XXII

UNA CORONA DE ORTIGAS

DESPUES de abandonar el libre y amoroso hogar de Juan y Candelaria, no sucedio nada que merezca la pena relatarse hasta poco antes de llegar al deseado asilo, Lomas de Rocha, lugar que, despues de todo, nunca fue mi deseo no ver sino a una gran distancia. Tocaba a su fin un dia excepcionalmente brillante aun para este brillante clima, faltando poco menos de dos horas para el ocaso del sol, cuando torci mi camino para escalar un cerro con una larguisima y escarpada cima, uno de cuyos extremos terminaba en pendiente y asemejabase a la ultima sierra de una cuchilla, en el punto donde empieza a confundirse con el llano circunvecino; solo que en este caso no habia tal cuchilla. El solitario cerro estaba poblado de cortos penachos y tieso y amarillento pasto y de uno que otro arbusto, y sobre la superficie del terreno, cerca de su cima asomaban grandes planchas de tierra arenisca, viendose cual lapidas sepulcrales en el cementerio de algun antiguo pueblo, con todas sus inscripciones borradas por el tiempo y la intemperie. Deseaba examinar desde esta eminencia de unos treinta y cinco metros sobre el nivel de la llanura, el campo a la redonda, pues estabamos cansados y con hambre, mi caballo y yo, y queria encontrar un lugar donde albergarnos antes de que nos alcanzara la noche. El terreno delante de mi se extendia en enormes ondulaciones hacia el oceano, que sin embargo no estaba a la vista. No se veia la mas tenue nubecilla en la inmensa y cristalina boveda del cielo, y ha calma y transparencia de la atmosfera parecian casi preternatural. Un azulino centelleo de agua al sudeste, a muchas leguas de distancia, me parecio ser el lago de Rocha; sobre el horizonte, al oeste, veianse ligeras y nebulosas masas de color azul celeste con cumbres perlinas; pero no eran nubes: era la Cuchilla de las Animas. Por ultimo, como una persona que se echa los gemelos al bolsillo y empieza a mirar a su rededor, retire la vista de sus peregrinaciones por el infinito espacio para examinar los objetos a la mano, En la cuesta del cerro, a unos sesenta metros de donde yo estaba, crecian algunos arbustos enanos de color verde oscuro, viendose cada uno, en aquella tranquila y brillante luz del sol, como si hubiese sido cortado de un trozo de malaquita; y sobre sus flores solanaceas de color lila, se alimentaban algunos abejones.

Fue el susurro de estos, llegando claramente a mis oidos, lo que primero atrajo mi atencion a los arbustos, pues tan tranquila estaba la atmosfera que dos personas a aquella distancia -sesenta metros una de otra- podrian haber conversado facilmente sin levantar la voz. Mucho mas abajo, a unos doscientos metros al otro lado de los arbustos, habia un halcon en el suelo despedazando alguna presa y picoteandola de ese modo salvaje y receloso, con largas pausas entre cada picoton, tan caracteristico de los halcones. Cerniase sobre el un chimango, y envidioso de la buena fortuna del otro, o temiendo, quizas que no quedaran ni siquiera las plumas del banquete, estaba arremetiendole a cada rato, con furiosos graznidos, y dandole de aletazos. El halcon agachaba invariablemente la cabeza cada vez que su atormentador se abalanzaba a el, despues de lo cual seguia desmanadamente desgarrando su presa. Mas lejos, en la depresion que corria a los pies del cerro, serpenteaba un pequeno arroyuelo, tan cubierto de hierbas y otras plantas acuaticas, que el agua estaba enteramente oculta, pareciendo su curso una culebra de color verde, de algunas leguas de largo, tendida alli tomando el sol. En la parte del arroyo mas cerca de mi. habla un viejo sentado en el suelo aparentemente lavandose, pues estaba inclinado sobre un pequeno charco de agua, mientras que detras de el, su caballo, con aire resignado y la cabeza caida; ahuyentaba, de vez en cuando, las moscas con la cola. A unas quince cuadras mas alla, alcanzaba a verse una vivienda que me parecio fuera una vieja casa de estancia, rodeada de grandes arboles de sombra, aislados unos y otros en grupos irregulares. Era la unica casa en la vecindad, pero despues de observarla algun tiempo conclui que estaba deshabitada, pues aun a esa distancia observabase claramente que no habia ni un alma moviendose cerca de ella; ni siquiera un caballo u otro animal; tampoco habia cercos de ninguna especie.

