10

 

Croquetas

 

 

Eric se levantó temprano para dejar preparada la masa de las croquetas con las que pensaba agasajar a Cris y a Amanda. Habían pasado varios días desde su última visita y estaba seguro de que ella agradecería un poco de compañía, además de una rica cena. Las croquetas eran su especialidad, siempre que se reunía la familia le pedían que las preparase, y nunca habían decepcionado a nadie. A Cris, que adoraba comer, le encantarían, estaba seguro.

Moisés se levantó alertado por el olor que salía de la cocina.

—¿Croquetas a estas horas? Yo preferiría un buen café con tostadas.

—Son para Cris. Voy a llevárselas para la cena. Quiero dejar la masa lista para empanarlas esta tarde a la salida del trabajo.

—¿Cómo que para Cris? Ni se te ocurra llevártelas todas, a mí también me gustan.

—Pensaba dejarte unas cuantas, hombre.

—Eso está mejor. Y, por lo que veo, las cosas con Cris también lo están.

—Ahí vamos... de momento tratando de conquistarla por el estómago. Paso a paso.

—Seguro que se enamora de tus croquetas y ya no quiere dejarte escapar.

—¡Qué halagüeño para mí! —bromeó.

—Tras las croquetas descubrirá al hombre, estoy seguro. A mí me pasó.

Eric giró la cabeza hacia su amigo mientras removía la bechamel.

—¡Tú no estás enamorado de mí!

—¡No me tientes! Si las croquetas forman parte de la ecuación, puedo cambiar de acera...

—¡Me voy a chivar a Olga!

—Seguro que hasta le pone...

Eric rio mientras Moisés se acercaba a la cafetera y comenzaba a llenarla. Después de remover un poco más, apagó el fuego y dejó la masa reposando y enfriándose, lista para la tarde. A continuación, se sentó a desayunar con su amigo.

 

 

Después de varios días encerrada, Cristina ya aborrecía la televisión, odiaba a los presentadores, a los protagonistas de series e incluso se había planteado casar a Bob Esponja con Lady Bug. Había agotado todo lo que le gustaba hacer estando sentada y su irritación alcanzaba un punto más allá de lo razonable.

Había devorado los libros que le llevara Rocío y esta le había llevado tres más que correrían la misma suerte.

Se estaba acostumbrando bien a las muletas y conseguía realizar con ellas algunas tareas sencillas, aunque estaba segura de que Amanda la mataría si se enterase. Aquella mañana había descubierto que colocando con habilidad el muslo sobre el apoyo de una muleta tenía las dos manos libres para peinarse, lavarse los dientes e incluso se había aventurado a prepararse un café a media mañana. También paseaba por el salón de vez en cuando, aunque lo mantuviera en secreto. Le resultaba imposible estar quieta tantas horas.

Eric la había llamado un par de veces a lo largo de aquellos días para interesarse por ella, y Cristina sabía que en todas las ocasiones él había esperado una invitación que no formuló. Después de la última visita debía poner un poco de distancia, la conversación sobre fantasías sexuales había desbocado su imaginación y le había hecho verle de una forma poco apropiada y no porque le hubiera puesto falda. Si quería ayudar a Amanda lo último que debía hacer era imaginarse a Eric con poca ropa. Tenía firmemente decidido mantenerle a distancia unos días cuando vio su llamada entrante, aunque esa tarde estaba más aburrida de lo habitual.

—Hola, Cris.

—Hola.

—¿Cómo te encuentras hoy?

—Buf, como siempre. Aburrida a más no poder.

—He hecho croquetas y me gustaría llevaros unas cuantas, y de paso hacerte una visita. —Eric había decidido ponérselo difícil para una negativa; tenía ganas de verla y de pasar un rato con ella.

El ánimo de la chica subió de forma considerable y fue incapaz de resistir la tentación. Amanda aún tardaría unas horas y la idea de un poco de charla además de unas croquetas para la cena se le hicieron irresistibles.

