CAPÍTULO

18

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X dobló en un callejón que daba a la parte de atrás del club de striptease Athena’s. Había oído algo interesante por la radio de la policía, una información que indicaba que allí había cierta actividad. Ubicado en uno de los barrios más ricos de D. C., Athena’s parecía un establecimiento bastante decente, si te gustan las mujeres ligeras de ropa contoneándose y exhibiendo sus encantos en tu cara mientras les lanzas dólares y te quedas sentado más empalmado que nada.

X no podía decir que le gustase precisamente.

Pero después, a juzgar por su erección cuando vio a algunas de esas mujeres saliendo por la puerta de atrás vestidas tan solo con lo que parecían sus prendas de trabajo, pensó que le podía gustar, o al menos de forma temporal.

Cuando X salió de su furgoneta y caminó hacia las mujeres sus botas produjeron un sonido amortiguado sobre la acera húmeda. Las tres estaban hablando y sacando cigarrillos. El tabaco le dio un poco de bajón, pero recordó que estaba allí por trabajo, no por placer. La más alta sujetaba un mechero y se lo ofrecía a sus dos amigas antes de encenderse su propio pitillo. Su larga melena negra le caía en rizos hasta la cintura. Llevaba unas medias brillantes de nailon, un tanga plateado y unas tiras en el pecho que parecían unos cubrepezones. X notó una sacudida en su entrepierna.

La segunda mujer, la que estaba más cerca de la puerta, era algo más baja que la primera, debía de medir alrededor de uno setenta. Tenía la piel de un color chocolate oscuro, con ojos grises, y finas y largas trenzas. X contempló cómo sujetaba el cigarrillo entre sus labios, que tenían excesivo brillo.

La belleza número tres del Athena’s era la más bajita de las tres, tenía la piel de color marfil y el cabello rojo fuego. Sus tacones eran metálicos y parecían unas púas clavándose en el suelo. La tela que cubría sus pechos era fina, así que los pezones le dieron la bienvenida cuando él se acercó. Las tres se sorprendieron al verlo porque estaban tan ocupadas hablando y fumando que no se habían dado cuenta de que alguien se acercaba a ellas.

—Buenas noches, señoritas —dijo X con una sonrisa falsa para que su altura, tamaño y aspecto en medio de la noche en ese callejón de la parte trasera de un club de striptease no fuesen demasiado intimidatorios.

—Piérdete, tío —dijo la mujer alta, haciendo una nada atractiva mueca con sus labios que le hacía parecer más dura de lo que X había imaginado al principio.

—Sí —dijo la del pelo color fuego con un sonoro chasquido del chicle que masticaba con la boca abierta—. La acción está dentro, no aquí. Nada de espectáculo gratuito —señaló.

X enfocó la mirada en la de la piel chocolate, que posó sus ojos grises en él y le sonrió.

¡Bingo!

—Estoy buscando algo fuerte —dijo despacio, mientras se humedecía los labios y le sostenía la mirada.

—Nosotras no vendemos —dijo la mujer alta mientras daba un paso hacia él.

X sacó una bolsita de plástico de su bolsillo trasero. Había sido tomada como prueba tras una redada de Antivicio, y él la había cogido prestada por una buena causa. No trabajaba en el Departamento de Drogas, pero en su calidad de agente del FBI a veces le estaban permitidas ciertas licencias. Esa era una de las ventajas de ser un agente experimentado.

—Esto es lo que busco —dijo, enseñándole la bolsa a la chica de los ojos grises.

Lo reconoció de inmediato. Su mirada se clavó en la de él, después en la de sus amigas, antes de dar un paso atrás.

—He dicho que no vendemos nada.

La más alta se encaró con X, bloqueando a las otras dos con actitud protectora.

—¿Sabéis dónde puedo encontrar un vendedor? —le preguntó.

La mujer apestaba a tabaco, alcohol, arrogancia y altanería. A X no le gustaba mucho.

—No es nuestra línea de trabajo. Pero —dijo flirteando, alargando la mano para tocar su bíceps izquierdo—, si el precio está bien, se nos podría ocurrir algo.

