CAPÍTULO
4
Nick nunca soñaba. Nunca pasaba tiempo dándole vueltas a lo que podría haber sido y no fue. Eso no servía para nada y era una pérdida de tiempo. Él era un hombre ocupado y no le gustaba malgastar el tiempo por ningún motivo.
Así que cuando se tumbó bajo la mosquitera que rodeaba el colchón limpio que estaba sobre los troncos de unos árboles dio la bienvenida al descanso, pero maldijo las vívidas imágenes que le vinieron a la cabeza con el pretexto del sueño…
Ella estaba cerca, su aroma era innegable.
Suave, inocente, escurridiza, tentadora.
Se incorporó, sus ojos atravesaron de inmediato la fina malla que enmarcaba la enorme plataforma de su cama. Era de noche en el bosque, y los sonidos de sus habitantes resonaban en el aire. Los grillos, las chicharras y las cigarras cantaban nanas.
Y su mente retrocedió al pasado…
Su cama estaba en el centro de la segunda habitación del bungaló de sus padres. Después de vivir en Estados Unidos durante años habían vuelto aquí, al bosque, a su hogar. Ahora Nick tenía diecinueve años y cuando abandonaron el bosque tenía cuatro. Su hermana pequeña, Caprise, estaba con ellos, experimentando por primera vez el Gungi. Henrique y Sophia Delgado entendían la importancia de conocer tus raíces y abrazar ese legado. También sabían que en los próximos años el cuerpo de Caprise cambiaría; el acordado comenzaría, y necesitaba aprender cuanto antes todo lo que pudiese de las demás mujeres del poblado. A Caprise no le entusiasmaba el viaje, pero Nick lo atribuía más al hecho de que había dejado a un chico en Washington D. C. suspirando por ella que a su desagrado por los shifters y el bosque. Caprise era una chica muy guapa, con una personalidad alegre y un cuerpo que probablemente haría que Nick tuviese que deshacerse de cualquier hombre que se acercase a unos metros de ella. Era una shadow shifter Topètenia, igual que Nick y sus padres. Y habían vuelto aquí para guiarla hacia su destino. Pero era otro destino el que se iba a cumplir aquella noche.
Fuera, la hembra se movía despacio, lo acechaba como haría con una presa. Cuando Nick se acostó en la cama supo que se estaba acercando desde la parcela de árboles que separaba a los Topètenia de la frontera del Gungi. Ella vivía allí en una serie de cabañas conectadas que formaban una casa principal y el centro de sanación de la tribu. Este bordeaba el perímetro del Gungi. Ella vivía allí con sus padres. Nick lo sabía porque la había visto en la santa casa y la había seguido. Su cabaña estaba a una cierta distancia de las de los demás miembros de la tribu porque su padre, Davi Serino, era un curandero. Él y su esposa, Sheena, proporcionaban los servicios médicos en el poblado. Aryiola era su única hija.
Con movimientos sigilosos, Nick apartó la mosquitera y apoyó los pies con cuidado en el suelo. Ahora ella se estaba acercando a la puerta y el aroma de su creciente deseo se filtraba por las ventanas como una brisa nocturna. Desnudo y muy excitado, Nick recorrió la habitación hasta llegar a la gran abertura que desembocaba en la parte trasera de su bungaló. Sus padres y Caprise estaban dormidos, sus habitaciones daban a la parte delantera de la casa. El interior estaba oscuro, pero no necesitaba luz para guiarse. Se detuvo en la puerta de atrás, donde se quedó esperando, completamente quieto y con el cuerpo tenso, consciente de que ella estaba justo al otro lado.
La felina apareció unos segundos después de que él abriese la puerta; sus ojos cautivadores del color del atardecer contrastaron, luminiscentes, con el oscuro bosque de fondo. Había despertado pronto y su cuerpo había asumido las elegantes curvas de una joven hembra jaguar antes que la mayoría de las mujeres shifters. Nick se dijo que su temprana transformación se debería seguramente a sus habilidades sanadoras.
—No deberías estar aquí —susurró él.
Ella gruñó, sacudió la cabeza y la giró hacia un lado. Salió de debajo de los árboles y movió la cola; luego se dio la vuelta y comenzó a alejarse despacio.
