CAPÍTULO

20

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Se lo diste? —preguntó Sabar a Norbert.

—Sí, sí, lo hice —tartamudeó este.

Sabar se preguntó cómo podía ese tipo ser tan bueno en su trabajo. La investigación que dirigía en el George Washington le exigía hacer presentaciones delante de inversores para conseguir fondos. Y no entendía cómo lograba que se los concedieran, con ese tartamudeo y el sudor que resbalaba por su cara cada vez que se le preguntaba algo.

Estaban en el refugio, en el edificio de arenisca en el que vivía Sabar, quien quería estar bien informado sobre el desarrollo de la nueva droga y su primera prueba. Norbert regresaría a Virginia, al almacén donde estaban situados el laboratorio y los dormitorios, junto a los rogues asignados para vigilarlo allí. Darel permanecería con Sabar y la muñeca de pruebas.

—No está nada mal —dijo Gabriel relamiéndose. Sus maliciosos ojos miraban de arriba abajo a la mujer semidesnuda que estaba tumbada en la cama.

—Es joven —añadió Darel.

—Es una muñeca de pruebas —les dijo Sabar y los empujó para abrirse paso y quedarse justo al lado del cuerpo de la mujer, tendida en la cama.

La habitación estaba oscura a excepción de una pequeña lámpara en la mesilla junto a la cama. Las paredes habían sido pintadas en un tono más claro que el verde de la moqueta que cubría el suelo. No había más muebles en ese cuarto, que ellos llamaban la habitación de pruebas.

—Tú quédate aquí y vigílala —le dijo Sabar a Darel—. Mañana por la mañana quiero un informe con cada una de sus reacciones.

Norbert ya había empezado a afirmar con la cabeza. Estaba a los pies de la cama, frotándose sus pálidas manos, que sonaban por la fricción.

—Tal vez debería quedarme con ella por si algo va mal.

—Tú regresas al laboratorio a mezclar más droga. Si ocurre algo, Darel se hará cargo —dijo Sabar sin dudar.

Norbert agachó la cabeza mientras Darel mostraba su conformidad.

—No la dejaré sola.

—Sí, yo también me quedaré —dijo Gabriel mientras acariciaba el muslo de la chica y llevaba después la mano hacia su rodilla y luego hacia su pantorrilla con dedos temblorosos—. Me aseguraré de que está bien.

Sabar le golpeó la mano.

—Tú vigilarás y eso es todo. ¡Llévatelo de aquí ya! —ordenó a Gabriel apuntando a Norbert.

—No deberíamos apresurarnos con la droga. Nunca he trabajado con estos materiales… Y la cocaína es pura. Po… podría morir —le dijo Norbert a Sabar nervioso.

Sabar cubrió el espacio entre él y Norbert en dos segundos, le cogió la cara y la acercó a la suya después de agarrarle por el cuello y levantarlo del suelo.

—Escúchame, cerebrito, yo soy quien manda aquí. Así que cuando digo fabrica la droga, ¡eso es precisamente lo que quiero decir, joder! Ahora regresa a tu trabajo antes de que te corte tu pequeña y calenturienta polla y te la dé para cenar.

Norbert palideció, y con razón, ante la amenaza y la fuerza de Sabar. El químico cayó al suelo en cuanto Sabar lo soltó, solo para ser agarrado de nuevo y arrastrado fuera de la habitación por Gabriel.

Cuando estuvieron solos, Sabar aplaudió y miró a Darel.

—Ya está todo listo. Esta nueva droga nos va a proporcionar un dinero constante.

—¿Qué hay del trato con Slakeman? Llevan toda la semana llamando de su oficina. ¿Quieres que me encargue? —preguntó Darel.

—No —contestó Sabar sacudiendo la cabeza—. Yo me encargaré de él por ahora. Si no coopera, entonces puedes hacer lo que quieras. Ahora mismo ella es tu prioridad número uno. No vamos a conseguir más poder si no tenemos algo con lo que mover los hilos por aquí. Una nueva droga nos dará justo eso.

