CAPÍTULO
3
El felino rugió; tenía las patas delanteras apoyadas en una enorme roca y con las traseras pisaba firmemente la tierra mojada. Echó la cabeza hacia atrás, abrió la boca de par en par, le enseñó los dientes a la selva y rugió una y otra vez. La rabia y el dolor que sentía en su interior lo habían llevado al borde de la desesperación absoluta.
Con la respiración entrecortada a causa del esfuerzo de sus despiadados aullidos, el felino bajó moviendo las patas con cansancio. La noche ya había caído sobre el bosque, como un oscuro manto que lo volvía aún más opaco para aquellos que no poseían la visión nocturna de los jaguares. El vaho pendía en la distancia mientras la cascada rugía y caía sobre los peñascos. El felino había estado antes en ese sitio, recordaba la comodidad y la serenidad de ese lugar. Hacía mucho tiempo, pero el felino lo sabía, lo recordaba, y estaba ansioso.
Se acercó al agua y apoyó la cabeza justo en la orilla para que el rocío de la cascada le cayera encima. Enseguida le hizo cosquillas en la cabeza y en la espalda: una sensación fresca y relajante que atenuaba el intenso calor que amenazaba con consumirlo. Allí tumbado, sus ojos se cerraban y se abrían cada vez más despacio hasta que al final se quedaron cerrados. Su respiración se ralentizó y se normalizó mientras yacía con las patas bajo sus flancos, tendido en el suelo del bosque.
«¿Dónde está?», pensó la mente humana de Nick. Su felino había cubierto kilómetros y kilómetros de bosque en un intento fallido de seguirle la pista. Pero estaba aquí, lo sabía, lo sentía muy dentro de él. Ella aún estaba en el Gungi, la tenían retenida en algún lugar contra su voluntad por una razón que no alcanzaba a comprender. Por el momento no importaba el porqué. Para él lo único importante era recuperarla y mantenerla a salvo. No se conformaría con otra cosa.
Sus sienes latían a medida que la transformación sacudía su cuerpo. Se levantó y sus pies descalzos recorrieron el suelo mojado del bosque. Se arrodilló una vez más, sumergió las manos en el arroyo y se echó agua a la cara. A su alrededor, verdes musgos y lianas rodeaban el riachuelo que desembocaba en la gran masa de agua conocida como la cuenca del Amazonas.
—No han ido muy lejos.
Nick no se volvió al escuchar esa frase. No hacía falta. Era Roman Reynolds, su mejor amigo. El jaguar negro se había transformado, y ahora el hombre de metro noventa estaba allí con la cabeza bien alta mientras continuaba olfateando la zona. Detrás de él y a su izquierda estaba Xavier Santos-Markland, el otro mejor amigo de Nick. X, aún en su forma felina, se había alzado sobre las patas traseras y había clavado las garras en un árbol mientras intentaba olfatear el olor de un rogue en una de las ramas.
Estaban con él, siempre, cosa que reconfortaba mucho a Nick. Aunque no estaba seguro de que en esta ocasión su compañía fuese suficiente.
—Han debido de mantenerse cerca del río. Solo el agua puede enmascarar su olor —dijo Nick mientras su mirada escudriñaba el terreno.
Habían pasado años desde la última vez que estuvo en el bosque, dieciséis para ser exactos, y ninguno de ellos estaba acostumbrado a correr en su forma felina. Casi se olvidaron de dejar la ropa enterrada debajo de las raíces contrafuertes justo a la salida del poblado. La ligera llovizna le hacía cosquillas a Nick en su cuerpo desnudo, e inhaló el fresco aroma a rocío con añoranza. El Gungi no tenía ninguna estación seca, solo una lluviosa y otra aún más lluviosa, por lo que aquí las tormentas eran tan naturales como el respirar. Y se vivían de forma diferente, admitió Nick. En Estados Unidos se había acostumbrado a abrir el paraguas y correr para librarse de la lluvia. Aquí, en la selva donde había nacido, echaba la cabeza hacia atrás y dejaba que la fresca humedad le diese la bienvenida.
X rugió a su lado y luego se transformó y se metió en el agua. Los jaguares no eran aficionados a la natación, pero él siempre había sido el mejor rastreador de los tres. Si el agua había atenuado algún olor, X podía encontrarlo. Nick observó a su viejo amigo sumergir la cabeza en el río y volver segundos más tarde a la superficie parpadeando sin cesar.