—Nada es gratis —dijo la del cabello rojo fuego, acercándose al otro lado de X y masajeándole el otro bíceps.

X enseguida se excitó, pero no deseaba a ninguna. Las habían usado tantas veces que ya no quedaba nada de ellas mismas en esas mujeres. Eran como robots haciendo el mismo trabajo noche y día. Le disgustaban y entristecían. Pero no tanto como cuando miró a la de los ojos grises. Dado que sus dos compañeras se habían pegado a cada lado de él la habían dejado sola, con la espalda contra la pared y las manos tras de sí.

X estaba seguro de que ella había reconocido el símbolo negro de la bolsa que les acababa de enseñar y sabía quién vendía la droga. Sus ojos la delataban, y era tan evidente que lo sabía como lo eran su miedo y su agitación.

X ni siquiera miró a las otras dos. Avanzó unos pasos y se separó de ellas, dejándolas confusas detrás de él.

—¿Cómo te llamas? —preguntó a la de ojos grises.

—Es Diamond —contestó la pelirroja a su espalda mientras hacía una sonora pompa con su chicle.

—Diamond —repitió X mirando a la mujer que ahora se mordía con nerviosismo el labio inferior—. ¿Tú sabes dónde puedo encontrar más como esto?

Antes de que una de las otras dos pudiese contestar, X levantó la mano para silenciarlas.

Diamond negó con la cabeza con el miedo brotando por todo su ser. Él sabía que nunca conseguiría que dijese nada frente a sus compañeras. Por lo visto ellas manejaban los hilos. De cerca parecía mucho más inocente de lo que X había pensado en un principio. X metió de nuevo la mano en el bolsillo, sacó una tarjeta y se la dio a Diamond. La extendió a una corta distancia por lo que ella tenía que separarse de la pared y acercarse a cogerla. Era una especie de prueba. Si cogía la tarjeta, quería ayuda. Si lo ignoraba, estaba equivocado y ella estaba tan perdida como las otras dos.

—Si recuerdas quién puede tener algo de esto, llámame —le dijo.

Diamond observó la tarjeta, después volvió a mirar a X.

—No sabe leer —dijo la alta riendo y acercándose a Diamond—. Todo lo que sabe es bailar y follar, por eso la contrataron.

La pelirroja se echó a reír y se acercó a la más alta. No dijo una palabra, tan solo miró a X.

—Si quieres acción y de verdad tienes dinero, querrás a alguien con más experiencia que ella.

—Me gustaría que me llamases si lo necesitas, Diamond. —X dijo su nombre con claridad y miró a las otras dos con desdén para que supiesen que le importaban una mierda sus opiniones.

X sintió como si se le fuera a caer el brazo de sujetar la tarjeta durante tanto tiempo.

—No te necesita. Hay cincuenta tipos como tú ahí dentro con la mano llena de dinero para lanzárselo en cuanto se agarre a la barra. ¿Por qué habría de necesitarte? —dijo la pelirroja entre risas.

La más alta sonrió, hizo una mueca y se sacó los pechos más aún, llevándose las uñas de un rojo brillante al pezón para juguetear con él.

—Tiene razón, tenemos trabajo dentro.

Fueron hacia la puerta. X estaba a punto de retirar el brazo y aceptar que no había conseguido nada con estas mujeres cuando Diamond se acercó y tomó la tarjeta entre sus dedos. No dijo una palabra, tan solo la cogió y se dio la vuelta antes de que él pudiese decir nada.

Cuando la puerta se cerró de golpe y el trío se hubo marchado, X abandonó el callejón, convencido de que pronto tendría noticias de Diamond.

Solo esperaba que no fuese demasiado tarde.

 

 

Desde la distancia Rome observó a Nick de pie frente a la tumba de sus padres. Henrique y Sophia Delgado estaban enterrados a unos tres metros de los padres de Rome. Sus nombres estaban escritos en las lápidas bajo el símbolo tribal de los Topètenia. Pero eso era todo lo que quedaba de ellos ahí, ya que sus cuerpos habían sido incinerados tras su muerte. Su especie no podía permitirse dejar ningún tipo de pista que pudiese ser descubierta. Aun así, su parte humana había continuado con las formalidades del funeral y un entierro. Era del todo necesario.

