Capítulo X
Maggie intentaba convencerse a sí misma de que sus lágrimas no eran más que una consecuencia natural de las emociones de la última media hora, y se permitió el extraordinario lujo de que la abrazasen y la consolasen durante unos minutos, hasta que fue capaz de controlar sus emociones e intentó soltarse de los brazos de Rothwell. Sus brazos la asían con fuerza, como si se opusiese a dejarla ir, pero la soltó. Estiró del pañuelo que llevaba en la manga y se limpió la nariz al tiempo que intentaba poner en orden sus pensamientos, consciente de que el conde todavía parecía agitado y muy afectado.
Ella había pasado gran parte de la noche evaluando posibles alternativas y había llegado a la conclusión de que la única esperanza que le quedaba para mejorar la situación de Glen Drumin era confiar en el propio Rothwell. El problema, como bien sabía a raíz de sus conversaciones con él, era convencerle de ello. A juzgar por el modo en que la miraba y teniendo en cuenta otras cálidas miradas suyas que había notado en otras ocasiones; perfectamente consciente del modo en que aquel nuevo vestido de seda azul se ceñía a su, por qué no decirlo, hermosa figura, ahora se preguntaba si tal vez debía aprovechar los sentimientos del conde para beneficio suyo y de Glen Drumin. Mas, a pesar de que tales armas estaban entre las pocas que figuran en el limitado arsenal de una mujer, y a pesar de que, sin duda, sus lágrimas le habían conmovido, sentía una inusual reticencia ante la idea de manipular al conde, aun en el caso de que pudiese realmente hacerlo. El, todavía con aquella mirada de compasión, dijo con voz queda:
—Lamento haberla disgustado así, pero le aseguro que no se puede hacer otra cosa para garantizar la seguridad de Lydia. En caso de que tema que le culpe a usted, le aseguro que no lo hará. Creerá, como yo creo ahora, que usted no era realmente consciente del peligro al que la sometía.
La tentación era grande, pues cuando sus miradas se cruzaron comprendió que al acusarla de obrar con maldad, la acusaba también de albergar malas intenciones. Deseaba que tuviese una buena impresión de ella y sabía que vería con mejores ojos a una mujer que admitiese con inocencia que sin conocer otro modo mejor de actuar, había tropezado ciegamente ante la insistencia de otros, que a una mujer dispuesta a valerse de todos los medios a su alcance para salirse con la suya. Mas, a pesar de que no dudaría ni un instante en mentir para proteger su causa, o incluso para proteger a otra persona inocente, se resistía a mentirle en su propio beneficio, o incluso a utilizar tretas femeninas, y él le estaba dando pie a que lo hiciese.
Sus ojos se llenaron de lágrimas inesperadamente, lágrimas que resbalaban por sus mejillas y por su cuello, mas la idea de que él podía causar tal efecto en ella con tan solo mostrarse amable le dio fuerzas para reponerse. Se irguió, se esforzó por evitar su mirada compasiva para poder así contener su llanto y dijo con brusquedad:
—Es normal que estuviese enojado conmigo, señor, y se equivoca ahora si piensa que yo ignoraba el peligro al que Lydia quedaba expuesta. Tendría que haber estado loca para no saber que no era lugar para ella. Pero aunque no hubiese sabido quién iba a asistir al baile de máscaras de lady Primrose, lo que sin duda sabía era que usted no aprobaría que su hermana se mezclase con jacobitas, motivo suficiente para ponerla en peligro. Aunque es cierto que no fui capaz de evitar que me acompañase una vez que ella había resuelto hacerlo, ahora me doy cuenta de que, a la luz de semejante dificultad, tenía que haber abandonado mi plan. Le pido disculpas y también me disculparé ante Lydia, pues aunque usted afirme que ella lo entenderá, sé que se enojará con nosotros si finalmente la obliga a dejar la ciudad. Lady Rothwell también se enojará bastante —Él dio un paso para acercarse a ella, mas ella hizo un gesto con la mano para detenerle y añadió—. Le ruego que me deje terminar antes de que cambie de idea, sé que su única intención es facilitarme las cosas, aunque no logro comprender sus motivos para ello, pero lo cierto es que me lo está poniendo más difícil y me atrevería a decir que no se mostrará tan comprensivo cuando sepa que no dudaría en volver a hacerlo.
Finalmente se atrevió a mirarle y sintió un escalofrío de temor al ver cómo se tensaba su boca y se empequeñecían sus ojos. Ya no creía que pudiese volver a contar con su compasión, mas se sentía mejor al haber confesado. Deseaba a todas luces persuadirle para que la complaciese, pero no deseaba engañarle para que lo hiciese.
