Capítulo 6

 

Marga miró a Cristina a los ojos.

—¿Cuándo has crecido tanto, hermanita? ¿Sabes que te quiero?

Marga le dio un abrazo tan fuerte a Cristina que esta tuvo que sujetarse a la puerta del comedor para no terminar en el suelo. Después, la mayor de las hermanas se abrazó a su padre.

—Eres el mejor padre del mundo.

Mariví observó que Marga no llevaba sus zapatos de tacón, salió al rellano y abrió la puerta del ascensor.

—¿Qué ha pasado? —quiso saber su padre antes de que regresara su mujer.

—¡Todo es fabuloso, mientras puedas soñar…! —se puso a cantar la canción de la Lego película al tiempo que se abrazaba de nuevo a su hermana. ¡No olvides sonreír…! ¿Ves? Sonrío. Venga, todo el mundo a sonreír. No quiero que nadie esté triste hoy.

Mariví entró de nuevo a casa con los zapatos de Marga en la mano.

—Se los había dejado en el ascensor —silabeó para que solo la escuchara su marido.

—¡Estoy contenta! —exclamó Marga—. Vamos a celebrar que he dejado a Javier.

—Pero ¿qué ha pasado? —le indicó Mariví—. Venga, pasa al comedor mientras te preparamos un café bien cargado.

—No necesito un café. Me encuentro perfectamente. ¿No ves cómo sonrío? —de súbito comenzó a llorar. Era un llanto que no podía contener de ninguna de las maneras—. Nada es fabuloso, todo es una mierda.

Mariví le hizo un gesto a su marido para que se retiraran un poco y para comentarle en el oído que las dejara a solas. Mucho se temía que esta era una conversación de chicas.

—Prepárale una taza de café mientras yo hablo con las niñas.

—¿Qué crees que habrá pasado?

—Tiene pinta de cuernos.

—¿Tú crees?

—Sí, pero luego te cuento —le dio un beso en los labios para que las dejara solas—. No te lo mereces. Aún no he olvidado lo que le has dicho a Cristina. Luego hablamos tú y yo. Esto no se va a quedar así.

—Me llamaban El Tiburón hasta que llegaste tú —elevó los ojos al techo—. ¿Cómo lo haces para conseguir todo de mí?

—Si te contara mis armas, ya no sería un secreto. Y prepárate, porque estas dos que tengo aquí dentro vienen dando guerra.

Cuando Fran se giró, Mariví aprovechó paran pegarle una palmada cariñosa en el trasero.

—Este es uno de mis secretos… —le guiñó el ojo.

—Estoy rodeado de mujeres y todas sois mi perdición.

Marga seguía hipando en los brazos de Cristina cuando Mariví se acercó hasta ellas.

—¿Por qué me ha hecho esto?

Cristina la tomó de la cintura para acompañarla hasta un sillón. A pesar de lo hecha polvo que estaba Marga, Cristina no podía dejar de alegrarse por esta noticia. Era, sin lugar a dudas, lo mejor que le podía pasar a su hermana. Puede que Javier cambiara en un futuro, pero estaba claro que hasta ese momento no había mostrado ninguna intención de hacerlo.

—Venga, siéntate y cálmate un poco.

—Es que no me puedo creer que me haya hecho eso… él me decía que me quería, y era mentira.

—¿Estás hablando de Javier? —inquirió Mariví.

—Sí, Javier. Me decía que me quería mucho y esta tarde me la estaba pegando con otra —estaba tan borracha que le costaba pensar con claridad—. Que tenía mucho estrés, me ha dicho para que no lo dejara. ¡Mentira! ¡Eso es mentira!

—A ver, empieza por el principio —comentó Mariví.

—Hoy había quedado con Javier para cenar, pero he llegado antes a la oficina y me he encontrado el pastel —se sonó los mocos con el borde de su falda, y después se enjugó las lágrimas—. Me la estaba pegando con Rocío. ¿Te acuerdas de mi compañera bollera, esa que me tiraba los trastos cuando estudiábamos juntas? Pues ahora resulta que le molan los rabos. Se la estaba chupando, y a mí me decía que esas cosas no las hacía conmigo porque me respetaba mucho… Pues que se lo quede ella y que le aproveche. Ya no quiero casarme con Javier. Y te juro que no he llorado nada cuando le he dicho que se fuera del despacho…

—Bueno, tranquilízate. Papá está preparando una taza de café.

—No quiero café, yo quiero que me quiera alguien… Yo lo quería… y soñaba con esta boda. ¿Por qué me la ha tenido que pegar?

—Esto no es culpa tuya, nena —replicó Mariví pasándole un pañuelo de papel—. Mi exmarido me ponía los cuernos con toda aquella que se le pusiera a tiro. Menos mal que lo supe por una revisión ginecológica. Me había pegado la clamidia.

