CAPÍTULO
12
WASHINGTON, D. C.
Reagrupando. Parecía que siempre estaba reagrupando. Sabar estaba más que harto de ello y juró que la próxima vez que se encontrase cara a cara con esos shifters, el líder de Facción de la Costa Este y su equipo, iba a matarlos a todos y cada uno de ellos. Ya fuera con las armas que llevaba encima o transformándose y arrancándoles la garganta, pero iba a deshacerse de ellos de una vez por todas.
Quiso haberlo hecho en el Gungi, pero cuando lo sorprendieron en la casa donde guardaban la droga no estaba preparado. Eran cuatro contra uno, Franco no era uno de sus rogues entrenados y nunca habría sido capaz de matarlos. Además, Kalina luchó junto a ellos, esa zorra traidora. Quería que su muerte fuese especialmente cruel. Y odiaba haber dejado a la curandera. Ella era el único motivo para volver al Gungi. Sus cargamentos podían llegar a Estados Unidos sin que él los supervisara.
Pero juró que no dejaría al líder de Facción y a sus seguidores con vida una vez más. Y se aseguraría de que no volvieran a pillarlo desprevenido.
Mientras bajaba por las escaleras del edificio de arenisca que había reformado, Sabar dejó que sus dedos se deslizasen por el sedoso papel pintado que forraba todas las habitaciones del primer piso. Era rojo sangre con espirales plateadas y hacía juego con la moqueta de color arándano. Aún no había recibido la mayoría de los muebles, pero este era un buen principio.
Sabar recorrió las habitaciones para ver los avances y se fijó en todo lo que el cretino del diseñador (al que le gustaba mirar a Sabar mucho más que a las mujeres) no había hecho. Su nombre era Freid y se lo había recomendado Darel, por lo que Sabar estuvo de acuerdo en darle una oportunidad. Pero la primera vez que hiciera un comentario fuera de tono sobre él o su sexualidad, ¡lo pondría de patitas en la calle!
Darel era el que más tiempo había estado con Sabar y su rogue más leal. Sabar confiaba en él por completo, lo que era significativo porque no se fiaba de nadie. Por eso había dejado a Darel a cargo mientras él viajaba al bosque. Ahora Darel estaba de camino a Nuevo México para recibir el cargamento. Sabar pensó que sería mejor que él y su producto estuviesen en lugares diferentes. Por eso había comprado ese viejo almacén en ruinas cerca de la frontera de Virginia. Aunque Darel y él también tenían dormitorios allí, prefería no usarlos por si los desmantelaban si alguna vez rastreaban sus drogas.
Sus pensamientos se vieron interrumpidos cuando sonó su teléfono. Sabar lo sacó de la funda que llevaba en la cintura.
—Habla —ordenó. La voz al otro lado obedeció.
—Recogida satisfactoria. Voy camino de vuelta.
Eso era justo lo que Sabar quería escuchar.
—Bien. ¿Y las mujeres?
—Están en el almacén.
¡Genial! Por eso sabía que podía dejar a Darel al mando. El rogue supo al instante que Sabar no querría tener a unas sucias strippers en su nueva casa, así que las dejó en el almacén. Perfecto.
—Traerán a la curandera aquí. Pero no quiero esperar. ¿Está Hanson preparado para empezar?
—Está un poco nervioso. Tal vez deberías volver a hablar con él —dijo Darel con tono seco—. Es un gamberro con un gran ego y una boca aún más grande. Ahora tengo a Gabriel vigilándolo.
Gabriel era un nuevo shifter. Había acudido a Sabar después de escapar de las garras de Boden. Al cabrón que se había llevado a Sabar del Gungi le gustaban jovencitos. Sin embargo, nunca contaba con que esos jóvenes al final crecían y se convertían en fuertes shifters.
