20
Colaborando con la ley
Durante varios días se estableció para Cris una rutina diferente a la de las semanas anteriores. Eric pasaba a verla todas las tardes y a ella cada vez le costaba más trabajo convencerse a sí misma de que podía controlar la atracción que sentía por él. Cuando le veía entrar, llenando la habitación con su sola presencia, y el olor suave de la colonia inundaba sus fosas nasales, todo su cuerpo se agitaba. Trataba de sentarse lo más lejos posible para evitar cualquier tentación, pero cuando clavaba en ella sus profundos ojos azules y le dedicaba esa sonrisa ladeada, que la derretía por dentro, le daban ganas de mandarlo todo al diablo y arrojarse sobre él sin pensar en nada más. Luego se acordaba de Amanda y encendía la tele o se marchaba al baño para evitar la tentación.
Moisés se convirtió en un habitual de las cenas; cuando terminaba su turno de vigilancia subía a compartir un rato de charla con ellos, y luego Eric y él se marchaban. Amanda solía irse con ellos, dejándola sola y muerta de celos. En ocasiones llamaba al piso de su amiga un rato después para comprobar si ya había llegado y el teléfono fijo sonaba y sonaba sin que respondiera nadie.
La noche antes de que le quitasen la escayola, Moisés había cambiado el turno con sus compañeros y vigilaría el portal en el último tramo del día y la madrugada. El operativo se estaba alargando más de lo previsto y les habían advertido de que si no obtenían resultados pronto, deberían abandonarlo y ocuparse del resto de trabajo que se les estaba acumulando. Él se negaba a admitir que se había equivocado, confiaba en su instinto y este le decía que más tarde o más temprano el hombre aparecería y podrían detenerle. La sensación de que el anciano estaba en serio peligro si dejaban la vigilancia no le abandonaba ni un instante.
Cuando Amanda llegó, Cris y Eric estaban sentados en el sofá charlando animadamente. En la mesa de centro, un bol con restos de palomitas y un par de vasos vacíos daba constancia de que la tarde había sido animada.
—Hola, chicos. Acabo de ver a Moisés en el coche. ¿Esta noche no comparte cervecita ni cena con nosotros?
—No, ha cambiado el turno porque su compañero tiene un compromiso familiar importante.
—Yo también tengo mañana un asunto importante... ¡Por fin podré andar de nuevo sobre dos piernas! Las sirenas tienen que sentirse fatal.
—Cris, las sirenas no existen.
—Ya lo sé; en caso de que existieran, tendrían un serio problema para desplazarse.
Eric le lanzó un guiño malicioso.
—Yo creo que el desplazamiento sería el menor de sus problemas. La reproducción sí sería un asunto grave.
Cris le lanzó un manotazo en el hombro.
—Los hombres siempre pensando en lo mismo.
«Cuando estoy cerca de ti, siempre», pensó él, confiando en que su cara no dejase traslucir sus pensamientos.
—¿Cómo vas a hacer para ir hasta el ambulatorio? —preguntó Amanda, preocupada—. En otro momento me pediría la mañana, pero no está el horno para bollos en la oficina.
—¿Mucho trabajo? —inquirió Eric.
—No, no es eso. Pero mi jefe está empezando a insinuarse y si me pido unas horas seguro que se las querrá cobrar de alguna forma.
—¡Será cerdo! —estalló Eric. La sola idea de un hombre o mujer que aprovechase una situación de ventaja para imponer sus atenciones sexuales a otra persona le hacía hervir de indignación.
—¿Desde cuándo pasa eso, Amanda? —preguntó Cristina, preocupada. Su amiga nunca le había comentado nada sobre acoso en el trabajo. Cierto que su jefe era un capullo, pero no más que otros jefes.
—Desde hace un par de semanas. Ha empezado a elogiar la ropa que llevo, ha hecho preguntas a algunas de mis compañeras para averiguar si tengo pareja y cuando ha descubierto que no, ha comenzado a lanzar indirectas. De momento está ahí, esperemos que mi indiferencia le disuada de ir más allá. —Sacudió la cabeza—. Tengo una hipoteca y vivo al día, no me puedo permitir perder el empleo.
—¿Dónde trabajas? —inquirió Eric.
—Soy administrativa en una cadena de zapaterías.