Marga dejó de llorar unos instantes para mirar a su madrastra.

—¡Pero qué cerdo!

—Pues sí, y sigue siendo el mismo cerdo que se la pega a su nueva mujer. Hay hombres que no cambian. Esa noche le puse las maletas en la calle. Y un año y pico después me casé con vuestro padre. Dicen que no hay mal que por bien no venga.

Marga hizo un puchero.

—Yo quiero encontrar un hombre como papá y que me quieran como a ti.

—Y lo encontrarás.

De pronto Marga se levantó y se llevó una mano a los labios. Sintió que un líquido caliente y amargo le recorría por la garganta hasta llegarle a la boca. Llegó como pudo al lavabo y vomitó todo lo que había tomado esa tarde. Cristina y Mariví la siguieron. Mientras su madrastra le pasaba una toalla por la frente, Cristina le apartaba la melena para que no se manchara. Cuando notó que ya no le quedaba nada que vomitar, Marga se sentó en el suelo.

—¿Qué has bebido?

Marga se encogió de hombros antes de contestar.

—Yo solo quería un trozo de pastel de zanahoria con un poco de chocolate, pero después he pedido tequila… y puede que una copa de whisky, y me he puesto a hablar con un camarero muy simpático, aunque luego se ha puesto un poco borde y me ha dicho que no me servía nada más porque ya estaba un poco contenta… No, en realidad me ha dicho que estaba borracha, y yo no estoy borracha. ¿Te lo puedes creer?

—No, nadie diría que estás muy borracha —comentó Mariví.

—Solo un poco, pero apenas se te nota —repuso Cristina, que soltó una carcajada.

Mariví terminó uniéndose a las risas que se echaba Cristina, y hasta Marga acabó por acompañarlas.

—Vale, estoy borracha.

—Y mucho —confirmó Cristina.

—¿Sabes? —dijo Mariví—. Cristina acaba de romper con Manu.

—¡No! ¿Es verdad? —Marga miró a Cristina y esta asintió con la cabeza—. ¡Bien hecho, hermanita! —le pegó una palmada en el hombro—. No sé qué veías en un tipo como él, con lo sieso que es. ¿Estás segura de que ya no eres virgen?

—Creo que el sexo con él no era muy bueno, pero es que no tengo con quién comparar. No me he acostado más que con Manu.

—Nena, si piensas que el sexo no era bueno, es porque no sabes lo que es un buen polvo —replicó Mariví.

Cristina sintió cómo se ruborizaba. Contuvo un suspiro abriendo mucho los ojos. No era la primera vez que hablaban de sexo con Mariví, pero reconocer que Manu no era muy hábil en la cama le daba reparo. Hasta podía asegurar que nunca había tenido un orgasmo. Manu acababa a los cinco minutos de empezar y ella se quedaba mirando el techo pensando en lo vacía que se sentía.

—Le ha pedido que se casara con él en su despacho —siguió hablando Mariví—. ¿Te lo puedes creer? Le estaba pidiendo a tu hermana que se casara con él con lo poco que le gustan las bodas. Y para celebrarlo, ha sacado una botella de sidra que tenía abierta en la nevera desde hace tiempo.

Marga soltó una carcajada.

—Manu sabe cómo hacer bien las cosas. Ahora sí que necesito una taza de café. Me tienes que contar qué ha pasado. Me habría gustado ver cómo te pedía que te casaras con él por un agujero. Sería la sensación de YouTube. Venga, tira de mí.

Le tendió una mano a Cristina para que la ayudara a levantarse.

—¿Estás segura de que ya te encuentras mejor? —inquirió Cristina.

—Sí… no lo sé, pero no quiero pasarme la noche del viernes sentada en un váter. ¿Tú crees que papá se habrá enfadado? Es la primera vez que me emborracho —le dijo a Mariví.

—Déjamelo a mí. Hoy vamos a tener una velada muy larga. Ya me lo pagaréis después, cuando nazcan las niñas y os reclame como niñeras.

—Claro, eso dalo por hecho, ¿verdad que sí, Marga?

—Esta noche soy capaz de firmar casi cualquier cosa con tal de que se me pase este dolor de cabeza.

Cristina sintió que su móvil sonaba desde el comedor. Llegó a tiempo para coger la llamada de Óscar.

—Bombón, ¿estás disponible? Necesito una reunión de emergencia y la necesito ya —de vez en cuando a Óscar le salía ese punto amanerado tan característico en él.

—¿Qué ha pasado?

—¿Que qué me ha pasado? ¿Dónde estás? Esto no es para contar por teléfono. Prefiero verte y darte un buen achuchón.

—Tú no pierdes nunca la ocasión de tocarme el culo.

—Por supuesto que no, pero eso ya lo sabes tú.

