Capítulo 9
Qué mágica y disparatada había sido la tarde, pero Cristina se alegraba de que hubiera sido así. No cambiaría nada, ni siquiera la fantasía que había tenido con él. Repetiría una y mil veces sin dudarlo. Aún temblaba de la emoción al recordar todo lo que había sentido esas últimas horas, y todo había sido real, porque, por fin, la realidad era mucho mejor que la ficción. Ni en las mejores novelas ocurría lo que a ella le había pasado.
Lo primero que hizo al llegar a casa fue quitarse los botines y entrar en la habitación de su hermana para comentarle lo que le había ocurrido. Por debajo de la puerta se colaba la luz y se escuchaban las risas de Óscar y de Marga. Se tumbó en la cama que ocupaba Óscar con una sonrisa en los labios. No pudo contener un pequeño grito de emoción.
—¿Se puede saber dónde has estado toda la tarde, cachoperra? —preguntó Óscar—. ¿Y a qué viene esa sonrisa idiota que tienes? No sabes la envidia que me das. Marga, vamos a tener que hacer algo tú y yo para que Cristina no nos dé envidia.
De Óscar, además de su afición por la moda, le gustaba también lo bruto que podía ser en ocasiones. No tenía filtros, y soltaba lo primero que se le pasaba por la cabeza. Le gustaba su sinceridad, y eso, dentro del círculo tan encorsetado en el que se movía su familia, era toda una bendición. Puede que también fuera verdad que se le perdonaran sus excentricidades porque tenía mucho dinero y porque en los negocios era implacable y no cometía errores. Llevar un Rolex de oro en la muñeca cerraba más bocas que sus palabras.
—Ahora mismo estoy flotando en una nube —dijo Cristina soltando un suspiro.
—Ya puedes ir desembuchando, bombón.
—¡Dios, aún no me lo puedo creer! Y es tan guapo.
—¿Quién es guapo? —quiso saber Marga.
—Si es lo que yo decía, tu hermana ha follado esta tarde.
—No, no hemos follado —elevó los ojos al techo—. Solo me ha dado dos besos.
—¿Con lengua o sin lengua? —quiso saber Óscar.
—En la mejilla.
—Pues ya puede haber utilizado la lengua para otras cuestiones, porque quiero tener esa misma sonrisa en la cara —repuso su amigo—. Y lo que sea que haya ocurrido tiene que haber sido muy fuerte.
—Déjala que hable —Marga le pegó un manotazo a su amigo.
—Ha sido todo tan real que temo abrir los ojos y que todo haya sido un sueño. Decidme que no estoy soñando.
Óscar le pegó un pellizco en el brazo.
—¿Pero quién es guapo? Suéltalo ya, que nos tienes en ascuas.
Cristina se incorporó y le pegó a su vez un manotazo a Óscar.
—Me has hecho daño —se quejó Cristina.
—Y yo me voy a quedar sin uñas. Te lo mereces por no decirnos quién es guapo.
—Álex.
—¿Qué Álex? —preguntaron Óscar y Marga a la vez.
—Álex de la Puente.
—¿Qué? —dijeron Óscar y Marga a la vez. Él abrió los ojos y su hermana no podía cerrar la boca.
—Sí, he pasado toda la tarde con Álex y ha sido maravilloso.
—No puede ser —repuso Marga.
—A ver, Cristina, empieza por el principio, que has empezado por el final y tu hermana y yo queremos saber qué ha pasado.
—¿No es un poco mayor? —le preguntó Marga.
—¿Para qué, para follar? —rebatió Óscar—. Cómo eres, guapa. ¿No has oído nunca lo de que el amor no tiene edad? Además, solo tienes que verle la cara. Está radiante. ¿Dime cuándo ha estado así con Manu? Nunca, ni siquiera cuando perdió la virginidad. Aunque si follaras alguna vez con alguien ya te darás cuenta de que lo que hacía Manu era pajearse dentro de ti.
—¡Qué bruto que eres! —le soltó Cristina.
—Sí, sí, seré todo lo bruto que quieras, pero me darás la razón dentro de poco. Porque a mí me parece que al final terminarás follando con Álex.
Cristina se mojó los labios.
—Lo de la edad me da igual. Papá le lleva dieciocho años a Mariví, así que no le veo un problema. Y para tener la edad que tiene, está genial. Tiene unos músculos, que hasta tú buscarías una excusa para tocárselos —le dijo a Óscar.
—Si me lo presentas, igual me pienso lo de cambiar de acera. Entonces tendría que dar la razón a todos aquellos que dicen que soy gay —soltó Óscar—. ¿Sabes? Este tiene pinta de empotrarte en la pared y no dejar ni que respires. No lo dejes escapar.
