28

 

Cena

 

 

Cris se estaba arreglando con esmero. Amanda y ella iban a salir a cenar con Eric y Moisés aquel sábado. Era su primera cita desde que estaban juntos, y, aunque se habían visto varias veces en aquellas dos semanas, nunca fuera de su casa.

Su amiga se presentó a recogerla, también guapísima, con un vestido entallado y de un amarillo pálido que acentuaba sus curvas y contrastaba con la ropa oscura y holgada que usaba para trabajar.

—¡Guauuu! ¡Estás despampanante! —exclamó Cris cuando le abrió la puerta.

—Ya estoy harta de esconder los pechos por temor a las miradas libidinosas del salido de Gerardo.

La piel morena y los rizos negros sueltos sobre los hombros resaltaban el efecto del vestido.

—¿Quieres impresionar a alguien? —preguntó recordando las palabras de Rocío sobre los besos compartidos en un coche. Esa noche Cris iba a comprobar si había algo de cierto en eso, porque no les iba a quitar ojo ni a Amanda ni a Moisés.

—Quiero sentirme a gusto con mi cuerpo y con sus curvas. Y tú también estás espectacular —cambió de conversación con habilidad.

—Yo sí quiero impresionar a alguien.

—Ya lo tienes más que impresionado. Babea cuando te tiene delante.

Dos toques en el portero electrónico les indicaron que sus acompañantes las esperaban abajo.

También los chicos se habían arreglado para la ocasión. Eric lucía pantalón de vestir negro y una camisa blanca, abierta sobre el pecho. Para la cena había abandonado sus habituales vaqueros y camisetas. La piel bronceada resaltaba bajo la tela y Cris se admiró una vez más de lo guapo que era.

Moisés había optado por un pantalón azul de corte informal y una camisa y chaqueta a juego. Elegante y desenfadado, en nada se parecía al hombre que Amanda había viso en el Ford azul día tras día.

Tras saludarse, ambas amigas entraron en el coche de Eric y se dirigieron al restaurante.

—Os advierto que Cris lleva dos días sin comer esperando esta noche. ¿Habéis avisado al restaurante para que tengan suficientes existencias? —comentó Amanda para calmar el desasosiego que le había producido la mirada de Moisés recorriéndola.

—Faltaría más. No vamos a dejarla con hambre. He reservado mesa para cuatro con apetito de doce —bromeó Eric.

—No tiene gracia. Estas últimas semanas he comido menos.

—Solo cuando estamos en la cama, luego te desquitas.

Era cierto. Se olvidaba de la comida cuando estaban juntos, pero las largas y satisfactorias sesiones de sexo la dejaban hambrienta.

El restaurante era de los más modernos y elegantes de la ciudad, pero a recomendación de Eric, Moisés se había asegurado de que los platos fueran lo bastante contundentes para saciar el apetito de Cristina. Nada de pequeñas porciones con más plato que comida.

Se acomodaron a una de las mesas, Moisés se quitó la chaqueta y se sentó al lado de Amanda.

—Me alegra que esta noche no te hayas vestido de monja. Ese vestido te favorece mucho.

—Gracias. Hoy no tengo que esconderme de las miradas lascivas de nadie.

—Por supuesto que no, hoy estás entre amigos y nadie va a faltarte al respeto.

—De eso estoy segura.

Sirvieron vino y entremeses mientras encargaban la comida.

—Podemos pedir una cosa diferente cada uno y así los cuatro probamos de todo —sugirió Cris. Amanda ya estaba habituada a ese proceder. A menudo solía hacerla rabiar pidiendo el mismo plato que Cris escogía para que esta cambiase a otro. Si pudiera pediría todo lo de la carta para no dejar nada sin probar.

—De acuerdo —concedió Eric—. Pidamos todo para compartir.

Amanda miró a su amiga. Estaba resplandeciente desde que salía con Eric, o como quisieran llamarlo. Por lo que sospechaba, salir, salían poco.

Ambos rezumaban el romanticismo de una relación que empieza, los leves roces de manos a la menor ocasión, las miradas cómplices, las sonrisas compartidas. Los envidiaba, hacía mucho que ella no sentía lo mismo, pero se alegraba por ellos, sobre todo por Cris. Su amiga había sufrido lo indecible por culpa de su ex, y ya era hora de que tuviera una relación y un hombre decente en su vida.

Se dio cuenta de que Moisés también los miraba, con una sonrisa nostálgica en los labios y la tristeza aflorando a sus ojos. No tenía duda de que la escena de sus amigos con las cabezas muy juntas mirando la misma carta le había traído recuerdos del pasado.

—¿Qué te apetece? —le preguntó para alejarle los pensamientos tristes de la mente—. ¿Eres de carne, pescado, vegetariano?

—Le doy a todo —bromeó—, pero mi favorita es la comida italiana. La lasaña que preparaste la otra noche es la mejor que he comido nunca.

