XVIII
TENGO poco que contar de los turbulentos sucesos de los siguientes dias, y ningun lector que haya estado enfermo de amor en su forma mas aguda se admirara de ello. Durante aquellos dias me junte con una turba de aventureros, expatriados vueltos a su tierra, malhechores y revoltosos, cada uno digno de estudio; pasabamos todos los dias haciendo ejercicio de caballeria o en largas expediciones por el pais circunvecino, mientras que por la noche, al lado de la fogata del campamento, oi contar bastantes cuentos romanticos para haber llenado todo un libro, Pero la imagen de Dolores no se apartaba un solo instante de mi, de modo que todo aquel atareado periodo, que duraria unos nueve o diez dias, paso ante mis ojos como una fantasmagoria o un intranquilo sueno, dejando en la memoria una impresion muy confusa. No solo me pesaba profundamente la gran pena que le habia causado a Dolores, sino que tambien lamentaba que mi propio corazon me hubiese traicionado de tal manera que durante aquel tiempo la hermosa muchacha a quien habia persuadido a abandonar a sus padres, prometiendole un eterno amor, no fuera sino un vago recuerdo; tan grande era esta nueva e insensata pasion.
El general Santa Coloma me habia ofrecido un nombramiento en su desarrapado ejercito, pero como no tuviera conocimientos de asuntos militares, prudentemente lo habia rehusado, pidiendole, en cambio, como favor especial, que se me ocupara en las expediciones que se hacian por los campos circunvecinos en busca de reclutas, para apropiarse de armas, ganado y caballos, y para destituir a las menores autoridades locales en las poblaciones, reemplazandolas por personas de su propio partido. Me concedio este favor, de modo que desde por la manana temprano hasta tarde en la noche estaba generalmente a caballo.
Una noche, en el campamento, me hallaba sentado al lado de la fogata, mirando fija y tristemente las llamas; de pronto, los otros hombres que estaban ocupados jugando a los naipes, o tomando mate, se pusieron precipitadamente de pie, cuadrandose al mismo tiempo. Entonces vi al general parado cerca de mi, contemplandome atentamente. Haciendoles una sena a los hombres con la mano para que continuasen su juego, se sento a mi lado. -?Que le pasa, amigo? -me pregunto-. He observado que usted parece otra persona desde que se afilio a nosotros.?Es que se arrepiente de haberlo hecho? -?No! -repuse, y no sabiendo que mas decir, guarde silencio.
Me observo con penetrante mirada. Sin duda debio de tener alguna sospecha de la verdad, pues habia ido conmigo a la Casa Blanca esa ultima vez, y no era muy probable que sus ojos de lince no hubiesen notado la frialdad con la que me habia recibido Dolores en esa ocasion. Sin embargo, no toco el punto.
- Digame, amigo -continuo-,?en que puedo servirle?
Me rei. -?Que puede hacer usted, a no ser que me lleve a Montevideo? -?Por que dice usted eso? -repuso, animadamente.
- Porque ahora no somos meramente amigos, como antes de haberme afiliado a su partido; usted es ahora mi general; yo soy simplemente uno de sus soldados.
- La amistad es siempre la misma, Ricardo. Ya que usted mismo ha cambiado de repente el giro de la conversacion, digame francamente:?que le parece a usted esta campana?
Habia un cierto retintin en sus palabras, pero quiza era merecido. -Ya que usted me lo pregunta, le dire que personalmente he tenido un gran desengano al ver el poco progreso que estamos haciendo.
