CAPÍTULO
6
Está aterrorizada. Su ritmo cardíaco está fuera de control. ¿Qué le has hecho?
Sabar agarró al otro shifter por el cuello. Tenía la frente empapada de sudor.
—¡Tú no puedes hacerme preguntas! ¡No puedes poner en duda ninguna de mis acciones!
El hombre tragó saliva y el movimiento de su nuez chocó con el pulgar de Sabar, que apartó la mano de forma brusca.
—Yo no quería que le hicieras daño —sollozó Davi Serino.
Sabar se puso a andar a grandes zancadas por la habitación, se detuvo delante de la puerta cerrada y la golpeó con la palma de la mano con tanta fuerza que estuvo a punto de salirse del marco.
—¡A mí tampoco me sirve herida! ¡Maldita sea! ¡Lo mató sin pensárselo dos veces!
—Mi hija no es ninguna asesina —dijo Davi Serino con firmeza—. Nunca haría daño a otro shifter de forma voluntaria. Le pasa algo.
—Pues claro que le pasa algo. Me dijiste que la damiana mejoraría mi droga. Que haría que mi producto valiese aún más en las calles por sus potentes efectos sexuales. Se supone que estoy aquí para crear la droga de la nueva era, no para cuidar de una shifter trastornada.
—No sé lo que pasa. Yo no lo sé. Ary es la que sabe de medicinas modernas. Yo no. —Davi se tapó la cara con las manos y lloró con más fuerza.
—Tráela aquí fuera y si vuelve a transformarse, pégale un tiro —ordenó Sabar.
Habían pasado horas desde que ella mató a José. Franco había cavado una tumba poco profunda y había enterrado los restos. No es que a Sabar le importara una mierda lo que fuera de los restos de ese patético shifter. No iba a llegar muy lejos de todas formas. Coño, en realidad ella le había ahorrado el trabajo de tener que partirle el cuello al muy idiota. Luego había salido corriendo hacia el bosque, rugiendo y dando vueltas de un lado a otro como un gatito confundido. La felina no se calmó hasta que su padre fue a hablar con ella, y de esa forma pudo transformarse una vez más, aunque la humana aún parecía delirar.
Había dormido y la habían alimentado. Ahora Sabar quería saber qué demonios había pasado.
Franco entró por la puerta con Ary, que tenía las manos atadas detrás de la espalda y los tobillos encadenados. También llevaba el pelo recogido con una goma sucia porque Sabar quería verle la cara todo el tiempo. Eso tenía más que ver con lo mucho que se excitaba cuando la miraba a sus sensuales ojos que con sus negocios de drogas.
—Aryiola. —Davi se acercó lloriqueando a su hija mientras la arrastraban por la habitación.
Como la mesa había quedado destrozada, Franco la apoyó contra una de las paredes y dejó que su cuerpo débil se deslizara hasta el suelo. Davi se tiró al suelo con ella y le cogió la cara con las manos.
—Contéstame, querida. Dime lo que sientes —imploró.
La cabeza de Ary cayó hacia atrás con los ojos abiertos, pero idos. Intentó hablar y sus labios agrietados se movieron.
—Padre, ¿estás aquí?
—Sí. Sí, cariño. Estoy aquí. ¿Cómo estás?
—Me duele la cabeza —fue su respuesta.
Al otro lado de la habitación, Sabar estaba de pie con las piernas un poco separadas y los brazos cruzados sobre el pecho.
—¿Cómo te sentías cuando mataste a José? —preguntó.
Ella se movió con rapidez en comparación a los perezosos movimientos de antes. Ary pasó la mirada de su padre hasta detenerse en Sabar y palideció en el acto. Sus pupilas parecían enormes, bailaban en sus ojos como si estuviera muy nerviosa aunque se encontraba sentada y quieta.
—¿Qué? ¿Por qué? ¿Dónde estoy? —logró decir por fin—. ¿Cómo has sabido dónde encontrarme? —Esta pregunta iba dirigida a su padre.
Davi hizo una pausa, no estaba seguro de lo que debía responder.
—Sabía dónde estabas porque yo le dije dónde te iba a llevar —aportó Sabar—. Y de verdad que no tengo paciencia para asuntos familiares. Tengo algunas preguntas sobre la damiana que necesito que contestes, y no dispongo de mucho tiempo.
El maldito bosque lo estaba volviendo loco. La incesante lluvia le ponía de muy mal humor y necesitaba sexo y comida de verdad, rápido. Aquí, en las profundidades del bosque, entre árboles y ríos, no podía llevar el estilo de vida al que se había acostumbrado en Estados Unidos. Conducía un Audi R8, tenía varios Hummer, vivía en un edificio antiguo reformado que había decorado a todo lujo y tenía empleados que cocinaban y limpiaban para él. La primitiva forma de vida del bosque le estaba cortando el rollo.
—¿De qué está hablando? —le preguntó a Davi—. Padre, ¿sabes de qué está hablando?