—Pues espera a probar los gnocchi. Mi abuela materna era italiana y son recetas de familia.

—¿Me los prepararás algún día?

—Cuando quieras.

—¿Cómo van las cosas con tu jefe?

—Igual, en un tira y afloja tenso; pero no hace falta que tenga problemas con él para que vengas a cenar a casa.

—De acuerdo. Cuando quieras prepararlos me avisas y allí estaré.

—Me guardáis un poco —intervino Cris—. Son espectaculares, pero los hace en contadas ocasiones.

—Puedes venir a comerlos tú también cuando los prepare. Y Eric, claro.

Se vio obligada a invitarlos, aunque en su fuero interno le hubiera gustado compartirlos solo con Moisés. Desde la noche que se besaron algo había cambiado para ella, y aunque sabía que él seguía colgado de su ex no le importaría en absoluto ofrecerse a consolarlo. Los besos suaves y tiernos que le había dado en el coche le habían mostrado a un hombre sensible, escondido en un cuerpo alto y fuerte de policía.

—Creo que no —rechazó Cris.

—¿No qué?

La mente de Amanda había divagado hacia el hombre que se sentaba a su lado, olvidando por completo la conversación.

—Que no iremos Eric y yo. Me gustan más de un día para otro.

—Como prefieras.

Les sirvieron la comida, la disfrutaron y Cris trató de contenerse un poco a la hora de repetir.

—¡Lo que hace el amor! —bromeó Amanda al ver la cara de su amiga contemplando de reojo la comida que aún quedaba en las fuentes, y aguantando las ganas de servirse más—. ¿No quieres que Eric sepa lo que comes en realidad y vas a dejar eso en la fuente?

Este la miró divertido.

—¿Que no sé lo que come? Dos raciones de churros, cuatro o cinco tostadas, café, zumo y fruta se tomó la otra mañana.

Alargó la mano y, mirando a sus amigos, preguntó:

—¿Queréis?

Moisés y Amanda negaron con la cabeza. Eric cogió el plato de Cris y le sirvió el resto de comida.

—No, si yo... no quería...

Amanda y Eric lanzaron una sonora carcajada que hizo volver la cabeza al resto de comensales.

—Come —invitó Eric y ella no se hizo rogar.

 

 

Después de la cena propusieron tomar una copa, pero Eric rechazó la oferta. Prefería ir directamente a casa de Cris y quitarle cuanto antes ese vestido que lo estaba volviendo loco. Cada vez que se inclinaba un poco y le dejaba ver el nacimiento de los pechos lamentaba el tiempo que aún les quedaba que pasar en el restaurante. Los años de semiabstinencia sexual que había vivido en los últimos tiempos, le estaban pasando factura. Además, el sexo con Cris era tan fantástico, ella disfrutaba tanto con todo lo que hacían que se sentía impaciente por seguir explorando su cuerpo y ver sus ojos brillando de deseo.

—Yo ya he bebido bastante. —Agarró la cintura de Cris en la puerta del restaurante y la apretó con suavidad—. Preferiría irme a casa. ¿Y tú, Cris?

—Yo también. Pero vosotros podéis seguir un rato más, es temprano aún.

Moisés interrogó a Amanda con la mirada. No le apetecía marcharse a su casa solo, y cuando vio que ella asentía se sintió contento.

—Me gustaría dar un paseo, he comido demasiado.

—¿Y para volver a casa?

—Existen los taxis, Eric. No te preocupes por nosotros, Amanda está en buenas manos.

—Eso ya lo sé.

Los vieron alejarse de la mano en dirección al coche, charlando y riendo.

—¡Vaya dos tórtolos están hechos! Eric se pasa el día al teléfono, cuando no está con ella.

—También Cris lo mira a menudo, y antes podían pasar horas sin que te respondiera un mensaje. En vez de teléfono llevaba un ladrillo en el bolso, porque para lo que le servía...

—Y nosotros... ¿Dónde te apetece ir?

—Me da igual, caminemos un rato, la noche está muy agradable. No tengo ganas de beber nada, pero mi casa está a un agradable paseo. Si después nos apetece podemos tomar algo por allí cerca.

Echaron a andar uno al lado del otro. La figura menuda de Amanda contrastaba con el cuerpo alto de Moisés, tanto que le costaba mantener el ritmo de las largas zancadas. Al darse cuenta, él se disculpó.

—Perdona, estoy acostumbrado a ir deprisa.

Acomodaron el paso.

—¿Algún caso nuevo e interesante?

—Nuevo, sí; interesante, no. Estamos siguiendo ahora el rastro a una red de pederastia infantil, y eso es una de las peores investigaciones que llevamos en comisaría. Cuando se presenta un caso, todos tratamos de que lo lleven otros.