—No es posible tener en cuenta sus sentimientos ni los de Lydia. Ella debe ir a Derbyshire por su propia seguridad y en cuanto a lo que pueda sentir mi madrastra al respecto, eso no debe preocuparle. Hará lo que yo le diga. En cuanto a usted, cuanto antes salga de Londres, más segura estará. En todo caso, no podría alojarla aquí cuando se marche mi madrastra —dijo él con voz grave —Esta semana he tratado de averiguar por todos los medios qué fue de su carruaje y sus criados, y aunque estoy seguro de que fueron asesinados y de que sus asesinos se deshicieron de los cuerpos, como usted no puede identificar a nadie, habrá que dar el tema por concluido. Por todo ello, no cabe duda de que lo más conveniente es que acompañe a Lydia y a su madre a Derbyshire, desde donde se puede organizar su traslado a Escocia sin ningún problema.
—¿Me va a llevar usted mismo a Escocia, señor? —La suerte estaba echada: seducción y artimañas a partes iguales. Maggie contuvo la respiración.
—Sin duda las acompañaré hasta Derbyshire —respondió él— pues no solo será lo mínimo que me exija mi madrastra, sino que no me quedaría tranquilo si hiciesen el viaje solas. A partir de Derbyshire le organizaré una compañía adecuada hasta Escocia.
—Me temo que no será suficiente.
Él la miró fijamente.
—¿Disculpe?
—Lamento enojarle todavía más, pero si se limita a enviarme de vuelta a las Tierras Altas, mi familia y mis amigos, sus arrendatarios, seguirán sufriendo. El principal motivo que me trajo a Londres fue la esperanza de mitigar dicho sufrimiento. Mi verdadera causa no puede ser abandonada, señor. El bien debe prevalecer, y ahora creo que quien mejor puede ayudarnos es usted. La tierra es suya, los habitantes, sus arrendatarios; por todo ello, la responsabilidad recae sobre usted.
—Yo no voy a ayudar a esos bárbaros de las Tierras Altas a alzarse contra el legítimo soberano —dijo él.
—Ni yo le he pedido tal cosa —replicó ella sin tener que esforzarse por mantener la calma al notar que él no había rehusado directamente su petición—. Sencillamente le he señalado que los habitantes de sus tierras se mueren de hambre, que muchos son víctimas de los abusos de sus factores y de su regidor, quien, a pesar de proceder de las Tierras Altas, recibe dinero de los ingleses para obrar en contra de los suyos.
—Su obligación es hacer que se respete la ley.
—¡La ley inglesa! ¿Sabe qué es lo que sucede realmente? ¿Sabe que las gentes de mi padre se ven obligadas a pagar unas rentas que ni ganan ni pueden permitirse a un arrendador hacia el que no sienten ninguna lealtad y que ni siquiera se ha preocupado por comprobar si pueden obtener ayuda de la propia tierra? Eso es ya de por sí una expoliación de las Tierras Altas. En cuanto a otras cosas que se hacen en su nombre, señor, aun en el caso de que sean lícitas en Inglaterra, no me cabe duda que jamás lo serán en Escocia.
—Exagera. Yo nunca aprobaría nada semejante.
—¿Cómo lo sabe? ¿Sabe que sus factores y su regidor son célebres por pegar a los hombres que no pueden pagar las rentas que ellos les exigen? ¿Le dicen sus hombres que importunan a las muchachas jóvenes para exigirles favores sexuales? ¿O acaso es esa la forma en que desea que se gestionen sus estados? ¡Tal vez yo sea una ingenua que simplemente desconoce el modo en que gestiona sus asuntos en Derbyshire!
—Está volviendo a exagerar las cosas, querida, y no le beneficiará —replicó él con tono calmado—. Yo no solo recibo informes trimestrales de mis agentes escoceses, que hasta ahora nunca han hecho mención a ningún tipo de dificultad, sino que además me han señalado que ni siquiera es necesario acudir a todos los arrendatarios, pues su padre paga periódicamente la cantidad correspondiente a todos ellos. Si la tierra no da fruto suficiente para hacer frente a dichos pagos, ¿le importaría decirme cómo es posible que sigan haciéndolos?
