XX

UN REGALO MACABRO

Acababa de romper el dia, y viendo a Mariano al lado del fuego que ya habia hecho para hervir el agua de su matutino cimarron, me levante y fui a acompanarle. No me gustaba la idea de permanecer oculto ahi entre los arboles indefinidamente como un animal acosado; ademas, Santa Coloma me habia aconsejado que en caso de derrota me dirigiera directamente a Lomas de Rocha en la costa del sur, y esto me parecio ahora lo mejor que podia hacer. Habia sido muy agradable estar tendido alli a la sombra entre los arboles, y aquellos cuentos veridicos de brujas, lampalaguas y fantasmas fueron sumamente entretenidos; pero una tanda, quizas un mes entero de esa laya de vida, seria insoportable; y si no llegaba ahora a Rocha, antes de que la policia rural recibiese ordenes de prender a los revoltosos fugitivos, bien pudiera ser imposible hacerlo mas tarde. Por lo tanto, resolvi seguir solo mi camino, y despues de tomar algunos amargos, agarre y ensille mi caballo zaino. En realidad, no habia merecido de Lechuza, la noche antes, aquella severa reprimenda referente al robo de caballos, pues habia tomado el zaino con muy poco mas de vacilacion de la que se siente en Inglaterra "al pedir prestado" un paraguas en dia de lluvia. A toda la gente, en todas partes del mundo, les llega el tiempo en que el apropiarse de los bienes de sus vecinos no solo se justifica sino se considera hasta meritorio; a los israelitas en Egipto, a los ingleses estigmatizados en su propia humeda isla, y a los orientales huyendo despues de una batalla. Habiendo ya poseido al zaino mas de treinta horas, aquello por si solo constituia una prescripcion, y ahora le consideraba como mio; pruebas subsiguientes de su aguante y otras buenas prendas me permiten atestiguar la verdad de un dicho oriental, de que "un flete robao siempre lo lleva bien a uno".

Despidiendome de mis companeros en la derrota, cuya fertil imaginacion, por cierto, no habia sido menoscabada por el susto, parti a caballo precisamente cuando empezaba a aclarar. Evite religiosamente los caminos y las casas, viajando a un suave galope -unas tres leguas por horahasta mediodia; entonces descanse en un pequeno rancho, donde le di de comer y beber a mi caballo, y me fortifique con algunas tajadas de carne asada y un mate amargo. Segui caminando hasta que oscurecio; para ese tiempo ya habia recorrido unas trece leguas y pico de camino, y empece a sentirme con hambre y cansado. Habia pasado por varios ranchos y estancias, pero temi pedir alojamiento en ellos, asi que segui caminando mas lejos, solo para encontrar, por remate, peor suerte. Cuando el corto crepusculo tornabase en noche, di con una ancha carretera que supuse conduciria de la parte este del pais a Montevideo, y viendo cerca de ella un largo y bajo rancho cuya asta de bandera, plantada en el frente, indicaba una pulperia, resolvi tomar algun refresco entonces, seguir adelante una media legua y pasar la noche al raso bajo las estrellas -un techo seguro, aunque algo aereo-. Atando mi caballo al palenque, entre en el zaguan al lado extremo del rancho; el zaguan estaba separado del interior por el mostrador con una reja de hierro. Apenas entre, me arrepenti de haberme apeado en ese lugar, pues ahi, delante del mostrador, fumando y bebiendo, hallabase un grupo de hombres de mala traza. Desgraciadamente para mi, habian atado sus caballos a cierta distancia del palenque, bajo la sombra de algunos arboles, de modo que no les vi a mi llegada. Una vez entre ellos, sin embargo, no habia mas remedio que disimular mi inquietud, ser muy urbano, tomar mi refresco y, en seguida, marcharme lo mas pronto posible. Me miraron de hito en hito, pero me devolvieron el saludo cortesmente; entonces, dirigiendome a una esquina del mostrador que estaba desocupada, me afirme en el codo izquierdo, pedi pan, una lata de sardinas y una botella de vino.

