XXI. EL FUGITIVO

Menea el culo, Kesey. Muévete. Lárgate. Vete. Esfúmate. Vuela. Escóndete. Desaparece. Desintégrate. O sea, ¡corre!

Aceeeeeeeeeeeeeeeeelera, acelera-acelera-acelera-acelera-acelera, o ¿es que vamos a asistir a una tardía reedición mexicana de la escena de la azotea de San Francisco y quedarnos aquí sentados con el motor en marcha contemplando con fascinación cómo los polis suben una vez más a echarte el guante…?

ACABAN DE ABRIR LA PUERTA DE ABAJO, ARIETE DEL ROTOR, ASÍ QUE DISPONES QUIZÁ DE CUARENTA Y CINCO SEGUNDOS, SUPONIENDO QUE SEAN LENTOS Y ACTÚEN FURTIVA Y CAUTELOSAMENTE

Kesey está sentado en un pequeño cuarto del piso de arriba de la última casa de la playa, ochenta dólares al mes, en la paradisíaca y azul bahía de Banderas, en Puerto Vallarta, en la costa oeste de México, estado de Jalisco, a un paso de las verdes espesuras de la selva, donde florecen los lujuriantes y húmedos y babuinescos anhelos de la paranoia… Kesey está sentado en el cuartito desvencijado del piso de arriba, con el codo apoyado en una mesa y el antebrazo en perpendicular hacia el techo y con un pequeño espejo en la palma de la mano, de forma que antebrazo y espejo son como el gran retrovisor lateral de un camión: puede mirar hacia atrás por la ventana y verles sin que ellos le vean…

VAMOS, HOMBRE, ¿ES QUE NECESITAS UNA COPIA DEL GUIÓN PARA VER CÓMO SE DESARROLLA ESTA PELÍCULA? TE QUEDAN UNOS CUARENTA SEGUNDOS HASTA QUE LLEGUEN A POR TI

… un Volkswagen ha estado yendo y viniendo de un extremo a otro de la calle sin ninguna razón humana aparente salvo la de estar trabajando con los falsos operarios de la compañía telefónica de ahí fuera, que ahora se han puesto a silbar…

AHÍ VIENEN OTRA VEZ

… silban al modo tardo y moreno-guarache de los jornaleros mexicanos, sin ninguna razón humana aparente salvo la de estar obviamente en sincronía, «conchabados», con los del Volkswagen. Ahora avanza por la calle un sedán de tono tostado, sin placa de matrícula pero con un número blanco estarcido —exactamente igual a los utilizados en las cárceles—, con un policía y dos tipos sin chaqueta y con camisa blanca, que por supuesto no son presos…

¡UNO SE VUELVE PARA MIRAR ATRÁS!

SI VIESES TODO ESTO EN UNA PANTALLA CINEMATOGRÁFICA SABRÍAS PERFECTAMENTE LO QUE HACER MIENTRAS ESTÁS ALLÍ SENTADO EN LA TERCERA FILA CON LA BOCA LLENA DE PALOMITAS: «PERO ¿QUÉ MÁS NECESITAS, SO IMBÉCIL? LÁRGATE INMEDIATAMENTE…»

… pero se acaba de tragar cinco dexedrinas y el viejo motor gira y acelera estupendamente, fascinado y eufórico, y nadie se marcharía de este confortable puerto —ochenta dólares al mes— de la paradisíaca y azul bahía de Banderas después de haberse «metido» una buena dosis de speed en las venas. Toda una escena «de policías» la que está viendo por el espejo de mano… Puede inclinarlo y verse la cara, sumida en la entropía a causa de la tensión, y luego inclinarlo en otro sentido y ver —¡una señal!— cómo un gorrión gordo y lustroso surca el menguante sol y se cuela por un agujero de una de las farolas: el hogar.

¡MÁS CAMIONES DE LA COMPAÑÍA TELEFÓNICA! AHORA SON DOS AGUDOS SILBIDOS… SIN RAZÓN HUMANA APARENTE SALVO LA DE VENIR A PRENDERTE. PUEDE QUE AÚN TE QUEDEN UNOS TREINTA Y CINCO SEGUNDOS

… Kesey tiene una cazadora Cornel Wilde lista para salir corriendo, colgada en la pared, una cazadora de pana tipo JungleJim, provista de sedal, cuchillo, dinero, DDT, pastilla de jabón, bolígrafos, linterna y hierba. ¿Ha comprobado ya mediante pruebas prácticas si podrá salir por la ventana, pasar por un hueco del techo de más abajo, deslizarse por un tubo de desagüe, saltar un muro e internarse en la espesura de la selva en cuarenta y cinco segundos…? Bueno, ahora sólo treinta y cinco, pero lo único que se necesita es un poco de ventaja, aprovechar el elemento sorpresa… Además, resulta tan fascinante estar allí en proyección subastral, con la fresca fuerza de la dexedrina dentro, sincronizado a un tiempo con la mente de ellos y con la suya propia —con todas sus oleadas y afluentes y circunvoluciones—, haciendo que ésta fluctúe en uno y otro sentido y racionalizando la situación por centésima vez, segundo a segundo, del modo siguiente: si ya tienen aquí a todos esos hombres, los falsos operarios de teléfonos, los policías del sedán color tostado, los policías del Volkswagen, ¿a qué diablos esperan?, ¿por qué no han irrumpido ya por las podridas puertas de este edificio mísero…? Pero antes incluso de terminar de formularse la pregunta, le llega la señal:

¡ESTÁN ESPERANDO! SABEN QUE TE TIENEN COGIDO, IMBÉCIL. LO SABEN DESDE HACE SEMANAS. PERO ESTÁN SEGUROS DE QUE ESTÁS RELACIONADO CON TODO EL TRÁFICO DE LSD QUE SALE DE MÉXICO Y QUIEREN LOGRAR LA MAYOR APREHENSIÓN POSIBLE CUANDO POR FIN SE DECIDAN A HACER LA REDADA. COMO CON LEARY: SIN DUDA ESPERARON HASTA ESTAR SEGUROS DE QUE TENÍAN ENTRE MANOS ALGO QUE MERECÍA LA PENA. TREINTA AÑOS. PARA UN DOCTOR DE HARVARD EN POSESIÓN DE MARIHUANA. SE MUEREN DE GANAS DE ACABAR CON ESTE ASUNTO. LO CONSIDERAN DEMASIADO PELIGROSO. Y NO LES FALTA RAZÓN… SI NO EN SUS FANTASÍAS, AL MENOS EN SU EVALUACIÓN DE LA ACTUAL Y SIEMPRE CRECIENTE AMENAZA PSICODÉLICA

SE OYE UN RUIDO ABAJO ¿SON ELLOS?