—Por supuesto que lo sabe. Fue idea suya. Cuéntaselo, padre —dijo Sabar con su característica risa sádica. Sabar sintió una malsana alegría cuando la vio fijar la mirada en su padre. Ahí había tensión, una situación sin duda a punto de explotar. Qué pena que a él le diese igual.
—Háblame de la damiana, curandera. ¿Cuáles son los efectos?
—No te diría ni la hora —espetó en su dirección—. Padre, ¿por qué estoy aquí? ¿Tú sabías que iba a venir a por mí?
Sabar gruñó.
—Díselo, padre. Y ya que estás, enséñale modales a tu zorrita. Está viva solo porque yo lo permito. ¡Asegúrate de que sabe eso!
—¿Nos dejas solos? —le preguntó Davi a Sabar con voz temblorosa, al borde de la desesperación—. Por favor. ¿Solo unos minutos?
Sabar escupió en el suelo y luego entrelazó los dedos y se los dobló, haciendo crujir los nudillos.
—Sí, lo que sea. Cinco minutos, luego vuelvo y más vale que empiece a hablar o aquí Franco se pone a disparar.
Salió de la habitación con la satisfacción de saber que los había acojonado. El fuerte aroma a miedo impregnaba sus fosas nasales, lo que hizo que se empalmase. Eso era un poco molesto, pero no estaba tan mal.
Ary tragó saliva con dificultad y el esfuerzo le hizo daño en la garganta, que tenía en carne viva. Había un sabor amargo en su boca, como a medicamento, y cuando cerró los ojos recordó a esos shifters idiotas vertiéndole algo en la boca.
Damiana.
El sabor salado y el olor que recordaba. Pero había algo más en ese brebaje. Otra hierba, lo más probable, pero no tenía ni idea de cuál podría ser y en ese momento no estaba en condiciones de ponerse a investigar para averiguarlo. El hecho de que la hubiesen drogado era motivo suficiente para empujar a su felina al límite.
Sus ojos se abrieron de golpe.
—Me dieron damiana. ¿Por qué?
—Aryiola —empezó a decir Davi en voz baja—. Tienes que hacer esto por nosotros. Por nuestro pueblo. Nos matará a todos si no lo haces.
—¿Hacer qué? No lo entiendo —le dijo a su padre.
Experimentó una extraña sensación. ¿Qué estaba pasando?
Su padre estaba muy nervioso. Las gotas de sudor resbalaban por su sien; sus rizos estaban empapados y pegados a su frente. La camisa que llevaba estaba sucia e igual de mojada, lo más seguro que de sudor. Estaba desolado por el miedo; un miedo intenso y terrible.
—Nos matará, hija. Debes entenderlo.
—Dime lo que hiciste —dijo ella despacio, porque no tenía ninguna duda de que su padre estaba implicado en lo que quiera que fuera aquello. Su pecho se contrajo al pensarlo, pero siguió con la mente fija en esa idea—. ¿Qué le prometiste y por qué?
—Nos dio dinero, suministros y todo lo que necesitábamos para sobrevivir. Lo único que quiere a cambio es tu ayuda.
La cuerda de las muñecas le cortaba detrás de la espalda. Ya estaba intentando liberarse, su felina merodeaba cerca de la superficie una vez más. Pero Ary tenía miedo de volver a soltarla. La última vez había perdido el control, y eso era algo nuevo para ella.
—¿Qué ayuda quiere de mí?
—Quiere que crees algo para él. Que mezcles algún tipo de droga. No lo sé todo, pero él te lo dirá. Luego se irá y recuperaremos nuestras vidas.
—¿Estás loco? —le preguntó Ary a su padre. O más bien, pensó, al hombre que estaba sentado delante de ella, porque no le parecía su padre, sino un extraño.
Davi negó con la cabeza con vehemencia.
—Nos ha estado ayudando todo el tiempo con el dinero y los suministros.
—¿Te refieres al dinero y los suministros que han ido menguando? ¡Si te dijo que los mandaba él, es un sucio mentiroso!
Davi apartó la vista, luego la volvió a mirar a los ojos vidriosos. Ary abrió la boca para decir algo más, pero se tapó los labios con la mano. Nunca había visto a su padre llorar. Nunca. Y ahora parecía que estaba a punto de hacerlo, lo que significaba que la situación no era buena. Como si necesitara más pruebas de ello.
—No lo ayudaré —le dijo—. Es un asesino y un lunático. No haré lo que quiere. Tendrá que matarme.
Una lágrima rodó por la mejilla de su padre, dejando un rastro en su sucia cara y cayendo en su camisa.
—Lo hará.
Ary no sabía cuánto tiempo había pasado, cuánto tiempo llevaban su padre y ella sentados en silencio. No sabía qué decirle. Ni siquiera sabía quién era. ¿Cómo podía ser que el hombre que le había enseñado a salvar las vidas de los shifters estuviera trabajando con un rogue que los quería a todos muertos? No tenía sentido. Aunque en el fondo, y muy a su pesar, sabía que sí lo tenía.
