CAPÍTULO
24
Te necesito conmigo —le dijo él en la oscuridad de la noche, tumbados el uno junto al otro en la enorme cama.
Ary había estado oyendo su respiración, preguntándose si estaba despierto. No se tocaban, pero sus cuerpos estaban pegados. Todo permanecía en silencio. Ella aún intentaba acostumbrarse a eso, a una noche sin ruidos.
—Mi padre lo controlaba todo. Cuando llegaban los cargamentos desde Estados Unidos, él los llevaba hasta el enorme vestíbulo del centro médico y lo separaba todo. Entonces me decía con qué nos podíamos quedar y qué hacer con el resto. Eso fue antes de que comenzara a robar. —Ary se tomó un segundo, respiró hondo y continuó—. Le decía a mi madre lo que tenía que hacer. Desde el momento en que ella despertaba se convertía en su esclava. Cocinaba lo que él quería, curaba a la gente a su manera… Di esto, no digas eso. Había días en que le decía cómo respirar. Yo odiaba mirarla, observar cómo obedecía ciegamente lo que él dijese. A mí me gustaba escuchar sus enseñanzas sobre medicina, pero rechazaba todo lo demás. Quería que ella se rebelara, que lo mandara al infierno, que hiciese algo por sí misma, una sola cosa sin tener que pedirle permiso. —Ary sacudió la cabeza sin darse cuenta, y unas lágrimas se escaparon de sus ojos. Ahora agradecía la oscuridad—. Él siempre decía que éramos el corazón de la tribu, que manteníamos la sangre con nuestro talento. Que siempre nos necesitarían. Por eso era tan importante para mí quedarme, para aprender todo lo que debía saber sobre curar. Era responsable de la tribu.
—Eres solo una persona. El peso del mundo no debería haber descansado sobre tus hombros —dijo Nick.
Hubo algo de movimiento, y en segundos él le había agarrado la mano. Ary no la retiró. Era agradable.
—Yuri era fantástico. En cierto modo me salvó. Al principio, quiero decir —aclaró Ary cuando notó que Nick se ponía tenso a su lado—. Me encontré con él un día en el bosque. Estaba oficiando una ceremonia de purificación con un par de vecinos que no se lo estaban tomando en serio y se reían a sus espaldas. Pero Yuri estaba concentrado, su cara era como la de un dios entre el humo. Me vio y supo al momento que yo tenía el don de curar. Desde la primera vez que hablamos supe que podría aprender mucho de él. Y lo hice. Aprendí que curar va más allá de lo físico; que tu alma ha de abrirse al cambio, a cualquier medicina o procedimiento que ayude. Tu energía ha de ser la correcta para recibir ese don. Mi padre odiaba a Yuri por enseñarme y quería que dejara de verlo, pero yo no estaba dispuesta a hacerlo y seguí viéndolo.
—Bien. Me alegro de que no lo obedecieras ciegamente como hacía tu madre.
—O cómo hiciste tú —dijo en voz baja—. Te fuiste porque él te lo dijo.
Fue el turno de Nick para tomar aire hondo y suspirar.
—Me marché porque era demasiado joven para saber lo que era bueno para mí. No quería causar problemas a mis padres ni a los tuyos. Dijeron que era tu trabajo el quedarte allí. La Ètica decía que era tu responsabilidad vital. No podía ir contra eso. No cuando ya estaba rebelándome contra tantas cosas.
Ella se volvió para mirarlo en la oscuridad.
—¿Contra qué más te rebelabas?
—No creía en una democracia para los shifters.
—¿Por qué?
—Porque somos diferentes. ¿Por qué deberíamos suplicar ser como los demás y encajar cuando somos distintos al resto de los humanos?
Pronunció esas palabras con tanta fuerza que ella se sobresaltó y le soltó la mano. Él la buscó de nuevo y esta vez la agarró con fuerza.
—Sé que debemos gobernarnos nosotros mismos, pero no estoy a favor de ese rollo de paz y amabilidad que defiende Rome.
Ary no sabía qué decir.
—Entonces, ¿por qué no estás con los rogues? —le preguntó con cierto temor—. ¿Por qué permaneces aquí defendiendo una causa en la que no crees?
—Porque creo en los shadow shifters. Creo en nuestra tribu, en nuestra gente, en nuestras vidas. Eso me hace distinto a los rogues.
No parecía muy convencido de lo que decía, al menos esa impresión le dio a Ary.
