Capítulo 19
Álex se revolvió inquieto en la silla en la que la esperaba. Había elegido una mesa al lado de la cristalera, un sitio que le permitía ver lo que ocurría fuera y dentro del local. Miró la hora porque ya se retrasaba varios minutos, algo muy característico en Tita. Hacía días que no sabía de ella; lo último había sido la publicación en una revista de cotilleos que daba como ciertas las palabras de que su ex era una mujer maltratada.
Había quedado con Tita en una cafetería del centro de Madrid después de tener evidencias de que, el día en que ella interpuso la denuncia por malos tratos y que supuestamente la envió al hospital, estaba mintiendo. En un sobre tenía unas fotos, varias declaraciones y un CD que lo demostraban. No quería volver a caer en la trampa de quedar a solas con ella. A esa hora, en la cafetería y en la calle había mucha gente. Advirtió a un fotógrafo en la acera junto a un reportero, lo dos amigos de Tita. Los recordaba de otras veces. Con toda seguridad su exmujer los habría llamado para que inmortalizara el momento en el que ella hiciera las paces con él. Eso era lo que Tita había querido creer cuando él la había llamado esa mañana. Él no la había sacado de dudas porque era la única manera de que se presentara a la cita.
Tras más de treinta minutos de retraso, la vio bajar de un taxi. El modelo que había elegido no podía ser casual. Quería causar sensación. Era un vestido de tirantes, de un color que Álex no supo especificar, aunque podría jurar que era rojo, muy escotado y con una falda de tubo que le llegaba hasta las rodillas. Iba sobre los Louboutin que él le había regalado con motivo de su quinto aniversario de bodas. Tita tenía predilección por los zapatos y por los bolsos. Podría acumular más de doscientos pares.
Ahora que la tenía más cerca, pudo apreciar los retoques que se había hecho en la cara. El quirófano había borrado pequeñas arrugas y parte de la sensualidad de sus labios carnosos, así como algunos de sus rasgos exóticos. Ahora podía decir que era una cara sin personalidad, y parecía una más de esas mujeres de treinta y nueve años que aparentaban mucha más edad, aunque ellas se empeñaran en creer lo contrario.
El fotógrafo le hizo una foto y ella le correspondió con un gesto incómodo de la mano. Si Álex no la conociera tan bien, habría pensado que ella era sincera con ese desdén que le mostraba al chico que llevaba la cámara. Después se acercó al reportero y le dijo unas palabras. Parecía enfadada. Juraría que Tita le estaba diciendo que la dejara en paz y que no invadiera su intimidad. El reportero le respondería que se hallaban en un lugar público y que podía hacerle las preguntas y las fotos que quisieran. Había escuchado tantas veces ese mismo diálogo, que ya se lo sabía de memoria. El chico que hacía las preguntas, señaló hacia donde él estaba sentado. Con toda seguridad querría saber el motivo por el que ella se había reunido con Álex en una cafetería del centro.
Una vez que Tita contestó a dos preguntas del fotógrafo y firmó varios autógrafos, entró en la cafetería. Tal y como a ella le gustaba, acaparó todas las miradas, que la siguieron hasta la mesa donde estaba Álex. Ella era consciente del magnetismo que irradiaba y siempre jugaba con ello regalando sonrisas a todos sus admiradores. Como se esperaba de él, iba a seguir el guion que tantas veces había hecho cuando estaba con ella. Se levantó, le dio dos besos en las mejillas y le separó la silla de la mesa para que se sentara.
—¡Hola, querido! Perdona que haya llegado tan tarde, pero Víctor tenía unas décimas de fiebre y no quería quedarse solo con la nany. Ya sabes lo cabezota que se pone tu hijo cuando está enfermo. ¿A quién se parecerá? —pestañeó varias veces y sonrió. En otro momento, Álex se hubiera quedado mirándola, pero en el punto en el que estaban, ya no había nada que le gustara de ella—. Y después no encontraba taxi. Ha sido toda una odisea llegar hasta aquí. Menudo tráfico.
—Lo supongo, pero tranquila, sé que eres una mujer muy ocupada y yo no tenía nada mejor que hacer que esperarte —respondió Álex.
—Ha sido una sorpresa recibir tu llamada esta mañana.
—No tiene nada de extraño que un marido quiera saber cómo le va a su mujer —le mostró la mejor sonrisa que podía ofrecerle.
—Dime, querido, cómo te va. Tienes muy buen aspecto.
—Gracias —por un segundo le sedujo la idea de comentarle que no podía decir lo mismo de ella, pero prefirió callarse, y desde luego, no iba a mentirle—. Me encuentro muy bien.
—Ay, Álex, no sabes lo feliz que me hace que estemos hablando sin necesidad de que estén nuestros abogados delante.
—Es cierto.
Buscó las manos de él, pero Álex las retiró para beber del vaso en el que tenía una tónica.
—Perdona, no he pedido nada para ti. ¿Quieres algo?
—Sí, pídeme una copa de vino tinto. Hay tantas cosas que celebrar, ¿no es así?
