XXVIII

ADIOS A LA TIERRA PURPUREA

DESPUES de eso, me encontre otra vez de vuelta en Montevideo. Cuando le dije adios a Demetria, no parecia querer permitirme ir, guardando mi mano en la suya un rato inusitadamente largo. Era, tal vez, la primera vez en su vida que fuera a quedar sola entre gente enteramente extrana, y habiendo nosotros intimado tanto durante los ultimos anos, era solo natural que se arrimara un poco a mi, al separarnos. Le di otra vez un apreton de manos, exhortandola a que tuviese valor y alentandola con la esperanza de que en pocos dias mas habria pasado todo el peligro y las dificultades; no obstante, continuo reteniendo mi mano en la suya. Esta tierna desgana a que la dejara fue conmovedora ademas de halaguena, pero un poco inoportuna, pues estaba deseoso de estar a caballo y en camino. Luego, mirando la ropa algo usada que Ilevaba puesta, dijo:

- Ricardo, si voy a quedar escondida aqui hasta que me una a ustedes a bordo, entonces tendre que conocer a tu mujer con este vestido viejo. -?Ho!?Es eso entonces, Demetria, en lo que estas pensando? -dije.

Inmediatamente hable con nuestra amable duena de casa, y cuando le explique este serio asunto, ofrecio ir ella misma en seguida a Montevideo a buscar las prendas necesarias, algo en que yo no habia pensado, pero que evidentemente habia tenido a Demetria muy preocupada.

Cuando, por ultimo, llegue al pequeno retiro suburbano donde habitaba mi tia politica, Paquita y yo nos portamos, durante cierto tiempo, como un par de locos, tan grande era nuestra felicidad al hallarnos juntos otra vez, despues de tan larga separacion. Durante ese periodo no habia recibido ninguna carta de ella, y de la veintena que yo escribiera, solo habian llegado a sus manos dos o tres, asi que tuvimos mil preguntas que hacer y contestar. No se cansaba de mirarme, ni de maravillarse de mi color tostado y los bigotes y la barba que ahora llevaba; mientras que ella -?mi pobre linda mujercita!- estaba inusitadamente palida; pero, a pesar de eso, tan hermosa, que me admiraba como, poseyendola, pudiera haber encontrado a cualquier otra mujer siquiera medianamente buena moza. Le hice un relato circunstanciado de mis aventuras, omitiendo solamente algunos pocos asuntos que mi honor no me permitia divulgar.

Por ejemplo, cuando le conte de mi estada en la estancia de los Peralta, no dije nada que traicionara la confianza depositada en mi por Demetria, ni tampoco me parecio necesario mencionar la aventura con aquella picaruela hechicera de Cleta, con el resultado de que Paquita quedo muv complacida de la caballerosa conducta que habia mostrado en todo el asunto, y estaba muy predispuesta a darle a Demetria un lugar en su corazon.

No haria veinticuatro horas que estaba de vuelta en Montevideo cuando recibi una carta de don Florentino Blanco, probando que la precaucion que tomara al dejar a Demetria a cierta distancia de la ciudad no habia sido en vano. La carta me informaba que don Hilario luego cayo en la cuenta de que me habia fugado con la hija de su infortunado patron, y que no le cupo duda al respecto cuando descubrio que el mismo dia que me despedi, una persona cuya descripcion correspondia en todo particular a la mia, habia comprado un caballo y una silla de mujer y habia ido en direcci6n a la estancia por la noche.

Mi corresponsal me previno que don Hilario Ilegaria a Montevideo antes de su carta; tambien, que el habia descubierto algo respecto a la parte que yo tomara en la ultima insurreccion, y que con seguridad pondria el asunto en manos del Gobierno a fin de que me detuvieran, despues de lo cual tendria poca dificultad en obligar a Demetria a volverse con e1.

