9
La visita de Eric
Cuando Cris se levantó al día siguiente, Amanda se encontraba en la cocina preparando el desayuno.
—Lamento despertarte tan temprano, pero el trabajo no entiende de amigas con escayola.
—No te preocupes, de todas formas estoy acostumbrada a madrugar. Voy a echar de menos correr.
—Vas a echar de menos muchas cosas, pero será temporal. Tómate el café y las tostadas mientras yo me arreglo. Puedo usar tu maquillaje, ¿verdad?
—Por supuesto, pero si con el del armario no tienes suficiente, hay más en el cajón de la cómoda del dormitorio.
—¿También hacen ofertas de maquillaje?
—Por supuesto.
—¿Te ayudo a vestirte?
—Voy a intentarlo sola.
Amanda contempló cómo con esfuerzo Cris se ponía un pantalón de chándal y una camiseta blanca y ajustada que marcaba sus pechos y hacía destacar su pelo rojo. Inconscientemente había buscado una de las prendas que más la favorecían.
Después de dejarla instalada en el sofá con la silla de ruedas al lado, se marchó, mientras su amiga se disponía a pasar un día de aburrimiento cambiando a cada momento los canales de la televisión.
Se sobresaltó cuando poco después de que se marchase Amanda sonó el timbre de la puerta. Creía recordar que Eric había dicho que iría por la tarde, pero aun así se levantó con trabajo y se sentó en la silla, moviéndose hasta la puerta del piso.
—¿Qué te ha pasado? —inquirió Rocío al verla.
—Me atropelló una bicicleta. Tengo el tobillo roto.
—¿Por qué no me lo has dicho? Ya sabes que estoy al lado para lo que necesites.
—Muchas gracias, pero sucedió ayer.
—En breve me voy al trabajo, pero si puedo ayudarte en algo a la vuelta... hacer la compra, cocinar... De hecho, vengo a traerte un trozo de bizcocho que hice ayer, para corresponder a tus magdalenas —añadió mostrando un plato.
—Comida tengo en casa de sobra y Amanda vendrá luego para preparar la cena, pero el bizcocho se agradece. Y un poco de compañía también, me voy a morir de aburrimiento —suspiró, resignada.
—¿Te gusta leer?
—Sí, pero apenas tengo tiempo. Bueno, ahora voy a tener mucho, me temo.
—A mí me encanta la novela romántica, si quieres te puedo prestar algunas.
—Yo también soy de romántica, de adolescente estaba enganchada a los highlanders. Ahora tengo menos tiempo, pero sigo leyendo siempre que puedo. Te agradezco si me prestas alguna, hace tiempo que no compro libros nuevos.
—Espera.
Entró en su casa y regresó con tres novelas en la mano.
—Son de mi autora favorita. Si te gusta la aventura te van a encantar.
—Muchas gracias.
—Ahora me tengo que ir, ya voy justa.
Rocío se despidió y Cris regresó al sofá. Se acomodó, abrió una de las novelas y se dispuso a sumergirse en la historia.
Eric se estaba terminando de afeitar cuando escuchó las llaves de Moisés en la puerta. Había pasado la noche en casa de Olga, por lo que no le había visto desde hacía más de veinticuatro horas.
—Buenos días. Traigo churros.
—Hummm, estupendo.
La cafetera ya estaba preparada, y ambos amigos se sentaron a desayunar.
—¿Esta tarde nos echamos una partida de algo hasta que entre de turno esta noche? Olga trabaja.
—No sé si llegaré a tiempo. Cuando salga del hospital voy a ir a casa de Cristina.
—¿Cristina? ¿La del «danés»?
—Sí —dijo mojando un churro en el café y llevándoselo a la boca.
—¿Has quedado con ella? ¡No me habías dicho nada!
—No se trata de una cita. Voy a llevarle unas muletas; ayer tuvo un pequeño accidente y se ha roto un pie. Coincidí con ella y su amiga en el hospital y le eché una mano agilizando la espera. Le proporcionaron una silla de ruedas, pero tiene dificultades para moverse con ella por la casa. Necesita además unas muletas.