¿LE QUEDAN TREINTA SEGUNDOS?

… quizá es Black Maria que le trae cosas buenas para comer y algo que le pueda servir para su nueva identidad: Steve Lamb, un reportero de maneras suaves y un completo gilipollas…

¡CORRE, ESTÚPIDO!

… shhhhhhhhhhhhhhhhh. Habrá una sonrisa tan serena y mitigada y secreta en la cara de Black Maria…

Aceleeeeeeeeeeeeera, acelera-acelera-acelera-acelera-acelera. Podía haber sido todo tan apacible, tan sólo él y el Colgado y la veladamente ardiente Black Maria en aquel paraíso azul de ochenta dólares al mes en la bahía de Banderas, en Puerto Vallarta. Siempre, claro, que la argucia del suicidio y el resto de la falacia del Fugitivo principal hubiera funcionado…

El viaje a México había sido fácil, porque con Boise todo era fácil. Boise siempre sabía. Recogieron al Colgado en Los Ángeles, y luego a Jim Fish, y bajaron bordeando la costa hasta la frontera de Tijuana. Ningún problema para entrar en México. El paso fronterizo de Tijuana es como el puesto de peaje de una gran superautopista, una inmensa plataforma de hormigón y diez o quince cabinas de aduanas en hilera para todos los coches que llegan a Tijuana desde San Diego u otras poblaciones norteñas, todo de pintura verde plástica y hormigón, como en la Norteamérica suburbana de las superautopistas. Así que cruzaron la frontera con Kesey escondido en la trasera de la vieja camioneta de Boise, y el corazón ni siquiera se les puso demasiado desbocado. ¡Arriba el ánimo, que vuelva a alentar en el cosmos un poco del élan de los Bromistas! Al más genuino modo Bromista, se gastaron las tres cuartas partes del dinero que llevaban en un equipo estéreo-auto Madman Muntz que podía utilizarse con sus otros aparatos de sonido, magnetófonos, cintas, etcétera.

El siguiente problema eran los visados, porque todo parecía indicar que la estancia iba a ser larga. Podía ser peligroso intentar conseguir el de Kesey en Tijuana, ya que Tijuana es en realidad un anexo de California, el arrabal de San Diego, y era muy posible que estuvieran al tanto de su caso.

—Lo pediremos en Sonoita, tío —dice Boise—. Allí les trae al fresco todo. Les pones un par de dólares encima de la mesa y ya no ven nada de nada.

Sonoita está al este de Tijuana, justo al sur de la frontera de Arizona. Kesey utiliza su documento de identidad falso y lo arreglan todo en Sonoita. ¡Fugitivo! Es la vida real, y ahora sin el menor asomo de duda…

Luego descienden hacia el sur por las penosas carretera 2 y carretera 15, brincando y traqueteando a través del polvo pardo y de gallinas escuálidas y de bosta animal y de las vaharadas polvorientas del oeste de México, de poblaciones como Coyote, Caborca, Santa Ana, Querobabi, Cornelio, El Oasis (ja), Hermosillo (je), Pocitos Casas, Cieneguito, Guaymas, Camaxtli, Mixcoatl, Tlazolteotl, Quetzalcoatl, Huitzilopochtli, Tezcatlipoca (el que se aparecía en la encrucijada de la Reina de la Lechería y la Reina de las Ratas adoptando la apariencia de una rata, una rata de las piedras de Popoluactli), Tetzcotl, Yaotl, Titlacahuan (aquel de quien somos esclavos), Ochpaniiztl (sacerdotal Ángel del Infierno sobre una moto hecha de la piel de vaselina de Chica-que-Folla-con-Todo-el-Grupo Conoce a Basura Blanca…). Una sucesión de cráneos y muerte en el oeste de México, la tierra de las ratas. No hay ni rastro en ella del pintoresquismo de los burros o los chales o los sombreros a lo Zapata o los grandes trozos de sandía de un rosa de televisión en color o los nenúfares o las plumas de oro o las largas pestañas o las altas peinetas o las tortillas y los tacos y el chile en polvo o los vendedores de camote flautistas o las muletas o los toreros o los oles o los grupos de mariachis o los lirios de agua o la sangre de dalia o las pequeñas cantinas o los sarapes o las marías morenas de las películas, de reluciente pelo negro y ardientes y menudas y redondas y respingadas y pubescentes nalgas. Nada del viejo México que conocemos y amamos en el curso de esos viajes programados de veintiún días. Sólo el jodido polvo pardusco y los cadáveres hinchados de las ratas en la carretera, las cabras, vacas, pollos con las cuatro patas mirando al cielo en las encrucijadas podridas —de calavera de Tezcatlipocan— de México.

Para Kesey la tierra por la que huía no era sino un irredento desierto infestado de pulgas. Pero Boise la hacía soportable. Boise siempre sabía. Boise era un tipo arrugado de cara enjuta, y tenía el acento quejumbroso y monótono y agudo de Nueva Inglaterra más horrible que imaginarse pueda, y era un ser por completo ajeno al mundo que ahora visitaban, pero estaba allí, ahora, y sabía. La camioneta se avería por decimocuarta vez…

—No hay problema, tío. Vamos a poner una piedra aquí, debajo de esta rueda… Luego sacamos la pinchada, la arreglamos y listo.

