XXIV

EL MISTERIO DE LA MARIPOSA VERDE

PASE varios dias con los Peralta en su desmantelada estancia, conocida en el pais circunvecino simplemente por el nombre de la Estancia o Campos de Peralta. Resultaron tan aburridos aquellos dias, y estaba con tanto cuidado respecto a Paquita alla en Montevideo, que estuve, mas de una vez, a punto de no esperar el pasaporte que don Florencio habia prometido conseguirme, y de aventurarme a hacer el viaje aun sin aquella hoja de higuera. No obstante, prevalecieron los prudentes consejos de Demetria; asi que mi partida fue postergandose de dia en dia. El unico placer que experimente nacio de la creencia de que mi visita habia interrumpido agradablemente la triste y monotona existencia de mi afable duena de casa. Su tragica historia me habia conmovido profundamente, y a medida que fui conociendola cada dia mejor, empece a apreciarla y a estimarla por su caracter puro, suave y abnegado. A pesar de la triste soledad en la que habia vivido, sin sociedad y solo en compania de aquellos viejos y rusticos sirvientes de toscos modales, no mostraba el menor indicio de rusticidad en su trato. Esto, sin embargo, no seria mucho decir respecto a Demetria, pues la generalidad de las damas, tal vez podria decirse la mayoria de las mujeres de origen espanol, poseen una gracia y dignidad que uno solo espera encontrar entre las mujeres de la buena sociedad en nuestro pais. Cuando nos reuniamos en la sala a la hora de comer o en la cocina para tomar mate, Demetria se mantenia invariablemente callada, siempre con aquella sombra de algun afan oculto que nublaba su rostro; pero cuando estaba sola ella conmigo, o se hallaban presentes solo el viejo Santos y la Ramona, aquella nube desaparecia, sus ojos brillaban y la rara sonrisa volvia con mas frecuencia a sus labios. Y, a veces, cuando estaba conversando, casi se entusiasmaba, escuchando con vivo interes todo lo que le contaba del gran mundo del cual ella apenas sabia, y riendose, al mismo tiempo, de su propia ignorancia de las cosas sabidas por cualquier nino criado en la ciudad. Cuando tenian lugar estas agradables conversaciones en la cocina, los dos viejos sirvientes se quedaban sentados, contemplando el rostro de su patrona, llenos de admiracion. La consideraban, segun parecia, como el ser mas perfecto jamas criado; y aunque su ingenua adoracion tuviera, quizas, su lado comico, dejo de admirarme luego que vine a conocer mejor a Demetria. Me hacian la impresion de dos fidelisimos perros, que siempre miran atentamente a la cara de un adorado maestro, y manifiestan en sus ojos, alegres o tristes, cuanto simpatizan con todos sus humores. En cuanto al viejo coronel Peralta, no hizo nada que me inquietara; despues de aquel primer dia, no volvio a hablarme, y apenas se fijaba en mi, salvo para saludarme muy ceremoniosamente cuando nos encontrabamos a la hora de comer. Pasaba el dia sentado en su poltrona dentro de la casa, o en el rustico banco bajo los arboles, donde permanecia, sin moverse, horas enteras, apo-yado en su baston, sus ojos preternaturalmente brillantes observando todo, al parecer, con inteligente interes. Pero no hablaba. Esperaba a su hijo, rumiando a solas sus feroces pensamientos. Cual un ave empujada por el viento mar afuera, vagando perdida sobre agitadas olas, su espiritu recorria aquel pasado agreste e intranquilo, aquel medio siglo de feroces pasiones y sangrienta lucha en la que el habia desempenado un ilustre papel. Y, quizas, a veces, su espiritu recorriera mas bien lo futuro que lo pasado, aquel glorioso porvenir cuando Calixto -yacente alla lejos en el paso de alguna cuchilla, o en algun pantanoso llano con enredaderas cubriendo su osamenta-volviera victorioso de la guerra.

Mis conversaciones con Demetria no eran frecuentes, y antes de mucho cesaron por completo; porque don Hilario, quien no armonizaba con nosotros, se hallaba siempre presente, cortes, sumiso, alerta, pero no era un hombre con quien podia uno intimar. Mientras mas le veia menos me gustaba; y aunque no le tengo ningun odio a las culebras -como ya lo sabe el lector-, estando convencido de que una antigua tradicion nos ha hecho tratar con injusticia a estos interesantes hijos de nuestra madre universal, no puedo pensar en ningun otro epiteto salvo el de culebroso para describir a ese hombre. En cualquiera parte de la estancia que me hallara, tenia esa manera de sorprenderme, arrastrandose silenciosamente por entre la maleza, por decirlo asi; y de repente apareciendose; ademas, habia algo en su indole que daba la impresion de una naturaleza fria, sutil y venenosa. Las fugaces miradas que continuamente lanzaba con asombrosa rapidez, me hacian recordar, no el mirar apatico e insensible de los ojos. sin parpados de la serpiente, sino su pequena, oscilante y bifurcada lengua, que oscila, desaparece y oscila otra vez, y jamas descansa ni un solo momento.?Quien era este hombre y que hacia alli??Por que, a pesar de no ser querido de nadie, era el el patron absoluto de la estancia? Nunca me hizo ninguna pregunta acerca de mi mismo, porque no era su indole hacer preguntas; pero evidentemente tenia algunas desagradables sospechas respecto a mi, que le hacian mirarme como a un posible enemigo.

