17
El perfume
Una larga semana estuvo Cris sin noticias de Eric. Mordiéndose las uñas, sintiéndose infeliz unas veces, resignada otras, pero sola y abandonada siempre.
Amanda había llegado la noche después de su ausencia sin hacer ningún comentario sobre la misma, solo preguntándole cómo estaba y sin ninguna clase de explicación. Tampoco Cris, aunque se moría de ganas de hacerlo, mencionó el asunto. Pocas veces su amiga hacía algo sin comentárselo, y mucho menos si eso implicaba romper una costumbre establecida entre ambas, por lo que dedujo que había descubierto su atracción por Eric y quería ocultarle que había estado con él.
Observó con atención su aspecto en busca de algún indicio de un encuentro apasionado, pero no encontró ninguno. Amanda estaba como siempre, y, contra lo que Cris temía, su rutina se reanudó como antes. Llegaba puntual cada noche, cenaban juntas y después se despedían. Pero Eric seguía sin dar señales de vida, por lo que empezó a pensar que, si había una mujer, esta podría no ser Amanda. De todas formas, se mentalizó para asumir que no iba a volver a verle y se limitó a esperar con impaciencia que le quitasen la escayola, algo para lo que ya le faltaba poco más de una semana. Por eso se sorprendió tanto aquella tarde cuando la llamó.
—Hola, Cris.
—¿Eric?
Se hizo un breve silencio en la línea. Ambos conscientes de cuánto les gustaba escuchar la voz del otro.
—Pensaba que te habías olvidado de mi número.
—En absoluto... Un amigo lo ha pasado mal y he debido estar ahí. Tú entiendes eso de la amistad, ¿verdad?
El corazón de Cristina saltó de júbilo. Había dicho un amigo.
—Claro que lo entiendo. Yo haría cualquier cosa por Amanda.
—Incluso no estar donde te apetece, ¿verdad?
«Incluso olvidarme de ti.»
—Sí.
—Pero ya está mejor y yo vuelvo a disponer de mis tardes. ¿Crees que podrías dedicarme hoy un rato?
El cuerpo de Cris se agitó, el corazón brincó de júbilo y dijo tratando de que su voz no sonara como la de una niña a la que llevan de fiesta:
—Seguro que puedo hacerte un hueco entre tender la ropa, Jara y sedal y las ventas en Wallapop.
—¿Has vendido muchas cosas?
—Novecientos sobres blancos.
Eric lanzó una carcajada.
—¿Tenías...? Sí, claro, en caso contrario no los podrías vender.
—¿También tú te vas a burlar de mí?
—Claro que no, pero tienes que reconocer que eres muy divertida. Te voy a compensar por mi ausencia, llevo algo que espero que te guste.
—Si lleva nata, seguro.
—No la lleva, pero confío en acertar de todas formas.
—Seguro que sí.
—En un rato estoy ahí, Cris.
Colgó con una de las sonrisas más radiantes que había lucido nunca. Después se miró: la ropa arrugada, el pelo sin lavar desde hacía un par de días, y no se lo pensó. Se dirigió al cuarto de baño y echó agua en el lavabo. Colocó una silla delante y apoyó la rodilla en el asiento. Después de agachó y procedió a lavarse la cabeza inclinándose todo lo que pudo. Se golpeó con el grifo, la espalda le dolía y estaba salpicando agua a mansalva, esperaba que no se mojara la escayola, que había cubierto lo mejor que pudo con una bolsa de plástico.
«Las mujeres se lavaban el pelo así antes —se repetía una y otra vez—. No puede ser tan complicado.»
Pero lo era, sobre todo si una tenía una pierna escayolada y un cuarto de baño pequeño. Se enjabonó sin dificultad, pero luego tocaba enjuagarse. Por mucho que lo hacía la espuma no dejaba de aparecer. Desaguó y volvió a llenar el lavabo dos veces y al final acabó metiendo la cabeza debajo del grifo. En algún momento la silla se volcó y quedó atravesada sobre la bañera, completamente empapada. Lo mismo que ella. Justo en ese momento sonó el timbre de la puerta.
«¡Oh, Dios, no...! No puede ser Eric, es muy pronto..., dijo que tardaría un rato.»
Como pudo se envolvió el pelo en una toalla, trató de enderezar la silla, pero con una sola pierna resbaló en el suelo mojado. Tuvo que asirse al lavabo y dejarla caer de nuevo con estrépito. Desde fuera del piso le llegó la voz de Eric.
—Cris, ¿estás bien? ¿Qué te ocurre? Abre, por favor.
Cerró los ojos deseando que se la tragara la tierra. Agarró las muletas y salió a abrir.
