IV
mi jornada por el distrito de Durazno vadee el hermoso rio Yi y penetre en el departamento de Tacuarembo, departamento extremadamente largo, que se extiende hasta la frontera brasilena. Atravese su parte mas angosta donde solo mide unas ocho leguas; despues de vadear el Salsipuedes Chico y el Salsipuedes Grande, llegue, por ultimo al fin de mi viaje al departamento de Paysandu. La estancia de la Virgen de los Desamparados era un cuadrado edificio de ladrillo de regular tamano, plantado sobre una altisima eminencia que dominaba un inmenso trecho de terreno ondulante cubierto de hierba. No habia ninguna arboleda cerca de la casa, ni siquiera un solo arbol de sombra o planta cultivada; habia, en cambio, algunos grandes corrales para el ganado, del cual tenian seis o siete mil cabezas. La falta de sombra y verdura daba al lugar un aspecto melancolico y desapacible, pero si yo alguna vez llegara a tener autoridad alli, todo eso cambiaria. El mayordomo, don Policarpo Santierra de Penalosa, probo ser una persona muy afable y complaciente. Me recibio con aquella sencilla cortesia oriental, que sin ser fria, tampoco es expansiva, y en seguida leyo la carta de Dona Isidora. Por ultimo, me dijo: -Tendre el mayor gusto, amigo, de proporcionarle todas las comodidades asequibles en esta altura; y en cuanto a lo demas,?que quiere que le diga??al buen entendedor pocas palabras! En todo caso aqui no falta buena carne, y en breve me hara uste un gran favor de considerar esta casa con todo lo que contenga, la suya, mientras nos honre con su presencia.
Despues de expresar estos amables sentimientos que me dejaron en el aire acerca de mis esperanzas, monto su caballo y se fue al galope, probablemente a atender algun asunto de mucha importancia, pues no volvi a verle durante varios dias.
Empece inmediatamente a establecerme en la cocina. No parecia que nadie en la casa entrase jamas ni aun por casualidad en las otras piezas. La cocina era enorme; parecia un granero, y era de no menos de trece a catorce metros de largo y de proporcionada anchura; el techo era de totora, y el fogon, situado en el centro de la pieza, consistia en una plataforma de argamasa cercada por canas de buey medio enterradas verticalmente en el suelo. Desparramadas, aqui y alli, habia algunas trebedes y teteras de fierro, y desde la cumbrera que soportaba el techo colgaba una cadena con un gancho, del que pendia una enorme olla de fierro; un asador de unos dos metros de largo completaba la lista de los utensilios de cocina. No habia ni sillas, ni mesas, ni cuchillos, ni tenedores; cada cual llevaba su propio cuchillo; a la hora de comer se echaba el puchero en una gran fuente de lata, mientras que del asado cada uno se servia del asador mismo, tomando- la carne con los dedos y cortandose su tajada. Algunos troncos de arbol y cabezas de caballo servian de asientos. Tenian habitacion en la casa una mujer -una vieja negra y canosa, horriblemente fea, de unos setenta anos de edad- y unos dieciocho o veinte individuos de diversas edades y tamanos, y de todos los matices de cutis imaginables, desde el color blanco de pergamino hasta el de vieja madera de encina. Habia un capataz y siete u ocho peones, siendo los demas todos agregados, o hablando claro, un tropel de vagabundos que se apegan a esta clase de establecimientos como perros errantes atraidos por la abundante carne, y que, de tarde en tarde, ayudan a los peones en sus tareas; tambien juegan un tanto por dinero y a veces roban para costear sus menudos gastos. Al apuntar el dia, cada uno se hallaba en pie y sentado al lado del fogon sorbiendo un cimarron y fumando su cigarrillo; antes de salir el sol, todos estaban ya montados a caballo repuntando el ganado en el campo circunvecino; volvian a mediodia a almorzar. La carne consumida y la que se desperdiciaba era algo atroz. Despues del almuerzo se tiraban con frecuencia hasta diez o quince kilogramos de carne cocida y asada en una carretilla, llevandose en seguida al basurero, donde servia para sustentar a veintenas de halcones, gaviotas y caranchos, ademas de los perros.
Por supuesto que yo solo era un simple agregado, sin tener todavia ni sueldo ni ocupacion fija.
Creyendo, sin embargo, que esto solo seria por poco tiempo, estaba bien dispuesto a ponerle buena cara al asunto, y luego me hice muy amigo de mis coagregados, tomando parte gustosamente en todos sus pasatiempos y tareas voluntarias.
