Capítulo 17

 

Después de haber tenido el mejor fin de semana de su vida, con mucho sexo incluido, Cristina se había levantado temprano el domingo por la mañana con la idea de aprovechar las horas del día. Después de comer, regresaría de nuevo a Madrid junto a su hermana y Óscar. Pero antes, Álex y ella habían hecho el amor en la cama y después en la ducha. Se amaron con calma esa mañana, aprovechando los últimos momentos que les quedaban para estar juntos. Entre beso y beso se saboreaban sin descanso.

Como Álex le había indicado el viernes por la tarde, había llevado a cabo su promesa de probar todos los rincones de su casa. La visita a Valencia tendría que posponerse para cuando regresara en unos días; a cambio, había descubierto que no había nada como estar entre los brazos de él y sentirse deseada.

Iba a echar de menos tantas cosas, que alargó la ducha junto a él. Dejó que la enjabonara, que la cubriera de besos. Era difícil no sentir deseo por él.

—¿Qué vas a hacer todos estos días? —le preguntó Álex.

Durante el fin de semana habían tenido tiempo de hablar sobre si aquello era una locura pasajera. Aún no habían podido definir cuáles eran sus sentimientos, pero lo que tenían claro era que se iban a dar una oportunidad. Ella no podía negar que ya se había enamorado de él. Nunca antes había sentido nada que pudiera igualarlo. Era como una corriente que la sacudía por dentro, y que a veces la hacía perder hasta la cabeza. Si aquello era amor, tenía que rendirse a la evidencia. Álex prefería ser más prudente con respecto a lo que sentía por ella. Por otra parte, una vez que Cristina llegara de nuevo a Valencia, se encargaría de la carta de postres en las cocinas del Acanto, dado el éxito que estaban teniendo sus postres. Pero para que la relación no se agotara, ambos habían decidido mantener su propio espacio. Además, Álex tenía que resolver el asunto de Tita y de sus hijos. Cristina viviría en la casa de Mariví por un tiempo, que se encontraba a cuatro minutos del hotel, en el mismo barrio del Carmen.

—Perfeccionaré la carta de postres, sobre todo trabajaré el bizcocho —respondió ella. Sus mejillas se tiñeron de un rubor sutil cuando sintió los dedos de Álex juguetear con uno de sus pezones—. Aún le queda un poco para que esté a punto.

A Álex le seguía maravillando cuando ella se sonrojaba. Era la primera mujer con la que estaba a la que le pasaba esto.

—En algo te equivocas. El bizcocho está perfecto.

Álex sostenía a Cristina subida a horcajadas sobre sus brazos, mientras que ella le rodeaba con las piernas. Él posó sus labios en los de ella y después la cubrió de besos. Llegó hasta la base de su cuello y le dio un mordisco suave.

—Siempre se puede mejorar —Cristina dio un respingo al sentir cómo él le lamía el lóbulo de la oreja.

—¿Tienes alguna queja?

—No —soltó un gemido ahogado cuando notó el miembro de Álex entre sus muslos—, salvo que esta vez no tendré un pinche que me ayude.

—¿Me vas a echar de menos?

Si había algo que a Cristina le gustaba por encima de todo era cuando él se ponía tierno. También adoraba las frases con doble sentido. Se sentía más viva que nunca.

—No, no te voy a echar de menos —negó con una sonrisa.

—Dime que sí, o miénteme un poco y asegúrame que vas a contar los días.

—No, voy a contar los minutos.

Después se dejaron llevar por la pasión desbordada que sentían desde que se habían conocido.

A decir verdad, ella iba a echar en falta algo más que el sexo con Álex mientras estuviera en Madrid. Junto a él había tenido el primer orgasmo y por primera vez disfrutó de estar con alguien en la cama. Iba a echar de menos hablar con él hasta las tantas o que le murmurara su nombre en el oído. Iba a contar los segundos para volver a discutir sobre si era mejor tener sexo al amanecer o al mediodía o a media tarde; también se acordaría de las caricias cómplices que surgían cuando llevaban un rato separados o cuando se despertaban a las cinco de la madrugada porque necesitaban amarse como si no existiera un mañana. Extrañaría la manera que él tenía de mirarla, diciéndole con los ojos aquello que no decía con palabras. Pero lo que recordaría sin lugar a dudas eran las canciones que Álex tocaba con el ukelele a la luz de la luna o cómo le acariciaba la espalda al tiempo que escribía las letras de canciones románticas. Aunque no lo hubieran hablado, para Cristina había una canción que siempre le recordaría a él, y no era otra que la primera que habían escuchado juntos en el coche. Aún se estremecía cuando recordaba cómo Álex se la había escrito en la espalda: «No puedo evitar enamorarme de ti». Ella no dio a entender que hubiera interpretado lo que él había expresado, y Álex no le tradujo qué había trazado sobre su piel. Aquellas palabras tendrían siempre un significado especial. Nada podría borrar las letras que Álex trazó con delicadeza después de haber hecho el amor.