Maggie sintió una llamarada de fuego que le subía por las mejillas, y al saber que se debía a que se había acercado peligrosamente a un asunto que no deseaba tratar, deseó que él achacase el rubor a su ira y añadió rápidamente:
—Si mi padre paga, lo hace para evitarle más calamidades a su gente. Seguro que no está tan loco como para asumir que sus agentes se comportan con propiedad cuando usted no está cerca para darles indicaciones. Y si así fuese, entonces, mi señor, es usted más ignorante de lo que pasa en el mundo de lo que pueda serlo yo misma —No se sorprendió al ver cómo la ira volvía a apoderarse de su rostro, mas todavía logró controlarse, aunque de un modo que ella tachó de rígido e innatural.
—Ha vuelto a sobrepasar, una vez más, la frontera de lo que yo estoy dispuesto a tolerar —dijo con tono cansino—. No voy a ir a Escocia. Desde luego, no en esta época del año. No —añadió cuando ella comenzó a protestar—, no quiero discutir. De hecho, ya puede retirarse. Voy a hablar yo mismo con Lydia así que le ruego que no le comente nada de esto. Le sugiero que se prepare para su partida.
Un ruido procedente del recibidor hizo a Maggie contenerse y no pronunciar ninguna palabra más, pues vio que Lydia y sir Dudley habían regresado de su paseo. Intercambió una mirada muy expresiva con aquella y oyó a éste que decía:
—Por cierto, Ned, antes de irme me gustaría tratar un pequeño asunto contigo, en privado, viejo amigo, si me puedes dedicar un minuto ahora…
—Sin ninguna duda —respondió Rothwell, y dirigiéndose hacia su hermana añadió—. Lydia, aguarda en el recibidor hasta que se vaya sir Dudley. Miss MacDrumin, le agradecería que subiera arriba sin más dilación.
Maggie comprendió que aquella severa petición quería decir que no deseaba que hablase con Lydia antes que él y al no tener ningún inconveniente en permitir que fuese él la primera víctima de la primera ráfaga de ira de la citada damisela, le obedeció sin ni siquiera sentirse tentada de darse sigilosamente la vuelta cuando oyó cerrarse la puerta de la biblioteca detrás de él y a Lydia que le susurraba:
—¡Vuelve y cuéntame algo!
En la biblioteca, Rothwell observaba a su amigo sin ningún recelo pues estaba claro que trataba de hallar las palabras para expresarse y eso no era nada habitual en el ministro de Justicia. Finalmente, y con tono dubitativo, dijo:
—No me agrada tener que llamar tu atención sobre este asunto y… naturalmente soy del todo consciente de que puedo haber entendido mal, pero honestamente…
—Por el amor de Dios, Ryder, ve al grano.
—En realidad, mi querido amigo, se trata de algo que esa pícara de Lydia ha dicho sin querer… aunque lo cierto es que ha intentado disimular con rapidez y con gran desenvoltura. Si no fuese tal mi experiencia en estos asuntos, es probable que ni siquiera me hubiese percatado…
—Ryder —El tono de Rothwell no presagiaba nada bueno.
—Ese maldito baile de máscaras de anoche —se apresuró a replicar Ryder—. No estoy diciendo que Lydia estuviese allí, pero recuerdo lo que me comentaste en una ocasión sobre que se las daba de jacobita y…
—Lydia es una maldita chiflada —dijo sin darse cuenta de lo que decía—. Escúchame bien, Ryder, no voy a decir que estuviese allí, pues yo no estoy chiflado, pero sí que tengo que confesarte algo que no te va a gustar.
—Tal vez sea mejor que tome asiento. —E hizo lo que dijo.
—Cuando vayas a casa tu criado te dirá que anoche me acerqué allí y le pedí un antifaz y un dominó, cosas que me facilitó sin problemas —Al observar el conglomerado de emociones que se agolpaban en el rostro de su amigo, añadió con un suspiro—. Lo cierto es que aunque no te dije nada, no me costó adivinar dónde se estaba celebrando el baile. —Los labios del ministro se tensaron como si estuviese intentando contenerse, y su voz sonaba cuidadosamente controlada cuando añadió:
—A la luz de lo que ha mencionado Lydia antes, creo que comprendo tu decisión, pero me debes una por esto, Ned. Estás jugando con fuego y en más de un sentido, pues, si no me equivoco, hay otra cosa que deberías haberme dicho. En una ocasión señalé que el apellido MacDrumin es un apellido inusual, pero tu invitada me ha sido presentada sin ninguna mención a su procedencia.
Carsley suspiró y dijo:
—Si vas a acusar a esa muchacha de ser una jacobita, permíteme que te recuerde que nunca ha habido ninguna prueba firme contra su padre.
