CAPÍTULO

28

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Se suponía que no debía abandonar la casa —dijo Nick mirando a Ezra, quien a su vez miró a Nivea, una de las guardianas con demasiados piercings como para contarlos y que había sido asignada para la vigilancia de la casa de Rome.

—Leo está con ella. No está sola —fue la respuesta de Nivea.

Leo Arrington era también uno de los guardianes. Había tenido una infancia dura, tras ser adoptado por un hombre que lo despreciaba. Pero en los años que llevaba con los shifters, que ya iban para cinco o seis, Nick no podía precisar cuántos, había crecido hasta convertirse en un hombre respetable y un valioso shifter.

—Llámalo por teléfono y averigua dónde se encuentran —ordenó Nick a Ezra antes de comenzar a subir las escaleras que llevaban al dormitorio ahora ocupado por su hermana.

No había hablado con ella a solas en las semanas que llevaba en la casa y se preguntaba cómo lo estaba llevando. Si conocía a Caprise, la respuesta sería que no muy bien. Nada bien en absoluto. Había sido trasladada al segundo piso, donde estaban las habitaciones del resto. Todo el tercer piso estaba ahora ocupado por guardianes. El lugar estaba atestado de gente, un hecho que irritaba un poco a Rome. Por eso había iniciado los planes de trasladarse a Havenway de inmediato, y quería que se mudaran para final de mes. Dado que Rome seguiría siendo dueño de esa propiedad, Nick le había propuesto transformarla en un lugar de entrenamiento para nuevos guardianes. Por supuesto, a Rome no le gustó la idea, ya que existía la posibilidad de que Sabar conociese la ubicación, pero al final accedió, pues sabía que tarde o temprano necesitarían unas buenas instalaciones de entrenamiento.

Huir asustado no era propio de Nick, pero se abstuvo de decirle a Rome que Ary y él encontrarían pronto su propio lugar donde vivir. Nick no quería hacerlo siempre en esa casa, así que ya había ordenado a su secretaria que se pusiera en contacto con un agente inmobiliario. Ary podría trabajar en Havenway, pero Nick quería que tuviesen su propio espacio.

Al llegar a la puerta de Caprise, Nick se detuvo y sintió unas oleadas de ansiedad procedentes del otro lado. Golpeó rápido la puerta y giró el pomo para entrar. Por supuesto estaba cerrada. Y cuando Caprise abrió, lo miró con toda la desaprobación que sentía.

—Oh, eres tú —dijo antes de darse la vuelta y regresar al interior.

—¿Esperabas a otra persona? —preguntó Nick mientras entraba en el dormitorio y cerraba la puerta tras él.

—Al histérico de tu amigo o a esos dos idiotas militarizados a los que ha mandado que me sigan —contestó Caprise por encima del hombro.

Ella se tiró en la cama y se puso a hojear unas revistas sin hacer caso a su hermano. Nick se sentó en una silla junto a la ventana.

—X hace su trabajo —le dijo.

—Entonces, ¿por qué no le subes el sueldo?

—¿Qué te ocurre, Caprise? —Nick levantó la mano justo cuando ella se escabullía y se preparaba para decirle que nada—. No me mientas más. Te lo pregunté el día que apareciste por aquí, pero tú me pediste espacio. Te lo di y decidí esperar hasta que sintieses que estabas preparada para contármelo. Se te acabó el tiempo.

—Ya te dije que estaba bien.

—Y tus mentiras están apestando esta habitación. Así que este es el trato: puedes decirme cuál es el problema o lo investigaré hasta descubrirlo.

Se sostuvieron la mirada, y por un minuto Nick pensó que ella se rendiría. Pero después Caprise se encogió de hombros.

—Si quieres perder el tiempo buscando algo que no existe, adelante.

—¿Dónde fuiste cuando te marchaste?

—Hui.

—¿Por qué?

—Porque necesitaba pensar.

Así fue como transcurrió la conversación: pregunta, respuesta, pregunta, respuesta. Pero Nick sentía que no estaba consiguiendo información verdadera. La impresión de que algo preocupaba a su hermana creció en su interior. Y sin embargo se dio cuenta de que ella no iba a contarle lo que le había ocurrido. Tendría que averiguarlo por sí solo. Bien. Mandaría a X que investigara tan pronto como pudiese.