En definitiva, aquella semana que iban a estar separados, recordaría cada minuto que había pasado junto a él.

Sin embargo, Cristina sentía que aquello no podría funcionar si seguía ocultando lo que sabía. Había llegado el momento de contarle todo lo que sabía a Álex. Así que antes de bajar a las cocinas, y con esta idea que le rondaba por la cabeza, buscó a Gema. Había aprovechado que Álex tenía que atender a unos clientes para solucionar el tema que la estaba angustiando. Buscaba en Gema un consejo y cómo afrontar este asunto tan delicado. Sabía que a ella, antes de entrar en las cocinas, le gustaba tomar un café con leche con unas tostadas de aceite en el lounge Acanto&bar que había en la terraza.

Gema, como ella había supuesto, se encontraba desayunando en una mesa leyendo una novela. En esta ocasión había cambiado sus tostadas de aceite por un trozo de tarta de zanahoria con crema de queso mascarpone y compota de naranja. No había nada como desayunar con una buena tarta. Levantaba el ánimo a cualquiera. Suspiró al recordar cómo habían acabado Álex y ella la noche anterior después de haber compartido un trozo de tarta de manzana. Lo que en un principio había empezado como algo inocente, había terminado con ellos haciendo el amor en las cocinas del hotel, después de que todo el personal se hubiera marchado a sus casas. Ella se había empeñado en que probara su última tarta con los ojos cerrados, y después de no dejar ni las migas, él le propuso otro juego. Álex la subió a la isla central y se amaron con ferocidad.

¡Dios, cuantas posibilidades tenía el sexo y qué poco sabía ella de lo que podía dar de sí hasta que no había conocido a Álex!

Él tenía el poder de mostrarse salvaje, pero a la vez tierno entre caricia y caricia, o intenso y delicado cuando lo deseaba. Le gustaban todas y cada una de las facetas de él.

—Hola —saludó Cristina.

Gema levantó la cabeza cuando advirtió que Cristina le tapaba el sol de la mañana.

—Buenos días.

—¿Puedo sentarme contigo?

Gema le indicó con un gesto que la acompañara.

—Por supuesto. Que prefieras desayunar conmigo solo puede significar una cosa, o mi hermano ha metido la pata contigo y habéis tenido vuestra primera riña, o es que quieres hablar de algo sobre Álex sin que él se entere. ¿Me equivoco?

Cristina le mostró una sonrisa amable y después negó con la cabeza.

—Si es la primera opción, no se lo tengas en cuenta, a veces es un poco brusco en sus maneras, aunque es encantador.

—No te equivocas —le mostró una sonrisa nerviosa.

—¿Has desayunado?

—No, aún no —el sexo, de momento, no se podía considerar todavía como comida—. Sería capaz de comerme ahora mismo un león.

—Las cosas se tratan mejor con el estómago lleno. Esa fue la primera lección que me dieron cuando entré a trabajar en las cocinas de Juan Mari Arzak.

—¿Trabajaste con Arzak?

—Sí, fue toda una experiencia.

Enseguida llegó un camarero que iba vestido de negro. Después de pedir un té verde y un trozo de la misma tarta que estaba tomando Gema, Cristina se decidió a hablar por fin.

—Sí, es algo sobre Álex —inspiró buscando la calma—. Siento que no he sido muy honesta con él, así que ha llegado el momento de pedirte consejo. No sé cómo hacerlo.

Gema inclinó los hombros hacia adelante y se recolocó en la silla. Dejó el libro encima de la mesa y cruzó los dedos.

—No tienes pinta de ser una cazafortunas —el tono jocoso con el que hablaba Gema hizo que Cristina se relajara—. Te advierto que mi hermano invirtió todo su dinero en este hotel. Este es el primer año que estamos teniendo beneficios.

—No es eso. Me da igual su dinero —la cortó—. Deja que termine, por favor.

Gema asintió con la cabeza antes de seguir sacando conclusiones precipitadas. Dejó que Cristina se explicara.

