XV
POR la noche volvio Alday con dos de sus companeros, y tan pronto como se presento la oportunidad, le llame aparte y le pedi que me facilitara un caballo para seguir mi viaje a Montevideo. Respondio evasivamente que en dos o tres dias se encontrarla el que yo habia perdido.
Le dije que si me daba uno, el podria reclamar el mio tan luego apareciera, junto con el recado, poncho y demas pilchas. Repuso que no podia darme un caballo y "ademas el recado y las riendas".
Parecia querer guardarme en su casa para algun proposito suyo, y esto me determino a abandonar la estancia a todo trance inmediatamente, a pesar de las tiernas y sentidas miradas que, bajo sus largas y rizadas pestanas, fulguraban los ojos de Monica. Por ultimo, le dije que si no me proporcionaba un caballo, me irla de su estancia a pie. Esto le altero en cierto grado; porque en este pais, donde el robar caballos y trampear en el juego se reputan pecados venales, se considera muy deshonroso el que un estanciero permita que un huesped suyo abandone su estancia a pie. Reflexiono algunos minutos sobre mis palabras, y despues de consultar con sus amigos, prometio proveerme, al dia siguiente, de todo cuanto necesitase. No habia oido nada mas de la revolucion; pero despues de cenar, Alday se puso de repente muy confidencial y me dijo que dentro de pocos dias todo el pais estaria en armas, y que seria sumamente peligroso emprender un viaje solo a la capital. Se explayo sobre el enorme prestigio del general Santa Coloma, quien acababa de tomar las armas en contra de los Colorados -el partido entonces en el poder- y termino diciendo que mi plan mas seguro seria afiliarme a los revolucionarios y acompanarles en su marcha a Montevideo, la que se emprenderia de un momento a otro. Repuse que no tenia ningun interes en las disensiones de la Banda Oriental y que no queria comprometerme formando parte de ninguna expedicion militar. Se encogio de hombros, y volviendo a prometerme un caballo para el proximo dia, se fue a acostar.
Al levantarme a la manana siguiente, encontre que toda la demas gente hallabase ya en pie. Los caballos estaban ensillados y parados al lado de la tranquera, y Alday, senalandome un caballo de regular estampa, me informo que lo habian ensillado para mi, anadiendo que el y sus amigos me acompanarian una o dos leguas para ensenarme el camino a Montevideo. Se habia puesto, de pronto, demasiado amable, pero crei, ingenuamente, que solo estaba dandome cumplida satisfaccion por la falta de hospitalidad del dia anterior.
Despues de tomar algunos mates amargos, le di las gracias a la duena de casa, mire por ultima vez en los tristes ojos negros de Monica, levantados un instante a los mios, y bese la cara conmovedora de Anita, sorprendiendola sobremanera y divirtiendo considerablemente a los otros miembros de la familia. Despues de haber caminado poco mas de una legua, manteniendonos casi paralelamente al rio, se me ocurrio que no ibamos en la debida direccion, por lo menos, para mi. Por consiguiente, detuve mi caballo y les dije a mis companeros que ya no habia motivo para que se molestasen acompanandome mas lejos. -?Amigo! -dijo Alday, acercandose-, si nos deja aura, caira con sigurida en manos de alguna partida, que al encontrarlo a uste sin pasaporte, se lo llevara a El Molino o algun otro centro. Y aunque tuviera pasaporte, de nada le serviria, pues lo harian pedazos y de todos modos se lo llevarian. En estas circunstancias, su plan mas seguro es acompanarnos a El Molino, ande esta el general Santa Coloma reuniendo sus tropas, y entonces uste podra explicarle a el su situacion.
- Yo no voy con ustedes a El Molino -dije airadamente, exasperandome su falsedad.
- Entonces nos obligara a llevarlo por la juerza -repuso.
No tenia pizca de gana de que me prendieran tan luego otra vez, y viendo que era preciso dar algun golpe atrevido para mantener mi libertad, refrene de repente mi caballo y saque mi revolver: - ?Amigos!, su camino esta en esa direccion; el mio en esta.?Adios, senores!
No bien hube terminado de decir esto, cuando recibi un feroz rebencazo, casi quebrandome el brazo y derribandome del caballo, mientras que mi revolver fue a rodar a unos doce metros mas alla. El golpe lo habia dado uno de los acompanantes de Alday, quien habia permanecido un poco rezagado; el bribon dio prueba de una rapidez y destreza asombrosas en ponerme fuera de combate.