Más llanura, tierra de ratas, de mosquitos y pulgas…, en la nada total, como las líneas de perspectiva en un cuadro surrealista, pero Boise te hace comprender que todo es lo mismo, aquí y en cualquier parte. Boise rastrea lascivamente las calles al pasar brincando por los pueblos de pollos muertos, como si se tratara de un sábado por la noche en el Broadway de North Beach, y echa el ojo a una guapa mexicana blanca que camina por un lado de la carretera exhibiendo sus honestas pantorrillas,

¡TE QUEDAN SÓLO VEINTICINCO SEGUNDOS, IDIOTA!

y dice:

—¿Qué tal si la ligamos y nos la follamos, tío?

Con el acento quejumbroso de Nueva Inglaterra de siempre, como si estuviera diciendo: «¿Te apetece una coca-cola?» Kesey mira la cara arrugada y los labios finos de Boise; parece un viejo decrépito, pero en sus ojos hay un brillo risueño y lascivo, de total certidumbre y de insensata viveza a un tiempo. Y Boise, en aquel momento, está en el pequeño núcleo de los Bromistas Perfectos, en el círculo íntimo, y asciende al sangha definitivamente.

En Guaymas, en el golfo, Jim Fish decide marcharse. ¿Un prematuro ataque de paranoia, Jim Fish? Y coge un autobús de vuelta a los Estados Unidos, dejando a Kesey, Boise, el Colgado y el equipo… Pero ¿no ha sido siempre así? O estás en el autobús o estás fuera del autobús. Kesey iba recuperando el ánimo. Boise lo resolvía todo:::este loco de Nueva Inglaterra está aquí, en esta tierra de ratas…

—Eh, tío… —Boise señala con un gesto una obra junto a la que pasan, y dice—: ¿Has visto eso?

Como diciendo: «ahí lo tienes todo, en esa obra».

Una cuadrilla de obreros intenta dar estuco al techo de un edificio que está terminando. Un hombre gordo hace la mezcla en una bañera. Otro muy flaco va sacando la mezcla de la bañera con una paleta y la va subiendo con cuidado hasta el techo. Un poco de mezcla queda fija en el techo…, y tres o cuatro obreros que hay en un andamio de tablones va allanándola a pequeños toques y pasadas, pero la mayor parte de la mezcla cae al suelo, donde tres o cuatro hombres más, en cuclillas, se encargan de recogerla y echarla de nuevo a la bañera, y el tipo flaco vuelve a sacar otra pequeña cantidad con su pequeña paleta y todos se quedan mirando fijamente la escena para ver qué pasa. Están todos en cuclillas, con guaraches, míseras sandalias bajas, de tiras de cuero entrelazadas, unos en el andamio, otros en el suelo, a la espera de ver qué pasa, qué es lo que tiene el destino deparado a la pequeña carga de nada que está subiendo el hombre flaco en aquella mísera obra…

Y, en efecto, todo está allí…, todo el Viaje Mexicano…

—Tienen un dicho: «Hay…» —Boise gira el volante para no atropellar a un vendedor de helados que está en medio de la carretera—… tiempo[56]».

¡VEINTE SEGUNDOS, IMBÉCIL!

Guaraches, que son el calzado Cutre. Todo está sincronizado. México es el paraíso de lo Cutre. No es que carezca de valor…, es la perfección. Es como si todas las cosas Cutres de las tierras Cutres de Norteamérica, todos los drives-in, los aparcamientos de casas rodantes, las Reinas de los Productos Lácteos, los supermercados mínimos y rápidos, los Sunset Strips[57], las tiendas de accesorios para automóviles, las urbanizaciones de fosa séptica, las tiendas de souvenirs, los snack bars, los guardamuebles, las salas de estar Daveniter, los hoteles con hornillos eléctricos en las habitaciones, los tenderetes de libros de bolsillo en las estaciones de autobuses, las jukebox a monedas de los pequeños restaurantes, los servicios de hormigón visto de las gasolineras (con los bordes de los retretes llenos de orina), los aseos de los autobuses Greyhound (con sus toallitas de papel y los restos de vomitona deslizándose por la loza de la taza), los almacenes de prendas del Ejército y la Marina con calzoncillos Bikini Kodpiece, los anaqueles Super Gigantes con camisas verdes de sarga a juego con pantalones holgados para honrados trabajadores, las casitas de ocho mil dólares con tabiques de plástico que se pliegan en acordeón y con el bebé durmiendo en una cuna plegable de malla plástica, las mesas de picnic con banquetas incorporadas utilizadas en los comedores, los sandwiches de barbacoa Jonni-Trot con una bebida carbónica de frutas, las marquesinas de tablillas de aluminio, los perfiles de aluminio, los cafés con leche tibios en tazón de loza y platillo con un charquito pardo y unas cuantas cenizas, el encargado negro que raspa la parrilla de comida rápida con un Kitchy-Brik gredoso y que no atiende tu pedido hasta que no haya terminado con la limpieza de la parrilla, la sala de espera del consultorio médico en el que se atiende por turno de llegada, llena de humildes asistentas que mantienen los vestidos bien pegados a los asientos de vinilo reluciente y que no osan moverse por miedo a que el vestido se ahueque y se les pueda ver algo, las chaquetas de cuadros escoceses para viajar en automóvil de Sears y las gorras de lona con visera, los vestidos de fibra sintética de las camareras, con su aspecto de celofán lechoso, los cucuruchos de helado Cutres, los refrescos Cutres, los emparedados Cutres de ensalada y carne, los bocaditos de queso Cutres, las Cutrehamburguesas…, es como si todas las cosas Cutres de todas las tierras Cutres de Norteamérica hubieran estado buscando su país, su Canaán, su Is-ra-el, y lo hubieran encontrado en México. México posee su propia estética Cutre. Es enormemente hermoso…

