XVII
CON caballo en que montar y el brazo mucho mejor, como que el cabestrillo que lo sostenia era mas bien un adorno que otra cosa, no habia ninguna razon, salvo la promesa de no huir inmediatamente, para quedarme mas tiempo en el agradable retiro de la Casa Blanca; esto es, si hubiese sido un hombre de gutapercha o de hierro fundido; siendo hecho, en cambio, de una arcilla muy impresionable, no podia persuadirme de que todavia estuviere lo suficientemente sano para emprender aquel largo viaje por un pais tan en desorden. Ademas, mi ausencia de Montevideo ya habia durado tanto tiempo, que unos pocos dias mas o menos no podian tener gran importancia; asi que fui quedandome y gozando de la sociedad de mis nuevos amigos, mientras que cada dia, cada hora, me sentia menos y menos capaz de soportar la idea de desprenderme de Dolores.
Pasaba una gran parte del tiempo en la amena huerta anexa a la casa. Alli, creciendo en pintoresca irregularidad, erguianse unos cincuenta o sesenta anosos duraznos persicos, albaricoqueros, ciruelos y cerezos, cuyos troncos eran doble del grueso del muslo de un hombre; jamas habian sido desfigurados por la podadera o el serrucho, y su enorme tamano y tosca corteza cubierta de grisaceo liquen les daban un antiquisimo aspecto. En todas partes del huerto, mezcladas en bonita confusion, florecian muchas de las flores del Viejo Mundo, que nacen en derredor del hogar del hombre civilizado en todas las regiones templadas de la tierra. Alli florecian los inmemoriales alelies dobles, brillantes botones de oro, las maravillas, la alta malva rosa y las alegres amapolas; tambien, medio escondidos entre la hierba, asomaban nomeolvides y pensamientos. Espuelas de caballero, rojas, blancas y azules, se ostentaban por doquiera que uno paseara la vista; y alli hallabase, tambien, el inolvidable clavel, viendose como antano, brillante y aterciopelado; pero a pesar de su brillantez y tieso cuello verde, siempre con aquella modesta expresion como si estuviera medio avergonzado de llevar tan bonito nombre 5 . Estas flores no eran cultivadas, sino que crecian espontaneamente de la semilla que esparcian todos los anos; el jardinero no hacia mas que desherbar el terreno y regaria un poco cuando hacia mucho calor.
Habiendo pasado los calores del solsticio, las flores, que durante ese periodo dejan de florecer en Europa, estaban ataviadas otra vez en su mas gallarda librea, para acoger a la segunda y prolongada primavera del otono, que dura desde febrero hasta mayo. Al otro extremo de esta rustica frondosidad de flores y arboles frutales, habia una cerca de aloes, que, con sus enormes y desordenadas hojas en forma de duelas, cubria una extension de veinte a treinta metros de anchura.
La cerca era como una tira de salvaje naturaleza colocada al lado de una porcion de esta, perfeccionada por el hombre; y alli, como culebras ahuyentadas del campo raso, se habian refugiado la maleza y otras plantas silvestres a las que no les era permitido mezclarse con las flores.
Protegido por aquel tosco bastion de espigones, la cicuta extendia plumosas ramitas de obscuras hojas y blanquizcas umbelas, por doquiera que pudiesen alcanzar a la luz del sol. Alli tambien crecian la dulcamara y otras hierbas solanaceas con sus pequenos ramilletes de bayas verdes y moradas; la balluca, carricera y ortiga. La cerca les daba abrigo, pero ninguna humedad, de modo que estas hierbas y malezas, cuyos vastagos se erguian largos y lenosos, aparecian mustias y sin vida entre los vigorosos aloes. La cerca tambien daba albergue a una gran variedad de seres del
5 En ingles el clavel se llama swet-William o sea, dulce Guillermo. - N. del T
reino animal. Cobijabanse en ella, lauchas, cabiayes y las huidizas y pequenas lagartijas; bajo su sombra las chicharras cantaban alegremente todo el dia, mientras que en cada claro las verdes epeiras extendian sus geometricas telas. Por abundar las aranas, era el cazadero favorito de aquellos bandidos de insectos, las ayispas, que revoloteaban zumbando en sus esplendidos uniformes de oro y grana. Tambien se hallaban alli muchas timidas avecillas, siendo mi predilecta el reyezuelo, porque su aspecto, sus acciones, bruscos movimientos y modo de refunfunar son exactamente iguales a los del nuestro, aunque su canto es mas fuerte y melodioso.