—Se agradecen ambas cosas. —Tenía que reconocer que había pensado en Eric más de lo que debiera durante esos días de encierro y frustración.

—He visto que hace una tarde preciosa, quizás te apetezca salir a dar un paseo y sentarnos en algún sitio a tomar algo.

—¿Salir? ¡Oh, sí... síííí!

Eric sonrió ante el entusiasmo desbordante de Cristina.

—Entonces, perfecto; en un rato paso a buscarte.

—Bien. Te estaré esperando.

Guardó el móvil y regresó a la sala de rehabilitación, donde le esperaba su nueva paciente. Una anciana que pasaba muchas horas sentada y a la que debía tratar las piernas. A la perspicaz señora no le pasó inadvertida la sonrisa de Eric.

—Estás contento hoy, ¿eh?

—Sí, bastante.

—¿Te ha tocado la lotería?

—No, pero esta tarde a la salida voy a invitar a croquetas a una chica preciosa, Beatriz.

—Croquetas, ¿eh? ¡Qué romántico!

Él rio con ganas mientras masajeaba con cuidado la pantorrilla fláccida de la anciana.

—A Cris se la conquista por el estómago.

—En ese caso, mejor prueba con unos bombones, hombre. ¡Croquetas!

—También la voy a llevar a dar un paseo.

—Eso está mejor. ¿Dónde, si puedo preguntar?

—Dejaré que ella decida.

—Mejor dale una sorpresa, a las mujeres nos gusta eso.

A la mente de Eric acudió la imagen de una terraza al aire libre en una plazuela de la judería por la que había pasado alguna que otra vez. Un sitio bonito y tranquilo donde tomar algo y charlar, con mesas lo bastante alejadas unas de otras para preservar la intimidad y dejar espacio para la silla de ruedas.

—Tiene razón. Ya tengo el sitio perfecto.

Mientras terminaba con Beatriz haciendo una serie de estiramientos suaves, Eric no podía evitar imaginarse a Cris y a él charlando de forma amigable en la terraza. Después se apresuró a dejar el hospital y tras pasar por su casa a ducharse y recoger el tupper con la cena se fue a buscarla.

Cris le esperaba con la impaciencia de alguien que ansía salir a la calle después de un prolongado encierro. Se las había apañado para quitarse el chándal con que se vistiera por la mañana y ponerse una falda corta y una blusa, peinarse y maquillarse. No lo hacía para impresionar a Eric, se dijo, sino para sentirse bien y celebrar la salida. Tenía unas piernas bonitas, y aunque una de ellas estuviera escayolada, al trozo de muslo que quedaba al descubierto no le restaba atractivo.

Cuando él llegó, le dedicó una sonrisa de oreja a oreja.

—¡Qué guapa!

Se encogió de hombros, con fingida indiferencia.

—La salida es una fiesta para mí, me muero aquí encerrada.

—Pues vámonos, que hace una tarde estupenda. ¿Dónde pongo la cena? —añadió alzando la bolsa de plástico que llevaba en la mano.

—Déjala en la cocina, en el frigorífico.

Al abrir el electrodoméstico se quedó parado. No había un centímetro de espacio disponible para colocar el tupper. Cada balda, cada hueco, estaba lleno de comida y bebida amontonada una sobre otra. Demasiado para una persona que vivía sola.

—Eh, Cris... No hay espacio.

—Saca algo.

Eric trasteó apartando cosas y logró hacer un hueco en precario equilibrio tras sacar unas botellas de refresco. Luego regresó al salón.

—¿Tienes siempre tanta comida en el frigorífico o es que intuías que ibas a pasar un periodo de inmovilidad prolongado? ¿O recibes a menudo la visita de algún equipo de fútbol?

—Me gusta aprovechar las ofertas y comprar cuando los precios están bajos. Amanda dice que si hubiera una guerra me haría millonaria con el estraperlo.

—¿Solo te ocurre con la comida?

