8
Inválida
Amanda llevó a Cris a su casa y volvió al trabajo, que había abandonado precipitadamente. Regresó por la tarde, a la salida, para prepararle la cena. A mediodía, Cris había sobrevivido con lo que le ofreció a Eric, por lo que debería estar hambrienta.
La encontró tal como la dejara: sentada en el sofá con la pierna estirada sobre una silla y muy abatida.
—¿Cómo estás?
—Fatal. Me duele bastante, ya se ha pasado el efecto del calmante que me inyectaron en el hospital, pero eso no es lo peor.
—Lo peor es que llevas sentada cinco horas y además no has comido en condiciones, ¿verdad?
—¡Cómo me conoces!
—No puedo hacer que te levantes, pero voy a prepararte la cena. ¿Qué te apetece?
—Patatas fritas con dos huevos, pimientos y beicon.
—¡Que solo te has saltado una comida, Cris! No vienes de ayunar un mes. Menos mal que no eres musulmana y tienes que hacer el ramadán.
—Me habría convertido al cristianismo, donde todo se celebra comiendo.
Amanda se dirigió a la cocina.
—Ayúdame a sentarme en la silla, tengo que entrar al baño. Después me voy contigo a la cocina y te echo una mano. Seguro que hay algo que puedo hacer y necesito un poco de calor humano y charla insustancial.
—Venga.
—Aunque mejor lo intento yo sola. No vas a pasarte aquí mes y medio y no puedo esperarte para ir al baño. O hacer cualquier otra cosa. No quiero depender de ti para todo.
—Yo intentaré venir todo lo que me sea posible, pero tienes razón. A pesar de eso vas a pasar mucho tiempo sola y necesitas valerte un poco por ti misma. Si Rocío tuviera otro horario podría echarte una mano, pero ella suele llegar a la misma hora que yo.
La nueva vecina había resultado ser una chica encantadora. Cuando tenía tiempo, o su novio estaba entretenido con algún programa de televisión que no le gustaba, pasaba a charlar un rato con ella.
Con esfuerzo, Cristina consiguió sentarse en la silla de ruedas y con la energía acumulada durante horas de estar quieta se impulsó con las manos en las ruedas, chocando casi con la pared del salón.
—¡Para... para que te matas! Ve despacio.
—La silla de ruedas no cabe por el vano. Para entrar al baño voy a tener que usar muletas.
—Sí, eso parece. El corredor es estrecho y la silla no gira. Además, tampoco cabe por la puerta. De momento te ayudo yo.
—Voy a tener que conseguir unas muletas, aunque solo sea para esto. ¿Tienes idea de cómo? ¿Se compran? ¿Se alquilan?
—No lo sé, Cris. Quizás deberíamos preguntarle a Eric.
—Creo que no deberíamos molestarle más. Se ha portado genial esta mañana... pero le dimos las gracias y es mejor que lo dejemos ahí.
—¿De verdad que no te gusta?
—Es atractivo, no te lo voy a negar..., pero no me gusta —dijo sin mucha convicción.
Amanda estudió a su amiga. Sus palabras no la habían engañado; aunque no quisiera admitirlo, Eric le gustaba. No sabía si su negativa a seguir conociéndole se debía al mal comienzo que habían tenido o al miedo a una nueva relación. Adolfo, su ex, la había dejado muy tocada cuando se marchó y le había costado mucho salir del bache. Entendía que estuviera asustada de volver a enamorarse, había sufrido mucho.
—Entonces... —preguntó con cautela—, ¿no te importa si lo intento yo?
—¿Te gusta?
—Pues claro, es un bombón. Pero a él parece que le interesas tú.
Cristina frunció el ceño levemente y no respondió. Entró en el baño y cuando poco después estuvo sentada de nuevo en la silla de ruedas y acompañó a Amanda a la cocina, esta volvió a retomar el asunto.
—Volviendo a lo de Eric... ¿Puedo intentarlo? No quisiera meterme en medio si te interesa.
—En absoluto —dijo demasiado deprisa—, pero... ya has dicho que parece que viene por mí.
—Pero si tú no le das pie, y me trata a mí... quizás...
—Todo tuyo.
