Capítulo 16

 

Óscar miró el reloj que llevaba en la muñeca. Había una mezcla de inquietud y de miedo en su mirada. Esbozó una sonrisa traviesa al ver que todo estaba preparado. Era la primera que hacía algo así, pero ella lo merecía.

—¿Qué hacemos aquí? —preguntó Marga—. Prefiero que vuelva el Óscar bromista.

—Muy pronto lo sabrás. Quedan exactamente dos minutos para que todo se transforme.

—No entiendo nada.

Él se encogió de hombros, miró a un lado de la plaza y después al otro. A Marga le pareció que hacía señas a alguien. Todo era un poco raro desde que habían abandonado el piso de Mariví. Era una suerte que lo tuviera a tres minutos de la plaza de la Virgen. Se habían cambiado deprisa de ropa y habían vuelto a salir a la calle. Desde entonces, Óscar se había mostrado de lo más enigmático. Marga se preguntó si era debido a que se habían besado.

Aún no había anochecido cuando las campanas de la catedral dieron las nueve. La plaza de la Virgen era el lugar perfecto de reunión, no solo para familias, también lo era para jóvenes en patines que practicaban nuevos movimientos. Parejas de enamorados se hacían fotos al lado de la fuente que había en un lateral. Unos niños estaban jugando en los escalones de la catedral con una peonza. Había un grupo de turistas asiáticas en la puerta de los Apóstoles. Escuchaban a una guía rubia que llevaba un paraguas en la mano y les señalaba el rosetón de seis puntas, que representaba la estrella de David.

—¿Estás preparada? —preguntó Óscar.

—¿Para qué? —quiso saber Marga sin entender a qué venía tanto misterio así tan de repente—. ¿Me quieres decir ya algo?

—Para jugar.

—¿Pero no íbamos a cenar?

—Sí, claro, pero esto es parte de la sorpresa.

Marga negó con la cabeza sin terminar de creerse que Óscar hubiera preparado una sorpresa.

—¿Qué se te ha ocurrido?

—Espera y verás.

—Pero si no has tenido tiempo de preparar nada.

—En eso consisten las sorpresas —al sonreír se le marcaron los dos hoyuelos.

Hasta que no se habían besado nunca lo había visto atractivo, pero en esos instantes, cuando sonreía, habría sido capaz de cometer una locura.

Unas palomas alzaron el vuelo cuando un chico vestido de negro y con la cara pintada de blanco llegó con un sobre en la mano de color rojo corriendo por la calle Micalet. Se lo entregó a Marga después de hacer unos cuantos gestos de mímica.

—¿Es para mí? Perdona, pero creo que te has equivocado.

Ante la insistencia del chico, ella agarró el sobre.

Llevaba una única palabra en letras doradas escrita: “Ábreme”. Ella miró primero a Óscar y después al chico.

—Se supone que tengo que abrir el sobre.

—Si quieres seguir jugando, sí.

Marga lo abrió con calma. Primero leyó la frase para sí, pero después la dijo en voz alta.

—¡Que empiece el espectáculo! —exclamó con asombro—. ¿Qué es esto, Óscar?

—Enseguida lo sabrás.

El chico de negro la instó a que lo dijera un poco más alto. Marga lo volvió a repetir tal y como le había pedido él. Cada vez entendía menos lo que estaba ocurriendo, pero una cosa sí que tenía clara, jamás habría pensado que Óscar preparara este tipo de sorpresas.

De repente todo ocurrió muy deprisa. El chico sacó de la nada un pañuelo que imitaba el logo de la productora de cine: A Paramount Pictures. Marga abrió los ojos, desconcertada, y se cubrió la boca con la mano cuando el chico volvió a sacar otro pañuelo de la manga o de donde fuera que los tuviera. No podía creer lo que estaba leyendo. En la primera fila ponía: Paramount Pictures presents, mientras que en la segunda leyó: A Lucasfilm LTD Production. El sonido de un gong resonó en la plaza. Y por tercera vez el chico le mostró otro pañuelo que ponía: A Steven Spielberg film.