—Me ocurre con todo, soy ahorradora.

Eric movió ligeramente la cabeza mientras empujaba la silla de ruedas hacia el exterior de la vivienda. ¿Ahorradora? Había una auténtica fortuna en comida en aquella cocina, porque al salir de ella había visto cajas de leche amontonadas en un rincón, además de botellas de distintos tipos de bebidas, y empezaba a pensar que cualquier rincón de la casa podía ofrecer el mismo aspecto.

Bajaron en el ascensor. Un ligero cosquilleo de excitación se empezaba a formar en el estómago de Cris, ilusionada como una niña pequeña ante la inesperada salida. Sin lugar a dudas, la primera impresión que tuvo de Eric con el malentendido de su primer encuentro se estaba evaporando a pasos agigantados y el hombre comenzaba a ganarse su confianza y su aprecio. Ojalá Amanda consiguiera su objetivo, pensó. Y su mente se apresuró a apartar esa idea con rapidez. No lo veía la pareja ideal para su amiga, pero siempre habían respetado los hombres que cada una elegía sin ponerles ninguna objeción.

Al llegar al bajo se les presentó el primer escollo. Cinco escalones hasta llegar a la puerta. Le había costado la misma vida subirlas el día que la escayolaron, a la pata coja y ayudada por Amanda.

—Uf, había olvidado las escaleras del rellano. Tendrás que ayudarme a bajarlos a la pata coja. Voy a hacerme toda una experta. —Rio recordando también sus malabarismos para vestirse con la rodilla apoyada en el borde de la cama.

—Nada de pata coja, soy todo un caballero.

Antes de que pudiera darse cuenta, Eric la había cogido en brazos y bajaba con ella los escalones. Sorprendida, solo pudo aferrarse con fuerza a su cuello para mantenerse estable. Se sorprendió una vez más de la firmeza de sus brazos, que la levantaban con facilidad, como si no pesara. También percibió el olor que ya la cautivara en el hospital cuando la llevó hasta la sala de rayos.

—¿Qué colonia usas? —no pudo evitar preguntarle. Fuera cual fuese, le iba a la perfección. No se lo imaginaba oliendo de otra forma.

—No es comercial, me la hacen en exclusiva.

—¿En serio? ¿Eres un multimillonario de incógnito?

Cuando la depositó en el suelo durante unos segundos para bajar a su vez la silla de ruedas, Cris pensó que le hubiera gustado que la escalera hubiera sido mucho más larga. Nunca un hombre la había llevado en brazos y la sensación le había gustado. Pensó que a la vuelta tendría que hacerlo de nuevo, y sonrió contenta.

—No es eso. Una paciente agradecida la creó para mí hace unos años. Decía que la que usaba no me pegaba nada, que era una colonia de niñato. Es perfumista y trata las esencias de forma personal, de modo que creó una fragancia para mí. Me regaló un frasco y me encantó. Desde entonces me la hace llegar con regularidad.

—Pues la verdad es que sí te va. Me encanta el olor y lo identifico contigo.

Ya estaban en la calle. La tarde primaveral llenaba la ciudad de sol y calidez, o quizás se lo parecía a Cristina porque había temido permanecer encerrada durante un largo mes y medio.

Mientras Eric empujaba la silla de ruedas por las aceras, sentía y disfrutaba de cada segundo como una niña pequeña a la que llevan de paseo. Al pasar por una tienda de golosinas, le hizo detenerse y comprar caramelos de varios tipos, chocolate y regaliz. Lo guardó todo en su enorme bolso que llevaba sobre las rodillas y, tras ofrecerle a Eric, empezó a comerlos con avidez.

—Tienes que guardar apetito para las croquetas —advirtió Eric, risueño.

—No hay problemas con eso. Esto solo es un pequeño tentempié. Me encantan las chucherías.

