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El encuentro
Amanda dormía cuando el sonido insistente del móvil la sacó con brusquedad de un sueño profundo. Por unos breves segundos se maldijo por no haber desconectado la alarma la noche anterior, pero apenas la bruma del sueño se disipó comprendió que no se trataba de la musiquilla del despertador, sino de una llamada entrante. Alargó la mano y miró la pantalla. Cris, y el reloj marcaba las siete y diez de la mañana.
Con mala uva descolgó.
—Dime que te estás muriendo o no respondo de mí.
—¿No has visto los whatsapp que te he mandado?
—Difícilmente, puesto que estaba durmiendo. Dur-mien-do. Es domingo y son las siete y diez de la mañana, y la gente normal duerme.
—Ufff, lo siento, no me he dado cuenta de la hora.
—¿Qué quieres?
—Te he mandado unas fotos con la ropa que me voy a poner esta tarde, para que me ayudes a decidir, pero no respondías.
—Porque le quito el sonido al whatsapp, que te conozco. ¿No tienes horas en el día para decidir qué te pones? Has quedado a las cinco, Cris.
—Pero tengo muchísimas cosas que hacer hasta entonces. Lo quería dejar preparado antes de irme a correr.
—¡Duérmete, joder, en vez de irte a correr! Es domingo.
—No puedo, tengo la hora cogida. Bueno, ¿vas a mirar las fotos o no?
Suspirando miró los mensajes y las fotos.
—Ninguna de ellas. Ponte un traje de buzo, con un pervertido como ese será lo más aconsejable.
—Seguiré buscando en el armario.
—¡Pero no me llames para pedirme consejo antes de las doce de la mañana! —bufó de nuevo.
—De acuerdo, perdona.
Se volvió hacia la cama donde tenía esparcidos varios conjuntos, los guardó en el armario y continuó rebuscando en él. Quizás, debería optar por el traje de chaqueta que constituía el uniforme de la inmobiliaria, elegante y sobrio. Eso le daría un aire de profesionalidad y, si Amanda tenía razón, disuadiría a aquel hombre de otras posibles ideas.
Eric salió de su habitación ya vestido para ir a reunirse con Cristina y su amiga. Moisés lo miró con ojo crítico. Los vaqueros negros y la camisa blanca cuello mao abierta hasta el pecho.
—¿No voy bien? —preguntó.
Moisés movió la cabeza, dubitativo.
—No sé si es lo más adecuado.
—Es que no tengo ni idea de cómo se viste uno para ir a ver a una puta.
—Ten cuidado de no llamarla así, podrías ofenderla; si tienes que hacer referencia a su profesión di prostituta. Suena más elegante, más fino.
—Perdona, pero no tengo costumbre. Y hago esto por ti.
—Por supuesto, por supuesto... —dijo con sorna.
—¿Y por qué no voy bien? ¿Qué le pasa a mi ropa?
Moisés entrecerró los ojos antes de decir:
—Esa camisa es difícil de quitar. Se saca por el cuello y tú eres muy alto, casi seguro que ella no va a llegar.
—¡No voy a acostarme con ella! Solo a advertirle del riesgo que corre.
—Y a preguntar sobre lo que nos intriga...
—No te preocupes, que no se me olvida el interés que tienes en averiguar lo del «danés».
—¿Solo yo? —Rio.
—Yo también tengo curiosidad, no te lo niego; pero el que está deseando practicarlo eres tú.
—Ya, ya... —Volvió a reír.
—Me voy o llego tarde.
—Llámame en cuanto puedas.
Eric se echó a reír.
—Pareces mi madre.
Caminó hasta el lugar de la cita. Ya desde lejos vio a las dos mujeres sentadas a una mesa en la terraza de la cafetería y reconoció a Cristina al instante. Vestía un traje de chaqueta negro y una camisa blanca solo abierta en el botón del cuello, elegante y sobria. Nada de escotes ni de ropa ajustada, nada de «enseñar la mercancía», como era lo habitual. Sintió que se excitaba contra su voluntad. Aquella mujer sabía lo que hacía. Por suerte la camisa holgada cubría la evidencia, porque los ojos expertos de ella se darían cuenta de inmediato y no le permitiría rechazar su oferta.