—La verdad es que no sé por dónde empezar —se repitió. Frunció los labios antes de continuar—. Álex cree que me conoció hace una semana, pero no es del todo cierto.

—Bueno, eso tampoco es tan grave —le dio un sorbo al café con leche que tenía encima de la mesa—. Da igual en qué momento os conocierais.

—Sí, daría igual, pero hay algo que debéis saber y puede beneficiar a tu hermano. Yo estuve el día de su boda en la casa que tienen vuestros padres en Guadalajara. Mi madre era una de las mejores amigas de Tita —Gema fue a responder, pero Cristina le pidió de nuevo que la dejara hablar—. Aún no he terminado. Sin embargo, hace un tiempo que están distanciadas. Había ciertas actitudes de Tita que mi madre no compartía.

—Aún me pregunto qué vio mi hermano en Tita.

Cristina correspondió a las palabras de Gema con un asentimiento de cabeza. Ambas estaban de acuerdo en esa apreciación y no necesitaron más palabras.

—Aunque mis dos hermanas mayores se morían por acudir porque decían que iba a ser la boda del siglo, yo no quería ir y me puse bastante pesada con lo de que quería quedarme en casa. Mi madre aceptó la idea que yo le propuse si al final tenía que ir al enlace: me dejaría vestir como yo quisiera. Ese día había elegido vestirme como un chico porque era una manera de rebelarme contra las bodas. Iba como Diane Keaton en Annie Hall. Mucha gente pensó en realidad que yo era un chico. Con casi catorce años aún no había terminado de desarrollarme por completo.

Gema hizo memoria y después asintió con la cabeza.

—Sí, creo que me acuerdo de ti —tras tomarse unos segundos, le preguntó—. ¿Entonces eres la hija de Fran Burgueño? Vaya que si me acuerdo. Si te soy sincera, fuiste muy valiente al presentarte vestida como Annie Hall. Yo hubiera dado unos miles de euros por no llevar unos zapatos de tacón. Los odio.

—Sí, Fran es mi padre y Mariví es mi madrastra —el camarero llegó con una taza vacía, una tetera esmaltada en motivos florales y un trozo de pastel. Cristina le pegó un bocado al trozo de pastel y se relamió los labios antes de continuar—. Como no quería estar en el jardín, me metí en una de las habitaciones que hay en el segundo piso. Ahora, si yo te soy sincera, estaba deseando que la fiesta acabara y marcharme a mi casa. El caso es que allí fui testigo de algo que no he podido olvidar.

A Gema se le aceleró el pulso y tensó los hombros.

—¿De qué?

—Si te cuento esto es porque tu hermano me importa mucho y quiero ayudarle, aunque aún no sé de qué manera. Me gustaría que me aconsejaras cómo debo actuar.

—¿Cómo puedo ayudarte?

Cristina tomó aire antes de soltarle la bomba.

—Fui testigo de cómo Tita se acostaba con Javier Aguirre. Me habría gustado no estar en aquella habitación. Fue todo tan desagradable, que aún me cuesta creer lo que vi. Oí cómo Tita se había casado con tu hermano por dinero, y que ya aprendería a quererlo…

Gema fingió un carraspeo. La sombra que se proyectó sobre la mesa las interrumpió. Cristina cerró los párpados intuyendo que, quien estaba detrás de ella, era Álex. Notó un sabor amargo en la boca y cómo su corazón se le desbocaba. Él había terminado antes de lo que le había dicho. Su aparición era de lo más inoportuna.

—¡Álex! No te había visto llegar —por el gesto que había puesto Gema, supo que él había escuchado la última frase.

Cristina se giró poco a poco; estaba muerta de miedo y le temblaban las manos. Alzó la mirada y se encontró con el reflejo de la ira en sus ojos, aunque no sabía si esa rabia se debía a ella o era por Tita. Deseó que fuera la segunda opción.

—¿Cuándo pensabas decírmelo?

Cristina tragó saliva.

—Lo estaba hablando con tu hermana antes de tratarlo contigo.

—Álex, siéntate —le pidió su hermana—. Convendrás conmigo en que no es un tema para sacar en la primera cita. Además, esto te beneficia.

Cristina se alegraba de haber tomado la decisión de contárselo en primer lugar a Gema. Encontraba que su hermana podía ser una buena aliada.

—Gema, ¿podrías dejarnos a solas? —alternó la mirada de Gema a Cristina—. ¿Hay algo más que quieras decirme o prefieres esperar a que el juez dicte sentencia?