—Pareces tan hostil todo el tiempo. No es sano.
—Es necesario.
—¿Por qué?
Hubo un largo silencio y Ary estuvo a punto de resignarse a no recibir respuesta.
—No me gusta que me mientan. Si actúo de forma impulsiva todo el tiempo, la gente se pone lo bastante nerviosa como para decir la verdad a la primera.
—La gente, no los shifters —dijo ella con seriedad. A los rogues no los engañaba nadie, incluso Ary lo sabía. Pero Nick no parecía estar de humor para discutirlo. Incluso se había amoldado para que el cuerpo de ella se pegara contra el suyo.
—Quiero que te quedes conmigo. Cuando nos vayamos de casa de Rome quiero que vivamos juntos.
—¿Importa lo que yo quiera? —preguntó ella. Los dedos de él, que antes acariciaban su pelo, se pararon.
—Claro que importa —suspiró otra vez—. Mira, Ary, no pretendo ser tu padre. Solo quiero mantenerte a salvo.
—Pero yo quiero una vida. Quiero ser capaz de dirigir mi propia vida sin que tú me dictes cómo.
—Nunca te diría cómo vivir tu vida.
—¿De verdad? «Serás la jefa del centro médico», «irás de compras con Kalina», «usa mi tarjeta de crédito». ¿Continúo?
Silencio otra vez. Como buen abogado era un experto en cerrar el pico cuando le convenía.
—Pensé que querías ser médico.
—Y quiero serlo. En mis propios términos y cuando yo diga.
—Necesitabas cosas. Pensé que estaba siendo considerado al decirte que fueses con Kalina y ofrecerte mi tarjeta. A la mayoría de las mujeres les encantaría escuchar algo así de boca de sus parejas.
¿Era él su pareja? Una sonrisa se dibujó en sus labios, pero contuvo esa sensación de felicidad por un momento.
—No quiero deberle nada a nadie. Quiero conseguir las cosas yo sola. Sé que puedo hacerlo.
Nick le besó la oreja.
—Yo también sé que puedes, pero no tienes por qué. Eres mi companheira, es mi deber cuidarte.
Tenía razón, Ary lo sabía. Como su compañero él estaba obligado a protegerla, a ella y a su familia. Eso sobre todo incluía comprarle cosas, y ella tendría que estar complacida. Pero, debía admitirlo, su lado rebelde no le permitía aceptar ese hecho sin más. Quería ser libre con todas sus consecuencias.
—Cuando me convierta en médico ganaré mi propio dinero —le dijo.
—Estoy seguro de que lo harás. Pero por ahora…
—Por ahora, gastaré el tuyo —lo interrumpió. Y cuando se oyó pronunciar esa frase le pareció mejor idea de lo que había creído al principio.
—¡Maldita sea! —exclamó Caprise, agitando la mano cuando la puerta se abrió por fin delante de ella.
Había llamado a Nick una docena de veces sin obtener respuesta. Pensó que quizás estuviera durmiendo, lo que en Nick significaba estar muerto para el mundo. Su hermano solía dormir profundamente, pero llevaba varios días llamándolo para despertarlo y era extraño que no la hubiera oído ni una sola vez. Él había sido su modelo durante su adolescencia, el hermano mayor y rebelde al que le importaba una mierda lo que pensaran los demás y que hacía las cosas a su manera. Así era justo como quería ser Caprise cuando creciera, bueno, no la parte de ser un chico, sino todo lo demás. Su vida era sencilla entonces, esos días en los que iba al colegio privado, fijándose en chicos, haciendo amistad con las niñas pijas, viendo a sus padres juntos cada noche en la cena. Sencilla. Inocentemente pensó que sería así para siempre.
Y estaba equivocada.
Caprise había entrado en casa de su hermano sin avisar. No ignoraba que tal vez no fuese una buena idea, pero necesitaba un lugar donde quedarse. Así que si Nick estaba viviendo ahora con alguna chica era problema suyo. Ella solo quería una buena ducha caliente y el sofá para tumbarse.
Otro error que añadir a su creciente lista.
De pronto, un brazo fuerte la rodeó por la cintura y una mano grande le tapó la boca. Pataleó en cuanto sintió que la levantaban del suelo, pero era inútil, quien la agarraba era grande y fuerte, y, si podía fiarse de su herencia, contra la que había luchado desde hacía más tiempo del que podía recordar, su olor revelaba que era un shifter.