Era una invitación, una que Nick sabía que debía ignorar. No ignorar, sino declinar de forma respetuosa. Los curanderos eran como de la realeza para los Topètenia. Los necesitaban tanto como el agua y los suministros para la supervivencia de la raza. Por ese motivo tenían prohibido casarse con alguien de otra raza, lo que significaba que no podían emparejarse con ningún shifter que no fuese curandero. Dedicaban su vida al bienestar de las tribus y a nada más.
Pero Nick se había sentido atraído hacia Ary desde el momento en que puso un pie en el bosque. Ella era tres años más joven que él. La shifter más hermosa que había visto nunca. Habían tonteado cada vez que ella había ido al poblado y siempre que él había pasado por el centro médico, lo que fue a menudo desde que se enteró de que ella estaba allí. La deseaba, no había ninguna duda. Pero era sensato. O debería serlo.
Aun así, allí estaba, transformado en felino y siguiéndola bosque adentro. Lo llevó lejos del poblado, por la orilla del río. Cuando se detuvo estaban cerca de una cascada, una escena que hizo que el bosque pareciese un exótico destino de vacaciones en lugar de la peligrosa madriguera que era en realidad. La felina se acercó a una roca, retrocedió, se quedó quieta y se transformó dejando ver ante él su cuerpo desnudo color miel. Era menuda, no mediría más de un metro sesenta y cinco, pero era perfecta.
En su interior, su felino gruñó y su ritmo cardíaco se aceleró en el momento en que la brisa captó su calor. Era un aroma diferente, una especie de señal que solo reconocería su companheiro. Otros machos podrían oler que estaba en celo, necesitada, vulnerable. Su felino olía su necesidad, su deseo de aparearse solo con él.
Cuando se transformó, Nick era consciente de las implicaciones, sabía lo que significaban cada una de sus inhalaciones y exhalaciones. Mientras se acercaba a ella, su corazón humano le golpeaba el pecho porque sabía que lo que venía a continuación los uniría de forma absoluta. Ella sería de él y él sería de ella, por siempre jamás. Y aunque ella solo tenía dieciséis años, aunque su linaje le acercaba más a los veteranos y a la Asamblea y el de ella la convertía en un elemento fijo en la comunidad del Gungi, aunque no cabía ninguna duda de que habría muchos en contra de lo que estaban a punto de hacer, Nick apenas tenía fuerzas para preocuparse de eso.
—¿Sabes lo que estás haciendo, Aryiola? —preguntó con una voz que parecía un ruido sordo contra el sonido del agua de la cascada.
Ella dio un paso hacia él y su larga melena castaña solo se despeinó un poco por el viento. Cuando lo miró, sus ojos se volvieron más brillantes, más hambrientos, y él sintió su cuerpo vibrar por el deseo.
—Estoy tomando la iniciativa, como dirían los americanos.
Su voz era diferente a la de los americanos, a los que Nick se había acostumbrado con el paso de los años. Tenía el acento portugués de su lengua materna a pesar de que todos los shadows debían aprender bien inglés. Además era suave y ronca por el deseo, aún un poco joven, pero al fin y al cabo mayor de edad. Él quería escucharla hablar una y otra vez para no olvidar nunca ese sonido.
—Si hacemos esto no podremos volver a ser lo que éramos. Es peligroso —le advirtió él, pero sus manos ya se estaban moviendo. Alargó el brazo hasta que le tocó la cara.
Ary se inclinó hacía su mano, se giró un poco para que sus labios rozaran su palma, y susurró:
—Entonces dime que me vaya.
Esas palabras no se formarían en sus labios. No podía decirle que se fuera, no podía negar lo que llevaba semanas sintiendo, lo que era obvio que les tenía preparado el destino.
Nick la cogió de la mano y tiró de ella mientras avanzaban. Si alguien pasaba cerca de la orilla los vería y su interludio finalizaría mucho antes de que tuviese la oportunidad de comenzar. Se metieron en el agua, que refrescó el acalorado cuerpo de Nick. Ary estaba justo detrás de él, que se volvió y la atrajo aún más cerca. Entonces ella enroscó las piernas alrededor de su cintura y Nick gimió mientras bajaba la cabeza para reclamar sus labios.
Estaba tan preparada para él… Sus labios ya estaban separados, su boca abierta y ansiosa por recibirlo. Nick se adentró con la lengua, buscando sin parar hasta que ambas lenguas se fundieron y se encontraron por fin en el paraíso. Ella le puso los brazos alrededor del cuello, con el mismo deseo de su beso, y él enredó los dedos en su pelo hasta que sus uñas romas le arañaron el cuero cabelludo. El agua salpicaba a su alrededor, pero solo era Ary, toda ella, la que tenía la atención de Nick.
