37
El danés
Amanda y Cris se arreglaban en casa de esta última para asistir a la fiesta benéfica de la policía. Habían decidido reunirse allí con los chicos, que también acudirían juntos.
Cris había hecho alargar la falda del traje de chaqueta que usaba como uniforme en la inmobiliaria para adecuarlo lo más posible al largo imperante en los años treinta. También había añadido un ribete a la chaqueta y el disfraz de Bonnie le había quedado perfecto. El pelo recogido en un moño bajo le daba un aire anticuado y encantador. Mientras se subía las medias negras con costura detrás y liga de encaje pensó en Eric.
—¿Vas a ponerte bragas? —le preguntó Amanda.
—Pues claro, no pretenderás que pase toda la noche en la fiesta así. Ya me las quitaré cuando vuelva antes de que Eric se me tire encima. Se pondrá bastante cachondo cuando me vea, pero confío en contenerlo lo suficiente para ir al baño y quitarme el tanga. También él tendrá bastante ropa de la que desprenderse.
Le mostró la foto que le había mandado vestido con el traje vintage que había alquilado.
—Mira lo guapo que está mi gánster particular.
Eric aparecía en la foto enviada por whatsapp con un traje a todas luces antiguo, pero que le sentaba de maravilla.
Amanda sonrió.
—No nos podemos quejar de los hombres que tenemos. Guapos a rabiar, y dos personas maravillosas, además.
—Vais a ser la pareja de la fiesta...
Amanda se estaba vistiendo de mujer policía, con un traje alquilado en una casa de disfraces. Hubiera preferido uno auténtico y le había pedido a Moisés que le solicitase uno prestado a alguna compañera, pero le había dicho que estaba terminantemente prohibido. Él se disfrazaría de preso, con el típico traje de rayas que ya no se usaba, pero que todos identificaban con un inquilino de la cárcel. Mientras se colocaba las esposas, también compradas en un sex shop, en el cinturón, Cris le preguntó a su amiga:
—¿Piensas esposarle esta noche?
—No. Nada de esposas ni de roles, a Moisés y a mí nos gusta hacerlo sin nada de eso. Simplemente disfrutando del cuerpo del otro.
Terminaron de darse los últimos toques. Amanda se colocó la gorra y Cris calzó los altísimos tacones de aguja, complemento final del disfraz.
—Ten cuidado con eso o acabarás con otro tobillo roto.
Las piernas se le estilizaron y el trasero se le marcó aún más contra la falda ajustada. Amanda pensó que iba a ser una dura fiesta para el pobre Clyde.
Subieron al coche y se dirigieron al salón reservado en un conocido hotel del centro de la ciudad. Por suerte contaba con aparcamiento privado, lo que les evitaría pasear disfrazados por calles y plazas.
Los chicos no habían llegado aún, aunque la habitación ya presentaba un aspecto concurrido. Se acercaron a un camarero que paseaba con bebidas y cogieron una copa de vino cada una. Cris además se dirigió a la mesa del bufet y empezó a llenar un plato.
Estaba dudando entre añadir un hojaldre relleno de espinacas o un trozo de pastel de puerros cuando Amanda la agarró del brazo, le quitó el plato de la mano y sin permitirle darse la vuelta la sacó de la habitación, empujándola hacia el baño.
—¿Qué demonios te pasa? El bufet tiene una pinta estupenda, y me muero de hambre.
—¡Quítate las bragas!
—¿Cómo? Amanda, ya hemos hablado de eso... no voy a pasarme la noche con el culo al aire.
—¡Para lo que te has puesto...! El tanga no es que te cubra mucho, pero hazme caso. Quítatelo.
—Pero...
Su amiga no continuó escuchando su negativa, sino que le alzó la falda hasta la cintura y empezó a bajar la minúscula prenda de encaje negro. Estaba agachada delante de Cris, con el tanga de esta por el tobillo, cuando se abrió la puerta del baño y entró una señora que lanzó una exclamación al verlas.
—¡Guarras, pervertidas! Ni siquiera habéis tenido la decencia de meteros en uno de los retretes... metiéndoos mano, o lo que sea, aquí en medio. Haciendo guarrerías que van en contra de la naturaleza... ¡Cómo se permite la entrada a semejante gentuza en una fiesta decente...!
Amanda giró la cabeza y enfrentó a la mujer.
—¿Quiere unirse, señora? —preguntó divertida—. A lo mejor le gusta.
—Esto es intolerable... ¡Una vergüenza! Yo... yo...
Amanda, imperturbable, terminó de sacar el tanga por los pies y se lo guardó en el bolso.
—Eso sí, si participa deberá darme las bragas. Suelo coleccionar las de todas las mujeres con las que me enrollo en los servicios públicos.
—Me voy... buscaré otro baño... ¡y pediré que pongan aquí una mujer vigilante para evitar estas guarrerías!
