Capítulo VI

Lydia no dio a Maggie mucho tiempo para la introspección, y en cuanto la puerta se cerró detrás de ellas, preguntó:

¿De dónde es usted, miss MacDrumin, que habla de estar retenida contra su voluntad y por qué ha hablado mi hermano de unos jueces?

Por favor, lady Lydia, preferiría que me llame Maggie. Nunca antes me habían llamado miss MacDrumin tantas veces en tan poco tiempo y, para serle franca, no estoy acostumbrada.

De acuerdo, lo haré, pero con la condición de que tú me llames Lydia y solo si respondes a mis preguntas.

Maggie sonrió con arrepentimiento, al darse cuenta de que volvía a dolerle la cabeza:

Me temo que son preguntas que requieren una larga explicación, pero procuraré contarte todo lo que me dé tiempo —Miró a su alrededor—. Aunque este no es lugar para ello. 

¿Secretos? —Lydia alzó las cejas, delicadamente arqueadas— ¡Me encantan los secretos! —Pasó la mano de Maggie por su brazo y añadió en tono animado—. Ahora vayamos arriba y te mostraré tu habitación antes de ir a la mía. Esta noche no se requiere vestido de gala, pues no tenemos invitados, así que un simple vestido bastará, si es que encontramos alguno que te valga. Mi doncella estará encantada de vestirte, estoy segura, pero al ser tú tan bajita y yo tan alta, creo que tendrá problemas para encontrar algo mío que puedas llevar tú.

Mostró a Maggie un dormitorio decorado con detalles de gran categoría, envuelto en tonos blancos y color melocotón, con una alfombra de motivos florales que vestía el suelo reluciente y colgaduras de cama también de los mismos colores. Los escalones para cama habían sido hábilmente diseñados, de modo que servían de mesitas situadas a ambos costados de la misma, y la cubierta estaba exquisitamente bordada. Acostumbrada a un entorno mucho más espartano, a ella nunca se le habría ocurrido decorar un dormitorio y contemplaba todo lo que la rodeaba con absoluta fascinación.

¡Caramba! ¡Es una habitación maravillosa! —dijo—. Ha debido de ser diseñada para la realeza.

Lydia rió.

¡Nada de eso! Aun en el supuesto de que el rey no tuviese su propia residencia en los alrededores, dudo mucho que Ned le invitase a quedarse aquí, si bien es cierto que le ha invitado en más de una ocasión a la casa de campo de la familia, en Derbyshire —y añadió con un suspiro—, el lugar más lejano y más deprimente que puedas imaginar. Afortunadamente, Ned ha de pasar aquí la mayor parte del año debido a sus obligaciones.

¿Qué tipo de obligaciones? —preguntó Maggie. Rothwell estaba resultando ser todo un enigma y ella pensó que cuanto más supiese de él, mejor sabría tratar con él.

Mas Lydia se limitó a reír y a añadir que no eran en absoluto interesantes para dos damas como ellas.

James dice que son asuntos relacionados con el préstamo de dinero y aunque es un comentario típico de James, creo que lleva algo de razón, pues en mi opinión, Ned pasa la mayor parte de su tiempo con su sastre y con su barbero. —A continuación, tiró literalmente de Maggie para sacarla de la habitación y añadió—. Debemos darnos prisa, pues antes de que me hables sobre ti, me atrevería a decir que necesitas un baño. Yo desde luego me daría uno si me encontrase en tu estado. —Maggie volvió a sentir un sofoco delator que le subía hasta las mejillas y replicó: 

Te garantizo que no acostumbro a tener este aspecto, pero hoy he vivido el día más insólito que se pueda imaginar.

Tienes que contármelo todo —dijo Lydia—, pero primero voy a llamar a Tilda y a ordenar que te traigan el agua y luego debo apresurarme a comentarle a mamá que James se quedará a cenar y que Ned ha ordenado que se retrase la cena. Se va a sentir contrariada por ello, pero la presencia de James le alegrará y sin duda la celebrará invitándonos a su preciado té de Bohea después de la cena, así que debo decirle a Fields que se asegure de que pongan azúcar en la bandeja. Aunque es horrible poner algo en el té, James detesta el Bohea sin azúcar.

Su doncella, una joven de senos voluminosos y de mejillas sonrosadas, entró tan pronto como Lydia hizo sonar la campanilla; seguidamente, le dio unas rápidas instrucciones y dejó la habitación. Tilda demostró estar gratamente desinteresada en la historia de Maggie, no prestó ninguna atención cuando se sacó los papeles del corsé y no solo le facilitó, cuando ésta se lo solicitó, una bonita bolsa de tela donde guardarlos, sino que además parecía encantada con el reto de transformarla en una estilosa dama en menos de una hora.

Si me permite mi opinión, señorita, es todo un desafío. ¿Cómo desea llevar el cabello? —Conversaciones sobre esta cuestión y otras de igual importancia las mantuvieron entretenidas hasta que regresó Lydia, quien estaba muy sonriente y comentó que su madre estaba tan contrariada como ella se había temido que estaría.