—Pues si vas, aprovecha y no le hagas la visita del médico.
—No, espero hacerle la del fisioterapeuta —dijo divertido.
—Un masaje bien dado puede abrirte muchas puertas. Las del «centro», por ejemplo.
—De momento me conformo con que me vaya conociendo y no piense que le voy a saltar encima a la primera de cambio. Le llevaré unas muletas y algo para merendar. Por lo que pude apreciar el día que quedamos le gustan los pasteles, de modo que le llevaré alguno para endulzarle la convalecencia.
—Creía que era a los hombres a los que se nos conquistaba por el estómago.
—Me parece que a Cris también. Suele llevar comida en el bolso.
—Pues entonces llévale el pastel más grande que encuentres y gana puntos.
—Es la idea.
Se levantó de la mesa y se preparó para marcharse al trabajo.
—Hasta la noche, si es que vuelves antes de que me vaya.
—Hasta luego.
Cuando llegó al hospital, lo primero que hizo fue gestionar la salida de las muletas. Las llevó al coche y se dispuso a comenzar su turno de trabajo.
Tuvo que esforzarse para concentrarse en él. Hacía tiempo que el quedar con una mujer no le distraía de sus ocupaciones, pero tenía que reconocer que aquel día estaba deseando terminar para dirigirse a casa de Cristina.
Eran las seis y media cuando tocó el timbre en la dirección que ella le había dado. Tardó sus buenos cinco minutos en recibir respuesta y empezó a preocuparse por si hubiera sufrido algún contratiempo en su camino hacia la puerta.
—¿Sí?
—Fisioterapeuta a domicilio.
Cris no pudo dejar de sonreír y pulsó el botón del porterillo. A continuación, abrió la puerta y esperó.
Eric llegó pocos minutos después portando dos muletas y una bandeja cubierta con el papel de una conocida pastelería.
—Aquí llegan los refuerzos.
—Se agradecen —dijo Cris apartando la silla de ruedas del paso, para permitirle la entrada. Eric la siguió hasta un salón grande en el que se había apartado uno de los sillones hacia un rincón para dejar espacio suficiente para la silla de ruedas. Un sofá enorme cubría casi toda una pared y Cristina lo señaló con una mano y alargó la otra.
—Siéntate... Yo, si no te importa, voy a... usar las muletas y en seguida vuelvo.
Eric sonrió divertido y se las acercó, ayudándola a incorporarse y apoyarse en ellas.
—Si necesitas ayuda, no dudes en pedirla. Lo digo en serio, trabajo con personas impedidas a veces y estoy acostumbrado a echarles una mano a la hora de hacer sus necesidades fisiológicas.
—No será necesario, gracias. Puedo apañármelas sola. Ya he ido un par de veces a la pata coja. Amanda se fue a las ocho de la mañana y como comprenderás... Las muletas serán de gran ayuda.
Eric aguantó la risa imaginándosela y se sentó a esperarla. Poco después Cris regresó y se sentó junto a él, que señaló el paquete que había colocado sobre la mesa.
—Me he permitido traerte algo para merendar. He ido a lo seguro y he comprado el pastel que tomaste el día que quedamos para conocernos, aunque no fuera un día muy afortunado.
—Gracias, pero no era necesario; con las muletas habría bastado.
—Me apetecía hacerlo. Tú me ofreciste magdalenas, pero yo, aunque cocino, no soy repostero y quería corresponder a tu amabilidad. Por eso he buscado tu dulce favorito.
—No es mi favorito, simplemente era el más grande que había.
—¿Y cuál es tu favorito? Por si se me presenta la ocasión de invitarte de nuevo.
Cristina se encogió de hombros.
—Todos. Me encanta comer.
—¿También salado?
Ella asintió.