—Eso no es justo, Álex —respondió su hermana.

—Nadie ha pedido tu opinión, Gema —recalcó el nombre de su hermana sin dejar de observar a Cristina—. Me gustaría que respondieras a mi pregunta. No tengo todo el día.

Ella asintió con la cabeza, pero antes de responderle, se le adelantó Gema.

—Me iré si me prometes que vas a ser razonable.

—Soy razonable, Gema. Está en juego el futuro de mis hijos, mi reputación. Además, sabes que sobre mí pesa una orden de alejamiento que nuestra abogada tiene que resolver. Así que soy todo lo razonable que puedo ser dadas las circunstancias. Mientras Tita se follaba a quien le ha dado la gana, yo cuidaba de mis hijos. No es justo que ella no me deje verlos.

Gema quiso contestarle, pero sus palabras murieron antes de llegar a sus labios. Se levantó, le ofreció su asiento, aunque antes de dejarlos a solas le dio un beso en la mejilla.

—Álex, escúchala.

Él chasqueó los labios como respuesta a su hermana.

—Álex, quiere ayudarte. No te enfades con ella, Cristina no es como Tita.

Gema se tomó el último trago de su café con leche y después acarició el brazo de su hermano.

—Te escucho —dijo Álex cuando ocupó la silla.

—Siento no haber sido todo lo honesta que tenía que ser contigo, pero en mi defensa te diré que pensaba decírtelo esta mañana —bajó la vista a la taza de té—. ¿Qué habrías hecho tú en mi lugar?

—Hablar contigo.

—Eso estoy haciendo, Álex. Pero ¿cuándo? Esto no es nada fácil para mí. No encontraba el momento.

—Cualquier momento es bueno.

—Sí, y he elegido este, y porque me importas, no puedo seguir ocultando lo que sé. Me habría gustado estar en otro sitio aquel día que no fuera en aquella habitación, pero el caso es que fui testigo de cómo Tita y Javier se acostaban. Hasta hace una semana solo lo sabía Óscar. Ahora también lo sabe mi hermana porque Javier era su prometido y lo pilló con otra.

—Te aseguro que también lo sabe medio Madrid. Javier se fue de la boca. Yo he sido el último en enterarme.

—Lo siento, Álex.

—Me has mentido.

—No, no te he mentido, simplemente no te dije toda la verdad.

—Cuando te pregunté en Callao si nos conocíamos…

Cristina notó un desagradable cosquilleo en el estómago ante las palabras de él.

—Yo te comenté que no sabría decirte, y eso no es mentir. ¿Qué esperabas que dijera? —alzó el mentón para mirarle a los ojos—. No podría soltarte aquello de que habíamos hablado el día en que te casaste, ni tampoco te podía decir que habíamos coincidido una semana antes en un ascensor. En ese momento no te reconocí, porque habían pasado muchos años, pero cuando Tita bajó después que tú, supe quién eras.

El gesto de él se transformó de nuevo, pero esta vez era más desconcierto que enfado. Se irguió en la silla y acercó el cuerpo a la mesa.

—¿Cómo has dicho? Repíteme esto último.

—Verás, ese día yo salía de la clínica dental de mi exnovio y coincidí contigo en el ascensor. Si ni siquiera reparaste en mí.

Álex entrecerró los párpados al tiempo que sus labios marcaban una mueca que no supo cómo interpretar. Con ese gesto que había hecho, Cristina entendió que a él le importaba poco ese detalle. Se maldijo porque su historia iba a acabar justo cuando se marchaba de nuevo a Madrid.

—Te aseguro que ese día no estaba para fijarme en nadie, ni aunque hubiera entrado un elefante rosa en el ascensor. Quiero que me cuentes qué pasó cuando saliste del ascensor y viste a Tita, que bajaba después de mí.

—Sí, la vi salir a la calle después de que tú te marcharas en la moto.

—O sea, viste que yo me marchaba solo, y por lo tanto puedes afirmar que yo no bajé con ella, que no hubo contacto entre nosotros en la calle.

—Sí, Álex, te juro que eso es lo que vi, aunque no puede decir lo mismo de ella.

—¿Cómo? —Álex cruzó los dedos, inquieto—. ¿Con quién se marchó?

—Con el conserje, pero no el que está todos los días, este era más joven. Puede que fuera el hijo de Jaime, pero no sabría decirte.

Álex relajó al fin el gesto de sus hombros y después esbozó una sonrisa torcida.

—¿Me puedes decir qué importancia tiene con quién la viera marcharse?