Un humo rojo cubrió los escalones de la plaza. Las turistas que se encontraban en la puerta de los Apóstoles se habían cambiado, al igual que la chica rubia que hacía de guía. Ella alzó los brazos al tiempo que una pancarta se desplegaba por encima de su cabeza, donde se podía leer: Indiana Jones Temple of Doom. La guía, que ya no lo era, iba vestida como Kate Capshaw en el inicio de la película que más le gustaba, y al igual que hacía ella, comenzó a cantar Anything Goes.

—Estás loco —soltó cuando reconoció los primeros acordes de la canción que tanto significado tenía para ella. Era especial por muchos motivos.

Las turistas desplegaron unos abanicos gigantes e imitaron el baile que daba inicio a la película de Indiana Jones en el templo maldito.

 

the world has gone mad today

And good's bad today

And black's white today

And day's night today

When most guys today that women prize today

Are just silly gigolos[9]

 

Marga recordaba que su madre se la cantaba cuando era pequeña porque había hecho el musical en Londres de esta canción. No era la protagonista, sino más bien una actriz con un papel secundario, pero su padre tuvo suficiente para enamorarse de ella. Durante cinco meses él estuvo viajando todos los fines de semana a Londres para ver el musical, insistiéndole a su madre que tuviera una cita con él. Después de tanto perseverar ella aceptó salir a cenar, y una cosa llevó a la otra. Parecía que su padre tenía debilidad por las actrices rubias, porque Mariví también había sido actriz antes de casarse con su padre, y era rubia.

Cuántas veces habría visto Indiana Jones en el templo maldito junto a su madre, y más tarde junto a Cristina y Óscar cuando quedaban una vez al año para ver el maratón de películas.

Óscar sabía el significado que tenía para ella. En cierta manera, albergaba la idea de que a Marga le pasara como a su madre y se enamorara de él. Si había funcionado una vez, también podía funcionar dos veces.

Marga lo miraba de reojo con lágrimas en los ojos. Nadie había hecho nunca algo así por ella. Una vez que terminó la música, la chica que había cantado se acercó hasta ellos con otro sobre en la mano. Al igual que el otro que le habían entregado, este también llevaba la palabra “Ábreme” escrita. Antes de abrirlo, Marga se tiró al cuello de Óscar y le dio un beso en la mejilla. Él notó un hormigueo recorriendo su espalda, y tuvo que hacer un ejercicio de autocontrol para no soltarle lo que llevaba años callando. Llevaba tiempo oponiéndose a lo que sentía por Marga, saliendo con otras mujeres para olvidarla, dejando que la gente creyera que era una pluma loca por sus gestos afeminados, pero a él le daba igual lo que pensaran de él.

—¡Quiero volver a besarte! —exclamó Marga.

Óscar abrió los ojos.

—Lo que tiene que hacer uno por un beso —soltó esbozando una sonrisa.

—¿No lo quieres?

La magia del momento se rompió cuando Marga recibió una llamada a su móvil. Era Ester, que desde la tarde en que pilló a Javier con Rocío, no habían vuelto a hablar.

—Es Ester —Óscar se encogió de hombros. Marga sabía que ambos no se caían bien. Ester no lo soportaba porque decía que era muy vulgar cuando hablaba y él decía de ella que era una pija estrecha que siempre estaba cotilleando—. Enseguida termino con ella.

—Tranquila, igual se ha comprado una caja de supositorios para combatir su estreñimiento crónico y te llama para que le digas cómo se meten —la música del tono del móvil de Marga dejó de sonar durante un segundo. Ester volvió a insistir—. Coméntale que tiene que colocar la punta hacia abajo y esperar dos minutos a que haga efecto.

Marga sacudió la cabeza y tuvo que contener una carcajada antes de descolgar el teléfono.