Se acercó despacio a la mesa. Los ojos de ambas mujeres se clavaron en él al comprobar que se dirigía hacia ellas, y pudo leer la admiración que su físico despertaba en el sexo femenino.
—Hola, soy Eric.
Los ojos de Cristina lo miraban con asombro, como si no le conociera. ¿Sería posible que ni siquiera le hubiese echado un vistazo a su foto de perfil?
—Cristina. Y ella es Amanda —dijo tendiéndole la mano.
Eric se la estrechó. Una mano bonita y cuidada, que apretó la suya con determinación. Amanda hizo lo mismo, sin dejar de observarle. Eric sintió que empezaba a sudar. Si aquella mujer iba a mirar, lo iba a poner muy nervioso. Luego, tuvo que recordarse que solo iba a avisarlas de que estaban cometiendo un delito.
—Siéntate. ¿Qué te apetece tomar?
—Un café. ¿Y vosotras?
—También café —dijo Cristina.
—Un té —pidió Amanda.
Eric le hizo una seña al camarero, que se acercó presuroso para tomar nota de la comanda.
—¿No queréis un dulce? —preguntó Cristina mirando con avidez los platos de la mesa colindante.
—Yo no.
—Tampoco yo, pero pide uno si te apetece.
—Voy a ver qué tienen —dijo levantándose y entrando en la cafetería. Eric la siguió con la mirada. Alta y delgada, elegante con su traje de chaqueta, no pudo evitar preguntarse si llevaría ropa interior debajo. Y si su pelo rojo se extendería a otras partes de su cuerpo.
Percibió la mirada de Amanda sobre él y se sintió pillado en falta, como si hubiera adivinado sus pensamientos.
—De modo que quieres contratar a Cris.
—Así es.
—Es una buena profesional.
—No lo dudo.
Amanda contuvo las ganas de preguntarle qué quería de su amiga, porque no se le había pasado por alto la mirada que le había dedicado mientras entraba en la cafetería. Una mirada que no se le dedicaba a un guía turístico.
Cris volvió y se sentó de nuevo a la mesa.
—Tienen un surtido enorme, me ha resultado muy difícil elegir.
Casi detrás de ella apareció el camarero con el pedido, y al fin se encontraron los tres frente a frente, con un incómodo silencio entre ellos.
—Bueno, creo que es el momento de hablar de negocios —propuso Cristina.
—Tú vienes muy elegante —dijo Eric por decir algo—. Yo me he vestido informal.
—Es mi uniforme de trabajo; tú eres el cliente, puedes vestir como quieras.
—Claro... es que yo, es la primera vez que hago esto. Aunque supongo que eso lo dicen todos.
—También es la primera vez que lo hago yo, de modo que no sé qué suelen decir. Aunque no veo por qué deberían ocultarlo, no es ninguna vergüenza.
—Depende de cómo se mire. Y puede constituir un delito.
—Si lo dices por las agencias, esto está debidamente tipificado, es un servicio entre particular y particular. Y reglamentado a nivel fiscal, yo voy a pagar los impuestos que me correspondan, de modo que las agencias no deberían suponer un problema.
Eric ladeó la cabeza, mirando a Amanda, que no apartaba los ojos de él.
—¿Tampoco lo de tu amiga?
—¿Qué pasa con ella? Solo quería conocerte y tú estuviste de acuerdo en que viniera.
—Y mirar.
—¿Qué tiene de malo? Si el cliente acepta, no veo el problema.
—No, claro.
Eric se sentía cada vez más confundido. La chica no aceptaba su aviso, y no sabía qué hacer a continuación. Pero lo último que quería era levantarse de aquella mesa y poner fin a la conversación; la cara graciosa, la voz suave y el bonito cuerpo que adivinaba bajo el sobrio traje de chaqueta le tenían subyugado. Le gustaba mucho aquella chica, lástima que no fuera solo una mujer buscando pareja.