Eric había escuchado el golpe y estaba empezando a preocuparse.
—¡Cris...! ¿Qué te ha pasado?
La puerta se abrió, dejando ver una imagen devastadora. Ella estaba al otro lado con una toalla mal envuelta en la cabeza, de la que escapaban mechones de pelo que goteaban sobre sus hombros. La ropa, empapada, trasparentaba casi todo y se le adhería al cuerpo dejando poco espacio a la imaginación, y una bolsa de plástico de Carrefour cubría la escayola.
—Que soy idiota —suspiró, abatida, cediéndole el paso—. Tenía el pelo sucio y he tratado de lavármelo en el lavabo, como se hacía antes.
Eric cerró la puerta a su espalda.
—¿Y por qué no has esperado a que llegara Amanda para que te ayudase?
—Quería estar presentable.
—¿Para mí?
Iba a decirle que siempre se arreglaba para las visitas, pero le pareció una excusa tan patética como su aspecto. Se limitó a encogerse de hombros. Eric alargó la mano y le acarició la mejilla.
—Mira lo que he conseguido... estoy hecha un desastre —susurró tratando de no mirar su ropa mojada.
—Estás preciosa.
Cris bajó la mirada, ignorando el comentario, pero Eric se acercó en dos zancadas y agarrándole la cara con ambas manos empezó a besarla. Sabía a café, olía a ese perfume que se mezclaba a la perfección con su piel, y ella se olvidó del bochorno que sentía para responder al beso. Sin ser consciente de que lo hacía, enredó su lengua con la de él y saboreó su boca a conciencia. Eric la abrazó sin que le importara mojarse, la apretó con fuerza como si así pudiera compensar los días que llevaba sin verla. Cris se apoyó contra su pecho dejando caer las muletas al suelo con estrépito. A ninguno le importó. Se devoraban la boca sin tener conciencia de su alrededor, con un beso apasionado y exigente. Si les faltaba la respiración se separaban un par de centímetros y volvían a empezar. Jadeaban cuando se separaron.
Eric la miró profundamente a los ojos. Los de él relucían con un fulgor intenso.
—Cris... —susurró. No había podido contenerse. Sabía que debía ir despacio con ella para que no diera marcha atrás, pero estaba tan adorable allí de pie, apoyada en las muletas y lamentándose de su aspecto, que no había podido evitar demostrarle cuánto le gustaba, estuviera como estuviese.
—¡Ay, Dios! ¡Te he besado! También estoy apoyando el pie... No debería haber hecho ninguna de las dos cosas...
Se tocaba los labios con los dedos como si así pudiera borrar los besos intercambiados. O conservarlos, no estaba muy segura. Eric esperaba algo parecido y no se sorprendió por su reacción.
—Solo han sido unos besos, mujer, no es el fin del mundo. Y respecto a la pierna... —La alzó en brazos para evitar que siguiera de pie—, ya falta poco para que te quiten la escayola, no causará demasiado daño. ¿Dónde te llevo? Deberías cambiarte de ropa, estás empapada.
—Y me temo que te he mojado también a ti.
—Solo un poco, se secará en seguida. ¿Dónde?
—A mi cuarto. Luego limpiaré el baño, parece que ha pasado el monzón por él.
Avanzó con ella en brazos por el corredor y la dejó sentada en la cama.
—Yo me ocupo del baño, cámbiate tranquila. Si necesitas ayuda, me llamas.
—Me las apaño para vestirme, pero gracias.
Lo vio salir y encajar la puerta, después de acercarle las muletas que habían quedado abandonadas en el vestíbulo. Si la ayudaba, con el calentón que tenía y una cama cerca, Cris dudaba mucho de que no acabasen pasando a mayores. Y los condones que tenía en la mesilla estarían caducados, seguro.
Sacudió la cabeza. ¿Qué demonios hacía pensando en condones? Eric era de Amanda. Y ella le había besado hacía pocos minutos. No, eso no era verdad, no se había limitado a besarle, le había devorado como una loba hambrienta. Tenía su explicación, hacía cinco años que no se acostaba con nadie y era una mujer apasionada. Debía solucionar ese tema, pero no con el hombre que le gustaba a su mejor amiga.
Se despojó de la ropa húmeda y se puso un pantalón corto y una camiseta seca.
Cuando pasó por la puerta del baño, Eric, fregona en mano, recogía el agua derramada.
—¿Ves? Ya está todo en orden. Como si no hubiera pasado nada.
Pero había pasado, vaya si había pasado.
—Gracias. ¿No quieres una toalla para secarte un poco la camisa?