Llegaron a Mazatlán, el primer gran centro turístico que quienes viajan de los Estados Unidos encuentran en la costa oeste de México. Los turistas, en Mazatlán, se dedican a la pesca. A lo largo de la Avenida del Mar y del Paseo Claussen, las paredes blancas exhiben bonitas y artísticas escenas Cutres de pesca y en el interior de las arcadas de los hoteles hay grandes y brillantes peces espada azules colgados, y gringos con gorras de visera de pico de pato llegados para pescar peces espada. Música de mariachis, al fin, con las trompetas que quiebran y dejan caer las notas para luego volver a hendir el aire con fuerza renovada. El Colgado tiene la brillante idea de ir al bar O’Brien, frente a la playa, donde en cierta ocasión, tiempo atrás, recibió una buena tunda a manos de trece maricas mexicanos. Al Colgado le encanta volver a visitar los escenarios de sus desastres de antaño. También le encanta, cuando está en la playa, pasarse horas explicándoles que su mayor y más terrorífico temor es ser atacado por un tiburón en el agua…, mientras no para de arrancarse las postillas de las picaduras de pulga hasta que las piernas le sangran copiosamente…, y entonces se levanta, se mete en el agua y se aleja nadando

O’Brien suscita la paranoia de inmediato. Es una pausa en la película Cutre. Está en penumbra y la banda mexicana toca… de una forma que sugiere a los posibles clientes Cutres que la cosa sale por un ojo de la cara. Las almas Cutres de todo punto cardinal tienen pavor a estos oscuros, pintorescos restaurantes, porque saben instintivamente que por este tipo de ambiente de camelo se paga caro, a un dólar la copa probablemente. O’Brien está atestado. Entonces, a través de la penumbra, descubren… a unos drogotas. Un grupo de jovencitos con pelo a lo Jesucristo, campanillas orientales y muchos abalorios, y sarapes, y mándalas: drogotas norteamericanos, en suma. El Colgado los reconoce inmediatamente. No sólo son drogotas norteamericanos sino que son de San José, y algunos de ellos han estado en las Pruebas del Ácido. Exactamente lo que necesita el Fugitivo para que se venga abajo todo el montaje del suicidio. «Adivina a quién he visto en México…» El Colgado, como es lógico, merced a su amor por los desastres, les hace un gesto para que se unan a ellos. Kesey es presentado como Joe, y nadie le presta especial atención salvo una chica menuda y morena, de aire mexicano y largo pelo negro.

—¿En qué mes has nacido? —le pregunta a Kesey. Por su acento no parece mexicana. «Suena» a Lauren Bacall hablando a través de un tubo.

—Soy Virgo —dice Kesey. No tiene sentido responder a las tres primeras preguntas si uno puede abreviar respondiendo a la cuarta.

—Eso me había parecido. Yo soy Escorpio.

—Maravilloso.

La escorpión morena —no hay duda— conoce muy bien al

Colgado. Lo conoció hace tiempo. Pero el Colgado pertenece ya al pasado, y acontece que, conociera o no al Colgado, ella y Kesey están una noche tomando el fresco en el muelle, junto a una playa Cutre de Mazatlán, todo suciedad y descuido, pero las olas y el viento y las luces del puerto ponen una pincelada amable y la luna incide en una especie de poste de hormigón y hace que la chica quede en la oscuridad, sumida en las sombras, y él sigue en la luz, la luz de la luna, como si algún dibujante hubiera trazado una línea divisoria entre ambos cuerpos. Black Maña, decide Kesey.

Así que Black Maria se une al grupo del Fugitivo, y parten hacia Puerto Vallaría. Puerto Vallaría se halla fuera de las tierras Cutres. Es el México de las postales. La paradisíaca y azul bahía de Banderas y una playa impoluta y blanca y casitas latinas blancas recortadas contra la selva, que es de un verde oscuro y salvaje, y limpio. Exuberantes y verdes frondas reptan hacia lo alto por detrás de las casas de la playa. Hay rumores de guacamayo, o de algún ave similar. Escondidas y venenosas orquídeas y manchas naranjas y pétalos que parpadean cuando se mueve el follaje. Una hermosa selva gótica, romántica. El Colgado discute con el untuoso hombrecito de la inmobiliaria y consigue la última casita del extremo de la ciudad por ochenta dólares al mes. La renta es baja porque, a juicio de los turistas, la selva está demasiado cerca; y hay demasiados chiquillos mexicanos y pollos y polvo de estiércol de los campos. Boise emprende el viaje de vuelta a los Estados Unidos y Kesey, el Colgado y Black Maria se instalan en la casa. Pueden utilizar la planta de arriba: un piso y una escalera en espiral que sube a la terraza. En la terraza hay una especie de cabaña techada con paja, el punto más alto de los alrededores, una perfecta atalaya y un refugio confortable. Kesey decide arriesgarse a llamar por teléfono a Estados Unidos para que Faye y los demás sepan que está bien. Va al centro y llama a Peter Demma a la Hip Pocket Book Store de Santa Cruz. Un leve ruido metálico —las telefonistas de la central—, y al cabo:

—¿Peter?

Desde una lejanía Cutre de muchos kilómetros:

—¡Ken!

Peter está muy sorprendido, naturalmente.

Así que Kesey se pasa los días sentado en la cómoda casita de la linde de Puerto Vallarta, bebiendo cerveza y fumando innumerables porros y escribiendo de cuando en cuando en un cuaderno. Consigna en el papel unas cuantas pinceladas de su aventura y se las envía a Larry McMurtry.

