XVIII. BRUJERÍA TASMANA DE COSMO
«¿PUEDES
PASAR LA
PRUEBA DEL ÁCIDO?»
Llega la llamada
cincelada en cada globo ocular de los Bromistas
en caracteres góticos Lincoln
mientras gemimos
en este cementerio, entre lápidas de piedra de la luna,
con un filosófico
«Se trata de tu persona…
¿puedes pasar la Prueba del Ácido?»
Babbs y Kesey avanzan con paso inestable
por un cementerio de California, aullando
profundamente
en la sincronía,
colgados en LSD, en el borde
de la condenada y escarpada pendiente
de una búsqueda misionera:
¿puedes pasar la Prueba del Acido?
¡Lápidas sepulcrales!
Panteones, féretros y huesos desnudos datados con carbono,
una transfusión de sueños
del Pecho de la Comunidad:
¿puedes pasar la Prueba del Ácido?
La mente del grupo
vuela muy alto, comandante, pero no a ciegas
bajo la luz de la luna;
se inspiró
en la ceremonia necesaria
para el lanzamiento hacia lo alto,
para expandir
el mensaje de los Bromistas hasta los confines
de la tierra. Una fiesta de la mente:
una nave lunar,
la Prueba del Ácido…
… y Kesey salió de la extraña noche en el cementerio con la visión de estar poniendo «en sintonía» al mundo, y de haber dado con un modo extrañamente práctico de hacerlo, conocido como
LA PRUEBA DEL ÁCIDO,
pues, como ha quedado escrito, … manifiesta una urgente necesidad de propagar el mensaje a todas las gentes…, crea un ritual, en el que a menudo hay música, danza, liturgia, sacrificio…, para alcanzar una expresión objetivada y estereotipada de la experiencia religiosa original y espontánea.
¡Dios!, cuántos movimientos anteriores a ellos habían tropezado con el mismo problema… Toda visión, toda vislumbre del… círculo… original siempre dimanaba de la nueva experiencia…, del kairós…, y ¡cómo explicarlo! ¿Cómo transmitirlo a las multitudes que nunca han vivido esta experiencia en su interior? No es posible expresarlo con palabras. Habría que crear condiciones para que pudieran sentir algo aproximado a tal sentimiento, a tal sublime kairós. Habría que hacer que accedieran al éxtasis… Monjes budistas abismados en el amor cósmico a través del ayuno y la contemplación; hindúes inmersos en el Bhakti, el ferviente amor de la posesión de Dios, extáticos, anegándose de Krishna a través de orgías sexuales o entregándose a los banquetes de las bacanales; cristianos llegados a la Ciudad Límite a través del onanismo gnóstico o del Corazón de Jesús o del Niño Jesús con su llaga abierta…, o de…
LAS PRUEBAS DEL ÁCIDO
Y de pronto Kesey ve que ellos, los Bromistas, tienen de hecho la pericia y los instrumentos necesarios para crear un estado de ruptura mental jamás visto en este mundo, absolutamente perfilado, iluminado, amplificado y… controlado…, amén de contar con la más eficiente de las llaves jamás diseñada por el hombre para abrir las puertas de la mente: el ácido de Owsley.
Kesey llevaba meses tratando de llevar a la práctica la fantasía… de la Cúpula. Consistía en una gran cúpula geodésica instalada sobre un soporte cilíndrico. Tendría el aspecto de un gran hongo. Con muchos niveles. La gente subiría por una es calera que llevaría a lo alto del cilindro —¿quieres una entrada?…, bue-e-e-e-ennno…—, y el hongo tendría un gran suelo de gomaespuma donde la gente podría tumbarse. Hundidos en la gomaespuma, por debajo del nivel del suelo, habría proyectores de cine, proyectores de vídeo, focos. Aquí y allá —en lo alto de la cúpula, por todas partes— habría altavoces, micrófonos, magnetófonos (preparados para grabar y reproducir en vivo, en diferido, a intervalo variable…). La gente podría tomar LSD o speed o fumar hierba y tumbarse en la gomaespuma y vivir la experiencia, encerrados y sumergidos en un planeta de luces y sonidos jamás conocido hasta entonces. Luces, películas, vídeos, cintas de vídeo de ellos mismos, fulgurando y formando torbellinos sobre la cúpula, desde los haces de los reflectores que se alzarían del suelo, de entre sus cuerpos tendidos. El sonido azotaría los oídos por toda la cúpula como un tifón. Películas y cintas del pasado, cintas y vídeos e imágenes y emisiones del presente, cintas y sonidos humanoides del futuro…, todo a un tiempo, unido, ahora…, aquí y ahora…, el kairós…, penetrando en la dilatada corteza cerebral…
