Capítulo 8

 

Álex dejó que Cristina entrara antes que él al bar. Casa Manolo era un lugar acogedor de comidas caseras que no olía a fritanga y que aún vestía sus mesas con manteles de tela.

—Hay dos mesas libres. ¿Dónde te apetece que nos sentemos? —quiso saber él echando un vistazo.

—Me da igual.

—Entonces pongámonos al fondo.

Cristina llevaba observando toda la tarde el efecto que provocaba Álex en las mujeres, e incluso comprobó cómo las vendedoras coqueteaban, aunque él no le había dado mayor importancia. Durante el tiempo que estuvieron de compras, Álex solo tuvo ojos para ella. Sin embargo, eran pocas las que no le pegaban un repaso de arriba abajo como había hecho ella cuando se le había presentado esa misma tarde. Y en parte, Álex sabía de ese magnetismo que suscitaba en las mujeres, aunque se limitaba a sonreír y a hacer un gesto con la cabeza, como si aquello no fuera con él.

Mientras se dirigían a la mesa libre del fondo, Cristina volvió a observar cómo las mujeres se giraban hacia él. Por un momento se sintió absurdamente poderosa, porque ese hombre estaba coqueteando con ella y porque por unas horas estaba siendo deseada de verdad. Se sintió una mujer, mucho más de lo que la había hecho sentir Manu.

—Vuelvo en un minuto —dijo Álex dejando las bolsas en un rincón.

—Tranquilo, hasta las doce el hechizo no desaparecerá. Después, no te puedo asegurar que yo siga siendo yo.

—Igual quiero arriesgarme a saber qué ocurre a partir de las doce —Álex apoyó las manos sobre la mesa y se acercó a peligrosamente a ella.

Cristina sintió un escalofrío en la espalda y como si el corazón se le fuera a salir por la boca. Ella nunca había sido tan atrevida, aunque estaba claro que Manu no era Álex, ni tampoco le provocaba las sensaciones que tenía ahora mismo alojadas en el estómago. Estuvo tentada de rodearle el cuello con sus brazos y darle un beso hasta que perdieran el sentido.

Vio cómo se alejaba hacia la barra, aunque a medio camino se lo pensó mejor, se detuvo, se giró y en dos zancadas llegó hasta ella. A Cristina no le dio tiempo ni a pestañear cuando Álex colocó las manos en su cara y la besó con una pasión que la dejó sin aliento, al tiempo que le acariciaba las mejillas con las yemas de sus pulgares. No era desde luego el beso tierno que se dan los novios en las primeras citas, era un beso experimentado y que prometía mucho más que esta primera caricia. Había una urgencia en poseerla que la hizo estremecer.

Sin preguntarle nada, Álex la tomó de la mano y se dirigieron al baño de señoras. En ese momento había una mujer que se estaba lavando las manos, pero en cuanto advirtió la presencia de ellos, salió con paso apresurado.

—Lo siento —dijo.

Álex cerró la puerta con el pestillo, la empujó con suavidad contra la pared y volvió a saborear su boca, a tentarla con su lengua. A Cristina le volvió loca esa manera de besar tan apasionada y tiró de su camisa hacia ella. Pudo sentir cómo los pezones se le endurecían. Volvió a acercar sus labios a los de Álex y le pegó un mordisco.

—¡Dime que lo deseas tanto como yo! —sintió el aliento de él pasear cerca de su oreja.

Tal y como dijo Álex, Cristina no se sintió incómoda, es más, deseaba que fuera más allá, que se dejara de palabras y que la hiciera sentir como nadie le había hecho sentir nunca.

Álex metió la mano por debajo de la camiseta para alcanzar su pecho. Cabía en su palma, lo masajeó y tiró de su pezón con delicadeza. Después se lo llevó a la boca y lo lamió lentamente. Cristina jadeó y echó la cabeza hacia atrás. Álex deslizó la otra mano hasta el final de su espalda para posarla en su trasero. Después alcanzó el botón de su pantalón, le bajó la cremallera y jugueteó con el borde de sus braguitas.

—Solo lo haremos si tú estás segura.

—Hazlo —dijo ella sin dudarlo.

Para Cristina ya no había marcha atrás. Deseaba que él calmara ese fuego interior que la devoraba por dentro.

Álex le separó las piernas y Cristina advirtió en el estómago su miembro duro. Pegó un respingo cuando Álex introdujo el dedo índice en su sexo. Lo sacó y se lo llevó a los labios.

—Me gusta cómo sabes.

Sus dedos volvieron a colarse por debajo de sus braguitas y notó cómo ella adelantaba las caderas cuando Álex empezó a trazar círculos sobre su clítoris.