Él sonrió al pensar si disfrutaría de todo con la misma intensidad que con la comida. Si pondría esa misma cara de placer cuando hiciera el amor, cuando la acariciaran y la hicieran disfrutar. Y se propuso averiguarlo. Cuanto más trataba a Cristina, más le gustaba. Ella y la intensidad con que lo vivía todo.

—El año pasado por Reyes, Amanda, que es estupenda —aprovechó para recalcar—, me regaló un cono lleno de chucherías tan alto como yo. Había de todo... ¡Cómo disfruté!

—Ella y tú os conocéis muy bien.

—Sí, llevamos juntas muchos años. Desde la adolescencia. Hemos pasado por muchas peripecias en este tiempo. Si quieres te cuento cosas de ella.

—Claro. —Si llevaban juntas muchos años, hablar de Amanda significaba hablar también de sí misma, y Eric se moría por conocerla mejor. Mientras empujaba la silla de ruedas en dirección al centro no dejaba de observar los muslos que la falda dejaba al descubierto. Delgados, firmes y bien torneados. Se los imaginó enfundados en unas medias negras con costura de esas de blonda de encaje en la liga y se le secó la boca.

—Eric, el semáforo ha cambiado, podemos cruzar ya.

—Sí, sí, claro. Me había distraído.

Una vez en la judería, Eric se dirigió al local donde pensaba detenerse rogando que hubiera alguna mesa libre.

Hubo suerte y en pocos minutos estaban acomodados uno al lado del otro.

—¿Qué tomas? Ya es un poco tarde para café, o no dormirás esta noche.

—Un tinto de verano con limón.

—Yo tomaré lo mismo.

Cristina se recolocó la falda, que se había subido unos centímetros, y le preguntó a bocajarro.

—¿Qué quieres que te cuente de Amanda?

Eric se mordió la lengua para no decirle que Amanda le importaba un bledo y que de quien quería saber era de ella, pero intuyó que se cerraría en banda y no iba a arriesgarse a que volviera a poner distancia entre ambos. Tendría que dar un rodeo para averiguar lo que le interesaba, y si el rodeo debía pasar por su amiga, que así fuera.

—Cómo os conocisteis.

Cris rio, nostálgica.

—Fue en el gimnasio. Amanda siempre ha tenido problemillas para mantener la línea y a los quince años su madre no le permitía hacer dieta, por lo que se machacaba en clases aeróbicas para quemar grasas. A mí me encanta el deporte y también dedicaba a este todo el tiempo que me dejaban libre mis estudios. Pronto nos dimos cuenta de que coincidíamos en varias clases, y empezamos a hablar en los intermedios. Luego ya quedábamos directamente para ir juntas, nos parábamos a tomar un café... y poco a poco nos hicimos inseparables.

—¿Cuánto tiempo hace de eso?

—Unos quince años. Juntas hemos pasado por muchas cosas.

—Novios incluidos, imagino.

—Alguno que otro, pero en este momento las dos estamos libres. Amanda ha salido con un par de chicos, aunque no han terminado de llegar a nada serio. Pero no por culpa de ella, ¿eh?, que es fantástica.

Eric contemplaba a Cris hablar de su amiga con entusiasmo y él se recreaba en su cara y en la pasión que ponía en sus palabras, en sus ojos brillantes y de vez en cuando desviaba la vista hacia la falda que volvía a subir con los movimientos bruscos. Debería haberse sentado enfrente y no a su lado, para que la mesa ocultase las piernas, porque por mucho que intentase mantener la mirada en sus ojos verdes, los de él tenían vida propia y sabían dónde querían mirar. Y sus manos, que rodeaban el frío vaso, dónde querían posarse.

—¿Y tú? —preguntó tratando de desviar la conversación de Amanda.

—Yo soy un desastre —admitió.

—¿Por qué dices eso? A mí me pareces encantadora.

—Porque no me conoces, o quizás porque te has formado una idea errónea de mí.

—En ese caso, sácame de mi error. Háblame de ti.

—Hay poco que contar, en cambio, Amanda...

