XXIII

LA BANDERA COLORADA DE LA VICTORIA

EN seguida, dona Demetria me condujo a la cocina en el fondo de la casa. Era una de aquellas antiguas y espaciosas cocinas que todavia se hallaban en algunas casas de estancia construidas en el tiempo colonial, en que el fogon, elevado como a un medio metro sobre el nivel del suelo, se extendia a todo lo ancho de la pieza. Era grande y escasamente alumbrada, con las paredes y vigas ennegrecidas por el humo de un siglo, y muy festoneada con hollinientas telas de arana; un gran fuego ardia alegremente en el fogon, y delante de el, de pie, estaba una mujer alta ocupada en aderezar la cena y cebando mate. Esta era la Ramona, una antigua mucama de la estancia, Alli tambien estaba sentado mi amigo de los enmaranados cabellos, los que, al parecer, habia logrado desenredar, pues ahora colgaban sobre sus hombros bien lisos y largos como los de una mujer.

Habia, ademas, otra persona sentada al lado del fogon, cuya edad pudiera haber sido cualquiera entre los veinticinco y cuarenta y cinco anos, pues habia, me parece, mezcla de sangre charrua en sus venas; era una de esas caras lisas, secas y morenas que varian poco con el tiempo. Era de estatura menos de regular, enjuta de cuerpo, con bigotes de negro azabache y sin patilla. Parecia ser una persona de cierta importancia en la casa, y cuando mi ductriz me la presento como don Hilario, se puso de pie y me recibio con un profundo saludo. A pesar de su excesiva cortesia, le tuve recelo desde el momento en que le vi; y esto fue porque sus pequenos y alertos ojos me lanzaban, de continuo, furtivas miradas que desviaba precipitadamente, en seguida que yo le miraba, pues parecia enteramente incapaz de resistir la mirada de otro. Tomamos mate y conversamos un poco, pero no hicimos un grupo muy animado. Dona Demetria, aunque se sento con nosotros, apenas contribuyo con una palabra a la conversacion; mientras el melenudo, que se llamaba Santos, y el unico peon de la estancia, fumaba un cigarrillo y tomaba mate en profundo silencio.

Por ultimo, la vieja Ramona puso la cena en las fuentes y salio con ella de la cocina; la seguimos al comedor, y nos sentamos a una pequena mesa, pues esta gente, aunque, al parecer, en la miseria, en sus comidas respetaban el decoro de su abolengo. A la cabecera, estaba sentado el feroz anciano de blancas canas, observandonos fijamente con sus ojos hundidos, mientras entrabamos en el comedor. Medio levantandose, me senalo que tomara asiento a su lado; entonces, dirigiendose a don Hilario, sentado enfrente de el, le dijo: -Este es mi hijo Calixto, que acaba de llegar de la guerra, en la que, como usted sabe, se ha distinguido senaladamente.

Don Hilario se levanto y me saludo con gravedad. Demetria tomo el otro extremo de la mesa, mientras que Santos y Ramona ocuparon los otros dos asientos.

Fue un gran alivio hallar que habia cambiado la disposicion del anciano; no tuvo mas arrebatos de locura como el que habia presenciado aquella tarde; pero a veces fijaba en mi su singular y abrasadora mirada, de un modo que me ponia excesivamente intranquilo. Empezamos con la sopa, que todos tomamos en silencio; y mientras comiamos, las rapidas miradas de don Hilario se dirigian sin cesar de una cara a otra. Demetria, palida y evidentemente muy inquieta, mantuvo la vista clavada en su plato todo el tiempo. -?Que no hay vino esta noche, Ramona? -pregunto el anciano quejosamente cuando la vieja se levanto para llevarse los platos soperos.