Por un momento me consterno esta noticia. Afortunadamente, Paquita no estaba en casa cuando la recibi, y temiendo que pudiese volver y tomarme desprevenido, en ese estado de desaliento, me apresure a salir; entonces, a traves de calles diagonales y angostas callejuelas, y mirando furtivamente en rededor por temor de encontrarme con la policia, me escape de la ciudad. Lo unico que deseaba en este momento era encontrar un sitio seguro donde poder reflexionar sobre la situacion sosegadamente, y concertar, si fuera posible, algun plan para burlar a don Hilario, quien habia andado demasiado listo para mi. Por ultimo, de los muchos planes que cruzaron mi mente mientras estaba sentado a la sombra de una cerca de cactos como a veinte cuadras de la poblacion, resolvi, de acuerdo con mi vieja y bien probada regla adoptar el mas temerario, cual era el de entrar inmediatamente en la poblacion y pedir la proteccion de mi pais. El unico inconveniente que presentaba este plan era que, al volver, pudiese ser prendido en el camino, lo que afligiria extremadamente a Paquita y con lo que, tal vez, la fuga de Demetria se veria frustrada. Mientras me ocupaban estos pensamientos, vi pasar en direccion a la ciudad un coche cerrado, cuyo cochero estaba un tanto borracho. Saliendo de mi escondite, logre hacer que se parase y le ofreci dos pesos para que me llevara al Consulado Britanico. Era coche particular, pero los dos pesos tentaron al hombre, asi que despues de recibir el dinero anticipadamente, me permitio subir; luego, cerrando las ventanillas y arrellanandome en los cojines, fui transportado rapida y comodamente a la casa de refugio. Me presente al consul y le conte una discreta mezcla de verdad y mentiras, diciendole que habia sido prendido forzosamente y obligado a servir en las filas de los Blancos, y que al escaparme de los rebeldes y Ilegar a Montevideo, me habia causado gran asombro econtrarme con la noticia de que el Gobierno tuviera la intencion de meterme preso. El consul me hizo unas cuantas preguntas y examino el pasaporte que el mismo me habia remitido hacia pocos dias; y luego, riendo alegremente, se puso el sombrero y me invito a que lo acompanara al Ministerio de Guerra. El subsecretario, el coronel Arocena, era, me dijo, un amigo personal suyo, y si lo podiamos ver, todo se arreglaria. Andando a su lado, me senti bien seguro y valiente otra vez, pues en cierto sentido estaba caminando con la mano apoyada en la soberbia melena del leon britanico, cuyo rugido no se provocaba impunemente. En llegando al Ministerio, el consul me presento a su amigo, el coronel Arocena, un afable caballero de edad, calvo y con un cigarrillo entre los labios. Escucho con interes y -me parecio- que con una sonrisa medio incredula, el cuento desgarrador de la crueldad con que me habian tratado aquellos malditos rebeldes de Santa Coloma. Cuando termine mi relacion, me paso una hoja de papel en que habia garabateado unas cuatro lineas, anadiendo, al mismo tiempo: - ?Vaya, mi joven amigo! Tome este papel y nadie lo molestara aqui en Montevideo. Ya hemos tenido noticias de sus hazanas en el departamento de Florida y tambien en el de Rocha, pero, no nos proponemos declararle la guerra a Inglaterra por usted.

Todos nos reimos de este discurso; en seguida, cuando hube guardado en el bolsillo el documento en cuyo margen se ostentaba el sacrosanto sello del Ministerio de Guerra, pidiendo a cuantos lo leyeren que no molestasen al portador en sus legitimas idas y venidas, agradecimos al amable coronel y nos despedimos. Pase una media hora paseando con el consul; luego nos separamos.

Mientras estuvimos juntos, habia reparado en dos hombres de uniforme a cierta distancia de nosotros, y ahora, volviendo a casa, observe que me venian siguiendo. Al poco rato me alcanzaron y me intimaron cortesmente su intencion de llevarme preso. Sonrei, y sacando del bolsillo el precioso documento del Ministerio de Guerra, se lo presente. Se mostraron sorprendidos y me lo devolvieron, excusandose, al mismo tiempo, por haberme molestado; luego se fueron, y continue tranquilamente mi camino.