Amanda estudió a su amiga con detenimiento. Había colocado un cuenco sobre las rodillas y se afanaba en pelar patatas con demasiado ímpetu. El pelador cortaba la piel y parte de la carne con tajos despiadados.
—Tendrás que ayudarme.
—¿Cómo? ¿Diciéndole lo buena chica que eres?
—Claro que no, eso se lo iré demostrando yo poco a poco. Necesito que lo traigas a tu casa.
—Amanda...
—¡Por favor, Cris! Si lo intento yo me dará una excusa, seguro, porque de momento no le intereso. Pero si le llamas tú para que te dé un masaje, que de todas formas vas a necesitar, no sospechará nada. Luego aparezco yo arregladita y mona, le doy conversación y... ¿quién sabe?
Cristina pensó que iba a estar mes y medio dependiendo de su amiga para muchas cosas y se merecía que hiciera eso por ella. Pero la idea de tener a Eric por allí, con su sonrisa pícara, su colonia y sus anchos hombros, no le hacía gracia. Algo en ese hombre despertaba en ella cosas que no deseaba. Aunque si le gustaba a Amanda, era suficiente para que dejara de pensar en tonterías.
—Yo te pago los masajes —ofreció Amanda viéndola titubear.
—No, los pagaré yo. Probablemente los necesitaré. Ya bastante voy a abusar de ti durante el tiempo que esté escayolada.
—¿Eso es un sí?
—Sí —suspiró resignada—. Es lo menos que puedo hacer por ti.
—Gracias, Cris. Puedes llamarle ahora y preguntarle por las muletas.
Como si se hubiera establecido algún tipo de telepatía, el móvil de Cristina sonó en el salón. Amanda se apresuró a salir a cogerlo para llevárselo a su amiga.
—Hablando del rey de Roma...
—¿Eric?
Asintió entregándole el aparato.
—Hola...
—Hola, Cristina. Espero no ser inoportuno...
—No, solo estaba pelando patatas.
—¿De pie? —inquirió con un punto de alarma en la voz.
—Tranquilo, sentada en la silla de ruedas. Recuerda que en las manos no tengo nada.
—De acuerdo. Te llamaba para preguntarte cómo te encuentras, espero que no te moleste.
—No me molesta, yo estaba a punto de telefonearte también.
Eric se quedó perplejo al escuchar la frase y no pudo evitar que una sonrisa aflorase a sus labios.
—¿En serio?
—Sí. —Cris titubeó un poco antes de seguir—. Quería preguntarte una cosa. Es... bueno... tengo un pequeño problema de espacio. La silla de ruedas no cabe por determinados... sitios.
—¿Como cuáles?
—Ejem... el cuarto de baño. Necesito ayuda para entrar.
—¿Quieres que te lleve en brazos al baño? —Rio.
—Noooo... no es eso. Necesito ser independiente... no puedo esperar a que venga Amanda para... ya sabes.
—Entiendo. Y si no quieres que te lleve en brazos, que yo estaría encantado, ¿eh?, ¿qué querías pedirme?
—Unas muletas —dijo brusca—. Que me digas cómo conseguirlas.
Las carcajadas de Eric llegaron hasta Amanda, que estaba al otro lado de la cocina.
—Vale, cuenta con ellas. Te las llevo mañana, ahora mismo no las tengo disponibles. En este momento solo puedo ofrecerte mi persona para solucionar el problema. ¿Es urgente?
—Nooooo. Amanda está aquí. Con que las traigas mañana estará bien.
—De acuerdo, mándame un whatsapp con tu dirección y me acercaré después del trabajo. ¿Podrás sobrellevarlo hasta entonces?
—Seguro que sí.
—Si me necesitas me llamas.
—Podré apañármelas —dijo apretando los dientes.
—Bien. ¿Cómo estás? ¿Te duele mucho?
La voz de Cristina continuó sonando brusca cuando contestó.
—Un poco. Es normal, está roto, ¿no?
—Por supuesto. Solo trataba de ser amable, mujer; no te pongas así.
—Estoy hambrienta, dolorida y tú acabas de burlarte de mis problemas con las necesidades fisiológicas. ¿Cómo quieres que esté?
