Epílogo

 

Meses después

 

Cristina se giró cuando Víctor llamó a la puerta y entró con una mano que le cubría los ojos:

—¿Puedo pasar?

—A ver, bacalao, ya estás dentro —replicó Estela—. ¿Qué quieres? Y quítate la mano de la cara, que te vas a tropezar.

—Es que yo no puedo ver el vestido.

—¿Y quién te ha dicho esa tontería? —quiso saber Cristina mirando a Estela—. Para que lo sepas, el que no puede ver el vestido es tu padre.

—¡Era una broma, bacalao! Tú siempre te lo crees todo —Estela esbozó una mueca de fastidio.

—Chicos, dejadlo ya —dijo Cristina—. Me prometisteis que hoy no os ibais a pelear. Venga, hacedlo por vuestro padre y por mí.

—Papá me ha preguntado si estás segura.

Cristina se agachó. Contuvo el aliento para no derramar ni una sola lágrima. Era difícil contener la emoción. No quería estropear su maquillaje.

—Dile a tu padre que no me lo vuelva a preguntar más. En un rato subiremos a la terraza y tu padre y yo nos casaremos. No se va a librar tan fácilmente de mí. Así que ya se lo puedes ir diciendo.

Marga y Mariví estaban en un rincón y no dejaban de llorar. La una y la otra se pasaban pañuelos de papel.

—La que no quería casarse —repuso su hermana Marga.

—Ya, es que no me podía negar. Estaba tan mono —indicó Cristina mirándose al espejo—. ¿Cómo estoy?

—Te podría decir lo mismo que le has dicho a Víctor —respondió Mariví—. Deja ya de preguntarlo. Estás preciosa.

Cristina se volvió hacia las cuatro mujeres que había en la habitación y que serían las damas de honor.

—¿Qué hora es?

—Son casi las seis —respondió su hermana Sofía.

—¿No crees que debería ir subiendo?

—No, que sufra un poco —dijo Sofía—. Ya que te vas a casar, vamos a cumplir con la tradición. ¿Cuánto le hacemos esperar?

—Quince minutos —dijo Estela.

—¿Tanto? —inquirió Cristina mordiéndose el labio inferior—. Eres muy mala.

—Nena, deja de comerte el pintalabios —Mariví se acercó a ella con una barra de labios—. Ya es la segunda vez que te lo tenemos que retocar.

—Si me caso algún día, voy a hacer esperar a mi novio por lo menos una hora.

—¡Me sigue maravillando cómo sigues teniendo esas ideas tan retorcidas! —exclamó Mariví.

—Solo es cuestión de practicar —enseguida se dio cuenta de lo que había dicho—. Os juro que hoy no he puesto sal a las tartas y que no he preparado nada. Me he portado bien.

Todas soltaron una carcajada.

—Claro que no has le puesto sal —replicó Gema—. De eso ya me he encargado yo.

—¿Cuántas visitas tiene ya la pedida de mano de tu padre a mi hermana en YouTube? —preguntó Sofía.

—Creo que ya va por los tres millones —soltó Estela. Esbozó una sonrisa inocente—. Tenéis que creerme de una vez, yo no lo subí a la Red.

—Tú no, pero Carol sí, que me he enterado de quién hizo ese vídeo —respondió Gema—. Y no me preguntes cómo lo sé.

Estela retorció el borde de su falda.

—¡Es que fue una pedida muy bonita!

Soltó un suspiro.

—Me tiemblan las piernas —comentó Cristina sentándose en una silla.

Se abanicó con una mano. Empezó a faltarle la respiración.

—¿Sabéis qué hice anoche? —Marga se había sentado en el reposabrazos de la silla de su hermana pequeña.

—No hace falta que lo cuentes —replicó Mariví—. Nos lo podemos imaginar. Tu padre y yo os escuchamos.

Marga puso los ojos en blanco.