—No es necesario, apenas está un poco húmeda la parte delantera.
«Menos mal. Lo único que me faltaba era verte con el pecho desnudo.»
—Siéntate, entonces.
—Antes déjame darte el regalo que te he traído.
—¿Un regalo? ¿No es un dulce?
Eric negó con la cabeza.
—No.
Del bolsillo del pantalón sacó una caja pequeña, de unos cinco centímetros, y abriéndola, extrajo un frasco de cristal de color verde claro.
—¿Qué es eso?
—Un perfume. Mira a ver si te gusta.
Cris se sentó en el sofá y cogió el pequeño bote que él le tendía.
—¿Para mí?
—Me preguntaste por el mío, y decidí encargarle a Elisa uno para ti. Esta es una muestra, si no te gusta lo intentará de nuevo, y si te gusta, entonces preparará más cantidad.
Cris miraba el frasco al trasluz.
—¿De verdad me has encargado un perfume personal? Nunca me habían hecho un regalo tan especial.
Como Cris no hacía más que contemplar el botecito sin decidirse a abrirlo, Eric se lo quitó de la mano. Lo destapó y se humedeció el dedo índice. Luego, lo deslizó por el cuello de la chica con suavidad, justo debajo de la oreja. Él no lo había olido antes, Elisa le había recomendado no hacerlo porque sería al fundirse con la piel cuando tomaría su olor definitivo.
Cris se estremeció con el contacto: el dedo de Eric parecía dejar un reguero de sensaciones en su cuello. El perfume se fusionó con su propio olor y supo que había formado algo intrínseco con su persona, algo que la identificaba por completo.
Él se acercó para aspirarlo. Aguantó las ganas de enterrar la cara en el cuello y lamer el pedacito de piel donde había extendido la fragancia, pero recapacitó justo a tiempo, antes de apoyar la boca. Se limitó a frotar la punta de la nariz, con suavidad. Después, se obligó a separarse.
—¿Te gusta? —le preguntó a una jadeante Cris.
—Mucho —respondió sin estar muy segura de si se refería al perfume o a lo que él acababa de hacer.
—Me alegro. Le diré que prepare un frasco más grande.
—¿Cómo ha podido hacerlo? Crear un perfume que me identifica tanto, sin conocerme.
—Hemos hecho un poco de trampa. Yo le he hablado de ti, y Amanda me proporcionó un pañuelo de cuello tuyo, impregnado de tu olor corporal, para que trabajase sobre él.
—Te has tomado muchas molestias para hacerme este regalo, Eric. ¿Por qué?
Él le agarró una mano, en plan fraternal, y mirándola a los ojos respondió:
—Porque eres una mujer fantástica, y te lo mereces. En cierto modo pienso que te ofendí al principio de conocernos, y quiero compensarte.
—¿Por pensar que era prostituta?
—No sé muy bien por qué, pero te hice enfadar y eso no me gusta.
—No tenías que regalarme un perfume por eso, ya te has redimido de sobra.
—Entonces, dejémoslo en que te lo he regalado porque me apetecía.
—Gracias. Respecto a lo de antes... al beso.
—También te besé porque me apetecía...
Cris sacudió la cabeza.
—Si lo prefieres puedo decirte que quería comprobar si después de la patada todo funcionaba como debía. Debo informarte que sí, aunque con toda probabilidad lo habrás notado tú también, ¿no?
—No me fijé demasiado. Estaba más pendiente de mi propia reacción al beso. No suelo arrojarme así sobre los hombres. En mi defensa debo decirte que llevo mucho tiempo sin estar con nadie.
Eric alzó una ceja, divertido.
—¿Es eso una proposición? ¿Quieres que nos montemos un «danés»?
—No, no... no. Solo te estaba dando explicaciones por mi comportamiento.
—No hacen falta explicaciones, Cris. Somos adultos y nos hemos besado. A los dos nos apetecía y no hay más que hablar. Ahora, ¿me invitas a un café? Sería una forma estupenda de agradecerme el perfume.
—Te invito a cenar también.
—Debo irme temprano. Mi compañero de piso lo ha dejado con la novia y lo está pasando regular. Quiero cenar con él.
—Vale, tomemos entonces el café.
—No te muevas, yo lo preparo.
Eric entró en la cocina y Cris aspiró con fuerza. Aquella tarde había sentido cosas que hacía mucho tiempo no experimentaba. Y como Eric había dicho, eran adultos y se trataba solo de un par de besos. Amanda y él no tenían nada aún, y por lo tanto no podía considerarse una traición. A pesar de eso, no sería capaz de contárselo a su amiga, pero tampoco era necesario porque no se repetiría.