Capítulo 21

 

Las tardes de la última semana de mayo eran más largas, ideales para tomar un refresco al aire libre antes de que el fresco de la noche llegara. Óscar había quedado con Marga en la terraza de El Corte Inglés de Callao. El local podía presumir de una de las mejores vistas de la ciudad. Desde las alturas se podían ver las calles aledañas de Callao, el Madrid de los Austrias, la Puerta del Sol, el Palacio Real, la plaza Mayor, la Gran Vía, la Cibeles e incluso parte de las montañas que rodean la ciudad.

Óscar había elegido esa terraza para hablar con ella porque buscaba algo de paz, y ese era el sitio adecuado. Él no le había dicho el motivo, pero el tono de su voz le indicaba que fuera lo que fuese no podía esperar. Notó una cierta preocupación cuando se despidió de ella.

Marga llegaba cinco minutos antes de la cita. Salió del ascensor y echó un vistazo a las puertas de los lavabos, que estaban a su derecha. En alguna ocasión había fantaseado con la idea de meterse en el servicio de minusválidos y tener un encuentro sexual. Un aquí te pillo y aquí te mato, un polvo de no más de seis minutos. Ella se subiría la falda, se apartaría a un lado las braguitas y Óscar la penetraría por detrás al tiempo que se observarían en el espejo que había encima del lavabo. Solo de pensarlo, notó un calor placentero en la entrepierna. Cuando llegara Óscar, le haría una propuesta en firme.

Cruzó la zona gourmet y salió fuera. Esperó varios minutos en la terraza exterior, bajo una sombrilla, hasta que una pareja se levantó y le ofrecieron su sitio. Marga les dio las gracias antes de que se marcharan. Era el mejor sitio de todo el local. Desde donde estaba, se veía el anuncio de Schweppes. Le envió un whatsapp a Óscar porque se estaba retrasando más de diez minutos y él solía ser puntual.

«Estoy llegando. Ya en el ascensor», le respondió él.

Marga se levantó cuando lo vio llegar. Venía con su Keepall 55 de Loius Vuitton en una mano, que dejó en una silla. Él le dio dos besos en las mejillas y ella frunció el ceño. No la había besado en los labios como en otras ocasiones, y eso la puso sobre aviso de que algo le pasaba. Si bien no se había preguntado de qué quería hablar, ahora que lo tenía delante, temió que ella pudiera ser otra de las chicas que pasara a aumentar la larga lista de conquistas que solo le duraban dos días. La boca se le secó y notó cómo el corazón se le desbocaba.

—¿Pasa algo? —le preguntó Marga.

Óscar soltó un bufido impaciente. Se quitó las gafas de sol y las dejó encima de la mesa.

—¿Por qué lo preguntas?

—Te veo serio —le mostró una sonrisa tirante—. Me gusta mucho más el Óscar bromista.

Él evitó su mirada. Se quitó el foulard que llevaba anudado al cuello y lo enrolló. Jugó un rato con él porque necesitaba tener las manos ocupadas. Cruzó las piernas y giró la cabeza un instante para admirar las vistas.

Marga empezó a sospechar que para Óscar el fin de semana en Valencia había sido solo una aventura más.

—¿Quieres algo? Me apetece una cerveza negra —se levantó de golpe—. Tengo calor y necesito algo fresco.

—Una sin, por favor.

Marga lo vio marcharse con gesto taciturno. Era raro verle de esa manera. Llegó enseguida con las dos cervezas en una mano y en la otra un plato de cacahuetes.

—He pedido también unas tostas de jamón de bellota con aceite y un plato de queso curado. Pensé que te podría apetecer.

—Por apetecerme, me apetece otra cosa —le contestó y, al hacerlo, notó unas cosquillas molestas en la boca del estómago porque él no advirtió el tono travieso de su voz—. Pero vamos, lo que has pedido está bien.

Óscar seguía jugando con el foulard y evitaba su mirada. Marga tomó aire y se decidió a hablar después de que él siguiera callado.

—No hace falta que le des tantas vueltas. Puedes decirme lo que tengas pensado hablar conmigo. Y no te preocupes tanto, no vas a hacerme daño. Solo han sido cuatro días juntos.