—Dijiste que me enseñarías tus tarifas.
—Por supuesto. ¿Qué quieres ver exactamente? ¿El centro?
Eric levantó los ojos hasta sus pechos. Y a pesar de tratarse de una prostituta dispuesta a mostrar sus encantos por dinero, se sintió como si la estuviera ofendiendo con su mirada.
—También algunos... alrededores. Y, por supuesto, «el danés».
Cristina levantó los ojos al cielo.
—Ya lo suponía. Lo traigo preparado.
Eric sintió que su entrepierna daba un nuevo tirón y contuvo un suspiro.
—Pues el centro, y algunos alrededores, con el danés incluido, cincuenta euros la media hora. Aunque no creo que dé tiempo, pero ya sabes, si es una hora se duplica el precio. ¿Estás interesado? Si sois un grupo os saldrá más económico porque cobro por tiempo.
—No es barato porque sería yo solo.
—Es algo especial, y las cosas especiales hay que pagarlas.
—Si pudieras explicarme un poco el «danés» antes de decidirme...
—De acuerdo. God eftermiddag Córdoba Center er meget gamle men byen nået sin maksimale pragt i den arabiske periode sine vigtigste matinales Tempus-kontorer monme svarer til denne periode.1
Eric la miraba estupefacto.
—No lo entiendes, ¿verdad?
—Ni una palabra. Bueno, Córdoba sí.
—Ya lo suponía. ¿Por qué entonces ese empeño en que te hable en danés?
—Yo no me refiero al idioma, sino al otro «danés».
—¿A qué otro?
—A la práctica sexual.
—¿Existe una práctica sexual que se llama así?
—Dímelo tú. Tú eres la profesional.
—Te estás pasando. Que esté dispuesta a hacer la visita en un idioma poco convencional no significa que incluya ninguna práctica sexual en ella.
—¿Pretendes cobrar cincuenta euros la media hora solo por enseñar el chumino y pronunciar unas cuantas frases en danés? Menuda estafa. ¿Y te permites llamarte profesional?
Cris sintió que la rabia se apoderaba de ella y cogió la taza de café dispuesta a arrojársela a la cara, pero su amiga le detuvo el brazo.
—¡El chumino lo va a enseñar tu madre! Así decía Amanda que eras un pervertido. Yo no estafo a nadie, mis tarifas están claras.
—¡Con razón no tienes ningún cliente! Por muy mona que seas, ningún tonto va a pagar por lo que ofreces.
—Te he dejado muy claro por teléfono lo que ofrezco y lo que cobro, y si no estás interesado no sé qué haces aquí. Te recuerdo que eres tú quien me ha llamado.
—Te llamé porque vi tu foto en la página, y quería conocerte. Pero me empezaste a hablar de tus tarifas y que debía contratarte y aquí estoy.
—No hay ninguna foto mía en la página, solo mi currículum y mis capacitaciones.
Amanda apretó los labios con fuerza y se encogió un poco sobre sí misma.
—Claro que la hay. Y no venía exactamente a contratarte, mi compañero de piso es policía y me dijo que estabas cometiendo un delito al utilizar la página de contactos en la que estás registrada para ejercer la prostitución.
—Para empezar, yo no estoy registrada en ninguna página de contactos.
Amanda intervino.
—Ejem... sí lo estás.
Cristina desvió la mirada hacia su amiga.
—¿Esto es cosa tuya?
—Pensé que...
—Cállate, lo hablamos luego —dijo volviendo a centrar su atención en Eric—. Bueno, admitimos que estoy registrada. ¿Qué te hace pensar que quiero ejercer como prostituta? ¿Tengo acaso pinta de serlo? ¿O eres de los que piensan que las mujeres que buscan pareja son todas unas putas?