Al otro lado de la cerca habia un potrero donde tenian dos o tres caballos y una vaca. El mozo, que se llamaba Nepomuceno, presidia en la huerta, el potrero y, hasta cierto punto, en todo el establecimiento. Nepomuceno era un negro de pura raza, un viejecito de poco mas o menos un metro sesenta de altura, de cabeza redonda y ojos lenosos; las pasas que le cubrian la cabeza eran muy blancas; era tardo en el hablar y tambien en sus movimientos; sus viejos dedos achocolatados, todos chuecos y tiesos, apuntaban espontaneamente en diversas direcciones. Jamas he visto nada en ser humano que iguale la dignidad de Nepomuceno; la profunda gravedad de su talante y expresion hacia recordar mucho a una lechuza. Al parecer, habia llegado a considerarse a si mismo como el unico jefe y senor del establecimiento, y el sentido de su responsabilidad habia equilibrado su espiritu. Por supuesto que no era de esperar en una persona tan grave encontrar aquella propension de los negros, de prorrumpir en frecuentes explosiones de inmotivada risa; pero era, me parece, demasiado seria para un negro, pues, aunque su rostro reluciera en dias de calor como brunido ebano, nunca sonreia. Todos los de la casa confabulabanse en mantener la ficcion de la importancia de Nepomuceno; en efecto, tan bien la habian mantenido, y durante tan largo tiempo, que casi habia dejado de ser una ficcion. Todos le trataban respetuosamente y con gravedad. Jamas se omitia una silaba de su largo nombre; no sabria decir cuales habrian sido las consecuencias si le hubiese llamado por el diminutivo Nepo, o Ceno, o Cenito, pues nunca me atrevia a hacer la prueba. Siempre me entretenia cuando oia a dona Mercedes llamandolo desde la casa, y poniendo todo el enfasis sobre la ultima silaba en un prolongado y estridente crescendo Ne - po - mu - ce - no - o. A veces, cuando estaba sentado en la huerta, venia el, y plantandose delante de mi, discurria gravemente sobre las cosas en general, cortando sus palabras y convirtiendo la l en r, como acostumbran los negros, de modo que yo apenas podia contener una sonrisa. Despues de terminar su coloquio con algunas oportunas reflexiones morales, anadia: "Pues, aunque soy negro por fuera, senor, mi corazon es branco"; entonces apoyaba uno de sus viejos dedos chuecos solemnemente en la parte donde se suponia que estuviese aquella curiosidad fisiologica.
No le gustaba que se le ordenara hacer ningun trabajo domestico, y trataba de prevenirlo, haciendo de antemano y a hurtadillas todo pedido de esa naturaleza que se pudiese ofrecer. A veces olvidaba esta peculiaridad del viejo, y le pedia que me lustrase las botas. No hacia el menor caso de mi suplica y seguia hablando algun tiempo sobre asuntos politicos o sobre la incertidumbre de todas las cosas mundanas; al cabo de un rato, mirando mis botas, decia como por incidencia que no estaban lustradas, ofreciendo pomposamente, al mismo tiempo, mandarlo hacer. Por nada habria admitido que era el quien hacia estas cosas. Una vez trate de entretener a Dolores remedandole el habla, pero muy pronto me hizo callar, diciendome que queria demasiado a Nepomuceno para permitir que aun su mejor amigo se burlase de el. Habia nacido cuando su familia tenia negros esclavos, la habia llevado en brazos cuando ninita y habia visto a todos los varones de la familia Zelaya arrebatados uno tras otro por las guerras entre Blancos y Colorados; pero en los dias de sus infortunios, su afecto, fiel como el de un perro, jamas les habia fallado. Daba, gusto ver el modo como le trataba. Cuando queria alguna rosa para su tocado o vestido, no la cortaba ella, ni aun permitia que yo lo hiciera, sino que habia de ser Nepomuceno. Todos los dias iba a sentarse al lado del viejo en el jardin para contarle las noticias del pueblo y del pais, y pedirle su consejo en todo lo concerniente a la casa.