Óscar agitó la cabeza, sorprendido. Después frunció el ceño y abrió y cerró la boca para tomar aire.

—¿Contigo? No, no sé qué te ha hecho pensar que me pasa algo contigo —se metió varios cacahuetes en la boca—. No, no me pasa nada contigo.

—Pues cualquiera lo diría por cómo te comportas. Aún no has soltado ninguna de tus burradas. No es normal en ti, Óscar.

Marga le pegó un trago a la cerveza. Tenía la boca tan seca que se la notaba como si fuera un estropajo.

—¿Qué es lo que está pasando, Óscar? —insistió ella cuando su amigo no le respondió—. Pensaba que estábamos bien.

—Y lo estamos, ¿no?

De un trago, Óscar bebió hasta la mitad de la cerveza. Se limpió con una servilleta de papel la espuma que le había quedado en los labios.

—Entonces ya puedes ir desembuchando.

Óscar soltó un bufido de cansancio. En su mirada había un reflejo de tristeza infinita. Cerró los ojos para elegir bien las palabras que iba a decir. Pensó en que la vida no era justa, porque ahora que por fin estaba con la persona de la que llevaba enamorado desde que la había conocido, todo se torcía. No podía tener tanta mala suerte. Si es que el destino o los hados o a quien fuera quien estuviera allí arriba, jugaba a ruleta rusa solo con él.

—Palmira está embarazada —dijo al fin.

Marga se atragantó y escupió parte de la cerveza que llevaba en la boca. Tosió varias veces y se tuvo que limpiar con un pañuelo de papel la cerveza que había caído sobre la falda de su vestido blanco.

—¿Cómo? —al ver que la mancha no salía, sacó un paquete de toallitas húmedas para ver si podía limpiarla.

—Me ha llamado esta tarde para comentármelo. Ella me aseguró que se tomaba la píldora y que no entiende lo que ha pasado.

—Tampoco es tan grave lo que le ha pasado. Todos los días se quedan embarazadas miles de mujeres en el mundo. ¿Sabes si es tuyo?

—Puede ser, aunque no me lo puede asegurar. A la vez que estaba conmigo también se acostaba con el otro tío. Parece que tenía una relación con él antes que conmigo.

—No entiendo nada. ¿Solo ha hablado contigo o se ha puesto en contacto con el otro chico?

—Solo me ha llamado a mí porque el otro tipo no quiere saber nada ella. Me ha dicho que se quiere deshacer de él —le pegó otro trago grande la cerveza, hasta dejar solo un tercio.

—No veo cuál es el problema.

Óscar la miró y después bajó la barbilla. Chasqueó los labios.

—Sabes que respeto el derecho al aborto, pero me gustaría que lo tuviera. En realidad me ha llamado para que la acompañe a una clínica y para que asuma todos los gastos porque ella está sin un euro. Esta semana la han despedido de su trabajo. Según me ha dicho, su jefe quiere algo con ella, y ella no está dispuesta a abrirse de piernas por un plato de habichuelas. Y como no tiene contrato no lo puede denunciar por acoso —se mesó el pelo antes de continuar—. Aunque se haya estado acostando con otro tipo, yo no lo veo claro. A ver, entiéndeme, no es cuestión de dinero y lo sabes. Pero no me importaría criarlo yo.

—No sé qué pensar de todo, pero no me huele nada bien. ¿Y si no es tuyo?

—¿Y si lo es? —elevó un poco el volumen de su voz, aunque cuando se dio cuenta, lo bajó—. Mi madre pasó por esta misma situación. Yo podría haber sido ese niño y no estaría aquí si no fuera por mis dos padres. Ellos quisieron que naciera, me criaron desde que mi madre salió del hospital. Insistieron tanto, que mi madre aceptó que mis padres pagaran todos los gastos. No dejo de pensar que ese niño podría necesitarme. No pretendo que me entiendas, Marga. Siento que hago lo que es justo para mí y para ese niño que viene en camino.

Se acabó de un trago lo que le quedaba de la cerveza.