—Han estado aquí —aseguró mientras giraba la cabeza y miraba hacia el oeste.
—En esa dirección no hay nada más que tierra, no hay refugios —intervino Rome.
—No hay refugios tribales —dijo Nick mientras intentaba echar un vistazo en esa dirección entre la espesa maleza. El aire estaba cargado de humedad, y el zumbido de las cigarras y los grillos llenaba la zona.
—Forasteros —añadió X mientras asentía con la cabeza.
—Deberíamos volver al poblado y hacer más preguntas. No me gusta nada que tampoco hayan visto al padre de Ary.
Ese era Rome, siempre el precavido del grupo.
—Quiero encontrarla ahora —dijo Nick con los dientes apretados. Ya estaba andando hacia el extremo oeste del bosque sin importarle si sus amigos lo seguían o no. La frustración lo perseguía a diario. Se preguntaba dónde estaba, si seguía viva.
—Todos queremos encontrarla. —Rome puso la mano en el hombro de Nick.
Nick se apartó.
—Tú no lo entiendes.
Rome negó con la cabeza.
—Sí que lo entiendo.
Era verdad, ahora Rome tenía una pareja. Kalina Harper era su companheira. Su ceremonia de unión había tenido lugar hacía solo dos noches. Por respeto a él, Nick había esperado hasta ahora para adentrarse en el bosque en busca de Ary. Pero se negaba a esperar un minuto más.
—Cuando Sabar tenía a Kalina yo quería derribar cada edificio de la ciudad para encontrarla y matar a quien se hubiese atrevido a tocarla. Te entiendo más de lo que crees. Pero tienes que ser inteligente. Pensar antes de actuar.
—¡Lleva días desaparecida! —rugió Nick—. ¡Podría estar muerta!
Decirlo en voz alta fue como clavarse un cuchillo en el pecho. Nick se tambaleó hacia atrás por la mera idea de no volver a ver a Ary. Había pasado tanto tiempo, dieciséis años, desde que la había visto o sabido algo de ella. Esto último fue culpa suya, porque nunca había intentado ponerse en contacto con ella una vez que se fue. Eso era parte del trato que había hecho con sus padres y los de Ary. Había sido el mayor error de su vida.
—Busca en tu interior —dijo Rome, que seguía hablando en ese tono tranquilo que volvía loco a Nick la mitad del tiempo—. Cierra los ojos y concéntrate en ella. Si estuviese muerta lo notarías.
Nick no quería cerrar los ojos, no quería admitir que Rome podía tener razón. De los tres, él era el impulsivo, el que actuaba primero y hacía preguntas después. X era más reservado, pero se movía con una precisión letal. Rome, el líder de Facción, era justo eso: un líder todo el tiempo. Actuaba de acuerdo a los intereses de la tribu de Topètenia y los shadow shifters en conjunto. Lo consideraba todo, todas las posibilidades, antes de actuar. Nick no poseía ese tipo de calma, por desgracia, y nunca pretendió ser algo que no era.
—Está viva —dijo al final. Una fracción del estrés que había estado soportando todo ese tiempo se desvaneció. No solo estaba diciendo lo que sabía que Rome quería oír. Lo creía, con su mente y con su alma; creía que aún estaba viva.
Rome asintió con la cabeza mientras X se acercaba a ellos.
—Entonces volvamos al poblado a pasar la noche y empezaremos de cero por la mañana. Si la tienen unos shifters, esperarán un ataque nocturno. No preverán nuestra mentalidad urbana de levantarnos temprano.
—Tiene razón. A esa hora es probable que hayan bajado la guardia —asintió X.
Nick apretó los puños. Si se transformase y se adentrase en el bosque en busca de Ary, sin duda Rome y X lo seguirían. Lo protegerían hasta el final, estuviesen o no de acuerdo con sus actos. También morirían por él. Nick lo sabía con certeza y reconoció que no estaba preparado para arriesgar las vidas de sus amigos de ese modo. Era mejor planear una estrategia, si actuaba por impulso podría poner en peligro a Ary; no es bueno actuar sin pensar, aunque él lo hacía continuamente, se dijo. Tal como se sentía ahora, iría directo a degollar. Si la tenían retenida otros jaguares se defenderían y harían cualquier cosa por conservar a su presa. Ary podría resultar herida. Eso no era una opción.