Había un distintivo olor antiséptico. La fría temperatura hacía que el aroma se mantuviera en el aire envolviendo el lugar como una sábana.
Ary apenas hacía ruido al caminar sobre las baldosas pues sus zuecos Alegria eran muy silenciosos. A Kalina no le gustaba mucho ese tipo de zapatos, pero a Ary le encantaban, no solo porque eran cómodos y silenciosos, sino porque en el hospital los llevaba todo el mundo y eso hacía que se sintiera integrada, una más. También los calzaba el doctor Frank Papplin, que era quien los había llevado hasta la morgue y en esos momentos caminaba delante de ellos.
Entraron por una puerta doble a una pequeña recepción. Había un mostrador en el que parecía que debía haber alguien, pero que estaba vacío. Otra puerta doble apareció frente a ellos. El doctor Papplin, un hombre alto y ágil, de piel aceitunada y fríos ojos azules, sacó una tarjeta que llevaba enganchada a la cintura y la deslizó sobre un panel de control negro hasta que la luz roja cambió a verde.
El doctor caminaba con seguridad y su bata blanca ondeaba a su alrededor con cada movimiento. Tras Ary marchaban X y Nick, ambos callados, pero con paso firme. Ella podía escuchar sus pisadas junto a las del doctor Papplin en esa parte silenciosa del hospital. Llegaron a un vestíbulo que se bifurcaba, con otro par de puertas justo enfrente de ellos. A la izquierda había filas y filas de cámaras de acero inoxidable. Una aún estaba abierta. Y pudo ver que en ella se extendía una larga superficie vacía. A la izquierda, en la dirección por la que los guio el doctor Papplin, había otra sala de examen con otra mesa y armarios llenos de utensilios.
El olor a antiséptico era aún más fuerte allí y la temperatura tan fría que Ary creyó ver su aliento aparecer en forma de vaho cuando abrió la boca para preguntar:
—¿Es una mujer?
—Eso parece —dijo Nick a su lado.
Nick se había acercado a Ary y le había tocado el brazo mientras ella se dirigía al centro de la sala, hasta la mesa con el cadáver encima.
—Este es el cuerpo que Xavier me trajo. He tenido la oportunidad de examinarlo con detenimiento.
—¿Este sitio es seguro? —preguntó Nick bajando un poco la voz.
Papplin asintió.
—Hay más salas de examen en el otro pasillo. Esta es la principal, pero todo el personal está fuera por las mañanas en los reconocimientos. Además, esta no era una shifter. —Papplin cogió un portapapeles y pasó un par de páginas antes de leer—. Mujer afroamericana, de veinticinco a treinta años de edad. Hay evidencias de cirugía plástica, mucha cirugía plástica, incluyendo pechos y nalgas. No hay signos de trauma o fuerza bruta. Por lo demás estaba sana.
—No parecía sana cuando la vi —gruñó Nick.
Ary ya había extendido sus manos hacia el cadáver. Sus dedos tocaron con determinación los labios, la boca y la barbilla de la chica.
—Hay una especie de residuo aquí. Parece tiza.
Nick habló primero.
—Echó espuma por la boca antes del colapso.
—Eso era a lo que iba ahora —empezó Papplin—. Los resultados toxicológicos muestran varias sustancias distintas. Cocaína desde luego, esa es fácil. Hay otra sustancia que muestra restos de algún tipo de hierba. La tercera no se ha identificado. Puede haber sido un veneno porque es muy potente. No puedo identificarlo con facilidad, pero sospecho que fue esa combinación lo que causó esa reacción desconocida.
—¿Así que literalmente se volvió tan loca que acabó muriendo por lo que había ingerido? —preguntó Nick.
Ary tocó los brazos de la mujer, que estaban hinchados y llenos de manchas. Después movió el cuerpo, mientras escuchaba a Nick y a Papplin hablar, y llegó a sus propias conclusiones.
—Creo que ingirió todas esas sustancias. No sé si mezcladas o por separado —dijo Papplin.
—Fueron mezcladas —les dijo. Levantó una de las piernas de la mujer y les señaló el punto donde se veían las señales de las agujas. Su piel era fría como el hielo al tacto, pero las manchas conservaban un fresco color rojo rubí, como si aún le circulase sangre por las venas.
—Está mezclando la damiana con ácidos y disolventes que se usan como base para la cocaína —dijo Ary.
—¿Qué ácidos y qué disolventes? ¿Cómo lo sabes? —preguntó Nick.