La cúpula geodésica, como es lógico, era obra de Buckminster Fuller. Los reflectores se debían principalmente a Gerd Stern —Gerd Stern, del grupo USCO—, aunque Roy Seburn trabajó mucho con ellos y Page Browning demostró un talento que sorprendió a todo el mundo. Pero la cúpula mágica, el planeta nuevo, era obra de Kesey y los Bromistas. La idea iba incluso más allá de lo que más tarde se conocería como espectáculos con «combinación de medios expresivos», hoy día habituales en las discotecas psicodélicas y otros montajes… Los Bromistas poseían el supramedio, una cuarta dimensión… el ácido… Cosmo… Todo-uno… Control… La Película…
Pero ¿por qué una cúpula? La respuesta a todas las fantasías, públicas y privadas, de los Bromistas, la solución total…, ya la habían encontrado: la fiesta de los Ángeles del Infierno. Aquella «orgía» de dos días no había sido una fiesta sino un auténtico espectáculo. E incluso más que un espectáculo. Había sido una increíble concentración de energía. No sólo los Bromistas sino gente de toda procedencia, drogotas, no drogotas, intelectuales, curiosos y hasta policías habían entrado «en sintonía» y se habían dejado arrastrar por la increíble energía del evento. Y todos habían «entrado» en la Película. Fue un espectáculo en el que no había existido separación entre animadores y asistentes (no había sido cuestión de comprar una entrada y decir: muy bien, ahora divertidme). En la fiesta de los Ángeles del Infierno todos se habían colocado juntos y todo el mundo había hecho su cosa y había amenizado a los demás, y los Ángeles habían sido los Ángeles y Alien Ginsberg había sido Alien Ginsberg y los Bromistas habían sido los Bromistas y los polis habían sido los polis… Y hasta los polis habían hecho su cosa: inundar el barranco de tierra con la maldita luz roja de los focos giratorios de sus coches patrulla y gruñir y aullar e importunar a los automovilistas.
¿PUEDES
PASAR LA
PRUEBA DEL ÁCIDO?
Quienquiera que quisiera tomar LSD por vez primera y vivir la experiencia sin perder la sesera… Leary y Alpert predicaban el «estado mental y el escenario». La experiencia del LSD, el disfrutar de una vivencia fructífera, libre de malos viajes, dependía del «estado mental y el escenario». Había que tomarlo en un lugar tranquilo, atractivo, una casa o apartamento decorado con objetos de gusto refinado, como tapices turcomanos, alfombras griegas de piel de cabra, caros jarrones azules, luces suaves (no globos de papel japoneses, sino pantallas chinas de tela y sin borlas)…, un refugio campestre de la Bohemia Acomodada, de unos 60.000 dólares al año: un marco ideal, en suma, con el Réquiem de Mozart brotando con solemnidad litúrgica del equipo de alta fidelidad… Y el «estado mental» era el estado anímico. Debías prepararte para la experiencia meditando sobre el estado de tu ser y decidiendo lo que esperabas descubrir o alcanzar en tu viaje al interior de ti mismo. Debías disponer, asimismo, de un guía que hubiera tomado LSD y conociera las diferentes fases de la experiencia, alguien a quien conocieras y en quien confiaras… ¡Pues a la mierda con todo eso! Eso no hacía más que perpetuar las taras del pasado, los eternos desfases respecto de algo que debía suceder Ahora. Que el escenario fuera todo lo intranquilo y chillón que las artes de los Bromistas pudieran hacerlo, y que el estado mental fuera simplemente el de tu… cerebro, amigo, y que el guía, ese guía digno de confianza que debería cogerte de la mano y ponerte paños calientes, fuera una pandilla de locos pintarrajeados de Day-Glo cuyo lema, entre otros, era: «Nunca confíes en un Bromista.» La Prueba del Acido sería algo así como la fiesta de los Ángeles del Infierno más las ideas que integraban la fantasía de la Cúpula. Todo el mundo tomaría ácido, en el momento en que lo deseara, seis horas antes de que empezara la Prueba o nada más llegar a la Cúpula, y en el punto del viaje en que quisiera incorporarse al planeta nuevo. En cualquier caso, todos estarían en un planeta nuevo.