Claro esta que habia andado sumamente afortunado en toda esta aventura; no obstante, no estaba dispuesto a atribuir mi facil escapada enteramente a la suerte, porque yo habia contribuido, me pareci6, en gran parte, con mi prontitud en el obrar, y en fraguar, asi de sopeton, un plausible cuento.

Sintiendome muy feliz, caminaba por las asoleadas calles de la ciudad, blandiendo alegremente mi baston, cuando de repente. al torcer una esquina, cerca de la casa de dona Isidora, me encontre cara a cara con don Hilario.

Este inesperado encuentro nos tomo a ambos desprevenidos; el retrocedio dos o tres pasos, poniendose tan palido como lo permitiera su tez morena. Yo fui el primero que volvio en si. Hasta entonces habia logrado frustrarlo, y estaba al corriente, ademas, de muchas cosas que el ignoraba enteramente; sin embargo, alli estaba don Hilario, en la misma ciudad conmigo, y habia que haberselas con el. Acto continuo, resolvi tratarlo como a un amigo, fingiendo una completa ignorancia respecto al motivo que pudiese haberlo traido a Montevideo. -?Hola, don Hilario!?Como es esto??Usted por aca??Dichosos los ojos que lo ven -exclame, dandole un buen apreton de manos y pretendiendo estar fuera de mi, del gusto de verle.

Al instante recobro su serenidad de costumbre, y cuando le pregunte por dona Demetria, respondio, despues de vacilar un momento, que estaba en muy buena salud.

- Venga, don Hilario, estamos a dos pasos de la casa de mi tia Isidora, donde estoy alojado, y me dara un gran placer presentarle a mi senora, quien se alegrara de poder agradecerle a usted, personalmente, su amabilidad para conmigo en la estancia. -?Su senora, don Ricardo!?Quiere uste decirme, entonces, que esta casado? exclamo, sorprendido, pensando, probablemente, que ya era el marido de Demetria. -?Como! Que no le habia contado??Ah! Ahora que me acuerdo, fue a dona Demetria. a quien le conte.?Que raro que ella no se lo hubiese dicho! Si, me case antes de venir a este pais… mi mujer es argentina. Venga usted conmigo y vera a una linda mujer, si eso es un aliciente.

Don Hilario estaba claramente muy asombrado, pero se habia puesto su mascara otra vez, y ahora. se mostro cortes, sereno y receloso.

Cuando entramos en la casa, le presente a dona Isidora, quien se hallaba en la sala, y lo deje conversando con ella. Me complacio hacer esto, sabiendo que aprovecharia la oportunidad para tratar de sonsacarle algo a la locuaz anciana, y que no averiguaria nada, no estando ella al tanto de nuestros secretos.

Encontre a Paquita. en su pieza durmiendo la siesta; y mientras se vestia, a pedido mio, con su traje mas elegante -un vestido de terciopelo negro que hacia resaltar su sin par belleza, mejor que otrole explique como deseaba que tratase a don Hilario. Ella, por supuesto, lo conocia por lo que yo le habia dicho, y lo aborrecia de todo corazon, considerandolo una especie de espiritu maligno de cuyo castillo encantado yo habia librado a la desdichada Demetria; pero le hice comprender que nuestro plan mas prudente seria el de tratarlo cortesmente. Consintio de muy buena gana, porque las mujeres argentinas pueden ser mas encantadoras y agradables que cualquiera otra mujer del mundo entero, y lo que la gente sabe hacer bien, le gusta que se le pida que haga.