Darel asintió.

—Cortez no se pondrá contento.

—Cortez es el pasado. Para cuando ese hijo de puta lo descubra ya estará muerto.

Sabar tocó el rostro de la mujer con la punta roma de sus dedos, levantándole un párpado, luego el otro.

—¿Y qué hay de las Facciones? Nos están buscando.

Se limpió las manos en los pantalones y continuó mirando a la mujer.

—Bien, que nos busquen. Cuando estemos listos, esos cabrones recibirán su merecido.

Darel asintió otra vez. Algo que había estado haciendo mucho últimamente.

—Gabriel sabe dónde vive el líder de Facción. ¿Quieres que se quede cerca?

—De momento quiero que se quede con el gilipollas del químico. Ya nos encargaremos más tarde de los líderes de Facción y de esas felinas a las que esconden.

Estaba claro que no se había olvidado de ellas. Tenía algo personal pendiente con Kalina. Y la otra, la curandera, bueno, ella moriría por ser tan estúpida y por demostrar que él estaba en lo cierto sobre los felinos de la selva.

Sabar rio mientras abandonaba la habitación. Darel no.

Darel miró el cuerpo inmóvil que tenía enfrente. No parecía una mujer muy mayor, como mucho tendría veinte años. Su piel era oscura, igual que la suya. Llevaba uñas postizas y pintadas de un horrible color negro que hacía que todo pareciese deprimente. No debería ser un problema para él, pero a Darel no le gustaba por alguna razón.

Recordó a Kalina Harper, recordó el modo en que su aroma impregnaba todos sus sentidos, haciendo que la deseara y la necesitara más que a nadie en toda su vida. Cada hembra a la que había poseído desde entonces había sido una sustitución de aquella que se marchó.

No conocía a la curandera y en realidad le importaba una mierda. Pero si tenía de nuevo la oportunidad, se follaría a Kalina, sin pedir permiso y a pesar de las consecuencias. Ella se lo debía por avergonzarlo cuando intentó secuestrarla para Sabar hacía unas semanas.

Hubo un ruido, un crujido de las sábanas, cuando el cuerpo de la chica se movió. Darel se acercó, cogió una de las largas trenzas en sus manos y la acarició. Ella se movió de nuevo; esta vez uno de los tirantes del sujetador se deslizó y un pezón oscuro quedó al descubierto. A Darel se le hizo la boca agua. Los ojos de la chica permanecían cerrados cuando él alcanzó a rozarle con el dedo el pezón endurecido. Su mano se quedó ahí lo que pareció una eternidad, tocándola con suavidad mientras se empalmaba.

Ella se movió de nuevo, esta vez levantando una mano para agarrarle la muñeca. La mirada de Darel se posó en su cara y vio que sus párpados revelaban unos ojos grises. Ella no sonreía, Darel no necesitaba sonrisas, pero le puso la mano en un pecho y él lo apretó con fuerza. Luego la joven emitió un ruido que recordaba vagamente a un gemido y Darel bajó la cabeza, tomó el pezón entre sus dientes y lo mordió. La espalda de ella se arqueó y él le lamió el pecho con fuerza y lo sumergió en su boca. A continuación le rasgó la ropa y repitió la misma operación con el otro pezón; cuando hubo acabado le retiró las finas bragas y llevó la mano a su pubis. Ella se movía como si intentase darle más.

Él no iba a decir que no. Tiró del culo de ella hasta la mitad de la cama, apoyó la mano en su espalda y la dobló. Su cuerpo era tan dócil que ella aceptaba cualquier cosa que él hiciese sin decir palabra. Si se hubiese parado un instante y hubiera prestado atención, se habría dado cuenta de que la muchacha se movía como una muñeca de trapo y de que salía una continua espuma blanca de su boca. Pero todo lo que Darel veía eran unas rollizas nalgas que ya había separado con una mano mientras con la otra se desabrochaba los pantalones y liberaba su erección.