- El patron no me ha dado ordenes que ponga vino en la mesa -repuso ella asperamente, recalcando la detestable palabra. -?Como es esto, don Hilario? -pregunto el anciano, volviendose a su vecino-. Mi hijo acaba de llegar despues de una larga ausencia,?es posible que no vayamos a tener vino en una ocasion como esta? - Don Hilario saco una llave del bolsillo, con una leve sonrisa en los labios, y se la entrego en silencio a Ramona. Esta se levanto de la mesa rezongando, y yendo al aparador y abriendolo, saco una botella de vino. Entonces, pasando alrededor de la mesa, nos escancio media copa de vino a cada uno, menos a si misma y a Santos, que a juzgar por su impasible fisonomia, no lo esperaba. -?No!?no! -dijo el viejo Peralta-, dale vino a Santos, y tu, Ramona, sirvete tambien una copa.

Ustedes dos me han sido buenos y fieles amigos y tambien cuidaron a Calixto cuando era chico. Es justo que ustedes beban a su salud y celebren con nosotros su llegada.

La Ramona obedecio de buena gana, y la cara torpe del viejo Santos casi se deshizo en una sonrisa cuando recibio una porcion del purpureo fluido que alegra el corazon del hombre.

Luego, el viejo Peralta alzo su copa, y fijando sus feroces y dementes ojos en los mios, dijo: ?Calixto, beberemos a tu salud, hijo!,?y que el Todopoderoso maldiga a nuestros enemigos; que sus cuerpos queden donde caigan, hasta que los caranchos se hayan hartado comiendo su carne y sus osamentas hayan sido pisoteadas por el ganado y hechas polvo; y que sus almas sean atormentadas en el fuego eterno del infierno!

Todos levantamos nuestras copas en silencio; pero cuando se volvieron a colocar sobre la mesa, las puntas de los bigotes de don Hilario apuntaban para arriba, como por una sonrisa, mientras que Santos se chupaba los labios para mostrar su placer.

Despues de este lugubre brindis, nadie en la mesa dijo otra palabra. Comimos la carne asada y el puchero que se nos habia servido en medio del mas opresivo silencio; pues no me atrevia a hacer ni la mas simple observacion, por temor de suscitar en mi volcanico hospedador otro arrebato de locura. Cuando acabamos de comer, Demetria se levanto de la mesa y le paso un cigarrillo a su padre. Esta era la senal de que habia terminado la cena; inmediatamente despues, salio ella de la pieza seguida por los dos sirvientes. Don Hilario, muy cortesmente, me ofrecio un cigarrillo, encendiendo el otro. Fumamos en silencio durante algunos minutos, hasta que, poco a poco, el anciano fue quedandose dormido en su silla, despues de lo cual nos levantamos de la mesa y volvimos a la cocina. Aun aquel sombrio recinto parecia ahora alegre, despues del silencio y la lobreguez del comedor. Luego, don Hilario se puso de pie, y, pidiendo mil excusas por tener que irse -habiendo sido invitado, segun me explico, a un baile en una estancia vecina-, se marcho.

Al poco rato, aunque solo eran las nueve, me condujeron a una pieza donde se me habia preparado una cama. Era un cuarto grande, oliendo a rancio y casi vacio; ostentaba como unico moblaje una cama y unas pocas sillas de alto espaldar, forradas en cuero y negras de viejas. Tenia un piso enladrillado, y el techo estaba cubierto con un polvoriento dosel de telarana, sobre el cual medraba una colonia de aranas de patas largas. Yo no estaba con ganas de dormir a esa temprana hora, y aun envidiaba a don Hilario divirtiendose alla con las beldades de Rocha. Mi puerta, que miraba al frente, estaba de par en par abierta; la luna llena acababa de salir, difundiendo en la oscuridad de la noche su mistico esplendor. Apagando la vela, pues la casa estaba ya toda a oscuras y en silencio, sali de puntillas a dar una vuelta. Encontre, no muy lejos, bajo un grupo de arboles, un viejo y rustico banco, y alli me sente, pues el lugar estaba tan poblado de maleza y sus ramas enredadas unas con otras, que el andar era sumamente desagradable y casi imposible.