- Si me acompanan, senores, ahi esta la mesa puesta dije; pero, dandome las gracias, rehusaron el convite, y yo empece a comer a solas mi pan y sardinas.

Parecian ser personas de la vecindad, pues se trataban con mucha confianza y conversaban de asuntos amorosos. Luego, sin embargo, uno de los hombres dejo de tomar parte en la conversacion, y apartandose de los demas a unos cuantos pasos, se quedo apoyado en la pared al lado del zaguan mas apartado de mi. Empece a observarle muy particularmente, porque era claro que yo le habia estimulado extraordinariamente la curiosidad, y no me gustaba la ma-nera en que me estaba mirando. Era, sin excepcion, el bandido mas cara de asesino que en mi vida tuve la mala suerte de encontrar; ese fue el juicio que me forme antes de conocerle mas de cerca. Era ancho de pecho, formidable de aspecto y de mediana estatura; las manos las mantenia ocultas debajo del poncho; llevaba puesto un chambergo, bajo cuya ancha ala apenas se le veian los ojos. Estos eran feroces, de color amarillento verdoso, y parecian chispear y apagarse por turno, y jamas, ni por un solo instante, se despegaron de los mios. Su pelo negro le caia hasta los hombros; tenia un cerdoso bigote que no ocultaba la brutalidad de su boca; no llevaba barba alguna que cubriese sus anchos carrillos de color de cafe. Mientras se mantuvo ahi de pie, observandome, inmovil como una estatua de bronce, la unica parte de el que se movia era su quijada. A veces se molia los dientes, y en seguida abria y cerraba los labios dos o tres veces, mientras que un viscoso espumarajo, que daba asco ver, se le acumulaba en las esquinas de la boca. -?Gandara, vos no estas bebiendo! -le dijo uno de los gauchos volviendose a el. Movio lentamente la cabeza, sin responder ni quitarme la vista; entonces, el hombre que le habia dirigido la palabra, sonrio y siguio conversando con los otros.

La prolongada, intensa y aterradora mirada a la que me habia sometido este bruto, termino muy subitamente. Con la rapidez de un relampago, saco de su escondite, debajo del poncho, un largo y ancho facon, y brincando con la agilidad de un gato, se planto delante de mi, la punta de su horrible cuchillo rozandome el poncho justamente sobre la boca del estomago.

- No te movas, revoltoso -dijo con voz ronca-. Si te moves el ancho de un pelo, te mato.

Los otros hombres habian dejado de hablar y miraban con cierta curiosidad, pero no ofrecieron intervenir ni dijeron nada.

Durante un momento me senti como si me hubiese atravesado por el cuerpo una corriente electrica, y entonces, instantaneamente, me calme; nunca, en verdad, me be sentido mas sereno y con mas sangre fria que en aquel terrible momento. Es un bendito instinto de la propia conservacion con el que nos ha dotado la naturaleza; lo poseen en comun hombres timidos y enclenques, y los fuertes y valientes, y tanto los salvajes animales debiles, cuando son acosados, como los sanguinarios y feroces. Es la serenidad que viene sin llamado, cuando se presenta la muerte por delante, repentina e inesperadamente; nos dice que hay una minima probabilidad de escaparnos, que un intento prematuro, aun la mas pequena agitacion, puede destruir.

- No tengo ningun deseo de moverme, amigo, pero estoy curioso de saber por que usted me ataca.

- Porque vos sos un revoltoso. Te he visto antes; sos uno de los oficiales de Santa Coloma. Aqui has de quedarte con este facon tocandote la panza hasta que te tomen preso, o si no, con este cuchillo ay enterrao moriras. -?Usted se ha equivocado!

- Companeros -dijo, dirigiendose a los demas, pero sin quitarme por un solo instante la vista de la cara-,?queren ustedes atarle los pies y las manos a este hombre, mientras yo me quedo aqui parado delante de el, pa no permitir que saque alguna arma que pueda tener ay bajo su poncho?