Papplin permanecía al otro lado de la mesa, mirando la pierna que sujetaba Ary. Era un hombre culto y siempre estaba abierto a comentarios por lo que la observaba con interés.
—La cocaína se obtiene de la hoja de la coca, pero hay que someterla a un proceso químico para completar el producto final. En la selva se envían todos los días toneladas de disolventes, ácidos y bases a los laboratorios donde se fabrica la cocaína. Algunos de esos productos, como la acetona y el permanganato de potasio son muy corrientes por sus utilidades domésticas, como disolventes para la pintura o desinfectantes, de manera que no es difícil conseguirlos —les dijo ella.
—Pero ¿ocurre algo cuando se combinan esas sustancias químicas con la hierba y el otro componente secreto?
Ary asintió.
—Algo impredecible.
—De acuerdo, a ver si me queda claro —dijo Nick.
Esa mañana se había puesto unos vaqueros de un azul desteñido y un polo que no hacía nada para esconder sus músculos y su atractiva complexión. El color borgoña de la camiseta hacía que su piel clara pareciese más brillante, su pelo y sus ojos más oscuros y, en general, tuviera un aspecto más dominante.
—Está mezclando todos esos productos químicos con la damiana para crear un tipo de droga sintética que vender en las calles. El problema es que no hay manera de saber cómo reaccionará cada persona al consumirla.
Ary asintió.
—Exacto. La droga sin purificar se filtrará en el sistema de cada persona que la tome. Pero cada reacción será distinta porque no se trata solo de un proceso físico. ¿Recuerdas lo que te conté sobre las enseñanzas de Yuri? La energía que rodea a la hierba ha de ser purificada. Sin ese proceso se convierte en una fuente de negatividad.
—La ingesta por parte de alguien con energía negativa agravará lo peor que haya en él. Alguien vulnerable se convertirá en un ser dependiente, y alguien agresivo o bajo una gran presión será capaz de cualquier cosa, incluso de matar —concluyó Papplin por ella.
—Así que una mujer promiscua se convertiría en una máquina de sexo andante, preparada para practicar cualquier acto sexual en cualquier momento —añadió Nick en voz baja.
Él estaba pensando en la mujer muerta y en el momento en que se le acercó. Ary recordó cómo Nick le había contado a Rome que la mujer había ido hacia él para bajarle la cremallera y… No le apetecía seguir con ese pensamiento, pero sabía que las acciones de esa mujer fallecida les habían ayudado a descubrir cómo actuaba la droga.
—Debió de ser eso lo que me dio en el bosque. A mí me enfureció porque en aquel momento estaba molesta por lo del secuestro y la falta de suministros. No me volvió más sexual porque… —Ary se calló. Papplin no necesitaba saber que se había mantenido célibe durante los dieciséis años que Nick estuvo alejado del bosque. Nick, sin embargo, ya sabía el final de esa frase.
—Poner esa droga en las calles sin purificar sería desastroso. Habría muchas muertes.
La mirada de Ary aguantó la de Nick, sin que ninguno de los dos supiera qué decir ante esa afirmación. Era verdad, eso estaba claro por el silencio que se hizo en la habitación. Incluso Papplin parecía estar de acuerdo.
La pregunta ahora era ¿qué harían para que eso no ocurriese?
—Han encontrado a otra mujer en un contenedor cerca de Georgetown —dijo Kalina mientras recorría el suelo de madera del edificio donde Rome había quedado en encontrarse con Nick.
Habían conducido durante más de cuarenta y cinco minutos desde el hospital donde acababan de ver a la mujer con la que había hablado Nick hasta este lugar en Virginia, justo pasado el Parque Nacional de Great Falls. Parecía un lugar abandonado en el que los alargados robles blancos daban paso a lo que resultó ser una casa de un solo piso que abarcaba un par de acres en forma de u.
—¿Fue mutilada? —preguntó Nick al momento.
El senador Baines, su hija y dos prostitutas habían sido encontrados mutilados en las últimas ocho semanas en D. C. Su instinto le decía que había ocurrido lo mismo en este caso.
Kalina asintió. Nick tragó saliva. Él siempre confiaba en su instinto pasara lo que pasara.
—No tenía parte de la cara, se la arrancaron. Tenía la base del cráneo rota; heridas de veinte centímetros de profundidad en el cráneo, lo que le causó una muerte instantánea. Los de Homicidios temen que se trate de un asesino en serie. El alcalde y el jefe de policía están organizando un equipo especial. El FBI está a la espera de ponerse en marcha si es necesario. La guerra apenas ha empezado y las víctimas se acumulan —concluyó.
