Capítulo 26
Estela se la había pegado a base de bien. Las dos cremas tenían sal. Cristina estaba segura de haber rellenado el bote de azúcar el día anterior. Es más, se apostaría la mano derecha, y puede que su relación con Álex, que en ese bote había puesto azúcar en vez de sal. Ella siempre lo probaba para evitar percances como el que habían tenido.
¡Qué necia había sido por bajar la guardia con Estela! Todo aquel rollo de que quería ayudarla había sido para despistarla. E incluso sospechaba que la escena que había montado con las novelas eróticas que le había pedido no había sido casual. Puede que buscara un pretexto para enfadarse y de esta manera poder justificar lo que había hecho. Con su actitud le estaba diciendo bien claro que no era bienvenida a su familia. Estaba claro que tendría que buscar otra manera de llegar a ella, porque le había declarado la guerra. Y puede que Estela hubiera ganado una batalla, pero no así el combate final.
Se mojó los labios, aunque los sentía resecos. Inspiró con fuerza antes de contestarle a Álex. Desde luego ella no iba a delatar a Estela. Si quería que la tratara como una adulta, no lo estaba demostrando, hablaría con ella.
—Lo siento, Álex, no las he probado. He cometido un tremendo error. No volverá a pasar —no sabía dónde meterse.
Tenía ganas de estrangular a Estela, no solo porque hubiera arruinado el trabajo de varias horas, sino porque estaba perjudicando a su padre y la imagen del hotel. Casi podía justificar esa rabia que sentía contra ella, que encontrara que fuera una intrusa en su familia, pero no iba tolerar que su padre pagara por ello.
—Álex, no le eches la culpa a ella —dijo Gema—. Deja que te explique qué ha pasado.
Cristina buscó su mirada y le suplicó que no dijera nada sobre que Estela había sido la culpable de cambiar el azúcar por la sal.
—No hay nada que explicar —Álex alzó el volumen de su voz—. Quiero que lo solucionéis ya. Tengo a cuarenta personas arriba bastante enfadadas.
—Álex, lo siento —terminó por decir Gema—, esta mañana estaba un poco dormida y me he equivocado al rellenar el bote. No es la primera vez que me pasa. Tranquilo, seguro que algo se nos ocurrirá a Cristina y a mí.
—Sí, algo se nos ocurrirá.
Cristina le echó un vistazo al reloj y calculó que la tarta de manzana y el brownie ya estarían hechos. Sacó las bandejas del horno antes de que se quemaran y las dejó reposar en el banco de trabajo.
—Ahora, déjanos trabajar —Gema llevó a Álex hacia la puerta—. Tenemos mucho que hacer.
Cristina sintió que Gema estaba a punto de ponerse a gritar, pero se estaba conteniendo por no decirle quién era la culpable de todo aquello.
—No trates de justificarla, Gema. Cristina ha metido la pata.
—¿Por qué eres tan obstinado, hermano? ¿Me quieres escuchar de una maldita vez? Te estoy diciendo que Cristina no ha tenido nada que ver en todo esto.
—Gracias, Gema, pero tengo que asumir que me he equivocado y que lo tenía que haber probado. He metido la pata. Esto no volverá a pasar.
—Por supuesto que no va a volver a pasar —le dirigió una mirada como dejándole claro que si se callaba era por ella—. Deja que me encargue yo.
Mientras Gema le hablaba, su mente trataba de pensar con claridad. Reflexionó unos instantes, pues no tenía mucho tiempo. Entonces encontró una posible solución. Era una idea descabellada, aunque podría funcionar. Sabía que iba a necesitar tiempo para llevar a cabo su plan, pero no se quiso acobardar. Dejó los libros que había comprado en la despensa, buscó una libreta en su bolso y se la guardó en el bolsillo trasero de sus shorts.
—¿Dónde vas? —gruñó Álex—. No hemos terminado de hablar.
—Si me dejas hablar con los blogueros tal vez pueda encontrar una solución —respondió Cristina al llegar a la puerta.
—Has metido la pata, sí, pero no te puedes marchar así como así —le espetó él—. Te quiero en las cocinas solucionando este problema. Deja que sea yo quien me ocupe de mis clientes.
Cristina le dirigió una mirada audaz. Estaba tan convencida de lo que iba a hacer, que ni Álex ni nadie le iban a hacer cambiar de idea, ni tampoco se iba a dejar amedrentar por sus palabras.
—Álex, por favor, esos son mis postres y voy a solucionarlo yo. Te pido que confíes en mí.