Sabar asintió con la cabeza mientras jugueteaba con unos mechones de su cabello con los dedos. Hacía eso cuando pensaba; por norma general en su dinero. Y Hanson, el estudiante de química que habían reclutado en Georgetown hacía un par de semanas, podría estar echándole mano a sus beneficios. El chaval se creía la leche. Pensaba que todas sus becas y las empresas farmacéuticas y laboratorios de investigación que lo perseguían para que trabajase para ellos después de graduarse lo convertían en un dios. Entonces conoció a Sabar. Y sorprendentemente, a pesar de lo listo que era, no se dio cuenta del grandísimo error que cometía al aliarse con él. Aún no sabía lo que le esperaba si no hacía lo que Sabar quería.
—Sí, le haré una visita. Me aseguraré de que está al tanto del plan y conoce su papel. —También se aseguraría de que obedecería sus órdenes, y, en caso de que no fuera así, de que regresara en una bolsa de plástico cortado en trocitos—. De momento trae el producto de forma segura y después ya veremos.
—No hay problema —dijo Darel.
Al colgar, Sabar sonrió. Eso era lo que le gustaba de Darel, que siempre obedecía. Por algo era su segundo al mando. No era su socio, nadie estaría nunca a su altura, pero era un buen segundo rogue. Tendría que recompensarlo; cuando todo terminara quizá le regalara a una de las strippers que iban a utilizar. Era lo menos que podía hacer.
DESPACHO DE ABOGADOS DE REYNOLDS & DELGADO
WASHINGTON, D. C.
Trabajar era inútil.
Nick soltó el bolígrafo y dejó caer la cabeza entre las manos. Luego pensó en la deposición del día siguiente a las nueve de la mañana y comprendió que era mejor continuar. Volvió a abrir la carpeta que había cerrado segundos antes y se puso a leer.
Era el caso de una mujer a la que habían obligado a abortar por una amniocentesis, cuyos resultados se demostró más tarde que habían sido erróneos, mediante la cual se diagnosticó que el feto sufría esclerosis múltiple. Nick representaba a la empresa del médico y se le revolvía el estómago cada vez que leía las declaraciones de la mujer que se había quedado huérfana al nacer, luego había sido maltratada por su marido y por último había perdido lo que más quería en el mundo, un hijo, por una equivocación del médico.
Normalmente este era un caso claro para Nick. Defender a su cliente y obtener un veredicto favorable o el pago mínimo al demandante. Pero esta mañana, con la hermosa mujer que tenía en la habitación de invitados de su apartamento, no podía concentrarse.
Habían llegado a la pista privada de aterrizaje de los shifters a las afueras de Washington a eso de las tres de esa mañana. Eli y Ezra, los guardaespaldas principales de la Facción de la Costa Este, estaban esperando allí con sus vehículos para recogerlos. A Rome y Kalina los llevó a casa Eli. Nick guio de inmediato a Ary hacia el todoterreno de Ezra y X se subió con ellos también, ya que su apartamento no estaba muy lejos del de Nick.
—Pronto encontraré un lugar donde alojarme —comentó Ary mientras se acomodaba en el asiento de atrás.
Nick estaba demasiado cansado para discutir, o demasiado distraído. Probablemente un poco de las dos cosas. Pero se mantuvo en silencio durante todo el trayecto.
Cuando llegaron a su casa, Ary cogió la bolsa de viaje y entró en la habitación de invitados sin dirigirle la palabra. Unas horas más tarde Nick se despertó para ir a la oficina, y decidió que era mejor no molestarla.
En realidad, estaba guardando las distancias. Cada vez que se encontraba cerca de ella, decía o hacía algo equivocado. O lo que ella consideraba equivocado, que solía ser prácticamente todo lo que él decía. Era frustrante; al fin y al cabo, le había salvado la vida, tendría que estarle agradecida en vez de ser tan rencorosa. Él ya había admitido su error y le había pedido perdón por lo menos mil veces… ¿No era eso suficiente?
En su ahora abarrotado escritorio, el teléfono de Nick sonó.
—¿Sí? —contestó él con casi tanta irritación como la que estaba sintiendo. O posiblemente más.