—Está bien —concedió a regañadientes.
No le gustaba, pero haría lo que fuese necesario con tal de no poner en peligro a nadie más. Con largas zancadas, adelantó a Rome cuando iban en dirección al poblado. En unos cuantos pasos el humano buscó el consuelo del felino, se transformó y se integró a la perfección en el ambiente del bosque. Tras él, sus amigos hicieron lo mismo. Y los grandes felinos corrieron por el bosque que una vez fue su hogar.
Solo que su hogar era mucho más peligroso que hacía años.
La vida en el Gungi se centraba en la comunidad y los rituales. Esa comunidad estaba basada en el liderazgo de los veteranos, que gobernaban desde que se asentaron en los Terrenos de los Veteranos. Los Terrenos consistían en dos cabañas principales comunicadas a través de un anexo llamado el amizade, que se utilizaba para que los miembros de la tribu se relacionaran con los veteranos. La santa casa era la mayor de las cabañas circulares; situada en el centro del poblado, estaba hecha con lianas y hojas y tenía el techo de paja. Los veteranos vivían en las habitaciones de la segunda cabaña, llamada la pessoal. Durante el día, cuando los veteranos no celebraban reuniones especiales, a los miembros de la tribu se les permitía entrar en el amizade para hablar con ellos o simplemente para rezar junto a los líderes de la tribu.
Esa noche Nick, Rome, X y Kalina se iban a encontrar en el amizade con el veterano Alamar y Sheena Serino para hablar de la desaparición de Ary.
—Se han divisado rogues fuera del poblado, cerca de la frontera —dijo el veterano Alamar.
Nick prestó atención a la voz del viejo shifter y se fijó en la autoridad que desprendía, sumada a una cierta aura de compasión. Suponía que eso era lo que se esperaba de un líder, que fuera autoritario, pero también compasivo, aunque en ese momento a Nick le estaba costando mucho sentir la menor compasión por la mujer que estaba sentada en el suelo con las piernas cruzadas frente a ellos. Estaban en un semicírculo con el veterano Alamar a la cabeza.
El veterano tenía cincuenta y tantos años y una formidable complexión musculosa. Su piel tenía el ajado color naranja de los Topètenia que se quedaban en el Gungi, su mirada era lúcida y despierta y su discurso era impecable.
Sheena Serino y su marido, Davi Serino, eran una familia de curanderos de los shifters de Topètenia. Sheena era una mujer delgada, su cabello largo y oscuro le llegaba por debajo de los hombros en mechones sin brillo. Ahora, allí sentada, con la espalda encorvada y la cabeza gacha, todo en ella gritaba derrota, y Nick quería gritar también para ayudar a su única hija. Se acordaba de Sheena, de cuando él solo tenía diecinueve años y se enamoró perdidamente de su hija Ary. Aquella noche la mujer lo miró con lágrimas en los ojos y le imploró, como hicieron sus propios padres, que abandonara el Gungi y no volviese a molestar a Ary. Él se dejó convencer por su aspecto desesperado. Esa estratagema no iba a funcionar esta vez.
—¿Cuándo fue la última vez que viste a Ary? —preguntó Nick.
Rome le lanzó una mirada severa, pero Nick lo ignoró. Había hablado fuera de turno, pero le importaba una mierda. La jerarquía de los Topètenia se respetaba de forma estricta en el Gungi, mientras que en casa, incluso en una reunión con los líderes de Facción, Nick, como comandante, tenía suficiente autoridad para hablar cuando quisiera. Aquí se suponía que tenía que ceder la palabra al veterano y a Rome como líder de Facción.
Sheena levantó la cabeza despacio. Sus ojos del color de la arcilla estaban nublados por las lágrimas y tenía la cara pálida y hundida, como si sufriera de malnutrición, a pesar de que los Serino eran los responsables de recibir y repartir la comida y los suministros en el poblado.
—Ha desaparecido —murmuró Sheena.
Apenas movió los labios; su voz fue casi inaudible.
