ADIÓS A NEAL CASSADY

Neal Cassady murió en 1968 —aproximadamente un año después de la última Prueba del Ácido— a unos metros de las vías de tren que atraviesan la ciudad de San Miguel de Allende, en México. Dado que su forma de morir constituyó todo un símbolo de su forma de vivir —despliegue de enormes cantidades de energía, apuramiento de las propias capacidades hasta el límite—, las circunstancias de su muerte han acabado cobrando una dimensión mítica.

El escritor Steve Dossey viajó a San Miguel de Allende para entrevistar a la gente que conoció a Neal Cassady y tratar de desvelar el misterio de su muerte. Y elaboró la siguiente reconstrucción de los hechos, que —según cree— se acerca mucho a lo que sucedió realmente.

STEVE DOSSEY

Los últimos días de Neal Cassady

A finales de enero de 1968, Neal pone una conferencia a su mujer Carolyn desde la frontera mexicana. Sigue repitiendo el estribillo: «Vuelvo a casa.» Ella le aconseja que se vaya a México, porque se arriesga a que las infracciones de tráfico que tiene pendientes hagan que lo enchironen en San Quintín. Es la última vez que hablan.

Neal tropieza con problemas en la frontera, pero al final pasa disfrazado de miembro de un equipo de rodaje. Su visado de turista está fechado el 30 de enero de 1968. Neal se baja del tren en San Miguel de Allende, pero su equipaje sigue por error hasta Celaya, a unos cuarenta minutos de tren. Neal recorre la carretera de tierra que lleva a San Miguel y en el camino ve que un escarabajo negro ha quedado clavado en las espinas de un erizado cactus. Entra en la plaza principal, contempla las agujas barrocas de la catedral y parte en busca de la casa colonial de teja roja donde le espera su amigo JB.

El 3 de febrero Neal y JB discuten y se enfadan. Neal abandona la casa con cajas destempladas. El cuello le arde como el motor de un viejo Oldsmobile. El sol se esconde tras las colinas. Se dirige a la estación para coger el tren e ir a Celaya a recuperar el equipaje. Camina por el adoquinado de San Miguel y va a dar a una avenida polvorienta partida por una línea de palmeras desgreñadas. El aire se agita y propaga un olor de orina de burro, y las moscas se arremolinan en el porche de una pequeña tienda con letreros de Coca-Cola, y Neal hace un alto en el camino para comprarse una botella de cerveza.

San Miguel se halla a 2.100 metros de altitud, y por la noche hace mucho frío. Junto a la estación de tren hay una vieja iglesia de adobe coronada por tres cruces. Neal ve que está teniendo lugar un convite de bodas, y, como el tren nunca llega a su hora, se une al festejo. Bebe pulque y tequila con los hombres de tez oscura y pantalones de color crudo. Se hace tarde. El tren aún no ha pasado, y Neal no anda sobrado de dinero. Dice «a tomar por el culo» y decide irse andando hasta Celaya por las vías.

A unos cuatrocientos metros se siente terriblemente cansado y se adentra entre los arbustos para echarse a dormir. El frío y la depresión y el alcohol y la larga fatiga obran su efecto fatal, y Neal ya no recobra la conciencia. Unos campesinos encuentran su cuerpo inerte, lo cargan en la trasera de una camioneta y lo llevan a la casa de Pierre Delattre, un viejo amigo de Neal cuya dirección —garabateada en un trozo de papel— han encontrado en su cartera.

El cuerpo es conducido a un pequeño hospital de San Miguel. Un testigo recuerda hoy que la cara de Neal se asemejaba a la de una deidad maya tallada en piedra. El cuerpo viaja a México capital y es incinerado. El certificado de defunción señala una «congestión generalizada» como causa de la muerte.

Tras una insufrible espera, Carolyn recibe las cenizas de Neal de manos de un JB absolutamente anonadado. Nadie conoce con precisión las circunstancias de la muerte de Neal, ni sus palabras o pensamientos últimos. Y acaso es mejor así. Nos quedan los recuerdos, las novelas, la mitología que rodea a ese hombre que en cierta ocasión dijo: «Puedes meterte en cualquier cosa, sí, pero ¿cómo te las arreglarás luego para salir de ella…?»