—Vale. No estoy cuestionando tu decisión. Mi pregunta es, si Palmira decidiera tenerlo y aceptara tu oferta, ¿afectaría en algo a lo nuestro?

—No sé, eso me lo tendrías que decir tú. Por mi parte sabes que nada ha cambiado con respecto a ti —soltó un suspiro—. Llevaba tanto tiempo soñando contigo. Me enamoré de ti el día en que te conocí. Fue en una fiesta en la que acudiste con Javier, pero al final terminaste llorando en mi hombro porque os habíais peleado.

—Me acuerdo de ese momento —ella buscó las manos de Óscar y le dirigió una sonrisa cálida—. De mi relación con Javier solo siento si te he utilizado todos estos años como paño de lágrimas.

Óscar se removió inquieto.

—Para olvidarte yo empecé a salir con otras mujeres, pero tú siempre has estado ahí, no he podido sacarte de mi cabeza. Y ahora que has llegado, no quiero arrastrarte en esta locura. No tienes por qué sentirte obligada a estar conmigo.

Marga negó con la cabeza, aunque no por el motivo que creyó Óscar.

—Esto tampoco cambia lo que hay entre nosotros —dijo Marga.

—Pero no será tu hijo.

Marga reflexionó unos segundos antes de comentarle cuál era su opinión. Con casi treinta años no se había planteado tener un hijo, porque tenía que admitir que le tenía verdadero pánico a parir. Quizás la solución de criar al hijo de otra mujer no fuera tan mala idea, eso suponiendo que Palmira decidiera tener al bebé. Podía parecer una idea descabellada y puede que él sintiera que no lo había meditado lo suficiente, lo sabía, aunque ella no tenía miedo a compartir esta aventura con Óscar. Tener un hijo exigía una responsabilidad para la que se encontraba capacitada. Cuando estaba con Javier le daba miedo ese proyecto de futuro que él había trazado con una seguridad que a ella le hacía sentir insegura. Esto no le pasaba con Óscar. Él le aportaba confianza en sí misma.

—Y si te dijera que no me importaría criar ese niño contigo, ¿qué dirías?

Óscar paladeó las palabras que tenía atascadas en su boca.

—Solo llevamos cuatro días juntos. Lo has dicho antes. Puede que esto sea una locura y que dentro de un mes me digas que lo nuestro se ha acabado. Tengo miedo a despertar un día y que ya no estés a mi lado —Marga advirtió una pizca de desesperación en sus ojos—. No quiero que me hagas daño —esto último lo dijo en un murmullo.

—Vamos, Óscar, nos conocemos desde hace años, ¿de verdad piensas eso de mí? ¿Piensas que voy a dejarte en unos días? ¿Tan frívola me crees? Mírame, y dímelo a la cara.

—Estoy confundido, Marga. No por ti, pero necesito solucionar este problema con Palmira.

—Ella te ha pedido volver y no sabes cómo decírmelo, ¿no es eso?

—No, no quiero volver con ella. No estoy enamorado de Palmira. Nunca lo he estado. Me lo pasaba bien con ella porque es divertida, pero nada más. Estoy confundido porque no quiero que aceptes sin pensarlo.

—Te he dado motivos suficientes como para confiar en mí. Esto no es una tontería por mi parte. Puede que te extrañe que hace dos semanas me pasara todo el día llorando por los rincones, pero en estos días me he dado cuenta de que Javier hacía mucho tiempo que no me aportaba nada. Supongo que seguíamos por inercia, porque es lo que hacen las parejas como nosotros. Se casan, tienen hijos y después se ponen los cuernos porque no aguantan un matrimonio que hace aguas por todas partes.

—Sí, entiendo todo lo que me cuentas. Pero estamos hablando de criar un hijo que no es tuyo. Esto es algo muy serio.

—Vale, de acuerdo. Sé que es algo serio, y que una vez que el niño venga no se podrá devolver, que esto no es como comprar una camisa. Asumo que esto exige un esfuerzo por ambas partes. Te lo digo en serio, no me importa criar al hijo de otra mujer si es contigo.

—¿Pensarías lo mismo si no fuera mi hijo?