—¡Eso lo sabemos! —rugió Nick, de modo que Rome alargó la mano y le tocó el hombro para calmarlo.
—¿Cuándo la viste por última vez? —preguntó Rome.
Sheena no contestó de inmediato y Kalina se acercó a la mujer. Kalina Harper era policía en Washington. Era una hermosa agente de la ley de gatillo rápido y gran puntería. También era una shifter de Topètenia que se había emparejado con un líder de Facción, lo que en el mundo de los shadow shifters significaba que ya formaba parte de la realeza, como una reina en el mundo de los humanos.
—¿Recuerdas lo que estaba haciendo la última vez que la viste? —preguntó Kalina en un tono mucho más amable que el empleado por los hombres.
La respuesta de Sheena fue un poco menos tensa, pero no muy informativa.
—Es una curandera prodigiosa. Tiene más talento que su padre y que yo.
Kalina asintió con la cabeza.
—Eso hace que sea muy importante para la tribu. Queremos encontrarla lo antes posible.
—¿Se ha ido con alguien? —preguntó Rome—. ¿Hombre o mujer? ¿Humano o shifter?
Sheena negó rotundamente con la cabeza y Nick blasfemó. Esa conversación no les estaba llevando a ninguna parte. Cuando X se acercó a su lado, haciéndole un gesto para que se saliera, obedeció. No porque estuviese acostumbrado a acatar las órdenes de X, sino porque estaba tenso e inquieto. Necesitaba moverse, caminar, hacer algo que lo ayudara a encontrarla. El estarse quieto y esperando estaba claro que no funcionaba.
—Tío, tienes que calmarte —dijo X en el momento en que atravesaron la puerta de la santa casa.
—Necesito correr —dijo Nick mientras caminaba de un lado a otro—. Necesito irme y correr.
—Lo que necesitas es descansar para mañana. Vamos a encontrarla —insistió X.
Nick hizo una pausa.
—¿Y si no lo hacemos? —preguntó. Existía esa posibilidad, que pendía en el aire como el aroma de la lluvia recién caída. Quienquiera que la tuviese podía matarla. ¿Qué sucedería entonces? Nick perpetraría una matanza que haría que Charles Manson pareciese un santo.
—Nick, sé que para ti este es un asunto personal. Comprende que, de algún modo, también lo es para todos nosotros, porque es una shadow.
—Su padre está implicado —dijo Nick, que ignoró el intento de X de calmarlo.
X no tenía la tranquilidad y sangre fría de Rome. Como la mayoría de los shifters, X era nervioso por naturaleza y Nick podía oler la tensión que emanaba de su amigo en fuertes oleadas. Quería creer que se debía a la apurada situación en que se encontraban, pero no estaba seguro. X tenía muchas cosas en la cabeza, sus propios problemas. Nick respetaba los límites y no quería entrometerse mientras su amigo no se lo pidiera, pero estaría siempre junto a él para apoyarlo si alguna vez lo necesitaba. Y eso era precisamente lo que en esos momentos necesitaba él de X: su apoyo incondicional.
—La madre no está hablando mucho. Eso es un problema —admitió X.
Nick movió el cuello y dejó que el crujido de las vértebras lo tranquilizara de forma momentánea.
—Tiene miedo de Davi. Siempre lo ha tenido.
—¿La maltrata? —preguntó X con el ceño fruncido.
Él volvió a respirar con normalidad, canalizando su energía.
—No físicamente. Creo que es más intimidación psicológica. Lo noté la última vez que estuve aquí. En cierto modo controla a toda la familia de esa forma.
—Así que es extraño que él también desapareciera. Él fue quien informó de la desaparición de Ary, ¿verdad?
Nick asintió con la cabeza.
—Acudió directamente al veterano Marras y le dijo que Ary no había vuelto a casa.
—¿Que no había vuelto de dónde?
—Eso es lo que esperamos que nos diga Sheena. Pero no nos está siendo de mucha ayuda. Si no me hubiera educado Sophia Delgado le sacaría la verdad por la fuerza. —Sus manos imitaron el movimiento de zarandear a alguien.
X negó con la cabeza.
—Tu madre no solo se revolvería en su tumba, sino que se levantaría y te partiría la cara por faltarle al respeto a una mujer de esa forma. Pero hay esperanzas. Puede que Kalina le saque algunas respuestas.