Pasados varios dias, empezo a cansarme la comida exclusivamente de carne, pues ni una galleta era "asequible en esta altura"; y en cuanto a papas, lo mismo habria sido pedir un plum-pudding. Por ultimo, se me ocurrio que con tantas vacas se podria conseguir leche e introducir un poco de variedad en nuestra comida. Esa misma noche sondee el asunto y propuse que al dia siguiente enlazaramos una vaca y la amansaramos. Algunos de los hombres aprobaron la idea, anadiendo que jamas se les habia ocurrido hacerlo; pero la negra, a quien, por ser la unica representante del bello sexo, siempre se la escuchaba con todo el respeto que su posicion exigia, se afilio apasionadamente al partido de la oposicion. Declaro que desde la visita del dueno y su joven esposa a la estancia hacia doce anos, nunca jamas se habia ordenado en ella una sola vaca. En ese tiempo tenian una vaca lechera, y de haber bebido mucha leche la senora, antes de desayunarse, tuvo un empacho tal que hubo que darle polvos de estomago de avestruz, y, por ultimo, llevarla con gran dificultad en una carreta de bueyes a Paysandu, y de alli, por el rio, a Montevideo. El dueno ordeno que soltaran al animal, y nunca, a su saber, desde aquella fecha, se habia ordenado una vaca en la Virgen de los Desamparados.
Estos presagiosos grunidos no me produjeron ningun efecto, y al siguiente dia volvi de nuevo al asunto. Yo no tenia lazo, de modo que no podia, sin ayuda, encargarme de enlazar una vaca medio brava. Por ultimo, uno de mis coagregados ofrecio ayudarme, diciendo que hacia anos que no probaba una gota de leche, y que estaba inclinado a catar otra vez aquella singular bebida. Este nuevo aliado merece ser presentado formalmente al lector. Se llamaba Epifanio Claro. Era alto, delgado y lampino, y su cara larga y macilenta tenia una expresion singularmente torpe. Su negro y lacio cabello, partido al medio, colgabale hasta los hombros, medio cercando su enjuto rostro, como un par de alas de iribu. Tenia ojos muy grandes, claros y de expresion ovejuna; las cejas encorvadas hacia arriba como un par de arcos goticos, solo dejaban sobre ellas un angostisimo espacio que servia de frente. Debido a esta peculiaridad, le apodaban Cejas, por cuyo nombre era conocido de sus amigos. Pasaba la mayor parte del tiempo rasgueando una vieja, rajada y desafinada guitarra, y cantando tonadas amorosas en una voz de falsete, triste y chillona, que me hacia recordar, no poco, la hambrienta y pediguena gaviota en aquella estancia del departamento de Durazno. Pues, aunque el pobre Epifanio tenia una aficion loca por la musica, la naturaleza le habia negado cruelmente el don de expresarla de un modo agradable a sus semejantes. Sin embargo, es justo admitir que preferia las baladas o composiciones de un caracter filosofico, por no decir metafisico. Me tome el trabajo de traducir literalmente la letra de una de ellas, que dice asi:
Ayer se abrio mi sentido,
Al golpear de la razon,
Inspirando en mi una intencion Que jamas habia tenido.
En vista que todos mis dias,
Mi vida ha sido lo que es,
Al levantarme, pues, me dije:
Hoy dia ha de ser como ayer.
Puesto que la razon me avisa,
Que nunca he sido otro ser.
Es dificil juzgar por estas pocas lineas, formando ellas solo una cuarta parte de la cancion, pero es un buen ejemplo, y el resto no era mas inteligible. Naturalmente, no es de suponer que Epifanio Claro, un hombre ignorante, se penetrase de toda la filosofia de estas lineas; no obstante, es probable que alguna ligera emanacion de su profundo significado haya tocado su magin, haciendolo, al mismo tiempo, mas cuerdo.
Acompanado por este singular individuo y con el permiso del capataz, quien en palabras de muchas silabas rehuso tomar responsabilidad alguna en el asunto, salimos al potrero en busca de una vaca.
Luego encontramos una que parecia venir de molde para nuestro objeto, cuya distendida ubre prometia leche en abundancia; la seguia un ternerito de no mas de una semana; desgraciadamente la vaca era brava y tenia astas puntiagudas como agujas.
Luego se las cortaremos -me grito Cejas.
