CAPÍTULO
9
Adónde vas? —preguntó Nick cuando ella se levantó y se puso a caminar por el suelo de piedra.
—Te hiciste famoso por cómo te fuiste la última vez. Esta vez tomaré yo la delantera —dijo ella de forma brusca antes de zambullirse en la cortina de agua y meterse en el arroyo.
Nick la maldijo y la siguió. Llegó a la orilla justo a tiempo para coger su ropa, ponérsela bajo el brazo y detenerla cuando se estaba poniendo el vestido.
—No vas a ir a ninguna parte sola —dijo con los dientes apretados. Aprovechó los segundos que tuvo mientras ella se vestía y se puso a toda prisa los pantalones y los zapatos.
—No necesito una niñera. Yo vivo aquí, ¿recuerdas?
Estaba enfadada y sus ojos ámbar, encendidos. Su aroma, aunque aún embriagador, era más suave, como una fresca brisa de verano.
—Mientras esté aquí, soy tu sombra. Hazte a la idea —le dijo él.
—¡Vete a la mierda! —Gotas de agua mojaron su camisa cuando se dio la vuelta y su pelo se movió del impulso.
Sus pasos eran muy largos para ser una mujer casi treinta centímetros más baja que él, pero Nick le siguió el ritmo. Ella conocía el bosque mucho mejor que él, pisaba serpientes venenosas antes de que él siquiera las viese, esquivaba lianas y las empujaba para que le dieran justo a él en la cara. Nick maldecía, pero la dejó seguir enfadada un rato más. Lo había pasado muy mal; tenía derecho a desahogarse como creyera conveniente. Por un segundo había tenido la esperanza de que su pequeña aventura en la catarata hubiera servido para calmar su resentimiento.
Obviamente no había sido así.
—Sabar no va a dejar de buscarte si tienes algo que él quiere —dijo Nick.
En ese momento atravesaban un claro; sobre los árboles que los rodeaban, los monos nocturnos se comunicaban entre sí formando un espectacular guirigay.
—No tengo nada que quiera ese parásito. —No se volvió a mirarlo mientras le hablaba.
—¿Qué es la damiana esa que te dio? ¿Qué es lo que hace?
—Te da un dolor de cabeza horrible —respondió cortante.
—¿Es eso lo que se supone que tiene que hacer?
Ella saltó por una pequeña pendiente y unas ramitas crujieron a sus pies.
—La damiana sale de la hoja de la turnera. Sobre todo se usa para tratar la hipertensión.
—¿Y? —Lo que dijo no sonaba muy convincente. Se preguntaba por qué querría la droga Sabar si lo único que hacía era regular la presión arterial—. Lucas ha dicho que era veneno.
Ella suspiró.
—Si no se purifica antes de usarla puede ser tóxica. También es un afrodisiaco. Puede inducir euforia.
Ahora empezaba a tener sentido.
—Puede vender eso en Estados Unidos y hacer un montón de dinero. —Aunque los efectos parecían muy semejantes a los del éxtasis, que ya era una parte muy importante del tráfico de drogas, Nick sabía que siempre había sitio para algo nuevo y mejor en lo que se refería a las drogas.
—No sé lo que puede hacer en Estados Unidos. No vivo allí, ¿recuerdas?
Por la forma en que decía «¿recuerdas?» daba la impresión de que guardaba algún tipo de rencor. Nick no sabía qué decir o hacer al respecto.
—¿Puede él conseguir la hoja fácilmente aquí sin ti?
—Claro que puede, por eso me la dio a mí. —Ary paró de caminar de repente—. Yuri me enseñó el proceso de purificación. Saca el veneno de la hoja para que no se introduzca en el torrente sanguíneo. Tengo el veneno en mí, pero estoy bien, excepto por el dolor de cabeza. Es extraño.
Ary dio un grito ahogado.
Nick se acercó justo detrás de ella y la cogió del brazo.
—¿Qué pasa?
—Me dio damiana, hervida como un té —dijo ella, sin mirarlo—. Pero no me excité sexualmente ni me sentí nada eufórica.
—¿Qué sentiste?
Ella lo miró.
—Ira, eso fue lo que sentí. Una ira salvaje y feroz que me hizo perder el control. —Jadeó y se cayó de rodillas mientras luchaba por tomar aire.
Nick se agachó con ella y la estrechó entre sus brazos.