A mi me parece que antes de que usted este en situacion de dar un golpe, el entusiasmo y el valor de su gente se habran desvanecido. Es imposible que pueda reunir un ejercito medianamente eficaz, y los pocos hombres de que usted dispone estan mal equipados y les falta disciplina.?No ve que una marcha sobre Montevideo, en estas circunstancias, es imposible, y que se vera obligado a retirarse a sitios dificiles y apartados y a batirse dispersando sus fuerzas en montoneras? -;No! -repuso-, no habra montoneras. Los Colorados disgustaron con ellas al pais cuando aquel arquetipo de tiranos y jefe de degolladores, el general Rivera, desolo la Banda durante diez anos. Es indispensable que marchemos pronto sobre Montevideo. En cuanto al caracter de mis fuerzas, amigo mio, ese es un asunto que tal vez seria inutil discutir. Si yo pudiese importar desde Europa un ejercito bien equipado y disciplinado que peleara mis batallas, seguramente lo haria. No pudiendo el estanciero oriental encargar a Inglaterra una maquina segadora, tiene que ir a la pampa a buscar sus yeguas bagualas para que le trillen su mies, y de igual modo, no teniendo yo sino unos cuantos ranchos desparramados de donde sacar mis soldados, debo contentarme haciendo lo que puedo con ellos. Y ahora, digame, amigo:?desea usted ver que se haga algo inmediatamente…, por ejemplo, que se libre un combate en el que probablemente pudiesemos salir derrotados? -?Si!, eso seria mucho mejor que la inmovilidad. Si usted tiene la fuerza, lo que debe hacer es mostrarla.
Se rio. ?Ricardo! -dijo-, usted nacio para ser oriental, pero al nacer, la naturaleza lo deposito erradamente en un pais que no era el suyo. Usted es valiente hasta la temeridad, aborrece todo freno, ama a las mujeres hermosas y tiene el animo ligero; la gravedad castellana con la que se ha revestido ultimamente, es, me parece, solo un capricho pasajero.
- Sus palabras son altamente lisonjeras y me llenan de orgullo, pero no veo muy bien su relacion con el asunto del que tratamos.
- Y sin embargo, Ricardo, hay relacion -replico amablemente-. Aunque usted se niega a aceptarme un nombramiento, estoy convencido de que en el fondo es uno de los nuestros; le dire algo, en secreto, que solo lo saben unos seis individuos aqui, en los que tengo, por supuesto, entera confianza. Tiene mucha razon en decir que si tenemos la fuerza, debemos mostrarsela al pais. Eso es cabalmente lo que estamos ahora a punto de hacer. Se ha enviado contra nosotros un cuerpo de caballeria, y nos batiremos de aqui a dos dias. Segun mis informes, nuestras fuerzas estan mas o menos equilibradas, aunque nuestros enemigos estaran, por supuesto, mejor equipados. Nosotros escogeremos el terreno; y si nos atacan mientras esten cansados, despues de una larga marcha, o si hubiera algun desafecto entre ellos, la victoria sera nuestra, y despues de eso, cada espada de los Blancos en la Banda sera desenvainada por nuestra causa. No necesito repetirle, Ricardo, que en la hora de mi triunfo -si es que lo llego a alcanzar- no olvidare mi obligacion para con usted; mi deseo es ligarle de alma y cuerpo a este pais oriental. Sin embargo, es posible que yo sea derrotado, y si en dos dias mas estuviesemos esparcidos a los cuatro vientos, permitame aconsejarle lo que debe hacer. No trate de volver directamente a Montevideo, pues eso podria ser peligroso Vayase a la costa del sur, pasando por Minas, y cuando llegue al departamento de Rocha, pregunte por el pueblecito Lomas de Rocha, a unas tres leguas al oeste del lago. Alli encontrara a un tendero, a un tal Florentino Blanco -tambien es un Blanco en el fondo-. Digale que lo he mandado yo, y pidale que le consiga un pasaporte ingles en la capital; despues de eso, no habra ningun peligro en seguir su viaje a Montevideo. Si alguna vez lo identificaran como partidario mio, puede inventar cualquier historia para explicar su presencia en mis fuerzas. Cuando recuerdo aquella conferencia sobre botanica que usted pronuncio la vez pasada, ademas de otras cosas, estoy convencido de que no le falta imaginacion.
Despues de darme otros buenos consejos me dijo "buenas noches", dejandome con la conviccion, singularmente desagradable, de que habiamos cambiado papeles, y que yo habia andado tan poco habil en el nuevo papel como en el anterior. El se habia mostrado la franqueza personificada, mientras que yo, recogiendo la mascara que el tirara, me la habia puesto, quizas, al reves, pues me sentia sumamente incomodo con ella durante nuestra entrevista. Peor todavia, tambien estaba seguro de que la mascara no habia logrado ocultar mi fisonomia, y que el conocia tan bien como yo la verdadera causa del cambio que habia reparado en mi.