¡Los misterios de la sincronía! Muy extraño…, las Pruebas del Ácido resultaron ser, de hecho, una forma de arte ya presentida en aquel extraño libro, El fin de la infancia, una forma llamada «identificación total»: «La historia del cine brindó la clave a sus acciones. En primer lugar, el sonido, luego el color, luego el estereoscopio, luego el Cinerama… habían hecho que las viejas “imágenes en movimiento” se fueran pareciendo más y más a la realidad. ¿Y cuándo se llegaría al final de la historia? Sin duda, el estadio final llegaría cuando los espectadores olvidaran que eran espectadores y se convirtieran en parte de la acción narrada. Alcanzar este estadio implicaría la estimulación de todos los sentidos, y acaso también la hipnosis… Alcanzado este objetivo, se daría un enorme enriquecimiento de la experiencia humana. Un hombre podría convertirse —durante un rato, al menos— en cualquier otra persona, y podría tomar parte en cualquier aventura —real o imaginaria— concebible… Y cuando el “programa” llegara a su fin, habría adquirido una memoria tan viva como cualquier experiencia real de su vida…, y de hecho indiferenciable de la realidad misma.» ¡Cuan condenadamente cierto!
La primera Prueba del Ácido acabó muy al estilo de las viejas fiestas de ácido de La Honda, es decir, como un asunto privado y más bien informe. Iba a ser público, pero los Bromistas no eran precisamente unos linces para la mecánica de las cosas prácticas, como alquilar un local y gestiones de este tipo. La primera prueba iba a tener lugar en Santa Cruz, pero no lograron alquilar la sala a tiempo. Tuvieron que conformarse con la casa de Babbs, llamada el Spread[42], situada a las afueras de Santa Cruz, en una comunidad conocida como Soquel. El Spread era como una granja de pollos destartalada. La arveja silvestre y la cuscuta se iban apoderando de la finca por momentos, al menos en los retazos donde el terreno no se hallaba calcinado o acamado hasta convertirse en una pasta arcillosa. Había perros pardos y gordos y vehículos rotos y máquinas herrumbrosas y abrevaderos podridos y neumáticos recauchutados y una pequeña casa con suelos de linóleo y esos viejos y grasientos butacones sobre los que siempre se ciernen nubes de moscas de la tapicería que apenas se mueven medio centímetro cuando tratas de espantarlas con la mano. Pero había también delirantes creaciones de Day-Glo por paredes y techos, obra de Babbs, y el lugar era recoleto y aislado. En cualquier caso, los Bromistas tuvieron que conformarse con el Spread.
En cuanto a la publicidad que dieron al evento, hubo de limitarse al día mismo de la Prueba. Norman Hartweg pintó un cartel en un cartón y lo clavó en uno de los tableros utilizados por Babbs como señal de entrada en la película, y lo colgó en la Hip Pocket Bookstore: ¿PUEDES PASAR LA PRUEBA DEL ÁCIDO?
La Hip Pocket Bookstore era una librería de libros de bolsillo que Peleón y Peter Demma, que pertenecía al círculo externo de los Bromistas, regentaban en Santa Cruz. Dejaron dicho en la librería aquella tarde que el evento iba a ser en casa de Babbs. Amén de unos cuantos inconformistas locales que habían visto el anuncio en la librería, quienes se presentaron aquella noche en casa de Babbs fueron los Bromistas y sus amigos y un puñado de gente de Berkeley que en los últimos tiempos había frecuentando La Honda. Y Alien Ginsberg y su camarilla.