- Nosotros no hemos venido aqui pa tomar presos a forasteros -dijo uno de los hombres-. Si es un revoltoso, ese no es asunto nuestro. Tal vez te haigas equivocao, Gandara. -?No!?No!?No me he equivocao! -contesto-.?No se me ha de escapar! Lo vide en San Pablo con estos mesmos ojos.?Cuando jamas me han enganao? Si no queren ayudarme, vaya uno de ustedes a la casa del alcalde pa decirle que venga en el auto mientras yo lo vigilo.

Despues de una corta discusion, uno de los hombres ofrecio ir a avisarle al alcalde. Cuando se hubo ido, dije:

- Mire, amigo:?me permite usted continuar mi cena? Tengo mucha hambre, y solo comenzaba a cenar cuando usted me amenazo con su facon.

- Come si queres, pero tene las manos bien arriba pa que yo las pueda ver. Tal vez vos tengas una arma a la cintura.

- No tengo ninguna, pues soy una persona inofensiva y no necesito armas.

- La lengua jue hecha pa mentir -contesto el, con bastante razon-. Si te veo llevar las manos mas abajo del mostrador, te destripo. Podremos ver entonces si digeris bien la comida o no.

Empece a comer, y a tomar vino, siempre con aquellos sanguinarios ojos fijos en los mios y con la aguzada punta de su facon rozandome el poncho. Una espantosa expresion de horrible agitacion alteraba ahora la fisonomia del bandido, mientras que la moledura de dientes era mas frecuente, y aquel viscoso espumarajo le caia continuamente de las esquinas de la boca sobre el pecho. No me atrevia ni a mirar el facon, porque a cada instante me venia un terrible impulso de arrancarselo de la mano. Era tan intenso este deseo, que apenas pude resistirlo; pero bien sabia que la menor intentona de escaparme seria fatal, porque el bandido estaba evidentemente sediento de mi sangre, y solo buscaba un pretexto para apunalarme. "Pero -pense-,?y si acaso se cansara de esperar, y arrastrado por sus instintos criminales, me enterrara el facon? En tal caso, moriria como un perro, sin haberme valido de mi unica esperanza de salvarme, por haber sido demasiado precavido. Estos pensamientos eran para volver loco a cualquier hombre; pero, a pesar de ellos, me esforce por mantener exteriormente una frente serena.

Termine mi cena. Empece a sentirme extranamente debil y nervioso. Mis labios estaban secos; me moria de sed y ansiaba mucho tomar mas vino, pero no me atrevia temiendo que, en mi estado de agitacion, hasta una gota de alcohol pudiera alterarme. -?Cuanto tiempo demorara su amigo antes de que vuelva con el alcalde? -le pregunte por ultimo.

Gandara no contesto. -Mucho tiempo -dijo uno de los hombres-. Lo que es yo, no puedo esperarlo -y diciendo esto se fue. Uno por uno empezaron los hombres a marcharse hasta que por ultimo solo quedaban dos de ellos, ademas de Gandara, en el zaguan. Este sanguinario salvaje se quedo plantado ahi delante de mi como un tigre que observa su presa, o por mejor decir, como un jabali, crujiendo los dientes y espumajeando de ira, pronto a destripar a su adversario con su espantoso colmillo.

Por fin, empezando a perder la esperanza de que viniese el alcalde a librarme, le dije: -?Amigo! Si usted me permite hablar, puedo convencerle de su error. Yo soy un extranjero y no se nada del tal Santa Coloma. -?No!?No! -interrumpio, oprimiendome el estomago con la punta del facon y entonces retirandolo otra vez repentinamente como si me lo fuera a enterrar-. Yo se que vos sos un revoltoso. Si creyera que el alcalde no iba a venir, te traspasaria en el auto con este facon, y en seguida te degollaria. Es una virtu degollar a un rebelde Blanco, y si no salis de aqui amarrao de las manos y los pies, entonces aqui has de morir.?Como!?Te atreves e decirme vos que no te vide en San Pablo??Que vos no sos un oficial de Santa Coloma??Mira, rebelde! Juro por esta cruz que te vide.

