13
Amanda
Eric la esperaba a la salida del trabajo, tal como habían quedado el día anterior. Amanda se dirigió hacia él con una sonrisa. No quería pensar en lo que la mente de Cris estaría especulando de ellos, seguro que los imaginaba fundidos en un tórrido abrazo y a punto de irse a la cama. No le gustaba hacerle eso, no se lo merecía, pero por otra parte era necesario para que se diera cuenta de lo que en realidad Eric empezaba a despertar en ella. Y para que olvidase de una vez su pasada experiencia con el que fuera su pareja durante cinco años. Adolfo le rompió el corazón, le machacó la autoestima y le dejó pocas ganas de intentarlo de nuevo. Pero Eric era diferente.
—Hola, Amanda. Gracias por venir.
—No me las des, por Cris hago lo que sea. Aquí al lado hay un bar donde podemos tomar algo y charlar tranquilamente.
Juntos se encaminaron al local y una vez acomodados en una mesa Eric preguntó:
—¿Has traído lo que te pedí?
—Por supuesto —respondió con una sonrisa sacando del bolso un largo pañuelo en tonos azules—. Aquí tienes.
Eric lo cogió y se lo acercó hasta al rostro para apreciar el olor.
—Huele a Cris.
—Claro. ¿No sabías que es en el cuello donde el olor corporal se aprecia con más nitidez?
—No tenía ni idea.
—Espero que sea suficiente para elaborar el perfume.
—Lo será. Yo espero que a Cris le guste y no me lo rechace.
—No creo que lo haga, Eric.
—No sé, Amanda... no estoy seguro de sus motivos para permitirme visitarla. A veces tengo la sensación de que intenta emparejarme contigo.
Amanda rio con ganas antes de degustar su cerveza. Estaba sedienta y el líquido dorado se deslizó fresco por su garganta.
—¿Lo hace?
—Sí, Eric. Tuve que decirle que me interesabas para que quisiera verte, pero no te preocupes, no es cierto. Estás como un tren, pero no eres mi tipo. Y desde el primer momento he sabido que te gusta Cris.
—Me gusta mucho, pero no empezamos con buen pie, me temo. Creo que no me perdona que la confundiera con una prostituta.
—No tiene que ver contigo, sino con una antigua relación que acabó muy mal. ¿No te ha hablado de Adolfo?
—Me comentó que había salido con alguien, pero sin dar detalles.
—Adolfo y ella se conocieron muy jóvenes y se fueron a vivir juntos al poco tiempo. La relación iba bien, no parecía que tuvieran problemas más allá de que no es fácil convivir con Cris y su hiperactividad. Ella le adoraba, y cuando él se quedó sin trabajo le animó a estudiar y corrió con todos los gastos de la casa mientras se sacaba la carrera. Pero al terminar, y en cuanto encontró trabajo, el muy capullo la dejó. Y lo peor es que la convenció de que ella y su forma de ser habían sido las culpables, de que era un auténtico suplicio vivir con ella, cuando la verdad era que llevaba más de un año acostándose con otra. Cris no lo sabe, yo lo averigüé poco después de su ruptura, pero estaba tan mal que no quise añadir la traición y la humillación al dolor que ya sentía. Tardó mucho en recuperarse de aquello, se quedó convencida de que era imposible que alguien la quisiera, que siempre iba a estropear cualquier relación que pudiera tener. Adolfo hizo un trabajo magistral para no quedar como el cabronazo que era.
—Caramba...
—Ni se te ocurra decirle que te he contado esto. Si alguna vez te habla de ello, bien, y si no, no te des por enterado.
—No te preocupes.
Eric miró al frente, pensativo.
—Voy a conseguir que le olvide...
—Ya le ha olvidado, Eric, hace de esto casi cinco años... pero lo que no ha olvidado es la experiencia. Ni la inseguridad en sí misma que le dejó. Se siente fea, torpe...
—¿Fea? Si es preciosa... Y esa mirada limpia y sincera que tiene me atrapó desde el principio.