La sutil cautela de nuestra culebrosa visita no logro ocultar de mi observacion que habia quedado extremadamente sorprendido cuando vio a Paquita. Ella se coloco cerca de el y le hable del modo mas dulce y natural, de su placer en tenerme de vuelta otra vez y de lo muy agradecida que le estaba a el y a todos los de la estancia de Peralta por su hospitalidad para conmigo. Como ya lo habia previsto, don Hilario fue completamente arrebatado por la primorosa hermosura de Paquita y el encanto de su trato para con el. Se sintio halagado y se esforzo por hacerse agradable, pero al mismo tiempo no sabia que pensar. Mientras lanzaba intranquilas miradas aqui y alla alrededor de la pieza, las cuales, como la mariposilla predestinada a la llama de la vela, siempre volvian otra vez a aquellos brillantes ojos de violeta que rebosaban disimulada bondad, la expresion desconcertada de su rostro, se fue haciendo mas y mas evidente. Quede encantado con la representacion de Paquita, y solo esperaba que don Hilario padeciera largo tiempo los efectos del sutil veneno que ella habia infundido en sus venas. Cuando se levanto para irse, yo estaba seguro de que la desaparicion de Demetria era para el un misterio mayor que nunca; y como tiro de gracia, lo invite calurosamente a que viniera seguido a vernos, mientras e1 permaneciera en la capital, y hasta le ofreci una cama en la casa; mientras que Paquita, para no ser menos, pues habia entrado de lleno en la broma, envio por el un muy afectuoso recado a Demetria, a quien ya amaba y, esperaba conocer algun dia.

Dos dias despues de esta aventura, supe que don Hilario se habia marchado de Montevideo. Estaba convencido de que no habia descubierto nada; era posible, sin embargo, que hubiese dejado a alguna persona para vigilar la casa, y como Paquita estuviera ahora muy deseosa de volver cuanto antes a su pais, resolvi no retrasar mas nuestra partida.

Bajando al puerto, encontre al. capitan de una pequena goleta que traficaba entre Montevideo, y Buenos Aires, y enterado de que pensaba partir para este ultimo puerto en tres dias mds, arregle con e1 para que nos Ilevara; tambien consintio en recibir a Demetria inmediatamente. En seguida, le mande un recado al senor Baker, rogandole que trajera a Demetria a Montevideo y la llevara a bordo de la goleta, sin pasar por la casa. Dos dias despues, por la manana me avisaron que estaba a bordo; y habiendo asi burlado al bribon de Hilario, cuyo craneo ofideo mucho me habria gustado aplastar con el pie, y teniendo todavia un dia desocupado, fui una vez mas a visitar el cerro, para. dar desde su cima un ultimo vistazo a aquella Tierra Purpurea donde habia pasado tantos memorables dias.

Cuando me acerque a la cima del gran cerro solitario, no contemple extasiado el soberbio panorama que se desplegaba ante mis ojos, ni parecio alborozarme el viento, que soplaba. fresco del amado Atlantico. Miraba al suelo y arrastraba los pies como una persona cansada. Sin embargo, no estaba. cansado, pero ahora empece a acordarme que en otra ocasion habia dicho, en este mismo cerro, muchas torpezas y cosas vanas de un pueblo cuyo caracter e historia entonces ignoraba. Recorde, igualmente, con extremada amargura, que mi visita a este pais habia traido un gran sufrimiento, quizas duradero, a un noble corazon.

- Cuantas veces me he arrepentido -dije para mi- de las crueles y desdenosas palabras que dirigi a Dolores aqueIla ultima vez que nos vimos, y ahora, una vez mas, "vengo a coger las toscas y asperas bayas" del arrepentimiento y de la expiacion, a humillar mi orgullo insular y a retractarme de todas las injusticias en que incurri la vez pasada, precipitadamente y sin pensar.