—Si puedo hacer algo por ayudar... —ofreció.
—¿Algo como qué?
—Pues hay dos opciones. Presentarme a recogerte una tarde como tu novio o partirle las piernas por cerdo.
Cris sintió que algo se le rompía por dentro. Había dicho como su novio... ¿Quería serlo o solo lo decía por ayudar?
Amanda miró a su amiga, y negó con la cabeza.
—No, es mejor que no intervengas. De momento puedo controlarlo.
—Si la cosa se pone peor, el ofrecimiento sigue en pie. Solo dímelo.
—Claro, Eric, gracias. Ahora lo que me preocupa es cómo va a ir Cris mañana al médico.
Esta se encogió de hombros.
—Cogeré un taxi.
—¿Y cómo vas a salir del edificio? Ahí abajo hay cinco escalones que salvar, aparte de que entrar con la silla de ruedas en el ascensor es complicado.
—Yo no puedo dejar el hospital mañana, tengo un paciente al que es imprescindible tratar. No puede perder ninguna sesión.
—Pregúntale a Rocío. Es la vecina de enfrente —aclaró Amanda ante la mirada interrogativa de Eric—. Se ha mudado hace poco, pero ha hecho muy buenas migas con Cris.
—Ella trabaja desde temprano y en un pueblo. Me las arreglaré, no os preocupéis. Dejaré la silla en casa y usaré las muletas. Siempre puedo pedirle al chico del coche azul que me eche una mano con los escalones —bromeó.
—Claro, Moisés sale del turno a las ocho de la mañana. Le diré que te acompañe hasta el ambulatorio.
—No hace falta, Eric, lo decía de broma. Estará muerto de sueño y lo único que querrá será irse a casa.
—No le importará, le conozco.
—Puedes invitarle a un café, Cris. No tienes que ir al traumatólogo hasta las diez y está cerca, así se despejará.
Esta miró a su amiga y entendió a la perfección la indirecta.
—De acuerdo —aceptó. Quizás fuera bueno verle a solas un rato porque, por mucho que lo intentaba, las noches que habían estado los cuatro juntos no lograba sentir por él más que simpatía. Ni por asomo las mariposas que Eric le hacía bailotear en el estómago cuando la miraba.
—Se lo preguntaré cuando baje.
—Gracias.
—Voy a preparar una tortilla de patatas. ¿Te quedas, Eric?
—No debería. Estoy abusando mucho de vosotras, ceno aquí demasiadas veces.
—Bah, tonterías. Nos encanta tenerte en casa, ¿verdad, Cris?
—Claro que sí. Quédate, por favor.
—De acuerdo. Pero cuando ella pueda salir me tenéis que dejar que os invite una noche a cenar en un buen restaurante.
—¿Tienes una saneada cuenta en un paraíso fiscal? Porque con menos no le das de comer a Cris en un sitio bueno.
—¡Vete a la porra!
—La ocasión lo merecerá.
—¿Qué ocasión?
—La de verte fuera de aquí, asentada sobre tus dos preciosas piernas.
Cris no pudo evitar sentir que una sensación cálida la recorriera ante la mirada que él deslizó sobre los muslos, cubiertos por un pantalón de tela ligera.
—Me moderaré con la comida, tranquilo.
—No te lo creas... eso es algo imposible. Yo creo que lo único que puede hacer que se olvide de la comida es que un tío la tenga varios días sin salir de la cama.
—Para eso también hay que comer —advirtió Eric.
—Sí, pero solo entre polvo y polvo.
—No tiene gracia —susurró dedicándole a su amiga una mirada aviesa.
Eric decidió seguirle la corriente y de paso averiguar algo más sobre los gustos sexuales de Cris.
—¿Sueles dejar de comer de forma compulsiva cuando estás en la cama? ¿O haces incursión al frigorífico entre polvo y polvo?
—No sé lo que significa «entre polvo y polvo».
—¿Cómo que no lo sabes?
Amanda acudió en su ayuda.
—Que su ex era de «sábado, sabadete».
—¿No es lo normal?
—¡Noooo! —saltaron al unísono Amanda y Eric.
—No en gente joven, cielo —añadió su amiga.
—Perdona si la pregunta te suena demasiado personal, pero como tu pie y mis testículos ya han tenido contacto íntimo, considero que tenemos la suficiente confianza para hacerla. ¿Nunca te han tenido toda una noche en danza, en un maratón de sexo, y te has levantado que no te podías ni sentar?