Cristina lo miró conteniendo una sonrisa porque eso era justamente lo que había pensado ella. Se preguntó cómo sería una postura distinta que no fuera la del misionero. Se mordió los labios y sufrió un escalofrío. Después se levantó de la cama y tiró de Óscar.
—Venga, acompañadme a la cocina y os lo cuento, que me apetece tomar un vaso de leche con Cola-Cao y las galletas de chocolate que he hecho esta mañana.
—No sé dónde metes todo lo que comes —repuso Óscar.
—¡Te podrás quejar tú de cuerpo! —respondió Marga—. Además, eres muy guapo. Algunas de mis amigas no tendrían problemas en darte un repaso. Dicen que te harían un gran favor, de esos que son difíciles de olvidar.
—Cuando quieras me las presentas. Yo no le hago ascos a ninguna chirla. Y por si no te lo había dicho nunca, tú también estás perfecta, guapa —replicó él mirándose en el espejo—. Esto que veis es producto de mucho sacrificio y mucho gimnasio. Hay que mantener una imagen con los clientes.
—Pues a mí ya me gustaría tener el pecho de mi hermana, y esto que ves aquí es producto de la genética —replicó Cristina.
—Eso, tú restriégamelo —dijo Óscar—. Y tú no te quejes, que ya quisiera Jennifer López tener tu culo.
Cristina abrió la puerta tratando de no hacer ruido porque Mariví y Fran se acostaban pronto. Óscar y Marga la siguieron hasta cocina.
—¿Queréis algo? —preguntó la menor de las Burgueño.
—Lo que tomes tú estará bien.
Cristina sacó tres tazones del armario y un cartón de leche de soja, porque Óscar era intolerante a la lactosa, y otro de leche semidesnatada del frigorífico. Después buscó la caja donde guardaba las galletas de chocolate. Al tiempo que los tres tazones daban vueltas en el microondas, Cristina no dejaba de pensar en que siempre había estado esperando a que sucediera algo extraordinario en su vida, a que las oportunidades le llegaran a la puerta de su casa. Y justamente esa tarde, sin ella proponérselo, la magia había ocurrido. Sabía que había ciertas oportunidades que no se podían dejar escapar porque se presentaban solo una vez en la vida. Podía no suceder nada en el fin de semana que iba a estar en Valencia, o podía que sí, pero si no se arriesgaba, no sabría nunca qué era cometer una locura. Y estaba más que decidida a seguir adelante.
El timbre del microondas interrumpió sus pensamientos.
—Esta tarde he sido la personal shopper de Álex —sacó los tres tazones y después se sentó en la mesa—. Prueba mis galletas, Óscar. Me han salido muy ricas.
—Ya sabemos que te salen muy ricas, pero lo que queremos saber es qué ha pasado. Desde luego, cuando te pones en plan misteriosa, no hay quien te gane —comentó su hermana en vista de que ella seguía manteniendo una sonrisa bobalicona.
Cristina soltó un suspiro mientras le ponía dos cucharadas de Cola-Cao a su tazón.
—No sé muy bien cómo ha sido, pero el caso es que después de que te marcharas —señaló a Óscar—, Álex se me ha presentado porque había quedado con una chica que se llamaba Cris, y que casualmente era una personal shopper. Ha dicho mi nombre creyendo que era yo. Y bueno, cuando me ha preguntado si yo era su personal shopper le he dicho que sí. No sé, lo he visto tan guapo, con esa sonrisa tan estupenda que tiene, que no he podido resistirme a ver qué ocurriría si yo era su personal shopper. Me apetecía jugar porque el otro día me dijiste que era aburrida y muy seria. Y llevabas razón. Era un muermo de tía —respiró con calma antes de seguir hablando—. Le he seguido la corriente y me he ido de compras con él. Una cosa ha llevado a la otra, y hemos terminado cenando juntos. Hacía tiempo que no me lo pasaba bien con un hombre.
—Claro, si es que Manu es un merluzo frígido que no sabe lo que tiene entre las piernas. Lo que me lleva a pensar si tú sabes qué es lo que tenemos entre las piernas. Cuando quieras te doy unas clases teóricas o prácticas, lo que prefieras.
—Dejad de meteros conmigo —le pegó un empujón de broma a Óscar—. Por eso le he dicho que sí, porque no me quiero cerrar a nada. Y sé que es una locura, pero me encanta. Nunca me había sentido así de feliz. ¡Dios, Dios, me muero por verlo otra vez!