—No pasa nada. Ya se ha terminado. No volverá a tocarte. ¿Lo entiendes? No dejaré que vuelva a tocarte.
Ella negó con la cabeza mientras él le acariciaba la espalda. De repente el bosque parecía más pequeño, como si se le viniera encima. El pánico la atravesó al recordar a Sabar golpeándola, la sensación de algo saltando en su interior cuando lo hizo. Fue como si hubiese encendido un interruptor y ella reaccionó de inmediato. José estaba en su campo visual y lo atacó sin pensarlo dos veces y sin ninguna provocación.
Abrió la boca, apretó la mandíbula y recordó.
—He matado a un shifter.
Las palabras pendieron en el ruido nocturno del bosque.
—Soy una sanadora. No soy una asesina. Y él era uno de nosotros.
A sus propios oídos, su voz sonó a derrota. Era una deshonra para su especie. Ella no era mejor que su padre.
Nick le agarró la barbilla y la miró a los ojos.
—No fuiste tú. Fue la droga —le dijo—. Tú no eres una asesina.
Sonaba bien, igual de bien que le sentaba estar entre sus brazos; tenerlo junto a ella era estupendo, y compartir sus besos era la guinda del pastel. Pero Ary no lo creyó. Ella quiso ver a José muerto y lo mató. Obviamente la damiana sin purificar en su organismo había incitado la ira, pero ella había cometido el acto. Eso era lo que la ponía enferma.
Salieron muy temprano de vuelta al Gungi. Los chicos iban delante, y Kalina y Ary avanzaban tras ellos, siguiéndolos muy de cerca. Cada dos pasos Rome o Nick miraban hacia atrás como si temieran que una de ellas, o las dos, desapareciera de pronto en el bosque. Ary podía oler el calor entre Rome y Kalina, por no hablar de la intimidad que la pareja parecía compartir a nivel humano. Una parte de ella anhelaba ese mismo tipo de conexión, pero otra parte reconocía que podía que nunca la tuviera.
—Quiere protegerte —dijo Kalina después de que se tomaran su tiempo para cruzar un silencioso río que resultó ser el hogar de más de una anaconda.
—No necesito su protección —dijo ella en tono desafiante—. No la quiero.
Kalina asintió con la cabeza, como si supiera a la perfección lo que Ary quería decir. Kalina era una mujer muy guapa con un aspecto indudablemente urbano. A ella le parecía un poquito rara, tal vez por su atrevido pelo corto o por la forma en que se comportaba, como si tuviera información privilegiada sobre todo y todos a su alrededor. Era una mujer muy atractiva y segura de sí misma, casi perfecta, y Ary se sentía algo apocada a su lado, lo cual, se dijo con cinismo, era motivo suficiente para que la odiara. Pero no podía hacerlo porque Kalina había sido la persona más amable con ella de todo el grupo desde el rescate.
—La verdad es que tú los conoces mucho mejor que yo —continuó Kalina. Tenía una voz tranquila y educada—. Pero parece que es instintivo en ellos eso de proteger a sus mujeres, aunque nosotras no lo necesitemos.
—A esos tres en concreto no los conozco bien. Si te refieres a los shadow shifters, sí, supongo que tienes razón. Pero solo los hombres emparejados actúan así —dijo Ary.
Kalina negaba con la cabeza mientras seguía el ritmo de Ary sin problemas.
—Nick y X son bastante protectores, y ellos no están emparejados. Yo creo que pretenden cuidar a todas las mujeres en general, y especialmente a sus parejas, claro.
Tenía sentido, pero Ary no quería hablar de eso.
—Supongo. Pero yo no necesito que me protejan. He vivido en el bosque toda mi vida. Lo conozco mejor que ellos.
—Pero ellos conocen a Sabar mejor que tú —dijo Kalina con cierta rotundidad.
—Eso ha terminado. No va a conseguir nada de mí y lo sabe —respondió Ary, fingiendo una seguridad que en absoluto tenía.
—No ha terminado para él. Créeme. Sé lo que es estar en su radar. A mí también me acechó y me secuestró.
Eso fue una sorpresa y Ary no pudo esconder su asombro.
—¿De verdad? ¿Es un secuestrador profesional?
Kalina se rio.
—Es un asesino, un asesino sádico y cruel.
Ary no dudó ni un segundo de esa afirmación.