La cosa empezó como una fiesta: proyecciones de películas sobre las paredes, y luces y cintas magnetofónicas y música aportada por los Bromistas (además del LSD, por supuesto). La extraña música atonal china de los Bromistas, emitida en todas las frecuencias, a lo John Cage… Era prácticamente una fiesta más de las de La Honda, pero hacia las tres de la madrugada sucedió algo… La gente no implicada de verdad, la que se había «apuntado» sólo por la juerga, la que no conocía bien a los organizadores, como los tipos de Berkeley, se había ido a esa hora, y al cabo la Prueba fue cosa de unos cuantos… Acabó con Kesey a un extremo de la sala y Ginsberg al otro, con sus respectivos acólitos agrupados en torno a ellos como en torno a los dos polos de un imán, Kesey y los suyos frente a Ginsberg y los suyos, el súper-Oeste y el súper-Este…, ambos tratando el tema de Vietnam. Kesey expone su teoría de las multitudes hechas una pina, cogidas de la mano y dando la espalda a la guerra. Ginsberg expone la suya: que todas las guerras son fruto de malentendidos. Nadie que esté peleando en una guerra ha querido jamás participar en ella, y si los contendientes pudieran sentarse tranquilamente a discutir el asunto llegarían a la raíz de su malentendido y lograrían aclararlo… Entonces, de la retaguardia del grupo de Kesey, se alza la voz del único hombre de la sala que ha estado a menos de mil quinientos kilómetros de una guerra, Babbs, que está diciendo:
—Sí, todo es tan obvio…
Todo es tan obvio…
¡Cuan mágico pareció en aquel momento el comentario! La mágica octava hora del ácido… Cuan claro estaba todo entonces… Ginsberg lo había dicho, y Babbs, el guerrero, lo había ratificado, y todo se había reducido a eso, y de súbito todo estaba tan…, tan… claro…
La Prueba del Ácido en casa de Babbs, claro está, había quedado en una especie de ensayo. No llegó a…, al exterior, al mundo… ¡Pero…! Pronto… los Rolling Stones, el segundo grupo pop de más rabiosa actualidad en Inglaterra, actuarían en San José, a sesenta kilómetros de San Francisco, el 5 de diciembre, en el Civic Auditorium. Kesey, que ya la ha contemplado antes, puede volver a ver la escena: una miríada de diminutos freaks frenéticos y colocados y una multitud variopinta saliendo en oleadas del Cow Palace después de la actuación de los Beatles, como una bestia de tentáculos rosados, aún estremecida por el éxtasis e intoxicada por la droga y sin saber qué hacer ni qué rumbo tomar… Era todo tan obvio…
Durante tres o cuatro días los Bromistas buscaron un local en San José y, como es lógico, no lograron dar con ninguno… (parecía lógico, y hasta pertinente casi, que tratándose de los Bromis tas las cosas no estuvieran listas hasta el último minuto). De lo único que había certeza era de que encontrarían uno en el último momento. La Película sería capaz de crear al menos eso. ¿Y si las multitudes no se enteraban de dónde iba a ser hasta el último minuto? Bueno, quienes tenían que estar —aquellos que estaban «en el ajo»—, estarían. O estabas en el autobús o fuera del autobús, y ello era aplicable a todo el mundo, incluido San José, California. En el último minuto Kesey habló con un beatnik local conocido como Big Nig[43] y le convenció para que les permitiese utilizar su viejo caserón.
Kesey había conectado con un grupo de rock and roll, The Grateful Dead, liderado por Jerry García, el chico barriobajero que había vivido en el Chateau de Palo Alto con Page Browning y otros marginados y bimipenbeatniks…, gente de la que en un tiempo había que deshacerse cuando se presentaba en Perry Lane y trataba de arruinar las fiestas. Garcia recordaba… cómo solían ir y cómo eran expulsados por «Kesey y los bebedores de vino». Los bebedores de vino…, la bohemia de clase media de Perry Lane. Desde entonces ambos, Kesey y García, habían ido enrollándose, metiéndose «en la onda», cada uno por su lado, desde diferentes direcciones, y ahora García era una…, sí, una maravillosa persona, apacible, enrollada, amén de un gran guitarrista. Al principio Garcia había llamado a su grupo The Warlocks, es decir, los brujos o hechiceros, y habían «ido tirando» tocando para bebedores de cerveza en bares de jazz y locales por el estilo en Palo Alto. Para los Warlocks, esta música para bebedores de cerveza, aun cuando se tratara de jazz, no era sino música para hips convencionales. Habían llegado también a hacer esta distinción. Pero, para Kesey, podían simplemente tocar, hacer su cosa. El teclista de los Grateful Dead —a quien llamaban Pig Pentenía un órgano eléctrico Hammond, que llevaron a la vieja casa de Big Nig junto con las guitarras y bajos eléctricos del grupo y las guitarras y bajos eléctricos y flautas e instrumentos de viento y juegos de luces y proyectores de cine y magnetófonos y micrófonos y equipos de alta fidelidad de los Bromistas, todo ello en disparatados ovillos de cables y fulgores de acero inoxidable y parpadeantes diales de amplificadores… desplegados ante los atónitos e incrédulos ojos de Big Nig. Su casa es vieja y dispone de una instalación eléctrica que apenas podría dar servicio a una humilde tostadora. Los Bromistas se han vestido con todas sus galas. Paul Foster lleva puesto su Ropaje de Importancia, y ahora luce una enorme cabeza llena de rizos, un gran bigote rizado que se bifurca hacia ambos lados hasta enlazar con unas grandes y ensortijadas patillas. Page Browning es el rey de los maquilladores. Se transforma en un auténtico diablo, con la cara toda pintada de anaranjado brillante y los ojos convertidos en centros de dos grandes estrellas plateadas pintadas sobre el naranja y el pelo rociado con polvo de plata y los labios pintados con pintalabios plateado. Los Bromistas están sentados con barritas de cera al pastel y plumas de colores, y se ponen a elaborar a toda prisa octavillas con la leyenda «¿Puedes pasar la prueba del ácido?», y la dirección de Big Nig. Cuando las masas empiezan a salir del Civic Auditorium, del concierto de los Rolling Stones, con la cabeza pasada, hecha gelatina, los Bromistas se infiltran entre ellas. Un demonio anaranjado y plata, un tipo delirante con ropaje abotonado… ¡Bromistas, Bromistas!… que entregan las octavillas con el desafío de la prueba del ácido, una pandilla de demonios, de auténticos hechiceros que vienen a canalizar las salvajes energías sin objeto que se han ido generando en el concierto.