Llegó con paso firme al ascensor, pulsó el botón y esperó que bajara. Sintió que Álex estaba detrás de ella. Podía advertir cómo temblaba de rabia y cómo le rechinaban los dientes. Incluso notaba cómo trataba de dominar el grito que tenía alojado en la garganta. Necesitaba decirle a Álex que se tranquilizara, que todo iba a salir bien.
—Te lo vuelvo a repetir. Te estoy pidiendo, por favor, que me dejes tratar este asunto. Sé cómo hacerlo.
Él la tomó del brazo y la llevó de nuevo al comedor. No quería empezar una discusión en medio del vestíbulo.
—No es que no me fíe de ti. Es que este es mi hotel y yo soy el máximo responsable de cualquier percance. ¿Me entiendes?
—¿Crees que haría algo que te perjudicara? Sé lo que tengo que hacer.
Él se mantuvo unos segundos en silencio. Cristina sintió cómo su corazón bombeaba a mil por hora. Soltó un suspiro cuando al fin le contestó:
—No. No lo creo.
—Pues si no lo crees, deja que suba a la terraza, por favor —respondió algo más calmada—. Les puedo ofrecer postres personalizados, será algo que nunca hayan visto. Me va a llevar algo de tiempo, pero te aseguro que se irán contentos.
Se la quedó mirando.
—Está bien. Subamos los dos.
Volvieron al ascensor. Si en otros momentos la pasión entre ellos se desbordaba cuando las puertas se cerraban, en esta ocasión se mantuvieron cada uno en una esquina con los brazos cruzados. En los quince segundos que duró el viaje no se dirigieron la palabra.
Al llegar a la terraza, Cristina se soltó el pelo e inspiró con calma. Se miró en el espejo y ensayó una sonrisa tranquilizadora, ya que sentía cómo las piernas le temblaban.
—Si te lo estás preguntando, ya te lo digo yo. Estás preciosa.
—Gracias —respondió sin mirarlo. Había subido a la terraza en calidad de repostera, no como su novia—. Preséntame, por favor, al organizador de este evento.
—Ven. Sea lo que sea lo que estés pensando hacer, será por cortesía del hotel.
—Está bien. Si quieres puedes restármelo de mi nómina.
—No será necesario. Todos cometemos errores —respondió él con gran pesar—. Unos más grandes que otros.
Cristina giró la cabeza hacia él. ¿Le estaba diciendo que esa relación que acababan de empezar era un error? Álex vio la duda en sus ojos.
—No hablo de ti y de mí. Esto no cambia nada, si es lo que estás pensando.
—No, no estaba pensando en eso.
—Entonces borra esas dudas y sonríe —aunque sonaba como una orden, se lo dijo algo más calmado.
Álex la llevó hasta un chico delgado, de pelo pajizo, no muy alto y algo más joven que Cristina. Llevaba gafas de pasta y sus ojos eran pequeños y muy azules. No sabía por qué, le recordó a Manu, quizá fuera por sus manos pequeñas o por cómo se peinaba con la raya en medio.
—Perdona, Jordi, te presento a la señorita Burgueño. Nuestra repostera.
Ella le ofreció la mano y se la chocó con decisión. Notó que Jordi no se la quería soltar y que se quedó mirando sus labios.
—Hola, Jordi. Me gustaría hablar contigo. Estaríamos encantados de poder solucionar este contratiempo. ¿Podría ser?
Jordi le hizo un repaso de arriba abajo y le sonrió. Cristina observó que de entrada le había causado buena impresión. No quería jugar la carta de chica mona, pero en esos momentos era lo único que Jordi veía en ella. Tenía que demostrarle también que sus postres eran muy buenos.
—Claro que sí —dijo observando las piernas de ella—. Tú dirás.
Álex los dejó a solas.
—Antes de nada me gustaría pedirte perdón a ti y todos los miembros de este encuentro por este malentendido. Es la primera vez que me ocurre, pero si me dejáis resolver este percance, os prometo que no os arrepentiréis —trató de que su voz sonara firme, pero a la vez seductora—. El Acanto es un hotel de cinco estrellas y no nos podemos permitir errores de este tipo.
Jordi asintió con la cabeza. Tenía la boca abierta. Cristina se preguntó si era un poco corto o es que se comportaba de esta manera con todas las mujeres que conocía.
—Perdona, ¿me has estado escuchando?
—Eh… Sí, ¿qué propones?
Cristina se apartó un mechón de pelo y se lo colocó detrás de la oreja.