Estas importunas reflexiones, sin embargo, no me incomodaron mucho tiempo, y empece a sentirme fuertemente excitado con la perspectiva de tener una refriega con las tropas del gobierno.
Mis pensamientos me tuvieron desvelado la mayor parte de la noche; no obstante, a la manana siguiente, cuando al rayar el dia un clarin toco cerca de mi la estridente diana, me levante de prisa y de mucho mejor humor del que habia estado ultimamente. Senti que empezaba a dominar aquella loca pasion por Dolores, que tanto nos habia hecho sufrir, y una vez que estuvimos de nuevo a caballo, la "gravedad castellana" a la que habia aludido satiricamente el general, casi habia desaparecido por completo.
No se hizo ninguna expedicion aquel dia. Luego que hubimos caminado unas cuatro leguas al este, acercandonos al mismo tiempo a aquella enorme cadena de la cuchilla Grande, acampamos, y despues del almuerzo pasamos la tarde haciendo evoluciones de caballeria.
Al siguiente dia tuvo lugar el gran acontecimiento para el cual nos habiamos preparado, y estoy convencido de que con el pobre material a su disposicion, ningun hombre pudo haber hecho mas de lo que hizo Santa Coloma, aunque, sensible es decirlo, todos sus esfuerzos fracasaron. Sensible, digo, no porque tomara algun serio interes en la politica de la Banda, sino porque habria sido muy ventajoso para mi si las cosas hubieran tomado otro rumbo. Ademas, muchisimos pobres diablos, desterrados por un tiempo interminable, habrian subido al poder, y aquellos bribones de Colorados habrian sido, a su vez, compelidos a mendigar el amargo pan del expatriado. Es posible que al llegar aqui se le ocurra al lector la fabula del zorro con las uvas; yo preferi, sin embargo, recordar la fabula que conto Lucero, del Arbol que se llamaba Montevideo, con la garrula colonia de monos entre sus ramas, y de considerarme como formando parte del majestuoso ejercito bovino que estaba a punto de sitiar a los monos y castigarlos por su picardia.
A la manana siguiente nos desayunamos muy de madrugada, y en seguida se dio la orden a cada uno que ensillase su mejor caballo, pues todos teniamos tres o cuatro. Yo, por supuesto, ensille el que me habia regalado el general, y que habia reservado para ocasiones especiales. Montamos nuestros caballos y avanzamos al trotecito por un aspero y agreste campo, siempre en direccion a la cuchilla Grande. Como a mediodia llegaron a caballo algunos exploradores y nos avisaron que el enemigo estaba muy cerca de nosotros. Despues de detenernos una media hora, proseguimos nuestro camino al mismo trotecito hasta eso de las dos de la tarde, cuando atravesarnos la honda canada de San Pablo, al otro lado de la cual se eleva la llanura a una altura de unos cincuenta metros. Nos detuvimos en la canada para dar de beber a nuestros caballos, y alli supimos que el enemigo avanzaba por ella rapidamente, con el proposito, al parecer, de cortar nuestra retirada hacia la cuchilla. Cruzando el arroyo de San Pablo, emprendimos lentamente el ascenso a la loma hasta que llegamos a su punto culminante; entonces, torciendo nuestros caballos y mirando hacia atras, divisamos a nuestros pies al enemigo, unos setecientos hombres que desfilaban en una linea extremadamente larga. De la canada avanzaron hacia nosotros a un buen trote. Nos formamos rapidamente en tres columnas, en la del centro con unos doscientos cincuenta hombres, y las otras dos, con doscientos hombres cada una. Yo estaba en una de las columnas exteriores, como a cuatro filas del frente. Mis companeros, que hasta ese momento habian estado muy alegres y conversadores, se habian puesto, de repente, serios y taciturnos, y algunos hasta palidos y temerosos. Habia a mi lado un picaro muchacho de unos dieciocho anos de edad, de baja estatura, moreno, con cara de mono y debil voz de falsete que semejaba la de una vieja mujer. Le vi sacar un pequeno cuchillo afilado, y sin mirar para abajo, pasarlo por la encimera tres o cuatro veces; pero esto lo hizo evidentemente solo como ensayo, pues no corto el cuero. Viendo que le observaba, sonrio burlona y misteriosamente y echo la cabeza y los hombros hacia adelante, como para imitar a una persona que va huyendo a escape, despues de lo cual volvio a envainar el cuchillo. -?Es que tienes la intencion de cortar la encimera y escaparte, cobarde? -le pregunte. -?Y que es lo que va a hacer uste?