—Sí, en eso tienes razón —contestó Nick mientras suspiraba—. Espero que Kalina consiga entenderse con ella.
Aún no había acabado Nick de pronunciar esas palabras cuando Rome y Kalina salieron de la cabaña y se quedaron bajo el manto de oscuridad provisto por el cielo de la noche y la frondosa arboleda.
—Iba a recoger suministros en el punto de entrega en tierra firme y luego a ver a alguien llamado Yuri —informó Kalina.
—Yuri es el chamán —añadió Rome—. Sheena dice que Ary lo ayuda a menudo a preparar nuevas medicinas diseñadas específicamente para los shifters.
—¿Así que la tiene Yuri? —preguntó Nick—. No me lo trago.
Rome negó con la cabeza.
—No. Yo tampoco.
—¿Quién es el tal Yuri? ¿Es también un shifter? —preguntó Kalina.
—Yuri es un tipo de sanador, pero diferente al curandero de la tribu. Su sanación es más espiritual —le dijo Rome.
Nick sonrió con suficiencia.
—Como un médico vudú.
—No es vudú, solo mezcla las creencias espirituales con las medicinales. —Rome frunció el ceño y volvió a dirigirse a Kalina—. Yuri siempre ha vivido en el bosque. No es un shifter, sino un hombre tribal que conoce muy bien este lugar. Tiene mucho poder entre las tribus y todo el mundo lo respeta. No tiene ninguna razón para secuestrar a Ary, y mucho menos si trabajaban juntos.
—Alguien sabía adónde iba… Yuri vive fuera de los límites del Gungi, ¿verdad? —preguntó X.
—Correcto —contestó Rome.
—Así que alguien sabía adónde iba Ary y puso sobre aviso al secuestrador —concluyó Nick. Las sienes le palpitaban sin cesar. Su instinto sabía quién era esa persona. Pero de momento se mantendría en silencio. Quería actuar de una forma inteligente, como Rome le había aconsejado. A los veteranos no iba a gustarles nada que acusara a la gente, en especial a otros shifters, pero si su corazonada resultaba ser verdad a ese bastardo más le valía rezar para que la ira de los veteranos fuese lo único a lo que tuviese que enfrentarse.
—Quedan unas tres horas para que amanezca. Podemos salir temprano y dirigirnos a casa de Yuri. Si Ary hizo la parada prevista y estuvo con él, nos las apañaremos para volver desde allí rastreando sus huellas. Con un poco de suerte encontraremos algo por el camino.
Kalina puso la mano en el brazo de Rome.
—Eso parece una buena idea.
Rome se acercó ella, le pasó la mano por la cintura y la besó en la frente.
—Vamos a descansar —concluyó en un tono bajo, probablemente solo para Kalina.
X se aclaró la garganta.
—Yo acamparé aquí fuera para hacer guardia —dijo.
Rome asintió con la cabeza.
—Tú vete a la parte norte y descansa. No servirás de nada mañana si estás cansado, de mal humor y dispuesto a liarte a hostias con cualquiera sin pensar.
—No soy un niño —dijo Nick enfurruñado, aunque enseguida deseó haber mantenido la boca cerrada porque su respuesta había sido, precisamente, la misma que habría dado un niño enfadado.
—Hazlo y deja de quejarte. —Rome ya estaba dándose la vuelta con Kalina, preparadísimo para ignorar las quejas de Nick.
Pero Nick no iba a protestar.
Sus padres, Henrique y Sophia Delgado, el Topètenia y la misionera nacida en Panamá de la que se enamoró, habían construido su hogar en una sección del Gungi llamada Parte Norte. Aunque Nick no vivía en el Gungi, su padre había trabajado de forma estrecha con los veteranos antes de su muerte, y Nick era comandante de los shifters estadounidenses, lo que significaba que su casa era de la realeza y se mantenía para que la usaran los descendientes del clan Delgado siempre que fueran al Gungi. La vivienda estaba rodeada de lianas y árboles. Era un lugar tranquilo, lo que le venía bien a Nick, que tenía la intención de descansar un poco.
Porque al día siguiente iba a encontrar a Ary contra viento y marea. Y si no, iba a arder Troya.