—Sabar ya tiene su nueva droga en las calles. Es más peligrosa que ninguna otra. Estamos preocupados por el número de vidas humanas que se va a llevar por delante.

Como esperaba, ella lo miró con gesto preocupado. Lo ocultaba con una sonrisa de superioridad, pero Nick notaba que quería saber más. Tal vez, solo tal vez, si la ponía al corriente de todo lo que estaba ocurriendo, ella cooperaría.

—Siempre va a haber drogas en las calles. No ganaréis esta guerra. —Caprise cruzó las manos y apoyó la barbilla en ellas.

—Tienes razón. Pero podemos parar a Sabar si lo matamos.

—Eso no os hace mejores que él entonces —dijo con tristeza.

—Eso no es cierto. Luchamos por la paz.

—Ajá —asintió—. ¿A través del asesinato?

Nick suspiró.

—Empiezas a hablar como Ary.

—Sí, hablemos de Aryiola Serino, la pequeña y sexy doctora shifter que rescataste.

Caprise descruzó las piernas y las dejó caer a un lado de la cama. Se echó hacia delante y lo miró con atención.

—¿Estás enamorado de ella?

La pregunta fue rápida, concisa, sin tonterías, justo como era Caprise. Y Nick pensó que tenía una respuesta, pero se dio cuenta al empezar a responder de que no lo tenía tan claro.

—Es mi compañera —respondió en cambio.

Caprise sacudió la cabeza.

—Tú no crees en esas leyes de la selva.

—Sí que creo, y tú también deberías. Son nuestra herencia. Mamá y papá querían que defendiésemos nuestras creencias.

—Mamá y papá estaban haciendo algo a nuestras espaldas y tú lo sabes. Nos mintieron a diario y ahora quieres que los coloquemos en una especie de pedestal. Déjame en paz.

Nick intentó decir algo, pero ella le hizo callar con la mano y se levantó de la cama. Fue hasta la cómoda, cogió unos pendientes y se los puso. Se levantó el pelo y se lo recogió en una rápida cola de caballo.

—¿Tú también sabías que nos estaban engañando sobre algo?

Caprise se volvió, y su pelo se movió de golpe.

—No soy idiota, Nick. Podía escuchar las discusiones que tenías con papá. Escuché conversaciones que tuvo con sus amigos. Le oí pelearse con mamá una noche. Mira, si permaneces callado, la gente tiende a ignorarte. La mitad de las veces ni siquiera sabían que yo estaba allí.

Nick no discutió eso. Caprise empezó el instituto cuando regresaron del Gungi. Recordaba que ella se había involucrado mucho en actividades escolares y solía pasar más tiempo en la escuela que en casa; o al menos eso era lo que él creía. Sus padres habían muerto hacía cinco años en un accidente de tráfico en la interestatal 95 y Caprise desapareció dos días después del entierro.

—¿Qué fue lo que oíste? —le preguntó Nick en tono serio.

Ella lo miró durante unos segundos como si estuviese considerando el contárselo o no. Entonces se cruzó de brazos y permaneció de pie con la cadera apoyada en la cómoda.

—Convocaba un montón de reuniones. Hablaba muchas veces de Loren Reynolds y de continuar lo que él había empezado. A mamá no siempre le gustaba lo que fuese que estaba haciendo. Le decía que era peligroso y él siempre respondía que era necesario. —Se encogió de hombros—. Y eso es todo.

Eso era todo lo que Nick ya sabía.

—Creo que estaba haciendo algo ilegal, o al menos algo que traicionaba a las tribus. Pero no puedo demostrarlo —dijo Nick.

—¿Quieres demostrarlo? ¿Quieres demostrar al mundo que nuestros padres no eran buenos? Pero lo eran, quiero decir que por lo menos nos querían y se querían. Algo parecido al amor que creo que sientes por Ary.

Caprise estaba consiguiendo marearlo. Por un lado quería que supiese que ella pensaba que sus padres eran unos mentirosos. Por otro lado cuestionaba que él quisiese desenmascararlos.

—Caprise, no sabes todo lo que está sucediendo.

—Y no quiero saberlo. Tan solo te he preguntado por la mujer que hay en tu vida. Es muy guapa.