- Pelear, por supuesto.
- Es la mejor cosa que uste puede hacer, senor frances -dijo, haciendo una mueca. -?Oye! Despues del combate te voy a buscar y te dare una buena zumba por tu impertinencia en llamarme frances. -?Despues del combate! -exclamo, con un curioso gesto-.?Querra uste decir pa este otro ano?
- Antes que llegue aquel tiempo tan lejano, algun Colorao se habra enamorao de uste, y… y…
Aqui se explico sin palabras, pasando primero el filo de la mano rapidamente a traves de la garganta, cerrando entonces los ojos y haciendo un ruido de borboteo como el que haria una persona mientras fuera degollada.
Nuestro coloquio se habia hecho en voz baja, pero su pantomima atrajo a nosotros la atencion de nuestros vecinos, y ahora se volvio hacia ellos, haciendo un gesto y un movimiento de la cabeza, como para informarles que su astucia oriental estaba consiguiendo la victoria. Yo estaba resuelto, sin embargo, a no ser deprimido por el y golpee mi revolver ligeramente con la mano para llamarle la atencion. -?Mira esto, bribon!?No sabes que yo y muchos otros en esta columna hemos recibido ordenes del general de fusilar al primero que trata de escaparse?
Estas palabras le hicieron callar. Se puso tan palido como lo permitiera su tez morena, mirando, a la vez, alrededor, como un animal acosado que busca un hoyo en donde esconderse.
A mi otro lado, un viejo gaucho barbicano, de traje algo andrajoso, encendio su cigarrillo y, olvidando todo excepto la estimulante fragancia del mas fuerte tabaco negro, dilataba sus pulmones con largas aspiraciones, arrojando en seguida nubes de humo azulado en la cara de sus vecinos y desparramando un perfume calmante sobre una tercera parte del ejercito.
Santa Coloma supo hacer frente a la situacion; galopando rapidamente de columna en columna, arengaba por turno a cada una de ellas, empleando la pintoresca y expresiva fraseologia gauchesca que tan bien conocia; lanzo sus denuestos contra los Colorados con una furia y elocuencia tal, que la sangre se agolpo a las palidas mejillas de su tropa. "Son unos traidores, ladrones, y salteadores -grito-; han cometido un millon de crimenes, pero todos juntos no son nada comparados con aquel negro crimen del que ningun otro partido politico ha sido, hasta ahora, culpable. Con la ayuda de oro y bayonetas brasilenos, se han levantado al poder; son los infames pensionados del imperio de esclavos". Los comparo a un hombre que se casa con una hermosa mujer, y la vende a alguna persona rica, para poder vivir con todo lujo y disfrutar de las ganancias de su deshonra. La mancha inmunda con la que habian empanado el honor de la Banda Oriental solo podria limpiarse con su sangre. Apuntando a las tropas enemigas que avanzaban, dijo que cuando aquellos miserables mercenarios fueran desparramados como la alcachofa por el viento, todo el pais estaria con el, y la Banda Oriental despues de medio siglo de envilecimiento, se veria por fin y para siempre libre de la dominacion brasilena.
Blandiendo su espada, volvio galopando a la cabeza de su columna, donde fue recibido con atronadores vivas.
Entonces, durante algun tiempo reino en nuestras filas un gran silencio; mientras que el enemigo, tocando sus clarines alegremente, troto cuesta arriba hasta que habia atravesado unos trescientos metros de declive y amenazaba rodearnos en un inmenso circulo; y con Santa Coloma a la cabeza, nos precipitamos cuesta abajo sobre los Colorados.