—Acabo de sacar un brownie del horno y una tarta de manzana. También tengo unos canutillos de crema que son espectaculares —se mojó los labios. Aquel gesto no pasó desapercibido para Jordi—. Te aseguro que no has probado nada igual. Pues bien, si me permitís, puedo haceros un postre personalizado a cada uno con estos tres dulces. Solo os pido que me dejéis una hora de margen. Más que un postre, va a ser un aperitivo dulce —sacó una libreta que llevaba en el bolsillo de atrás—. Anótame en esta libreta los nombres de vuestros blogs. Como también hay lectores, me gustaría que me apuntaseis qué libro es vuestro favorito.
—¿Qué vas a hacer? —preguntó Jordi sin entender adónde quería llegar ella.
—Espero hacer algo que os deje muy buen sabor de boca, cuando os vayáis del hotel —se acercó un poco más a él, porque había bajado tanto el volumen de su voz que sus palabras eran susurradas—. ¿Crees que podríais darme ese margen? Solo os pido esta oportunidad. Si no os convencemos, siempre podréis decir que este hotel tiene la peor carta de postres que hayáis probado jamás. Y eso no es cierto.
—¿No es cierto?
—No.
Jordi estaba impresionado por la seguridad que mostraba ella.
—Eh, pues no sé qué decir.
—Puedes probar a decir que sí.
—Está bien. Espero no arrepentirme —respondió tras parpadear varias veces. Era como si hubiera salido de un trance hipnótico.
Tras poco más de cinco minutos, Cristina tenía todos los datos que les había pedido. Mientras bajaba en el ascensor, volvió a hacerse la trenza para trabajar más cómoda. Se alegró de que hubieran aceptado su oferta y de que aún no hubieran empezado las comidas. Cuando llegó a las cocinas, lo primero que hizo fue colocarse el delantal y después poner cuarenta platos sobre el banco de trabajo. En ese momento, solo pensaba en que iba a unir su pasión por la pintura con la repostería e iba a hacer unos postres diferentes. Estaba convencida de que podría hacerlo. Después de tener todos los platos dispuestos, sacó los helados caseros que había hecho el día anterior. Desde su smartphone fue abriendo los quince blogs que tenía apuntados en la libreta. Con helado hizo una base sobre la que colorear, y con los siropes de chocolate, fresa y caramelo fue trazando detalles de las cabeceras de los blogs. A medida que iba teniendo los dibujos hechos, fue metiendo los platos de uno en uno en la nevera. Aún le quedaban treinta y cinco minutos para recrear las portadas favoritas de los lectores. Encontró que muchos de ellos adoraban a Jane Austin: Orgullo y prejuicio era su novela favorita y era de las que pensaba que no podía faltar en ninguna biblioteca. ¡Quién no se había enamorado de Mr. Darcy! También descubrió que muchos de los autores españoles que estaban en esa lista también se encontraban entre sus escritores favoritos. Como había hecho con las cabeceras de los blogs, solo pudo hacer detalles concretos de las portadas y poner el título. Una vez que trazó los dibujos, fue sacando los platos del frigorífico y los fue montando de uno en uno. Cortó pequeñas porciones de brownie y de tarta de manzana, y por último colocó un canutillo de crema en cada plato. Les puso por encima tres arándanos para darle un toque de color. Conforme los iba terminando, los fue dejando en el montacargas que iba a la terraza con las notas correspondientes de a qué bloguero o qué lector iba dirigido cada postre. Después de dejar el último plato, soltó un suspiro. Rezó para que a todos los blogueros y lectores les pareciera buena su idea.
Aun así, no se podía relajar, aún tenía mucho trabajo pendiente y tendría que volver a hacer el brownie y la tarta de manzana.
—Has hecho un gran trabajo —Gema se acercó por detrás y le posó la mano en un hombro—. No sabía que también supieras dibujar
—Gracias. Siempre he sido creativa. Lo hubiera podido hacer mejor, pero tenía muy poco tiempo. Espero que les guste mi idea.
—Seguro que sí —le hizo quitar el delantal, que lo tenía del revés—. Mi hermano tiene suerte de haberte encontrado.
—Gracias, Gema, es importante contar con tu apoyo en esta familia.
—Cuando terminemos de comer, hablaré con mi sobrina. Si no me dejas que le diga a Álex quién ha cambiado el azúcar, déjame, al menos, que la convenza para que sea ella quien hable con su padre.
Cristina sacudió la cabeza.
—Te lo agradezco, pero primero déjame que hable con ella.
—Como quieras.
No habían pasado ni quince minutos desde que Cristina terminara el último plato, cuando Álex llegó a las cocinas con una sonrisa. La idea de ella había causado muy buena impresión entre todos los integrantes del encuentro.