—Lo sé; ya quisiera yo tener su cutis y su figura. Y esos ojazos verdes... Pero lo mejor de Cris es su corazón, su calidad como persona. Se dejaría matar antes de hacer daño a alguien. Por eso sé que anda debatiéndose entre lo que siente por ti y lo que cree que siento yo.
—¿No deberías aclarárselo?
—Me encantaría, pero en ese caso puedes despedirte de hacerle más visitas. Está aterrada por lo que despiertas en ella y pondría distancia entre vosotros. Si sigue permitiendo que la visites es porque cree que me ayuda a mí, así que tendremos que mantener el secreto un poquito más.
—Pensaba dejar pasar unos días antes de ir a hacerle una visita, hasta que tuviera el perfume, pero creo que me voy a acercar mañana. Tengo muchas ganas de verla.
—Hazlo, está desesperada. Está vendiendo cosas en Wallapop en vez de comprar para distraerse... o al menos eso espero. Lo mismo me encuentro un sarcófago egipcio en el comedor cuando llegue.
—¿Tanto?
—Si está barato... Y mejor me marcho ya, se estará comiendo la cabeza imaginando que estamos follando como conejos en cualquier rincón. Tendré que convencerla de que solo hemos tomado una copa y charlado un rato.
Eric se levantó.
—Cris es muy afortunada de tener a alguien como tú en su vida.
—Te equivocas, la afortunada soy yo.
Se despidieron y, poco después, Amanda abría con sus llaves la puerta de Cristina.
A simple vista no la encontró en el salón, perfectamente visible desde la entrada.
—¿Cris?
—En la cocina.
Amanda entró en la estancia y encontró a su amiga subida en la encimera.
—Menos mal que has llegado, me he subido y ahora no puedo bajar.
—¿Qué diablos haces ahí? ¡Por Dios, vas a matarte! Tienes una escayola, por si lo has olvidado. ¿Pretendes romperte la otra pierna?
—Estaba buscando esta cacerola, que nunca uso —dijo mostrando un enorme recipiente, casi sin estrenar—, para venderla. Estaba en el último estante del mueble.
Amanda suspiró y la agarró de la cintura para ayudarla a descender, y a punto estuvieron de acabar ambas en el suelo.
—¿No podías esperar a que yo llegase?
—Estaba muy aburrida y necesitaba distraerme. Pensaba que ibas a tardar —confesó con aire culpable.
Amanda sacudió la cabeza. Leía en Cris como en un libro abierto.
—Solo hemos tomado una copa. ¿Creías que íbamos a arrojarnos uno en brazos del otro como fieras? Charlamos un rato, y después nos hemos despedido.
—Es muy agradable, ¿verdad? Me refiero a Eric.
—Sí, lo es. Yo siempre lo he pensado, eras tú la que no confiabas en él. Decías que era un putero, un pervertido. ¿Recuerdas?
—Eso era antes de que me trajera pasteles y croquetas. —«Y que me cogiera en brazos, y me hiciera compañía», pensó—. Pero ahora he cambiado de opinión. Y menos mal, ¿no?, porque puede convertirse en mi «cuñado».
—Nos estamos conociendo, no adelantes acontecimientos.
—Seguro que va bien, Amanda. ¿Cómo puede alguien no quererte?
Desarmada, esta abrazó a su amiga. A punto estuvo de confesarlo todo, pero aguantó con firmeza la decisión de esperar un poco más y dejar que la atracción que Cris sentía por Eric arraigase más profundamente. La sombra de Adolfo y sus tentáculos estaban aún demasiado cerca.
—Todo el mundo me va a querer si tú hablas de mí de esa manera.
—Es la verdad, eres maravillosa, guapa, alegre, simpática...
—Anda, anda, zalamera, que te voy a dar de comer igual.
—Primero quiero tomar una ducha. ¿Me ayudas a plastificarme?
—Por supuesto, pero tienes que prometerme que no volverás a subirte a ningún sitio mientras no estoy, ¿de acuerdo?
—Prometido.
