CAPÍTULO

1

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BOSQUE TROPICAL DEL GUNGI

BRASIL

 

La rabia era como una última copa para Sabar, la violencia el preludio de un maravilloso sueño. Esta sensación que ahora estaba experimentando, esta pérdida del control y esta derrota, era desconocida y nada agradable. Le dolía el sexo, lo tenía tan duro. Sus incisivos se alargaban dolorosamente, se le clavaban en el labio y le hacían sangre. Decir que estaba enfadado era quedarse muy corto.

El líder de la Facción de la Costa Este aún estaba vivo, igual que la zorra de su pareja. Los dos habían escapado del destino que había planeado para ellos. En cuanto a Rome Reynolds, aún quería a ese shifter muerto, y su pareja…, bueno, ya que había elegido tan mal, también debería morir. Sabar quería muertos a todos esos falsos líderes para que los shifters no tuvieran más remedio que recurrir a él cuando necesitaran que alguien los guiase; estúpidos animales, eso eran.

Y maldita sea, en este lugar hacía más calor que en el infierno. El aire era denso y sofocante, los sonidos de la vida nocturna del bosque tropical del Gungi lo sacaban de quicio. Sabar quería salir de ese lugar dejado de la mano de Dios lo antes posible. Quería volver a su negocio en Estados Unidos. Pero tenía negocios pendientes también aquí en el bosque. Viejos negocios que nunca había olvidado.

Era un shifter muy ocupado, con planes que los shadows nunca imaginarían. Era un hombre de recursos y muy tenaz, dispuesto a conseguir lo que más deseaba, a cualquier precio. De eso se trataba esa noche, de demostrarles a los shadows quién tenía el control. Siempre el más poderoso lo controlaba todo dondequiera que estuviese.

La cabaña tenía el suelo cubierto de barro y olía a humedad, era pequeña, y encogió aún más cuando él entró. Sabar era la viva imagen del gobernante que aseguraba ser. En los pies llevaba unas botas con la punta de acero. Unos vaqueros negros cubrían sus musculosas piernas, una camiseta negra tapaba su pecho tatuado y unas Ray Ban ocultaban sus ojos. Su pelo crecía más rápido que el de los humanos, y ahora llevaba los gruesos rizos recogidos hacia atrás con una goma negra. Se detuvo y miró directamente al rincón donde ella estaba atada y amordazada.

Se le hizo la boca agua y se le aceleró el corazón de golpe al verla. No solo era poderosa, sino también condenadamente guapa. Llevaba la vestimenta habitual de las mujeres shadows que vivían en el bosque, que consistía en un fino vestido de ante. Su piel acariciada por el sol brillaba en ese rincón de la cabaña iluminado por el fuego. Llevaba unos botines de cuero que le llegaban justo hasta los tobillos; botines como esos no eran comunes en el fondo de armario de las mujeres shifters, pero esta no era una mujer shifter cualquiera. Su larga melena oscura le llegaba más abajo de los hombros. Tenía los tobillos y las muñecas atados y una mordaza en la boca. Sabar no sabía si ella lo había oído u olido al aproximarse, pero se dio la vuelta y lo miró con sus brillantes ojos color ámbar.

Los ríos de ira que manaban de esa mujer se derramaron sobre Sabar, fundiéndose con su ya oscura naturaleza. Sonrió. La furia de ella, lejos de intimidarlo, lo excitaba.

—Preciosa curandera —dijo con la voz cargada de deseo—. Por fin eres mía.

La prisionera se movió e intentó levantarse para cargar contra él, pero sus ataduras la mantuvieron en su sitio. La sangre le bombeó a toda prisa al ver semejante alarde de violencia, la fuerza que corría por las venas de esa mujer era para él como un afrodisiaco. Era fuerte esa curandera, como la llamaban las tribus, esa sanadora de su especie. Era sabia para ser tan joven, y valiente en todo lo que se proponía. La deseaba, quería tocarla, probarla, devorarla y demostrar a los shifters el poder absoluto que tenía sobre ellos.

No es que fuese su pareja. No, esa idea había muerto la noche en que Roman apartó a Kalina de su lado. Había decidido que Kalina sería su pareja. A diferencia de los shadows, que creían que la Ètica predeterminaba quién sería su pareja, Sabar tomaba sus propias decisiones. Había visto a Kalina luchar contra los hombres de Sabar y elegir a los shadows en vez de a él. Fue una deshonra que se acostara con otro, que se comprometiera con los shadows y su especie. Por eso, esa zorra moriría con el resto de ellos. Sabar se negaba a ver la situación de otra forma.

Pero esta, esta pequeña y enérgica shifter, también podría ser suya. Podría ser uno más de los juguetes que había adquirido para cumplir su voluntad, para saciar hasta el último de sus deseos. Oh, sí, pensó, mientras sentía su erección presionar dolorosamente contra sus vaqueros. Ella podía proporcionarle mucho placer, así como los conocimientos medicinales que necesitaba.

