Prólogo
Cristina salió de su escondrijo de detrás de unas cortinas. Hacía más de cinco minutos que se había quedado a solas en aquella habitación en la que se había colado huyendo de una fiesta que le estaba resultando aburrida. Se mordió el labio inferior con nerviosismo y se pasó los dedos por el cabello. Aún le temblaban las piernas por lo que acababa de presenciar. Solo había visto ese tipo de escenas en algunas películas, pero estaba claro que lo que había observado distaba mucho de su concepto de romanticismo. Había sido un polvo corto y frío. Se encaminó a la puerta, pero antes miró la cama de matrimonio. Todavía le costaba asimilar lo que había contemplado, porque por mucho que se tapó los oídos, aún resonaban en su cabeza ciertas palabras que solo había leído en las novelas que sus hermanas mayores escondían en los cajones del armario.
Ese día era especial porque se casaba Tita, la mejor amiga de la madrastra de Cristina quien, como ella, también había sido actriz tras ganar un certamen de Miss, la primera en Venezuela y la segunda en Valencia. Llevaba semanas escuchando acerca de este acontecimiento, sobre todo a sus dos hermanas mayores, que no hacían más que hablar de ello y de la suerte que tenía Tita porque había pillado al soltero de oro de la sociedad madrileña.
—Yo quiero tener una boda como la de Tita —dijo Marga, su hermana mediana, mientras se encaminaban en coche al enlace.
—Pues yo no quiero casarme hasta que acabe la carrera —comentó Sofía, su hermana mayor.
—Yo me voy a casar con un hombre tan guapo como Álex —Marga se retocó de nuevo los labios con una barra de un color pastel.
—Sí, ya, si ya sabemos lo que te gusta de él —respondió Sofía.
—Me derrito cuando sonríe. Es que parece un actor de cine. Me recuerda a ese actor nuevo que sale de Lobezno en X-Men.
—Sí, se da un cierto aire a Hugh Jackman —comentó Sofía—. Por cierto, ya he visto cómo te mira Javier. Ese tío está por ti. Es un poco mayor, pero está bien.
Marga soltó una carcajada.
—Lo sé, lo tengo comiendo en la palma de mi mano. No es tan guapo como Álex, pero papá dice que en cuanto acabe la carrera entrará en el bufete de abogados. Ya hemos salido varias veces al cine.
—¡No me habías dicho nada!
—No, quería estar segura de que yo le gusto. Me gusta porque me trata bien, no como los críos del internado.
A pesar de lo que decían sus hermanas, a Cristina le importaba muy poco aquella estúpida boda. No sabía de quién había sido la idea de que ya tenía edad de acudir a este tipo de eventos, porque si por ella hubiera sido, habría preferido quedarse en casa junto a Maribel, la cocinera, con la que se pasaba horas y horas haciendo pasteles. Ni siquiera conocía cuál era el aspecto de Álex de la Puente Lozano, ni tampoco tenía el más mínimo interés en conocerlo. Estaba segura de que era tan aburrido como Javier, el chico por el que Marga suspiraba. De Álex solo sabía que venía de una de las mejores familias madrileñas y que era el hombre que muchas madres querían para sus hijas. Incluso su madrastra hablaba maravillas de él porque tenía un trabajo envidiable, un futuro prometedor dentro del consejo de administración en uno de los mejores bancos nacionales, poseía una casa en La Moraleja y un apartamento en Sotogrande con un embarcadero privado.
Cristina sabía que esta boda saldría en todas las revistas del panorama nacional, que el enlace se celebraría en la catedral de la Almudena y la oficiaría el mismísimo cardenal Rouco Varela, como también le habían comentado que el vestido la novia era un diseño exclusivo de Manuel Pertegaz, el mismo que había vestido a las grandes actrices de Hollywood. Puede que de todo lo que iba a ocurrir ese día, este fuera el único detalle que le importaba. Le gustaban mucho los diseños de este gran modisto. Algún día ella crearía modelos tan bonitos como los de Pertegaz.
A pesar de todo lo que podía significar esta boda, Cristina solo deseaba que acabara el día para llegar a su casa y meterse en la cocina a hacer pasteles.
A sus casi catorce años ya tenía una idea muy clara de lo que le gustaba y de lo que no en cuestión de moda. De mayor quería estudiar bellas artes y ser figurinista para vestir a los actores de moda. Esto último lo decidió porque escuchó esta palabra a una amiga de su madrastra, le hizo gracia y buscó su significado en un diccionario. Quizás fuera este uno de los motivos por el que había decidido hacer un homenaje al mundo del cine y vestirse a lo Annie Hall, la película de 1977 de Woody Allen. Si iba a acudir a una boda, lo haría vestida de chico y como a ella le apetecía. Incluso se había cortado el pelo a lo garçon.