«Larry:

»La llamada a Estados Unidos, 8 pavos cada una; además, si hay alguien a quien me gusta endosar mis mejores trozos de bobadas en prosa, ese eres tú…»

Por ejemplo, lo referente a Black Maria. Es una chica tan magnífica en tantos sentidos… Es tranquila y tiene una suerte de belleza melancólica. Sabe cocinar. Parece mexicana y habla mexicano. Puede hasta discutir en mexicano. Llega incluso a sondear al alcalde de Puerto Vallarta sobre lo seguro que pueda estar Kesey en esta ciudad. «Hay tiempo», responde él. La extradición lleva una eternidad. No sabe cuánto me alegra saberlo…

Y sin embargo Black Maria no es del todo una Bromista. Quiere ser parte de todo esto, quiere «meterse» de lleno en esto, pero lo hace sin convicción. Es como la parte mexicana de su persona de Black Maria. Posee todos los atributos de lo mexicano: parece mexicana, habla mexicano, incluso su abuelo era mexicano… Pero no es mexicana. Es Carolyn Hannah, de San José, California, a todos los efectos, incluida la sangre. Kesey escribe en el cuaderno: El traslado del oscuro cuerpo indio

¡¡¡DIEZ SEGUNDOS, MALDITO IDIOTA!!!

fuera de la tierra india debilitó la sangre india con sopa de pollo y bolas de pan ázimo. Gran parte del fuego oculto tras la belleza oscura y melancólica se halla en la hondura de esas simas. Porque ella lo hace sin fe. Y sin embargo aquí se está estupendamente, en este mirador de techo de paja que hay en la azotea. Un coche enfila la calle: el Colgado y Black Maria vuelven a casa. Kesey mira por encima del borde hacia el coche que avanza levantando polvo, y escribe en el cuaderno que es una magnífica atalaya, un lugar que le permite verles sin que ellos me vean. Son muchas las cosas… sincronizadas.

El Colgado y Black Maria avanzan ahuyentando a los chiquillos y levantando polvo, y Black Maria apunta hacia lo alto de la casa y le dice al Colgado:

—Mira, allí está Kesey. —Luego mira a través de la ventanilla hacia la selva—. Apuesto a que cree que no le vemos.

SE ACABÓ TODO. El Colgado trae un telegrama de Paul Robertson, de San José, y es algo muy grave. No es siquiera una advertencia,

CINCO SEGUNDOS —TE QUEDAN CINCO SEGUNDOS—, ¿ES QUE VAS A QUEDARTE AHÍ SENTADO ESPERÁNDOLES?

es algo consumado. SE ACABÓ TODO, dice. Y quiere decir, como se sabrá más tarde, que la argucia del suicidio se había descubierto y los polis sabían ya que Kesey estaba en Puerto Vallaría. ¿Descubierto? Dios, la broma del suicidio había resultado una auténtica ópera bufa. Para empezar, D —como temía Montañesahabía metido la pata. Había conducido costa arriba en busca de un acantilado próximo a Humboldt Bay, a unos 400 kilómetros al norte de San Francisco, cerca de Eureka (California), no lejos de la frontera con Oregón, en plena tierra de secuoyas. Llegó a la última colina antes de alcanzar su punto de destino y la ranchera se negó a seguir subiendo. Así que llamó a la población más cercana para pedir una grúa, y la ranchera del suicidio fue remolcada por un camión grúa los dos últimos kilómetros. D pagó el servicio y dio las gracias al chófer. Siempre está bien conseguir un poco de ayuda para suicidarse. A continuación D tiró las inconfundibles botas azul celeste de Kesey a la orilla, al fondo del acantilado, pero en lugar de caer en tierra cayeron en el agua y se hundieron sin producir siquiera una burbuja. A continuación, el maldito acantilado del suicidio, romántico y desolado y batido por las olas, resultó tan condenadamente desolado que nadie vio la ranchera en unas dos semanas, pese al cartel de «vota a Ira Sandperl para presidente» del parachoques trasero. Al parecer la gente pensó que el viejo trasto había sido abandonado. La policía del condado de Humboldt se acercó finalmente a ver qué había pasado el 11 de febrero. La nota de suicidio, que tan inapelablemente convincente les había parecido a Kesey y a Montañesa mientras fumaban unos porros y se remontaban a alturas de Weltschmerz[58] shelleyano…, despedía un fuerte tufo a «montaje» hasta para los muy convencionales policías de Humboldt. El caso presentaba ciertas graves contradicciones. Como el detalle de la ranchera estrellada contra una secuoya. Bueno…, ni siquiera a D, en la más torpe de sus meteduras de pata, se le habría ocurrido pedirle al tipo de la grúa: Verá, ahora que me ha ayudado a subir hasta aquí la ranchera, qué tal si me ayuda a empotrarla contra ese árbol… Luego, la reciente y feliz llamada de Kesey a Peter Demma, en Santa Cruz. Demma se había quedado absolutamente anonadado al oír a Kesey. Mucha gente que le tenía aprecio temía realmente que estuviera muerto. Y ahora Kesey llamaba a Demma— estaba vivo— y le confiaba un mensaje para Faye y sus íntimos. Esto fue un sábado. Al día siguiente, 13 de febrero, domingo, Demma entró en el restaurante mexicano Manuel de Santa Cruz, y se encontró con su viejo amigo Bob Levy, y Levy, para empezar la conversación, dice:

—¿Sabes algo de Ken?

—¡Acaba de llamarme por teléfono! —dice Demma—. ¡Desde

Puerto Vallaría!

Muy interesante.

Daba la casualidad de que Levy trabajaba como reportero para el Register-Pajaronian de WatsonviUe, población cercana a Santa Cruz. A la tarde siguiente, lunes, el Register-Pajaronian de WatsonviUe publicaba en primera plana un artículo a cinco columnas cuyo titular rezaba:

NOVELISTA DESAPARECIDO REAPARECE EN MÉXICO

Al día siguiente, martes, el Mercury de San José recogió la historia y añadió un poco más de «pimienta» al asunto publicando un artículo titulado:

EL CADÁVER DE KESEY SE LO PASA EN GRANDE EN PUERTO VALLARTA

¡DOS SEGUNDOS, OH CADÁVER MÍO!