Dentro o fuera de ella, yo tenia generalmente a Dolores de companera, y por cierto no pudiera haber tenido mas encantadora compania; La revolucion -aunque el pequeno amago en el Yi apenas merecia todavia ser asi llamado- era su constante tema de conversacion. Nunca se cansaba de ensalzar a su heroe, el general Santa Coloma; su intrepida resolucion y paciencia en la derrota; sus singulares y romanticas aventuras; los innumerables disfraces y estratagemas de que se habia valido mientras andaba rondando por su pais, donde se habia puesto a precio su cabeza; siempre esforzandose por infundir nuevo animo en el pecho de sus batidos y descorazonados partidarios. Ni por un momento admitia Dolores que el partido que gobernaba tuviese el menor derecho de estar en el poder o poseyera virtud alguna; o que, en efecto, fuera otra cosa que una funesta calamidad y carga para la Banda Oriental. Se figuraba a su pais como Andromeda atada a la roca, sola, anegada en lagrimas y abandonada a los furores del aborrecido monstruo Colorado; mientras que con la rapidez de los vientos celestiales, nunca dejaba de llegar al socorro de tan hermoso ser, su glorioso Perseo, los ojos centelleando terribles venganzas y con el poder de los dioses inmortales en su fuerte brazo derecho. Muchas veces procuro persuadirme a que uniera mi suerte a la de este romantico cabecilla, y era dificil, harto dificil, resistir sus elocuentes palabras, y tal vez fuera cada dia mas y mas dificil, a medida que el encanto de su atrayente hermosura se iba prendiendo de mi corazon. Yo siempre recurria al argumento de que era- extranjero, que amaba a mi patria con ardor igual al que ella le brindaba a la suya, y que al tomar armas en la Banda Oriental me despojaria en el acto de los derechos y privilegios de mi ciudadania inglesa. Apenas tenia paciencia para escuchar este argumento, pareciendole muy trivial, y cuando me pedia otras y mejores razones, no tenia ninguna que ofrecerla. No me atrevia a citarle las palabras del hurano Aquiles:
"Los troyanos tan lejanos jamas me han injuriado". pues ese argumento le hubiera parecido aun mas flaco que el anterior. Por supuesto que jamas habia leido la Iliada en ningun idioma, pero luego me hubiera inducido a hablarle de Aquiles, y cuando hubiese terminado el cuento, con el miserable Hector arrastrado tres veces alrededor de los muros de Troya -sabia que llamaban a Montevideo la Troya Moderna-, entonces habria vuelto el argumento contra mi y me habria pedido que procediera con el Presidente del Uruguay como lo habia hecho Aquiles con Hector. Viendo que me quedaba callado, volvia el rostro indignada; sin embargo, solo era por un momento; luego aparecia la brillante sonrisa otra vez, y exclamaba: - ?No, no, Ricardo, no olvidare mi promesa, aunque a veces pienso que usted trata de’ hacermela olvidar.
Era mediodia; reinaba en la casa el mas profundo silencio, pues dona Mercedes se habia ido, despues del al muerzo, a dormir su indefectible siesta, dejandonos de charla. Yo estaba recostado sobre el sofa, fumando un cigarrillo, en la espaciosa y fresca sala donde por primera vez habia reposado en aquella casa. Sentandose Dolores a mi lado con la guitarra, dijo: -Dejeme tocarle y cantarle algo muy suavecito para que se quede dormido-. Pero mientras mas tocaba y cantaba, menos ganas tenia de dormir. -?Que es esto!?Todavia no se ha quedado dormido, Ricardo? -decia con una risita picaresca despues de cada estrofa.
- Todavia no, Dolores -respondi, haciendo como si me fuera viniendo el sueno-; pero ya los parpados se me estan poniendo pesados. Un cantito mas y estare sonando. A ver, canteme aquella tonada que tanto me gusta:
Desde aquel doloroso momento.
