbell y a MacKenzie a Inverness para que los encierren hasta que se celebre la siguiente sesión del tribunal superior —dijo él.
—Al movilizar al clan demuestra por fin algo de sentido —dijo Maggie, descubriendo muy a su pesar que él había tomado las riendas del asunto—, pero Fergus Campbell se negará a ir con usted, así que al final habrá una pelea. Kate y yo…
—Kate y tú os quedaréis aquí para cuidar a Ian —dijo él tajantemente—. Y esta vez tendrás que obedecerme, Maggie, o de lo contrario te arrepentirás, y deja de lanzarme esas miradas asesinas. Tu padre te diría lo mismo. Esto es cosa de hombres.
—Es cosa de los MacDrumin —dijo ella con terquedad— y si piensa que Kate se va a conformar con quedarse aquí mientras ustedes vengan lo que le han hecho a su familia, es que no la conoce en absoluto.
—Dejaré que James se ocupe de Kate —dijo él agarrándola de los hombros— y tú harás lo que se te ha dicho. Quiero que me des tu palabra antes de irme, Maggie. Si me desobedeces descubrirás cómo le conviene comportarse a tu esposo.
Ella permaneció inmóvil, quería repetirle lo que pensaba de los hombres que daban por hecho que podían dar órdenes a las mujeres cuando no tenían derecho a hacerlo, mas sus palabras le hicieron recordar las que ella había pronunciado momentos antes y que sabía que él había oído perfectamente bien. Solo podía concentrarse en el roce de sus cálidas manos sobre sus hombros, su denodada determinación, su seductora cercanía.
De pronto, él también se quedó inmóvil. La agarraba con la misma intensidad, mas su respiración era cada vez más irregular y más profunda. Y aunque, salvo por la firmeza con que la asía por los hombros, no le había tocado en ningún otro sitio, sentía una crepitante electricidad entre ellos que le recorría todo su cuerpo. El silencio se alargó y ella no se atrevía a mirarle a la cara. Se humedeció los labios, resecos, e intentó respirar de forma más acompasada, mas su aliento parecía tan irregular como el de él. Súbitamente, tuvo la impresión de que la agarraba con más fuerza, y susurró:
—Mírame, querida esposa.
Ella le miró al pecho, y pudo verlo incluso a la tenue luz de la luna, ancho y fuerte, meciéndose al son de su respiración, y de pronto recordó que lo había visto sin ropa, cubierto tan solo por un edredón de su cama. Empezaron a sudarle las manos; a estremecerse su cuerpo.
—He dicho que me mires, querida esposa. ¿Me vas a desobedecer?
Tragó saliva, se dijo a sí misma que no tenía ningún miedo de aquel hombre y mucho menos de lo que le hacía sentir, y alzó la mirada. La luz de la luna le acariciaba la mejilla izquierda e impregnaba a sus ojos de un brillo oscuro y plateado que revelaba una intensidad que la hacía estremecerse. Su respiración era superficial y rápida y sentía una especie de sensación ardiente, como si su piel se anticipase su tacto. No podía apartar los ojos de él. Tenía la impresión de estar atrapada en un hechizo, una cincha mágica que la sujetaba y le impedía moverse. Su comportamiento empezaba a ser absurdo. Volvió a humedecerse los labios y murmuró:
—Ya le estoy mirando, señor. ¿Y ahora qué?
—Esto —dijo él. Y la besó.
Sus labios ardían en contacto con los de ella y el hechizo, lejos de disiparse, fue a más, pues sus propios labios se movían como si estuviesen hechizados, como si fuesen a tomar más incluso de lo que él estuviese dispuesto a ofrecer. Exhaló un profundo gemido y cuando él deslizó sus manos desde sus hombros hasta su espalda, estrechándola contra él, acariciándole, tocándole suavemente, sus propias manos respondieron haciéndole lo mismo a él.
Sintió como le ardía todo el cuerpo, el despertar de sentimientos y sensaciones que jamás había experimentado antes. Deseaba que continuase, que hiciese aflorar cualquier otro sentimiento que pudiese yacer dormido en su interior, y cuando su lengua buscó la entrada a su boca, ella la recibió calurosamente, permitiendo que cumpliese todos sus deseos, sin la más mínima inclinación a frenarle. La segunda vez que gimió él la soltó y la miró con arrepentimiento.
—No tenía que haber hecho eso. Me tienes hechizado, querida esposa, y hay asuntos que es mejor que tratemos en un momento más apropiado. Pero no quiero que pienses que como puedes hacer aflorar mis instintos más primarios, también puedes hacerme cambiar de opinión sobre lo que he dicho antes. Mañana, Kate y tú os quedaréis aquí. Ahora, métete en la cama, yo me voy para que puedas dormir.
Todavía abrumada por cómo había reaccionado su cuerpo a aquel beso, Maggie obedeció en silencio y cuando él se marchó permaneció tendida sobre la cama, pensando, hasta bien entrada la noche. Hubo un momento en que pensó que él se había marchado sin hacerle repetir su promesa de que permanecería en Glen Drumin y por ello, cuando los primeros rayos de sol iluminaron su habitación, se levantó, se vistió con rapidez y salió en busca de Kate.
Caminaban con cuidado, cautelosas, cada una portaba una de las pistolas de Kate y esta última llevaba además su fiel puñal metido en la bota. Sabían que los hombres habían seguido el sendero principal que atravesaba la cañada hasta llegar a la cima de la colina, por lo que ellas tomaron un atajo que conocía Kate y alcanzaron la cuesta flanqueada de pinos que se elevaba sobre la casa de Campbell a tiempo de ver a una hueste de hombres que avanzaba por delante de ellas, descendiendo a hurtadillas colina abajo a través de los matorrales y los álamos que bordeaban un alborotado arroyo. Kate miró a Maggie con gesto sombrío.
—Si no me equivoco, esos son Campbell —murmuró.
—Sí que lo son— confirmó Maggie.
—Aún no nos han visto. Debemos escondernos antes de que lo hagan. Sígueme y esperemos que si algún caballo hace ruido piensen que es alguno de los que han dejado ellos atrás.
Regresaron a la espesura de los bosques que flanqueaban el arroyo; el eco del trote de sus caballos amortiguado por una gruesa alfombra de acículas de los pinos. Alcanzaron un lugar donde los hombres no podrían verlas y desmontaron de los caballos con rapidez, ataron las riendas a las ramas de un árbol y, con Kate a la cabeza, se deslizaron con toda la velocidad con que fueron capaces a través del bosque.
De pronto Kate se puso en cuclillas e indicó a Maggie que hiciese lo mismo, y avanzaron así hacia adelante hasta que fueron capaces de ver el claro donde estaba la casa. Maggie oyó la voz de Rothwell, después la de Campbell, a quien vio a continuación en el quicial de la puerta. En ese mismo instante, Kate la cogió por el brazo y señaló hacia el arroyo, donde los sauces y los álamos se movían a pesar de que no soplaba ni una brizna de viento.
Kate sacó su pistola y disparó al aire antes de que Maggie pudiese abrir la boca para gritar; los hombres de MacDrumin se apresuraron a cobijarse y se desató el caos.