Baje lentamente del cerro y me dirigi adonde estaba sentado el viejo al lado del arroyo. Lo encontre muy ocupado desenredando una porcion de larguisimo pelo que de un modo u otro -quizas a raiz de un largo descuido- se habia enmaranado desmesuradamente. Habia sumido la cabeza en el agua y con un viejo peine, que ostentaba unos siete u ocho dientes, desenredaba con dificultad e infinita paciencia unos pocos largos pelos a la vez. Despues de saludarle, encendi un cigarrillo, y apoyandome sobre el cuello de mi caballo, observe sus esfuerzos algun tiempo con profundo interes. Siguio perseverantemente su tarea en silencio durante cinco o seis minutos, metio otra vez la cabeza en el agua, y mientras se estrujaba el pelo con mucho cuidado, me dijo que mi caballo parecia muy cansado.

- Si -dije-, y lo mismo esta el jinete.?Podria usted decirme quien vive en esta estancia?

- Mi patron -contesto laconicamente. -?Es su patron un hombre amable.., uno que le daria alojamiento a un forastero?

Demoro un larguisimo rato antes de contestarme; entonces dijo:

- El no tiene nada que ver con eso. -?Enfermo? le pregunte.

Otra larga pausa; por fin meneo la cabeza y se toco la frente significativamente; despues de lo cual volvio a su ocupacion de sirena. -?Loco?

Elevo una ceja y se encogio de hombros, pero no dijo nada.

Despues de un largo silencio, pues no queria irritarle haciendole demasiadas preguntas, me aventure a decir:

- En todo caso, supongo que no me echaran los perros,?eh? - Sonrio con aire burlon y dijo que era una estancia donde no habia perros.

Le pague sus informes con un cigarrillo que acepto de muy buena gana, y parecia considerar el fumar un agradable alivio despues de sus fatigas de desenredarse el cabello.

- Una estancia sin perros, y donde el patron no tiene nada que decir.., eso me parece raro -dije, tanteandolo, pero el siguio chupando su cigarrillo en silencio. ?Como se llama la estancia? -le pregunte, montando a caballo.

- Es una estancia sin nombre -contesto; y despues de esta entrevista tan poco satisfactoria, le deje y camine lentamente en direccion a la estancia.

Al aproximarme a la casa vi que habia habido detras de ella, en otro tiempo, una gran arboleda, de la cual solo quedaban ahora unos cuantos troncos muertos, estando los zanjones que la habian rodeado casi enteramente arrasados. El lugar estaba ruinoso y cubierto de maleza. Apeandome, conduje mi caballo por un angosto sendero entre una profusion de tornasoles silvestres, marrubio, amapolas y estramonio, a unos alamos donde en tiempos pasados habla habido una tranquera, de la que solo quedaban en pie dos o tres postes rotos, De la vieja tranquera, el camino con-ducia, siempre por entre la maleza, a la puerta de la casa; esta era de piedra y ladrillo, con un empinadisimo techo de tejas. Al lado de la desmantelada tranquera, apoyada en un poste, su cabeza descubierta y banada por el sol abrasador de la tarde, se hallaba de pie una mujer, vestida pobremente de negro. Tendria unos veintiseis o veintisiete anos de edad, y en su cara descolorida como el marmol, salvo las manchas moradas bajo sus grandes ojos oscuros, habia una expresion de indecible abatimiento y cansancio. No se movio cuando me acerque a ella, pero alzo sus tristes ojos a los mios, sin sentir, aparentemente, mucho interes en mi llegada.

La salude quitandome el sombrero, y dije:

- Senora, mi caballo esta rendido, y busco un lugar donde pueda descansar;?podria cobijarme bajo su techo?

- Si, senor,?por que no? -contesto con una voz aun mas indicativa de tristeza que su rostro.

Le agradeci y espere que me mostrara el camino; pero continuo quedandose de pie delante de mi, la vista clavada en el suelo y con una expresion indecisa e intranquila.

- Senora -empece-, si la presencia de un extrano en su casa estorba… -?No, no, senor!?No es eso! -interrumpio vivamente. Entonces, bajando la voz casi a un susurro, dijo: -?Cuenteme, senor-?Ha venido uste del departamento de Florida??Ha estado uste… ha estado uste… en San Pablo?