En diciendo esto, levanto la guarnicion del arma a sus labios para besar la guarda que con la empunadura hace forma de cruz. Aquella piadosa accion fue el primer desliz que habia cometido, y me dio mi primera oportunidad durante aquel terrible encuentro. Antes de que hubiese concluido de hablar, me cruzo como un relampago por la mente la conviccion de que este era el momento oportuno. Al tiempo que sus viscosos labios besaban la guarnicion, deje caer la mano derecha y agarre mi revolver debajo del poncho. Vio el movimiento y muy rapidamente empuno otra vez su facon. En otro segundo me lo habria enterrado, pero aquel segundo fue todo lo que yo necesitaba.

Le dispare mi revolver desde la cintura, debajo del poncho. El facon cayo sonando en el suelo; se ladeo, se fue de espaldas y pronto rodo por tierra con sordo ruido. Mientras caia, salte sobre su cuerpo, y casi antes de que hubiese tocado el suelo, me hallaba a varios metros de distancia; al darme vuelta, vi que los otros dos gauchos me venian persiguiendo. -?Alto! -grite, apuntando mi revolver al que venia adelante.

En el acto se detuvieron.

- Nosotros no lo estamos persiguiendo a uste, amigo dijo uno de ellos-; solo queremos escaparnos de aqui. -?Atras, o les hago fuego! -repeti y entonces retrocedieron hacia el zaguan. Como ellos permanecieran indiferentes mientras su companero degollador, Gandara, estaba amenazandome de muerte, era solo natural que estuviese furioso con ellos.

De un salto me puse a caballo, pero en vez de marcharme inmediatamente, me quede algunos minutos al lado del palenque, observando a los dos hombres. Estaban de rodillas al lado de Gandara; uno de ellos le abria la ropa para buscar la herida; el otro tenia en la mano una vela encendida sobre su rostro cadaverico. -?Esta muerto? -pregunte.

Uno de los hombres levanto la cabeza y repuso:

- Parece que si.

Entonces, les hago el regalo de su cadaver.

En seguida, cerrando las espuelas a mi caballo, me fui al galope.

Despues de lo dicho, algunos de mis lectores pudieran creer que mi estancia en la Tierra Purpurea me habia embrutecido enteramente, pero me es grato informarles que no fue asi. Sea cual fuese el caracter individual de un hombre, esta siempre fuertemente inclinado a responder a un ataque en el mismo espiritu en que se le hace. No llama sepulcro blanqueado o pillo miserable a la persona que, por travesura, ridiculiza sus flaquezas; y el mismo principio tiene cabida cuando se trata de una verdadera lucha cuerpo a cuerpo. Si un frances, alguna vez, me desafiara, no dudo que yo iria al encuentro retorciendome los bigotes, saludando hasta el suelo, todo sonrisas y cumplimientos; y que escogeria mi espada con una agradable especie de sensacion semejante a la que ha de tener el escritor satirico por escribir algun mordaz y brillante articulo, mientras escoge una pluma con adecuada punta. De otra manera, si un brutal asesino de truculenta mirada y rechinantes dientes trata de destriparrne con una cuchilla de carnicero, el instinto de la propia conservacion surge en mi en toda su pristina ferocidad, infundiendome en el corazon tan implacable furia que despues de derramar su sangre podria dar de puntapies a su asqueroso cadaver. No me admiro de mi mismo al expresarme en tan salvajes terminos. Que hubiese fallecido parecia seguro, y sin embargo, no sentia ni sombra de remordimientos por su muerte. Al lanzarme al galope en la oscuridad de la noche, la unica emocion que senti, fue un gran regocijo por la terrible pena que le habia impuesto al miserable forajido; tanto fue asi, que podria haber cantado y gritado de alegria, si no hubiera sido una temeridad dar libre curso a tales sentimientos.