—Ester, espera un momento —tapó el auricular con una mano—. No me mires así, es mi amiga.

—Sí, pero eso no es incompatible con que también sea una imbécil —le tiró un beso al aire.

Ella soltó un suspiro y le dio un empujón suave. Óscar se apartó un poco y se metió las manos en los bolsillos.

—Ester, ya estoy contigo. ¡Cuánto tiempo sin saber de ti!

No quería que sonara a reproche, pero ni ella ni Raquel habían estado a su lado cuando más las había necesitado.

—Chica, ¡qué difícil es hacerse contigo!

—¿Sí? Eso mismo me pregunto yo. No sé qué ha podido pasar, porque sigo teniendo el mismo número de teléfono y sigo viviendo en casa de mis padres.

Ester soltó una risita antes de seguir hablando.

—No me lo tengas en cuenta. Es que he estado muy ocupada estas semanas. No sabes lo mal que está Javier —Marga se pasó la lengua por los dientes cuando intuyó por dónde iba la llamada de su amiga—. Bueno, entiéndeme, Javier me necesitaba. De verdad, está muy hecho polvo. Yo tampoco estaría bien si mi novio de toda la vida me hubiera dejado. Pero yo tengo la receta ideal para que se te pasen todas las penas.

—Ester, ¿te ha dicho Javier que me llames?

Óscar se giró cuando escuchó el nombre de su exnovio. Marga estaba en tensión y apretaba el puño con rabia.

—¿Javier? No, para nada. Esto se me ha ocurrido a mí solita. Siempre has escuchado mis consejos y he pensado que para arreglar lo vuestro, podríamos quedar esta noche en mi casa a cenar. Javier está encantado con la idea.

—¿Con qué idea? ¿Con la de ponerme los cuernos con Rocío o cuando se acostó con Tita en el día su boda? No hay nada que arreglar, así que no sigas, por favor.

Ester volvió a soltar esa risita que a Marga comenzó a parecerle irritante. Hasta ese momento no le había dado mayor importancia, pero al escucharla por teléfono le sonó el mismo sonido que soltaban las hienas.

—¡Ay, chica, cómo eres! Ha sido una simple infidelidad.

—Ester, lleva siendo infiel muchos años —se prometió que mantendría la calma pasara lo pasara.

—Pero si le dejaras que se explique, tal vez te darías cuenta de que está muy arrepentido y que no lo va a volver a hacer nunca más. Lleva unas semanas que apenas come, y casi no duerme. Está tan hecho polvo que ha adelgazado dos kilos.

La conversación la estaba poniendo de mal humor. Si no le colgaba era porque la consideraba una buena amiga.

—Ester, ¿qué quieres? —la cortó antes de que siguiera hablando.

—Chica, dale una oportunidad.

Cerró los ojos. Se confirmaba lo que tanto temía. Durante esta última semana, había tenido tiempo para pensar en cómo había sido su relación con Javier y hacia dónde habría ido si no lo hubiera encontrado en el despacho de Rocío. Ella no quería ser como muchas de sus amigas, que permitían que sus parejas les fueran infieles con tal de mantener un estatus. Las chicas como ellas, las de buena familia, se casaban, porque era lo que tocaba. Pero de un tiempo a esta parte, ella se rebelaba contra ese concepto de que todas ellas tenían que ser buenas amas de casa. Todas las amigas que se habían casado, esperaban a sus maridos en casa con el último modelito que se habían comprado, y en una mano una copa de vino. Después de un año de casados, irían a por una parejita, e incluso se arriesgarían a ir a por un tercero si no llegaba el niño o la niña tan deseado. Todos los sábados harían una cena en casa para los amigos y los domingos tocaría ir al Club de Campo, donde iba la gente vip de Madrid. Las mujeres hablarían de los últimos cotilleos mientras que los maridos tomarían el vermú después de hacer deporte. Y las nanies se harían cargo de los niños para que sus papás pudieran charlar con tranquilidad. Y si los maridos se portaban bien, entonces quedarían una vez al mes para irse de fiesta mientras ellas hacían las famosas noches de pijamas de chicas. Todas ocultarían detrás de una sonrisa que sus matrimonios no eran perfectos, que los hombres necesitaban echar de vez en cuando una canita al aire porque eso era lo que habían hecho toda la vida. ¿Era eso lo que quería, ser una esposa mueble, que no valía siquiera para poner una lavadora o que ni siquiera tomaba las decisiones sobre qué iban a comer o cenar? Si le daba una oportunidad a Javier, acabaría como ellas. Sofía, su hermana mayor, sin ir más lejos, era una de esas mujeres que miraba para otro lado cuando su marido se la pegaba con otras.