Por ultimo, viendo que mi somnolencia era toda fingida, rehuso cantar mas, y luego nos encontramos hablando otra vez del mismo tema de siempre. -?Ah, si! -contesto a aquel argumento de mi nacionalidad, que era mi unica defensa-, siempre me han dicho que los extranjeros son practicos, frios e interesados…, tan distintos de nosotros.
Nunca me ha parecido usted extranjero;?ay, Ricardo!,?por que me hace recordar que no es uno de nosotros? Digame, querido amigo, si alguna hermosa mujer le pidiera a usted que la librara de una gran desdicha o de algun peligro,?se detendria usted a preguntar primero cual era su nacionalidad antes de ir en su ayuda? -?No, Dolores! Usted sabe perfectamente bien que si usted, por ejemplo, estuviese en peligro o afligida, volaria a su lado y arriesgaria mi vida por salvarla.
- Le creo, Ricardo. Pero digame:?es menos noble ayudar a un pueblo necesitado y cruelmente oprimido por hombres malos, que a fuerza de sus crimenes, su traicion y la ayuda extranjera, han logrado llegar al poder? ?Quiere usted decirme que ningun ingles ha desenvainado su espada en una causa semejante??No es mi patria mas bella y digna de ser ayudada que cualquiera mujer??No le ha dado Dios ojos espirituales que derraman lagrimas y buscan consuelo??Y labios mas dulces que los de cualquiera mujer, clamando diariamente que la liberten??Puede usted contemplar ese cielo azulado alla en lo alto, y pisar sobre el verde cesped donde le sonrien flores blancas y purpureas, y quedar ciego ante su belleza e insensible a su gran necesidad??Oh, no, Ricardo!?Eso es imposible! -?Ah, si usted fuera hombre, Dolores, que llama encenderia en los corazones de sus compatriotas! -?Oh, si yo fuese hombre -exclamo, levantandose precipitadamente-, no solo serviria a mi patria con palabras, sino que tambien daria golpes y derramaria mi sangre por ella!;?y con que gusto! Pero siendo solamente una fragil mujer, daria toda la sangre de mi corazon por ganar un solo brazo que ayudase a esta santa causa.
Se puso delante de mi, con sus ojos brillantes y el rostro resplandeciente de entusiasmo; levantandome, tome entre las mias sus manos, pues estaba embriagado por su hermosura y casi a punto de arrojar al viento todo freno. -?Dolores! -exclame-.?acaso no son exageradas sus palabras??Quiere que pruebe su sinceridad? Digame:?daria usted un solo beso de sus encantadores labios por ganar un brazo fuerte para su patria?
El color de la purpura subio a su rostro y bajo los ojos; recobrandose en seguida, contesto: -?Que significan sus palabras??Hable claro, Ricardo!
- No puedo hablar mas claro, Dolores. Perdoneme si la he vuelto a ofender. Su hermosura, su gracia y su elocuencia me han arrebatado el sentido…
Sus manos humedecidas temblaban en las mias, mas no las retiro. -No, no estoy ofendida… - murmuro con voz singularmente apagada-. Haga la prueba si quiere, Ricardo…?Debo entender que por semejante favor se afiliaria usted a nuestra causa?
- No puedo decirlo… -repuse, tratando siempre de ser prudente, aunque mi corazon ardia como fuego y mis palabras, al hablar, parecian sofocarme-. Pero, Dolores, si usted derramaria su sangre por ganar un fuerte brazo,?le pareceria demasiado conceder ese favor en la esperanza de ganarlo?
Guardo silencio. Acercandola hacia mi, roce sus labios con los mios. Pero,?que hombre jamas se ha contentado con solo el roce de los labios que su corazon ha ansiado con tanto frenesi? Fue como el contacto de algun fuego celestial avivando al instante mi amor y tornandolo en locura. La bese y volvi a besarla; oprimi sus labios hasta que estuvieron secos; ardian y quemaban como fuego; bese sus mejillas, su frente y su hermosa cabellera, y por ultimo, atrayendola hacia mi, la estreche en un largo y apasionado abrazo hasta que paso la impetuosidad de mi arrebato, y lleno de angustia la solte. Dolores se estremecio; estaba mas palida que el blanco alabastro, y cubriendose el rostro con las manos se dejo caer en el sofa. Me sente a su lado; recline su cabeza sobre mi pecho; permanecimos en silencio; solo se oia el violento latido de nuestros corazones. Luego, se desprendio de mis brazos, y sin dirigirme una mirada, se puso de pie y salio de la pieza.