Eric suspiró ruidosamente.

—¿Has tenido muchos novios?

—Solo uno, pero ya no estamos juntos. —El tono de voz se hizo más duro y Eric intuyó un hondo dolor en el fondo de sus palabras.

—¿Qué pasó? ¿Lo estropeaste tú, porque eres un desastre?

—Eso dijo él, aunque Amanda piensa algo muy diferente. No sé quién tiene razón, pero no quiero hablar de eso. Corramos un tupido velo. —Apretó los labios y miró hacia unos niños que jugaban al fondo de la plaza.

—A veces hay que hablar de las cosas para que dejen de hacer daño. Es como en las rehabilitaciones, hay que pasar dolor para que empiece a haber mejoría.

—Pertenece al pasado, no quiero recordarlo.

—De acuerdo.

—Háblame de ti.

—¿Te interesa? —preguntó, esperanzado. Quizás ella estaba derribando las barreras con que lo mantenía apartado.

—Por supuesto.

—En ese caso... ¿Qué quieres saber?

—Si has tenido otras relaciones.

Eric la miró asombrado ante la pregunta.

—He salido con algunas mujeres, pero nada demasiado serio.

—¿Eres reacio al compromiso?

—En absoluto, solo que no ha aparecido la adecuada. Estaría encantado de echarme novia y mantener el tipo de relación que tiene mi amigo Moisés con Olga.

—¿Viven juntos?

—Aún no, él vive conmigo. Pero todo llegará, imagino.

Cristina alzó los hombros, escéptica.

—Que no tengan prisa, no siempre la convivencia es la mejor forma de llevar adelante una relación de pareja. Y hablando de prisa, será mejor que volvamos ya a casa; Amanda llegará en breve y yo me muero de hambre y de ganas de probar esas croquetas.

—¿En serio tienes hambre? Si no has dejado de comer en todo el rato.

—Siempre tengo hambre. Aunque Amanda dice que no, que es solo gula.

Eric se levantó para pagar la consumición y regresaron paseando por el mismo camino que habían recorrido a la inversa un rato antes.

Al llegar al portal, de nuevo la tomó en brazos para salvar los cinco escalones del rellano. Cristina se había sorprendido aguardando expectante el momento de que lo hiciera, para volver a aspirar su olor y sentir su fuerza. Por unos segundos su desbordante imaginación la transportó a Escocia y, en vez de un fisioterapeuta amable, Eric pasó a ser un laird que la había secuestrado y la transportaba por terrenos abruptos hasta su choza, o dondequiera que vivieran los highlanders. En las novelas no se ponían de acuerdo; algunos habitaban en un castillo, otros en chozas y, si eran muy salvajes, dormían bajo los árboles.

Al llegar al piso, Eric sacó las croquetas y las dejó sobre la encimera, a la espera del momento de freírlas.

—¿Algo para acompañarlas?

—Amanda pedirá una ensalada, seguro. Yo preferiría patatas, pero no pegan mucho, ¿verdad?

—Amanda está más acertada, pero si quieres puedo pelar unas patatas para ti.

—No, déjalo, la ensalada está bien. Ella está siempre en lucha contra las calorías, pero no le hace falta, ¿a que no? Está estupenda con todas esas curvas tan bien puestas...

—Sí, es muy atractiva —admitió Eric, aunque él prefería la belleza estilizada de Cristina.

Amanda llegó a los pocos minutos y se sorprendió agradablemente al ver allí a Eric y a su amiga arreglada y maquillada, como si hubiera salido a la calle.