Buscó a Óscar con la mirada. Se le podía tachar de mujeriego, pero siempre había sido honesto con todas las chicas con las que había salido, y a ninguna de ellas les había puesto los cuernos.

Ante el silencio de Marga, Ester siguió hablando.

—Me ha prometido que no lo va a hacer nunca más. No le hagas esto al pobre Javier. Te echamos de menos. Sin ti esto no es igual.

Marga sacudió la cabeza. Podía intuir el miedo que tenía Ester. No la llamaba para que le diera una oportunidad a Javier, en realidad la había telefoneado porque temía que muchas de las amigas tomaran ejemplo y se separaran de sus maridos. Ester le estaba diciendo que volviera al redil como una buena oveja.

—Y supongo que tú lo habrás creído.

—Sí, tendrías que ver cómo está. De verdad, no lo va a hacer más veces.

Marga apretó los dientes. Javier había sido tan rastrero que había utilizado a su amiga para llegar hasta ella. Era muy típico de él echar balones fuera y no asumir que había metido la pata hasta el fondo. Si en doce años que la conocía aún no se había enterado de que ella no le perdonaría nunca una infidelidad, es que no la conocía en absoluto.

—Ester, llevo esperando una llamada de mis amigas, y cuando la recibo a ti no se te ocurre otra cosa que hablarme de lo mal que está Javier. Parece que a ti te importe una mierda cómo esté yo.

—Ay, no me malinterpretes, chica, claro que me preocupo por ti. Y por eso te llamo, porque sé que lo que necesitas es hacer las paces con Javier —tenía que darle la razón a Óscar, además de ser una cotilla, era una alcahueta metomentodo—. Marga, perdona que te lo diga, pero cuando te pones cabezota, no hay quien te saque de ahí. Y te estás equivocando, porque Javier y tú estáis hechos el uno para el otro. Él ya ha entendido que esto no lo puede volver a hacer.

—Ester, no voy a volver. Ya puedes decírselo —le respondió con una calma que le sorprendió.

—No me interrumpas —la cortó su amiga—. Esta noche te vas a poner guapa, después vas a venir a mi casa y nos lo vamos a pasar muy bien. Escucharás a Javier lo que tenga que decirte. Ya verás como te darás cuenta de que todo esto no es más que una tontería. Y yo no te he dicho nada, pero quiere llevarte a Roma para que resolváis vuestras diferencias.

Marga reprimió un bufido.

—¿De qué lado estás, Ester? —alzó el volumen un poco más de lo habría deseado.

—Del tuyo, por supuesto, ¡qué preguntas más tontas haces! Las mujeres tenemos que apoyarnos.

—Pues no lo parece. Soy yo la engañada.

—Pero estas cosas pasan.

—¿Qué me estás contando, Ester? —Marga estaba perdiendo la calma con la que se había prometido que iba a hablarle a Ester—. Yo no voy a perdonar nunca a un tío que me ponga los cuernos, ni tampoco voy a mirar hacia otro lado cuando esto suceda. ¿Qué harías tú en mi lugar?