Como le gustaban todas las artes, también soñaba con ser actriz, cantante y bailarina para salir en un musical. Otras veces deseaba tener su propio hotelito con restaurante donde fuera la cocinera jefe. Sin embargo, su padre se empeñaba en que debía seguir los pasos de toda la familia y dedicarse a la abogacía. De hecho, su hermano mayor estudiaba para notario y su hermana Sofía quería ser juez. Por el contrario, Cristina soñaba todas las noches con pintar cuadros, hacer vestidos o ser una artista de teatro. De momento se conformaba con hacer pases de modelos con las pocas muñecas que tenía de su infancia, con las que probaba las creaciones que diseñaba.
Tras un enlace demasiado largo para Cristina, aunque esta no era la opinión general, fueron a cenar a la finca de caza que tenían los padres de Álex en Guadalajara, donde se había organizado un catering de lujo. Algunos de los invitados más allegados se quedarían a dormir en aquella vivienda que presumía de tener más de cuarenta habitaciones con sus respectivos cuartos de baño privados.
Después de dar vueltas por aquella casa grande, Cristina decidió esconderse en la última habitación que había al final del pasillo del segundo piso. Allí nadie la encontraría y podría jugar con la Nintendo DS que su madrastra le había dejado llevarse para no escuchar sus quejas. Estaba sentada en el suelo, junto a un sillón, cuando oyó la voz de un hombre que venía por el pasillo. A continuación percibió una carcajada de una mujer. La voz grave de ella le sonaba, pero no lograba ubicarla. Cristina se levantó como impulsada por un resorte y se apresuró a esconderse detrás de unas cortinas de terciopelo verde bastante viejas. La puerta se abrió y las bisagras chirriaron.
—Qué ganas tenía de estar a solas contigo —dijo la voz de un hombre.
Percibió que la puerta volvía a cerrarse, pero esta vez apenas hizo ruido.
—Llevo pensando en este momento desde que te he visto aparecer en la iglesia del brazo de tu suegro —volvió a hablar él.
Cristina asomó la cabeza con cuidado por entre las cortinas y lo que observó la dejó sin aliento. El estómago se le encogió al ver quién era el hombre que estaba arrodillado junto a Tita, y cómo le estaba sacando las braguitas. Tita pasó sus dedos por el cabello de él y tiró de ellos para que la mirara a la cara.
—¡Oh, vamos, Javier, déjate de tonterías! No tenemos toda la noche —exclamó pasándose la lengua por los labios y con la respiración acelerada—. No me digas que ahora te vas a poner romántico.
—No, eso se lo dejo a Álex —soltó una carcajada, colocándose de nuevo en pie—. Dime lo que quiero escuchar.
—No, has sido muy malo —respondió ella con voz melosa posando su mano sobre la bragueta—. No te perdono que anoche no vinieras a mi cuarto.
Javier la besó. Cristina percibió que más que besar le estaba devorando los labios. Después se bajó la cremallera de su pantalón y la giró, apoyando las manos sobre los hombros de ella. Tita tenía el vestido de novia subido hasta la cintura. Él lanzó un gruñido, que asustó a Cristina.
—¡No me digas que no me vas a perdonar!
—Eso depende de ti y de lo que hagamos ahora. Estoy dispuesta a escuchar una propuesta en firme.
—¡Vaya, me recuerdas a Álex cuando hablas!
—No hablemos de él ahora.
Tita pegó un respingo y gimió. Echó la cabeza hacia atrás mientras que el hombre lamía su cuello hasta llegar a sus labios.
—Estás muy húmeda.
Javier volvió a girarla para subirla a horcajadas. Tita le clavó las uñas en la espalda.
—¡Así, cariño, me gusta que te muevas así! —exclamó Tita.
Aunque Cristina había visto escenas de este tipo en algunas películas junto a sus dos hermanas mayores, no dejaba de sorprenderle el poco cariño que se mostraban los dos amantes.
Después de un rato, Javier la llevó hasta la cama y la tendió. Cristina tragó saliva y volvió a esconderse detrás de las cortinas. No quiso ver cómo Tita le quitaba el pantalón.
—¡Quiero que me la metas ya!
—Ahora eres tú la que te pones romántica —murmuró él—. Era justo esto lo que deseaba que me dijeras. Mueve las caderas.