—En ese caso, te traeré croquetas, son mi especialidad. Si me das la oportunidad de venir en otra ocasión, claro.
—Creo que te la has ganado —dijo señalando las muletas—. ¿Me echas una mano para preparar un café y merendar, o tienes prisa?
Eric sintió que el corazón se le expandía ante la invitación.
—Ninguna.
—¿Entonces no te importará esperar a que llegue Amanda sobre las ocho? Estoy aburridísima aquí sola —propuso pensando en la petición de su amiga.
—Me quedaré todo el tiempo que desees.
—Es estupenda, simpática, buena persona, cariñosa...
—¿Quién?
—Amanda, claro.
—Ah, una joya de chica.
—Pues sí.
Cris le precedió a la cocina y allí le indicó dónde encontrar lo necesario para preparar una cafetera. Después regresaron al salón y se acomodaron para tomarlo tranquilamente.
—¿Tu amiga viene todos los días?
—Casi siempre. Vive varias casas más abajo y con frecuencia cenamos juntas. Ahora, con esto de mi pie se ha mudado aquí, pero no aguantará mucho.
—Se ve que tenéis una relación de amistad muy especial. ¿Cómo no vivís juntas? ¿Acaso ella sí tiene pareja?
—No, no es eso. Hace años que nos conocemos y juntas hemos pasado por muchas cosas, entre ellas el intento de compartir piso. Pero no funcionó, porque no es fácil vivir conmigo. Dice que soy un poco intensa y supongo que tiene razón.
—Yo vivo con Moisés, también él es mucho más que mi amigo y compañero de piso.
—¿Tenéis una relación amorosa? ¿Eres bisexual?
—No, no me refería a eso. Es algo como lo que tenéis Amanda y tú. Aunque quizás vosotras sí la tenéis...
—¡Qué va! —Rio con fuerza ante la idea—. A las dos nos van los hombres. De hecho, a ella le gusta uno en concreto.
—¿Y a ti?
—No, yo no quiero una relación. Estoy muy bien sola.
—Entonces ¿por qué tienes un perfil en una página de contactos?
Cris alzó los hombros.
—Es cosa de Amanda, me la hizo sin consultarme, ya te lo dije. Ella piensa que necesito un hombre en mi vida, pero no es verdad. Ya tuve uno y no quisiera repetir la experiencia.
—¿Tan mal te fue?
—No quiero hablar de eso.
—Claro, disculpa. Pero si no quieres una relación, ¿por qué mantienes el perfil?
—Para que Amanda me deje en paz. Si lo cancelo, con toda seguridad me abrirá otro o me buscará citas más o menos a ciegas. Cuando alguien me llama me limito a poner cualquier pega referente al perfil del hombre en cuestión y asunto zanjado.
Eric la miró ahondando en sus ojos.
—Que es lo que estás haciendo conmigo, ¿no? Escudándote en el malentendido de nuestro primer encuentro para mantener a raya mi insistencia.
Cristina rio con ganas.
—No lo había pensado, pero es posible. Lo que no entiendo es esa insistencia.
—Me gustas.
Cristina sintió algo derretírsele dentro ante las sencillas palabras de Eric. Luego pensó en Amanda confesándole lo mismo hacia él.
—Tampoco entiendo que tú busques pareja a través de una página web. Eres muy atractivo, y por lo que puedo apreciar nada tímido. ¿No tienes una legión de mujeres tirándose a tus pies?
—No, no la tengo.
Cris no se lo creía. Esos ojos azules limpios y chispeantes y esa preciosa sonrisa debían atraer mujeres a montones.
—¿Dónde está el problema? ¿En tus gustos sexuales? ¿Por eso buscabas una prostituta?
Eric suspiró.
—¿Cómo tengo que decirte que yo no buscaba una prostituta? De hecho, era lo que me hacía dudar. Pero tu cara pecosa, tu sonrisa en la foto y tu voz me gustaron desde el principio.
—Di que te morías de ganas de que te hiciera el «danés».