Los militares que leyeren esta sencilla relacion, sin adornos, de un combate oriental, pudieran estar dispuestos a criticar la tactica de Santa Coloma; pero es preciso recordar que sus hombres eran, como los arabes, jinetes solamente o poco mas; por otra parte, estaban armados con sable y lanza, armas que necesitan mucho espacio para usarlas con eficacia. Sin embargo, examinando todas las circunstancias, hizo, en mi opinion, justamente lo que debia. Sabia que sus fuerzas eran demasiado debiles para hacer frente como de ordinario al enemigo, y que si no peleaba ahora, su prestigio momentaneo se disiparia como el humo y que el levantamiento fracasaria. Habiendo decidido arriesgarlo todo, y sabiendo que en una batalla cuerpo a cuerpo seria infaliblemente derrotado, su unico plan era mostrarse atrevido, formar a su gente en columnas macizas y arrojarlas contra el enemigo, esperando, de esta suerte, producir un panico entre sus adversarios, y asi arrebatar una victoria.
La descarga de carabinas con la que nos recibieron no nos causo ninguna baja. Yo, por lo menos, no vi a ningun caballo cerca de mi perder a su jinete, y en pocos momentos estabamos precipitandonos por entre las filas del enemigo que avanzaba. Un grito de triunfo prorrumpio de los pechos de nuestros hombres al ver que nuestros cobardes adversarios huian de nosotros en todas direcciones. Galopamos victoriosamente adelante hasta alcanzar el pie de la loma, donde hicimos alto, pues teniamos enfrente al riachuelo de San Pablo, y no valia la pena seguir a los pocos hombres esparcidos que lo habian cruzado y huian precipitadamente como avestruces acosados. De repente, con un estruendoso alarido, un crecido numero de Colorados se abalanzo estrepitosamente cuesta abajo a nuestra espalda y flanco, y un terror panico se apodero de nuestras filas. Los debiles esfuerzos que hicieron algunos de nuestros oficiales para que volvieramos y le hicieramos frente al enemigo, fueron inutiles. No me es posible hacer una clara relacion de lo que sucedio despues de eso, porque durante algunos minutos, todos, amigos y enemigos, estuvimos mezclados en la mas desordenada confusion; y como me libre sin haber recibido ni un rasguno, es un misterio para mi.
Mas de una vez tuve violentos encuentros con Colorados, cuyos uniformes les distinguian de nuestros hombres, y me dirigieron varios feroces sablazos y lanzadas, pero de una u otra manera escape a todos. Descargue los seis tiros de mi revolver Colt, pero no sabria decir si las balas dieron en el blanco. Por ultimo, me halle rodeado de cuatro de nuestros hombres que espoleaban furiosamente sus caballos para salir de la pelea. -?Dele guasca, mi capitan, venga con nosotros por aqui! -me grito uno de ellos que siempre insistia en darme un titulo al que no tenia derecho.
Mientras nos alejabamos, orillando la cuchilla en direccion al sur, me aseguro que todo estaba perdido, y en prueba de ello, senalo a los esparcidos grupos de nuestros hombres que huian del campo de batalla en todas direcciones. Si; estabamos derrotados; eso era muy evidente, y no necesite hacerme rogar por mis companeros fugitivos para espolear mi caballo a toda su carrera. Si la mirada de lince de Santa Coloma pudiese haberme visto en aquel momento, habria anadido a la lista de los rasgos caracteristicos orientales con los que me habia revestido, la facultad, no inglesa, de saber cuando estaba vencido. Creo que yo deseaba salvar el pellejo -el garguero decimos en la Banda Oriental- tanto como cualquier otro jinete alli presente, sin exceptuar al muchacho de cara de mono y voz chillona.
Si el curioso lector, sediento de mas detalles, consultase las historias del Uruguay, encontrara, probablemente, una descripcion mas tecnica de la batalla de San Pablo de la que he podido dar.
Sirvame de disculpa que fue la unica batalla -campal u otra- en la que he tomado parte, y tambien que mi grado en las fuerzas de los Blancos era uno muy inferior. En suma, no estoy excesivamente orgulloso de mis hazanas militares; no obstante, como no obre peor que Federico el Grande de Prusia, quien huyo de su primera batalla, considero que no necesito sonrojarme con exceso. Mis companeros aceptaron la derrota con su acostumbrada resignacion oriental. -Vea uste -dijo uno de ellos, elucidando su actitud mental-, siempre, en todo combate, ha de haber un lao que sale derrotao; pues, si nosotros hubieramos ganao, entonces los Coloraos habrian perdido. - Habia una sana y practica filosofia en este dictamen; era imposible refutarlo; no nos cargaba la mente con nada de nuevo y en cambio nos alegraba a todos. A mi no me importaba gran cosa, pero no podia menos de pensar mucho en Dolores, cuya pena seria agravada por este nuevo golpe.