- No es una peculiaridad. exclusivamente britanica el considerar a la gente de otras nacionalidades con cierto desden, pero tal vez entre nosotros el sentimiento sea mas fuerte, o se exprese con menos reserva. Permitaseme ahora, por fin, reivindicarme de esta falta, que es inofensiva y quizas hasta recomendable en los que se quedan en sus casas, ademas de ser muy natural, puesto que el desconfiar y no gustar de las cosas lejanas y desconocidas forma parte de nuestra irracional naturaleza. Permitaseme, por ultimo despojarme de estos anticuados anteojos ingleses, con guarnicion de madera y lentes de cuerno, para enterrarlos para siempre en este cerro, que durante medio siglo y mas ha contemplado un pueblo joven y febril, luchando contra agresiones extranjeras, y tambien contra el enemigo de su propia casa, y donde, hace pocos meses, ensalce la civilizacion britanica, lamentando que hubiese sido aqui plantada y regada copiosamente con sangre, para ser desarraigada otra vez y arrojada al mar. Despues de mis correrias por el interior, donde llevaba conmigo solo una pizca menguante de aquel sentimiento, para impedir que existiera la mas perfecta armonia entre yo y los paisanos con los cuales rne asociaba, confieso no ser ahora de la misma opinion No puedo creer que mi trato con la gente habria tenido aquel delicioso y agreste sabor que he hallado si la Banda Oriental hubiese sido conquistada. y colonizada por Inglaterra, y todo, lo avieso en ella, enderezado segun nuestras ideas. Y si aquel sabor caracteristico no puede coexistir con la prosperidad material que produce la energia anglosajona, deseo fervientemente que este pais jamas conozca dicha prosperidad. No tengo pizca de ganas de ser asesinado; no hay hombre que la tenga; pero, antes de ver al avestruz y al venado ahuyentados mas alla del horizonte, al flamenco y al cisne de cuello negro muertos sobre las azulinas lagunas, y al pastor enviado a puntear su romantica guitarra en los infiernos, como paso imprescindible para la seguridad de mi persona, prefiero mil veces andar preparado para defender mi vida en cualquier momento contra el repentino ataque de un asesino.

No solo de pan vive el hombre, y la ocupacion britanica de un pais no brinda cuanto el corazon anhela. Las mercedes pueden volverse hasta calamidades cuando el poder que las concede, ahuyenta de nosotros el timido espiritu de la Belleza y la Poesia. Ni es solo porque inspira en nosotros sentimentos romanticos, que este pais ha prendado mi corazon. Es la perfecta republica la libertad que en ella siente el viajero del Viejo Mundo es indeciblemente dulce y original. Aun en Inglaterra, en nuestra condicion en exceso civilizada, tornamos periodicamente en busca de la Naturaleza,- y respirando el aire puro, de la montana y paseando la vista sobre grandes trechos de mar y tierra, hallamos que siempre nos atrae poderosamente. Es algo mas alla de estas sensaciones, puramente materiales, lo que se experimenta cuando nos asociamos, por primera vez, con nuestros semejantes en un lugar como este, donde todos los hombres son enteramente libres e iguales. Ya me parece oir a algun sapientisimo senor protestar energicamente y exclamar: "?No!?no!?no!, la Tierra Purpurea de la que usted hace tanto alarde es solo nominalmente una republica: su Constitucion es un pedazo de papel garabateado y sin valor alguno; su gobierno es una oligarquia templada por asesinatos y revoluciones". Es verdad; pero el grupo de ambiciosos gobernantes, cada uno esforzandose por derribar a su adversario por tierra, no tiene el poder de hacer sentir al pueblo.

La constitucion tradicional, mas poderosa que la escrita en letras de molde, hallase grabada en el corazon de todo hombre y lo mantiene siempre un republicano libre, con una libertad que seria dificil igualar en cualquiera otra parte del mundo. Ni el beduino mismo es tan libre, puesto que el rinde una reverencia casi supersticiosa y obedece de modo implicito a su jeque. En cambio, aqui, el senor de muchas tierras e innumerables majadas se sienta a platicar con el asalariado pastor, pobre y descalzo, en su rancho lleno de humo, sin que los separe ningun sentimiento de casta, y sin que el sentido de sus pasiones, tan distanciadas una de otra, enfrie la viva corriente de simpatia que une a dos corazones humanos.