—Creo que yo también me estoy enamorando, y eso que no me gustan los hombres —soltó Óscar.
—Y tendríais que escuchar cómo dice mi nombre. En algún momento pensaba que me iba a desmayar. Es que parece que haya nacido para decir “Cristina”.
—¿Habéis quedado otra vez? —quiso saber Marga.
—Sí, hemos quedado.
—¿Cuándo? —preguntaron los dos a la vez, ansiosos porque les siguiera contando.
Antes de responder, Cristina mojó una galleta, se la metió en la boca y bebió de su tazón.
—¿Quieres decirnos cuándo has quedado con él? —preguntó Óscar.
—Este fin de semana me voy a Valencia a su hotel.
—¿Cómo? —preguntó Marga.
—¿Cómo que te vas un fin de semana con un tío que acabas de conocer esta tarde? —le espetó Óscar—. ¡Oye, que lo de follar en la primera cita es parte de mi encanto!
—Te he dicho que no hemos follado. Así que sí, me voy este fin de semana a Valencia —miró a la cara a su mejor amigo—. Y quiero vivir intensamente esta locura.
—Ay, bombón, que me parece que te estás haciendo mayor. Estoy muy orgulloso de ti y de que le abras las puertas a la vida.
—Voy a hacer una prueba en su hotel con mis postres.
—Ay, que yo creo que el postre vas a ser tú.
—¿Y tienes pensado qué vas a hacer? —preguntó Marga pasando por alto el comentario de Óscar.
—Yo no sé lo qué haría tu hermana, pero…
—Sí, ya sé que tú te lo tirarías si fuera una tía —repuso Cristina sacándole la lengua.
—Y además, yo que tú utilizaría eso que tienes en la boca para algo más que para hablar. No sabes las de posibilidades que tiene.
Cristina se atragantó con el último sorbo que se estaba bebiendo.
—Qué bruto que eres. No sé por qué se empeña Mariví en que seríamos la pareja perfecta.
—Sí, es una lástima que no me atraigas como las demás chicas.
Volvieron a quedarse callados. Óscar miró a Marga y reprimió un suspiro.
—No sé por qué, pero tengo el presentimiento de que todo lo que cuenta Tita sobre él es mentira —Cristina se puso seria—. No me creo que Álex sea un maltratador.
—Yo te creo, hermana.
—Y yo, además quiero vivir algo como tú —replicó Óscar—. ¿Por qué no me sale una novia guapa y que me quiera con locura? —miró a Marga—. ¡Joder, con lo bueno que estoy!
—¿Eso quiere decir que no vas a volver con Palmira? —preguntó Marga.
—Eso quiere decir que no voy a volver, que vuelvo a estar en el mercado —chasqueó los labios—. Esta tarde le he pegado la patada. ¡Hala, a otra cosa mariposa!
—Bueno, ya verás como conoces a alguien tan mona como Álex —comentó Cristina—. Y esto tampoco quiere decir que ya seamos novios.
Durante unos segundos se volvieron a quedar callados. Marga no hacía más que dar vueltas con la cucharilla a la leche de su tazón. Tenía el gesto triste y había rastros de lágrimas en su mirada
—Vale, ¿qué me he perdido? —inquirió Cristina.
Óscar y Marga cruzaron las miradas.
—Javier me ha vuelto a llamar. Me ha pedido perdón y quiere verme. Está hecho polvo y parece que no levanta cabeza. ¡Como si fuera yo la que ha hecho algo mal!
—Pues que se joda —replicó Óscar—. Si quiere seguir follando, que se compre un donut o que se dé una vuelta por la calle Montera. También le puedo dar el teléfono de las que van a la Casa de Campo. Como ves, tiene donde elegir.
—¿Y tú que le has contestado? ¿No habrás cambiado de opinión? —Cristina no hizo caso del inciso de Óscar.
—No, no quiero verle, quiero que me deje en paz, que se aleje de mí, pero esto es más difícil de lo que pensaba.
—Claro que es difícil, te ibas a casar con él —replicó su hermana—. Llevas enamorada de Javier desde hace doce años y ahora te das cuenta de que no era el hombre que tú pensabas.
—Me siento confusa y vacía. Y no sé si Javier tiene razón con lo de que no voy a encontrar algo mejor que él.