Cristina soltó un gemido cuando Álex le bajó los pantalones, aunque antes le quitó los botines en dos movimientos rápidos. Después tiró de sus braguitas hasta rompérselas y se las guardó en el bolsillo.

—¡Te deseo ahora!

Cristina liberó su pene de la prisión de los calzoncillos y lo acarició con suavidad.

—¡Te voy a follar como nadie te lo ha hecho nunca!

—Sí, hazlo, hazlo ya —dijo con el corazón a cien.

Álex sacó un preservativo del bolsillo de su chaqueta, lo desgarró con los dientes y se lo colocó con rapidez.

—No sabes lo que te deseo.

La subió a horcajadas. De una embestida, se abrió camino en su vagina, y Cristina soltó un grito de placer…

—¡Ahhhhh!

Cristina pegó un respingo en la silla cuando advirtió que su móvil sonaba en su bolso. Tenía los labios secos y la respiración entrecortada. Apenas lo agarró para descolgar la llamada, se le escapó de las manos y fue a parar a los pies de Álex. Él se agachó, miró la pantalla, y al entregárselo le dijo:

—¿Te he asustado?

—No —dijo con la voz trémula.

—Óscar.

Cristina asintió.

—Hola —se le quebró la voz.

—¿Hola… Cristina? —contestó Óscar—. ¿Te ocurre algo?

Aunque Cristina había girado su cuerpo hacia la pared para que Álex no escuchara la conversación, sentía sus ojos clavados en ella.

—No —respondió soltando un gemino ahogado.

Hubo un silencio.

—¿Quieres que te llame en otro momento?

—Sí, casi lo preferiría. Ya te cuento cuando llegue a casa.

—Bombón, cualquiera diría que te he pillado follando, pero conociéndote, sé que eso sería casi un imposible.

Si él supiera, si pudiera hablarle, solo le diría: ¡Oh my god! Lo que me he estado perdiendo con Manu. ¿Por qué nadie me contó que follar era algo parecido a esto?

—Óscar, luego hablamos —lo cortó.

—Está bien. Ya hablamos y me cuentas. Pero bombón, sea lo que sea lo que estás haciendo, disfrútalo como una perra.

—Ya te cuento.

Soltó una carcajada nerviosa al tiempo que colgaba visiblemente turbada. Aún respiraba con algo de dificultad, pero lo peor de todo fue que notó que sus braguitas estaban húmedas y su sexo palpitaba. Aun siendo una fantasía, había tenido el mejor polvo de su vida. Si Óscar no la hubiera llamado, era muy posible que hubiese llegado al orgasmo. Entonces se dio cuenta de lo pobre y escaso que había sido el sexo con Manu.

—Era un amigo.

Álex le hizo un gesto como que no le importaba.

—¿Te pasa algo? Tienes las mejillas encendidas. ¿Quieres que pida un botellín de agua o una Coca-Cola, tal vez?

Ella trató de sonreír, aunque si hubiera podido, habría deseado que la tierra se la tragara. ¡Dios! Leer tantas novelas románticas en esta última semana le estaba pasando factura.

Nunca una fantasía había llegado tan lejos. Esta vez no le habría importado que fuera real.

—No, déjalo, es que soy muy calurosa —se levantó de la silla tratando de aparentar una tranquilidad que no sentía—. Si me disculpas, necesito ir un momento al lavabo.

—Claro. Si quieres voy pidiendo.

—Sí, lo que pidas estará bien. Me gusta todo.

—¿Sí?

Cristina contuvo el aliento.

—Sí, ahora soy yo la que me fío de tu criterio. Pide lo que quieras.

Cristina provocó que sus manos se tocaran al pasar junto a Álex, y sintió que él se estremecía como lo hacía ella. No giró la cabeza, pero sabía que no le quitaba ojo al contoneo de sus caderas. Se alegró de haberse puesto ese día unos botines de tacón, porque era el calzado ideal para el bamboleo de su trasero.

Y sonrió, porque le gustaban esas nuevas sensaciones que no conocía, que por otro lado eran solo fruto de su imaginación.

Cuando llegó al lavabo, se tuvo que sujetar a la pila porque aún notaba cómo le temblaban las rodillas. Se miró en el espejo.

—¿Qué me está pasando?

Abrió el grifo y se mojó los dedos para refrescarse la cara.

Por otro lado, Álex, como había supuesto Cristina, se le quedó mirando el trasero. Era delgada, pero tenía un culo respingón que quitaba el sentido. Cerró los ojos por unos segundos. Necesitaba pensar, y más después de la llamada que había recibido. ¿Quién era esa mujer de melena larga que lo tenía hechizado? No se sentía culpable por coquetear con alguien que no fuera Tita, pero sí notaba algo extraño que hacía años que no notaba en su estómago. Se preguntó si aquello era un simple calentón y deseaba seguir jugando, o por el contrario, quería dejar las cosas como estaban y no ir más allá. A fin de cuentas, su vida estaba en Valencia y él regresaría al día siguiente a su negocio.