—Ven a mi casa. Yo también tengo que contarte cosas.

—Vale, pues voy para allá, pero… —soltó un suspiro— he dejado a Palmira… Dice que tengo miedo al compromiso.

—No sé de qué te sorprendes.

—Eso es porque aún no he conocido a la chica de mis sueños.

—¡Qué dramático eres!

Si Óscar no hubiera estado tan hecho polvo, ella habría terminado por soltar otra carcajada.

—¡No hay quien entienda a las mujeres!

—Pues ya verás cuando vengas a casa, no te vas a creer lo que nos ha pasado a Marga y a mí.

Esto último atrajo la atención de Óscar.

—¿Qué ha pasado?

—Vente preparado, porque esta noche vamos a tener fiesta de pijamas.

—En un rato estoy allí.

 

 

Óscar llegó cerca de las once de la noche a la casa de las hermanas Burgueño. Marga estaba tumbada en un sofá, con una manta fina que le llegaba hasta el cuello, mientras que Cristina y Mariví estaban en la cocina terminando de hacer una sopa que había dejado preparada Maribel.

—Hoy llevas mi perfume favorito —dijo Óscar cuando Cristina abrió la puerta—. Si no fueras mi mejor amiga, ahora mismo te empotraba contra la pared.

Cristina soltó una carcajada. Le gustaba esa naturalidad con la que Óscar hablaba del sexo. Mucha gente pensaba que era gay porque se había criado con una pareja de hombres, y a él le gustaba jugar a ese equívoco, aunque lo cierto era que le gustaban las mujeres, y mucho.

Había llegado con su inseparable keepall 55 de Loius Vuitton colgado del brazo. Llevaba un pantalón vaquero de pitillo de color rojo y una de las camisetas que vendía por Internet y que tan famoso le habían hecho. Marcaba los músculos de sus brazos. Hacía más de cuatro años que había decidido montar su propia empresa, y las camisetas que diseñaba por pura diversión para los amigos de sus padres se convirtieron en todo un fenómeno en la Red a nivel mundial porque sus frases estaban traducidas a muchos idiomas. Le gustaba poner frases del tipo: “En busca del rabo perdido”, “Los 50 rabos de Grey” o “Sonríe, que la vida son dos rabos”. Tenía una versión femenina, pero en vez de rabo, utilizaba chirla. Utilizaba frases como: “Lo que la chirla se llevó”, “El planeta de las chirlas” o “La chirla puede esperar”. Esa noche la frase que había elegido era: “La chirla y los siete raboenanitos”. Pero si por algo se caracterizaba era que siempre llevaba un foulard al cuello.

—Siempre llevo el mismo perfume.

—Ya, y yo siempre te digo lo mismo —le pegó una palmada en el culo—. Deja a Manu y vente conmigo.

Cristina soltó una carcajada.

—¿Cuántas veces me lo has pedido?

—Las que hagan falta para que lo dejes.

—Supongo que no has cenado.

—Bombón, no me entra nada. Tengo el estómago cerrado.

—Seguro que la sopa que ha dejado preparada Maribel te entra. Marga se ha pillado una buena cogorza y esto le sentará bien —contuvo el aliento antes de soltarle la primera bomba de la noche—. Ha dejado a Javier.

—¿Qué? —el tono de su voz subió una octava, exagerando ese amaneramiento con el que le gustaba jugar. Sintió cómo el estómago se le encogía.

—Y Manu me ha pedido que me case con él —dijo atropelladamente.

—¿Qué? —el tono de Óscar seguía siendo agudo—. ¿Y qué le has dicho?

—Le ha dicho que no —repuso Marga arrastrando la manta que llevaba enrollada a su cuerpo.

—¡Esa es mi chica! Ya era hora de que dejaras al meapilas de Manu. Pero vamos a tomarnos ese caldo. Tengo la boca seca.

Óscar corrió a abrazar a la mayor de las hermanas.

—¿Cómo estás, cari?

—Ahora bien —Marga escondió la cabeza en el pecho generoso de Óscar.

—Estaremos más a gusto en la cocina —sugirió Cristina.

Cuando llegaron, Mariví les estaba poniendo un tazón de sopa a cada uno.

—Yo os dejo. Vuestro padre y yo tenemos cosas de que hablar.

—Por nosotros no lo hagas. Te puedes quedar —comentó Óscar.

—Prefiero aprovechar la noche con Fran —les guiñó un ojo—. Ha tenido una semana un poco complicada y necesita mimos.

—Aprovecha tú, que eres afortunada en amor. ¡Me muero de envidia cuando os veo juntos! —exclamó Óscar—. Si alguna vez te separas de Fran, no te preocupes, yo me casaré contigo.

Mariví soltó una carcajada.

—Eres de lo que no hay. No pierdes comba.

—¡Qué le vamos a hacer! Me gustan todas las mujeres.