A los pocos dias despues de mi llegada a la estancia, dejo de salir, y adondequiera que yo fuese, estaba siempre pronto para acompanarme, o cuando me encontraba con Demetria y empezaba a conversar con ella, tambien estaba alli para tomar parte en nuestra conversacion.

Por ultimo, llego de Lomas de Rocha el pedazo de papel tanto tiempo esperado, y con aquel bendito documento testificando que yo era subdito de Su Majestad Britanica, la Reina Victoria, deseche todo temor y me prepare resueltamente para seguir viaje a Montevideo.

Tan luego como supo don Hilario que yo estaba por abandonar la estancia, cambio su manera para conmigo; al momento se puso sumamente afable, instandome a que prolongase mi visita; tambien a que le aceptase un caballo de regalo, y diciendo, ademas, muchas cosas lisonjeras de los ratos agradables que habia pasado en mi compania. Trastroco por completo el antiguo dicho de dar la bienvenida al huesped que llega, y apresurar la partida del que se va; pero yo sabia muy bien lo deseoso que estaba de nunca volver a yerme otra vez.

Despues de la cena, en visperas de mi partida, ensillo su caballo y se fue a un baile o tertulia en una estancia vecina, pues ahora, que ya no sospechaba de mi, queria volver a disfrutar de los placeres sociales que mi presencia habia interrumpido.

Sali a fumar un cigarro entre los arboles; era una hermosisima noche de otono con la luz de una clara luna templando la oscuridad. Mientras me paseaba de un extremo al otro de un angosto camino por entre la maleza, pensando en mi proxima reunion con Paquita, el viejo Santos salio afuera y me dijo misteriosamente que dona Demetria queria hablar conmigo. Me condujo por la gran sala donde siempre comiamos, y luego por un angosto y oscuro pasadizo, hasta que llegamos a una pieza en la que jamas habia entrado. Aunque el resto de la casa estaba en las tinieblas, habiendose ya ido a acostar el viejo coronel, en cambio, aqui, todo estaba muy alumbrado por una media docena de velas dispuestas alrededor de la pieza. En el centro de ella, con su vieja cara radiante de embelesada admiracion, estaba de pie la Ramona, mirando a otra persona sentada en el sofa. Yo tambien mire, en silencio, a esta persona algun tiempo; pues, aunque reconoci a Demetria, estaba tan transformada que no pude hablar de sorpresa. La casta oruga se habia metamorfoseado en una resplandeciente mariposa verde con reflejos dorados. Llevaba un vestido verde claro de un estilo que jamas habia visto; pero sumamente alto de talle, abombado en los hombros y con enormes mangas acampanadas que llegaban hasta el codo; todo iba profusamente adornado de finisimos encajes de color crema. Su larga y tupida cabellera, que hasta entonces la habia llevado siempre en dos gruesas trenzas, estaba ahora dispuesta en grandes rodetes, y estos coronados por una peineta de carey de unas doce pulgadas de alto por unas quince de ancho en su parte superior, viendose como un gran copete sobre la cabeza. Llevaba en las orejas un par de curiosos aros de filigrana de oro, que pendian hasta sus desnudos hombros; un collar de medios doblones en forma de cadena, cenia su cuello, y en sus brazos llevaba pesados brazales de oro. Hacia un efecto sumamente original. Probablemente estos adornos habrian pertenecido a su abuela, unos cien anos antes; y aunque el verde claro no fuera precisamente el color que mejor sentara al palido rostro de Demetria, debo confesar, por mas que se me considere barbarico en materia de gusto, que al verla, me sobrecogi de admiracion. Vio que yo estaba muy sorprenaido y cubriose el rostro de rubor; entonces, volviendo otra vez a su habitual serenidad y sosiego, me invito a que me sentara a su lado en el sofa. Le tome la mano y la felicite por lo buena moza que estaba. Se rio suave y timidamente, y dijo que, ya que la iba a dejar al dia siguiente, no queria que la recordase solo como una mujer vestida siempre de negro. Respondi que siempre la recordaria, no por el color o estilo de sus vestidos, sino por sus grandes e innierecidos infortunios, por su virtuoso corazon y por toda la amabilidad que me habia mostrado. Evidentemente, le agradaron mis palabras, y mientras permanecimos sentados, conversando juntos afablemente, delante de nosotros estaban Santos y la Ramona, uno de pie y la otra sentada en el suelo, ambos deleitando la vista con la deslumbradora compostura de su patrona. El embeleso de estos dos era franco e infantil, y dio un especial sabor al placer que sentia. Parecia agradarle a Demetria pensar que era buena moza, y se mostro mas animada de lo que la habia visto hasta entonces. Aquella antigua compostura, que habria sido motivo de risa en cualquiera otra mujer, por alguna razon u otra, parecia sentarle a ella muy bien; quizas fuera debido a que la singular sencillez e ignorancia de las cosas del mundo que se traslucia en su conversacion, y aquella su delicada finura, habrian impedido que me resultara ridicula, como quiera que vistiese.