Y no debería estarlo, pues James le ha traído una loción buenísima para el cutis. Siempre le trae cosas así porque mezclar ese tipo de cosas se le da casi tan bien como curar a la gente. En fin, Maggie, ¡cuéntamelo todo!

Maggie la complació. El baño le había aliviado el dolor de cabeza y podía contar mucho sin necesidad de revelar la verdadera razón de su viaje a Londres, así que el resto de la hora pasó rápidamente entre comentarios sobre el tipo de pintura cortesana que pintaba James y decisiones sobre qué ponerse. Cuando estuvo lista, se miró en el espejo de Lydia y contempló su imagen con placer, aún sorprendida ante la idea de que un vestido tan espléndido fuera considerado de estilo informal. Lydia le había explicado que lo único que eso implicaba era que el vestido cubría todas las capas que quedaban por debajo de él, excepto, en ocasiones, una leve parte de la enagua cuando el vestido tenía alguna apertura en la parte frontal. La blanca enagua de Maggie, a la que le habían subido más de cuatro pulgadas de dobladillo con gran rapidez, no quedaba a la vista, pues la parte frontal de vestido de damasco de color rosa carecía de aperturas y se ataba alrededor de la cintura, por debajo de la espalda suelta y colgante. Llevaba un pañuelo blanco inmaculado entrelazado en el corpiño, debajo de la falda un pequeño aro y sobre ésta, un delantal blanco de encaje.

El aro ayudará a que te quede más corto —dijo Lydia— pues yo nunca llevo ese vestido con aro, pero tiene que ser uno pequeño porque si no volcarás las sillas y los taburetes del dormitorio de mamá.

¿Su dormitorio? —preguntó Maggie mientras se colocaba un mechón de pelo que se le había salido del elaborado moño alto que había hecho Tilda con sus rizos, sin empolvar, al tiempo que la doncella le empolvaba ligeramente el rostro con una pata de liebre—. ¿Qué demonios voy a hacer yo en el dormitorio de tu madre?

Cenar —respondió Lydia con los ojos brillantes—. Es normal que te extrañe. No se trata de una costumbre inglesa, te doy mi palabra. Mamá quiere vengarse de Ned por haber retrasado la cena para tu conveniencia. En una ocasión oyó que los reyes y las reinas cenan en sus dormitorios, e incluso celebran audiencias en ellos, así que ha decidido hacer lo mismo esta noche. Tú haz como si fuera algo que hace todo el mundo y sobrevivirás perfectamente.

Ella también estaba lista y Maggie pensó que parecía una princesa con aquel vestido verde esmeralda ataviado con un delantal de seda amarilla con volantes. Lydia le había dicho que todo el mundo llevaba delantales. Era la moda, incluso en las fiestas más formales.

Maggie deslizó la pequeña bolsita de tela entre la cintura del vestido, cogió el abanico que le alcanzó Tilda y salió con Lydia de la habitación. El corazón comenzó a latirle con fuerza cuando llegaron al dormitorio de la viuda, que resultó ser una estancia decorada con mucho más detalle incluso que la de Lydia. Los lujosos terciopelos de color encarnado de las colgaduras de cama, los muebles de madera de tonos oscuros y la alfombra turca eran magníficos, aunque un tanto sobrecogedores. Sin embargo, Maggie pronto se olvidó de ellos debido al asombro de ver a su anfitriona en la cama, reclinada lánguidamente sobre un enorme montón de almohadas, ataviada con un vestido escotado de seda granate bordada; sobre sus cabellos, empolvados por manos expertas y peinados con artísticos moños y bucles, un diminuto sombrero adornado con lazos blancos. Llevaba un mechón rizado suelto, que proyectaba una sombra sobre un hombro desnudo y regordete. Era asistida por su doncella, una mujer de aspecto déspota con aires de superioridad que rondaba a su alrededor atenta a la más mínima señal de que fueran requeridos sus servicios.

Los caballeros ya habían llegado, pero antes de que ninguno de ellos pudiese saludarlas, habló la viuda con altivez:

Preséntame a esa joven de una vez, Lydia. Es típico de Rothwell imponerme la presencia de un invitado cuando puede comprobar perfectamente que estoy extremadamente agotada a causa del día tan extraordinariamente duro que he llevado.

Lydia obedeció y le presentó a Maggie, y además añadió:

Mamá, no es necesario que tomes la cena con nosotros si no te apetece. Habría sido mejor que hubieses pedido que te trajesen una bandeja y nos hubieses dejado que nos las arregláramos solos en el comedor.

¡Ni que yo fuera a desatender mis obligaciones de anfitriona! —exclamó lady Rothwell con tono brusco y malhumorado—. Conozco tan bien como Rothwell cuáles son los honores que se rinden a los invitados en esta casa. Aunque —añadió lanzando una aguda mirada a Maggie— resulta un tanto extraño recibir a un invitado de quien una nunca ha oído hablar.

Rothwell le replicó con tono calmado:

Creía que ya te había explicado que miss MacDrumin es hija de quien una vez fuera poderoso jefe de las Tierras Altas, el mismo hombre, de hecho, cuyos estados me fueron entregados tras el último levantamiento. En cuanto ha llegado a Londres unos rufianes han atacado su carruaje, asesinado a sus criados y robado su equipaje. Como es natural, me ha pedido ayuda. Supongo que no habrías preferido que yo hubiese sido tan desconsiderado de negársela.

