VII
Temprano, a la manana siguiente, deje a Tolosa y camine todo el dia hacia el sudoeste. No me apresure, mas me detuve con frecuencia para darle un sorbo de agua cristalina o un manojo de pasto a mi caballo. Tambien visite durante la jornada tres o cuatro estancias, pero no oi nada que pudiera serme util. Asi recorri unas doce leguas, caminando siempre hacia la parte oriental del distrito de Florida, en el corazon del pais. Como a la hora antes de ponerse el sol, resolvi no avanzar mas ese dia, y no pude haber escogido un sitio mas apacible donde pasar la noche que el que ahora se presentaba a la vista…, un aseado rancho con un espacioso corredor situado en medio de un grupo de hermosos viejos sauces llorones. Era una tarde tranquila y resplandeciente, y un sosiego y paz inefables reinaban sobre toda la naturaleza, aun sobre los insectos y las aves, pues ellos tambien estaban quedos o solo emitian sonidos bajos y gratos al oido; y aquella modesta vivienda, con sus asperas murallas de piedra y techo de totora, parecia armonizar con todo aquello.
Segun las apariencias, era el hogar de gente sencilla y pastoral, cuyo unico mundo seria el herboso despoblado regado por abundantes arroyuelos cristalinos, y cenido eternamente por aquel lejano e intacto circulo del horizonte, sobre el cual descansaba la eterea boveda del cielo, estrellada de noche, y de dia, llena de la dulce luz del sol.
Al aproximarse a la casa, fue una agradable sorpresa que ninguna jauria de bulliciosos perros bravos se abalanzara sobre el temerario forastero para hacerlo anicos…, cosa que uno siempre espera. Las unicas senas de vida que se observaban, era un viejo de blancas canas que fumaba sentado en el corredor, y a pocos pasos de el, de pie, debajo de un sauce, una muchacha. La muchacha hacia uno de aquellos cuadros que se contemplan con deleite y se conservan eternamente en la memoria. Nunca habia visto nada mas lindo ni mas exquisito. No era aquella hermosura tan comun en estos paises, que como un pampero nos toma desprevenidos, por poco quitandonos el resuello, y que, pasando con igual rapidez, nos deja con el cabello descompuesto y la boca llena de polvo. Su efecto fue mas bien como el del halito de la primavera que sopla suavemente, apenas aventando nuestro rostro, pero que infunde en todo nuestro ser una deliciosa y encantadora sensacion, como nada parecido ni en la tierra ni en el cielo. La muchacha contaria a la sazon catorce anos; de esbelto y garboso cuerpo, la tez de una maravillosa blancura y transparencia en la que aquel brillante sol oriental no habia esbozado ni una sola peca. Sus facciones eran, me parece, las mas perfectas que jamas he visto en ser humano, y su aurea cabellera colgabale sobre las espaldas en dos gruesas trenzas que le llegaban casi hasta las rodillas. Al acercarme al rancho, alzo a los mios sus lindos ojos azules, una pudorosa sonrisa asomo a sus labios, pero no se movio, ni hablo. Sobre su cabeza, en la rama del sauce, estaba posado un par de pichones; eran regalones suyos e incapaces todavia de volar. Los polluelos se habian encaramado un poco mas alla de su alcance, y trataba de agarrarlos, tirando la rama hacia ella.
Dejando a mi caballo, me aproxime a su lado y le dije:
- Yo soy alto, senorita, y tal vez pueda alcanzarlos. Me observo con ansioso interes mientras tome los pichones suavemente de la rama y los puse en sus manos. Los beso, llena de contento, y con cierta dulce vacilacion, me convido a que entrara.
Bajo el corredor conoci a su abuelo, el anciano de blancas canas, y le encontre muy complaciente, pues convenia en todo lo que yo decia. En efecto, aun antes que yo acabara una frase, empezaba a asentir a ella avidamente. Alli tambien conoci a la madre de la muchacha, que en nada se parecia a su bella hija, pues tenia el pelo y los ojos negros y la tez morena como la mayor parte de las mujeres sudamericanas. "Claro que es el padre el rubio y de cutis blanco", pense yo. Cuando mas tarde llego el hermano de la muchacha, desensillo mi caballo y lo solto al potrero; este muchacho tambien era moreno, aun mas moreno que su madre.
El afecto sencillo y espontaneo con que me trato aquella buena gente tenia cierto sabor que raramente he experimentado en otra parte del mundo. No era la hospitalidad que se le ofrece de ordinario al forastero, sino un afecto desprendido y natural, como el que podria haberse esperado que mostrasen a un hermano querido o hijo que hubiese salido de su casa esa misma manana y ahora volviera.
Luego entro el padre de la muchacha, y me sorprendio extremadamente encontrar que era de baja estatura, de cara arrugada y triguena, con ojos como abalorios de negro azabache y de nariz respingada, mostrando a las claras que mas de una gota de sangre charrua corria por sus venas. Esto contrario mi teoria respecto del cutis blanco y los ojos azules de la muchacha; el hombrezuelo era, sin embargo, exactamente tan afable como los demas de la casa, pues entro, se sento y tomo parte en la conversacion como si yo hubiese sido algun miembro de la familia a quien esperaba encontrar ahi. Mientras conversaba con esta buena gente sobre asuntos del campo, toda la iniquidad de los orientales -la lucha degolladora entre Blancos y Colo-rados y las execrables crueldades del sitio de nueve anos.fue completamente olvidada; bien quisiera haber nacido entre ellos y ser uno de ellos, y no un ingles cansado y vagabundo, sobrecargado con las armas y la armadura de la civilizacion, tambaleando, como Atlas, con el peso sobre sus hombros de un reino en que jamas se pone el sol.