—Estoy hablando de antes. Anoche llamé a Javier. Le di las gracias y le dije que había encontrado a alguien mejor que él. Y antes de colgar le dije que superara los cinco polvos que nos habíamos pegado Óscar y yo antes de irnos a la cama.

—Nena —dijo haciéndole un gesto con la cabeza señalándole a Estela—, que hay una menor.

—A ver, que yo sé cómo funcionan estas cosas. Que no soy tan cría.

Marga esbozó una sonrisa triunfal.

—¿Le dijiste eso? —Cristina la miró asombrada.

—Sí, vaya si lo hice —se pasó la mano por su vientre de siete meses de embarazo—. No sabéis lo a gusto que me quedé.

Cristina notó que las manos empezaban a sudarle.

—¿Qué hora es?

—Venga, sí, será mejor que no hagamos esperar más a Álex —repuso Mariví mirando el reloj. Eran las seis y diez—. Va a pensar que te lo has pensado mejor y que no te quieres casar.

Cristina se levantó y volvió a mirarse al espejo.

—Nena, aunque fueras la novia más fea del mundo, él solo va a tener ojos para ti.

Sofía fue quien abrió la puerta de la habitación. En el comedor la esperaban Óscar, su hermano, su padre, Víctor y Maribel con las dos pequeñas: Nuria y Noa. Mariví se acercó un momento al carrito. Tenía suerte de que se pasaran gran parte del día durmiendo.

—¿Cómo se están portando?

—Son unas benditas. Es que no se las oye.

—Sí, son buenas niñas. En estos seis meses no nos han dado ni una sola mala noche.

Óscar se colocó al lado de Cristina y le murmuró al oído:

—Estás para que te empotre Álex en la pared.

Cristina soltó una carcajada.

—¿Entonces estoy bien?

—Estás preciosa, casi tanto como tu hermana —le tiró un beso al aire.

—No esperaba menos de ti.

—Bombón, es que el embarazo le sienta muy bien.

Juanfra llegó a su lado y le dio un beso en la mejilla.

—No le hagas caso a este idiota. Eres la más guapa de todas.

Entonces su padre pegó una palmada al aire.

—A ver, ¿dónde está esa novia? —preguntó Fran conteniendo la emoción. Le tendió su brazo—. Cariño, ¿estás preparada?

—Sí, papá, lo estoy.

—Venga, ya hemos hecho esperar mucho al novio.

Óscar, Juanfra y Víctor fueron los primeros en salir al pasillo del hotel. Les siguieron las cuatro damas de honor, Maribel con las niñas, y por último fueron Cristina y su padre quienes abandonaron el comedor de la casa de Álex.

Víctor fue el primero en entrar a la terraza del Acanto.

—Papi, ya viene, ya puedes cantar la canción.

—Bacalao, se trataba de una sorpresa —replicó Estela pegándole un pescozón suave.

Álex agarró el ukelele, la vio avanzar por el pasillo, tragó saliva y comenzó a cantar Can't Help Falling In Love.

—Calma, cariño, no te apresures —le murmuró su padre en el oído—. Deja que te la cante. No se va a marchar.

—Papá, dime que no estoy soñando.

—No, no lo estás. Y no llores, que para eso estoy yo.

—Gracias, papá —le apretó el brazo.

Fran dejó a Cristina junto a Álex.

—Has cantado nuestra canción —murmuró.

—Sí. Te lo vuelvo a repetir: no puedo evitar enamorarme de ti todos y cada uno de los días que pases junto a mí.

Juanfra, el notario de la familia, iba a oficiar la boda. Carraspeó para que la gente se callara. Ambos se giraron hacia él y asintieron con la cabeza. Era hora de comenzar. Cristina esperó con impaciencia a que su hermano dijera las palabras que siempre deseó oír.

—Cristina, ¿aceptas a Álex como marido?

Ella notó cómo él tragaba saliva cuando giró la cabeza. Primero asintió con la cabeza antes de responder alto y claro.

—Sí, lo acepto, acepto a Álex como marido.