—Están encantados, Cristina. Quieren hablar contigo. ¿Podrías subir un momento?
—Sí, pero dame cinco minutos, que tengo que meter el brownie en el horno.
Él permaneció a su lado, como si estuviera pensando en algo. Ella le preguntó con la mirada que qué pasaba.
—Siento si antes he sido un poco brusco. Este encuentro es importante para nosotros.
—No te preocupes. Lo entiendo —le ofreció una sonrisa—. Te aseguro que será la última vez que pase algo así —le acarició el brazo—. Y ahora, ¿me puedes conceder esos cinco minutos que te he pedido? Necesito concentrarme. Ahora subo.
—Claro. Te esperan en la terraza.
Tras meter el brownie en el horno, se lavó las manos y se las secó en el delantal. Salió con prisas al comedor y se topó con Estela. Ambas se miraron a los ojos, Estela con una mueca amenazadora, y Cristina lo hizo con un gesto conciliador. Inspiró con calma para no acercarse a ella y gritarle que era una niñata malcriada, pero no quería ponerse a su mismo nivel. Si hubiera tenido cinco años menos puede que hasta le hubiese soltado un guantazo, pero la violencia no solucionaba nada.
—Tú y yo tenemos que hablar.
Ella negó con la cabeza. Le dedicó una mirada cargada de rencor.
—No voy a hablar contigo.
—Sí, sí que vamos a hablar, Estela. Si quieres que te trate como a una adulta vamos a hablar.
—Me da igual lo que me digas —se giró sobre sus talones.
—A mí no me da igual —la detuvo antes de que saliera al hall—. Lo que has hecho ahí dentro no está nada bien. ¿Qué pretendías?, ¿que tu padre me despidiera?
—¡Pues sí!
—Me alegra decirte que tu plan no ha funcionado —Estela apretó los dientes cuando ella le mostró una sonrisa—. Hemos podido solventar este contratiempo.
Estela frunció en el entrecejo.
—Sé cómo eres. Te quieres hacer la simpática conmigo, pero no te va a funcionar. Yo no soy como el imbécil de mi hermano que se cree todas las tonterías que le haces.
—No he llegado aquí para hacerle daño a tu padre —comentó Cristina tratando de sonar calmada—. Con lo que has hecho, has estado a punto de arruinar la reputación de este hotel.
—¿Se lo vas a decir?
—No, yo no se lo voy a decir. Se lo vas a decir tú.
—¿Y si no quiero?
—Entonces te trataré como lo que eres, como a una niña. Yo no se lo voy a decir a tu padre, pero no puedo decir lo mismo de Gema. Ella sabe perfectamente qué ha pasado ahí dentro.
—Mi padre no la va a creer.
—Todo es posible. Pero es una lástima que no me dejes conocerte, porque después de todo, quien está sufriendo eres tú. Quiero intentarlo con tu padre. Quiero que sea feliz. Dame un motivo para que piense que no eres tan dura como aparentas, que no eres una niñata.
—¡Déjate de rollos! ¡Tú no sabes nada! ¡No quiero nada de ti! —exclamó Estela—. ¿Por qué te has tenido que interponer entre mis padres? Ellos se iban a dar una oportunidad.
—La que no sabes nada eres tú, Estela. Sabes que eso es mentira —le respondió sin acritud—. Te lo explicó anoche tu padre.
—Pues yo no lo entiendo. No es justo.
—Lo que no es justo es que tú me juzgues sin conocerme. Yo no soy el enemigo. Ni siquiera me has dado la oportunidad que te pedí.
Cristina la dejó en el comedor y se dirigió al ascensor. Esperó a que bajara. Cuando las puertas se abrieron, Estela salió del comedor y le dijo:
—No voy a decirle nada.
—Peor para ti. Pensaba que querías que no te tratara como a una niña pequeña. Parece que me he equivocado.
Lo último que Cristina vio cuando se cerraron las puerta fue cómo Estela apretaba los puños y se daba media vuelta. Cerró los ojos mientras el ascensor subía. No sabía cómo hacerlo con Estela. No se quiso dar por vencida tan pronto. Encontraría la manera de derribar la coraza que se había construido. Mucho se temía que el desencuentro entre ella y Estela iba a afectar a Álex si no encontraba pronto una solución. No quería llegar al punto de que Álex tuviera que elegir entre una de las dos. Ella no era como Tita y tampoco era justo para él. Tenía que ser más lista.