La vieja y desmantelada casa de estancia, en medio de aquella lobrega soledad, empezo a tomar, a la luz de la luna, un aspecto singularmente fantastico y sobrenatural. A un lado, cerca de mi, habia una hilera irregular de alamos, y las largas y oscuras siluetas que estos proyectaban, caian sobre un extenso campo raso poblado del feraz estramonio. En los espacios entre las anchas fajas producidas por las sombras de los alamos, el follaje parecia de un tinte azul blanquecino, estrellado por las blancas flores de esa planta de floracion nocturna. Sobre ellas se cernian varias grandes polillas grises, que salian repentinamente de entre las negras sombras, y luego desaparecian otra vez de un modo misterioso, silenciosas como espectros. Ni el mas leve ruido Interrumpia aquel silencio salvo el melancolico y feble chirrido de un pequeno grillo de cantar nocturno, que por alli cerca se cobijaba -una voz debil y eterea que parecia vagar perdida en el infinito espacio, elevandose y cerniendose en su soledad, mientras que la tierra escuchaba, sumida en un silencio preternatural.

De pronto, un gran lechuzon llego volando silenciosamente, y posandose en las mas altas ramas de un arbol vecino, prorrumpio en una serie de monotonos gritos que semejaban el ladrar de un sabueso a gran distancia. Al poco rato reclamo otro lechuzon, a lo lejos, y durante una media hora se mantuvo el melancolico duo. Cada vez que uno de ellos suspendia su solemne bu-bu-bu-bu-bu, me hallaba conteniendo el aliento y forzando el oido para coger las notas de respuesta, sin siquiera atreverme a mover por temor de perderlas. Un fosforescente resplandor paso cerca de mi, casi rozandome la cara; fue tan repentina su aparicion que me sobrecogi sobremanera; entonces se alejo, arrastrando sobre la fosca maleza una empanada raya de luz. El tuco sirvio para recordarme que no estaba fumando, y se me ocurrio que tal vez un cigarro podria ahuyentar la extrana y vaga depresion que se habia apoderado de mi. Meti la mano en el bolsillo, saque un cigarro y mordi la punta; pero en el momento preciso en que iba ‘a encender un mixto sobre la fosforera, me estremeci y deje caer la mano.

La sola idea de raspar un mixto y del estallido resultante me era insoportable; era tal el curioso estado de nervios en que me hallaba. O probablemente era un humor supersticioso en el que habia caido. Me parecio en ese momento como si de alguna manera hubiese penetrado en una region misteriosa, poblada solo de seres fantasticos y de ultratumba. Aun las personas con las que habia cenado no me parecian ser criaturas de carne y hueso. El pequeno rostro moreno de don Hilario, con sus miradas de soslayo y sonrisa mefistofelica; la cara de Demetria palida y triste, y los ojos hundidos y dementes de su viejo padre, todos parecian rodearme en la luz de la luna y entre la enmaranada verdura. No me atrevia a moverme; apenas respiraba; la maleza misma, con sus hojas palidas y obscuras, parecia tener una vida animistica. Y mientras me hallaba en este morbido estado de animo, con aquel pavor irracional que iba aumentando de momento en momento, vi, a unos treinta pasos, un objeto obscuro, que parecia moverse, tambaleando en mi direccion. Lo mire atentamente, pero ya no se movia y semejaba un nebuloso bulto negro en la sombra de los arboles.

De pronto, se adelanto otra vez hacia mi, y saliendo a la luz de la luna, aparecio una figura.