La viuda le lanzó una mirada de profundo desagrado y respondió:

Habrías hecho todo lo que hubieses querido, Rothwell, como siempre.

¡Por favor, mamá, no insultes a Ned delante de miss MacDrumin! Piensa tan solo en lo incómoda que se sentirá ella —añadió James en tono apresurado. La viuda se giró hacia él y le sonrió, gesto que alteró su rostro completamente. Maggie observó que antaño había sido hermosa y se preguntó si acaso su temperamento había sido también más agradable.

Queridísimo hijo —dijo lady Rothwell en tono de adoración—, lo que me has traído me ha dejado la piel tan suave como la de un bebé. No puedo creer que hayas esperado tanto tiempo a volver a honrarnos con tu compañía y haces bien en reprenderme.

Y girándose hacia Maggie, añadió:

Le ruego que me disculpe, miss MacDrumin y por favor, tomad todos asiento para que puedan empezar a servir. Tengo mucho apetito.

Se había dispuesto una mesa con el servicio propio de una cena formal y mientras habían estado hablando, un lacayo había encendido dos candelabros de varios brazos. Ahora permanecía en pie dispuesto a retirar la silla para que tomase asiento Lydia y un segundo hombre hacía lo mismo con Maggie. Los dos caballeros tomaron asiento sin ayuda de nadie y lady Rothwell parecía que tenía intención de que le sirviesen en una bandeja.

Fue una de las cenas más curiosas que Maggie había presenciado jamás y pronto se sintió absolutamente fascinada. La conversación era desganada y la viuda participaba en ella con el mismo desparpajo como si hubiese estado sentada a la mesa con ellos en vez de recostada sobre la cama. En realidad, aparte del extraño emplazamiento, hubiese sido una cena como la de cualquier otra familia, hasta que Rothwell alzó su copa de vino para brindar por el rey.

Maggie dudó si unirse o no a ellos hasta que recordó los brindis similares que hacían muchas de las familias jacobitas con las que se había alojado. Al alzar su copa de agua por encima de la de vino, vio que Lydia, enfrente de ella, estaba haciendo lo mismo. Sus miradas se cruzaron brevemente y al notar un brillo de malicia en los ojos oscuros de la muchacha, Maggie miró involuntariamente a Rothwell.

Él le devolvió la mirada plácidamente, aunque había fruncido ligeramente el ceño, y Maggie murmuró apresuradamente:

Por el rey.

James —dijo abruptamente lady Rothwell—, ¿has visto mi nuevo retrato? He de decirte, mi queridísimo hijo, que sigo estando profundamente enojada contigo por no haber querido complacerme.

Y yo te he dicho, mamá —replicó James con tono paciente—, que no me dedico a pintar esas cosas. Sayers está haciendo un trabajo excepcional.

¿Cosas? —Lady Rothwell estaba indignada— ¿Cómo puedes tú, el pintor de la corte, rehusar hacer un retrato de tu propia madre?

James intercambió una mirada con Rothwell, respiró hondo y dijo:

No soy el pintor de ninguna corte, mamá, y lamento si algo de lo que haya podido decir te ha inducido a ese error. Pinto retratos, por supuesto que sí, pero te doy mi palabra de que no son como a ti te gustaría.

Lydia soltó una risita que James fulminó con la mirada, y a continuación añadió:

He estado pintando escenas anecdóticas de los tribunales, mamá, y es algo completamente distinto, te lo aseguro.

Aunque sin duda una ocurrencia más afortunada —murmuró Maggie.

¿Qué has dicho? —inquirió la viuda en tono exigente— Te aviso que no sé hasta dónde van a llegar los modales modernos. En cualquier caso, ¿cómo es posible que supieses de mi hijo y sus asuntos? No te entiendo, ni a ti ni a ninguno de vosotros. ¿Los tribunales son los tribunales, no?

Lydia y James empezaron a hablar a la vez, pero la voz de Rothwell se apoderó fácilmente de las suyas y las acalló.

James pinta escenas cotidianas, mamá, escenas de la calle y los tejemanejes de los tribunales de justicia, lo mismo que pinta ese tipo, William Hogarth. Seguro que has visto su obra. 

Lady Rothwell resopló y dirigió una severa mirada hacia su hijo.

Por supuesto que la he visto, pero eso no me basta. James, te he consentido todos y cada uno de tus caprichos desde el mismo día en que naciste, pero no puedes esperar encontrar un buen partido si manchas tu nombre asociándolo con gentuza. He hablado con lady Portland sobre su sobrina, la heredera. Me ha dicho que va a heredar más de ocho mil al año. No es tanto como yo tenía pensado para ti, está claro —añadió mirando a Rothwell—, pero nos bastará. Así que debes poner fin a lo de mezclarte con la plebe.