Por ultimo, despues que hubimos tomado el mate que nos cebo la Ramona, se retiraron los dos viejos sirvientes, no sin dirigirle muchas prolongadas y adoradoras miradas a su metamorfoseada patrona. Entonces, sin saber por que, nuestra conversacion empezo a flaquear, mostrando Demetria cierto encogimiento mientras que aquella nube de inquietud, que habia llegado a conocer tan bien, cubrio su rostro. Pensando que ya seria tiempo de marcharme, me levante, y agradeciendole el agradable rato que habia disfrutado en su compania, le exprese el vivo deseo de que su porvenir fuera mas brillante de lo que habia sido su pasado. -?Gracias, Ricardo! -repuso, mirando hacia abajo, y dejando su mano permanecer en la mia-. ?Pero es necesario que uste se vaya tan pronto?… Hay tanto que quiero decirle…

- Me quedare con mucho gusto para oir lo que tenga que decirme -dije, sentandome otra vez a su lado.

- Como liste dice, Ricardo, mi vida ha sido sumamente triste, pero no lo sabe todo -y aqui llevo el panuelo a sus ojos Observe que varias hermosas sortijas adornaban sus dedos y que el panuelito bordado con que se cubria el rostro era una verdadera monada con un borde de encaje, pues todo su atavio estaba completo y en armonia aquella noche. Aun sus curiosos zapatitos estaban bordados con hebras de plata e iban adornados de grandes rosetas. Despues de descubrirse la cara otra vez, se quedo callada, mirando al suelo y tornandose cada vez mas palida y afligida.

Digame, Demetria,?en que puedo servirla? No me imagino que es lo que la aflige, pero si es algo en lo que puedo ayudarla, ya sabe que puede hablarme con toda franqueza.

Es posible que pueda ayudarme, Ricardo. Era de eso que queria hablarle esta noche. Pero ahora…, ?como es posible hablar? ?Pero, Demetria!?Ni a uno que es su amigo? Ojala hiciera de cuenta que el espiritu de su hermano, Calixto, esta en mi; pues estoy tan pronto como lo habria estado el, para servirla; y se cuanto el la amaba.

Se sonrojo, y por un instante sus ojos encontraron los mios; entonces, bajandolos otra vez, contesto tristemente: -?Es imposible! No puedo decirle mas ahora. Se me oprime el corazon de tal manera, que mis labios se niegan a hablar.?Tal vez manana!

Pero, Demetria, manana yo me voy y no tendremos oportunidad de hablar. Don Hilario estara aqui vigilandola, y aunque el esta tanto en la casa, no puedo creer que usted se fie de el.

Se sobrecogio al oir el nombre de don Hilario y lloro un poco en silencio; entonces, levantandose repentinamente, me dio la mano y me dijo "buenas noches". -Todo lo sabra manana, Ricardo; sabra lo mucho que confio en uste y lo poco que me fio de el. Yo misma no puedo hablar, pero puedo fiarme de Santos, que lo sabe todo, y el se lo dira por mi.

Tenia una expresion triste y pensativa en los ojos cuando nos separamos que me persiguio durante horas. Entrando en la cocina, interrumpi a la Ramona y a Santos en una consulta secreta. Ambos se sobrecogieron, viendose sorprendidos; entonces, despues de encender un cigarro y cuando me disponia a salir, se levantaron y volvieron juntos a su patrona.

Mientras fumaba el cigarro, me puse a reflexionar sobre la noche tan curiosa que habia pasado, preguntandome, muy intrigado, cual podria ser la secreta afliccion de Demetria. Yo la llamaba "El misterio de la mariposa verde"; pero era, en realidad, todo demasiado triste, aun para bromear mentalmente, aunque un poco de risa, en razon, suele ser la mejor arma con que arrostrar las aflicciones, teniendo a veces un efecto como el abrir repentinamente un vistoso parasol en la cara de un toro enfurecido. No pudiendo resolver el problema, me fui a mi pieza, a dormir por ultima vez bajo el triste techo de los Peralta.