Sin embargo, cuando abrió los párpados, dejó de pensar en lo que le esperaba en Valencia y se concentró en esa mujer que avanzaba con paso decidido hacia él. No quería ni podía apartar su mirada de ella.

—¿Mejor? –preguntó cuando llegó hasta él.

—Sí, es que a veces me dan unos sofocos tontos sin venir a cuento.

—Aún no ha venido la camarera, pero he estado viendo la carta. ¿Te apetecen unas croquetas, unas albóndigas y dos pinchos de tortilla? Y como tú decías, los podemos acompañar con vermú.

—Me parece perfecto.

Cuando Cristina se sentó, llegó la camarera. Álex pidió y esperó a que se marchara para seguir hablando.

—¿Quién es Cris? Tengo curiosidad por saber cómo se hace alguien personal shopper.

Antes de contestarle, Cristina inspiró con fuerza. Se levantó de su asiento con decisión y se sentó a horcajadas sobre sus rodillas. Metió sus dedos en su pelo revuelto y lo atrajo hasta sus labios. Le besó con la misma pasión que había mostrado en la fantasía del baño.

Álex carraspeó y ella parpadeó varias veces para dejar a un lado esa ilusión que luchaba por apoderarse de ese momento.

—Yo —titubeó. Se mordió los labios—. Quiero ser sincera contigo. No soy la Cris que estabas esperando. Y siento haber provocado este pequeño malentendido, pero en mi defensa diré que sí que me llamo Cristina y que me encanta la moda. Cris solo me llama mi hermano mayor. Sé de las últimas tendencias porque desde que era pequeña, siempre he querido ser figurinista, pero esta es la primera vez que hago esto, salvo con Óscar.

—¿Óscar es tu novio?

Cristina soltó una carcajada.

—¿Óscar mi novio? No, es mi mejor amigo. Es como mi hermano. No, no tengo novio. Con Óscar puedo hablar de todo.

Álex se removió en su asiento. Cristina temió que se fuera a marchar, pero suspiró cuando vio que se marcaba una sonrisa ladeada.

—Sé que no eres la Cris que estaba esperando porque hace un rato me ha llamado, pero estaba esperando a que tú me lo dijeras. Estoy seguro de que no es tan buena como tú. Me ha comentado que siente haberme dejado colgado, pero que se encontraba indispuesta por un virus estomacal que la ha dejado tirada en el sofá.

Hubo un silencio hasta que Cristina se decidió a hablar.

—Si te soy sincera, me alegro de que no haya venido. Me lo he pasado genial.

—Y yo también. Hacía tiempo que no me reía tanto. Deberías dedicarte a esto.

—Sí, aún no tengo muy claro qué quiero hacer. Hace una semana dejé Derecho y estoy buscando trabajo. De niña me imaginaba que a veces era la cocinera de un restaurante, otras quería estar encima de un escenario cantando y actuando. También he soñado con poder vender mis cuadros. Si hasta yo misma vestía a mis muñecas con globos y calcetines desparejados. Y no es por nada, pero hago unos cupcakes que están muy ricos. En realidad soy bastante creativa.

—Eres una caja de sorpresas.

—No sé por qué al final terminé estudiando Derecho, pero desde que lo he dejado siento que es una de las mejores ideas que he tenido nunca —se calló que la otra mejor idea que había tenido había sido dejar a Manu.

—Si vivieras en Valencia te ofrecía un puesto en mi cocina. Siempre y cuando no te importara empezar desde abajo.

Cristina se le quedó mirando sin terminar de creerse lo que le había dicho.

—No, no lo dices en serio, ¿verdad? Me defiendo bastante bien entre fogones.

—Sí, lo digo en serio. No me gusta bromear sobre ciertos temas.

La camarera llegó con los dos vermús y dos tapas.

—Ahora os traigo lo que falta.

Ninguno de los dos atendió a las palabras de la camarera. Estaban demasiado ocupados en mirarse.

—¿Qué te parece mi oferta?

—No sé qué decir.

—Prueba a decir que sí.

—¿Y cuándo empezaría?

—En tres semanas. Mi hermana Gema necesitará alguien que la ayude cuando Álvaro, nuestro segundo cocinero, se marche. Va a probar suerte por su cuenta.

—Pero no sabes casi nada sobre mí, ni tampoco me has hecho una prueba.

La camarera llegó con lo que faltaba.

—Podemos hacer una cosa. Te invito a pasar este fin de semana en Valencia y después decides qué quieres hacer.

—¿Un fin de semana? Suena de lo más tentador.