Ante la mirada evasiva de Cris, Amanda respondió por ella.
—¡Qué la van a tener! Si no ha salido del misionero, y eso de semana en semana.
Eric clavó los ojos en los de ella, que eludían su mirada. Respiró hondo mientras pensaba: «El día que te pille te vas a enterar de lo que es echar un polvo... o unos cuantos.»
—Hablemos de otra cosa; mi ex vida sexual no tiene ningún interés.
—En eso tienes razón, la que importa es la futura. Tenemos que buscarte un buen mozo, alto y fuerte, con el que puedas cumplir tu fantasía.
—¡Ya te estás callando, Amanda!
—No, sigue contado, que esto se pone interesante. ¿Tienes una fantasía? ¿Un «danés», tú también?
—En realidad...
—¡¡Que te calles, coño!!
El exabrupto sorprendió a ambos. Cris raramente decía palabrotas, por lo que dedujeron que estaba muy enfadada.
—De acuerdo, de acuerdo... Sí tiene una fantasía, pero si quieres saberla la tendrás que convencer para que te la cuente ella. Yo ya me quedo calladita y me voy a la cocina a preparar la tortilla de patatas. ¿Tú crees que a Moisés le apetecería un trozo?
—Seguro que sí. Cuando está en el coche se toma un simple sándwich.
—Bien, mándale un mensaje y dile que en un rato le bajamos la cena.
Amanda entró en la cocina y Eric se inclinó sobre Cris y le acarició la barbilla. Luego, le susurró bajito:
—No te enfades con ella, ha sido culpa mía. Yo pregunté, pero es que todo lo relacionado con fantasías sexuales me produce mucha curiosidad. De ahí todo el lío del «danés» con el que nos conocimos.
—No tenía derecho a mencionar la mía.
—Es cierto, pero me interesa mucho. ¿No me la vas a contar? Prometo no decírselo a nadie.
Cris negó con la cabeza. Los dedos de Eric se deslizaban despacio por el mentón, acariciándolo con suavidad.
—Por favor... yo ya te he dicho la mía. Creo que sería lo justo, ¿no?
—Mejor le preguntas a Amanda la suya, que la tiene muy calladita. —Apartó la cabeza para deshacerse de los dedos de él, que la estaban perturbando demasiado. No quería que Amanda saliera de la cocina y los sorprendiese. Y tampoco quería sucumbir a la tentación de deslizar un poco los labios y besar esos dedos que la acariciaban y que lanzaban latigazos por todo su cuerpo.
—La de ella ya la sé.
Los celos le dieron un violento puñetazo en el estómago. Tragó saliva y susurró con los labios apretados.
—Pues con esa ya tienes más que suficiente, ¿no te parece?
Él alzó las manos en señal de rendición.
—De acuerdo, no pregunto más... hoy. Pero te aseguro que soy muy tenaz y acabaré por saberla.
«Por encima de mi cadáver.»
Se hizo un incómodo silencio que duró hasta que Amanda asomó la cabeza por la puerta de la cocina. Había terminado de preparar la tortilla y colocado un gran pedazo troceado en un tupper, al que añadió pan y una lata de refresco de cola.
—Voy a bajarle la cena a Moisés.
—Llévale también unas cuantas galletas de las que compraste ayer y que tanto le gustan —comentó la dueña de la casa.
Eric sintió que debía ofrecerse a hacerlo él, pero no le apetecía dejar a Cris. No sabía si esta querría reanudar las visitas una vez le quitasen la escayola y deseaba aprovechar todos los momentos posibles de estar con ella.
—En seguida vuelvo.
—Yo pondré la mesa —se ofreció Eric.
—Mañana podré hacerlo yo... ¡No veo el momento!
Él se sentó más cerca, una vez Amanda hubo salido.
—¿Estás enfadada por lo de la fantasía?
—No, pero hay cosas de las que no me gusta hablar.
—De acuerdo, cuando me digas «tema tabú», pasaré a otra cosa. Tomo nota.
Volvió a acercarse más. Demasiado.
—¿No ibas a poner la mesa?
—Antes quiero preguntarte una cosa.
La voz de Eric, tierna y acariciadora, alertó sus defensas.