—La oficina del señor Scher ha llamado para cancelar la deposición de mañana por la mañana. Mandarán más detalles enseguida.
Nick suspiró. Eso significaba que no tenía que sentarse a revisar todos los informes médicos del caso en ese momento.
—Bien, Kerry. Gracias.
—Ah, y aquí hay alguien que quiere verlo, señor —añadió su asistente justo cuando Nick estaba a punto de pulsar el botón que cortaría la llamada.
—No tengo nada programado —fue su respuesta.
Nunca se reunía con nadie el día anterior a una deposición, a no ser que fuese el cliente, y no necesitaba hablar con el médico que se enfrentaba a múltiples cargos por negligencia sobre este caso en particular. Nick sabía todo lo que necesitaba saber y solo estaba intentando averiguar cómo podía defender al muy idiota.
—Es, eh… —Kerry se aclaró la garganta y continuó en un susurro—. Dice que es su hermana, señor.
Nick frunció el ceño. Solo tenía una hermana y llevaba fuera mucho tiempo, deambulando por el mundo. No sabía ni dónde estaba ni a qué se dedicaba desde hacía cinco años.
—Que pase —dijo mientras se preguntaba si sería Ary que había ido a visitarlo y le daba miedo usar su verdadera identidad.
Por supuesto que eso no tenía sentido para él. Aun así, Nick se levantó de la silla y se ajustó la corbata. Estaba caminando alrededor de su escritorio cuando la puerta de su oficina se abrió. En ese instante sintió como si el aire de la habitación desapareciera de golpe.
Otro fantasma de un pasado más reciente se le apareció, y Nick detuvo su paseo alrededor del escritorio para recobrar el aliento.
La miró incrédulo. El pelo negro le caía por la espalda a capas. Tenía los ojos oscuros, o mejor dicho ahumados, unas largas pestañas y espesas cejas arqueadas. Era su hermana, efectivamente, y desde luego había madurado muchísimo desde la última vez que la había visto. Se acercó a él con las manos en las caderas. Iba vestida con una minifalda negra, medias de rejilla y una camisa blanca que daba a entender que respirar no era una prioridad para ella.
—Dominick.
Dijo su nombre con un ligero acento que Nick no pudo reconocer. Sus labios esbozaron una sonrisa y sus ojos se iluminaron cuando él abrió los brazos.
—Ya era hora —dijo él, mientras la abrazaba con fuerza—. Joder, Caprise, ha pasado muchísimo tiempo.
Ella también lo abrazó y se rio cuando él la balanceó de un lado a otro de la forma en que solía hacerlo su padre cuando era pequeña.
—Me estás asfixiando —dijo sonriendo.
Nick la abrazó un poco más suave.
—Me has matado estando tan lejos todo este tiempo. ¿Dónde diablos te has metido?
Ella se soltó de sus brazos y le hizo un gesto de desdén con la mano.
—No importa. Ahora he vuelto.
—Ya lo veo. ¿Qué estás haciendo? ¿Trabajas? ¿Estudias?
Caprise era cuatro años menor que Nick; acababa de celebrar su treinta y un cumpleaños hacía un mes. Nick hizo una mueca por el hecho de que pudiera haber estado sola en ese día tan especial.
Caprise dejó caer su ágil cuerpo en una de las sillas de invitados, cruzó las piernas y puso los brazos en el regazo. Unas pulseras colgaban de sus muñecas, y él se dio cuenta de que llevaba un gran anillo de plata de una forma rara que le abarcaba casi tres dedos.
—Estoy buscando un sitio donde alojarme. Y no, no contigo. Voy a echar un vistazo a unos cuantos apartamentos esta tarde, así que me imaginé que ahora era el mejor momento para pasarme por aquí porque luego voy a estar muy ocupada.
Él estaba de acuerdo con lo que acababa de decir.
—Si hubieras venido ayer no me habrías encontrado. He estado fuera, he vuelto a la ciudad esta mañana.