Entonces enlazo la vaca y yo agarre al ternerito, y levantandolo y colocandolo por delante del recado, me puse en marcha hacia la casa. La vaca me persiguio furiosamente, y detras venia Claro a todo galope. Tal vez estuvo. demasiado confiado y permitio descuidadamente que la vaca tirara el lazo que la sujetaba; el hecho es que, de repente, volvio atras y le arremetio con furia extraordinaria, hundiendo uno de sus formidables cuernos profundamente en la barriga de su caballo. Pero Cejas supo arrostrar la situacion, y dandole a la vaca un fuerte golpe en la testera que la hizo recular momentaneamente, corto el lazo con su cuchillo, y gritandome al mismo tiempo que soltara al ternero, se escapo. En cuanto llegamos a una prudente distancia, detuvimos nuestros caballos, diciendo Claro, secamente, que el lazo era prestado y que el caballo era de la estancia, de modo que nada habiamos perdido. Se apeo y le dio algunas puntadas a la enorme herida que la pobre bestia tenia en la barriga, usando como cuerda algunos pelos que le arranco de la cola. Era una tarea dificil, o por lo menos lo hubiera sido para mi, pues tuvo que abrir algunos agujeros en los labios de la herida con la punta de su facon; pero parecia serle muy facil. Usando lo que quedaba del lazo, pialo al caballo de una pata trasera y otra delantera, y con un diestro empujon, lo tumbo al suelo; entonces, amarrandolo bien, hizo la operacion de coser la herida en un par de minutos. -?Vivira? -le pregunte. -?Que se yo! -replico, indiferentemente-. Solo se que aura podra llevarme a la casa; si se muere despues,?que importa?
Entonces, montando otra vez a caballo, nos fuimos al trotecito a la estancia. Por supuesto que se mofaban despiadadamente de nosotros, sobre todo la vieja negra que habia previsto, segun nos dijo, lo que iba a suceder. Uno se habria imaginado, al oirla hablar, que consideraba el tomar leche una de las mas graves ofensas contra la moral de la cual un hombre pudiese ser culpable, y que en este caso la misma Providencia habia intervenido milagrosamente para impedir que satisficiesemos nuestros depravados apetitos.
Cejas tomo el asunto con mucha frescura.
- No les haga ningun caso -dijo-; ni el lazo ni el caballo eran nuestros, ansi que?que importa lo que digan?
El dueno del lazo, que de muy buena voluntad nos lo habia prestado, alzo la cabeza al oir esto. Era un hombre extremadamente grande, de tosco aspecto y con el rostro poblado de una enorme y erizada barba negra. Yo lo habia creido, hasta ese momento, uno de aquellos tipos de gigante bien humorado, pero ahora que empezo a enfurecerse, cambie de opinion. Blas, o Barbudo, como llamabamos al gigante, estaba sentado en un tronco de arbol tomando mate.
- Tal vez ustedes me toman por una oveja, porque me ven enguelto en estos cueros -observo-; pero permitanme alvertirles que tendran que devolverme el lazo que les preste.
- Esas palabras no son pa nosotros -dijo Cejas, dirigiendose a mi-, sino pa la vaca que se llevo el lazo en los cachos;?pucha que eran afilaos! -?No, senor! -respondio Barbudo-, no se engane; no son pa la vaca, sino pal tonto que la lazo.
Y te alvierto Epifanio, que si no me lo devolves, este techo que nos cubre no bastara pa cubijarnos a los dos.
- Me alegro oirte decir eso, Barbudo -dijo el otro-, pues nos hacen falta asientos; y cuando te vayas vos, el que casi aplastas con ese corpazo tuyo, estara ocupao por alguien que mejor lo merezca.
- Podes decir lo que queras, pues naides hasta aura jamas te ha puesto un candao en la boca -dijo Barbudo, alzando la voz a un grito-; pero no habes de robarme vos, y si no me devolves el lazo, juro hacerme uno nuevo de cuero humano.
- Entonces -dijo Cejas-, mientras mas pronto te pro-bes con un cuero a proposito, mejor para vos, porque lo que es yo, nunca te devolvere el lazo; pues,?quien soy yo pa luchar contra la Providencia que me lo quito de has manos?
A esto replico Barbudo, furiosamente:
- Entonces cueriare a este gringo miserable muerto de hambre que viene aqui a aprender a comer carne y a ponerse a la altura de los hombres. Por lo visto lo destetaron demasiado joven, pero, si el hambriento sinverguenza quiere alimentarse como los nenes, que en adelante ordene a las gatas que se calientan al lao del juego, y que hasta un frances puede agarrar sin ninguna necesida de lazo.
No pude tolerar los insultos del bruto y salte de mi asiento. Tenia por casualidad un cuchillo en la mano, pues nos preparabamos para atacar un matambre, y mi primer impulso fue soltarlo y darle un buen punetazo. Si tal hubiera hecho, es probable que habria pagado muy cara mi temeridad. Al momento de pararme se me vino encima Barbudo con cuchillo en mano. Me largo un feroz golpe que por fortuna me paso a un lado, mientras que yo al mismo tiempo le di una punalada; se bamboleo hacia atras con un horrible tajo en la cara. Fue todo cuestion de segundos y antes de que los otros pudiesen intervenir: al instante nos desarmaron y empezaron a banarle la herida a Barbudo. Durante esta operacion, que debio ser muy dolorosa, pues la vieja negra habia insistido en que se banara la herida con ron en vez de con agua, el bruto blasfemaba atrozmente, jurando que me cortaria y sacaria el corazon y que se lo comeria estofado en cebollas y alinado con cominos y otros varios condimentos.