Al cabo de un rato, este buen hombre, cuyo verdadero nombre nunca supe, pues su mujer le llamaba simplemente Batata, dijole a su bonita hija, observandola con atencion: -?Por que te habes empilchao de esa manera, hija??Es que hoy es el dia de algun santo?
"?Que ocurrencia llamarla hija! -exclame mentalmente-.?Parece mas bien ser la hija de la estrella vespertina que hija suya!" Pero sus palabras eran poco razonables, porque la encantadora muchacha, que se llamaba Margarita, aunque llevaba zapatos, no tenia medias, mientras que su vestido -por cierto muy limpio- era de un percal tan destenido que apenas se distinguia el dibujo. Lo unico que pudiera haberse llamado compostura era una angosta cintita azul que enlazaba su cuello, blanco como el campo de la nieve. Mas, aunque hubiese vestido las sedas mas riquisimas y las joyas mas resplandecientes, no se habria sonrojado ni sonreido con mayor encantadora confusion. -?Esperamos al tio Anselmo esta noche, papito! -repuso ella. -?Deja a la nina, Batata! -dijo la madre-. Vos sabes lo loca que esta por Anselmo; cuando el viene, siempre se prepara pa recibirlo como una reina. ?Esto fue casi superior a mi resistencia, y fui incitado poderosisimamente a ponerme de pie y abrazar alli mismo a toda la familia!?Que encantadora era esta pristina sencillez!
Este era, sin duda, el unico lugar en el mundo entero donde reinaba todavia la edad de oro, apareciendo como los ultimos rayos del sol poniente que banan con su luz algun pico descollante, mientras que en otras partes todo permanece en las densisimas tinieblas.?Ay! ?Por que me habria traido el destino a esta dulce Arcadia, puesto que pronto habria que abandonarla otra vez para volver al empalagoso mundo de trabajo y de luchas, Aquella lucha inutil y despreciable Que enloquece a los hombres, la lucha por riquezas y el poder, Las pasiones y zozobras que marchitan nuestra vida y malgastan la corta hora que hemos de permanecer?
Si no hubiese sido por Paquita, que me esperaba alla en Montevideo, podria haber dicho: ";Oh, buen amigo Batata, y todos ustedes, amigos mios!, permitanme cobijarme para siempre bajo este techo, compartiendo con ustedes sus sencillos placeres sin desear nada mejor; quisiera olvidar aquel gran mundo atestado de gente donde todos los hombres se matan por conquistar la naturaleza y adquirir fortuna, hasta que habiendo desperdiciado sus miseras existencias en tales inutiles esfuerzos, caen, y se echa tierra sobre sus sepulturas".
Al poco rato despues de ponerse el sol, llego el esperado Anselmo a pasar la noche con sus parientes, y no bien se hubo apeado del caballo, ya estaba Margarita a su lado para pedirle su bendicion, a la vez que con sus delicados labios besabale la mano. Anselmo le dio su bendicion, y acaricio su aurea cabellera; entonces levanto ella el rostro, resplandeciente de una nueva felicidad.
Anselmo era un magnifico tipo de gaucho oriental; moreno, de buenas facciones y de cabello y bigotes negros como la noche. Vestia lujosamente; el cabo de su rebenque, la vaina de su largo facon y otras pilchas sobre su persona, eran todas de plata maciza. Tambien eran de plata sus grandes espuelas, la perilla de su recado, los estribos y la cabezada del freno. Era un gran parlanchin; jamas, en todo el curso de mi variada vida, he encontrado a nadie que tuviese su facilidad para arrojar de continuo tal torbellino de palabras acerca de menudencias. Nos sentamos todos juntos en la comoda cocina, sorbiendo mate; yo tome poca parte en la conversacion, que trataba enteramente de caballos, y apenas escuchaba lo que decian los demas. Estaba arrimado a la pared, agradablemente ocupado observando la linda cara de Margarita, la cual, respondiendo a la alegria que la agitaba, habiase tornado en un delicado color de rosa. Siempre he tenido una gran pasion por todo lo bello; el sol poniente, las flores silvestres, especialmente la verbena que en este pais llaman bonitamente margarita; y sobre todo, el arco iris cuando se extiende con su hermoso color verde y violado a traves del vasto y encapotado cielo, mientras el nubarron pasa sobre la tierra, humeda y banada por el sol, hacia el oriente. Todas estas cosas me fascinan de un modo singularisimo. Pero cuando la belleza se manifiesta en el cuerpo humano, supera a todas estas. Hay en ella un poder magnetico que atrae mi corazon; un algo que no es amor, pues,?como podria un hombre casado tener semejante sentimiento hacia cualquiera que no fuese su mujer? No; no es amor, sino una eterea y sagrada especie de afecto que solo se parece al amor como la fragancia de las violetas se parece al sabor de la miel y a la que destila del panal.
Por ultimo, al rato despues de la cena, Margarita, muy a pesar mio, se levanto para irse a acostar, pero no sin primero pedirle la bendicion a su tio. Despues que se hubo ido, viendo que aquella incansable maquina parlera de Anselmo todavia seguia hablando, fresco como siempre, encendi un cigarro y me prepare a escuchar.