Mientras se adentraban en el agua, sus bocas se mantuvieron conectadas, incluso cuando la enorme cascada de agua les cayó encima. Ary se aferró a él y Nick la abrazó fuerte, no quería soltarla ni por un segundo. Sus piernas continuaron avanzando hasta que pasaron justo por debajo de la gloriosa cascada y llegaron al otro lado, protegidos por su húmeda cortina.
En este lado había rocas, algunas escarpadas, algunas lisas, que sobresalían del acantilado. También había una pequeña abertura en la pared, un hueco en el que cabrían perfectamente dos cuerpos. Nick apartó su boca de la de ella de mala gana y maniobró despacio sobre las rocas hasta que salieron del agua y sus pies descalzos tocaron unas rocas cubiertas de plantas. Cuando llegaron al hueco, Nick se volvió para mirar a Ary, preguntándose si ahora sería el momento en que ella le suplicaría que se detuviera. Pero cuando la miró a los ojos solo vio lo que también debía de reflejarse en los suyos: deseo, puro y simple.
—Eres para mí —dijo ella, mientras se acercaba y se ponía de puntillas para cogerle la cara con las manos—. Ahora y siempre.
Nick no sabía qué decir, no sabía cómo responder a una declaración así. Nunca antes había sentido lo que sentía por ella, con ninguna de las muchas jóvenes con las que había estado en Estados Unidos, ni con nadie. En el momento en que volvió a poner los pies en el Gungi, Nick supo que sería diferente. Esta vez el bosque se quedaría con una parte de él a la que no estaba seguro de estar preparado a renunciar. Lo que no sabía era que sería esta mujer tan menuda, esta shifter prodigiosa. No tenía ni idea de eso antes de llegar y ahora no podía pensar más que en ella, en la suavidad de sus manos, en la resbaladiza frescura de su cuerpo mojado y desnudo contra el suyo; duro y excitado.
La besó otra vez, porque solo podía actuar. No podía hablar, las palabras no le salían de la boca, pero su cuerpo sabía exactamente qué hacer. Este beso fue incluso más ansioso, mezclado con un toque malicioso cuando ella le rozó la mandíbula con los dientes y le pasó las manos por sus musculosos brazos, por sus firmes abdominales y por sus duras nalgas.
Las manos de Nick también tenían un camino que recorrer y se dejaron caer por la larga línea de su cuello, sobre sus preciosos pechos de pezones erizados. Ella jadeó cuando él los acarició, bajó la cabeza y los lamió. Se arqueó para él mientras su lengua trazaba sensuales círculos bajo sus pechos, sobre su estómago, alrededor de su ombligo.
Cuando Ary pensó que iba a partirse en dos de tanto doblarse hacia atrás, Nick la agarró de la cintura, deseoso de verle todo el cuerpo. Dio un paso atrás y la miró de arriba abajo hasta saciarse: desde los pechos que acababa de probar hasta la pequeña curva de sus caderas, los muslos y la confluencia cubierta de suaves rizos castaños. Deslizó un dedo ahí, justo entre los mullidos pliegues de su sexo y ella jadeó, se apoyó en él y abrió más las piernas.
Nick gimió al sentir su resbaladizo calor. Deslizó el dedo arriba y abajo, acariciando la tensa protuberancia de su clítoris y fue avanzando hacia atrás hasta llegar al lugar que pronto poseería. Ahí estaba, contraído, virginal, él lo sabía, y su sangre bombeó aún más rápido. Debía ir despacio, hacer que fuera una primera vez memorable para ella. Pero no parecía ser el momento para ponerse romántico, pues la forma en que Ary daba sacudidas bajo sus manos, gritaba su nombre y le arañaba la piel indicaba que ella tampoco estaba de humor para esperar mucho. No le haría daño, eso no era una opción para Nick.
Su felino luchaba por liberarse, caminaba con avidez de un lado a otro, esperando, ansioso. Otra vez de pie, Nick agarró a Ary por la cadera y le dio la vuelta para que se quedara de espaldas a él. Gruñó y se relamió, disfrutando de su vista. Su espalda era recta, erguida, su estructura ósea fuerte, y sus caderas esbeltas y el trasero respingón le hacían llorar de felicidad.