Una vez más emprendieron la engorrosa tarea de enfundar la pierna de Cris en bolsas de plástico. Luego, la ayudó a entrar en la bañera, manteniendo la pierna lo más lejos posible del chorro de la ducha.
—El día que pueda ducharme otra vez como una persona normal, y sin ayuda, no me lo voy a creer.
—Ya te queda menos, mujer.
—Eso dice Eric. Que imagino ya no volverá a aparecer por aquí...
—Me ha comentado que pasaría a verte una de estas tardes.
—Ya...
—Siempre puedes llamarle tú y pedirle cita para un masaje. Debes de tener la espalda hecha polvo de pasar tanto tiempo sentada en el sofá.
—La tengo. Pues creo que lo voy a hacer. No te importa, ¿verdad?
—Claro que no. Es su profesión.
Mientras se duchaba, Amanda contemplaba el precioso cuerpo de Cris y no dejaba de pensar en cuánto tiempo llevaba sin recibir las caricias de un hombre. Ya le tocaba sentir unas manos masculinas, aunque fuera en la espalda.
—Llámale ahora cuando termines, por si tiene que organizar horarios.
Ante la perspectiva de recibir la visita de Eric al día siguiente, se dio prisa en ducharse. Después, mientras Amanda preparaba la cena, le llamó. Él respondió al momento.
—Hola, Eric.
—Cris... ¿No irás a preguntarme por Amanda? Hace ya bastante rato que se marchó hacia tu casa.
—Amanda está aquí. Te llamo por mí, para solicitar tus servicios. Tengo un dolor de espalda tremendo y me preguntaba si podrías darme un masaje.
—Encantado; ya me imaginaba que estarías fatal a estas alturas. ¿Cuándo?
—Cuando a ti te venga bien... lo antes posible. Cobrando, por supuesto.
—¿Mañana por la tarde?
—Me parece bien. Acabo de mirar mi apretada agenda y tengo un hueco de tres a diez.
Eric se echó a reír.
—Estaré ahí sobre las seis.
—Te puedes quedar a cenar, así charlas con Amanda un rato cuando llegue.
—No sé, ya vemos mañana, Cris. Ah, ponte algo fácil de quitar, porque necesitaré la espalda sin ropa.
Cristina empezó a notar que un intenso calor la recorría de pies a cabeza. ¿Sin ropa? ¿Las manos de él directamente sobre su piel desnuda?
—Vale. Lo intentaré. Nos vemos.
—¿Qué te pasa? —preguntó Amanda al ver su desconcierto cuando pulsó el botón para cortar la llamada—. ¿No puede venir?
—Sí, mañana por la tarde.
—¿Y a qué viene esa cara?
—Me ha dicho que el masaje me lo tiene que dar directamente sobre la piel.
—Pues claro, ¿qué esperabas?
Cristina se encogió de hombros.
—Por encima de la ropa. Algo así como el que me das tú cuando tengo tensos los hombros.
—Los masajes de verdad son otra cosa. No sirven para relajar, a veces hasta duelen. Pero te dejan como nueva.
Cris cerró los ojos. Esperaba que doliera lo suficiente para distraerla de otras sensaciones. En aquel momento se arrepentía de la llamada más que de cualquier otra cosa en su vida, porque todo su cuerpo se había agitado al imaginar, solo imaginar, las manos fuertes de Eric sobre ella. Y Eric era terreno vedado; era de Amanda, y la lealtad a sus amigas estaba por encima de todo. Por mucho que le atrajera aquel hombre. Suspiró al comprobar que acababa de reconocer algo que se había empeñado en ocultarse a sí misma.
—¡Cris! ¿Estás bien?
—Sí, es solo que me duele mucho la espalda.
—Mañana tendrás aquí a un fisio de primera que pondrá remedio a eso.
—Sí —gimió.
—Vamos a cenar.
Devoró más que comió, descargando en la comida la ansiedad que sentía. Con un poco de suerte tendría una indigestión de proporciones considerables y podría llamar a Eric para anular la cita.