—Yo tampoco me atrevería a declararle inocente, y tú debes saber que la sola presencia de esa joven en esta casa podría resultar peligrosa para ti.
—No permanecerá aquí el tiempo suficiente para ser un peligro —dijo el conde, quien finalmente parecía ver la luz—. Solamente ha venido a rogarme que haga algo para ayudar a mis arrendatarios escoceses, gente oprimida, según insiste ella. Ha tenido las santas narices de acusarme de no mostrar el mínimo interés por su bienestar. Me da la sensación de que no les gusta tener que pagar rentas a un extraño pero, como bien le he dicho a ella, los únicos culpables de sus apuros actuales son ellos mismos. La voy a enviar de vuelta a casa mañana y mi madrastra y Lydia la acompañarán hasta Derbyshire. En mi opinión —añadió mirando de soslayo a Ryder— es un momento excelente para que Lydia refuerce su relación con la casa de campo de la familia.
—Eso puede ser cierto —convino, mas miraba a Rothwell con una expresión que le hizo sentirse anormalmente precavido—, pero ¿sabes qué, Ned? Creo que estoy de acuerdo con miss MacDrumin. Ya va siendo hora de que visites ese nuevo estado tuyo. Habida cuenta de los recientes acontecimientos, necesito información, información específica y detallada, de manos de alguien en quien pueda confiar. Por ello, te ruego que te hagas cargo de mi extrema generosidad al incluirte en esa categoría, viejo amigo, en relación con el estado exacto de las personalidades y políticos actuales de tan salvaje región. No se me ocurre nadie más merecedor de este encargo, o, dadas las circunstancias, más vulnerable a una pizca de auténtico chantaje político.
—¡Vete al infierno! —dijo, aunque ya se había resignado a su destino y no lo temía tanto como había creído—. Ahora vete, Ryder. Todavía tengo que anunciarle a Lydia las noticias sobre su inminente exilio.
—No te mereces menos —murmuró mientras se ponía en pie—. ¿He de interpretar esto como un sí?
—Sí. Iré —suspiró—. Dile a Lydia que pase, si eres tan amable.
Maggie había terminado de organizar su pequeño equipaje cuando la puerta de su dormitorio se abrió con un portazo que a punto estuvo de hacer saltar las bisagras y Lydia irrumpió en la estancia como un vendaval. Con los ojos llenos de lágrimas, agarró la puerta que aún se balanceaba, dio otro portazo y gritó:
—¡Es el mismísimo demonio! ¡Le odio, le odio, le odio!
—También debes estar enojada conmigo —dijo Maggie— y no te culpo por ello. Desahógate, Lydia.
—No fue culpa tuya. Supongo que Ned te habrá regañado con la misma crueldad que a mí y sin duda te habrá culpado de llevarme contigo, sobre todo teniendo en cuenta que eres unos años mayor que yo, aunque no sé cómo puede pensar que podrías haberme detenido, o haber evitado que escribiese a Thomas, sí, eso también lo sabe, porque se me escapó cuando le estaba gritando sobre otra cosa. En todo caso, tú no podías detenerme, así que es totalmente injusto que te culpase a ti.
—Yo no estoy tan segura de eso —dijo Maggie secamente.
—Ojalá no nos hubiese encontrado allí —dijo Lydia con un suspiro—. Daría lo que fuese por saber cómo se las apaña para saber siempre lo que haces cuando lo último que tú deseas es que sepa lo que haces, pero lo cierto es que esto es lo que sucede la mayoría de las veces. ¡Cielos! ¡Menudo susto al verlo surgir ante nosotros cual un dios vengador! —torció la boca—. No es que Ned sea comparable a ningún dios, pues dudo que los dioses pierdan los estribos a causa de un hilo en una manga o un puño mal plegado, y Ned se sube por las paredes por ese tipo de cosas de un modo que te hace sentir lástima por el pobre Fletcher, ya sabes, su criado, y realmente…
—Lydia —la interrumpió Maggie—, Rothwell no hace esto solo por maldad. La razón por la que está más enfadado conmigo que contigo es porque de no ser por mí, tú jamás hubieses ido al baile.
—¡Si lo que más le ha enfadado ha sido mi cita con Thomas! —dijo Lydia, y añadió con tono pensativo—. Thomas también estaba enojado, por supuesto, pero en aquel momento yo pensé que sería porque yo no había sido invitada y luego supe que era por todas las molestias que se había tomado para prepararme aquella bonita sorpresa.