—Vale, lo pillo. Te dejo y hablamos mañana.
—Hasta mañana.
Cristina cortó la llamada y volvió a sus patatas ante la mirada enigmática de Amanda.
—¿Qué te ha dicho que te ha molestado tanto?
—Se ha ofrecido con sorna a llevarme al baño en brazos. Ya ves lo romántico que es tu Eric.
—No es mi Eric... aún. Y a mí no me gustan los hombres románticos. Pero no me digas que no tiene su punto eso de estar sentada haciendo tus necesidades y que él esté mirando.
—¡Amanda, por Dios! Es... repugnante.
Su amiga soltó una sonora carcajada.
—A lo mejor eso está relacionado con lo que él pensaba que era el «danés».
—¡No me recuerdes eso! Me mortifica mucho que pensara que yo era prostituta y que me eligió por ello. Más vale que no me lo menciones o puedo replantearme lo de contratarle para que me dé masajes. La sola idea de imaginar sus manos tocándome me da...
No quería pensar en el calor que había comenzado a sentir ante esa idea. El olor de la colonia de Eric volvió a su cerebro; no comprendía por qué ese aroma se le había fijado en la mente y salía a flote a cada momento.
—¿Morbo?
—No, repugnancia. Voy a hacer un gran sacrificio por ti, que lo sepas.
—Te estaré eternamente agradecida.
Cristina estaba deseando cambiar de tema. Aceptaría a Eric en su entorno, porque haría cualquier cosa que Amanda le pidiera, pero esperaba que no consiguiera sus propósitos. No lo consideraba digno de su amiga; seguía pensando que era un pervertido a pesar de su mirada dulce. ¿De verdad pensaba Amanda que a él le gustaría mirar mientras ella...? Se estremeció.
—¿Le falta mucho a la comida? —preguntó para sacarse esos pensamientos de la cabeza.
—Ya casi está. Si has terminado con las patatas, empezaré a freírlas
—Pues date prisa, mi estómago no aguanta más.
Con una risa divertida, Amanda terminó de preparar la cena.
Se sentaron a la mesa y Cris devoró el enorme plato de comida en un santiamén.
—Tranquila, come despacio, que no te la voy a quitar. El plato es todo para ti. —Amanda comía su tortilla francesa con calma, mirando a su amiga y lamentando la ansiedad que iba a padecer durante un mes y medio.
—¿No quieres un poco? —preguntó Cris hundiendo una sopa de pan en la yema de uno de los huevos.
—No, gracias; ya sabes que ceno ligero. No podría pegar ojo si me comiera todo eso a estas horas.
—A mí me está sentando de maravilla.
—Ya. Creo que me voy a quedar aquí esta noche, por si necesitas ir al baño de madrugada. A menos que quieras llamar a Eric.
—Nooo. Dijo que me traería las muletas mañana. Procuraré que sea a última hora de la tarde para que estés presente.
—Estupendo. Gracias.
—De nada.
Terminaron de cenar y se acostaron en la cama de Cristina.
—Hace mucho que no dormimos juntas.
—Sí —comentó Amanda—. Desde que el capullo de Adolfo se fue dejándote hecha unos zorros.
Cris recordó aquellas noches terribles en las que lloró hasta quedarse sin lágrimas en los brazos de su amiga. Noches en que Amanda había tenido que prepararle infusiones relajantes que le permitieran conciliar el sueño, otras en que se había despertado sobresaltada por terribles pesadillas. Su amistad, ya de por sí estrecha e inquebrantable, se había hecho mucho más fuerte. Cris haría cualquier cosa por su amiga, se arrancaría la piel a tiras si ella la necesitara.
—Te quiero mucho, Amanda.
—Lo sé. Yo también a ti.
—Es una pena que no nos gusten las mujeres, haríamos la pareja perfecta.
—Pero nos gustan los hombres. Mucho.
—Te voy a conseguir al señor fisio, te lo prometo.
Amanda soltó una carcajada.
—Tú solo tráelo a casa, que yo haré el resto. Y ahora duérmete, que mañana tengo que madrugar.
—Buenas noches.
—Buenas noches, Cris.