Álex no contestó a la pregunta. Se giró para hacerle una señal al camarero.
—Tú dirás para qué querías verme —dijo Tita, ansiosa. Se mordió el labio inferior con el propósito de que el gesto le pareciera sensual a Álex.
Antes de mostrarle las fotos, Álex preguntó por sus hijos.
—Me has dicho que Víctor tiene unas décimas, ¿pero cómo están?
—Seguro que será un virus de esos que pillan los niños. No debes preocuparte. Ya verás cómo crece unos centímetros. Está deseando verte.
—Estoy seguro, querida. ¿Y Estela?
El camarero llegó con una copa de vino y un bol de patatas fritas.
—Ella es la que peor lo lleva —tomó una patata y la mordisqueó sin dejar de observarle—. No entiende por qué estamos separados, Álex. Es hora de dejar esta farsa, ¿no crees? Tienes que reconocer que entre nosotros sigue habiendo mucho amor.
Álex tuvo que reprimir un bufido. Ella estaba utilizando a sus hijos para llegar de nuevo a él. Apretó los dientes en un gesto incómodo. Sacó el sobre que tenía en un bolsillo de su chaqueta y lo deslizó por la mesa.
—¡No puede ser! —exclamó ella con asombro—. No me digas que te has acordado de que hace una semana fue nuestro décimo tercer aniversario de boda.
—Ábrelo. Te sorprenderá. Has salido muy favorecida.
Tras hacer lo que le había pedido él, Tita sacó la primera foto en la que se la veía junto a un chico joven.
—¿Qué es esto? —sacó las otras siete fotos en las que se veía qué había pasado la tarde que Álex quería olvidar—. ¿Cómo has conseguido estas fotos?
—Si fueras un poco más cuidadosa, sabrías que hay cuatro cámaras de seguridad en una farola, y da la casualidad de que hay una que apunta hacia el portal. Y el hotel donde follaste con ese chaval también dispone de varias. En la última se os ve en una actitud de lo más cariñosa.
—¡Eres un cabrón!
Álex sonrió.
—Sí, eso ya me lo has dicho en alguna ocasión. Me gustaría oír otra cosa de tus labios —cruzó los dedos y las colocó sobre la mesa—. Ahora vamos a hablar en serio, Tita. En primer lugar vas a retirar todos los cargos que pesan sobre mí.
Le entregó otro sobre con las tres declaraciones juradas que había conseguido su abogada. Habían contratado a un investigador privado y fue cuestión de horas que él tuviera todo el material que le habían pedido. Una declaración del conserje, otra del recepcionista del hotel donde ella había pagado una habitación en metálico y una última del camarero del bar del hotel donde estuvieron ella y su amante antes de subir a la habitación.
El gesto de Tita había cambiado en cuestión de segundos. Lo miraba con los ojos húmedos por la rabia y un mohín rencoroso en los labios. Hizo amago de levantarse, pero Álex se lo impidió.
—No, no te vas a ir aún. No hemos terminado de hablar. En segundo lugar vas a aceptar la custodia compartida. Los días de semana los tendrás tú y yo me haré cargo los fines de semana. No quiero que pierdan clases. Ni siquiera pienso que sea lo mejor para nuestros hijos, pero no creo que un juez me conceda la custodia. Tendrán que aprender a llamarte mamá. Espero que puedas soportarlo.
Ella negó con la cabeza.
—No puedes hacerme esto.
—¿El qué? Te recuerdo que tú empezaste esta guerra.
—Quitarme a mis hijos.
—También son míos. Me sorprende ese amor desmedido que te ha surgido por ellos de repente. Mientras tú te follabas a medio Madrid, yo me hacía cargo de ellos. ¿Acaso lo has olvidado?
Tita le pegó un trago a la copa de vino y se retiró el pelo de la cara.
—Álex, podríamos empezar de nuevo. Sería lo mejor para nuestros hijos, para nosotros. Yo puedo olvidar todo lo que ha pasado entre nosotros e irme contigo a vivir a Valencia. Pondré todo de mi parte para que esto funcione.
Álex chasqueó los labios.
—Lamento desilusionarte, pero yo no puedo olvidar todo lo que ha pasado entre nosotros. ¿Tan desgraciada te hacía para que te hayas tirado a quien se te ha puesto a tiro? Te acostaste con Javier el día de nuestra boda.
Tita se cubrió la boca con una mano, haciéndose por segunda vez la sorprendida. Negó con la cabeza en repetidas ocasiones.
—No te molestes en negarlo. Javier se ha encargado de pregonarlo entre su círculo más cercano. Está claro que es lo suficientemente grande como para que me haya enterado yo. Te aconsejaría que eligieras mejor a tus amantes.
Tita apretó los labios en una mueca de asco y decidió cambiar de estrategia.
—¿Quién es ella? Porque sé que hay otra. Esto lo haces para vengarte de mí.
—Eso no te importa, y eres libre de pensar lo que quieras.