Mamá, por favor…

No, no te preocupes. Yo sé qué es lo que más te conviene tan bien como sé qué es lo que más le conviene a Lydia. En estos asuntos, los hijos deben limitarse a confiar en sus padres, pues carecen de la experiencia necesaria para tomar tan importantes decisiones por sí mismos. María, por favor, mueve ese candelabro un poco. —Cuando se cumplió su petición, se giró con aire de superioridad hacia su hijo y añadió—. Nos has tenido tan desatendidos, mi querido James, que me atrevería a decir que no te has enterado de que tu hermana ha causado una excelente impresión en el joven Evan Cavendish. Imagínate que logra cazarlo, ¡menudo triunfo!

Lydia arrugó la nariz con un gesto de desagrado.

Míster Cavendish es el tipo de hombre que se cree el rey del mundo tan solo porque tiene no sé qué parentesco lejano con el duque de Devonshire. Simplemente transmite condescendencia. 

Deberías sentirte halagada de que se haya fijado en ti —replicó lady Rothwell—. Todas las muchachas de la ciudad pondrán los ojos en él la próxima temporada y, al haberlo conocido antes, tienes posibilidades de llevarte el gato al agua con tan solo mostrar un poco de interés.

Lydia abrió la boca para responder, pero una vez más, Rothwell se le adelantó y cambió hábilmente de tema hacia uno más general. Maggie le quedó profundamente agradecida. Había notado un deseo de discutir en el rostro de James muy similar al de Lydia y no le cabía ninguna duda de que si no hubiese intervenido Rothwell, habría tenido lugar una desagradable escena.

Cuando terminaron de cenar, la viuda les ofreció té y sacaron una enorme caja cerrada con un candado. Ella lo abrió con una diminuta llave que llevaba colgada del cuello y Maggie observó fascinada el ritual que siguió a continuación. No le preocupaba el sabor del bohea, y hubiese añadido gustosa un poco de azúcar en su taza de no ser por la rotunda reacción de desaprobación de lady Rothwell ante las abundantes cucharadas que vertió James en el suyo. Después no hubo sobremesa, pues lady Rothwell anunció su intención de retirarse de inmediato.

Rothwell se fue con su medio hermano a jugar otra partida de ajedrez y Lydia condujo a Maggie de vuelta a su habitación, claramente preparada para las confidencias. Cerró la puerta, se apoyó sobre ella y dijo con tono dramático:

Si mamá me obliga a casarme con míster Cavendish, juro solemnemente que me arrojaré al Támesis desde el puente nuevo de Westminster. 

Dios mío, ¿no te atreverías a hacer algo tan terrible, verdad? —replicó Maggie mientras se acomodaba en una de las varias y bien mullidas sillas de la estancia mientras pensaba quejas palabras de Lydia sonaban tan ridículas como las pronunciadas por lord Thomas esa misma tarde; pero no deseaba estropear la inusual y recién iniciada amistad. Si había de permanecer en aquella casa, aunque solo fuera unos pocos días, agradecería algo de amabilidad y, además, le gustaba lo cálida y abierta que era aquella joven muchacha—. Por favor, Lydia —dijo con seriedad— no digas eso ni en broma.

Lydia frunció el ceño, mas sus ojos comenzaron a brillar y dijo entre risas:

En fin, es mucho más probable que me fugase, y mamá no podría soportar que lo hiciese, pues rellena esa lista por nombres de familia, ya me entiendes. Y a la luz de la inmensa importancia de los condes de Rothwell… No es que tenga muy buena opinión de Ned, quien, por cierto, solamente desciende de una de las esposas del rey Edward I, mientras que James y yo podemos alardear de descender de las dos.

¡Caramba! ¿Es cierto eso? —Maggie volvió a reír.

Es totalmente absurdo, ¿a que sí?, pero por eso es por lo que mamá se pone de parte de Ned y contra mí en este asunto. No ve la hora de añadir nuevos vástagos a la planta de piña que representa nuestro árbol genealógico, pero pronto descubrirá que no se puede hacer nada para evitar lo que ya está predestinado.

El dolor de cabeza de Maggie prácticamente había desaparecido durante la cena, mas estaba empezando a retornar y aquella conversación sobre sepulcros de agua, jóvenes detestables y plantas de piña le estaba haciendo sentir casi tan mareada como cuando había recobrado la consciencia en Alsacia. En defensa propia, se centró en la última palabra de Lydia:

¿Predestinado? ¿A qué te refieres?

Se trata de algo maravilloso —respondió Lydia con ferviente ilusión, mientras se alejaba de la puerta y acercaba el taburete  adónde estaba Maggie. Una vez sentada, le explicó: 

Hace algo más de dos meses, en una feria, una gitana adivina me leyó la mano y me dijo que conocería al dueño de mi corazón vestido completamente de azul, caminando por el muelle, que es precisamente como dio la casualidad de que conocí a lord Thomas Deverill. Él estaba paseando con James y fue amor a primera vista para los dos. Fue maravillosamente romántico, pero Ned, que cree que su poder es tal que puede incluso coartar a la providencia, ha prohibido a lord Thomas de la forma más cruel que se acerque a esta casa. De hecho, se ocupa personalmente de impedir que me reúna con él.

Conozco a lord Thomas —dijo Maggie, y añadió con mucho tacto—. Parece ser un joven muy apasionado.