Vacile un momento; entonces repuse que si. -?De que bando? -pregunto avidamente al instante. -?Ay, senora!?Por que me hace usted esa pregunta, a mi, un pobre viajero que llega a pedirle alojamiento por una noche? -?Por que? Tal vez sea para su bien, senor. Acuerdese que las mujeres no son, como los hombres… implacables. Por supuesto que tendra alojamiento; pero es mejor que yo lo sepa.

- Tiene razon, disculpe que no le haya contestado inmediatamente. He estado con Santa Coloma… el revoltoso…

Me tendio la mano, pero antes de que pudiese tomarla, la retiro y, cubriendose y volviendose hacia la casa, me pidio que la siguiera.

Su ademan y sus lagrimas me habian anunciado a las claras que ella tambien pertenecia al desdichado partido Blanco. -?Es que ha perdido usted algun pariente en este combate, senora? -le pregunte.

- No, senor, pero si nuestro partido hubiese triunfado, tal vez me habria librado a mi.?Ay, no! Yo perdi a todos mis parientes, hace mucho tiempo… a todos, excepto a mi padre. Luego sabra usted, cuando lo vea, por que es que nuestros crueles enemigos han desistido de derramar su sangre.

Para entonces habiamos llegado a la casa. Esta habia tenido en otro tiempo un corredor, pero habiendo desaparecido mucho antes, las murallas, puertas y ventanas estaban expuestas al sol y a la intemperie. Las paredes estaban cubiertas de liquen, y en sus rendijas y sobre el tejado habian crecido lozanamente el pasto y la maleza; pero esta vegetacion habia muerto con los calores del estio y ahora estaba seca y amarilla. Me condujo a una espaciosa pieza apenas alumbrada por la baja puerta y una pequena ventanilla, y viniendo de la brillante luz del sol, me parecio por demas oscura. Me quede parado algunos momentos tratando de acostumbrar la vista a la oscuridad, mientras que ella, avanzando al medio de la pieza, se inclino y hablo con un anciano sentado en una poltrona tapizada de cuero. -?Papa! -dijo-, le he traido a un joven.., a un forastero que pide alojamiento. Saludelo, papa.

Entonces se enderezo, y pasando detras de la silla del anciano, se apoyo en ella, mirandome a mi.

- Le deseo muy buenos dias, senor -dije, avanzando con cierta vacilacion.

Delante de mi se hallaba sentado un anciano, alto y encorvado, hecho un puro esqueleto, la cara palida y desolada, el cabello y la barba de extremado largor y plateada blancura. Estaba arrebozado en su poncho de color claro, llevando en la cabeza un casquete negro. Cuando comence a hablar, el, retrepandose en la silla, se puso a escudrinarme la cara con ojos avidos y extranamente feroces, entrelazando de continuo, agitada y nerviosamente, sus largos dedos flacos. -?Vaya Calixto!- exclamo, npor ultimo,-? es este el modo que te presentas delante de mi??Ha!? pensaste tu que no te iba a reconocer??Abajo, muchacho!? arrodillate!

Mire a su hija que estaba de pie detras de el; me estaba observando ansiosamente, y me hizo una pequena senal con la cabeza.

Suponiendo que fuera para intimarme que obedeciera al anciano, me puse de rodillas y toque con los labios la mano que me extendia. ?Que Dios te conceda su divina gracia, hijo mio!- dijo con voz tremula. Entonces continuo: -? Que pensabas encontrar ciego a tu viejo padre? Te conoceria Calixto, entre mil.?Ay!?hijo mio!? hijo mio!?por que has estado tanto tiempo ausente??Parate, hijo, y dejame abrazarte!

Se levanto bamboleando de la silla y me abrazo; entonces, despues de contemplarme la cara durante algunos momentos, me beso deliberadamente ambas mejillas. -?Ha, Calixto! - continuo, poniendo sus temblorosas manos sobre mis hombros, y examinandome el rostro con sus ojos hundidos y feroces, -? no necesito preguntarte, hijo, donde has estado!?

Donde habia de estar un Peralta sino en el humo de la batalla, en medio de la matanza, batallando por la Banda Oriental? No me queje de tu ausencia, Calixto… Demetria te dira que yo he sido muy paciente durante todos estos anos, pues sabia muy bien, que por ultimo, volverias coronado de laureles, simbolo de la victoria.? Y yo, Calixto!? que habre llevado puesto aqui?? Una corona de ortigas!? Si! Durante cien anos la he llevado puesta…tu, Demetria, hija mia, podras atestiguar q ue he llevado esta corona de ortigas durante cien anos!