Finalmente, susurró.
—Desátame.
—Ary —suplicó Davi.
—Desátame —dijo ella otra vez. Como él seguía dubitativo, lo miró directamente a los ojos—.Tú me has puesto en esta situación. Tú me entregaste a ese asesino. Lo menos que puedes hacer es permitirme que luche por mi vida. Después de todo, ¿qué le vas a decir a mi madre cuando vuelvas?
Sus palabras tuvieron justo el efecto que buscaba. Ary quería mucho a su madre y se había quedado en el bosque para hacer el trabajo para el que había nacido solo por ella. Había intentado respetar y querer a su padre, pero eso nunca había sido fácil. Davi era un hombre terco y a veces cruel. Podía decirles cosas durísimas y al segundo siguiente sentarse a la mesa a comer con ellas. Había veces que Ary pensaba que eran dos personas en lugar de una. Hoy simplemente parecía un extraño.
—Todo lo que tienes que hacer es ayudarlo —dijo Davi mientras estiraba los brazos por detrás de la espalda de Ary para intentar soltar las cuerdas.
Ella se incorporó y se dio la vuelta a toda prisa para que él pudiera alcanzar mejor. Ahora todos sus pensamientos se concentraban en escapar. No le estaba haciendo caso a su padre porque de ninguna manera iba a ayudar a Sabar a hacer nada. Antes preferiría morir, aunque, en realidad, esa era una opción que no le apetecía nada. Lo que quería era buscar una cama cómoda y tumbarse hasta que cesara el palpitar de sus sienes. Pero como no podía hacer eso, optó por luchar.
Cuando la desató, Ary se puso de pie. Un segundo después Sabar entró en la habitación, o lo que servía como habitación, que eran cuatro paredes a punto de venirse abajo y un techo irregular que se hundía con el peso de la lluvia. Ella dio un paso atrás, no para correr, sino para poner las piernas en la postura adecuada para arremeter contra él si fuera necesario. Cierto, no se sentía al cien por cien, pero ya pensaría en eso más tarde.
—Ya le he dicho a mi padre que nunca te ayudaré —le espetó.
Él echó la cabeza hacia atrás y se rio; sus dientes blancos relucían y contrastaban con su piel morena. A todos los efectos, Sabar parecía normal, un ser casi sociable. Pero todo era una máscara, ella lo sabía. Había oído las historias que se contaban de él, y hasta en algunos casos había tratado de curar a aquellos que habían sufrido el ataque de este shifter o de otros entrenados por él. Así que Ary estaba en guardia. No había otra opción, ni otra forma de estar.
—Puedes ayudarme o puedes morir —contestó él sin más.
Vale, esas opciones eran bastante sencillas.
—Entonces ya puedes matarme.
Sabar dio un paso hacia ella, levantó una mano y le tocó la cara. Ary se la apartó de un golpe.
—He dicho que me mates, no que me toques.
—¡Aryiola! —gritó su padre.
Ella ignoró a Davi y miró a Sabar con furia.
—No hagas amenazas que no vas a cumplir —dijo Ary en tono sarcástico, burlándose de él.
Cuando Sabar volvió a levantar la mano, supo que la iba a golpear. Parar su palma con la mejilla escoció. Su felina rugió, pero ella no le hizo caso. Intentó respirar mientras aguantaba el dolor y le dio la espalda.
—¿Eso es todo lo que puedes hacerme? —dijo.
Jamás se rendiría.
Nick se puso a correr.
No sabía por qué exactamente, y se imaginó que los demás tampoco. Pero sus pies devoraban el suelo mientras avanzaba más y más rápido y su corazón latía de forma descontrolada. La necesidad era urgente, lo empujaba, hacía que sus piernas humanas se movieran tan rápido como podían. El felino no estaba muy lejos de la superficie, inquieto, observando, esperando.
Divisó algo verde oscuro, un verde que no encajaba con la decoración del bosque, y se dirigió hacia allí. La lluvia había empezado a caer de forma torrencial, filtrándose por la arboleda y arrojando una neblina plateada sobre el oscuro territorio.
Al acercarse, el dolor le rasgó el pecho y rugió, alto y durante mucho tiempo. Cuando estuvo más cerca de la vivienda vio la camioneta y siguió en esa dirección. En un abrir y cerrar de ojos, un felino saltó delante de él y le enseñó los dientes afilados a modo de advertencia.
Nick no tuvo que reaccionar: un felino más oscuro aterrizó sobre las cuatro patas y enseñó también sus dientes, más grandes y más afilados. Nick reconoció a X y continuó avanzando hacia la vivienda, mientras tomaba nota de agradecérselo a su amigo más tarde.
En el mismo momento en que le dio una patada a la puerta, Nick supo que ella estaba allí. Su felino lo sabía. Detectó el olor a rogue y rugió con fuerza para anunciar su llegada.
Adiós a la sugerencia de Rome de entrar en silencio.