Al instante siguiente ya estaba enterrado en ella, notando el calor y la estrechez de su sexo, agarrándolo fuerte. Era bueno que los shifters fueran inmunes a las enfermedades humanas, como las de transmisión sexual o el cáncer. Porque Darel no sabía nada de esa mujer. No conocía su nombre, o de dónde venía, nada. Pero tampoco le importaba. Cerró los ojos y embistió dentro y fuera de su sexo húmedo, imaginando el rostro de tez más clara de otra mujer, cuyos ojos color avellana se volvían dorados en su forma felina. Enredó sus manos en las largas trenzas de la joven a la que se estaba follando, pero sus dedos sintieron las cortas y sedosas hebras de otro cabello.

El nombre de la otra mujer resonaba en su cabeza, su olor se filtraba por su nariz. Embistió más y más fuerte, sin importarle una mierda si hacía daño a la que tenía debajo. Le levantó las piernas, clavó las rodillas sobre la cama y continuó embistiendo hasta que echó la cabeza hacia atrás y rugió al correrse dentro.

Cuando salió de ella recuperó el aliento, se dio la vuelta y volvió a colocarse los pantalones. Estaba respirando con dificultad, tratando de estabilizar sus pensamientos y su ritmo cardiaco. Su felino era salvaje, estaba listo para salir y hacer daño de verdad.

Y al parecer también lo estaba alguien más.

Notó las uñas de ella clavándose en su hombro y se volvió para decirle que no lo tocase. Lo que vio al mirarla a la cara le dejó sin habla unos segundos.

Las largas trenzas estaban raídas en las puntas y le daban un aspecto salvaje. Sus ojos sobresalían como si las retinas hubiesen saltado de sus cavidades. Ahora vio la espuma caer por su barbilla. La mujer levantó las manos de nuevo y le clavó las uñas en la cara.

Darel la agarró de las muñecas y la empujó con tanta fuerza que la tiró sobre la cama, pero ella se repuso enseguida, se levantó y dio un salto que la llevó frente al rostro de él otra vez. Entonces abrió la boca y le mordió en el hombro.

El felino de Darel, ya rabioso bajo la superficie, se liberó. Sus músculos se tensaron, su ropa se rompió y cayó al suelo. Cuando se puso de pie otra vez y miró a la mujer lo hizo a través de sus ojos de jaguar. El espeso olor a sexo flotaba en la habitación junto a otro olor ácido que no podía descifrar.

No tuvo tiempo de examinarlo a conciencia ya que la mujer se abalanzó sobre él una vez más. Sus brazos se movían muy deprisa y un grito de guerra escapaba de su boca. Quería herirlo, matarlo si podía. Estaba frenética, tenía miedo, pero su instinto de conservación la impulsaba a defenderse. Entonces el felino se levantó sobre sus patas traseras, la golpeó y le arrancó un lado de la cara con su potente garra.

La abundante sangre que manaba de su rostro manchó la cama y la alfombra, pero la mujer continuó luchando. No parecía estar dolorida y siguió atacándolo con rabia. Darel dudaba que supiese que estaba luchando contra un jaguar y no contra un humano.

El felino usó su cuerpo para bloquearla esta vez, embistiéndola con tanta fuerza que la mujer cayó de rodillas. Con un profundo rugido, el macho se dio la vuelta y clavó sus enormes fauces en su nuca. Ella gimoteó y se revolvió más de lo que debiera. Los dientes de él se clavaron hondo en su piel, agujereándole el cráneo. Hubo una serie de chasquidos hasta que el cuerpo tembloroso que yacía debajo de él al final se volvió flácido.

El felino se alejó de ella y caminó de un lado a otro de la habitación. Había sido una matanza limpia, y aun así sentía un extraño revuelo en su interior. Sus flancos se sentían pesados a cada movimiento, la sangre caía de sus dientes afilados.

La puerta se abrió y el felino se volvió hacia el ruido, preparado para saltar otra vez si era necesario.

Pero tan solo era Sabar, de pie en la puerta, con un escalofriante brillo en sus ojos de felino.