—Yo creía que lo peor eran los cadáveres descompuestos y desmembrados.

—No. Eso es desagradable, no te lo voy a negar, pero para mí todo lo que tenga que ver con robarle la inocencia a un niño es el peor delito que se puede cometer. En esta ocasión no he podido librarme, y no va a ser agradable.

—Lo lamento.

—Todo trabajo tiene su parte buena y su parte mala. La buena ha sido conoceros a Cris y a ti, y me temo que ahora toca lidiar con la otra.

—Espero que no sea muy desagradable.

—Yo espero no encontrar demasiados niños afectados. Pero hablemos de otra cosa, esta noche nada de trabajo. ¿Cómo llevas la relación de Eric y Cris? Imagino que te sientes un poco sola.

Amanda se encogió de hombros.

—Ella y yo pasábamos mucho tiempo juntas, y es cierto que eso ha cambiado. Pero me alegro, Cris es una mujer muy especial que entrega no solo el corazón, sino también al alma y todo lo que tiene. Estoy segura de que Eric no se lo romperá y sabrá apreciarla en lo que vale.

—Las relaciones son complicadas, pocas duran.

—Ya lo sé, pero, aunque la de ellos acabe, Eric no le hará daño a propósito.

—Eso te lo puedo asegurar.

—¿Y tú? ¿Llevas mejor lo de tu novia?

—Ya no estoy enamorado, pero sigo un poco triste. Aunque cada vez tengo más claro que la relación no funcionaba. No podía verlo cuando estaba con ella, he necesitado poner distancia para comprenderlo. Solo es cuestión de tiempo que lo supere.

—Dicen que la mancha de la mora con otra verde se quita.

—Eso dicen, pero yo no estoy de acuerdo. Yo pienso que es el tiempo el que lo cura todo.

—Pero para eso hay que poner un poco de nuestra parte.

—Por supuesto. Y tener claro lo que se quiere y lo que no. Yo estoy triste y la echo de menos, no te lo voy a negar, pero también tengo ahora una tranquilidad que no disfrutaba antes. Sentía sobre mí una presión siempre latente por complacerla, por agradarla, a veces renunciando a ser yo mismo. Perderla ha sido como una liberación, en cierto sentido.

—¿En qué sentido?

—En el sexual sobre todo. Éramos muy diferentes en eso. Olga quería estar siempre organizando cosas nuevas, disfraces, interpretando roles. Cuando nos conocimos lo primero que me dijo fue que siempre había querido tirarse a un poli, y aunque yo no suelo llevar el uniforme, me hizo ponérmelo para echar un polvo. Así empezamos, y la relación fue llevándome cada vez más a su terreno y alejándome del mío. A mí no me gusta vestirme de nada para acostarme con una mujer, sino desnudarme y dejar salir al hombre que hay en mí. A Moisés, y nada más. Yo sueño con estar en la cama con una mujer, abrazados y hablando en la oscuridad. Y que, si quiere algo más, simplemente se dé la vuelta y busque mi boca.

—Esa es la frase más romántica que he escuchado nunca.

—¿En serio?

—Sí.

—Lamento haberte contado todo esto, no suelo hablar de mi vida privada.

—Me alegra que lo hayas hecho, ahora entiendo muchas cosas.

—¿Qué cosas?

—Tu forma de besarme en el coche. Esos labios cálidos y suaves, desprovistos de pasión.

—No creas que soy un hombre frío ni carente de pasión.

—Ya lo sé; no me habrías besado así si lo fueras. Solo eres algo más que pura testosterona, y eso es muy reconfortante. Todavía queda esperanza para la raza humana.

—Gracias por pensar eso. Me hicieron sentir mal por no tener ganas de estar haciendo el amor a todas horas.

—Eso no es hacer el amor, Moisés, eso es follar.

—Pienso lo mismo.

Habían llegado al portal de Amanda, sin darse cuenta.

—¿Quieres subir a tomar esa copa?

Él negó.

—En ese caso, buenas noches —dijo alzándose sobre los ya altos tacones y rozándole los labios con suavidad. Los de él se abrieron invitadores.

Se besaron con calma, sin tocarse más que las bocas. Un beso largo y lento, con sabor a postre y a intimidad. Luego se miraron a los ojos.

—No es buena idea, Amanda. No quisiera hacerte daño.

—Solo ha sido un beso, Moisés. A nadie le hace daño un beso tan dulce como este. Buenas noches, de nuevo. Te avisaré cuando prepare gnocchi.

Se perdió escaleras arriba mientras él permanecía en la cancela mirándole las piernas al subir y deseando ir tras ella y olvidar en sus brazos la soledad y el dolor. Esa noche había descubierto lo solo que había estado durante su relación con Olga. Pero Amanda no se merecía eso, por muy generosa y tentadora que hubiera sido la oferta que leyó en sus ojos, él no podía aceptarla.