Furioso de rabia y dolor, me levante del suelo, y desenvainando mi facon, amenace dar de punaladas al primero que se me acercase; entonces, sin medir palabras, denoste a Alday echandole en cara su cobardia y brutalidad. Sonrio solamente y dijo que tomaba en cuenta mi juventud y que, por consiguiente, no se resentia por las injurias que le habia proferido.
- Y aura, amigo -continuo, despues de recoger mi revolver y montar otra vez a caballo-, no perdamos mas tiempo, sino que apresuremonos pa llegar a El Molino, donde uste podra contarle su cuento al general.
Como yo no estuviera dispuesto a que me amarrasen al caballo y me llevaran de esa manera desagradable e ignominiosa, tuve que obedecer. Subiendome a la silla con alguna dificultad, nos encaminamos a buen galope en direccion de El Molino. El movimiento aspero del caballo que montaba, aumento el dolor en el brazo hasta que se hizo insoportable; entonces, uno de los hombres compadeciendose, me arreglo el brazo en un cabestrillo, despues de lo cual pude seguir mas comodamente, aunque siempre con mucho dolor.
El dia era excesivamente caluroso y no llegamos al lugar de nuestro destino hasta eso de las tres de la tarde. Justamente antes de entrar en la poblacion pasamos por entre un pequeno ejercito de gauchos acampados en el llano colindante. Algunos estaban ocupados en asar carne, otros ensillaban caballos, mientras que otros, en destacamentos de veinte o treinta hombres, estaban ejecutando maniobras a caballo. El conjunto hacia un cuadro de maravillosa animacion; casi todos los hombres estaban vestidos a la gaucha, pero aquellos que maniobraban llevaban lanzas con banderolas blancas que tremolaban al viento. Pasando por en medio del campamento, entramos en la poblacion; se componia esta de unas sesenta u ochenta casas de piedra o adobe, algunas con techo de totora y otras tejadas, cada una ostentando su gran jardin, En el edificio publico; frente a la plaza, estaba apostada una guardia de diez hombres con carabinas. Nos apeamos y entramos en el edificio, y se nos informo que el general acababa de salir de la poblacion y que no se le esperaba hasta el dia siguiente.
Alday hablo con un oficial sentado a una mesa en la sala a la cual nos habian conducido, tratandolo de comandante. Era enjuto de cuerpo, de edad madura, de serenos ojos garzos, de tez descolorida y tenia facha de ser caballero. Despues de oirle algunas palabras a Alday, se volvio a mi cortesmente y me dijo que sentia informarme que me tendria que quedar en El Molino hasta que hubiese vuelto el general, y yo pudiese referirle mi caso personalmente.
- No deseamos -dijo, en conclusion- obligar a ningun extranjero, ni siquiera a un oriental, a incorporarse a nuestras filas; pero naturalmente desconfiamos de toda persona extrana, habiendo ya prendido a dos o tres espias en la vecindad. Desgraciadamente, usted no esta provisto de pasaporte y es mejor que le vea el general. -?Senor oficial! -repuse-. Usted no le hace ningun bien a su causa maltratando y deteniendo a un ingles.
Contesto que lamentaba que su gente hubiese considerado necesario tratarme rudamente, pues en tales moderados terminos fue como describio mi tratamiento. Excepto ponerme en libertad, se haria todo cuanto fuese posible por hacer mi estancia en El Molino, agradable.
- Si es necesario que el general mismo me vea antes de que se me pueda dar libertad, le ruego ordene a estos hombres que me lleven inmediatamente donde el - dije yo.
- El general no se ha ido todavia de El Molino -dijo un ordenanza que se hallaba alli presente-.
Esta en la Casa Blanca al otro extremo del pueblo, y no se va hasta las tres y media.
- Es casi eso ya -dijo el oficial, mirando su reloj-. Vea, teniente Alday: lleve a este joven inmediatamente adonde el general.