Se retrepo en la silla, al parecer rendido, y lance un suspiro de alivio, creyendo que huibiera terminado. Pero me equivoque. Su hija me coloco una silla a su lado.- Sientese aqui, senor, y hablele a mi padre mientras yo voy a ver que le den de comer a su caballo.,- me susurro al oido, y entonces se escabullo rapidamente de la pieza. Esto me parecio algo duro; pero al cuchichearme aquellas pocas palabras, me toco ligeramente la mano, y volvio sus tristes ojos a los mios con una mirada llena de gratitud, y me alegre por ella que no hubiese errado.

Luego, el anciano se animo otra vez y empezo a hablar avidamente, haciendome mil desatinadas preguntas, a las cuales tuve que contestar, siempre tratando de mantener el papel de su hijo, por tanto tiempo perdido, que acababa de llegar, laureado, de la guerra. -? Dime hijo!? donde fue que venciste y derrotaste al enemigo? - exclamo, alzando la voz casi a un grito.-? Donde fue que huyo de ti como el marlo soplado por el viento?? donde lo pisoteaste con los cascos de tu caballo??nombrame…nombrame los lugares y las batallas, Calixto!

Me senti muy inclinado ne ese momento a levantarme y escapar de la pieza, de tal manera me estaba afectando los nervios aquella conversacion; pero pense en el rostro palido y afligido de su hija, Demetria, y me domine. Entonces, de puro desesperado, empece yo mismo a hablar tan disparatadamente como el. Pense poder hastiarlo de asuntos belicosos.- Por todas partes,- grite,hemos derrotado, matado y desparramado a los infames Colorados a los cuatro vientos del cielo.

Desde la costa hasta la frontera brasilena hemos sido victoriosos. Hemos asaltado con sable, lanza y bayoneta y tomado cada pueblo desde Tacuarembo hasta Montevideo. Todos los rios y arroyos desde el Yaguaron hasta el Uruguay, han corridos purpureos con la sangre de los Colorados.

Los hemos acosados en los montes y en las sierras; han huido de nosotros como animales salvajes; los hemos hecho prisioneros a millares para luego degollarlos, crucificarlos, dispararlos de los canones y hacerlos descuartizar por baguales.

Solo estaba vertiendo aceite sobre las llamas de su locura. -?Aja!- grito, sus ojos lanzando chispas mientras que sus manos flacuchentas como garras, se aferraban ferozmente a mi brazo-? no lo sabia yo?? no lo he dicho?? No me bati durante cien anos, vadeando en sangre todos los dias y por ultimo, mandandote a ti, para que terminaras la batalla? Y todos los dias venian nuestros enemigos y me gritaban en los oidos “ Victoria…victoria”

Me dijeron, Calixto, que estabas muerto…que sus armas te habian traspasado, que habian arrojado tu cuerpo a los perros cimarrones para que lo devoraran. Y yo grite de risa al oirlos. Me rei en sus barbas y les grite.”? Preparen la garganta para la espada, traidores, asesinos y esclavos, porque un Peralta, el mismo Calixto, el comido por los perros cimarrones, viene a vengarse de ustedes!?

Como?? no dejara Dios un fuerte brazo que hunda el cuchillo en el pecho del tirano??Arranquen, bribones!?Mueran, miserables!?Calixto se ha levantado del sepulcro…ha vuelto del infierno, armado con fuego infernal para quemarles sus pueblos y dejarlos en cenizas…para extirparlosde la faz de la tierra!

Al llegar al fin de este discurso, su voz, delgada y temblorosa, se habia elevado a un agudo grito, resonando por la tranquila casa, que ya empezaba a obscurecerse, como el chillido estridente y prolongado de alguna ave acuatica que se oye de noche en las solitarias lagunas.

Entonces me solto el brazo y cayo gimiendo y estremeciendose en la silla. Se cerraron sus ojos; toda su figura temblaba, como cuando sale una persona de un ataque de epilepsia; luego parecio quedarse dormido. Ya estaba poniendose bien obscuro, pues el sol se habia entrado hacia un tiempo, y fue un grandisimo alivio ver, de repente, aparecerse silenciosamente en la pieza, como anima en pena, a Dona demetria. Me toco el brazo y murmuro,- Venga, senor, mi papa se ha quedado dormido.

La segui al aire libre, que jamas me habia parecido mas fresco; entonces, volviendose a mi, me dijo al oido,- Acuerdese, senor, que lo que usted me ha dicho, queda un secreto entre nosotros. No le diga una palabra a nadie aqui en la casa.