Muchas veces, desde aquellos dias, he pensado en el sublime concepto culinario de Blas el barbaro.
Debio de haber habido una chispa de agreste genio oriental en su bovino cerebro.
Cuando el debilitamiento causado por la furia; el dolor y la perdida de sangre por fin lo hicieron callar, la vieja negra se volvio contra el, gritandole que bien merecia haber sido castigado, pues, ?no fue el quien, a pesar de sus oportunas advertencias, les habia prestado el lazo a aquel par de herejes -que asi nos llamaba- para lazar una vaca? Pues bien, habia perdido su lazo; entonces sus amigos, con la gratitud que solo puede esperarse de los que beben leche, se habian vuelto contra el y por poco no lo matan.
Despues de la cena, el capataz me llevo aparte y de un modo exclusivamente amistoso y con muchos rodeos, me aconsejo que me fuera de la estancia, pues no estaba seguro quedandome. Le conteste que la culpa no era mia, habiendo pegado solo en defensa propia; ademas, que habla sido enviado a la estancia por una persona amiga del mayordomo, y que estaba resuelto a verle y darle mi version de lo sucedido.
El capataz se encogio de hombros y encendio un cigarrillo.
Por ultimo, volvio don Policarpo, y cuando le conte la historia, se rio un poco, pero no dijo nada.
Por la noche le hice recordar la carta que le habia traido de Montevideo, preguntandole, al mismo tiempo, si era su intencion darme algun trabajo en la estancia.
- Vea, amigo -replico-, emplearlo a uste ahora seria inutil,, por muy valiosos que fueran sus servicios, pues la autoridad ya debe haber tenido noticias de su pelea con Blas. Puede contar con que en unos pocos dias vendran aqui a indagar el asunto, y es probable que los lleven a los dos, a uste y a Blas, y los pongan en la carcel. -?Que aconseja usted entonces que yo haga?
Me contesto que cuando le pregunto el avestruz al venado que le aconsejaba que hiciera cuando se aparecieran los cazadores, el venado habia respondido: "?Arranque!"
Rei de su bonito apologo y le dije que no creia que las autoridades se preocupasen de mi, y ademas, que yo no era aficionado a arrancar.
Cejas, que hasta aqui habia estado inclinado a apoyarme y a tomarme bajo su proteccion, se puso ahora muy caluroso en su trato; este era acompanado de cierta deferencia cuando estabamos solos, pero al haber otros presentes, le gustaba hacer gala de su intimidad conmigo. Al principio, no comprendi lo que pudiera significar este cambio en su modo de tratarme, pero luego me llevo misteriosamente a un lado y mostrandose muy confidente, dijo:
- No se preocupe mas de Barbudo. Nunca jamas se atrevera a levantarle la mano a uste otra vez; y si uste condesciende en hablarle amablemente, sera su mas humilde esclavo y se considerara muy honrao si uste se limpia sus dedos mugrientos en su barba. No le haga caso a lo que le diga el mayordomo; el tambien le tiene miedo. Si la autoridad se lo llevan, sera solo pa ver cuanto les va a dar; no lo detendran mucho tiempo, porque uste es estranjero, y no pueden hacerlo servir en el ejercito. Pero cuando lo pongan en liberta es preciso que uste mate a alguien.
Asombrado sobremanera, le pregunte por que.
- Vea -me dijo-, su reputacion de valiente esta ya establecida en este departamento, y no hay cosa que los hombres envidien mas. Es lo mesmo que en nuestro juego de pato, en que tuitos persiguen al hombre que se lleva el pato y no dejan de perseguirlo hasta que ha probao que puede guardarlo. Hay varios valientes a quienes uste no conoce, que estan risueltos a buscarle camorra pa probar su valentia. En la proxima pelea que tenga, no debe solo herir, sino matar, o no lo. dejaran tranquilo.
Me inquieto en extremo este resultado de mi afortunada victoria sobre Blas el Barbudo, y no podia apreciar la haya de grandeza que mi solicito amigo Claro parecia estar tan empenado en que yo aceptara. Era, por cierto, halagador oir decir que yo habia establecido mi reputacion de valiente en un departamento tan belicoso como Paysandu, pero al mismo tiempo las consecuencias a que daba lugar, eran, por asi decir, harto desagradables; de modo que agradeciendole a Cejas su amistosa indirecta, resolvi dejar la estancia inmediatamente. No huiria de las autoridades, puesto que yo no era ningun malhechor, pero si me alejaria de la necesidad de matar gente, siendo amante de la paz y del sosiego. Y temprano, a la manana siguiente, con gran desplacer de mi amigo Cejas y sin contarle mis planes a nadie, monte mi caballo y deje el Asilo de los Desamparados para seguir mis aventuras en otra parte.