EPÍLOGO

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El agente Dorian Wilson se sentó en su claustrofóbica oficina, con un montón de fotos esparcidas sobre su escritorio. Sus dedos tecleaban en el ordenador en busca de un disco duro donde había guardado otras fotos. Era un archivo antiguo con el que había tropezado, al igual que con la conexión entre Roman Reynolds y su bufete de abogados y las cuentas en Brasil. Parecía haber demasiados cabos sueltos, todos colgando en el aire frente a él, como si lo desafiaran a que resolviese el puzle.

Cuando las fotos aparecieron en la pantalla, Dorian se reclinó en su silla a mirarlas, aún con incredulidad. Las imágenes eran de un hombre (el cuerpo, la cara, las piernas, los brazos de un hombre) con garras de animal. Dorian no era un ingenuo, sabía todo acerca de las fotos retocadas con Photoshop. Pero algo le decía que esta imagen no era falsa. De todos modos daba igual que las garras fueran falsas, lo importante era que alguien las había utilizado para asesinar.

El senador Baines y su hija habían sido atacados hasta la muerte, al igual que les había ocurrido a esas dos prostitutas que habían encontrado hacía un mes. Se suponía que el Departamento de Policía Metropolitana estaba trabajando en los casos, que habían formado un equipo cuya misión era llegar hasta el fondo de los asesinatos. Pero los jefes de Dorian pensaban que todo aquello estaba vinculado de algún modo a Reynolds y sus conexiones, aún sin demostrar, con el cártel.

Dorian también lo creía.

Así que lo que tenía ahora frente a él eran más fotografías, más conexiones, pero nada concreto. Excepto la tarjeta de visita que había sido hallada en uno de los cuerpos.

Diamond Lauray Turner tenía veintiún años. Vivía en un sórdido hotel a dos manzanas del Athena’s, donde trabajaba como bailarina. Se había graduado en el instituto y estaba haciendo un curso online para conseguir el grado en administración de empresas. Sobre el papel parecía una buena chica.

Dorian cogió una de las fotografías del archivo de homicidios del departamento. La mitad de su cara había sido arrancada. En el informe, Diamond parecía un mero número de expediente. Y a Dorian no le gustaba eso.

En una mano tenía la foto; en la otra, la tarjeta de visita. Leyó el nombre una y otra vez, sintiendo cómo le aumentaba la adrenalina.

El nombre que aparecía en la tarjeta era Xavier Santos-Markland, agente especial del FBI.

Según el testimonio de una de las compañeras de Diamond un hombre se les había acercado en el callejón trasero del Athena’s la última noche que vieron a Diamond con vida. Dijo que el tipo tenía un especial interés en la joven y quería que ella le hiciera algunos favores. Le había dicho que lo llamase cuando necesitase algo. Las chicas aseguraron que habían advertido a Diamond que se mantuviese alejada del tipo, pero era joven e inocente, y probablemente quedó con él de todos modos.

Dorian rezó por que no lo hubiese hecho. Pero claro, ya era tarde para rezar por Diamond. Ahora todo lo que podía hacer era buscar justicia en su honor. Y era justo lo que tenía planeado, aunque eso significara arrestar a uno de los suyos.

Levantó el teléfono y marcó el número personal del móvil del agente especial Xavier Santos-Markland.