Él asintió.

—Lo es.

—Y va a convertirse en doctora.

—Correcto.

—Y está enamorada de ti —dijo como si le estuviese contando un secreto que Nick debería saber ya.

Nick se frotó la cara con las manos.

—¿Por qué estoy hablando contigo sobre esto? ¡Eres mi hermana, por el amor de Dios!

—Porque te conozco mejor que cualquiera de esas mujeres con las que has tonteado antes. Estás enamorado de ella. Lo sé.

—¿Cómo puedes saberlo?

¿Cómo podía su hermana afirmarlo tan rotundamente si él mismo no estaba seguro de ello al cien por cien? La deseaba más que a nada en el mundo, sentía que era su companheira…, pero…

La voz de su hermana interrumpió sus pensamientos.

—El hecho de que sigas manteniendo contacto con ella después del rescate es la pista clave. Nunca has aguantado mucho tiempo con una misma chica. Y a esta la mantienes encerrada en esta fortaleza que Rome llama casa, como haces conmigo.

—Es por tu seguridad —dijo Nick exasperado. Esa conversación no se estaba desarrollando como él había planeado—. Ahora mismo es por la seguridad de todos. Ya te dije que Sabar es…

Caprise levantó para hacerle callar.

—Sí, sí, Sabar es peligroso y todo eso. Lo pillo.

La puerta del dormitorio se abrió de forma inesperada y entró Ezra.

—Leo tiene problemas. Hay rogues en el museo. Necesita refuerzos —dijo con el ceño fruncido y apretando los labios de la rabia.

—¡Joder! —exclamó Nick mientras se levantaba de la silla.

 

 

La llamada telefónica había sido rara y sospechosa. Ary lo supo al instante. Del mismo modo que supo que tenía que corroborar que lo que le habían dicho era cierto. Tenía que estar segura.

Mientras caminaba por el museo, donde la habían citado, Ary trató de no quedarse absorta contemplando la exposición; nunca había estado en un lugar así antes y se prometió volver y visitar todos los edificios del Smithsonian en otro momento. La voz le dijo que se encontrarían cerca de una exposición titulada «Comunidades en una nación en cambio», nombre que le pareció muy apropiado, dadas las circunstancias.

Los shadow shifters habían llegado a ese país sin nada y habían construido su propia comunidad. Se habían asentado y habían evolucionado hasta el punto de que estaban luchando por implantar un sistema de gobierno democrático. Su especie estaba en el umbral del cambio. Era un proceso emocionante, de no ser porque algunos elementos perniciosos, como Sabar, que perseguían sus propios intereses sin importarles el bienestar de la comunidad, hacían necesaria una lucha que podría conducirlos a todos al desastre. Aun así, Ary pensó que estaban a punto de lograr algo muy importante y se sintió emocionada.

Hasta que lo vio.

Caminaba cojeando. Era la primera vez que lo veía con ropa humana. Davi Serino rodeó una estatua muy grande de una especie de bestia, levantó la cabeza un poco y la vio. Lo habían herido en esa lucha en el pueblo. De hecho, Ary creía que lo habían matado, al menos eso era lo que Rome había dicho, que todos los shifters (rogues y aquellos que los rogues buscaban esa noche) habían muerto. Sin embargo ahí estaba, su padre. Y justo detrás de él había otra persona en la que solía confiar.

—Yuri… —susurró el nombre del chamán antes de estar lo bastante cerca de él para que la escuchara.

Con movimientos más lentos de lo normal, Davi le pidió que se uniera a ellos en la esquina donde estaban. Ella miró a su alrededor y localizó a Leo a unos tres metros. Él la observaba con atención como había hecho desde que Ezra le asignó el puesto de seguridad. Ary alzó la mano para indicarle que estaba bien y para mostrarle hacia dónde se dirigía. Él la miró de forma severa y la joven se figuró que se acercaría sin importar lo que ella dijese. Así que tendría que ser una reunión muy breve.

—¿Qué demonios estás haciendo aquí? —le preguntó a Davi en cuanto lo tuvo cerca.

—Estoy terminando lo que empecé —contestó mientras la agarraba por el codo.

—¡Suéltame! —dijo Ary entre dientes—. Se supone que estás muerto.