—Nosotras ya hemos terminado, señora, puede quedarse. Pero no se pierda el resto de la fiesta, promete ser espectacular...
Ambas salieron del servicio conteniendo la risa.
—Espero que no sea la mujer del jefe de Moisés, o el pobre mío lo va a pasar fatal —se lamentó Amanda—. El calvo ya conoce mi relación con él. Pero no he podido evitar darle a esa santurrona un poco de caña.
—No sé si te has dado cuenta de que acabas de convertirnos en las pervertidas oficiales de la fiesta benéfica de la policía... Espero que tengas una buena razón para ello.
—La tengo, la tengo... Mira, los chicos ya han llegado.
Siguió la mirada de su amiga y se le secó la boca. Las piernas le temblaron sobre los altos tacones y tuvo que hacer un esfuerzo para mantenerse firme sobre ellos. Entre los asistentes a la fiesta había una figura que destacaba por su incongruencia. Un highlander alto, de amplio torso apenas cubierto por el trozo de tartán que subía de una falda de cuadros rojos, verdes y negros, la miraba con unos brillantes ojos azules.
—Joder... lo ha descubierto... joder...
Amanda rio con ganas.
—Nena, el tanga apenas habría contenido el charco que se te está formando entre los pies...
Eric avanzaba hacia ellas con grandes zancadas, la falda agitándose a cada movimiento.
—Espero que afloje el paso o va a dar un espectáculo si va vestido como debe. Y a nuestra vieja le da un patatús —bromeó Amanda.
Cris estaba paralizada, la mirada prendida en la de él. La sala, la gente, habían desaparecido y solo quedaban ellos dos, y sus fantasías flotando entre ambos.
Al fin, Eric llegó hasta ella, y sin mediar palabra se la cargó al hombro sin esfuerzo y salió de la habitación con una estruendosa ovación de los presentes.
Amanda buscó con la mirada a la mujer que las había sorprendido en el baño, que contemplaba la puerta con el espanto pintado en la cara.
Cris, con el rostro pegado a la espalda de Eric, se sentía más excitada que nunca en su vida. Sentía la mano de él sobre su trasero y deseaba eliminar la tela de la falda que le impedía sentirla sobre la piel desnuda. Los labios de ella le besaron la espalda mientras la conducía hacia los ascensores. El personal de recepción los miraba atónitos
—¿Adónde me llevas?
—Al cuarto de las escobas...
—Eric... no serás capaz... bájame... todo el mundo nos está mirando.
—Me importa un bledo... es lo que tiene ser un salvaje.
Ella ahogó una risita.
Salieron del ascensor y enfilaron un largo pasillo. Entraron en una habitación y solo cuando la puerta se cerró tras ellos Eric la depositó en el suelo. La aprisionó con su cuerpo contra la pared haciéndole comprobar que como un buen highlander no llevaba nada debajo de la falda. La besó con ansia, mientras sus manos de deslizaban por las caderas subiendo la falda hasta la cintura. Después se separó un poco para contemplarla, las piernas largas y estilizadas sobre los tacones, la blonda negra que rodeaba los muslos y el sexo desnudo fue más de lo que pudo soportar.
—Lo siento, muchacha, soy un salvaje y no puedo contenerme.
Le abrió las piernas con las rodillas, se alzó la falda y la penetró de una embestida contra la pared.
El grito de Cris, que estaba más que preparada para recibirle, le volvió loco. Ella se aferró a su cuello, y le rodeó la cintura con las piernas, mientras Eric le sostenía el trasero con las manos y la embestía con fiereza.
—Más fuerte, Eric... más... más... —gemía Cris.
Él perdió el control que había tratado de mantener. Empujó más fuerte, más hondo, más rápido, los jadeos de ella en su oído, la boca que le mordió el hombro le llevó rápidamente al orgasmo más intenso que había sentido en su vida.
Se corrieron a la vez, entre espasmos y gritos de placer por parte de ambos. Mientras apoyaba la frente en el pelo desordenado de Cris, Eric pensó que deberían de haberles oído desde todos los rincones del hotel, incluido el salón de la fiesta. Pero le importaba un pimiento.
Le temblaban las piernas por el esfuerzo, pero se resistía a salir de ella, de ese cuerpo que aún seguía oprimiéndole en leves espasmos. Se separó de la pared y, sin bajarla, la llevó hasta una mullida alfombra de piel colocada al lado de la cama, y la tendió sobre ella. Le abrió la chaqueta, de un tirón se deshizo de su propia falda y, enterrando la cara en los pechos, empezó a moverse de nuevo, despacio esta vez.
No tardó en recuperar la erección, contemplando los preciosos ojos de Cris brillantes de placer y de satisfacción.