—Tema sexual tabú.
—Solo quería saber si a partir de mañana vamos a dejar de vernos. Ya no tendré excusa para venir aquí y compartir una tarde contigo.
—A partir de mañana no voy a tener tardes libres. Trabajaré de la mañana a la noche, como hacía antes.
—Recuerda que has aceptado una invitación a cenar.
—Con Amanda.
Eric sonrió.
—Sí, claro. Las dos.
—Le podríamos decir a Moisés que se una. Será divertido cenar los cuatro juntos.
—Te lo iba a proponer, necesita con quién salir y se lo pasa bien con vosotras.
—Estupendo, entonces. Los cuatro de cena. Ahora ve a poner la mesa o se enfriará la tortilla.
Eric suspiró y se levantó del sofá en dirección a la cocina.
Moisés vio cómo Amanda se acercaba hasta el coche con una bolsa de plástico en la mano. Abrió la portezuela del copiloto y la invitó a entrar:
—Sube.
—Solo te traigo la cena. Eric y Cris me esperan arriba.
—Quédate un momento. Hay una señora mirando el coche, que piense que te estaba esperando, que estoy aquí por una cita.
—De acuerdo. Además, creo que esos dos necesitan un momento a solas. ¡Por Dios, no acaban de caer ni con empujones! Llevan toda la tarde comiéndose con los ojos, pero no hay forma de que se coman nada más.
Moisés abrió el tupper, que desprendía un delicioso olor.
—Hay mucha comida aquí. Cena conmigo y dejemos a los de arriba, a ver qué pasa.
—Me estarán esperado.
—Eso tiene fácil arreglo. —Cogió el móvil y escribió un mensaje para Eric: «Amanda se queda a comer conmigo. Va a servirme de tapadera porque hay una señora curioseando por aquí. Cenad vosotros.»—.Ya no te espera nadie.
—Bien —dijo metiendo la mano en el tupper dispuesta a saborear la tortilla y la compañía—. ¿Te ha preguntado Eric si puedes acompañar mañana a Cris al ambulatorio para que le quiten la escayola?
—No.
—¿Podrías hacerlo? Ni él ni yo podemos dejar el trabajo y no queremos que vaya sola. Con lo impulsiva que es y las ganas que tiene de librarse del yeso es capaz de partirse la otra pierna.
—Claro, sin problemas. La acompañaré y la traeré de nuevo a casa, sana y salva. Se lo debo a Eric, cuidaré de su chica, por lo mucho que él está cuidando de mí estas semanas. No sé si os ha contado que acabo de dejar una relación de dos años.
—No ha entrado en detalles, pero sí, sé que has roto con tu novia hace poco.
—No sabéis lo que estas noches de cena con vosotros están suponiendo para mí. Cuando estoy arriba, me olvido de todo.
—Me alegro. Sé lo que se siente, todos hemos terminado una relación alguna vez.
—¿También tú?
—Sí. Hace tiempo y no fue demasiado importante, pero sé lo perdido que estás al principio.
Alargó la mano y la colocó sobre la de él.
—Puedes contar conmigo si en algún momento necesitas hablar, o salir a tomar una copa... y no está Eric.
Moisés giró la muñeca y apretó la palma contra la suya.
—Gracias.
Fue un apretón muy breve, pero Amanda sintió la fuerza y el calor que desprendía aquella mano.
Después, ambos volvieron a comer, en silencio.
Media hora más tarde subió de nuevo con la bolsa vacía. Abrió la puerta con cierto ruido por si pillaba a Cris y a Eric en alguna situación comprometida, pero estaban sentados, ella en el sofá con la pierna extendida y él en el sillón individual, lejos el uno del otro, viendo una película en la televisión.
Eric se incorporó al verla llegar, y se puso de pie.
—Lamento haberos dejado colgados con la cena, pero Moisés necesitaba ayuda.
—No te preocupes. Me marcho ya.
—Yo también, en cuanto recoja la cocina.
—Ya está recogida.
—Vaya, gracias. En ese caso, bajo contigo. Moisés subirá mañana cuando salga del turno y te acompañará al ambulatorio. —Se dirigió a Cris, que continuaba sentada en el sofá, muy seria.
—Bien.
—Buenas noches.
—Buenas noches.
—Hasta mañana.