No tarde mucho en reprocharme amargamente este imprudente arrebato. No osaba esperar que nuestras relaciones pudiesen mantenerse en el mismo pie de antes. Una mujer tan sensible, y de alma tan extremadamente noble como Dolores, no podria olvidar ni perdonar mi conducta. Cierto que no habia resistido; habia consentido, tacitamente, en aquel primer beso, y por lo tanto, era en parte culpable; pero su extremada palidez, su silencio y frialdad probaban a las claras que la habia ofendido. ‘Me habia vencido mi pasion y senti que mi honra estaba comprometida. Por aquel primer beso habia poco menos que dado mi palabra de cumplir cierta cosa, y de no cumplirla ahora, por mucho que me contrariara afiliarme a los revolucionarios, hubiera sido en extremo deshonroso.
Yo mismo habia propuesto la cosa y ella, con su silencio, habla consentido; me habia permitido, no solo uno, sino muchos besos, y habiendo ahora gozado de aquel frenetico y efimero placer, no podia soportar la idea de marcharme miserablemente sin pagar el precio.
Sali afuera muy afligido, y me pasee en el huerto de un extremo al otro durante dos o tres horas, en la esperanza de que viniera Dolores; pero no volvi a verla ese dia. A la hora de la comida, dona Mercedes estuvo sumamente carinosa, mostrando a las claras que no estaba al tanto de los asuntos privados de su hija. Me dijo?alma bendita! que Dolores tenia un fuerte dolor de cabeza por haber tomado una copa de vino a la hora del almuerzo, despues de comer una tajada de sandia, imprudencia contra la cual no dejo de precaverme.
Pasando la noche en desvelo -pues la idea de haber herido y ofendido a Dolores no me permitia dormir-, resolvi unirme inmediatamente a Santa Coloma. Aquel hecho de por si apaciguaria mi conciencia, y solo esperaba que sirviera para captarme de nuevo la amistad y estimacion de la mujer a quien habia llegado a amar tan desatinadamente. No bien me hube resuelto a tomar esta medida,, cuando empece a descubrirle tantas ventajas que me extrano no lo hubiese hecho antes; pero perdemos en esta vida la mitad de nuestras oportunidades por estar demasiado precavidos.
Unos cuantos dias mas de aventuras -mayormente agradables por ser sazonados con cierto peligro- y me hallaria de nuevo en Montevideo, con una hueste de agradecidos y poderosos amigos que me buscarian una buena colocacion en el pais. "Si -pensaba para mi, entusiasmandome mas y mas-, una vez que este vergonzoso, embrutecido y tiranico partido Colorado sea barrido fuera del pais -como por supuesto lo sera- ire donde Santa Coloma a devolverle mi espada, renunciando por ese hecho, a mi nacionalidad, y le pedire, como unica recompensa de mi caballeresca conducta, su empeno en conseguirme una colocacion como administrador, digamos, de alguna gran estancia en el interior. Alli, quiza en uno de sus propios establecimientos, sere feliz y estare en mi elemento, cazando avestruces, comiendo carne con cuero, y con una tropilla de unos veinte caballos bayos para mi uso particular, y acumulare, al mismo tiempo una modesta fortuna vendiendo cueros, astas, sebo y otros productos del pais". Al apuntar el dia me levante y ensille mi caballo; entonces, hallando en pie al grave Nepomuceno -el ave (iribu) madrugadora del establecimiento-, le dije que avisara a su patrona que yo iba a pasar el dia con el general Santa Coloma. Despues de tomar un mate que el viejo me cebo, pedi mi caballo y parti del pueblo al galope.