—¿Que te ha dicho qué? —gritó Cristina—. ¡Pero este tío de qué va! ¡Claro que vas a encontrar a alguien mejor que él y mucho más guapo! Y cuando lo encuentres, ya me encargaré de enviarle una fotografía dándole las gracias por ponerte los cuernos y diciéndole: “Esto es con lo que me he tenido que conformar”. Y te pasarás el día… follando —le costó decir esta palabra por primera en voz alta, y no se sintió sucia por decirlo como alguna vez había insinuado Manu, ni tampoco la fulminó un rayo celestial. Óscar contuvo una risa—. Después te casarás con él y le enviarás una postal desde donde quieras que vayas de luna de miel con una frase que diga: “Supera los diez polvos que me acabo de pegar con mi marido”.
Marga soltó una carcajada, a la que se unieron Óscar y ella.
—¿Dónde hay que firmar para que a mí también me toque? —preguntó Óscar.
—Tú también encontrarás una novia guapa.
Óscar pegó un salto de la silla.
—Se me acaba de ocurrir una locura —las hermanas se giraron hacia él—. Hace tiempo que dijimos que nos iríamos un fin de semana loco y siempre lo hemos ido posponiendo. Yo porque siempre estoy hasta arriba de trabajo. Tú —señaló a Marga— porque con lo de los preparativos de la boda nunca tenías tiempo de nada y estabas insoportable.
—Yo no estaba insoportable —le empujó con suavidad.
—¡Oh, sí, bonita! Claro que estabas insoportable, y muy coñazo.
Cristina asintió con la cabeza.
—Os juro que si alguna vez me caso, no me volveré a poner así.
—Déjate de tonterías, guapa. Si te casas, vas a organizar la mejor boda que se haya celebrado jamás y se lo vas a restregar a Javier. Ya nos encargaremos tu hermana y yo de que sea así. Te mereces lo mejor.
—Vale ¿pero qué locura se te ha ocurrido? —quiso saber Marga.
—Este fin de semana tú y yo nos vamos a ir también a Valencia, pero no en plan coñazo y a hacer de carabinas de Cristina.
—Por supuesto que no quiero carabinas. Yo sola me basto y me sobro para manejarme con Álex.
—Bueno, el caso es que no vas a ser la única que se lo va a pasar bien.
—¿Os vendríais conmigo?
—Sí ¿verdad que sí, Marga? Tienes que decir que sí.
—¿Y qué vamos a hacer nosotros en Valencia?
—Por lo pronto ponernos morenos. Ya estamos casi en junio y quiero estrenar mis nuevas camisetas. Vamos a tener un fin de semana de las Supernenas.
—¡Sí, Supernenas al poder! —exclamó Cristina dando palmas.
—¿Os acordáis de dónde tenéis vuestras camisetas? —inquirió Marga luciendo la suya con orgullo.
Cuando Cristina terminó bachiller, Óscar y Marga le montaron una fiesta de las Supernenas, los dibujos animados que más le gustaban cuando era pequeña. Cristina era fan de Pétalo, que era la líder y el personaje más decidido. Marga se vistió de Burbuja, que de las tres, era la más inocente y amable, y a Óscar le tocó Cactus, que era la más gruñona y siempre estaba preparada para dar algún mamporro.
Por supuesto, las camisetas habían sido idea de Óscar y aquella noche triunfaron.
—Yo tengo la mía guardada en una caja —repuso Cristina—. A Manu no le gustaba que me pusiera ese tipo de camisetas.
—¡Qué gilipollas hemos sido los tres por estar con estos cenutrios que no nos merecían! —soltó Marga.
—Yo no sé dónde está la mía, pero la encontraré —soltó Óscar.
—Queda una cuestión por resolver, ¿cómo nos vamos a ir? —preguntó Cristina
—Podríamos ir en mi furgoneta —repuso Óscar.
—¿En la caza chirlas? —inquirió Marga.
—Sí, es toda una premonición de lo que puede pasar en Valencia. Estoy seguro de que alguno de nosotros pillará cacho.
El nombre de la empresa era una clara alusión a los Cazafantasmas, una de las películas que más le gustaban. E, inspirándose en este clásico de los 80, Óscar había creado el logo.
—Entonces está decidido. Este fin de semana nos vamos a Valencia —repuso Cristina—. Podemos quedarnos en la casa de Mariví. Así no me siento tan rara quedándome en el hotel.
—¡Sí, este fin de semana vamos a buscar chirlas y rabos!
—¡Cualquiera diría que vas a buscar setas o champiñones! —exclamó Cristina soltando una carcajada. Óscar no tenía remedio. Le encantaba decir palabras vulgares.
—¡Dónde va a parar! Una chirla siempre es mejor. Además, ya tengo claro qué camiseta voy a estrenar.
—¿Sí? —preguntaron las dos.
—Sí, una que hice el otro día que ponía: ¡Follow-me, Follo-te! Por si no queda claro a lo que vamos.