Hicieron el amor de nuevo, lentamente, disfrutando de las caricias y los besos esta vez. Recreándose en las sensaciones. Después, se separaron agotados y satisfechos. Eric apartó un mechón de pelo húmedo y sudoroso que había escapado del recogido que Cris lucía al principio de la noche.
—Ahora sí he acertado, ¿verdad? —susurró.
—Te lo ha dicho Amanda.
—No del todo, ella solo me lanzó una pista, que yo he seguido.
—Pero sabía lo de esta noche... que aparecerías así...
—Tampoco. Solo se lo dije a Moisés... que me ha ayudado a ponerme este trapo. Me he tenido que tirar al suelo y dar vueltas sobre él para colocarlo correctamente. Sé que podría haberme puesto una falda ya confeccionada, pero mi chica quería un highlander y he tratado de hacerlo lo más auténtico posible.
Cris se volvió hacia él.
—Gracias...
—Ahora, como sé que te estarás muriendo de hambre, ¿qué te parece si llamamos a Amanda para que nos suba algo de comer del bufet? Todo tenía una pinta deliciosa. ¿O prefieres bajar a comerlo allí?
—Nooo... Yo estaba empezando a llenar el plato cuando ella me obligó a ir al baño a quitarme el tanga y una señora nos sorprendió en una postura un poco... digamos, comprometida. Y después de cómo me has sacado del salón ya se habrá corrido la voz de lo desvergonzada que soy. Prefiero comer aquí.
—Ponte presentable, que voy a avisarles.
Cris se sentó y comenzó a abrocharse la chaqueta.
—¿Te ayudo a ponerte otra vez la falda?
—Tengo unos pantalones en el armario. He reservado esta habitación para vestirme, y... ¡No pensarías que de verdad iba a llevarte al cuarto de las escobas!
—No he pensado nada..., bueno en una cosa sí... en que no llevaras nada debajo de la falda.
—Yo también pensaba lo mismo de ti.
Se vistieron y Cris llamó a Amanda, dándole información detallada de lo que deseaba que pusiera en los platos.
Diez minutos más tarde, ella y Moisés entraban portando dos bandejas colmadas cada uno, llenas de comida tanto salada como dulce.
El aspecto de Cris, con el pelo revuelto, y el de Eric, mostrando un evidente mordisco en el hombro, hizo sonreír a sus amigos, imaginando la intensidad de los momentos vividos.
—Amanda... —pidió Eric cuando ya se disponían a marcharse—, ¿me puedes dejar las esposas, por favor?
Esta miró a su amiga, que se encogió de hombros.
Desprendió las esposas de la trabilla del pantalón y se las tendió a Eric. Él las cogió y cerró una sobre la muñeca de Cris y otra en la de él. Después, con la mano libre, agarró la otra de ella y, uniendo las cuatro con la cadena de las esposas, la hizo pasar por encima del tartán, tirado en el suelo.
Moisés y Amanda los miraban estupefactos.
—Ya os podéis marchar. Te devuelvo las esposas mañana.
—Te las puedes quedar, solo eran un complemento del disfraz. Pero coge las llaves, supongo que en algún momento os querréis librar de ese trasto.
—Seguro que sí.
Amanda y Moisés se marcharon y los dejaron solos. Eric abrió las esposas y liberó las manos, mirando a Cris con una expresión taimada y satisfecha en la cara.
—Ahora, disfrutemos de nuestro banquete de bodas —dijo mirando los platos que reposaban sobre la mesa.
—¿Banquete de bodas? —Alzó una ceja, suspicaz.
—Tú eres la experta en las costumbres escocesas. Por si no te has dado cuenta, te informo de que nos acabamos de casar. Handfasting, ¿te suena? La unión de manos que acabamos de realizar, ante testigos, es un rito pagano del matrimonio por el cual se nos considera casados y disponemos de un año y un día para formalizar la unión ante un oficiante autorizado.
—Algo he leído sobre eso, aunque no tenía ni idea de que lo estábamos haciendo. Pero, si no recuerdo mal, también dice que, pasado ese tiempo, si la unión no funciona se puede disolver el matrimonio.
—Eso no sucederá. Tengo un año y un día para convencerte de que quieras pasar conmigo el resto de tu vida. Para empezar, vamos a poner fecha para irnos a vivir juntos.
—¿Yaaaa?
—Me prometiste que lo hablaríamos cuando descubriera tu fantasía. Y la he descubierto.
—Con ayuda...
—Pero no me negarás que me lo he ganado... que llevo desde que te conozco a vueltas con el «danés».
—De acuerdo, te lo has ganado. Y lo de hoy ha sido maravilloso... Te quiero, laird Eric.
—¿Y te casarás conmigo dentro de un año y un día?
—Si te portas bien.
—Para conseguirlo lo primero será darte de comer, supongo. La mesa espera, señora.
—Hum, empiezas bien.