—Me moría de curiosidad por saber qué era, eso no te lo voy a negar. Jamás había oído hablar de una práctica sexual llamada así. Moisés y yo... —De repente se quedó callado.
—Moisés y tú, ¿qué?
—Lo buscamos en Internet, pero solo había referencias del idioma y de los habitantes de Dinamarca. Él decía que debía ser algo muy guarro para que ni siquiera hubiera referencias en la red.
Cris estalló en carcajadas.
—¿Y qué pensabas que podía ser? ¿Qué esperabas?
—En realidad no lo sé. Quizás algo que no hubiera hecho nunca.
—¿Como qué? Puedes decírmelo, somos adultos. He vivido en pareja cinco años y tengo una mentalidad abierta.
La cara aniñada e ingenua de Cris hacía pensar lo contrario. Eric sintió despertarse su libido ante las palabras de la chica. La sola idea de imaginarla cumpliendo su fantasía le excitó.
—Quizás algo relacionado con tacones de aguja y medias negras de esas que tienen una costura detrás —dijo. Y calló el resto: «debajo de un traje de chaqueta negro y sin nada más».
—¿Dominación? ¿Látigo? ¿Esposas?
—No, no... solo medias negras.
—Entiendo. —Lo anotó mentalmente para contárselo a Amanda.
Eric dio un sorbo al café que se le había quedado frío y sacudió la cabeza, divertido.
—No me puedo creer que viniera aquí a traerte unas muletas y haya acabado contándote mis fantasías sexuales.
—Tampoco yo.
—Ahora deberías hablarme de las tuyas. Es lo justo, ¿no?
Cris dio un bocado al dulce y eludió la pregunta.
—¿Cris?
—Yo no tengo —se apresuró a responder. Eric sonrió, era la primera vez que usaba el diminutivo de su nombre y ella lo aceptaba. Sin lugar a dudas, era un paso adelante.
—Todo el mundo tiene, pero no importa. Acepto tu derecho a la privacidad.
No podía hablarle de su fantasía adolescente de lectora de novela romántica de acostarse con un highlander con falda y nada más. ¡Su «danés» era un escocés!
Mientras bebía despacio su café se dijo que Eric podía dar el tipo: los ojos azules, el cuerpo atlético... quizás el pelo bien cortado desentonara un poco de su idea, pero al instante su mente lo imaginó con una larga melena cayendo sobre la espalda y la expresión fiera y salvaje de un guerrero de las tierras altas. Porque su escocés debía ser fiero y salvaje, y hacerle el amor de acuerdo con su condición.
Una ligera humedad se instaló entre las piernas de Cris, algo que no sentía desde que Adolfo desapareció de su vida. Hizo una mueca y apretó los muslos.
—¿Te encuentras bien? ¿Te duele la pierna? —preguntó Eric, solícito.
—Ejem, sí... sí... estoy bien. Solo tengo un poco de calor.
—Lo decía porque te has removido inquieta. Si quieres, y aprovechando que estoy aquí, puedo darte un masaje para aliviar las molestias de la postura.
—¡No! No hace falta, gracias. Amanda estará aquí en breve.
Eric levantó las cejas sin entender.
—¿Me estás diciendo que me vaya de forma sutil?
Cristina empezó sudar.
—Solo pensaba en voz alta. ¿Puedes traerme un vaso de agua? Por favor.
—Claro. ¿Del grifo?
—Sí.
—¿Dónde tienes los vasos?
—En el armario sobre el fregadero.
Salió del salón en dirección a la cocina. La espalda ancha, los vaqueros ajustados y sus ojos que se disparaban sin control hacia él solo hicieron que la incomodidad aumentase.
«No, no, no le mires el culo. Le gusta a Amanda, ¿recuerdas? Y eso es sagrado.» Porque ella tenía debilidad por un buen culo.
Antes de que regresara, cogió el mando de la tele y la encendió. En la pantalla apareció un programa sobre naturaleza y Cristina clavó la vista en él.