—Lydia, ¿le dijiste a lord Thomas que el príncipe estaba en el baile?
—¡Cielos, Maggie, no! ¿Cómo puedes pensar que lo traicionaría, aunque solo fuese ante mi queridísimo Thomas? Y por si tienes alguna duda —añadió con frialdad—, a sir Dudley tampoco le he dicho ni una palabra sobre lo que sucedió anoche.
—Nunca pensé que fueses a hacerlo —dijo Maggie—. Solamente te preguntaba por lord Thomas porque le tienes un cariño especial.
—Bueno, ni se me pasó por la cabeza decírselo a Thomas, pero lo cierto es que casi se me escapa con sir Dudley —confesó Lydia—. Solo ha sido un pequeño desliz y he intentado disimular con tal rapidez que estoy segura de que no ha sospechado nada. Bueno, en realidad es evidente porque si no me habría acribillado a preguntas y en ese sentido no ha abierto la boca. La verdad es que debería estar molesta contigo por desconfiar de mí. Ya sé que es un gran secreto y que cuando el príncipe Charles visita Londres se expone a un terrible peligro. Ni siquiera se lo he dicho a Ned. ¡Cielos, la sola idea de pensar que estaba en la misma estancia que Charles y ni siquiera lo sabe!
Al saber que si Rothwell no había hablado del príncipe con su hermana debía asumir que ella ignoraba su presencia en el baile, Maggie recordó que él no había llegado a ver el flagrante espectáculo que éste había dado y se dio cuenta de que Ryder tampoco se lo había contado. Ese pensamiento cruzó su mente de forma fugaz, pero aun así observó que su leve vacilación había despertado la curiosidad de la joven, así que añadió con rapidez:
—El príncipe no es el único que está en peligro, querida. Te haces cargo de que la mayoría de los asistentes al baile eran jacobitas, ¿verdad?
—Sí, por su puesto. Yo misma soy una de ellos. Ned dice que es absurdo, pero claro, él es de tendencias liberales. James, no lo dice, pero juraría que también es un liberal, pues nunca le he oído decir ni una sola palabra a favor de la causa de los Stewart y se dice que la mayoría de los conservadores apoyan a los jacobitas.
—¡Pero Lydia! —exclamó Maggie haciendo un gesto negativo con la cabeza—. Ser jacobita no tiene nada que ver con ser liberal o conservador.
—¡Cielos, Maggie, ya lo sé! La gente se enoja mucho cuando se menciona a James Stewart. Le llaman el viejo pretendiente, algo terriblemente irrespetuoso, en mi opinión, pero a pesar de que Ned dice que ser jacobita es como cometer una traición, seguro que son tonterías, pues yo conozco a muchas personas perfectamente respetables que brindan a su salud, y no arrestan a ninguno, pero qué más da todo eso ahora, si Ned va a enviarme a Derbyshire y a ti a Escocia y no creo que nadie pueda detenerle, pues piensa acompañarnos él mismo a las dos.
—Solamente hasta Derbyshire —le informó Maggie—. Luego me ha prometido que se encargará de que alguien me acompañe, él no irá hasta Escocia.
Lydia negó con la cabeza.
—Estás equivocada, Maggie, porque he oído claramente cómo le decía a mamá que no acercarse hasta allí sería una pena, puesto que de todas formas ya iba a viajar una gran parte del trayecto con el único propósito de llevarnos a casa. Y cuando mamá le ha dicho que debía de estar loco para ir en esta época del año, él ha dicho que, según tenía entendido, era el mejor momento para la caza y los vedados. —Apenas podía creer lo que oía y se preguntaba qué demonios podía haberle hecho cambiar de opinión, Maggie dijo con voz tenue:
—Entonces, ¿se lo ha contado todo a tu madre?
—No, todo no, ¡solo lo suficiente para que montase en cólera y me soltase una buena regañina, como si Ned no lo hubiese hecho ya y como si todo fuese culpa mía, cuando no lo es! Como te podrás imaginar, está enormemente impresionada, pero de todas formas estaba de acuerdo conmigo en que no era necesario sacarme de la ciudad. Está claro que eso lo dice porque aún alberga la esperanza de emparejarme con Evan Cavendish, quien hasta Ned cree que no es un buen partido para mí. Lo que a mamá le atrae es su dinero, por supuesto. Siempre el dinero. Cree que James tuvo muy mala suerte por haber nacido después de Ned y como yo no soy más que una mujer, solo puedo alcanzar el éxito casándome con alguien con dinero y con títulos. Y a mí todo eso me importa un comino, y lo mismo le sucede a James, pero eso es precisamente lo que ha exaltado tanto a mamá. No quiero ni pensar en el viaje que nos espera con ella hasta Derbyshire.