—Lo que hacemos todas —Ester se lo dijo con una calma pasmosa—. Ya le has hecho sufrir suficiente. No hace falta que sigas con la estupidez de seguir enfadada. Ya sabemos que te ha sentado mal, pero de verdad, no hay que ser tan radical.

Óscar se acercó a ella cuando advirtió que tenía los hombros muy tensos. Creyó que en cualquier momento mordería a alguien.

—¿Estás bien? —quiso saber.

—Sí —Marga tapó el auricular.

—Nena, ¿quién está contigo?

—Óscar. Ni siquiera me has preguntado cómo estoy o cómo he pasado estas semanas. Pero te lo voy a decir. Han sido de las peores de mi vida, pero de todo se sale —conforme hablaba se sentía más segura, y de que el viaje a Valencia era la mejor decisión que había tomado esa semana—. Nos hemos venido a Valencia a pasar un fin de semana. Se lo puedes decir a Javier.

—No le puedes hacer esto. Y más con ese… Si sabes que es un marica.

—Marica no es un insulto, así que te tendrás que esforzar un poco más. ¿Además, qué tienen de malo los gais? Y para tu información no es gay. Nos hemos besado.

—¡Que has hecho qué! ¿Ves? Tú también le has sido infiel.

Marga se imaginó a Ester al otro lado del teléfono rechinando los dientes, e incluso echando espuma por la boca. Se alejó unos centímetros el móvil de la oreja para mirarlo. No entendía qué hacía hablando con alguien que justificaba de esa manera que su pareja le hubiese puesto los cuernos. Y encima la acusaba de que había sido infiel. Era lo que le faltaba por oír.

Óscar le preguntó con la mirada qué estaba ocurriendo. Ella le hizo un gesto con la mano para indicarle que iba a colgar enseguida.

—Ester, no tenemos más que hablar. Si tanto te gusta Javier, puedes quedarte con él. Dile que no voy a volver, que le perdono la infidelidad. Bueno, en realidad ahora me da igual, me ha hecho un favor. Dale las gracias.

—Espera un momento, chica.

—¿Marga? —lo que le quedaba por escuchar en esa conversación absurda era la voz de Javier—. Por favor, cariño, no me hagas esto. Lo reconozco, me equivoqué. Lo siento. Me da igual si tú y ese Óscar os habéis besado. No sé qué más quieres que te diga. Vuelve conmigo, por favor. Yo te quiero.

—Nada, Javier, no quiero que me digas nada más. Ya me dejaste claro el otro día lo poco que te importo. Tú y yo no tenemos nada más que hablar.

—Sí qué me imp…

No lo dejó terminar la frase. Había tomado la decisión de cerrar esa etapa de su vida de un portazo. Se giró hacia Óscar y miró el sobre.

—¿Por dónde íbamos?

—¿Estás bien?

—Sí, Óscar, estoy bien, de verdad —al fin relajó los hombros.

—Si quieres que hablemos de lo que ha pasado, podemos dejar esto para otro día.

Marga negó con la cabeza. Leyó lo que había dentro del sobre. Era una invitación para ir a cenar.

—Óscar, vamos a seguir con esta cita. Eso es lo que quiero. Y no quiero que te controles.

Ante la duda que observó Marga en el gesto de Óscar, ella le comentó:

—Vamos a ver qué surge —dio un paso hacia él—. La noche no ha hecho más que comenzar. ¿Temes hacerme daño? Solo somos dos amigos con derecho a roce.

Óscar tembló ante su insinuación. Para él aquella cita tenía otro significado. No quería ser solo un amigo, deseaba ser parte de su vida. Por nada del mundo iba a aprovecharse de Marga, de su vulnerabilidad. Solo llegaría hasta el final si ella estaba segura de que era eso justo lo que quería.

—La noche es nuestra. ¿Dónde vamos a cenar?

—Como quieras, cari. Mueve ese culo respingón y sígueme —le quitó el sobre que llevaba en la mano y le hizo un gesto con la cabeza.