Rome había buscado a Nick en la oficina, después en su apartamento, pero no estaba en ninguno de los dos sitios. Ary le dijo que se había marchado temprano esa mañana. Ya era última hora de la tarde. Nick no compartía sus problemas; no era esa clase de shifter. Se guardaba sus preocupaciones, enmascarándolas con la rabia que llevaba siempre consigo como uniforme. Verlo ahí, en el cementerio, le provocó a Rome un sentimiento extraño.

Esperó un rato y luego se acercó hasta donde estaba Nick. Podía ver cómo su amigo levantaba y bajaba los hombros. Nick estaba pensando en el pasado, haciéndose preguntas, suponiendo las respuestas. Rome lo sabía porque no hacía mucho él había estado en la tumba de su padre haciendo lo mismo.

—Hicieron lo que tenían que hacer —dijo Rome cuando estuvo lo bastante cerca para que Nick le oyese.

Nick no se sobresaltó; lo más probable era que hubiese captado el olor de Rome mucho antes. Estaban tan unidos como hermanos, y cada uno conocía la mente del otro y sus acciones como si fueran propias. Sí, Nick supo que Rome estaba allí, lo supo en el momento que Rome se bajó del coche y se acercó. Eli y Ezra no andaban lejos. Estaban ocurriendo demasiadas cosas entre las tribus como para dejar a los líderes sin protección. Pero los guardianes se mantenían ocultos.

—¿Era necesario mentir? —dijo Nick sin mirar a Rome.

—Posiblemente. Lo único que sé a ciencia cierta es que no podemos volver al pasado para que nos digan qué hicieron.

—¿Crees que nos traicionaron? ¿Que les hablaron a los humanos sobre las tribus? —preguntó Nick.

Rome respiró hondo y después dejó escapar el aire.

—Creo que es posible. X no encontró nada en el Laboratorio Comastaz y Bas no me dijo nada en nuestra última conversación. Encontré pruebas de que mi padre se comunicaba con alguien, pero no sé si es alguien en quien podamos confiar o no.

Nick se giró entonces hacia Rome reconociendo la similitud de su forma de pensar como shifters y lo unidos que estaban. Si había alguien en quien podía confiar con toda su alma, ese era Rome.

—Creo que mi padre sabía lo del cargamento que salió del Gungi aquella noche. Creo que por eso insistió tanto en que me fuera y no volviera nunca.

Rome permaneció en silencio al principio: Nick lo sabía y quería hacer algo, por ejemplo rugir de frustración, destrozar lo que se le pusiera por delante, liberar su rabia, gritar, matar. Pero no había hecho nada de eso. Se había limitado a permanecer allí, mirando las lápidas de dos personas a las que había querido mucho y sobre las que ahora temía haber estado equivocado.

—Si sabía lo del cargamento, sabía lo de Davi —dedujo Rome—. ¿Es eso lo que estás diciendo?

—Solo teníamos diecinueve años, no sabíamos nada —contestó Nick pensando en el pasado.

—Estábamos en la universidad. Y sabíamos algunas cosas. La Asamblea ya se había puesto en contacto conmigo, yo sabía que sería líder de Facción, igual que sabía que algún día apoyaría a las tribus.

—Pero tú no enviabas aún dinero ni suministros. Así que, ¿cómo los conseguían?

Hablar hacía que la mente de Nick fuera más rápido y las ideas aparecían como fogonazos.

—No quiero creer que nuestra tribu vivió del dinero de las drogas —dijo Rome de forma solemne.

Nick sacudió la cabeza con el ceño fruncido.

—No querer creerlo no destruye esa posibilidad. Si alguien estaba enviando drogas desde el Gungi a Estados Unidos y usando ese dinero para mantener a las tribus, ¿lo consideramos bueno o malo? ¿Era lo que tenían que hacer para mantener a las tribus o estaban traicionando la Ètica?