—A ver, no entiendo dónde quieres ir a parar —Marga se estaba poniendo nerviosa—. Mariví no es mi madre, pero la quiero como si lo fuera. ¿Qué tengo que hacer para que confíes en que quiero que hagamos esto juntos?

El camarero llegó con las dos tostas de jamón serrano y el plato de queso que había pedido Óscar. Él sacó un billete de cincuenta euros para pagar la cuenta.

—Yo quiero otra cerveza negra, ¿tú quieres algo más?

—No, de momento estoy bien.

Marga esperó a que el camarero se marchara para seguir hablando. Cogió un trozo de queso, aunque tras el primer bocado, lo dejó en plato. No tenía ganas de nada. Sintió cómo el estómago se le revolvía.

—No sé qué te preocupa, Óscar. Pero estás adelantado acontecimientos. Igual Palmira no quiere tener ese hijo, aunque tú lo quieras criar. ¿No has pensado en esa posibilidad?

—No, no he pensado en ello.

—Pues debes pensar que existe esa posibilidad, aunque tú no quieras verla.

Óscar cruzó los brazos a la altura del pecho. Marga lo observó durante unos segundos. Le dio un trago a la cerveza.

—Ya sé lo que te pasa. Tienes miedo al compromiso y estás buscando una excusa para terminar conmigo.

—¿Cómo puedes pensar eso?

—Por tu actitud, Óscar, porque evitas mi mirada, porque no aceptas que quiera estar contigo en esto y porque estás incómodo conmigo —le espetó.

—Perdona, Marga. Hoy no soy una buena compañía. No tengo ganas de bromear. Me duele la cabeza y no pienso con claridad.

—Ya me he dado cuenta de que no tienes ganas de bromear —le dijo en un tono hiriente.

—Marga, no soy un circo andante. Si quieres un mono de feria, siento decirte que hoy no estoy disponible.

—¿Es necesario que seas tan desagradable? No sé por qué te empeñas en apartarme de tu lado, pero si es lo que quieres, lo acepto.

—Perdona —tragó saliva—. No quería que sonara así de mal. Te lo estoy diciendo, hoy no me encuentro bien.

Marga se levantó de la silla, cogió el bolso y se lo colgó al hombro.

—Nunca me habían dejado de una manera tan miserable. Alguna vez tenía que ser la primera —ya de espaldas a él, le comentó—: ¡Que te vaya bien!

—Marga, espera, no es lo que piensas, de verdad —la agarró de la mano—. Perdona, soy un imbécil.

—En eso te tengo que dar la razón —una sensación de malestar le fue invadiendo—. Eres un imbécil. Ya puedes tacharme de tu lista.

—Por favor, deja que te explique. No termino de creerme que te hayas enamorado de mí en cuatro días. Eso es imposible.

—¡Así que es eso! No estás dudando de mí, estás dudando de ti, pero prefieres echarme las culpas de tus inseguridades. Pues no seré yo la que te saque de dudas. Ya te he dejado claro cuáles son mis sentimientos hacia ti. Cuando tú lo tengas claro, me llamas. Es posible que para entonces haya encontrado a otro que te sustituya. Ya sabes, me gusta jugar con los sentimientos de las personas que me importan.

—Marga, no te marches así.

Ella lo miró por última vez a los ojos.

—¿Así cómo? Ya lo has dejado todo muy claro.

Conforme llegaba al ascensor, sintió un gran nudo en la garganta. Las ganas de llorar aumentaron cuando las puertas se cerraron, pero esta vez no volvería a soltar ni una lágrima. Tampoco asaltaría una pastelería ni ahogaría sus penas en alcohol. Salió por la puerta que daba a la Fnac y subió hasta la cuarta planta para comprar una novela. Necesitaba sumergirse en una historia que acabara bien, ya que la suya con Óscar parecía que tenía los días contados. Buscaba un libro que de nuevo la hiciera creer en el amor, creer que eran posibles los finales felices. Eso era lo que pensó cuando se decidió a darle una oportunidad a Óscar. Al llegar a las estanterías de novela romántica, notó un sabor amargo que le subía por la garganta y salió corriendo hacia los baños. Subió las escaleras de dos en dos. Tuvo que hacer un esfuerzo tremendo para no vomitar en mitad de las escaleras. Alcanzó los baños y arrojó la cerveza, y hasta lo que había comido ese mediodía. Vomitó dos veces más, y cuando sintió alivio, tiró de la cadena, bajó la tapa y se sentó en el baño hasta que se calmó. Cuando pensaba en un baño, esa no era la idea que ella tenía de pasar un buen rato.