Al llegar a la terraza, aparcó por unos minutos el problema de Estela. Tenía otras cosas en las que pensar y de las que ocuparse.
Cuando Jordi advirtió que Cristina había llegado, se acercó hasta ella con una gran sonrisa en los labios.
—¿Qué os ha parecido mi idea?
—Estamos impresionados. Daba hasta pena comerse el postre.
—¿Os han gustado los canutillos de crema?
—Estaban divinos —contestó una chica que se había acercado hasta ellos—. Esto hay que celebrarlo.
—¿Podemos hacernos una foto contigo? —preguntó Jordi—. Es para subirla a Instagram y para hacer las crónicas luego.
—Claro. Por cierto, no sé si os lo comenté antes, pero estos postres son por cortesía del Acanto. Esperamos que con esto podáis olvidaros de las tartas que os ofrecimos en un primer momento.
—Eso ya está más que olvidado. Un error lo tiene cualquiera —replicó Jordi soltando una risa tonta.
—Gracias por entenderlo.
Jordi la llevó hasta el resto del grupo. Le pareció que algunos estaban escribiendo algo en sus ordenadores portátiles, mientras que otros se iban haciendo fotos que subían inmediatamente después a las redes sociales.
—Nos ha encantado tu idea —dijo una chica con su móvil apuntando a su cara—. Ven, esto se merece una foto para la posteridad.
Después de la primera, llegaron otras. Algunos de ellos le comentaron que estaban empezando como booktubers y le pidieron que dijera unas palabras para sus canales de YouTube. Cristina les dijo a todos que sí. Aquello podía ser muy bueno para el hotel. Era publicidad gratis y todos alababan sus postres. Habló con ellos, intercambiaron impresiones sobre lecturas, y por quince minutos, mientras le grababan y hablaba con los lectores, tuvo su momento de gloria.
—Me ha gustado conoceros.
—Esta tarde subiremos los vídeos a nuestros blogs y a nuestros canales.
—Muchas gracias por todo —dijo ella al despedirse.
Jordi la acompañó al ascensor.
—Todos coincidimos en que tienes mano para la repostería. Una pena que hayas confundido el azúcar con la sal.
Ella hizo una mueca de resignación.
—Como vais a estar hasta mañana hasta mediodía, si queréis, la podéis probar para el desayuno.
—¿Eso sería posible?
—Sí, claro que sí. Queremos que nuestros clientes se vayan satisfechos del hotel. Ahora, a disfrutar de vuestro fin de semana.
Se dieron la mano. Una vez que Cristina estuvo en el ascensor, pudo respirar tranquila. Estaba contenta por cómo había salido todo, pero sobre todo, dentro de lo malo y lo amargo de aquel percance, se alegraba porque de alguna manera Estela no se había salido del todo con la suya.
Cuando cruzó la puerta de las cocinas, observó que Gema hablaba con Estela en la despensa.
—¿Podrías venir, Cristina? —le pidió Gema.
Estela cruzó los brazos y se apoyó en una estantería cuando ella llegó a la despensa. La niña elevó los ojos al techo.
—Le debes una disculpa a Cristina. Ya sabes lo que hemos hablado, y si no lo cumples, voy a dejar de ser tu tía favorita —Gema le hablaba con dureza—. Yo me olvido de hablar con tu padre y tú eres un poco más amable con ella.
Estela se encogió de hombros y soltó un bufido de impaciencia.
—No te he oído —le recriminó Gema—. No me hagas perder más el tiempo, que tengo muchas cosas que hacer.
—Perdón —respondió con desgana.
Gema reprimió un grito conteniendo la rabia que le consumía por dentro, pero Cristina se le adelantó.
—Tranquila, me vale. Lo podemos dejar aquí.
—Ah, no. Esto no queda aquí. Tengo una sobrina maravillosa y hoy se va a encargar del lavavajillas, ¿no es cierto?
—Sí —gruñó por lo bajo.
Gema sacó un delantal del cajón de arriba de una cómoda, que era donde guardaba la mantelería.
—Y sonríe, que estás mucho más guapa. Ah, se me olvidaba —cortó un pedazo de la tarta que ella había echado a perder—. Antes de salir de aquí, te comerás ese trozo. Creo haberte oído decirle a Cristina que la buttercream estaba buena.
—Pero tía. Tiene que estar asqueroso. Te prometo que no lo voy a hacer nunca más.
—Claro que no lo vas a hacer nunca más, o por lo menos no en este hotel. La próxima vez te lo piensas antes de fastidiar el trabajo de otra persona. Y no te dejes ni las migas.