—Yo no pienso nada de eso, pero tú dirás qué podía pensar si me hablaste de tarifas, de enseñar y de una amiga que venía a mirar... Y del «danés», que creímos que era una práctica sexual extraña, porque en Internet no la encontramos.
Aquí Amanda no pudo controlar una carcajada, pero Cris estaba enojada de verdad.
—Ya entiendo. Y tú, como un salido, te apresuraste a venir a averiguar de qué se trataba, ¿no?
—No. Bueno, sí, teníamos curiosidad, pero en realidad vine para evitarte problemas.
—¡Y yo me lo creo! Mira, será mejor que te vayas si no quieres que te suelte de corrido toda la jerga en «danés» que me he estado aprendiendo durante una larguísima noche. ¡Media hora de explicación!
—Antes me gustaría preguntarte algo. ¿A qué se refieren tus tarifas? ¿Qué es lo que enseñas?
—No lo que tú piensas. Córdoba, enseño Córdoba: la mezquita, el alcázar, Medina Azahara... El centro.
—A eso te referías cuando hablabas del centro.
—Pues claro... ¿Qué pensabas tú?
—Bueno... ya te lo puedes imaginar.
Amanda ya no pudo contener más la risa. Se tapó la boca con la mano para que Cris no lo advirtiera. Pero su amiga estaba demasiado enfadada para darse cuenta.
—¿De verdad pensabas que te iba a enseñar...? ¡Hay que tener la mente sucia! ¡Largo de aquí, pervertido, no quiero volver a verte en mi vida!
—No te pongas así, mujer, solo ha sido un malentendido.
—¡¡Largo!!
Comprendiendo que estaba muy enfadada, Eric decidió marcharse. Sacó un billete que cubría de sobra el precio de las consumiciones, lo dejó sobre la mesa y se marchó. Pero aquella mujer le gustaba y había sido una agradable sorpresa que no fuera prostituta. La llamaría cuando se le pasara el enfado.
Cuando lo vio alejarse, Cristina se volvió hacia Amanda, que se cubría la cara con las manos y lloraba de risa.
—¿Y tú de qué te ríes?
—Por Dios, Cris, ¡no me digas que no tiene gracia!
En aquel momento el enfado de Cris se disipó y estalló también en carcajadas.
—Bueno, quizás un poco —dijo empezando a apreciar el lado cómico de la situación.
—¡No dejo de pensar qué se creería que era el «danés»!
—Y lo ha buscado hasta en Internet.
—Jolín, Cris, desde luego que te pasan unas cosas...
—Creo que para compensar el sofocón me voy a pedir otro pastel. Invita el señor pervertido. Y ya hablaremos tú y yo de ese perfil en una página de contactos.
Eric se alejó de la cafetería y a medida que lo hacía su mente iba repasando las conversaciones telefónicas mantenidas con Cristina, y acabó también riéndose a carcajadas. Cuando se serenó llamó a Moisés tal como le había prometido. Este respondió al instante.
—¿Cómo ha ido?
—La he advertido, tal como acordamos.
—¿Es tan guapa como en la foto?
—Mucho más.
—¿Habéis hecho algo?
—Solo tomar café. Y el ridículo más grande de mi vida.
—¿No has podido? ¿O te has acojonado?
—Ya te comento luego.
—Pero al menos le habrás preguntado...
—Sí.
—¿Y te ha contado de qué va?
—Con pelos y señales.
—Cuenta, cuenta...
—No seas impaciente, cuando llegue a casa. Es largo de explicar.
—Vale, vale... ¿Es tan pervertido como pensamos?
Eric contuvo una carcajada.
—¡Vas a alucinar! —dijo imaginando la cara de decepción de Moisés cuando se lo dijera.
—¿Puedo irle diciendo a Olga que se prepare para algo especial esta noche?
—Sí, sí, que se prepare. ¡Va a flipar cuando se lo enseñes!
—Bueno, ya hablamos.
1. Buenas tardes. El centro de Córdoba es muy antiguo, pero la ciudad alcanzó su máximo esplendor en la época árabe. Son de este periodo sus principales monumentos.