Cristina se tapó los oídos al tiempo que se mordía el labio inferior. Sin saber por qué, se puso a llorar. Deseaba estar muy lejos de aquella casa, pero sobre todo quería que todo terminara y que Tita y Javier se marcharan de la habitación. Se tuvo que tapar la boca con la mano para que no escucharan cómo sollozaba. Por fortuna, no estuvieron ni diez minutos, que a Cristina se le hicieron eternos.
—Prométeme que esta noche pensarás en mí mientras te lo montas con él —dijo Javier antes de abandonar la habitación.
—Si no te lo prometo, ¿qué pasará?
—Pasará que no me volverás a ver.
—¡Qué dramático te pones! —Tita se quedó callada unos segundos—. Sabes que pensaré en ti.
Hubo un silencio.
—¿Por qué te has casado con él? —el tono de Javier había cambiado y se mostraba serio.
—¿Y eso qué más da? Ya aprenderé a quererlo. Seré una buena esposa y tendremos una parejita. Él me da estabilidad y tú me das lo que necesito.
—No te tenías que haber casado con él. Podías haber esperado tres años a que terminara la carrera.
—Javier, a ti nunca te he engañado. Te dije que lo nuestro no tenía futuro. No quiero esperar a tener todo lo que me ofrece Álex.
—Puede que algún día te arrepientas.
Tita soltó una carcajada.
—Estabas mucho más guapo antes, cuando me deseabas en la cama. No te pongas así de serio. Venga, vamos. Te recuerdo que hoy soy la protagonista y me están esperando en el jardín. Hay que seguir con la fiesta.
Después escuchó cómo se cerraba la puerta. Al rato era Cristina la que abandonaba la habitación. Con rapidez y con algo de miedo aún en el cuerpo por si alguien la descubría, corrió hacia las escaleras y bajó a la fiesta que había en el jardín. Mientras lo hacía, reflexionaba sobre lo que había presenciado. Si alguna vez tenía una relación con un chico, no deseaba que fuera de esa manera.
Cuando llegó al jardín, Tita bailaba con Álex un vals bajo la atenta mirada de Javier, que se pasaba la lengua por los labios.
—Hacen una pareja estupenda, ¿verdad? —le preguntó Marga.
—Sí, tanto como tú y yo —Javier la agarró de la cintura.
Cristina se estremeció cuando Javier posó sus labios en los de su hermana. Él giró la cabeza y después le guiñó un ojo, pero Cristina ni se inmutó. Tenía ganas de gritarle que le quitara las manos de encima a Marga.
—¿Y tú, qué piensas? —le preguntó Javier—. ¿Hacemos buena pareja tu hermana y yo?
—No, no hacéis buena pareja —después se dio media vuelta y lo dejó con la palabra en la boca.
—¿Se puede saber qué le he hecho a tu hermana? Es un poco rara.
—No lo sé. Creo que no le gustan las bodas.
—Yo diría que aún es una cría —respondió Javier—. ¡A quién se le ocurre venir vestida así!
—No te pases con mi hermana —le pegó una palmada cariñosa en el hombro.
Fue lo último que escuchó Cristina mientras se perdía entre los invitados.
—¡Que te den, imbécil! —murmuró entre dientes.
Se alejó de aquel jardín lejos de la fiesta, lejos de la música y de las risas. Le apetecía estar sola. Se sentó en el borde de una fuente de piedra, donde se podía ver la luna reflejada en el agua. Al cabo de un buen rato, las pisadas la alertaron de que alguien se estaba acercando. Cristina giró la cabeza para ver quién era.
—Siento si te he asustado —dijo el novio—. Necesitaba descansar un rato y ver que todo esto no es un sueño.
Cristina se encogió de hombros y después desvió otra vez la mirada al agua de la fuente. Tragó saliva y sintió lástima por él. Decidió callar. Que no le gustaran las bodas, no significaba que quisiera arruinar una.
—¿Te aburres?
—Sí, no me gustan las bodas.
Él soltó una carcajada.
—Si quieres, te cuento un secreto —Cristina asintió con la cabeza sin apartar la vista de la estatua de la fuente—. A mí tampoco me gustaban hasta que llegó la persona adecuada.
—¿Y tú crees que la has encontrado?
—Sí, creo que al fin la he encontrado.
Cristina se dio media vuelta para buscar, en los inmensos ojos de él, la oscuridad de la noche. A pesar de lo que creyera Álex, ella sabía, aunque aún no había cumplido los catorce años, que Tita no era la persona adecuada para él, pero no le comentaría el porqué.