—¿Por qué has venido? —preguntó, tratando con todas sus fuerzas de no pensar en todas las razones por las que no debería estar allí, con ella.
Con las palmas de las manos extendidas en su trasero, Nick le separó las nalgas y se maravilló ante la belleza que encontró allí. Ella apoyó las manos en el borde de las rocas y se inclinó hacia delante para ofrecerle más. Ahora estaba en la posición perfecta, las piernas abiertas, su culito y su sexo expuestos ante él.
—He venido a por ti —dijo ella con convicción.
Mientras movía los pulgares para recorrer la hendidura de sus nalgas, Nick luchaba como un demonio por mantener el control, aunque solo fuese un minuto más.
—¿Qué quieres de mí? —preguntó justo antes de que se le escapara un gemido entrecortado.
Ary levantó una mano y la estiró entre sus piernas para agarrar su potente erección.
—Esto —contestó con determinación.
Con un gruñido se apartó de ella, maldiciendo mientras su erección seguía sobresaliendo y apuntando a la hendidura que ahora le hacía salivar.
Eso lo cambiaría todo, lo sabía sin ninguna duda. Si continuaba tocándola, si la poseía, ninguno de los dos volvería a ser el que era, sus vidas se alterarían; las vidas de todos los que los rodeaban cambiarían. Infringirían la Ètica, irían en contra de todo en lo que creía su tribu. No podía emparejarse con ella, rugió su mente. Pero su cuerpo estaba tomando las riendas. Su felino interior, que no respetaba ningún código ético o reglamento impuesto, lo empujaba hacia esa unión; más fuerte que su mitad humana, su lado felino no tuvo muchas dificultades para dominarlo.
Nick volvió a bajar la vista y miró los pliegues, húmedos no por la cascada sino por la excitación, por sus propias necesidades y deseos. Había dicho que había ido a por él, lo quería. No podía ignorar eso. Ella era casi una mujer; ¿no debería saber lo que quería? La guerra entre el cuerpo y la mente de Nick continuó hasta que de repente no pudo seguir luchando.
Con dos dedos presionó en su entrada y los sumergió poco a poco. Ary perdió el control y se puso a dar sacudidas contra él, empujando sus nalgas contra su mano. Nick agarró con la otra mano un mechón de pelo y tiró con suavidad, fascinado por el sonido ahogado que emanó de ella cuando lo hizo.
—Sí —susurró ella—. Hazme tuya, Dominick. Por favor.
Nunca unas palabras lo habían excitado tanto.
Nick había descubierto pronto lo mucho que le gustaba el sexo, cómo su bestia necesitaba saciarse más que los humanos normales. A una edad temprana aprendió una gran variedad de actos sexuales; algunos le dieron mucho placer y otros le hicieron perder el control más de lo que le habría gustado. Pero aquí, ahora mismo, solo quería sentir a Ary envuelta en él. Quería adentrarse en ella por primera vez, reclamar esa parte de ella, algo que ningún hombre o bestia podría volver a hacer. Quería poseerla de esa forma. ¿Por qué? Se preguntó durante unos segundos. Para que ningún otro hombre o bestia pudiese tener su corazón.
Esa idea lo asustó. En lugar de darle más vueltas, Nick sacó los dedos y en su lugar deslizó su gruesa erección. Ella lo arrastró, lo empujó más hondo. Su culminación amenazó con estallar de forma prematura en cuanto vio su grueso miembro ser succionado por ella con tanta firmeza. Retrocedió, miró cómo su sexo, ahora cubierto de la esencia de ella, salía de nuevo al exterior. Luego apretó los dientes mientras se adentraba en ella de nuevo y miró su erección desaparecer en el placentero abismo.
Apartó la mano del pelo de Ary, le agarró las nalgas y las separó para verla mejor. Su cuerpo estaba tenso por la excitación, su mente iba asimilando poco a poco todo lo que era Aryiola. Ella se sacudía y maullaba como la gran felina que era. El sonido hacía eco en el estruendo de la cascada, y retumbaba como una letanía. Con otra embestida se adentró aún más en ella, hasta que se hundió en su néctar. Nick suspiró mientras los rugidos de su felino retumbaban en su pecho.
—No deberías estar aquí —gimió él. Le gustaba tanto sentirla tan cerca. El sudor le caía a borbotones de la frente hasta sus nalgas—. Deberías haberte mantenido alejada.
Los movimientos de Nick se volvieron frenéticos; sus muslos temblaban sin cesar.