Atraveso rapidamente el claro iluminado y se perdio de vista en la sombra de otros arboles; mas la figura, cimbrandose y con movimientos ondulatorios, ora avanzando, ora retrocediendo, siempre se iba acercando mas y mas. Se me helo la sangre en las venas; senti erizarseme el cabello, hasta que por fin, no pudiendo soportar mas la terrible incertidumbre, de un salto me puse de pie. La figura dio un grito de espanto, y entonces vi que era Demetria. Balbuci mis excusas por haberla asustado saltando de esa manera, y viendo ella que la habia reconocido, se aproximo. -?Ah, uste no esta dormido, senor! -dijo sosegadamente-. Lo vi de mi ventana salir de su pieza y venir para aca hace mas de una hora. Hallando que no volvia, empece a estar con cuidado, y pense que cansado de su viaje, pudiera haberse quedado dormido; vine a despertarlo, para decirle que es sumamente peligroso dormir con la luz de la luna en la cara.

Le explique que habia estado muy intranquilo y sin ganas de dormir; que sentia en el alma haberle causado alguna ansiedad, y le agradeci su muy carinosa atencion.

Entonces, en vez de volverse a la casa, se sento en el banco, a mi lado.

- Senor -dijo-, si tiene la intencion de seguir viaje manana, permitame aconsejarle que no lo haga. Uste puede quedarse aqui sin cuidado durante varios dias; nunca tenemos visitas en esta casa.

Le dije que obrando en conformidad con lo que me habia aconsejado Santa Coloma antes de la batalla, pensaba seguir viaje a Lomas de Rocha a ver a un tal Florentino Blanco, vecino de ese lugar, quien probablemente podria obtenerme un pasaporte en Montevideo. -?Pero que suerte que me haya dicho esto! - repuso- Lew dire que ahora examinan muy estrictamente a todo forastero que entra a Lomas, y seria imposible librarse de ser hecho preso si fuese alla. Quedese aqui con nosotros, senor; es una pobre casa, pero todos le deseamos bien.

Manana ira Santos con una carta suya para Don Florentino, que esta siempre pronto a servirnos, y el hara lo que uste quiera sin necesidad que lo vea en persona.

- Le agradeci calurosamente y acepte la oferta de un asilo en su casa. Me llamo la atencion que continuase quedandose sentada en el banco. Luego dijo:

- Es muy natural, senor, que no sea de su agrado quedarse en una casa tan triste como esta. Pero no se repetira el rato desagradable que paso esta manana. Siempre que mi padre ve a un joven por primera vez, lo recibe como lo recibio a uste hoy dia, creyendolo su hijo. No obstante, despues del primer dia, pierde todo interes en la nueva cara, se pone indiferente y se olvida todo lo que ha dicho o imaginado.

Esta noticia me alivio, y le dije que suponia que fuera la perdida de su hijo lo que habia causado su locura.

- Tiene razon, senor; permitame contarle como sucedio. Pues, debe encontrar esta estancia muy distinta a cualquier otra que haya visto en la Banda, y es solo natural que un extrano, desee saber por que es que se encuentra en una condicion tan ruinosa. Se que puedo hablar con entera confianza de estas cosas a uno que es amigo de Santa Coloma.

- Y espero que suyo tambien, senorita- dije.

Gracias, senor. Toda mi vida la he pasado aqui. Cuando era nina, mi hermano se incorporo en el ejercito, entonces murio mi madre y me dejaron aqui sola, porque habia comenzado el sitio de Montevideo y yo no podia ir alla. Por ultimo mi padre fue gravemente herido en una accion y lo trajeron, para aca, creyendose que moriria. Estuvo muchos meses en cama, su vida pendiendo de un hilo. Por fin, triunfaron nuestros enemigos; termino el sitio y los caudillos Blancos estaban todos muertos o desterrados. Mi padre habia sido uno de los oficiales mas valientes en las fuerzas de los Blancos, y no podia esperar escapar a la persecucion general. Solo esperaron que sanara para hacerlo preso y llevarlo a la capital, donde, sin duda, lo habrian fusilado. Mientras estaba en ese delicadisimo estado de salud, nos colmaron de toda laya de indignidades y agravios. El comandante de este Departamento se apodero de nuestros caballos, mataron nuestro ganado o se lo llevaron y vendieron, registraron nuestra casa en busca de armas, mientras que cada semana venia un oficial a ver a mi padre para informar a las autoridades respecto de su salud. Un motivo de este odio, era que Calixto, mi hermano, se habia escapado y seguia guerrilleando contra el gobierno en la frontera brasilera. Por fin, mi padre mejoro lo suficiente para poder arrastrar un pie tras otro, y todos los dias daba una vuelta durante una hora, apoyado en alguien; entonces mandaron a dos hombres armados para que vigilaran la casa e impidieran que mi padre escapase. Asi estabamos viviendo en un terror continuo, cuando un dia llego un oficial y me mostro una orden escrita por el comandante.