El móvil empezó a vibrar dentro de su bolso. No contestó la llamada, ni siquiera cuando siguió insistiendo cuatro veces más. Le echó un vistazo cuando sonó una quinta. Era Óscar. Decidió contestar cuando vibró una sexta vez.

—¿Qué quieres? —le preguntó Marga.

—Perdona, por favor, Marga. Soy un imbécil, un gilipollas, un idiota…

—Pensaba que eso ya había quedado claro.

—No sé en qué mierdas estaba pensando. Sí, me ha entrado miedo… Lo siento. No sé qué más quieres que te diga.

—Espera, Óscar —Marga dejó el móvil en el suelo al sentir de nuevo unas repentinas ganas de vomitar. Abrió la tapa del baño y siguió arrojando lo poco que le quedaba en el estómago.

—Marga… ¿estás bien? Dime dónde estás y paso a recogerte.

Era evidente que no se encontraba bien. Tenía que haberla oído vomitar al otro lado de la línea.

—Marga, por favor, dime algo. Me estás asustando.

—Estoy en los lavabos de Fnac —dijo entre arcada y arcada.

—Llego en cinco minutos —respondió, y después colgó.

Marga deseó que fueran tres. Lo único que quería era meterse en la cama y que se le pasara el malestar que tenía. Cuando Óscar llegó, la encontró sentada en el suelo bebiendo agua de la botella que siempre llevaba en el bolso. Se arrodilló delante de ella.

—Marga, por favor, perdona. Me ha entrado pánico. He pensado que lo nuestro no podía salir bien, que no podrías enamorarte de mí. No quiero que lo nuestro termine. No sé en qué estaba pensando. Siempre lo jodo todo.

Marga dejó escapar las lágrimas que llevaba rato conteniendo. Y una vez que abrió el grifo, le parecía imposible cerrarlo. Óscar le limpió las lágrimas con el dedo pulgar y las besó con ternura. Eran amargas y le dolían mucho más que si fuera él quien estuviera llorando.

—No llores, por favor. Llámame idiota, gilipollas —dijo con un hilo de voz—. Me lo tengo bien merecido. No quería que me hicieras daño y soy yo el que he terminado haciéndotelo. ¿Puedo hacer algo?

—Sí, llévame a casa. No sé si algo me ha sentado mal. No me siento con fuerzas para hablar ahora contigo.

—Como quieras.

Se dejó ayudar por Óscar. Notó cómo las rodillas le temblaban.

—Si quieres, podemos pasar por la consulta de mi padre y que te eche un vistazo.

—Sí, por favor. Me siento fatal y todo me da vueltas.

—Lo llamo para que sepa que vamos para allá.

Óscar y Marga salieron de Fnac y se dirigieron al aparcamiento en el que él había dejado el coche.

—¿Quieres esperar ahí y te recojo después o prefieres acompañarme? —señaló unos puestos que había en la plaza del Carmen.

—Prefiero esperar aquí sentada —asintió con la cabeza.

Mientras Óscar iba a por el coche, ella pensó en todo lo ocurrido minutos antes. Ahora era ella la que necesitaba pensar. Fue consciente de que a ambos les urgía tener algo de espacio propio. No porque no le quisiera, no eran esas las dudas que le asaltaban, más bien era porque si Óscar y ella volvían, tenía que estar segura de que él no la dejara otra vez a los cuatro días. El día anterior le había comentado a Cristina que no sabía si irse con ella a Valencia, y la respuesta que tanto había buscado, la tenía delante de sus narices. Y si Óscar quería apostar por esta relación, ya sabía dónde podría encontrarla.

Sí, definitivamente, necesitaba un cambio de aires, y Valencia era el sitio ideal.