—Aquí tienes el agua.
—Gracias —dijo sin apenas mirarle.
Bebió el contenido del vaso sin apartar la mirada de la televisión. Tenía que centrar su atención en aquel aburrido documental para sacar de su mente la imagen de un escocés de melena al viento y falda a cuadros con el trasero y el resto de atributos campando en libertad.
—Realmente tenías sed.
Se limitó a asentir.
—Mucha.
—¿Te gusta la naturaleza?
—No demasiado.
—Entonces ¿por qué ves esto?
—Algo hay que ver, ¿no?
—Si tú lo dices...
Le miró de reojo y volvió a apartar la vista.
—¿Estás segura de que no prefieres que me vaya?
—Tienes que quedarte hasta que venga Amanda. Debes explicarle... los cuidados que necesito.
Eric sacudió la cabeza, confuso. Cristina había cambiado su actitud hacia él de forma brusca y no sabía el motivo.
—Tienes puesta una escayola. Hasta que te la retiren no necesitas ningún cuidado especial, salvo la precaución de no apoyar el pie en el suelo y no mojarla cuando te duches. En las ortopedias hay unos protectores impermeables bastante caros, pero una bolsa de plástico bien ajustada cumple la misma función.
—Ya. Estupendo. De todas formas, quédate y se lo explicas a ella.
—Como quieras.
Durante más de veinte minutos vieron el insulso programa de televisión. Después, el sonido de unas llaves anunció la llegada de Amanda.
—Hola... ¡Qué bien acompañada te veo!
—Hola, Amanda —saludó Eric—. Cris ha insistido en que te esperase para decirte que no debe mojarse la escayola.
—Genial. ¿Estáis viendo una película? —Desvió la mirada hacia la pantalla—. ¡¿¿¿Jara y sedal???! ¿En serio?
Eric no pudo evitar reírse a carcajadas.
Amanda cogió el mando de la mesa y empezó a cambiar de un canal a otro.
—Si quieres que me quede aquí esta noche no voy a tragarme este muermo. Y tampoco voy a dejar que me pongas los dientes largos con esos programas de reformas de casas que ni loca podría pagar. Llevo todo el día aguantando al gilipollas de mi jefe y necesito un buen mozo que me alegre la vista. Este vale. —Detuvo el mando en un canal donde echaban una película de vikingos con el torso desnudo.
—Eso... tú ponme una película de esas...
—Creía que te gustaban.
Eric se reía al ver a las dos amigas compartir una camaradería muy similar a la que tenían Moisés y él mismo.
—Hoy no.
Amanda se volvió hacia el visitante y disculpó a su amiga.
—Siento si ha estado borde contigo, pero lleva mal la inmovilidad.
—No ha estado borde, sino divertida. He pasado una tarde fenomenal y hemos empezado a hacernos un poco amigos, ¿verdad?
—Solo un poco —refunfuñó.
—¿Te quedas a cenar? —preguntó Amanda.
—No, debo irme ya. Pero quizás pueda venir otro día y traeros unas croquetas, que son mi especialidad.
—Estupendo, nos encantan las croquetas, ¿verdad, Cris?
—Verdad.
—¿Puedo llamarte mañana para saber cómo sigues?
—Sí, llámala —aceptó Amanda en su nombre—. Así la distraes y yo me la encuentro más amigable cuando llegue.
—Hasta mañana, entonces. Cuídate, Cris.
—Hasta mañana.
—Te acompaño a la puerta.
Cris vio cómo Amanda y Eric salían del salón.
—Gracias por venir.
—Es un placer, he pasado una tarde genial.
—¡No me lo creo! ¡Te ha hecho ver Jara y sedal!
—No es así; yo la estaba mirando a ella.
—En ese caso... Deja pasar un par de días y trae tus croquetas; ellas y tú seréis bien recibidos.
—De acuerdo. Hasta entonces.