Al llegar al campamento, que habia sido retirado a suma legua o legua y media de El Molino, encontre a Santa Coloma a punto de montar a caballo para hacer una expedicion a una pequena poblacion a unas ocho o nueve leguas de alli, En el acto me pidio que le acompanara, anadiendo que estaba muy complacido, aunque de ningun modo extranado, de que hubiese cambiado de resolucion y me hubiera decidido a unirme a el. No volvimos hasta tarde en la noche, y todo el siguiente dia se paso en hacer monotonas evoluciones de caballeria, En la tarde fui a ver al general y le pedi permiso para ir a la Casa Blanca a despedirme de mis amigas. Me dijo que el tambien pensaba ir a El Molino a la manana siguiente y que iriamos juntos. Lo primero que hizo cuando llegamos al pueblo fue mandarme al tendero principal del lugar, individuo que tenia completa confianza en el cabecilla Blanco y que estaba vendiendo rapidamente, con pingues utilidades, un gran surtido de mercaderias, y recibiendo en pago pedacitos de papel firmados por Santa Coloma.
Este buen hombre, que mezclaba la politica con sus negocios, me surtio de un equipo completo - del que estaba muy necesitado- compuesto de un termo, un chambergo de color de cafe, un par de botas granaderas y un poncho. Volviendo al cuartel general en la plaza, recibi mi espada, que no cuadraba muy bien con el traje de paisano que llevaba puesto; pero en este respecto no era menos feliz que el noventa y ocho por ciento de los demas hombres en nuestro pequeno ejercito.
Por la tarde fuimos, Santa Coloma y yo, a ver a dona Mercedes y a su hija. El general fue acogido muy calurosamente por entrambas, como yo tambien por dona Mercedes, pero Dolores me recibio con la mas completa indiferencia. No expreso ni placer ni sorpresa cuando mes vio con la espada al cinto, por la causa a la que ella habia profesado tanto ardor, lo que fue para mi un cruel desengano; ademas, me hirio su modo de tratarme. Despues de la comida, durante la cual conversamos largamente, se despidio el general, pidiendome, antes de irse, que me juntase con el en la plaza a la manana siguiente a las cinco. Despues que se fue, trate de hallar una oportunidad de hablar a solas con Dolores, pero se evadio deliberadamente. Por la noche hubo varias visitas -algunas senoras vecinas y tres o cuatro oficiales del campamento-; se bailo y canto hasta eso de las doce. Viendo que no se podia hablar con Dolores y preocupado con mi cita para las cinco de la manana siguiente, me fui, por ultimo, triste y desconcertado, a mi pieza. Me eche sobre la cama sin desvestirme, y estando sumamente cansado de tanto andar a caballo, luego me quede dormido. Cuando desperte, la clara luz de la luna entrando por la puerta y ventana abiertas me hizo creer que estaba amaneciendo, y en el acto me levante.
No podia averiguar la hora sin ir a la gran sala donde estaba un antiguo reloj de pendola. Fui, y me asombro sobremanera, al entrar en la pieza, encontrar a Dolores con su vestido blanco, sentada al lado de la ventana abierta, en una actitud del mas profundo abatimiento. Se sobrecogio cuando entre, y se levanto precipitadamente su larga cabellera, negra como el iribu, que colgaba suelta sobre los hombros, haciendo resaltar la extremada palidez de su semblante. -?Dolores! -exclame-.?Usted aqui a estas horas? -?Si! -repuso friamente, sentandose otra vez-.?Le parece muy extrano, Ricardo? -?Perdoneme que la haya estorbado! Vine a ver el reloj para averiguar la hora.
- Son las dos;?es eso lo unico por lo que ha venido??Se imaginaba usted que me acostaria a dormir sin saber primero cual fuese el motivo de su venida a esta casa??Que se ha olvidado usted de todo?
Me aproxime a ella y me sente al lado de la ventana antes de hablar. -?No, Dolores! Si me hubiese olvidado, no me tendria aqui unido a una causa que miraba puramente como la suya. -?Ah!, ya entiendo; usted ha honrado a la Casa Blanca con su presencia, no para hablarme a mi, ?ah, no!, a eso no le daba ninguna importancia; era solo para lucir su espada.