—¿Verdad que eres un bocadito irresistible? —dijo mientras se agachaba para poder verla más de cerca—. Y poderosa, según dicen.

Alargó la mano y le apartó los gruesos mechones de su enmarañado pelo oscuro. Ella no movió un músculo y él no olió el miedo, sino la rabia que emanaba de su delicioso cuerpo. Tenía una mejilla magullada e hinchada, las piernas pegadas al pecho con los brazos envueltos a su alrededor. Su cuerpo temblaba por la ira y las ganas de agredirlo, a él o a cualquiera que se le acercase. Cuando sus ojos lo miraron enfurecidos, mandaron una avalancha de calor a través de su cuerpo. Lo único que quería Sabar en aquel momento era escuchar su voz, así que le quitó el trapo que tenía metido en la boca.

—¡Di algo! —gritó.

Pero se hizo el silencio. Ella no habló, solo se mojó los labios resecos y siguió mirándolo con furia.

—Podemos hacer esto por las buenas o por las malas. Yo no doy muchas opciones, así que más te vale aprovecharlo mientras puedas.

—Vete a la mierda —contestó ella con voz ronca mientras se ponía derecha.

Así que tenía agallas. Bueno, a él le gustaba que se le resistieran. Hacía la posesión mucho más excitante.

—Levantadla —les dijo a los dos shifters que estaban de guardia en la puerta. Eran jaguares rogues de constitución fuerte que hablaban poco, o nada, pero que obedecían sus órdenes como si le hubiesen jurado lealtad solo a él. Justo el tipo de shifters que a Sabar le gustaba emplear.

Fueron hacia la mujer, la levantaron sin ningún cuidado hasta que se quedó de pie con la espalda contra la pared. Ella dejó caer la cabeza hacia delante para que su largo cabello le cubriera la cara. Sabar se acercó, le agarró con brusquedad la barbilla y le empujó la cabeza hacia atrás. Unos ojos de una extraña combinación marrón rojiza lo miraron de una forma inquietante. Sus labios carnosos formaban una tensa línea. Su melena le daba un aire indómito y salvaje, pero él sabía que era mentira. Ella era mansa, y uno de los shifters más inteligentes de ese bosque. Por eso la quería. Serviría bien a sus propósitos.

—Lavadla y preparadla para viajar —mandó, sin apartar la vista de los hipnóticos ojos de la prisionera.

Ella aún le aguantaba la mirada cuando sus carnosos labios se abrieron y le escupió en la cara. A continuación hizo un gesto de desprecio y por unos segundos él solo vio ira en su rostro. Sabar se limpió la humedad de la mejilla con el dorso de la mano y luego se acercó más a ella, le agarró las manos que tenía atadas y las llevó al duro bulto de su erección. Ella cerró los puños para resistirse, pero él le estiró los dedos, tirando de ellos hasta casi romperlos, y la mujer gimió de dolor. Sabar le pasó las manos por su envergadura. Le encantaba el calor que sentía cuando lo tocaba.

—Pronto aprenderás a portarte mejor conmigo. —Se echó hacia delante, le lamió la mejilla que no estaba magullada y volvió atrás para susurrarle al oído—. Es la única forma de mantenerte con vida. He degollado a muchos shifters y me he bebido su sangre para desayunar. No creas que no haré lo mismo contigo.

Ella intentó apartar las manos, pero Sabar se rio sin más. Luego dio un paso atrás y la empujó hasta que se golpeó la espalda contra la pared. No la quería así, sucia y callada. Cuando se la follara, lo que había decidido hacer una vez estuviese limpia, quería que fuese muy consciente y participativa, ya fuera por la fuerza o por voluntad propia. Eso en realidad no le importaba.

—Que nadie la vuelva a tocar. No quiero que tenga más marcas —ordenó antes de darse la vuelta para salir—. Y sacadla de este asqueroso lugar. Luego reducidlo a cenizas. Apesta a shadows podridos.

Los shifters asintieron con la cabeza y uno fue a cogerla mientras el otro seguía a Sabar.

—Quiero que nos marchemos de aquí en un par de días. ¡Llevadla al laboratorio ahora mismo!

—Sí, señor. —El otro shifter asintió con la cabeza.

Sabar salió y respiró hondo el aire de la noche. Había nacido aquí, en el bosque tropical del Gungi, y aquí había muerto el manso shifter al que habían maltratado e ignorado. Ahora odiaba este lugar, desde la frondosidad de los árboles que estaban a solo unos metros de distancia a los sonidos de animales que lo rodeaban. No le gustaba el olor, ni la lluvia, ni el bosque, ni los animales, ni la existencia de esta selva en la tierra. Lo odiaba todo y quería volver a Estados Unidos lo antes posible. Tenía lo que había ido a buscar, una curandera cuyo talento para mezclar medicinas lo ayudaría a hacer crecer su imperio de drogas hasta proporciones que lo convertirían en el shifter más rico del mundo.