—No voy a ayudarlo a crear algo que puede hacer daño a la gente. Soy una sanadora; va en contra de todo lo que me han enseñado.
—No le importará. No le importa nada ni nadie excepto él mismo.
—No lo entiendo —dijo Ary con un tono honesto—. Desde que era pequeña me enseñaron a salvar a las personas, a cuidarlas. No puedo imaginarme haciendo otra cosa. —Ni siquiera después de haber matado a un hombre, pensó.
—Serías una gran doctora en Estados Unidos —dijo Kalina con una risita ahogada—. Serías una de las pocas a las que de verdad les importan los pacientes. La mayoría prefieren el dinero.
Ary no sabía lo que quería decir con eso. A los curanderos no les pagaban por sus servicios; nacían para servir a su tribu. Pero ella anhelaba en secreto estudiar Medicina y había pensado en ir a Estados Unidos más de una vez.
—Él no me dejaría ir.
—¿Quién no te dejaría ir dónde?
Kalina hizo la pregunta antes de que Ary se diese cuenta de que había hablado en voz alta. Su padre marchaba justo delante de ellas y no quería hablar de él.
Cada vez que pensaba en todo el respeto que le había tenido a Davi Serino y en cómo se lo había recompensado él, Ary se estremecía. Y se ponía furiosa porque su padre era un traidor, un hombre que había traicionado a su hija y a su pueblo.
—Él —contestó con un rápido gesto con la cabeza en dirección a Davi—. Dijo que yo había nacido para ayudar a la tribu, que era mi responsabilidad quedarme aquí con ellos para siempre. Incluso después de que Nick… —Dejó que el resto de ese recuerdo se perdiera en el silencio. Kalina no necesitaba saber lo joven y estúpida que fue una vez. Y lo peor de todo era que había recaído, había vuelto a ser la misma estúpida de hacía tantos años, pensó mientras negaba con la cabeza.
—¿Dónde querías ir? Si no te molesta que te lo pregunte.
En realidad a Ary no le molestaba. De hecho, ya que había empezado era casi un alivio poder desahogarse. Era aún mejor que Kalina fuese de Estados Unidos. Alguien que hubiese nacido y crecido en el Gungi le diría que era tonta por querer algo más allá del bosque.
Con una profunda inhalación y una lenta exhalación, dijo:
—A Estados Unidos a estudiar Medicina.
Ahora era el turno de Kalina de sorprenderse.
—¿Por qué no querría tu padre que tuvieras una educación? Podrías aprender mucho más sobre medicina en la universidad y luego utilizar esos conocimientos para seguir ayudando a la tribu.
—Eso fue lo que yo le dije. Pero no estuvo de acuerdo.
—¿Y tu madre?
Ary negó con la cabeza.
—Ella siempre cree todo lo que él dice. Como si cada palabra que sale de su boca procediera de un ser superior.
—Eso podría cambiar cuando se entere de lo que ha hecho. ¿Qué crees que le pasará cuando volvamos? Es decir, ¿los veteranos le impondrán algún tipo de castigo? —preguntó Kalina.
Ary se encogió de hombros.
—Los veteranos no sé. Pero en cuanto a mi madre, no le importará lo que digan los demás. Siempre es lo que diga Davi. Y me pone enferma.
—No te culpo. Yo no dejo que ningún hombre piense por mí. Por mucho que quiera a Rome, somos compañeros, y cada uno tiene sus ideas y razonamientos con los que contribuir a las tribus y a nuestras vidas. No todo gira en torno al poderoso macho.
Ary tuvo que reírse por la forma en que Kalina dijo la última parte. Su voz se hizo más grave, como la de un hombre, y cogió aire mientras se daba ligeros golpes en el pecho con los puños.
—Sé a lo que te refieres. Odio esa forma de pensar.
—Es bárbara —ofreció Kalina entre risas—. Yo hombre. Tú mujer. Tú traer.
Ary asintió con la cabeza.
—Tú sanar y cocinar y limpiar. Yo liderar, tú seguir.
Las dos se rieron, y por primera vez en toda su vida Ary sintió que tenía una amiga, o al menos alguien que veía las cosas de la misma forma que ella. Eso la hizo sentirse bien, aunque solo fuera por un momento.
—¿Qué es tan gracioso? —preguntó Nick.