Agradeci al comandante, cuyo aspecto y lenguaje eran ajenos de un bandido revolucionario, y tan pronto como pude montar a caballo, nos lanzamos a todo galope por la calle principal. Nos detuvimos enfrente a una vieja casa grande de piedras, en los confines de la poblacion, situada a cierta distancia detras del camino y escondida por una alta alameda. La pared trasera daba al camino, y despues de atar nuestros caballos a la tranquera, pasamos por el costado de la casa hacia su parte anterior y entramos en un espacioso patio. Un ancho corredor con pilastras de madera pintadas de blanco se extendian a lo largo de la fachada, y todo el patio estaba sombreado por un enorme parral. Era evidentemente una de las mejores casas del lugar, y viniendo directamente del sol deslumbrante y del blanco y polvoriento camino; el patio con su frondoso parral y el umbroso corredor, se veian deliciosamente frescos y atractivos. Un alegre grupo de unas doce o quince personas estaban reunidas bajo el corredor, algunas sorbiendo mate, otras chupando el jugo de uvas; y cuando llegamos nosotros, una senorita terminaba de cantar una cancion al compas de la guitarra. Inmediatamente distingui al general Santa Coloma, sentado al lado de la joven con la guitarra; era alto, de imponente presencia, de rasgos algo irregulares y con el rostro bronceado y curtido por la intemperie. Calzaba botas y espuelas, y sobre su uniforme llevaba puesto un ponchillo blanco de seda con franja morada. Juzgue, por su semblante, que no era feroz o cruel, segun uno concibe a un caudillo revolucionario de la Banda Oriental; y acordandome que dentro de pocos minutos se marcharia, deseaba acercarme y contarle mi caso. Los otros, sin embargo, me lo impidieron, porque quiso la casualidad que precisamente en ese momento el general estuviera entretenido en una animada conversacion con la joven. Tan pronto como la observe con atencion, no tuve ojos para ninguna otra cara alli presente. El tipo era espanol y jamas he visto de su clase, una cara mas perfecta; una profusion de pelo negro con reflejos azules sombreaba la baja espaciosa frente, la nariz perfilada, los brillantes ojos negros y sus purpureos y entreabiertos labios en flor.
Era alta, y la perfeccion de su figura corria pareja con la belleza de su rostro; llevaba puesto un blanco vestido, y como unico adorno, una rosa granate oscuro prendida al pecho. Parado a]li, inadvertido al extremo del corredor, la contenple con una especie de embeleso, escuchando su alegre y cadenciosa risa y animada conversacion y observando la ligereza y el brio de su cuerpo, sus chispeantes ojos y sus mejillas sonrosadas de animacion. "Esa si que es una mujer -pense, exhalando un desleal suspiro, y sintiendo un cierto remordimiento al lanzarlo- que yo pudiera haber idolatrado." En ese momento ella le pasaba la guitarra al general. -?Usted nos ha prometido cantar una cancion antes de irse y no acepto ninguna excusa!- dijo ella.
Por ultimo, Santa Coloma tomo el instrumento, protestando que tenia una pesima voz; y luego, rasgueando las cuerdas, empezo a cantar aquella esplendida cancion espanola de amor y de guerra:
"Cuando suena la trompa guerrera."
Era una voz un tanto aspera y sin cultura, pero canto con mucho fuego y expresion y fue calurosamente aplaudido.
Apenas concluyo de cantar, le devolvio la guitarra a la joven, y poniendose precipitadamente de pie y despidiendose de todos, se volvio para irse.
Pasando delante, me puse enfrente de el y empece a hablar:
- Tengo mucha prisa y no puedo escucharle ahora -dijo rapidamente, apenas mirandome-.
Usted es prisionero…, herido, veo; pues, cuando vuelva… -De repente se detuvo, y tomandome del brazo herido, dijo-:?Como fue usted lastimado??Digame pronto!
Su manera aspera e impaciente, ademas de la presencia de veinte personas alrededor, todas observandome, me turbaron y solo pude balbucir algunas pocas e incoherentes palabras, sintiendo que me estaba poniendo color de grana hasta las raices del cabello.
- Permitame contarle, mi general -dijo Alday, adelantandose. -?No, no! -repuso el general-, el mismo me lo contara.
Al ver a Alday tan empenado en dar, antes que yo, su version del asunto, me volvio el enojo y, al mismo tiempo, el habla y las otras facultades que momentaneamente me habian abandonado.