Galopamos rapidamente como una legua o un poco mas, hasta que nos detuvimos en la falda de la Cuchilla para dar aliento a nuestros caballos, y, apeandonos, nos quedamos algun tiempo contemplando hacia atras el vasto panorama que se desplegaba ante nuestra vista. A nuestras espaldas se elevaban las gigantescas laderas verdes y morenas de la sierra, las cuales se extendian a ambos lados en masas violaceas y de color azul oscuro. A nuestros pies se dilataba la ondulante llanura verde y dorada, vasta como el oceano, y surcada por innumerables arroyuelos; mientras que alla, en lontananza, una mancha negra sobre una cuesta nos anunciaba que nuestro enemigo estaba acampado en el mismo sitio donde nos habia vencido. Ni una nube oscurecia el brillante y perenne azul del cielo, aunque al oeste, cerca del horizonte, algunos vapores purpureos y de color rosa empezaban a formarse, matizando con sus tintes el limpido cielo azulado en torno del sol poniente.
Sobre toda la naturaleza reinaba el mas profundo silencio; de repente, una bandada de oropendolas de color de fuego y de naranja, con alas negras, descendio con rapido vuelo y vino a posarse sobre algunos arbustos cerca de nosotros, prorrumpiendo en seguida en un torrente de alegre y silvestre melodia.?Que extrano concierto!; notas estridentes que parecian como un himno de triunfo y regocijo al cielo, y notas broncas y de rondon, se mezclaban con otras mas claras y penetrantes, como jamas produjeran labios sobre instrumento de cobre o tubo de madera. Duro poco; la bandada de cantores se elevo cual una llama de fuego y se remonto alla lejos a su querencia entre los cerros; de nuevo reino el silencio.?Que matices mas brillantes!?Que musica mas alegre y fantastica! ?Serian realmente pajaros, o serian, mas bien, los afortunados plumeos habitantes de alguna region mistica sobre cuyo umbral habia yo pisado por casualidad, semejante a la tierra, pero mas dulce que ella y jamas visitada por la muerte? Entonces, mientras aquella eterna urna roja que descansaba sobre el horizonte lanzaba sus ultimos rayos sobre la tierra, de encontrarme solo, habriame arrojado al suelo de rodillas, para adorar al gran Dios de la Naturaleza que me habia concedido aquel precioso momento de vida. Pues alli la region que languidece en ciudades repletas de gente, o que se esquiva timidamente para ocultarse en sombrias iglesias, florece abundantemente, colmando el alma con un solemne jubilo. A la caida de la tarde, sobre dilatados cerros, en presencia de la Naturaleza,?quien no se siente cerca del poder invisible?
De su corazon Dios no se apartara,
Su imagen en cada hierba grabada esta.
Mis companeros, deseosos de atravesar la cuchilla, estaban ya a caballo y gritandome que montara.
Dirigi una ultima y persistente mirada sobre aquella vasta extension -vasta, y sin embargo que pequena parte de los ciento ochenta mil kilometros cuadrados y pico de verdura siempre viva, regados por innumerables y hermosos arroyos-. De nuevo, el recuerdo de Dolores rozo mi alma como una planidera brisa.?Por este rico premio, y su hermoso pais, cuan pusilanimemente y con que febles brazos habiamos luchado!?Donde se hallaba en aquel momento su heroe, el glorioso Perseo? Estirado, quizas, y banado en sangre sobre aquel campo que se iba sombreando rapidamente. Todavia no estaba vencido el horrible monstruo Colorado. "?Descansa en tu roca, Andromeda!", murmure tristemente. Y, poniendome de un salto a caballo, galope tras mis companeros que se iban alejando y que estaban ya a unas diez cuadras de distancia en el tenebroso paso de la montana.