Durante la cena le contaron su paseo y Cris trató de mantenerse apartada de la conversación, para permitir a sus compañeros de mesa conocerse un poco más, pero le costaba mucho quedarse al margen. Se mordió los labios acallando preguntas que deseaba hacerle a Eric sobre sí mismo, y confiando en que las hiciera Amanda, pero esta se limitó a una charla sobre temas comunes y nada personales. Mientras comía las deliciosas croquetas que él había preparado, les contemplaba en silencio imaginando la buena pareja que harían si al final llegaban a gustarse mutuamente, y una ligera incomodidad se instaló en su interior. Las palabras de Eric de que buscaba una relación estable le machacaban la mente haciéndola comprender que algo de ese tipo acabaría por alejarlas a ella y a Amanda, y una leve punzada de celos la asaltó. Por su amistad con Amanda, claro. No es que Eric le interesase como hombre, más allá de imaginarlo con una falda y el culo al aire.

Tras la cena, él se despidió y prometió volver a llamar a Cris para llevarla a dar un paseo. Después, y mientras Amanda recogía la cocina, ambas amigas se enfrentaron a la conversación que flotaba entre ellas.

—¿Qué tal con Eric esta tarde?

—Bien, es simpático.

—¿Y nada más?

—He estado recabando datos para ti.

—Ajá. Cuenta.

—Le hace la colonia «en exclusiva» una perfumista que fue su paciente, de modo que si piensas regalarle un perfume, olvídalo.

Amanda esbozó una sonrisa mientras le daba la espalda y guardaba los platos en el lavavajillas.

—Bien.

—Ha tenido varias relaciones, pero ninguna seria, aunque dice que está preparado para sentar la cabeza. De modo que, si no vas en serio con él, pues mejor lo dejas correr. Es buena gente y no es cosa de hacerle daño, ¿no crees?

Aquí Amanda tuvo que hacer un esfuerzo para no lanzar una carcajada.

—Tampoco yo tengo problemas en empezar algo serio, si surge. Eric me parece un hombre estupendo, además de que está como un tren... y huele de maravilla.

—¿Verdad que sí? —preguntó con entusiasmo.

—Sí. No sabía que tú también te habías dado cuenta. ¡Como siempre estás despotricando de él!

—No lo hago. Me está empezando a caer bien. Y menos mal, porque si llegáis a algo... lo voy a tener que ver a menudo. —Aspiró con fuerza ante la idea, que le producía un gran desasosiego.

—Por supuesto. Anda, ahora vamos a dormir, que estoy muerta.

Poco después ambas amigas estaban tendidas en la gran cama de Cristina. En silencio y cada una intentando conciliar el sueño.

—Amanda...

—¿Sí?

—Volviendo a Eric...

Esta suspiró.

—Dime.

—Creo que le estás empezando a interesar.

Amanda sonrió escéptica en la oscuridad. ¿Acaso Cris no se había dado cuenta de cómo la miraba? ¿De que se la comía con los ojos y de que hasta su voz cambiaba cuando se dirigía a ella?

—¿Qué te hace pensar eso?

—Porque me ha pedido que le cuente cosas sobre ti.

—¿De mí? —La nota de incredulidad fue evidente.

—Sí. Cómo nos conocimos y sobre tus relaciones anteriores. No le he contado gran cosa, claro, solo por encima. Los detalles ya se los contarás tú, si llega el caso.

—Claro. Cris, no te comas el coco con esto, ¿vale? Dejemos pasar el tiempo y ya veremos qué ocurre.

—De acuerdo.

—Ahora, duérmete.

—Lo intentaré, pero no tengo sueño, no estoy cansada.

—Pues prométeme que no te vas a levantar a poner la lavadora o a hacer cualquier otra cosa. Tienes mañana todo el día.

—No lo haré.

Sintió cómo el cuerpo de Amanda se relajaba a su lado y poco después la respiración acompasada le indicó que se había dormido. A ella le costó bastante más, pero también acabó sucumbiendo a los brazos de Morfeo.