¡Ya lo creo que lo es! —convino Lydia— y yo estoy encantada de saber que lo conoces, pues presumo que lo habrás conocido en compañía de James y cuando te diga que después de que Ned le prohibiese la entrada a esta casa intentó envenenarse, comprenderás mi alivio. Y antes de que le acuses de fingir, te diré que en otra ocasión en que Ned se comportó de forma cruel con él, intentó ahorcarse con uno de los lazos de mi cabello. Así que como ves, tengo motivos para sentirme aliviada. Eso siempre y cuando… tú no sospeches que pueda haberse envenenado después de que tú lo conocieses. 

Estoy segura de que no —respondió Maggie mientras le embargaba su sentido del ridículo—. Ya había abandonado la idea del veneno en beneficio de la de ahogarse.

¿Qué?

Vamos, no seas boba —dijo Maggie riéndose—, ya había echado un vistazo al agua y había decidido que al final no lo haría. Francamente, Lydia, ¿no lo encuentras un poco tonto?

¡No, claro que no! Y es poco considerado por tu parte sugerir algo así cuando si no fuera porque Tilda es prima del ama de llaves de James yo no podría tener noticias suyas, pues Ned me tiene tan vigilada últimamente que es prácticamente imposible hacer nada que él no apruebe.

Maggie ya tenía información suficiente para comprender que Rothwell tenía excelentes motivos para vigilar a su media hermana, mas hablaba con sinceridad cuando dijo:

Lamento mucho oír eso, pues ha dicho que no desea que yo abandone la casa y no me queda más remedio que hallar la manera de burlar su protección, aunque solo sea una vez, y pronto.

¿Adónde tienes que ir? —preguntó Lydia, olvidando instantáneamente sus propios problemas. 

Maggie dudó. Lo último que deseaba era poner en peligro a Charles Stewart o a su causa, y no estaba segura de poder confiar el más mínimo secreto a Lydia, mas no le había costado darse cuenta de que, si había que evadir la protección de Rothwell, iba a necesitar ayuda de alguien y no creía que James fuera la persona más adecuada.

Lydia había estado mirándola y de pronto abrió los ojos como platos y añadió con creciente entusiasmo:

¡Deseas reunirte con tus amigos! Por eso es por lo que Ned parecía tan severo cuando te ha prohibido que pusieses los pies en aquella calle. No recuerdo qué calle era, pero sí que me ha llamado la atención su prohibición, pues me ha parecido algo muy extraño. Yo no sé nada de esa tal lady Primrose. ¿Es jacobita? ¿Lo eres tú? Vamos, puedes decírmelo, Maggie. ¡Ya sabes que puedes! ¿No te has dado cuenta de que yo también he brindado con agua? —Maggie tomó una decisión y añadió:

Sí que me he dado cuenta, Lydia, pero ahora no puedo entrar en detalles, pues podría oírnos alguien. Bastará con que sepas que, como mínimo, debo hallar la manera de hacer llegar un mensaje a la calle Essex, pues la señora estará preocupada por mí, y además se espera mi presencia en un baile de máscaras que se celebrará mañana por la noche.

¡Un baile de máscaras! ¡Qué emocionante! Habrás de saber que gracias a ese estúpido rey y pese a que solía ser muy dado a ese tipo de festejos, ahora les ha cogido manía, y todo porque Elizabeth Chudleigh asistió a uno hace dos veranos en los jardines de Ranelagh vestida, o, mejor dicho, desvestida, como Ingenia. Es dama de honor de la princesa de Gales y su majestad se sintió muy abrumado, incluso dijo que no se podía esperar otra cosa de esa casa. En cualquier caso, después comenzaron los terremotos y hubo quien afirmó que eran un castigo divino…

¿Qué terremotos?

¿Acaso no los sentisteis en Escocia? El primero tuvo lugar en febrero, el segundo un mes y un día más tarde y por ello se esperaba un tercero en abril. Fueron muchas las familias que se marcharon al campo. Nosotros nos quedamos, pues Ned dijo que no eran más que tonterías, pero mamá y yo nos hicimos unos vestidos bien abrigados para los terremotos, para evitar coger una pulmonía si teníamos que pasar la noche a la intemperie.

¿Y hubo otro?

No, pero lamentablemente los bailes de máscaras dejaron de estar de moda e incluso en Ranelagh ahora los llaman ridotto y cuelgan antifaces de unos palos como si fueran anteojos en vez de sujetarlos a la cabeza con gomas para ocultar la identidad. Lo cierto es que solo ha habido uno en lo que va de año, en Ranelagh, pues la mayoría de los bailes que se celebran ahora son de estilo veneciano. Yo estaría encantada de acudir a un auténtico baile de máscaras a la antigua usanza. 

Yo tengo la obligación de asistir —dijo Maggie un tanto preocupada por haber causado tanto entusiasmo—, pero antes debo hacer llegar un mensaje a la calle Essex como sea.

Esa parte es muy sencilla —le aseguró Lydia—. Tilda lleva a menudo mensajes míos y también puede llevar alguno en tu nombre. Lo difícil es salir de esta casa, sobre todo desde que la última vez Ned me dijera que me castigaría del modo más severo si volvía a hacer algo así —añadió con un malicioso brillo en los ojos. Maggie frunció el ceño:

Tal vez no debería permitir que me ayudes —dijo.