—Suena mejor de lo que piensas. Te aseguro que no soy un asesino en serie, ni tampoco soy un lobo feroz. No te pongas excusas.

Y sin pensar en nada, le dijo que sí, que aceptaba ese fin de semana en Valencia.

—Acepto —le tendió la mano.

—Ya no te puedes echar atrás.

Cristina negó con la cabeza.

Álex pensó en que había sido un impulso suicida invitarla a pasar un fin de semana en Valencia, pero él era así, un hombre impulsivo. Si había algo que quería, iba a por ello sin más, y lo que tenía claro era que no deseaba que todo acabara cuando se despidieran esa misma noche.

—Venga, no estaría mal empezar con las croquetas antes de que se enfríen, aunque ya te digo que no tienen nada que ver con las que hace mi hermana. La receta es un secreto de familia.

—¿Y qué tipo de cocina hacéis?

—Tradicional. A Gema y a mí nos gustan las comidas de toda la vida.

—Estoy deseando probar las que hace tu hermana —le pegó un trago al vermú antes de seguir hablando—. ¿Te puedo pedir un favor? Bueno, más que un favor es saber si puede ser.

—Tú dirás —dijo intrigado.

—¿Tienes a alguien que se encargue de los postres?

—No.

—En muchos restaurantes se olvidan de tener una buena carta de postres, y me preguntaba si no te importaría que hiciera una prueba también. Se me dan mejor los dulces.

—Me lo creo —respondió mirándole a los labios—. ¿Y con qué nos vas a sorprender?

—¿Eso es un sí?

—Sí, eso es un sí.

—Tengo que pensarlo, pero hago varias tartas de chocolate que están para chuparse los dedos.

—No me importaría probar. ¡No te imaginas cuánto!

Cristina bajó la mirada a su plato. Le quedaba un último pedazo de tortilla de patatas.

—¿Cuándo sales para Valencia?

—Mañana tengo que estar allí. ¿Cuándo crees que podrás llegar?

—El viernes que viene —al decirlo, sintió nervios en el estómago.

—Entonces, te espero el viernes. Prepárate para trabajar.

—Y tú prepárate para probar mis postres.

—No hago más que pensar en ello.

Siguieron hablando, riendo hasta que la última mesa se marchó. La camarera de la barra ya había limpiado la cafetera y le echaba miradas asesinas a Cristina.

—Creo que nos están echando.

—Sí, será mejor que nos marchemos —Álex pidió la cuenta y sacó la cartera—. Mañana tengo que estar en pie a las seis.

—¡Oh! No quería entretenerte.

—Te aseguro que ha sido un placer. ¿Quieres que te acerque a casa? Tengo el coche aparcado en un parking aquí cerca.

—Si no te importa, sí. Desde hace una semana ya no tengo coche.

Cuando Cristina tomó la decisión de dejar Derecho, también le había dado a su padre las llaves del Mercedes que le compró.

Al salir a la calle, Cristina notó el frío de la noche y se puso la chaqueta.

—¿De qué color es? —preguntó sin dejar de mirarla a los labios.

—¿Dices mi chaqueta? —Álex asintió—. Es de color rojo.

Durante un rato caminaron en silencio.

—No me has preguntado si estoy casado.

—No he visto una alianza en tu dedo, ni tampoco una marca que lo indique.

—Me estoy separando, pero mi matrimonio no funcionaba desde hace bastante tiempo. Quiero que sepas que si vienes a Valencia, puede que tú y yo…

—Dejémoslo en puede.

—Me gusta esa idea.

Cristina se preguntó si era pronto para hablar de enamoramiento. No lo sabía, pero ella se moría de ganas de volver a verlo, de reírse como lo habían hecho durante toda la tarde, pero sobre todo de seguir tonteando.

Cuando estuvieron dentro del coche, Álex le preguntó si le importaba que pusiera la radio.

—No. A mí también me gusta escuchar música mientras conduzco.

Sonaban los primeros acordes de Can't help falling in love, de Elvis Presley.

 

Wise men say, only fools rush in

But I can't help falling in love with you.

Shall I stay

Would it be a sin

Cause' I can't help falling in love with you…[4]

 

Álex giró la cabeza al tiempo que Cristina se encogía en el asiento. No lo quería mirar, pero sabía que él la buscaba.

—¿Quieres que busque otra cadena?

—No, ¿por qué?

—Por si te molesta esta canción tan antigua.

—No, es solo una canción.

—Sí, es solo una canción.

Luego se sucedieron otras más, aunque ninguna se podía comparar con la primera.

—Aún quedan unos minutos para las doce —dijo Álex cuando llegaron al portal de los padres de Cristina—. Me arriesgaría a ver qué sucede, pero prefiero esperar a este fin de semana. Dime que vendrás.

—Sí, iré.

—Contaré los segundos.