- Senor general: todo lo que quiero decirle es esto: llegue, un extrano, a la casa de este individuo de noche y a pie, porque me habian robado el caballo. Le pedi alojamiento creyendo que por lo menos todavia sobrevivia en este pais el sentimiento de la hospitalidad. El y estos dos hombres me hirieron a traicion, dandome un golpe en el brazo, y me han traido aqui prisionero…
- Mi buen amigo, siento en el alma que debido al exceso de celo de parte de mi gente, haya sido usted lastimado. Pero apenas puedo lamentar este suceso, por doloroso que a usted le parezca, puesto que me permite asegurarle que ademas de la hospitalidad, sobrevive en la Banda Oriental todavia otro sentimiento, y ese es… la gratitud. -?No comprendo!
- Hace muy poco tiempo, amigo, que ambos nos encontramos en un mismo apuro.?Es posible que usted se haya olvidado del servicio que me presto?
Le mire atentamente, asombrado de sus palabras; y mientras le examinaba el rostro, me acudio como un rayo a la memoria aquella escena en la estancia del magistrado, cuando fui con la llave a sacar a mi companero del cepo, y cuando se paro tan precipitadamente y me tomo la mano. Sin embargo, no estaba bien seguro, y murmure interrogativamente-:?Que!…?Es usted Marcos Marco?
- El mismo -repuso el general, sonriendo-, ese era mi nombre en aquella ocasion.?Amigos! - continuo, apoyando una mano en mi hombro y dirigiendoles la palabra a los que nos rodeaban-.
Me he encontrado ya antes con este joven ingles. Hace pocos dias, cuando venia para aca, fui hecho preso al mismo tiempo que el en Las Cuevas, y gracias a su ayuda logre escaparme. Hizo esta buena accion creyendo que estaba ayudando a un pobre paisano cualquiera, y sin esperar ninguna recompensa.
Podria haberle recordado que solo consenti en sacarle las piernas del cepo, despues que me hubo asegurado solemnemente que no tenia la intencion de escaparse. No obstante, como el creyera del caso olvidar aquella parte de] asunto, no iba a traersela a la memoria.
Hubo muchas exclamaciones de sorpresa de parte de los circunstantes, y mirando a la hermosa joven, que estaba parada alli cerca, con los demas, encontre que sus ojos negros estaban atentamente posados sobre mi, con una expresion tan de simpatia y ternura, que en el acto se me agolpo toda la sangre al corazon.
- Temo que le hayan lastimado gravemente -dijo el general, dirigiendome la palabra otra vez-.
Seria una im-prudencia muy grande seguir su camino ahora. Permitame rogarle que se quede en esta casa, hasta que se mejore del brazo. -Entonces, volviendose a la joven, le dijo-:?Dolores! ?Quieren ustedes, tu y tu madre, hacerse cargo de mi joven amigo hasta mi vuelta, y ver que se atienda a su brazo herido?
- Mi general -repuso, con una brillante sonrisa-, usted nos complacera mucho dejandolo en nuestras manos.
Entonces, no sabiendo mi apellido, el general me presento a la hermosa senorita Dolores Zelaya - que asi se llamaba- sencillamente como Don Ricardo; despues de esto el general nos dijo otra vez "adios" y se fue a toda prisa.
Cuando hubo partido, se adelanto Alday con el sombrero en la mano y me devolvio el revolver, del que yo me habia olvidado completamente. Lo tome con la mano izquierda y lo meti en el bolsillo.
Me pidio excusas por haberme tratado tan rudamente -el comandante le habia ensenado la palabra-, pero sin el menor viso de servilismo en su manera o modo de expresarse; en seguida me ofrecio la mano. -?Cual quiere -le pregunte-, la mano que usted me ha lastimado o la izquierda?
En el acto dejo caer al lado la suya, y entonces, saludando, dijo que esperaria que yo hubiese recobrado el uso de mi mano derecha. Volviendose para irse, anadio, sonriendo, que esperaba que el dano pronto sanaria de modo que pudiese empunar una espada por la causa de mi amigo Santa Coloma.
Su manera me parecio algo independiente.
- Sirvase ahora llevarse su caballo -le dije-, pues no lo necesito mas, y acepte mis agradecimientos por haberme conducido hasta aqui en mi camino.
- No hay de que -repuso con un cortes ademan de la mano-; me alegro haber podido prestarle este pequeno servicio.