NO ES BLACK MARÍA QUIEN SUBE ARRASSSSSSSTRANDO LOS PIES POR LAS ESCALERAS, AL OTRO LADO

DE LA PUERTA, IDIOTA, ES UN POLI QUE SUBE PESADAMENTE LAS ESCALERAS NO HAY SONIDO EN EL MUNDO PARECIDO A ÉSTE

UN AGUDO SILBIDO DE LAS TELEFONISTAS EL

VOLKSWAGEN DA MARCHA ATRÁS EN LA CALLE

AHORA NO HAY DUDA, NO HAY DUDA

¡COGE LA CAZADORA CORNEL WILDE Y HUYE, IMBÉCIL! ¡QUE EL CEREBRO SE HAGA CARGO DE LA SITUACIÓN! ACEEEEEEELERAAAAAAA GIRA Y EN LAS CÉLULAS PIRAMIDALES GIGANTES DE BETZ DE LA CORTEZA CEREBRAL PRECENTRAL LEVANTA Y LARGA AMARRAS LA CAPA GANGLIONAR SE ESTREMECE Y RÍE TONTAMENTE LAS SINAPSIS SE ILUMINAN COMO LOS ALEATORIOS FLASHES DE LOS BEATLES JIUUUUU FULGURANDO NECIAMENTE DESDE EL HOMÚNCULO MECÁNICO PERDISTE TU FOGONAZO OH GRAN MASTICADOR, SALIVADOR, VOCALIZADOR, ENGULLIDOR, LAMEDOR, PICADOR SUCCIONADOR FRUNCIDOR DEL CEÑO MIRADOR PARPADEADOR HUSMEADOR MENEADOR DEL PULGAR AGUIJONEADOR GRITADOR DE «POR EL CULO» METEDOR DEL DEDO HURGADOR DE NARIZ SALUDADOR BEBEDOR ALZADOR DE BRAZOS INCLINADOR DE CUERPO GIRADOR DE CADERA FLEXIONADOR DE RODILLAS SALTADOR CORREDOR

¡CERO::::::::000000000::::::::CORRE!

¡Hijo de perra! Las marchas entran al fin, y brinca, agarra la cazadora Cornel Wilde, salta por la ventana de atrás, se desliza a través del agujero, se deja caer por el tubo de desagüe…, y ahora salta el muro, tío, e intérnate en la espesura de la selva…

OURRRRRRRRRRRRR

¿QUÉ ES ESO?

Tiene la cabeza baja, pero puede verlo

¿QUÉ ES ESO?

Allá arriba, en la ventana de la que acaba de saltar

¡MORENO!

Puede sentirlo. En las fibras eferentes parasimpáticas, detrás de los globos oculares, hay una vibración que zumba:

ARRRRRRRRRRR

Son dos, uno de ellos un mexicano moreno y regordete con una pistola de culata dorada, el otro un sabueso norteamericano del FBI que ve cómo escapa como un mono por encima del muro y se adentra en la selva, mientras el mexicano moreno esgrime el arma de culata dorada, pero el cerebro que hay detrás de aquella cara es de esa parda tierra mexicana que se desmenuza y no hay por qué preocuparse: no acertaría ni a un perro meando

SUMÉRGETE

en las tupidas frondas —donde estallan los tonos violetas y naranjas— de Puerto Vallarta…, el homúnculo mecánico ahora funciona a la perfección y se interna a galope tendido en las pintorescas selvas de México…

Un momento después Black Maria entra en el apartamento. Ve que Kesey se ha ido y que la cazadora Cornel Wilde de las correrías selváticas ya no está allí colgada. Otra vez la misma canción. Bien, volverá cuando tenga que volver, cuando se sienta exhausto, y las cosas volverán a su cauce durante un tiempo. Kesey se había vuelto un auténtico paranoico, pero eso no era todo. Le gustaba el juego del Fugitivo. Tío, se larga a la selva y se esconde durante dos o tres días en la espesura y fuma montones de hierba y al cabo aparece de nuevo en casa. La cosa había empezado antes incluso del telegrama. Disponían de todo un código de señales que habían urdido entre ellos. O, mejor, que él sólo había urdido. Cuando no había «moros en la costa», ella debía colgar una camisa amarilla del Colgado en la cuerda de tender de la ventana trasera, la que daba a la selva. Era una ca misa amarilla con un estampado negro y castaño (una prenda de mariquita, en opinión de Black Maria). La bandera era desplegada y Kesey volvía a casa rendido, después de haber corrido por la selva y por la playa hasta perder el resuello.

Y sin embargo la situación tenía su encanto. Era de locos, pero tenía su encanto. Kesey era la persona con más magnetismo que había conocido en toda su vida. Irradiaba algo, una especie de poder. Sus pensamientos, las cosas de las que hablaba, eran de una gran complejidad, y metafísicas y crípticas, pero sus maneras eran llanas y familiares, casi pueblerinas. Hasta cuando rezumaba una intensa paranoia parecía poseer una absoluta seguridad en sí mismo. Era una cosa harto extraña. Era capaz de hacer que te sintieses parte de algo muy… A ella incluso le había dado un nuevo nombre: Black Maria. Ahora ella era… Black Maria.

De chiquilla, en San José, California, siempre había tenido la sensación de que todo lo que realmente era se hallaba sepultado bajo capas y capas de juegos que ella no podía controlar. Externamente no había ningún problema. Sus padres eran ambos profesores, y la vida en San José era cómoda y apacible, al modo de los barrios residenciales californianos. Pero la mayoría de las veces nadie parece entender lo que supone crecer en este país. Pequeñas Islas de los Pingüinos llenas de chiquillos que juegan al Señor de las Moscas, un mundo de tribus de pigmeos, invisible a los ojos adultos de Isfahan…, pequeños diablos, tribus de «sementales», tribus de «calaveras», tribus de rateros, incluso tribus de espías…, amén de una masa amorfa de casos perdidos. Hasta que… entra en escena el movimiento psicodélico, en especial la hierba y el ácido… Va naciendo un nuevo marco vital y de pronto brota por doquier toda clase de…, bueno, de gente maravillosa que tiene muchas cosas en su interior, cosas hasta entonces sepultadas por los eternos juegos sociales vigentes a su alrededor. Y súbitamente se encuentran unos con otros.