En privado, Maggie pensó que la viuda era muy banal y bastante estúpida. La única persona por la que parecía preocuparse mínimamente, aparte de por sí misma y por su legión de espléndidos antepasados, era James, a quien adoraba. Cuando él estaba cerca, su adoración no impedía que criticase sus actividades artísticas y lo que ella denominaba sus escarceos con la medicina, mas Maggie se había dado cuenta de que aprovechaba la mínima oportunidad para elogiarle ante la presencia de otros, manifestaba que era un gran artista, mucho mejor que Canaletto o ese espantoso Hogarth, y recomendaba sus pociones y sus remedios a todos sus amigos. Ahora, en un intento por animar a Lydia, Maggie dijo:
—Seguro que logramos animar un poco a tu madre si le sugerimos que como James se va a quedar en Londres, tal vez pueda cazar a la sobrina de lady Portland mientras vosotras estáis fuera.
Eso la hizo reír, mas negó con la cabeza:
—Puedes sugerírselo, si así lo deseas, pero te prometo que no cambiará su mal humor, pues sabe tan bien como yo que sin ella aquí para hostigarle, James no va a mover ni un dedo por despertar el interés de esa muchacha. De hecho —añadió con un gesto divertido—, le voy a rogar que nos acompañe. Mamá es muchísimo menos desagradable cuando él está cerca que cuando no lo está, pues es su favorito, a pesar de que él apenas se esfuerza por complacerla, salvo cuando le trae una poción o una loción de vez en cuando. Es rarísimo, pues yo, de niña, me esforcé y me esforcé por ser el tipo de hija que creí que ella desearía que fuese, y nunca me hizo ni caso. Siempre era James. Pero lo cierto es que es imposible que no te guste James y el hecho de que ella lo adore no es culpa suya. Ni siquiera creo que a él le importen esas cosas.
—Pero sí creo que le importe viajar a Derbyshire —dijo Maggie secamente—. A tu hermano le gusta demasiado la ciudad como para abandonarla.
—¡Oh, no conoces a James! —dijo Lydia— Tiene aficiones muy extrañas y siempre encuentra nuevas formas de divertirse. No está todo el día pintando y eso. Se pasó meses detrás del doctor Brockelby, no porque nunca haya deseado dedicarse a la medicina, qué va, las personas de nuestra condición no pueden hacer tal cosa, sino básicamente porque le gusta aprender cosas nuevas. Y también sabe mucho sobre otras materias, hasta Ned dice que James supo aprovechar el tiempo en Eton y en Oxford mejor que él mismo y Ned no es precisamente estúpido. Sí que es cierto que se enfada con James, porque dice que nunca se aplica en nada de importancia, que es por lo que discuten tanto, y por otro lado, James tampoco valora mucho las cosas que para Ned son de vital importancia.
—Pero nada de lo que dices —señaló Maggie con un suspiro— es razón suficiente para que tu hermano deje ahora la ciudad para ir a Derbyshire.
Lydia sonrió con picardía.
—De todas maneras, intentaré persuadirle para que vaya. De hecho —añadió con una mirada maliciosa—, me atrevería a decir que no será ni la mitad de difícil de lo que tú piensas, pues a menos que me falle mi intuición, nuestro queridísimo James te ha tomado cierto cariño.
—Pamplinas —Maggie no daba crédito a lo que oía.
—Nada de eso. ¿Por qué si no vino a por nosotras con Thomas anoche? Además, siempre ha sentido predilección por las mujeres rubias, que es por lo que creo que nunca mirará dos veces a la sobrina de lady Portland, que tiene el cabello bastante oscuro, y ha declarado en más de una ocasión que admira tu valor y piensa que eres diferente a todas las mujeres que había conocido hasta ahora. Si no son comentarios típicos de un caballero que siente interés por una dama… dime tú a mí qué son.
Maggie sabía bien que la poca experiencia de Lydia tampoco la convertía a ella en experta en tales asuntos y más tarde se alegró de haberse mordido la lengua pues, para gran sorpresa suya, la imperiosa misiva que envió Lydia a su hermano con un lacayo hizo que James apareciese en la casa de la familia Rothwell por la mañana, listo para partir hacia Derbyshire.