¡Por el amor de Dios! Claro que te voy a ayudar, pero a condición de que me lleves al baile.

No seas insensata —replicó Maggie bastante alarmada—, eso sí que no.

Debes llevarme —añadió Lydia con aires de suficiencia—, pues no podrás salir de aquí sin mi ayuda. —Maggie, consternada, la miraba fijamente mientras pensaba en algún argumento para disuadirla. Finalmente, añadió con voz débil:

Has dicho que ni siquiera tú puedes eludir los ojos de tu hermano, que todo lo ven.

Tonterías. Yo vendería mi alma al diablo para reunirme con auténticos seguidores del verdadero rey. Solo tenemos que pensar un poco y, antes de nada, hacer llegar ese mensaje a tus amigos.

Con la esperanza de que una vez contase con la ayuda de lady Primrose ya no necesitaría la de Lydia, Maggie mostró su conformidad. El envío del mensaje resultó ser una tarea tan sencilla como había prometido Lydia; no obstante, la respuesta que recibió, en lugar de prometer la ayuda necesaria, le rogaba que, dada la desafortunada alarma que había suscitado en el conde de Rothwell, evitase a toda costa acercarse a la calle Essex. El mensaje estaba redactado en términos que confundirían a cualquiera que pudiese interceptarlo, pero Maggie lo comprendió a la perfección, y lo desaprobó. Ella se había propuesto reunirse con el príncipe, portaba mensajes para él en los que sus seguidores de las Tierras Altas le garantizaban su apoyo. Mas no solo quería reunirse con él para eso: quería asegurarse de que comprendía la situación desesperada por la que pasaban sus seguidores en aquella zona.

El hecho de que Lydia estuviera involucrada en sus planes le preocupaba. No solo deseaba mantenerla alejada de la calle Essex por su propio bien, sino que además le aterraba pensar en cómo reaccionaría Rothwell si descubriese que había llevado a su hermana a un baile de máscaras. Había tenido muchas ocasiones para observarlo en los pocos días que llevaba en su casa y, aunque no parecía muy inclinado a hablar con ella, su sola presencia la ponía nerviosa. Le había pillado mirándola en más de una ocasión y cuando lo hacía con calurosa aprobación, ella se sentía agradecida, mas cuando percibía aburrimiento o severidad en sus ojos, deseaba inmediatamente que no descubriese sus intenciones.

Todavía no le había dicho nada sobre los planes que tenía para ella, cosa que le alegraba, pues lo último que deseaba era oír que la enviaba de regreso a casa. La primera noche pidió a su madrastra que las acompañase a Lydia y a ella a los almacenes de seda de la calle Bedford, donde eligieron unas telas para hacer unos vestidos para ella que fueron entregadas a la modista de lady Rothwell. También las acompañó la doncella de esta última, de modo que no había tenido ninguna oportunidad de escabullirse, cosa que, por otro lado, Maggie tampoco había deseado hacer. Las modas habían cambiado considerablemente desde su última visita a Edimburgo y mientras permaneciese bajo el elegante techo de Rothwell, no quería parecer una campesina carente de sentido del gusto. Por este motivo se había sentido tremendamente agradecida cuando le entregaron el primer vestido al lunes siguiente.

Durante el transcurso de aquellos intensos días, había mantenido su mente ocupada tratando de dar con la forma de acudir sola al baile, sin la compañía de Lydia. Sabía que no podía limitarse a esperar al sábado y, con la esperanza de que fuese cual fuese el plan que idease este resultaría exitoso, decidió hacer un intento real lo antes posible, si bien la primera oportunidad no se le presentó hasta el miércoles por la tarde.

El conde había salido tras el desayuno con la intención de pasar el día en Westminster y cuando la viuda ordenó que preparasen su coche porque iba a ir con Lydia a Mayfair a hacer unas visitas, Maggie recurrió a la ayuda de Tilda. Se puso una capa de Lydia y un par de guantes de cabritilla y, en compañía de la doncella, se dirigió con aire resuelto hacia la entrada que daba al jardín de Privy, donde informó al lacayo de servicio de que Tilda y ella iban a salir a una tienda cercana a comprar lazos para uno de sus vestidos nuevos.

El muchacho pareció un tanto desconcertado, no obstante, ante el aplomo de Maggie, se hizo a un lado para abrirle la puerta.

Un momento, miss MacDrumin —Maggie se giró sobresaltada, mientras contenía con dificultad un suspiro de exasperación.

Creía que había salido, Rothwell. Tilda y yo íbamos a comprar unos lazos. Lydia me ha indicado una tienda en Whitehall donde podría encontrar alguno de mi agrado.

Él asintió con la cabeza como si diese su aprobación, mas señaló lánguidamente hacia la puerta abierta de su biblioteca:

Entre un momento, si es tan amable. Me atrevería a decir que yo puedo recomendarle mejores tiendas que Lydia. —Su actitud era la de un tipo amable que le aconsejaba en cuestiones del vestir, pero Maggie, que no se había dejado engañar ni por un segundo, miró hacia el lacayo y se rindió.

Vuelve arriba, Tilda. Al final no voy a necesitarte.