Una noche, estando muy colgada, experimentó la unidad, el Todo-Uno. En el cuarto había una luz a su espalda, y la luz incidió en su cuerpo desde atrás y se quebró en haces y fulguró ante sus ojos, bañando el suelo y las paredes con radios luminosos entreverados de sombras. El cuarto se hizo pedazos ante ella, se dividió conforme a aquel patrón de barras de luz que vibraban. Y de repente todo se hizo muy claro, el modo en que el cuarto se ensamblaba, en que las partes casaban, en que las partes del todo se acoplaban como si alguien hubiera resuelto para ella un rompecabezas indio de anillos. Todo casaba con claridad meridiana, y el mundo en realidad no se hallaba dividido en juegos y bandos carentes de sentido. Antes había sido así a causa de una ilusión que se desvanecía en cuanto se conocía la clave. Y ahora había gente maravillosa que sabía la clave; ahora tal experiencia era algo que se podía compartir.

Su madre le había dado dinero para el segundo semestre en la Universidad estatal de San José, y aunque era consciente de que heriría a su madre en un principio, sabía lo que tenía que hacer. Cogió el dinero y se fue a México con una maravillosa gente de su edad. Fue un poco más complicado, en realidad. Conocía al Colgado de la Universidad de San José, y sabía que se iba a México, a Mazatlán. Siguió, pues, al Colgado (aún no sabía nada de la «broma» de Kesey), ya que si había personas merecedoras del calificativo de maravillosas, el Colgado era una de ellas.

Mazatlán empezaba a ser el lugar de la costa oeste mexicana preferido por los adictos al ácido. Aún no había sido invadido por los turistas vocacionales, que peregrinaban más al sur y solían anclar en Acapulco. Mazatlán, además, no era tan típica e insoportablemente mexicana…, tan triste… como el verdadero Centro del Ácido en México, Ajijic, en el lago de Chápala. Aquellos pobres pueblecitos del lago de Chápala, Ajijic, Chápala, Jocotepec…, con el lago en trance de secarse exhibiendo su espumosa y embarrada capa de hojas de nenúfar, y la miríada de estetas norteamericanos fracasados vagando voluntariosamente por los alrededores en sandalias, trotamundos de cuarenta y ocho años que se dedicaban a dar coba a los jóvenes drogotas de la nuevageneración hip. Muy triste. Es algo en verdad triste ver cómo un inconformista norteamericano dice «a tomar por el culo» esto y lo otro y abandona la comodidad y los grandes centros comerciales y la locura bélica de esta civilización y se va a vivir entre gentes auténticas, las honradas gentes del pueblo, en la tierra de los sentimientos naturales, México, y a la mierda los cuartos de baño con bonitos azulejos…, y se sienta allí, en México, entre míseros mestizos en cuclillas, y, tío, qué honesto y real es todo esto…, y vive como un auténtico mendigo, y no es más que un pobre fracasado que envejece y que ya no tiene adonde ir.

Pero Mazatlán…, el mundo drogota de Mazatlán era un mundo alegre y risueño. Así que Black Maria se había instalado y había escrito a su madre una carta muy… «Gente Maravillosa»…

Y se encontró con el Colgado e, inesperadamente, con el célebre Ken Kesey y otra gente maravillosa. Pero habría que decir algo acerca de la gente maravillosa… De los Alegres Bromistas, más exactamente. Había oído hablar de los fabulosos Alegres Bromistas en San José. Y Kesey y el Colgado no paraban de hablar de ellos en Mazatlán: el fabuloso Babbs, la fabulosa Montañesa, el fabuloso Cassady, el Eremita, Peleón y todos los demás. Ahora ella tenía incluso un nombre Bromista, Black Maria, pero aún no había llegado a ser una Bromista. Y también era sensible a los «perfiles» del mundo de Kesey. Tarde o temprano Kesey volvería a reunirse con los suyos…

Bueno…, saca la camisa del Colgado cuando ya no haya moros en la costa. La ondulante camisa de mariquita del Colgado. Y que disfrute de su escapada selvática un buen rato. Si le encanta jugar al Fugitivo, más vale dejarle a su aire.

SUUUUUUUUUUUAAAAAAAAAP

Abriéndose paso entre las exuberantes frondas de Puerto Vallarta, Kesey deja atrás la selva y sale a la carretera…

¿COCHES? ¿UN MEXICANO Y UN NORTEAMERICANO EN UN VOLKSWAGEN DE COLOR TOSTADO CLARO?

no, no hay ningún coche, amigo; cruza la carretera y baja hacia la orilla rocosa del océano, con el corazón palpitándole en el pe cho; deja que su cuerpo se asiente en su cazadora Cornel Wilde de las escapadas, y escucha

¡PLOP!

las olas golpean las rocas; una pequeña vacación en la pintoresca Puerto Vallarta, con el mar batiendo la orilla en el crepúsculo. Kesey se concentra en la marea —¿alguna analogía en esto?—, pero la marea carece de propósito, es ociosa. El corazón le late a una velocidad de taquicardia, y las olas están sincronizadas con algo diferente, con algo que ahora golpea las rocas

BANNNNNG

un ruido de puerta metálica en la carretera, como los ominosos ruidos metálicos de puertas de coche anuncian siempre en Hud una maldad inminente…, quizá que el moreno mexicano y el norteamericano de pelo a cepillo están allá arriba en la carretera, yendo de un lado para otro, y el mexicano moreno mascullando yo ya debería haber terminado mi jornada de trabajo, señor… Kesey mira hacia mar adentro, saca una libreta de la cazadora. Procura que la tapa rosa sea perfectamente visible, para aparentar que es un innocuo artista que dibuja el oleaje rizo a rizo, como Leonardo —que sin duda debió ser un drogota— los más mínimos instintos, un artista sentado junto a la orilla dibujando los pequeños rizos que crea el agua al llegar hasta la playa y recular luego hacia el mar, y los diminutos pliegues que se rizan sobre sí mismos en el borde extremo del agua, todo…, rizo a rizo, como un adicto a la methedrina conectado al gran Dios Rotor… Más re saca, y de pronto

¡BANG!