Si Maggie estaba sorprendida, notó que Ned estaba atónito. Había intentado explicar su intención de visitar finalmente Escocia, intento dificultado e interrumpido por las continuas quejas de lady Rothwell. Cuando James entró en el salón del desayuno, ambos se callaron, mas su hermano mayor fue el primero en recuperarse y preguntó:
—Pero bueno, James, ¿qué te trae por aquí tan temprano?
El joven Carsley sonrió a Lydia, se inclinó y besó la mejilla de su madre y respondió:
—Buenos días, mamá. ¿Aún sigues enojada por este asunto? Lydia me mandó decir que Ned ha vuelto a ejercer de tirano así que he aquí tu guía personal y más fiel. Buenos días, miss MacDrumin, confío en que mi familia no le haya consternado con todos sus ataques de mal humor.
Maggie no pudo resistirse a su alegre sonrisa, mas en el mismo instante en que se la devolvió comprendió que su sorprendente conducta podría llegar a causar más problemas de los que aliviase su presencia, pues la viuda, que se había mostrado encantada ante su inesperada entrada, ahora observaba a Maggie con profunda desaprobación.
—James —dijo lady Rothwell con tono severo—, tal vez a ti se te de mejor que a mí tratar de convencer a tu hermano de que nos resulta imposible abandonar la ciudad con tan poca antelación.
Éste posó una mano sobre su hombro y le dio un suave pellizco:
—Vamos, mamá, seguro que sabes que soy incapaz de ejercer ningún tipo de influencia sobre Ned, está más allá de mis poderes de persuasión. De hecho, bastante tengo con convencerle para que me permita acompañaros.
—¿Pero es que quieres ir a la casa de campo? —preguntó lady Rothwell claramente convencida de que era una idea absurda. Su querido hijo se encogió de hombros.
—Respecto a eso, diría que será tan deprimente como dice Lydia, pero por eso es precisamente por lo que no puedo negarme a brindar mi alegre presencia a vuestra expedición. Alguien tendrá que encargarse de evitar que caigas en la más absoluta desesperación por camino. Además —añadió sonriente—, si ahorro un poco ahora volveré a verme escaso de fondos antes de enero, y así me evitaré humillación de un sermón sobre mi economía personal por parte mi insensible hermano.
Rothwell lo había estado observando con detenimiento, mas ante su agudeza, sonrió y dijo:
—Deduzco que tu concepto de la economía consiste en no despegarte de mí en todo el viaje.
—Ciertamente. Si dijese que mi verdadero propósito es servirte de guía, no me creerías. Sé muy bien que tu excelente Fletcher se encarga de todos los preparativos cuando viajas. De hecho, me consta que no podrías arreglártelas sin él. Yo nunca podría estar a su altura.
—Esta expedición me apetece tan poco, que si hubiese sabido que no te importa visitar el campo en esta época del año, habría estado encantado de delegar todo el asunto en ti.
James hizo un gesto de sorpresa.
—¿En serio? Muchas gracias por ese voto de confianza… supongo.
Lady Rothwell hizo un sonido poco digno de una dama.
—Si es lo que piensas, Rothwell, te puedo asegurar que no me opondría a que fuese mi hijo quien nos acompañase, en tu lugar. Puedes dejarlo todo en sus manos.
Con una chispa de burla en los ojos, Rothwell negó con la cabeza y dijo:
—Lamento decepcionarte. Aunque no tengo ninguna duda sobre la capacidad de James para conduciros sanas y salvas a la casa de campo de la familia, sí que dudo de su habilidad para llevaros en contra de vuestra voluntad, y dado que la única razón por la que vais es porque así lo he decidido yo, también he de ser yo quien vele por vuestra seguridad durante el viaje.
Si esperaba gratitud, no la tuvo, y cuando lady Rothwell se dio la vuelta, claramente contrariada, Maggie comprendió que aquel viaje no iba a ser precisamente un viaje agradable.
Y no lo fue. Aunque las hostilidades no llegaron a provocar una guerra abierta, ni Lydia ni su madre aparentaron sentir otra cosa que no fuese resentimiento ante la idea de ser trasladadas de la ciudad al campo, y el mal tiempo no ayudó a suavizar su ira. El aire era frío y húmedo cuando los cuatro carruajes requeridos para transportarlos, los criados y el equipaje salieron de Londres. La lluvia se unió a la comitiva antes de que llegasen a Stevenage y empezó a caer con fuerza al segundo día, cuando dejaron la carretera principal en Stamford y se acercaban al pueblo de Oakham.