Me punzo profundamente la extremada amargura en su acento. -Usted me hace una injusticia - dije-. Desde aquel momento fatal en que fui arrebatado por mi pasion, no he dejado de pensar un solo instante en usted, angustiado por haberla ofendido. No, no vine a lucir mi espada, que no uso como adorno; solo vine a hablarle a usted, Dolores, y usted se esquivo deliberadamente. -?No sin razon! -repuso al momento-.?No me quede tranquila a su lado despues del modo que se porto con-migo, esperando que hablara…, que se explicara, y usted se quedo callado? Pues bien, senor, aqui me tiene otra vez esperando.
- Es esto lo que tengo que decirle -repuse-. Despues de lo que paso entre nosotros, me senti moralmente obligado a unirme a su causa, Dolores.?Que mas puedo hacer sino implorarle que me perdone? Creame, querida amiga, en ese momento de pasion me olvide de todo…, olvide que yo., olvide que su mano estaba ya prometida a otro… -?Prometida a otro…??Que quiere decir con eso, Ricardo?…?Quien le ha dicho eso?
- El general Santa Coloma… -?El general??Que derecho tiene el general de ocuparse en mis asuntos? Esto es algo que solo me concierne a mi y es una gran impertinencia de su parte entrometerse en ello. -?Como puede hablar asi de su heroe, Dolores? Acuerdese que el solo me previno del peligro que corria, por pura amistad y nada mas. Pero, desgraciadamente, su advertencia, en todo caso, fue en balde; mi desdichada pasion, la vista de su hermosura, sus incautas palabras…
Dejo caer el rostro sobre entrambas manos y se quedo callada.
- Harto he sufrido por mi culpa y aun he de sufrir mas.?No quiere decirme que me perdona, Dolores? -dije, ofreciendole la mano.
La tomo, pero guardo silencio.
- Digame que me perdona, queridisima amiga, y que al separarnos, partimos amigos. -? Oh, Ricardo!?Y es preciso que nos separemos? -balbuceo.
- Si, Dolores, ahora mismo, pues antes de que usted se levante ya estare a caballo y en camino para juntarme con la tropa. La marcha a Montevideo comenzara, probablemente, muy pronto. -?Ay, no puedo soportarlo! -exclamo subitamente, tomandome la mano entrambas suyas-.
Ahora, permitame abrirle mi corazon, Ricardo. Perdoneme por haber estado tan enojada con usted, pero no sabia que el general habia dicho eso. Creame, el se imagina mucho mas de lo que sabe.
Cuando usted me tomo en sus brazos y me estrecho contra su pecho… fue una revelacion para mi…; no puedo amar ni dar mi mano a ningun otro. Usted, Ricardo, es ahora todo lo que tengo en el mundo;?como puede usted dejarme para mezclarse en esta cruel lucha civil, en la que han perdido todos mis mas queridos amigos y parientes?
Habia tenido su revelacion; ahora tuve yo la mia y fue extremadamente amarga. Temblaba con solo pensar en confesarle mi secreto, ahora que habia correspondido de un modo tan inequivoco a la pasion que en mi insensatez le mostrara.
De repente, alzo sus brillantes ojos oscuros a los mios, trasluciendose a la vez en su palido rostro la lucha que se trababa entre la indignacion y la verguenza. -?Hable, Ricardo! -exclamo-.?Su silencio, despues de lo que he dicho, es un insulto! -?Por Dios, Dolores, compadecete de mi! -balbuci-. No soy libre…, estoy casado…
Se quedo mirandome fijamente un momento, y en seguida, soltando mi mano bruscamente, se cubrio el rostro. Luego lo descubrio otra vez, pues la verguenza habia sido vencida y ahuyentada por su colera. Se levanto y se volvio hacia a mi con el rostro extremadamente palido. ?Usted casado… y tiene una mujer de la que jamas me ha dicho una palabra hasta este momento, y se atreve a pedirme que me compadezca de usted despues que su secreto le ha sido arrancado por la fuerza??Casado!?Y ha tenido la temeridad de tomarme en sus brazos, y se excusa ahora alegando su pasion!?Pasion??Conoce usted, caballero -? lo que es pasion??Ay, no!?Un pecho como el suyo no es capaz de tener un sentimiento tan grande y tan noble! Si usted hubiese sentido verguenza siquiera, no se habria atrevido a asomar su cara aqui otra vez.?Y usted juzgo mi corazon tan liviano como el suyo, y despues de tratarme de esa manera infame, creyo obtener mi perdon y captarse mi admiracion paseandose delante de mi luciendo su espada??Vayase! No puedo sentir sino el mayor desprecio por usted.?Dejeme!?Usted deshonra la causa!