 

 

Estaba caminando por el campo, cojeaba ligeramente y no podía andar todo lo deprisa que solía. De pronto vio una sombra deslizarse bajo la suya, sintió una presencia a sus espaldas y un penetrante y agradable olor flotando a su alrededor. Reconocer el aroma la tranquilizó, por lo que no estaba preparada para reaccionar cuando unos brazos poderosos la alzaron en vilo, separando sus pies del suelo, y la arrastraron en la dirección contraria a la que iba. Giró la cabeza y se encontró con unos ojos de un intenso color azul que reconoció al instante. Eric. Se dio cuenta entonces de que la llevaba en brazos hacia un lugar desconocido, apretada contra su pecho desnudo. ¡Desnudo! A pesar de la ropa que ella vestía, sentía el contacto de su piel, el calor que emanaba de su cuerpo y el aliento de su respiración entrecortada mientras corría con ella a través de un sendero abrupto y escarpado. Temiendo caerse, se aferró a su cuello con fuerza y aspiró con más intensidad el olor que la mareaba. De pronto el escenario cambió. Estaba apoyada contra un árbol, el cuerpo poderoso de Eric sobre el suyo. Largos mechones de pelo castaño se enredaban en sus dedos mientras él levantaba el kilt de color verde y negro que vestía para apretarse contra sus caderas. Buscó su boca y se apoderó de ella con un beso hambriento y cargado de deseo. A continuación, le sintió invadiendo su interior y abrió las piernas para facilitarle el acceso. Sentía contra su espalda la rugosidad del árbol haciéndole daño, pero no importaba. Nada importaba salvo el deseo salvaje con que Eric estaba tomándola, con que ella estaba respondiendo. Las furiosas embestidas la hacían jadear contra su boca, sus propias manos se aferraban a él atrayéndolo una y otra vez hacia su interior, más fuerte, más rápido, más... más... Gritó cuando la llevó al orgasmo, un orgasmo salvaje como nunca había sentido antes.

—¡Cris! ¡Criiisssss! —Las leves sacudidas la hicieron volver a la realidad. Amanda estaba sentada en la cama a su lado tratando de despertarla.

Se sacudió el sueño lo mejor que pudo. Estaba empapada en sudor, temblando como una hoja. El vientre le ardía y apenas podía respirar.

—Despierta..., ya pasó. Estás aquí, en tu cama.

Cris aspiró una bocanada de aire para tranquilizarse.

—Gritabas como una loca... ha debido de ser terrible.

—Terrible, sí. Ni te imaginas cuánto. ¿De veras gritaba?

Amanda asintió, enjugando con la sábana el sudor que perlaba la frente de su amiga.

—Como si te estuvieran matando. ¿Era eso lo que soñabas?

—Algo así. Algo muy muy terrible.

—Relájate y trata de dormirte de nuevo.

—No creo que pueda... Voy a levantarme y a leer un rato, necesito distraer la mente. Sigue durmiendo tú.

—Puedo levantarme contigo y charlar sobre ello.

—No, si hablo sobre ello no lo olvidaré, y este sueño es de los que es necesario olvidar, créeme.

—De acuerdo.

Apoyada en las muletas se trasladó hasta el sofá. Allí cerró los ojos tratando de calmar el temblor que aún la acometía, de ignorar el deseo que sentía y de sacar de su mente las imágenes que se mantenían vívidas en ella a pesar de haber despertado. Tendría que dejar de ver a Eric, no podría volver a enfrentarse a él después de aquello. Había sido tan real que de verdad había sentido las embestidas del sueño, el poderoso orgasmo. Se sentía como si de verdad hubiera echado un polvo bestial minutos antes. Amanda debería arreglárselas por sí misma para atraer la atención del hombre o aquello iba a acabar muy mal. También tenía que volver a su casa por las noches, no podía arriesgarse a que se repitiera lo sucedido un rato antes y averiguara... ¿Qué? ¿Que se sentía atraída por Eric? ¿Se sentía en realidad, o solo porque era la única persona que llegaba hasta ella en su confinamiento?

Debía poner distancia con él y también con Amanda, ella no debía averiguar lo que estaba pasando.

Alargó la mano y agarrando el mando de la tele se dispuso a tragarse cualquier cosa que echaran.