Sí, miss —replicó Tilda, y se marchó apresuradamente. Se dirigió furiosa hasta el centro de la sala y aguardó hasta oír el ruido de la puerta al cerrarse, entonces, sin girarse, dijo:

Supongo que pensará…

Qué importa lo que yo piense —le interrumpió Rothwell, cuya voz sonaba mucho más próxima de lo que ella hubiese esperado—, no creo que desee saberlo. —Maggie se giró y descubrió que estaba muy cerca de él, tanto, de hecho, que tenía que alzar los ojos para mirarle a la cara, lo que hizo que percibiese un delicado aroma a especias antes de darse cuenta de que su gesto era severo. En sus ojos, aquella mirada inflexible que solo había visto una vez antes y un tono de voz que denotaba firmeza:

Creía que le había dejado claras mis órdenes, pero por si hubiese malinterpretado algo, le recordaré que no puede salir de esta casa sin un acompañante adecuado, lo que no incluye a la torpe doncella de mi hermana.

Maggie se puso tensa al oírle hablar así, mas no pudo evitar dar un paso atrás. Para ocultar su desconcierto, respiró profundamente, lo miró y se quitó los guantes. A continuación, se giró hacia las alegres llamas que repiqueteaban en la chimenea cubierta de mármol blanco y extendió las manos para hacerle creer que únicamente buscaba el calor del fuego y no un modo de alejarse de su inquietante cercanía. Giró la cabeza hacia él y añadió:

Está yendo demasiado lejos. Le estoy muy agradecida por su protección, pero no necesito su ayuda. Yo puedo decidir perfectamente  adónde ir y con quién. 

Nunca resulta agradable contradecir a una dama —respondió él con voz suave—, pero las arduas circunstancias que la trajeron hasta aquí demuestran de modo muy concluyente que está equivocada. No me gustaría tener que ordenar a mis criados que impidan que salga de la casa sin mi permiso, pero si me obliga a hacerlo, eso es exactamente lo que haré. Londres es una ciudad peligrosa y dado que se niega a darme su palabra de que no se relacionará con los muchos jacobitas que residen aquí, no me deja otra elección.

Ella se giró bruscamente y respondió con dureza:

¡Cómo osa tratarme como si fuera una prisionera, Rothwell! —Al notar un temblor de divertimento en sus labios, no hizo nada para acallar su creciente furia, mas cuando él habló, su tono era contenido:

Le garantizo que no es ninguna prisionera. Puede entrar y salir a su antojo, siempre que vaya acompañada por mi madrastra o por Lydia y por al menos un robusto lacayo. Ésa es, ni más ni menos, la protección que ofrezco a todas y cada una de las damas que residen en esta casa, Incluso las criadas tienen orden de ir en parejas o de solicitar escolta masculina antes de aventurarse a las vías públicas, pues, como ha descubierto, las calles no son lugar seguro para mujeres solas. 

Iba con Tilda —dijo Maggie apretando los dientes.

De acuerdo, pero usted no es una criada. Las damas de la casa no abandonan el perímetro de la misma sin la escolta de uno, o incluso dos lacayos. Si le dice a mi madrastra que desea salir a comprar lazos, ella no dudará en ordenar que le preparen su coche y tal vez Lydia desee acompañarla.

A la luz de su eminentemente razonable y a la vez exasperante discurso, a Maggie no le quedó más remedio que rendirse con toda la dignidad de la que fue capaz. Al ver cómo se le cerraban todas las puertas, sintió que lo único que podía hacer era recurrir a la ayuda de Lydia y estaba segura de que la joven se sentiría indignada cuando supiese que había intentado llevar su plan adelante sin ella. Sin embargo, Lydia, al escuchar su dramático incidente, solo se rió y añadió:

Ya te dije que lo dejases todo en mis manos, pero está claro que tu fracaso es culpa mía. ¡Vamos, no me mires así! Yo no le he dicho nada a Ned, pero ha adquirido tal experiencia en poner obstáculos en mi camino cada vez que deseo hacer algo que él no aprueba, que lo tuyo no es para él más que un juego de niños. Escucha, ¿crees que tus amigos podrían venir a recogernos en barca?

Maggie se giró para mirar por la ventana. Estaban en el dormitorio de Lydia, orientado hacia el patio del jardín de Privy.

No se atreven a venir aquí —respondió—, no te había dicho nada, pero temen llamar la atención de tu hermano.

Motivos no les faltan —dijo Lydia—. Está completamente decidido a ayudar a George el Alemán a evitar que los Stewart recuperen el trono de Inglaterra. Pero no podemos dejar que eso nos detenga. Déjame pensar…

A Maggie le hizo gracia el modo en que Lydia había caído absorta en sus pensamientos, sin embargo, aún se sentía incómoda por permitir que la joven le ayudase; no lo hubiese hecho si el encuentro con Rothwell no le hubiese convencido de que estaría loca si volvía a intentar dejar la casa sin ayuda de alguien con experiencia en desobedecerle. No estaba bien instar a Lydia a que actuase en contra de la voluntad de su hermano, y sin duda era igualmente erróneo permitir que se mezclase con jacobitas cuando su familia era contraria a su causa.