Rome estaba a su lado, tenso, el mortífero jaguar que llevaba dentro parecía estar a punto de salir a la superficie.
—Este edificio tiene espacio suficiente como para ser nuestro cuartel general. Está lo bastante apartado como para transformarnos sin peligro y es un buen escondite donde ocultarnos, si fuera necesario. Quiero que esta sea nuestra base en la Costa Este. Ya he hablado con el resto de los líderes de Facción para que encuentren un lugar similar en su zona —dijo Rome con severidad.
Nick asintió, mirando la enorme sala abierta. Habían atravesado varias puertas de madera para encontrarse con Rome y Kalina en ese punto, pero podía ver que la sala continuaba al menos diez metros más hasta dar a un pasillo, y seguramente al resto de las habitaciones. Ese era también el caso a su derecha y a su espalda. Después de ver la casa desde fuera, Nick tuvo claro que había espacio más que de sobra.
—Las instalaciones médicas podrían estar justo ahí —sugirió mirando a Ary.
Nick levantó una ceja para que ella viera que le estaba consultando, no imponiendo nada, y para demostrarle que había escuchado cada palabra que ella había pronunciado la noche anterior. Después de verla en la morgue con el doctor Papplin tenía una nueva percepción de esta mujer que era su compañera. Era inteligente y seria, y se concentraba en su trabajo. Tendría que haber parecido fuera de lugar en la morgue, rodeada de suministros y productos médicos humanos, pero no fue así para nada. Supo más acerca de la muerte de la chica que el propio Papplin, lo que le demostró a Nick que ella era la persona perfecta para encargarse del centro médico. Pero aunque lo tenía muy claro, la decisión final debía tomarla Ary.
—Podemos echar un vistazo al resto del lugar por si hubiera otra sala mejor, pero confío en tu juicio —contestó ella aguantándole la mirada.
—¿Qué hay del cuerpo nuevo? ¿Deberíamos verlo? Tengo contactos en la morgue metropolitana —interrumpió Kalina—. Creo que debemos echar un vistazo más minucioso a los cuerpos esta vez. No vimos los cuerpos de Baine y su hija, ni los de las otras dos mujeres, de manera que no hemos podido estudiar algunas pistas que podrían habernos confirmado que se trataba de rogues.
Tenía razón. Era el momento de empezar a tener en cuenta cada detalle que pudiera conducirlos a Sabar. Ese hijo de puta pensaba que tenía la mano ganadora, y dependía de ellos demostrarle a ese cabrón que se equivocaba.
—Si pudieras llevar a Ary a ver el cuerpo sería estupendo. Acabamos de regresar de la Universidad George Washington donde le ha echado un vistazo al cadáver que X le llevó a Papplin. Diles lo que has descubierto —dijo cediéndole la palabra a Ary una vez más.
Ella pareció sorprenderse por sus palabras, por lo que inclinó un poco la cabeza y parpadeó. Sus pantalones grises eran tan finos como unos pantis y se pegaban a sus piernas y su culito como una segunda piel. Su blusa blanca con botones le llegaba por las rodillas y le daba un aire provocador. A través de ella Nick podía ver la camiseta interior que encerraba sus pechos y cubría su torso. Pero no era suficiente; él conocía el aspecto que tenía desnuda, esa ropa no podía engañarlo.
Ary se aclaró la garganta y empezó a hablar. El orgullo invadió a Nick con la misma rapidez que la sangre que circulaba por sus venas.
—Sabar está mezclando cocaína con damiana. Probablemente haya contratado a un químico para ayudarlo en el proceso aquí en Estados Unidos, y han añadido otro componente que no hemos podido identificar. La mujer que vimos en la morgue estaba sana antes de que sus entrañas reventaran por la potencia de la cocaína y el resto de los productos químicos que habían introducido en su organismo. Creo que Sabar ha creado una pastilla fácil de tragar que se deshace rápido y reacciona de acuerdo a los genes de la víctima. En otras palabras, si estás muy nervioso y excitado, tomar esa droga te mandará directo al hospital psiquiátrico. Estarás errático, sin sentido y fuera de control.
—Dios…, es terrible… —exclamó Kalina, apoyándose en Rome, que la abrazaba.
—Sí, terrible —dijo Nick suspirando.