Que alentador es hallarse con esta perfecta libertad de trato, templada solamente por aquella cortesia innata y gracia propias de los hispanoamericanos. Que cambio para la persona que llega de paises donde hay clases altas y bajas, cada cual con sus innumerables y detestables subdivisiones; para el que no aspira a asociarse con la clase superior a la suya, y que se estremece de aversion ante el servilismo y la humildad de la clase inferior a la suya. Aunque esta absoluta igualdad sea incompatible con un perfecto orden politico, yo, al menos, sentiria ver tal orden establecido.

Ademas, no es cierto que las comunidades que con mas frecuencia nos horrorizan con crimenes violentos sean moralmente peor que otras. Una comunidad en la que no hay muchos crimenes no puede ser moralmente sana. En el Peru, bajo la dinastia de los Incas, no habia, en realidad, crimenes; era algo muy fuera de lo comun que alguien cometiera un crimen en aquel imperio.

Y la razon por la cual existia ese estado de cosas, tan contrario a la naturaleza, es la siguiente: la base del sistema del gobierno incaico estaba fundada en aquella doctrina tan inicua y funesta de que el individuo guarda la misma relacion hacia el gobierno, que un nino para con sus padres; que su vida desde la cuna hasta la tumba debe serle ordenada por un poder al que aprende a considerar como omnisapiente; un poder, en realidad, omnipresente y todo poderoso. En tal pueblo no podria existir la voluntad individual o un saludable y libre movimiento de las pasiones, y, por consiguiente, tampoco ningun crimen?No es de admirar que un sistema tan indeciblemente repugnante a todo individuo que siente que su voluntad es una divinidad obrando en el, se derrumbase al primer roce de la invasion extranjera y que no dejara ni rastros de su perniciosa existencia en el continente en el que habia gobernado?

Pues todo el imperio se hallaba, por decirlo asi, podrido aun antes de su disolucion, y cuando cayo, se mezclo con el polvo y quedo enterrado en el olvido. La Polonia, un pais mal gobernado y sin mas organizacion que la Banda Oriental, antes de que fuera gobernado por la Rusia, no se mezclo asi con el polvo, cuando cayo; el despotismo, implacable del emperador de Rusia no pudo aniquilar su espiritu; su Voluntad siempre sobrevivio para endulzar la tetrica opresion con venerados suenos y para hacer que empunara con extasis feroz, el punal oculto en su pecho. Pero no habia necesidad de alejarme de este Verde Continente para probar la verdad de lo dicho. La gente que habla y escribe de las desorganizadas republicas sudamericanas, es muy aficionada a senalar al Brasil, aquel gran imperio, apacible y progresista, como un ejemplo digno de seguirse.?Un pais ordenado, si, pero su gente embebida en todo vicio abominable! En comparacion con estos emasculados hijos del ecuador, los orientales son los hidalgos de la naturaleza.

Bien puedo imaginar a un beato exclamar: "?Ay, pobre iluso!,?Cuan poca importancia podemos atribuir a vuestra plausible defensa en pro del desorden en la administracion de un pueblo, cuando vuestra propia narracion manifiesta claramente que la atmosfera moral que habeis respirado os ha corrompido! Repasad vuestro propio relato y encontrareis que habeis segun nuestros conceptos, ofendido de varios modos y en diversas ocasiones, y que ni aun teneis la gracia de arrepentiros de todas las maldades que habeis pensado, dicho y cometido".