… están DISPARANDO contra él. Les importa un bledo todo.

¡SIN CUARTEL!

tenemos las armas y el derecho, firmado aquí, en este trozo de papel, un solo movimiento y te vuelo la puta cabeza, y ya te has movido, Kesey…

¡SIN CUARTEL!

¡BANG!

pero no sucede nada. Silencio; sólo se oye el oleaje.

HA SIDO PURA PARANOIA, AMIGO

además, ¿por qué habrían de querer liquidarte con rifles de matar elefantes? Deben de ser unos obreros que están usando dina mita. Así que sube hasta la carretera y se asoma y, en efecto, hay unos obreros que sudan y jadean mientras las verdes frondas se agitan en lo alto de la colina. Se sentará aquí y mirará cómo los obreros utilizan la dinamita.

ESTUPENDO

se limitará a observar cómo utilizan la dinamita mientras los coches de los gringos pasan a toda velocidad por la carretera costera y las prototípicas matronas turísticas miran por la ventanilla y dicen: «Eh, cariño, ése es Ken Keee-zee…»

De nuevo en la selva, Cornel Wilde. Con el corazón aún martilleándole en el pecho, al borde de la fibrilación, a través de la espesura sombría y húmeda. Bien, sí, señor, mire aquí un momento, ¿qué es esto? Un chamizo de tres lados en medio de la selva, una especie de cabaña de leñador, con un catre y una pequeña provisión de papayas-mango, frutos menudos y de tonalidad pálida. Se echa en el catre, se baja la bragueta para airearse el sudor de los testículos y hurga en la cazadora y saca tres colillas de porro y las ata con una hoja y hace una especie de coño y lo enciende. Abre con el cuchillo una de las frutas, y ve cómo mana de ella un manso zumo blanco, y la deja a un lado.

UNA TRAMPA PARA FUGITIVOS DE LA SELVA

este pequeño y confortable y perfecto refugio en el que esconderse, una cabaña, un catre, fruta de mansa leche blanca para comer, un porro improvisado…, oh, volver a la civilización sólo una vez y ver esos interminables recipientes color beige llenos de helado de treinta y un sabores diferentes y tener que elegir entre ellos, entre puntiagudo cucurucho o vaso…

¡PARANOIA!

pero ésta es la selva real, comandante. Moscas de un par de alas, anopheles de alas moteadas, culex tarsalis, phlebotomus (que te pican y te causan una fiebre de ocho días y la verruga del Perú y la leishmaniosis cutánea), tábanos de cabeza verde que transmiten el mal del conejo, loa loas de la tularemia, moscas tse-tse, pulgas mexicanas, chinches, niguas, hormigas de terciopelo, ladillas que te reptan por el escroto y te suben por la barriga hasta debajo de las axilas y te llegan a las pestañas y te inficionan un bonito tifus mexicano de las ratas, gusanos de la mariposa de franela, cantáridas, chinches indios, garrapatas, ácaros del picor (muy eficientes transmitiendo la sarna y la viruela rickettsiosa), la garrapata hembra de la costa del Pacífico, que se oculta en el pelo de la nuca y chupa la sangre hasta hincharse como una bolsa (la parálisis te asciende desde los dedos de los pies y acaso te llegue a los pulmones antes de que esa gran «salchicha» llena de sangre se desprenda y caiga, con las diminutas patas agitándose como pelos de gusano)

¡DDT!

se agacha y saca el bote de DDT de la cazadora y se pone a espolvorear el suelo alrededor del catre, delimitando un gran perímetro defensivo contra las amenazas vivientes de la selva…, lo cual, bien mirado, resulta divertido: estás en el suelo a cuatro patas, en mortífera batalla con aquellos seres microscópicos mientras

ELLOS

están a punto de encerrarte durante cinco, ocho, veinte años…, arrastrado finalmente hasta el límite de tus creencias confesas. Creías que un hombre debía desplazarse desde su seguro centro hacia las lindes exteriores; que el proscrito, más aún que el artista, es quien pone a prueba los límites de la vida y que… La Película :::: sumergiéndote totalmente en el Ahora y prestando total Atención a las cosas hasta que todo discurra aunado, sincronizado, e imaginándolo todo integrado en la Película… tu voluntad regirá el flujo y controlará todas las selvas grandes y pequeñas

PENÚLTIMO PORRO DE TODO MÉXICO

lo saca del bolsillo y lo enciende. Puede que deje la hierba durante un tiempo. Se-guuu-ro.

ENTONCES TIENES QUE CREER TODA ESA MIERDA QUE HAS ESTADO PREDICANDO ACERCA DEL CAMBIO MEDIANTE LA ACEPTACIÓN. ¡TENDRÁS QUE CREERLA! ¡PORQUE DE LO CONTRARIO ESTÁS PERDIDO, MUCHACHO, Y ERES UN MUERTO AMBULANTE, YA PARA SIEMPRE INAUDIBLE COMO LAS VOCES QUE SUSURRAN SALMODIAS BITONALES EN LAS CATEDRALES!

Y ahora que he captado tu atención…, si se sienta muy quieto, el fragor amaina en sus oídos, y puede concentrarse, prestar total atención…, y un mundo llano, llano, llano fluye y se sumerge en el ahora, sin pasados terrores, sin augurios de horrores futuros, sólo el ahora, esta película, las vibrantes armas paralelas, y puede sentir cómo se integran en el flujo, en el suyo, cada phlebotomus de la verruga peruana, cada hormiga de terciopelo, cada pulga y acaro de las ratas, cada chinche y cada garrapata, cada lagarto, gato, palmera, el poder de la más vieja de las palmeras, sujeta a su voluntad, y ha llegado a ser inmune…