No me la leyo, pero dijo que decretaba que toda persona en el Departamento de Rocha, desplegase una bandera colorada en su casa para celebrar una victoria que habian obtenido las tropas del gobierno. Le dije que no queriamos desobedecer las ordenes del comandante, pero que no teniamos ninguna bandera colorada. Repuso que habia traido una para ese objeto. La desdoblo y la fijo a un palo, y entonces, trepando al tejado, la planto alli. No contento con estos insultos, me ordeno que despertara a mi padre que estaba durmiendo, para que el tambien pudiese ver la bandera enarbolada sobre su casa. Mi padre salio apoyado en mi hombro, y cuando levanto la vista y vio la bandera colorada, se volvio al oficial y lo harto de maldiciones.” Vuelvete-grito- al perro de tu patron, y dile que el Coronel Peralta es siempre un Blanco, a pesar de su infame bandera. Dile a ese insolente esclavo del Brasil Que cuando yo quede inhabilitado, entregue mis espada a mi hijo Calixto, quien sabe usarla, y se bate por la independencia de su patria.” El oficial que ya habia montado su caballo, se rio, y tirando a nuestros pies la orden de la comandancia, saludo irrisoriamente y se fue al galope. Mi padre recogio el papel y leyo estas palabras: “ Decretase que se despliegue en toda casa de este Departamento una bandera colorada, en senal de regocijo por las buenas noticias recibidas de una victoria obtenida por las tropas del gobierno, en la que aquel desleal hijo de la Republica, el famoso asesino y traidor, Calixto Peralta, fue muerto”.

- Ay, senor! amando a su hijo sobre todas las cosas de la vida, esperando tanto de el y con su salud quebrantada por tantos anos de largos de sufrimientos, mi pobre padre no pudo soportar este ultimo golpe. Desde aquel cruel momento perdio por completo la razon; debemos a esa calamidad que no le hayan fusilado y que nuestros enemigos dejaran de molestarnos.

Demetria derramo alguna lagrimas mientras me contaba esta tragica historia.?Pobre mujer! de ella misma apenas habia dicho una palabra, y sin embargo,?cuan grande y duradero no habia sido su sufrimiento!? Fui profundamente conmovido y tomandole la mano, le exprese cuanto me habia apenado oir su aflictiva historia. Entonces se levanto y me dijo “ buenas noches” con una triste sonrisa - triste, pero era la primera sonrisa que habia animado su rostro desde que la habia visto.

Bien podia imaginarme que hasta la simpatia de un extrano debia parecerle dulce en aquella desolacion.

Despues que se fue, encendi un cigarro. La noche habia perdido su caracter misterioso, y mis fantasticas supersticiones se habian desvanecido. Me hallaba otra vez en el mundo de hombres y mujeres; y solo podia pensar en la inhumanidad de los hombres para con sus semejantes y del infinito dolor que tantos corazones soportaban en silencio en aquella Tierra Purpurea. El unico misterio que todavia quedaba por aclarar en esa ruinosa estancia, era el tal don Hilario que le echaba llave al vino y a quien la Ramona, con amarga ironia, llamaba patron, y que lo habia creido necesario excusarse, aquella noche, al privarme de su preciosa compania.