WILLIAM S. BURROUGHS

Dos recuerdos

Hay dos cosas que recuerdo de Neal: su extraña identificación con los coches y su capacidad de silencio. En cierta ocasión fuimos de Texas a Nueva York en un jeep destartalado. Nos pasábamos hasta seis horas sin hablarnos, y sin embargo él mantenía una atenta y puntual conciencia de cuanto le rodeaba en cada momento, y era capaz de repetir de memoria los letreros de los lugares por los que habíamos pasado. El jeep estaba en tal estado de desahucio que sólo Neal podía conducirlo, pero jamás tuve que sufrir ni un solo instante de sobresalto mientras él estuvo al volante. Era un conductor nato, en sintonía total con cada átomo del vehículo que llevaba entre las manos, que llegaba a convertirse en una prolongación de su persona. Y era también una de las personas más apacibles y con las que uno se sentía más cómodo que yo haya conocido en toda mi vida. Y todo gracias a una autosuficiencia innata.

LAWRENCE FERLINGHETTI

Telegrama a propósito de Cassady

AL MIRAR LAS FOTOS DE CASSADY VEO QUE NEAL JAMÁS DEJÓ DE CORRER NO AFLOJÓ NUNCA LA MARCHA DEBIÓ DE SER EN AQUELLA VÍA DE TREN DE SAN MIGUEL DE ALLENDE DONDE AL IR

CORRIENDO SE LE TERMINÓ LA VÍA Y ASÍ NUNCA HA TENIDO QUE ENVEJECER Y SIEMPRE SE PARECERÁ A PAUL NEWMAN EN EL BUSCAVIDAS SIEMPRE SERÁ EL COWBOY PERDIDO EN LOS PERDIDOS PASTOS CONVERTIDOS EN AUTOPISTAS SUS CABALLOS ERAN COCHES Y NUNCA SE PARABA EN LOS SEMÁFOROS Y SÓLO AMINORABA LA MARCHA ANTE LOS AMANTES QUE HABLAN SIN DESCANSO EN LA NOCHE Y OIGO SU MONÓLOGO ALADO Y LE VEO PASAR COMO UN RAYO Y ACELERAR SOBRE LA COLINA CON UN FULGOR EN EL CRÁNEO SIEMPRE SERÁ JOVEN Y ATRONADOR EN NUESTROS VIEJOS CORAZONES

6/79

LEE QUARNSTROM

Neal era un hombre increíblemente brillante. He leído crónicas revisionistas sobre aquel tiempo que atribuían sus asombrosas proezas mentales —como su facultad para ensamblar diez cosas diferentes en un solo juego de palabras— a su uso del speed. Pero yo no creo que el speed fuera el motor de su intelecto. Lo verdaderamente asombroso era su mente. El speed no le servía más que para seguir despierto.

ROBERT STONE

Neal era muy parecido a aquel personaje interpretado por Marión Brando en El salvaje, el genuino hipster de los años cuarenta. Recuerdo que era capaz de hacer cosas como sacar un cigarrillo sin sacar el paquete del bolsillo. Una «maña» auténticamente carcelaria. (Recuerdo haberla visto en marineros que no querían tener que invitar a un pitillo a todo el mundo.) Neal era sin duda un tipo que había conocido los mundos marginales de Norteamérica.

GORDON LISH

Cuando Kesey mejor definía a Neal era cuando le llamaba superhombre. Porque eso es lo que Neal era. En lo relativo a la realización práctica de cualquier iniciativa humana que se me pudiera ocurrir imaginar, siempre consideraría a Neal Cassady un tipo fantástico y extremo. No era en absoluto un intelectual, pero era inteligente en un sentido casi prodigioso. Aunque la cualidad que probablemente hacia de él un amigo tan preciado era sencillamente la de poseer el corazón más entrañable que yo haya encontrado jamás en un ser humano.