—Eso es lo que tus amigos querían que creyeses. Piensan que tienen el control, pero no es así, Aryiola. Sabar lo tiene, y tú has de entenderlo.

—Entiendo que eres un cobarde que sigue los mandatos de otro cobarde. Y tú —dijo dirigiéndose a Yuri—, tú eras mi amigo.

—Tienes mucho que aprender sobre el mundo, querida curandera —dijo con su voz susurrante. Él también llevaba ropa humana. El taparrabos que solía usar habría llamado la atención en un lugar como ese. En cuanto al hueso que atravesaba su labio inferior, lo había cubierto con una bufanda de lana que le tapaba la boca y desentonaba por completo en la época del año en que se encontraban: a primeros de septiembre en Washington D. C. aún hacía bastante calor.

Yuri se echó hacia delante y Ary supo que pretendía agarrarle el otro brazo. Se escabulló de él y, con un tirón, liberó su brazo de Davi.

—¡Los dos podéis iros al infierno! Eso es lo que se consigue por estar al servicio del diablo.

Ary se volvió para marcharse, pero se dio de bruces contra dos hombres, no, se dijo, dos shifters que la miraban de arriba abajo con brillantes ojos de felino. Pensó que no chillaría, saldría corriendo, pero solo después de demostrarles que no les tenía miedo. Con rápidos movimientos de autodefensa que había aprendido de Lucas, el joven guía del Gungi, Ary se movió con rapidez y le dio una patada en la entrepierna a uno de los rogues. Después hizo un giro para esquivar al rogue número dos, y cuando este la alcanzó le pegó una patada en la mandíbula. Esas fueron todas las habilidades luchadoras que pudo mostrarles antes de que Leo apareciese, pistola en mano.

Ary se puso detrás de Leo, que apuntaba con su brazo armado hacia Davi y Yuri, aún perplejos por los movimientos de la joven, y a los rogues, que se estaban recuperando de las patadas recibidas.

—Ni se os ocurra —exclamó Leo cuando los rogues, ya recuperados, hicieron ademán de abalanzarse contra ellos. Ary estuvo a punto de echarse a reír al ver la cara de pasmo de los rogues, pero se contuvo; después de todo, la situación no era como para tomársela a broma.

Los rogues se quedaron quietos, pero enseñaron sus dientes y rugieron tan alto que unos transeúntes se pararon para ver qué estaba ocurriendo. Y cuando vieron el arma estalló el caos. La gente empezó a gritar y a correr, y la situación dejó de estar bajo su control. Leo se giró y empujó a Ary.

—¡Vete! —gritó.

Ary no tenía ni idea de hacia dónde iba y al final Leo debió de figurárselo, porque corrió a su lado, la agarró del brazo y tiró bruscamente de ella para que se colocara detrás de él. Antes de que Ary pudiese ver si Davi, Yuri o los rogues los estaban siguiendo, la empujó a través de una puerta, y se habría caído por las escaleras si Leo no la hubiese agarrado por las piernas y la hubiera cargado sobre su hombro. Más tarde le diría que no le gustaba el trato recibido, pero de momento pensó que era más sensato cerrar el pico.

Pandemonio no describía con exactitud la escena que se desarrolló en el hasta entonces pacífico museo. La gente corría de forma frenética por todos lados, cayéndose al suelo y volviéndose a levantar en una especie de locura colectiva. Cuando por fin llegaron al coche de Leo, pararon a su lado dos furgonetas, de las que empezaron a salir lo que a Ary le parecieron muchísimos shifters. Pero solo se fijó en Nick.

Leo la estaba dejando en el suelo cuando Nick rodeó el coche y llegó hasta ella para cogerla entre sus brazos.

—Cuando lleguemos a casa voy a darte unos azotes en ese precioso culito que tienes por no escucharme.

Ary abrió la boca para hablar y luego la cerró cuando los labios de él se posaron en los suyos.

—No digas una palabra —le dijo, apartándose y mirándola—. Tan solo sube al coche.

—¿Dónde vas? —preguntó Ary cuando Nick la empujó en el asiento.

—¡Voy a hacer lo que debí haber hecho en ese jodido bosque! —le contestó sin mirarla.

Y Ary pensó que esa respuesta no auguraba nada bueno.