Entre el suave balanceo del segundo carruaje, junto a Lydia, acurrucada entre unas pieles, Maggie agradeció no estar en el carruaje que iba en cabeza en compañía de la viuda y de María Chelton, la mujer taciturna que había sido su doncella durante tantos años. Lady Rothwell, al notar que le empezaba a doler la cabeza, había gruñido y se había quejado tanto que en cuanto el tiempo mejoró la joven sugirió que tal vez se sentiría mejor si Maggie y ella pasaban un rato al coche de Rothwell y James.
Los dos hombres habían estado entretenidos jugando al piquet, mas cuando se hizo el cambio acogieron a las muchachas con evidentes muestras de agrado. James se movió al asiento que daba a la parte trasera para hacerles un hueco y dijo:
—No me esperaba que fuésemos a estar tan recluidos, normalmente es posible cabalgar casi todos los días hasta mediados de octubre, pero esto es demasiado. ¡No tardaremos en ver la nieve!
Rothwell se había apeado para ayudar a Lydia y a Maggie a montar y cuando tomó la mano de esta última ella le sonrió. Ahora, sentada enfrente de él, recordó la calurosa sonrisa con la que él le había respondido y mantuvo la mirada fija en el suelo, pues se resistía a dar la impresión de que alentaba sus atenciones.
Lydia bostezó.
—La carretera está llena de charcos. Es imposible que lleguemos esta noche.
James se rió.
—Pero no será por causa del tiempo. Por todos los santos, Lydia, no seas burra, aún faltan más de cincuenta millas.
—¿Tanto? Aún no es la una y media y sé que Ned suele hacer el viaje en dos días así que he supuesto que como viajamos con él nos costaría lo mismo.
—Cuando Ned viaja lo hace en un coche del correo y solo lo hace con Fletcher y uno o dos baúles —dijo, aún riendo—, lo que quiere decir que en algunas carreteras puede ir a más de diez millas por hora. Nosotros no creo que superemos las ocho en la carretera principal del norte, que es una de las mejor conservadas de Inglaterra. Y además, te diré que Ned nunca para en Stevenage en su primera noche de viaje, pero claro —añadió mientras lanzaba una mirada provocadora a su hermana—, siempre sale antes de las once de la mañana.
Lydia no podía decir nada al respecto, pues el retraso también había sido culpa suya. Al poco de que la viuda ordenase a sus criados que volviesen a llenar su baúl tras asegurarse de que llevaba un objeto que le iba a resultar indispensable en Derbyshire, la joven había recordado de pronto un artículo que bien se podía haber olvidado y hubo que vaciar otra caja y otro fardo para asegurarse de que no.
Durante todas estas pequeñas crisis Rothwell había demostrado tener más paciencia de la que Maggie hubiese imaginado y James también había aceptado los retrasos con resignación y ni siquiera se había quejado cuando su madre, una vez montada e instalada en su carruaje, preguntó de pronto si se habían guardado su estrellamar y su extracto de hierba mora. Dado que todo el mundo parecía estar bastante convencido de que sí, resultó incluso más fastidioso descubrir que ella no deseaba llevarlos guardados en el equipaje, sino a mano durante el viaje, así que María Chelton tuvo que rescatarlos del fondo del baúl situado más al fondo del carruaje del equipaje. Incluso ahora, ambos hombres parecían mostrarse meramente pacientes y divertidos ante la irritación de Lydia. Ella los miró:
—Espero que lleguemos mañana y que no estéis insinuando que todavía nos quedan dos días de tortura. Mamá no considera que sea correcto que Maggie y yo viajemos con vosotros, aunque seáis mis hermanos, y me atrevería a decir que no lo va a permitir por mucho más tiempo. Espero que su dolencia no sea el preludio de algo verdaderamente malo, o nos contagiará a las dos antes de llegar a la casa de campo. Me sorprendería que nos permitiera permanecer otra hora más en este coche.
—Llegaremos mañana —dijo con tono apacible.
Cuando lady Rothwell insistió en hacer un alto en la posada George Inn de Melton Mowbray, él le indicó que, en su opinión, estaría más cómoda en la Flying Horse de Nottingham. Ella se resistió, mas prevaleció la sugerencia de Rothwell y Maggie notó que él se esforzaba por tener paciencia. La viuda se encontraba mejor a la mañana siguiente, lo que alivió la preocupación de Lydia de que fuese a contagiar a todos con su enfermedad. No obstante, fue un gran sobresalto para todos ver cómo Fletcher, que apenas estuvo cerca de la viuda, se apeó del carruaje nada más llegar a la casa de campo y cayó desmayado a los pies de su señor.