—¿De verdad? ¿Dónde estabas esta vez? ¿En Hawái con el sabor del mes? ¿O has ido a Islas Turcas y Caicos? ¿Aún te sigue gustando tanto?
Nick sonrió y fue a sentarse de nuevo en su silla.
—Ya lo sabes. La mejor escapada tropical del mundo. Pero no es allí donde he estado. Fui al Gungi.
Nick supo en el minuto en que lo dijo que ella se quedaría callada, lo más probable que irritada. Le sorprendió verla encogerse de hombros.
—Pues deberíamos cenar juntos o algo. En realidad ya no sé lo que hacen los hermanos.
—Ya no sabes lo que hacen los hermanos como nosotros —la corrigió Nick, y ella frunció el ceño.
—No empieces, Nick. Estoy intentando progresar un poco. Seguir adelante con mi vida.
—Aún estoy intentando adivinar qué fue lo que detuvo ese progreso hace cinco años. Te marchaste sin más y nunca llamaste ni intentaste ponerte en contacto conmigo.
—Tú tampoco intentaste ponerte en contacto conmigo —rebatió como si ella fuera la abogada.
Nick tamborileó con los dedos en la mesa.
—Puedes agradecérselo a Rome. Yo quería remover cielo y tierra para encontrarte, pero él me sugirió que te diera algo de espacio. Le hice caso, pero no me gustó.
Caprise sonrió, y el corazón de Nick se derritió al instante. No podía estar enfadado con ella, no cuando estaba tan contento de verla.
—Eso suena a algo que Rome diría. ¿Sigue estando tan bueno como siempre?
Nick se encogió de hombros.
—No voy a contestar a eso. Pero te diré que está emparejado.
—¿Qué? ¡Venga ya! ¿Roman Reynolds ha sentado la cabeza con una mujer?
Nick se rio por lo bajo porque a él aún le costaba creerlo.
—Kalina es guay. Es una shadow como nosotros.
Otra vez la mirada apática. Caprise nunca había aceptado su herencia, ni siquiera después de pasar un tiempo en el Gungi. Y parecía que no iba a empezar ahora.
—Hurra —dijo mientras ponía los ojos en blanco—. ¿Cómo va el trabajo?
Y eso era todo lo que su hermana pequeña pensaba decir sobre ser una shadow shifter o estar en el Gungi. Después del viaje que Nick acababa de hacer, no estaba tan seguro de poder culparla.
—La firma va bien. ¿Y tú qué tal? ¿Qué estás haciendo con tu vida? —Nick miró a su hermana mientras se reclinaba en la silla.
Por fuera era una joven encantadora, con unos rasgos despampanantes que cualquier hombre miraría dos veces. Por dentro, sin embargo, Nick sospechaba que pasaba algo muy distinto. Hubo un tiempo en que Caprise y él estaban tan unidos como si fueran gemelos, pero eso fue antes de su acordado y antes de la muerte de sus padres.
—Estoy intentando recomponer mi vida —dijo mientras ladeaba la cabeza como si no esperase más preguntas.
—¿Y cómo piensas hacerlo?
La pregunta le salió sin pensar y enseguida se arrepintió de haberla formulado. Claro, que la siguiente pregunta que le hizo tampoco fue muy acertada:
—Vale, entonces dime… ¿Qué has estado haciendo en estos últimos cinco años?
Caprise negó con la cabeza.
—No quiero hablar de eso. Solo quiero ir a casa y organizarme. ¿Te parece bien?
Nick meditó su respuesta. Si seguía haciéndole preguntas a su hermana, ella pensaría que quería controlarla y volvería a huir. Y Nick no quería que eso pasara. Naturalmente, quería saber dónde había estado y qué había estado haciendo, pero el abogado que había en él decidió proceder con cautela, darle el espacio suficiente antes de tomar medidas drásticas y sacarle la información que quería.
—Guay. ¿Dónde vas a vivir?
Ella volvió a sonreír.