—No podía. Ni un segundo más.
Nick apretó los dientes mientras, gracias a los movimientos de ella, se adentraba aún más en su sexo.
—No está bien. Va en contra de nuestras leyes.
—Sienta bien —argumentó ella y respiró hondo—. Sienta fantástico.
—Nos castigarán —dijo él separándose sin preámbulos casi por completo de ella, solo para volver a embestir con ferocidad.
Ella gritó, y el sonido salvaje atravesó sin duda el refugio en que el estaban.
—Gritar no te salvará —dijo Nick, mientras se apartaba y luego empujaba con fuerza dentro de ella una vez más.
Ary era sin lugar a dudas pequeña y menuda. Las grandes manos de Nick casi cubrían por completo sus nalgas. Mientras continuaba empujando, cerró los ojos y disfrutó de la sensación de sus músculos internos agarrando su sexo. Ella aceptaba todo lo que él le daba, toda su envergadura y todo el deseo que él había estado conteniendo durante las semanas en que la había observado en la distancia.
Sí, había visto a Ary en las reuniones mensuales, había observado el pecaminoso contoneo de sus caderas mientras se movía por el patio. Ella sabía que los hombres se la comían con los ojos, los hombres de todas las tribus, sin importar que las leyes estuviesen en contra. Era seductora, pero aún estaba sin pulir. Nick quería con todas sus fuerzas ser quien le enseñara a utilizar sus maravillosas curvas. Pero eso no estaba bien. Él sabía que no lo estaba y que no podría haber una segunda vez para ellos. Esa era la razón por la que intentaba contenerse todo lo que podía, porque quería alargar el único momento que tendrían.
—¡Esto no puede volver a pasar! —gritó, mientras seguía embistiendo contra ella.
—No…, no puedo… evitar… lo —siseó ella.
—¡No! —Él la poseía sin piedad—. ¡Nunca… más!
Ary abrió aún más las piernas y se sujetó bien para recibir sus embestidas ayudándose con sus caderas. La mera idea de que ella estaba disfrutando de su brusquedad, tomándose ese castigo como una especie de recompensa, volvía loco a Nick.
—¡Dilo! ¡Di que no volverá a pasar! —insistió, porque necesitaba saber que todo aquello terminaría pronto. Que ese cegador deseo que hacía que se le tensara la columna vertebral terminaría pronto y el mundo volvería a ser tal como lo conocía. Necesitaba tener ese consuelo, necesitaba saber que no se repetiría porque era consciente de que no había más opciones.
—¡No!
Sorprendido a la par que cabreado por su desobediencia, Nick sacó su sexo casi por completo del interior de ella.
—Por favor… —gimoteó Ary sin la firmeza que caracterizaba a su voz—. No pares.
Sabiendo que eso era imposible, Nick se inclinó hacia ella y puso dos dedos con suavidad en su ano. Él la había deseado ahí, había visto su virginal entrada y la había ansiado como nunca antes. Pero no se había atrevido, no había querido hacerle daño por mucho que deseara sexo anal. Apretó los dientes y cerró los ojos.
—No pararé. Esta vez —dijo, con la garganta obstruida por un sentimiento que no quería reconocer. Entonces procedió a sumergir más sus dedos a la vez que deslizaba su sexo por su vagina, y ella gimió.
Nick mantuvo las caderas inmóviles mientras su grueso miembro palpitaba dentro de ella. Ary se retorció y él movió los dedos con cautela, disfrutando de la enorme sensación de placer.
Ella agitaba la cabeza con fuerza, su cabello ondeaba en el aire. Nick deseaba poder ver sus pechos, sentir el roce de su piel. Pero no se trataba de ese tipo de placer. Se trataba de saciar una necesidad imperiosa. Una que los dos compartían. Una vez hecho, sin embargo, eso sería todo. No volvería a pasar, pese a lo que ella decía. No podía volver a pasar.
Y así fue. No volvió a pasar.
Después de llevar a Ary a casa aquella noche, las cosas cambiaron. Y ahora Nick sospechaba que el motivo de aquel cambio no fue solo el ultimátum que le dieron su padre y el de Ary, sino las cosas que vio cuando regresaron al poblado. A partir de aquel momento no volvió a ser el mismo. Y cuando abandonó el Gungi a la mañana siguiente muy temprano juró que nunca volvería a sentir lo mismo por otra mujer.