Nick odiaba el código ético de los shifters, pero lo cumplía, al menos la mayor parte. La norma de que los shifters debían obedecer todas las leyes humanas era la más ambigua, y la que sabía que a los rogues les importaba una mierda.

—Hoy por hoy, dado que soy el líder de los shifters en Estados Unidos, lo llamaría traición. Dado que ambos somos abogados sujetos al sistema judicial humano, es ilegal. —Rome suspiró—. Pero no hay nada que podamos hacer para cambiar el pasado. Si eso era lo que estaban haciendo, no podemos arreglarlo.

—¿Y si alguien decide que quiere retomar lo que nuestros padres comenzaron? —preguntó Nick.

Rome lo miró. Nick le sostuvo la mirada. Parecían comunicarse en silencio. Sus felinos rugían y se movían, compartiendo sus opiniones.

—Descubriremos qué se traían entre manos nuestros padres —dijo Rome al final.

Nick se encogió de hombros.

—No creo que tengamos otra elección. Nuestra salud mental depende de ello.

Rome sonrió levemente.

—Tu salud mental depende de ello. Yo me resigno a lo que quiera que sea. Descubrí quién mató a mis padres y tengo cierta idea del porqué.

—Pero Darel y Sabar siguen vivos y trabajando codo con codo para acabar con nosotros.

—Morirán intentándolo —fue la rápida respuesta de Rome.

Nick rio.

—Creo que has pasado demasiado tiempo conmigo —contestó Nick a su viejo amigo. Estaba contento de que Rome hubiese ido al cementerio y muy agradecido de que ambos pudiesen compartir lo que se estaba convirtiendo en un problema grave, que los afectaba a ellos personalmente. Nadie más entendería por lo que estaban pasando, ni siquiera X, porque sus padres no formaban parte de la Asamblea ni habían vivido con las tribus del bosque. Ellos siempre habían vivido en Atlanta y cuando se mudaron a Washington no se habían relacionado con los shifters estadounidenses más de lo estrictamente necesario. Solo X se había unido a Nick y Rome y la causa común. Y nunca hablaba de sus padres. Nunca.

—Descubre lo que puedas acerca de ese cargamento y de quién lo trajo o adónde fue —le dijo Rome a Nick.

—Ya estoy en ello —contestó Nick.

—Bien. —Rome se dio la vuelta y comenzó a alejarse de las tumbas.

Nick lo siguió.

Rome continuó hablando.

—Hablaré con Bas acerca del laboratorio para saber qué es lo que de verdad está ocurriendo allí.

—¿Sabes algo de X? —preguntó Nick.

—Aún no.

—Lo llamaré.

—No —dijo Rome sacudiendo la cabeza—. Tú tienes que volver a casa a ver a tu compañera. Yo hablaré con X.

A Nick no se le escapaba una; ni siquiera la pulla que Rome había tratado de lanzarle.

—Ya sé que es mi compañera, Rome. No tienes que convencerme de ello.

—No pretendo convencerte —dijo acercándose al coche mientras abría las puertas con el mando—. Solo intento enseñarte de qué va esto de las parejas.

El coche de Nick estaba aparcado frente al de Rome. Los de los guardianes estaban cerca, algo más abajo.

—No necesito lecciones en lo que a mujeres se refiere —dijo Nick riendo.

Rome abrió la puerta y estaba a punto de entrar cuando le contestó.

—No es solo una mujer. Es una shifter, y eso es muy distinto al juego que te traías con las otras chicas. Puedes confiar en mí. Sé de lo que hablo.

Nick asintió.

—Todo irá bien —dijo.

Nick se sentó en el asiento del conductor y arrancó, sintiéndose una milésima mejor, un poco menos agobiado por todo lo que les estaba ocurriendo. El hecho de que Rome hubiese sacado el tema de Ary era lo que había equilibrado la balanza. Ella estaría en su casa esperándolo, con su atractivo cuerpo y su bonita sonrisa. Se apresuró hacía la carretera, con la certeza de que Ezra debía de estar maldiciendo mientras intentaba alcanzarlo con ese enorme todoterreno que conducía.

Quería llegar cuanto antes a casa. Quería llegar lo antes posible para estar con Ary.