—Sabes, me preguntaba por qué no me habías exigido de inmediato que me quedara en tu casa. Pero ahora, aquí sentada, estoy sintiendo… —Paró e inhaló hondo—. Sí, estoy sintiendo que ya no tienes sitio para mí.
Renegaba de ser una shifter, pero al mismo tiempo recurría a sus innatos sentidos felinos. Nick tuvo que sonreír: seguía siendo la chica que conocía.
—Te he dicho que acabamos de regresar del Gungi. Rome, X, y yo. Fuimos a rescatar a una curandera. La hemos traído de vuelta con nosotros.
«Nosotros», se repitió a sí mismo. No «yo» he traído a Aryiola de vuelta «conmigo». Extraño.
—Qué fuerte —dijo ella—. Rescatas gente y todo eso. Mamá y papá estarían orgullosos de ti.
Nick decidió no hacer caso a ese último comentario de su hermana.
—¿Sabes que Rome es el líder de Facción de la Costa Este y yo soy su comandante? Trabajamos para todos los shifters. Incluida tú.
Ella negó con la cabeza otra vez.
—Yo cuido de mí misma.
El móvil de Nick sonó y le echó un vistazo a la pantalla para ver quién era.
—Tengo que cogerlo.
—Está bien. Solo quería pasarme a verte y decirte que he vuelto. Me pondré en contacto contigo y te diré dónde me alojo.
Nick levantó un dedo para que se quedara y pulsó el botón para contestar al teléfono.
—Delgado.
—Los líderes de Facción tienen una conferencia esta noche en casa de Rome —dijo X con su habitual voz áspera.
—Perfecto. Allí estaré. Hasta luego —contestó Nick de golpe.
—¿Estás bien? —preguntó X antes de que Nick colgara.
—Sí. Caprise ha vuelto. —Colgó antes de que X pudiera decir algo. Estaba seguro de que su amigo también tenía muchas preguntas que hacerle a Caprise y ese no era el momento. Ya hablarían más tarde.
—¿Quién era? —preguntó ella en el momento en que él dejó el teléfono encima de la mesa.
—X. Mira, tengo que contarles que has vuelto. Han estado muertos de preocupación igual que yo.
—Tú diles que mantengan las distancias —fue su cortante respuesta—. De la misma forma que te lo digo a ti. Ya no soy una niña pequeña. Puedo ocuparme de mí misma y de mi vida.
Nick caminó alrededor del escritorio y se detuvo a solo unos pasos de ella.
—Aún eres mi hermana pequeña.
—Eso —dijo ella, esbozando una leve sonrisa—, no es algo que yo pueda cambiar. Pero estoy bien, Nick. Por fin estoy bien. Dejemos que siga así.
Parecía sincera, como si de verdad quisiera que él creyera sus palabras. El problema era que Nick la conocía desde hacía un montón de tiempo, y era su hermano, no un hombre corriente que se dejaría engañar por esos grandes ojos oscuros y esos labios carnosos haciendo un mohín. No, él la conocía muy bien. Su hermana había olido en él el calor que desprenden los shifters cuando se emparejan, y él había olido en ella la ansiedad y el miedo enmascarado.
—No vuelvas a desaparecer esta vez o iré hasta donde haga falta para encontrarte —dijo él.
—Estoy aquí para quedarme —contestó ella con seguridad.
—Entonces nos vemos pronto.
Cuando la abrazó, Nick prestó mucha más atención que antes y aguzó sus sentidos: su tensión, su olor… Y sintió un gran pesar en su corazón porque su hermana le transmitió miedo y tristeza.
—Cuídate —le susurró al oído.
Ella afirmó con la cabeza, y cuando se apartó, Nick pudo ver el brillo de las lágrimas en sus ojos.
—Lo haré. Y tú haz lo mismo, ya que vas por ahí jugando a ser un guerrero.
La dejó salir de su oficina sin decir nada más, porque no estaba seguro de si lo próximo que saldría de su boca sería pedirle que se quedara con él. Tenía un apartamento grande de tres dormitorios. Podría quedarse.
Pero Ary estaba allí.