Ante la duda en la pregunta de Cristina, él le mostró un gesto conciliador.

—Todo, es importante para mí. ¿Podrías reconocerlo si un policía o mi abogado te enseñaran una foto, verdad?

—Sí, claro que podría reconocerlo. Pero explícame por qué es tan importante para ti.

—Supongo que sabes que Tita me ha acusado de malos tratos. Ha salido hasta en las revistas de cotilleos. Le habrán pagado un montón de dinero por decir todas esas mentiras de mí. Ya sabes, el morbo vende más que la verdad.

—Sí, lo sabía —le agarró de las manos. El hecho de que él no las retirara, le hizo suponer de que ya no estaba enfadado con ella—. Pero nunca he creído la versión de ella, y más después de lo que escuché en aquella habitación y de cómo se comportó con el conserje.

Álex se tomó su tiempo para contestar. Acarició con el pulgar el dorso de la muñeca de ella.

—Como te decía antes, no me acuerdo de que ese día coincidiésemos en el ascensor. Tenía la cabeza en otra parte. Cuando salí a la calle, después de largarme en moto, estuve dando vueltas por Madrid. Estaba cabreado. Necesitaba aire porque Tita no quería aceptar mi propuesta de separación amistosa y tampoco estaba dispuesta a compartir la custodia de mis hijos —recordó las últimas palabras que había cruzado con su exmujer—. Ella iba a por todas. Llegué a casa de mis padres sobre las nueve, y poco después se presentó una pareja de policías acusándome de que le había pegado una paliza. Me llevaron esposado a comisaría, pasé la noche en el calabozo, hasta que el juez me dejó en libertad.

Según iba contándole lo que pasó aquel día, Cristina abría los ojos y notaba cómo se le secaba la boca.

—¡No!

—Créeme que eso fue lo que hizo.

—Pero ahora sabemos que lo que dice de ti es mentira.

—Sí, eso lo sabes tú y lo sé yo.

—¿Y crees que fue ese conserje quien le pegó?

—Puede ser, pero lo importante es que tú viste cómo me marchaba solo y que ella se iba acompañada. Yo no tuve nada que ver con la paliza que recibió mi exmujer. Ahora nos queda localizar a ese conserje.

—No será difícil.

—También necesito que esto se lo cuentes a mi abogada.

—Por supuesto, puedes contar conmigo para testificar a tu favor —correspondió a la caricia de Álex con otra caricia—. Tita ha mentido, y con su actitud no hace más que perjudicar a muchas mujeres que son maltratadas por sus parejas. Lo peor de todo es que ha utilizado su condición de personaje público para denunciar un caso que es falso. Aun así, espero que tú tengas un buen abogado.

—Me consta que Vanesa es muy buena en su campo. Llevó el caso de mi hermana Marta, así que sé cómo trabaja.

Se mantuvieron en silencio durante unos segundos. Cristina tragó saliva.

—¿Qué vamos a hacer ahora?

—Seguir adelante —respondió él—. Si preguntas por lo nuestro, te diré que nada ha cambiado sobre lo que hemos hablado esta mañana.

Cristina expulsó el aire que había retenido durante unos segundos.

—¿Sigues enfadado?

—Molesto, más bien —la miró a los ojos—. Quiero apostar por esta historia, pero necesito que seas honesta conmigo desde el principio. No quiero vivir más mentiras.

—Créeme si te digo la de veces que he intentado sacar el tema, pero no sabía cómo. No es un tema fácil.

Álex apretó los dientes.

—Antes de Tita hubo muchas mujeres. De la mayoría no recuerdo su nombre, pero después de mi exmujer solo has estado tú. Para mí esto es importante.

—Para mí también lo es. Antes de ti hubo alguien —mientras hablaba, Cristina observaba cómo él le acariciaba su mano—. No sé si fue el destino, o qué sé yo, pero el día en que coincidimos en el ascensor, Manu acababa de pedirme que me casara con él. Todo cambió esa tarde para mí, además de que fue la última vez que lo vi. No he vuelto a saber de él. Supongo que aún está tratando de asimilar que yo lo rechazara.

Cristina siguió con la mirada la palabra que Álex había escrito en su antebrazo. Reconoció su nombre. Daba igual cómo lo dijera, siempre encontraba la mejor manera de llamarla.

—Sabes, has tardado mucho en llegar —dijo Álex al alzar de nuevo el mentón para buscar su mirada.

—Sí, pero he llegado en el momento justo.