—O sea, que ya me has sustituido —se mojó los labios—. Pero no será tan buena en la cama como yo. No me negarás que nos lo pasábamos bien.
—Te repito que no es asunto tuyo con quién me acuesto.
Álex seguía sin entender por qué esa obstinación de ella por seguir junto a él, si Tita era una mujer que no se conformaba con un solo hombre. Tampoco alcanzaba a comprender por qué se empeñaba en mostrar una dignidad que le quedaba demasiado grande.
—En cuanto hayamos firmado los papeles del divorcio, espero no tener que verte más de lo necesario.
—Soy la madre de tus hijos. No estás hablando en serio.
Cuando se empeñaba, Tita podía ser muy obstinada. Como un perro rabioso, ella no quería soltar el hueso que tenía entre los dientes.
—Ponme a prueba, querida —le agarró de las manos sin dejar de mostrarle una sonrisa falsa. Esa era la foto que ella vería cuando en las revistas hablaran de este encuentro—. Estoy deseando que cometas un desliz para enviarle estas fotos a ese amigo tuyo de ahí fuera. También puedo probar a ver qué pasaría si se las envío a un juez. Pero por favor, sonríe, no querrás salir con esa mueca de disgusto en las fotos.
—¿Qué va a ser de mí? ¿Qué me va a aquedar ahora?
—Espero que sea lo que te mereces. Ahógate en tu propia miseria. Has convertido tu vida en una telenovela y no seré yo quien te diga qué papel te ha tocado interpretar.
Álex arrastró la silla para levantarse.
—¿Esta es tu venganza? —preguntó entre dientes.
—Créeme si te digo que no. Es justicia. La venganza es una pérdida de tiempo y tú no te mereces ni un solo segundo del mío.
En la mirada de Tita se debatían la ira, el miedo y la desesperación al comprender al fin que Álex jamás volvería ella. Levantó la barbilla, con orgullo. Ella aún no había acabado de hablar, no se iba a marchar con el rabo entre las piernas.
—Álex, antes de marcharte, por favor, siéntate. Aún tienes que saber algo.
Él se mantuvo de pie al lado de la silla. Ante la insistencia de ella, se sentó de nuevo.
—Dime.
Ella alargó el momento, como si de una pausa dramática se tratara.
—Querido, ya que estamos sacando los trapos sucios, siento decirte que Estela no es hija tuya.
Aquello había sido peor que un golpe en la entrepierna. Lo pilló tan desprevenido y con las defensas bajas, que se quedó sin aliento. Álex cruzó los brazos a la altura del pecho para no caer en la tentación de cometer una estupidez. Sus hombros se tensaron y tuvo que tragar saliva para contestarle con calma.
—No es cierto lo que estás diciendo.
—Sí, y lo sabes —le enseñó la mejor de sus sonrisas.
Álex negó con la cabeza.
—Sí, Álex. Estela no es nada tuyo. Solo es mía.
Él apretó la mandíbula para no terminar gritándole.
—Sabes que eso no cambia nada lo que siento por ella —masculló entre dientes.
—Me da igual lo que sientas por Estela.
—Sigue siendo hija mía.
Ella soltó un suspiro.
—Bueno, me alegro de haber conversado contigo —Tita se levantó conservando la misma sonrisa triunfal en los labios—. Una conversación muy provechosa por mi parte. Así es la vida, querido. Nunca se gana y siempre sales tocado.
—Tita, espera —la agarró de la mano cuando pasó por su lado—, no se lo comentes a Estela, por favor.
Ella enarcó una ceja.
—Lo consultaré con la almohada.
—Por favor, Tita. Si te importa tu hija, hazlo por ella.
—¿Algo más? Tengo prisa.
—Sí. También quiero una disculpa por escrito en todas las revistas en las que has salido contando mentiras. Ya te puedes dar prisa en llamar a todas las redacciones si no quieres que estas fotos salgan la semana que viene en ellas.
—Claro, querido. Si me disculpas, tengo que atender a mis fans. Soy una mujer ocupada.
Ella lo escuchó de espaldas. Era la reina de las sonrisas falsas, las sonrisas que regalaba a todo el mundo que estaba observándola.
—Aún no he acabado. Mis hijos se vendrán conmigo este fin de semana a Valencia. Y cuando se acaben las clases, pasarán los dos meses de verano en el hotel. Piensa que te estoy haciendo un favor. Podrás tirarte a quién te dé la gana.
—Que te den.
—Gracias por tu generosidad, querida. No esperaba menos de ti.
Lo último que Álex escuchó de Tita cuando marchaba fue el golpeteo de sus zapatos de tacón. Se quedó sentado unos minutos más antes de salir a la calle. No deseaba encontrarse con el reportero y con el fotógrafo amigos de su exmujer. Cerró los ojos al notar cómo le ardían. No podía creer que Estela no fuera hija suya. Aun así, lo que le había dicho a Tita de que no cambiaba nada lo que sentía por Estela, era cierto. Porque por lo que a él respectaba, seguiría siendo su hija. Ningún juez podría decirle lo contrario.