Era obvio que se había quedado rezagado del grupo para alcanzarlas. O para escucharlas a hurtadillas, lo cual le parecía a Ary más propio de él.
—No es asunto tuyo —contestó con brusquedad. Sonó rencorosa. No, inmadura. Pero no le importaba. Estaba cabreada consigo misma por haber caído otra vez en sus brazos. Aunque, para compensar, también estaba orgullosa porque había sido capaz de alejarse de él después, como si su encuentro no hubiese significado nada para ella.
Estaba segura de que para él solo había sido un episodio más de sexo con la pobrecita shifter del bosque. Y que la olvidaría sin problemas en cuanto volviera a casa, donde sin duda tenía otras mujeres con las que acostarse. El muy cabrón.
Kalina se aguantó la risa y aceleró el paso para adelantarlos y que Nick caminara junto a Ary.
—No hace falta que te tires a la yugular cada vez que te digo algo —dijo él de forma seca.
—¿De verdad? Dime, ¿qué debo hacer cuando el gran Dominick Delgado decide dirigirme la palabra?
—Podrías intentar ser civilizada. Somos adultos, ¿sabes?
—Tienes razón. Somos adultos. Entonces te diré que lo que Kalina y yo estábamos hablando era privado. ¿Mejor así? —Ary no se sentía mejor, eso seguro.
Lo de la noche anterior había sido maravilloso a un nivel puramente físico. Sin embargo, a la luz del día (o a la tenue luz del sol que se filtraba por la bóveda del bosque), Ary pensaba que había sido un error. Otro más en el que él estaba involucrado. En las últimas horas había reforzado su determinación de no dejar que le afectara su presencia. Y aun así, ahora que estaba a su lado, las alarmas saltaban en su cabeza. Su cuerpo, ese traidor, estaba respondiendo. Como siempre lo hacía cuando se trataba de ese hombre.
—Sería mejor si no estuviésemos en esta situación —dijo Nick.
¿Cómo lo hacía? ¿Cómo unas simples palabras dichas por él le llegaban tan hondo?
—Lo he dicho antes y lo diré otra vez. —Ary hizo una pausa y respiró hondo—. Voy a intentar decirlo de la forma más civilizada posible. Yo no te pedí que vinieras.
—No tenías que hacerlo. En cuanto me enteré de que estabas desaparecida no tuve otra opción. —Nick habló en voz baja, como si las palabras solo fueran para ella.
—Pues gracias —dijo ella a regañadientes. Era lo que debía decir. Además, no podía culpar a Nick por ser quien era. Todo era culpa suya por fantasear, por desearlo cuando sabía que no tenía ninguna posibilidad con él.
—Cuando lleguemos al Gungi quiero que te quedes en mi casa —dijo Nick.
Le tocó a ella detenerse.
—¿Qué?
—Quiero que te quedes en mi casa. Así sabré que estás bien.
Nick la miró como si sus palabras debieran haberse explicado por sí mismas, como si ella debiera caer rendida en sus brazos, o arrodillarse y besarle los pies con gratitud.
A Ary se le revolvieron las entrañas. Estaba furiosa.
—Me quedaré en mi propia casa. Yo soy la que vive aquí.
Nick se cambió de lado la mochila que Lucas llevaba antes en la espalda y que contenía las provisiones del grupo. Ary le había visto cogérsela al joven shifter y echársela a la espalda como si pesara menos que una pluma. El pobre Lucas, tan pequeño, andaba encorvado por el peso y debió de sentir un gran alivio al traspasarle a otro su carga.
—Me sentiré mejor si estás conmigo.
—Yo no. —Lo cual no era mentira. Solo pensar en estar cerca de Nick más tiempo del necesario para volver al Gungi ya estaba haciendo que se le acelerara el corazón.
—¿Por qué estás siendo tan difícil? —preguntó él, levantando la voz.
—¿No hacer lo que tú quieres me convierte en difícil? —replicó ella.
—He venido a ayudar. Te comportas como si yo fuera el que te ha secuestrado y traicionado.
—No, Nick. Tú eres el que me abandonó.
Fueron las palabras más difíciles que se habían escapado nunca de sus labios. Se le secó la garganta y las lágrimas amenazaron con brotar de sus ojos. Con los puños apretados, Ary se alejó.
Si permanecía más tiempo con él acabaría diciendo o haciendo algo de lo que, estaba segura, más tarde se arrepentiría.