Quede completamente anodado y humillado, no atreviendome siquiera a levantar la vista, porque sentia que solo mi indecible debilidad e insensatez habla desatado aquella rafaga. Pero la paciencia tiene sus limites, aun estando uno de humor sumiso, y cuando aquellos fueron sobrepasados, entonces estallo mi sana con tanta mayor furia cuanto que durante toda aquella entrevista habia mantenido una humildad de penitente. Sus palabras, desde el principio, me habian herido como latigazos, haciendome retorcer de dolor; pero la ultima injuria me dolio mas de lo que pude soportar.?A mi, un ingles, decirseme que yo deshonraba al partido de los Blancos, a los cuales me habia unido contra mi mejor sentir, puramente por mi romantica devocion a ella! Yo ahora tambien estaba de pie y permanecimos durante algunos momentos temblando y silenciosos. Por ultimo pude hablar. -?Y esto -exclame-, de la mujer que solo ayer estaba pronta a derramar toda la sangre de su corazon por ganar un fuerte brazo para su pais! He renunciado a todo, me he asociado con detestables bandidos y ladrones, para llegar a conocer, por fin, que su deseo personal es todo para ella, su hermoso y divino pais…?nada!?Ojala hubiese sido un hombre el que me dirigiera aquellas palabras, Dolores, para haber podido emplear provechosamente esta espada que usted ha mencionado, por lo menos una vez antes de romperla en dos y arrojarla lejos de mi como cosa vil!
Ojala se abriera la tierra y se tragara a este pais para siempre, aunque me hundiera con el y fuera a parar al mismo infierno, por el detestable crimen de tomar parte en sus piraticas revoluciones.
Se quedo inmovil, contemplandome con tamanos ojos y dibujandose en su rostro una nueva expresion; entonces, mientras guarde silencio para que hablara, esperando solo un nuevo torbellino de desprecio y amargura, una extrana y triste sonrisa asomo a sus labios por un instante, y acercandose a mi, coloco su mano en mi hombro. -?Oh, de que fuerte pasion es usted capaz!?Perdoneme, Ricardo, pues yo tambien le he perdonado!?Ay!, habiamos nacido el uno para el otro, y sin embargo, nunca jamas podra ser…
Dejo caer, abatida, la cabeza sobre mi hombro. Al oir aquellas tristes palabras, toda mi sana se desvanecio; solo quedaba el amor…, el amor unido a la mas profunda compasion y el mayor remordimiento por el dolor que le habia causado. Sosteniendola con mi brazo, acaricie tiernamente su hermoso pelo negro, e inclinandome, lo oprimi con mis labios… -?Es tanto lo que me quieres. Dolores??Hasta perdonar las crueles y amargas palabras que acabo de decir??Ay!, fue locura la mia decirte todo eso. Me arrepentire toda la vida.?Que cruelmente te han herido mi amor y mi sana! Dime, queridisima Dolores,?puedes perdonarme? -?Si, Ricardo, todo!?Habra palabra que tu puedas decir o cosa que puedas hacer, que no te perdone??Te quiere asi tu mujer??Puedes quererla como me quieres a mi??Que cruel ha sido el destino con nosotros, Ricardo!?Ay, mi querida patria, estaba pronta a derramar mi sangre por ti… con tal de ganarte un fuerte brazo que por ti se batiera, pero ni en suenos pensaba que este seria el sacrificio que se me exigiera! Mira, ya luego sera tiempo que te vayas…, ya no hay tiempo de dormir, Ricardo, Sientate aqui, a mi lado, y pasemos esta ultima hora juntos, tu y yo… con nuestras manos unidas…, porque nunca… nunca mas nos volveremos a ver…
Y asi sentados, nuestras manos entrelazadas, esperamos que apuntara el dia, diciendonos mil tristes y dulces palabras; y por ultimo, cuando nos separamos, la estreche una vez mas contra mi pecho sin que ella se resistiera, persuadido, como ella, de que nuestra separacion seria eterna…