Ese pensamiento le llevó a otro incluso más difícil de acatar: ¿podría la presencia de Lydia en el baile suponer algún riesgo para el príncipe? Enseguida descartó esa posibilidad. ¿Qué objeto tenía el baile de máscaras, sobre todo cuando tales divertimentos habían caído en desgracia y estaban pasados de moda, sino el de proteger la identidad de todos los presentes? El príncipe Charles Edward Stewart no tenía que descubrirse ante nadie más allá de su círculo íntimo. Indudablemente, habría otros invitados que ignorasen su presencia tanto como Lydia. En cuanto al peligro que aquello suponía para la propia Lydia, la joven estaría tan segura en un baile jacobita como en cualquier otro lugar de la ciudad. Nadie osaría hacerle daño a la hermana de Rothwell. Habiendo tomado, finalmente, una decisión, Maggie dijo en voz baja:

¿Existe realmente algún modo de burlar la vigilancia de tu hermano, Lydia?

No te quepa duda de ello —replicó ella sin dar importancia a su pregunta —. Cuando deseo salir de verdad, Ned nunca se entera. Le permito que me descubra suficientes veces como para hacerle creer que me tiene dominada, pero cuando deseo escapar, puedo hacerlo.

¿Y nunca te descubre a menos que tú quieras que lo haga?

No —respondió Lydia, pero al ver la mirada escéptica de Maggie, se ruborizó y añadió—. Es decir, normalmente no. He de admitir que ha habido una o dos ocasiones, de las cuales preferiría no hablar, pero si se trata de una oportunidad de conocer a auténticos jacobitas, te doy mi palabra de que no nos descubrirá.

Maggie todavía dudaba. Ya conocía a la hermosa medio hermana de Rothwell lo suficiente como para saber que era capaz de decir e incluso de creer en lo que más le conviniese, pero si la información que había recibido antes de llegar a Londres era cierta, su Alteza Real ya estaba en la ciudad y solo quedaban tres días para el baile de máscaras de lady Primrose. Lydia, como si le hubiese leído el pensamiento, dijo de pronto:

Has cometido un grave error al incrementar las sospechas de Ned con tu intento de escapar, pues ahora estará doblemente alerta y si nos descubre, será muy desagradable.

Maggie replicó:

Creo que no deberías acompañarme. No hay razón para que ambas debamos arriesgarnos a provocar su ira.

Tonterías. Claro que debo acompañarte. Ahora, escúchame —dijo, interrumpiendo el siguiente lamento de Maggie—. Salir un sábado por la noche no es tan difícil ni siquiera en esta época del año, pues siempre hay alguna fiesta en alguna parte. Sin embargo, creo que mamá pretende llevarnos a una tediosa velada en casa de lady Portland y no podemos permitirlo, pues no habrá mucha gente y será muy evidente que nos hemos escapado. Además, al ser la sobrina de lady Portland una rica heredera, mamá espera que nos acompañe James. 

Dios mío, Lydia, yo no puedo ser tu cómplice y permitir que escapes de tu madre y de la casa de la condesa de Portland.

¿Acaso no acabo de decir que eso no funcionaría? Cálmate y déjame pensar en otra cosa. Es una auténtica pena que hayas provocado la desconfianza de Ned.

Lo lamento profundamente —dijo Maggie con absoluta sinceridad.

No te aflijas —dijo Lydia—. Tampoco eras consciente de tu error.

Un error fatal —replicó Maggie con sequedad.

Sí, fatal, pues ha dado al traste con absolutamente todas las oportunidades que teníamos de escapar por nosotras mismas, así que supongo que lo único que nos queda es el sacrificio de otros.

¿Sacrificio? Lydia, ¿de qué demonios hablas? No voy a permitir que sacrifiques a nadie.

Escúchame, Maggie, si quieres que halle el modo de llegar a ese baile de máscaras, has de procurar dejar de poner pegas constantemente. ¿Deseas ir por encima de todo, no?

Sí —respondió Maggie con tono arrepentido—, discúlpame.

Muy bien. En ese caso, me temo que tendremos que utilizar a Oliver, el barquero de Ned, y la razón por la que digo que es un sacrificio es porque Ned me advirtió que si volvía a persuadir a Oliver para que hiciese algo por mí lo despediría sin pensarlo dos veces.

Pero, entonces…

No nos van a descubrir, Maggie, e incluso si así fuera, nadie va a despedir a Oliver. Me atrevería a decir que Ned hablaba completamente en serio, pero suele ser una persona muy justa y no creo que al final echase al pobre hombre a la calle si llegase a descubrir que nos había ayudado. Sabrá que ha sido todo cosa mía, no de Oliver.

Maggie estaba convencida de que estaba jugando con fuego, pero estaba tan decidida a acudir al baile que ni siquiera protestó ante la idea de sacrificar a Oliver y, por otro lado, si había de acudir en compañía de Lydia, estarían mucho más seguras con el fornido barquero de Rothwell que en una barca pública o en un coche de alquiler. En el peor de los casos, siempre podría interceder por el joven muchacho ante el propio Rothwell y decir que si Oliver había errado, había sido por culpa de Lydia y de ella misma.