Cuando se quedaron solos en la cocina, Marga no pudo contener otra vez el llanto y soltó toda la tensión que llevaba acumulada.

—Javier es un cabrón —se quedó pensando en cómo había terminado con él—. ¿Y a ti qué te ha pasado?

—He pillado a Palmira con otro porque dice que no veía clara nuestra relación. Dice que soy un inmaduro, que me cuesta comprometerme. Ya sabéis, es el drama de mi vida. Me ha pedido otra oportunidad porque ahora se ha dado cuenta de que yo soy el amor de su vida, y no sé lo que hacer.

—¿Cómo que no sabes lo que hacer? —preguntó Cristina—. Te la ha pegado con otro.

—Yo le cortaría el cuello —repuso Marga después de pegarle un trago a su sopa—. Tú le cortas las pelotas a Javier y yo le rebano el cuello a Palmira, así nadie nos podrá relacionar con el crimen.

—No hay que ser tan drásticos, ¿o sí? —Óscar removía la sopa con desgana—. Ahora que lo pienso con calma, tampoco es una tragedia. La vida es una chirla y hay que aprovecharla al máximo.

—No hay que tener compasión con nadie que nos ponga los cuernos —comentó Cristina.

—Pero a ti no te los han puesto, ¿verdad? No creo que Manu sea de esa clase de hombres.

—No, pero es un espécimen en peligro de extinción —replicó la menor de las hermanas Burgueño.

—¿Por qué dices eso?

—Porque parece que mi hermana no sabe lo que es un orgasmo.

—¿Qué? ¿Pero qué me dices? Tiene que ser una broma, ¿verdad? Me tenías que haber pedido consejo, que soy experto en orgasmos. ¡Qué pena que no seas mi tipo, guapa, porque entonces sabrías lo que te has estado perdiendo! Seríamos buenos follamigos.

—Sí, es cierto —reconoció finalmente Cristina.

—De buena te has librado, bombón.

—Entonces, recapitulemos. ¿Tú has dejado a Manu porque es un estrecho y porque no sabe follar, y tú has dejado a Javier porque te ha puesto los cuernos?

—Sí, lo has resumido estupendamente —dijo Cristina.

—Este Javier no cambia con los años —soltó Óscar sin pensar.

Cristina contuvo el aliento y le pegó una patada por debajo de la mesa.

—¿Cómo que no cambia con los años? ¿Qué quieres decir, que no es la primera vez que lo hace?

Óscar se quedó mirando a Cristina.

—Que te lo cuente tu hermana.

—¿Yo? No, guapo, tú te has metido solito en este jardín.

Marga miraba primero a uno y después a la otra sin terminar de creerse que le hubieran estado ocultando algo tan importante como aquello.

—¿Y por qué tengo que ser yo el que se lo cuente si fuiste tú quién lo pilló acostándose con Tita el día de su boda? —se giró hacia Marga con una sonrisa tensa en los labios—. Bueno, pues ya lo sabes. Ahora ya le puedes cortar las pelotas tranquilamente.

—¿Con Tita el día de su boda? —Marga no salía de su estupor—. ¿Habríais sido capaces de dejar que me casara con un capullo como Javier? ¿De verdad lo habríais hecho? Joder, que casarse no es como beberse una cerveza o como probarse un vestido, que es algo muy serio, que esto es algo para toda la vida.

—Marga, yo pensaba que aquello fue puntual y que quizás había cambiado. Además, tú estabas tan enamorada de él y se os veía tan bien que no quería aguarte la boda. Si llevas tres años preparándola.

—No me lo puedo creer. Se acostaba con Tita. ¡Qué cerdo!

—Menuda mierda de viernes. Y eso que le había comprando un consolador a Palmira que prometía hacer maravillas.

El teléfono de casa los sacó de la conversación. Ambas hermanas se miraron.

—¿Quién lo coge? —preguntó Óscar, aunque viendo que ninguna se decidía, descolgó él—. Aquí la casa de los archiduques de Burgueño, ¿dígame?

Aquella broma hizo que las hermanas se rieran.

—Es Javier. ¿Qué haces? —bajó un poco el volumen—. Se le oye muy arrepentido. Está llorando. Menudo gilipollas —esto último lo dijo en alto para que lo escuchara Javier.

Desde que había entrado al taxi, Marga había decidido apagar su móvil, por lo que supuso que Javier la habría llamado unas cuantas veces antes de intentar telefonear a su casa. Se encogió de hombros y después le gritó:

—¡Dile que se vaya a la mierda!

—¿Lo has escuchado? Pues eso, que te vayas a la mierda. Supongo que sabrás el camino.

—Hala, se acabó lo de ir de rubia tonta por la vida —concluyó Marga—. Dame uno de tus Huesitos. Hoy lo necesito.