No he leido libros sobre filosofia, porque cuando he tratado de ser filosofico, "la felicidad -como ha dicho alguien- siempre ha entrado de por medio"; tambien, porque he preferido mas bien estudiar los hombres que los libros; pero en lo poco que he leido hay un pasaje que recuerdo muy bien, y lo citare como respuesta a cualquiera que me llame una persona inmoral por no haber siempre permanecido mis pasiones en un estado de reposo, como galgos -segun el simil empleado por un poeta sudamericano durmiendo a los pies del cazador, mientras descansa cerca de una roca a mediodia: "Debieramos considerar las perturbaciones del espiritu -dice Spinoza-, no como vicios de la naturaleza humana, sino como propiedades tan de ella, como lo son al caracter de la atmosfera el calor, las tempestades, los truenos y otras manifestaciones semejantes, los cuales fenomenos aunque inconvenientes, son: sin embargo, necesarios, y tienen causas fijas por medio de las cuales tratamos de comprender su naturaleza, y el magin tiene tanto placer en verlas claramente, como en saber las cosas que halagan los sentidos". Permitaseme experimentar los fenomenos que son inconvenientes como asi los que halagan los sentidos, y es probable que mi vida sea mas sana y mas feliz que la de la persona que pasa su tiempo encima de una nube, ruborizandose por las iniquidades de la naturaleza.

Se ha dicho muchas veces que un estado ideal -una Utopia donde no existe ni la insensatez, ni el crimen ni el sufrimiento infunde en el animo una singular fascinacion. Pues yo, cuando encuentro una cosa falsa., me es indiferente quienes sean las notabilidades que la afirmen. No trato de hacer que me agrade, ni creerla, ni remedar lo que chacharea acerca de ella el mundo elegante. Detesto todo ilusorio sueno de una paz perpetua, toda maravillosa ciudad del sol donde la gente pasa su monotona y desabrida existencia en contemplaciones misticas o encuentra su deleite, como monjes budistas, en contemplar las cenizas de generaciones muertas de devotos. El estado es contrario a lo natural, e indeciblemente repugnante; el reposo sin suenos del sepulcro es mis tolerable a la mente sana y activa que una existencia semejante. Si el Signor Gaudentio di Lucca se mantuviera. todavia vivo por medio de sus maravillosos conocimientos de los secretos de la naturaleza, y se me apareciera aqui, en el presente momento, para decirme que la santa comunidad con la que vivio en el Africa Central no era un mero sueno y ofreciera conducirme a ella, no aceptaria. Preferiria quedarme en la Banda Oriental, aun cuando haciendolo llegara, por ultimo a ser tan perfecto como el peor bandido en ella, y dispuesto a vadear hasta las rodillas en sangre a la Silla Presidencial.

Porque aunque en mi propio pais, Inglaterra, el cual no es tan perfecto como el antiguo Peru o en el pais del Pofar en el Africa Central, he sido separado de la naturaleza largo tiempo, y ahora, en este pais Oriental, cuyos delitos politicos son un escandalo, tanto a la pura Inglaterra cuanto al impuro Brasil, he sido de nuevo reunido a ella. Por esta razon la amo, con todas sus faltas. Aqui, como Santa Coloma, me arrodillare en el suelo y besare esta roca como un nino podria besar el pecho que le da de mamar; aqui, sin aversion al polvo, como Juan Carrickfergus, metere las manos dentro de la tierra suelta y morena y le dare un buen apreton de manos, por decirlo asi, a nuestra querida madre, la Naturaleza, despues de nuestra larga separacion. ?Adios! hermoso pais de sol y de tormentas, de virtudes y de crimenes; que los invasores que pudieren en lo futuro pisar tu suelo, tengan la misma suerte de aquellos del pasado, y te dejen librado, por ultimo, a tus propios recursos; que el caballeresco instinto de Santa Coloma, la pasion de Dolores, el carino desinteresado de Candelaria siempre vivan en tus hijos para alegrar sus vidas con romance y beIleza; que el tizon de nuestra superior civilizacion jamas toque tus flores silvestres, ni caiga el yugo de nuestro progreso sobre tus pastores -atolondrados, airosos y amantes de la musica como los pajaros transformandolos en el abyecto campesino del Viejo Mundo.