Van llegando a casa de Big Nig, y en un abrir y cerrar de ojos el ácido y la locura universal se adueñan del lugar: el órgano eléctrico vibra en cada boca del estómago, los jovencitos danzan, pero no rock, ni elfrug ni el… ¿cómo?…, el swim, tío, sino en éxtasis…, brincan como derviches, alzan las manos por encima de la cabeza como arrebatados acólitos del mismísimo Papi Grace[44], y las luces de Roy Seburn barren las cabezas y Cassady parlotea sin tregua y Paul Foster ofrece a todo el mundo pequeñas y extrañas cosas que va sacando de su Bolsa Excéntrica, viejos silbatos, grillos de hojalata, llaves quemadas, espectrales mangos de plástico… Los ojos de la gente se encienden como bombillas, los fusibles saltan, se hace la oscuridad…, ¡uauuuuuuu…!, las cosas se agitan y vibran y enloquecen en la oscuridad…, y de pronto alguien pone unos fusibles nuevos y el viejo armazón de la casa de Big Nig se estremece de nuevo, los cables se retuercen y fragmentan como serpientes en muda, los órganos vuelven a administrar vibromasajes de vientre, los plomos se funden, las mentes gritan, las cabezas explotan, los vecinos llaman a la policía, doscientas, trescientas, cuatrocientas personas ajenas a los Bromistas entran en La Película, saben de qué va la cosa, al menos…, una masa más cohesionada y más alta que cualquier otra en la historia —parece que no hay duda—, y Kesey hace pequeños ajustes, un interruptor, por ejemplo, lubricado con vaselina n.° 634-3 diluida con tetracloruro de carbono, etc., y se encrespan, comandante, se encrespan, pero con sentido, cuatrocientos individuos «sintonizados» rumbo a «la experiencia», la primera experiencia de ácido en masa, la eclosión de lo Psicodélico, la Generación de las Flores y todo lo demás, y Big Nig quiere el alquiler.
—¿Cómo lo vais a hacer?
¿Cómo lo vais a hacer…?
—O sea, bueno, ya sabes… —le dice Big Nig a Jerry Garcia—.
No le cobro nada a Kesey por usar la casa, se la dejo gratis, ¿sabes? Y lo que cada uno tiene que hacer ahora es contribuir un poco, tío, ayudar con el alquiler…
Con el alquiler…
—Sí, bueno, me refiero… —dice Big Nig. Mira a Garcia fijamente, con la más profunda de las miradas de autoridad negro hip-soul que uno pueda imaginar, amable y un tanto entrometido…
Sí, bueno, me refiero…
Pero Garcia, por su parte, no sabe qué es lo que estalla antes, la música o la carcajada anaranjada. Mira por el rabillo del ojo hacia ambos lados y ve cómo su propio pelo negro le orla la cara: un pelo largo, hasta los hombros, en punta como el de un soldado sudanés…, y entonces la grande y franca cara negra del gran Big Nig aparece frente a él gesticulando y fundiéndose cómicamente en el reluciente y jubiloso-de-ácido mar rojo de caras, más allá de ellos dos, en los galácticos lagos rojos de las paredes…
—Sí, bueno, me refiero…, para el alquiler, tío —dice Big Nig—. Ya habéis fundido seis fusibles…
¡Fundido! ¡Seis fusibles! Garcia hunde la mano en su guitarra eléctrica y las notas brotan como una enorme carcajada anaranjada, y las chispas eléctricas de los fusibles fundidos brincan llenas de color sobre el rutilante mar de caras. Las risotadas son antológicas. Está naciendo una nueva estrella, como una bombilla en un seno materno, y Big Nig quiere su alquiler…, una nueva estrella está naciendo, un nuevo planeta se está formando, Ahura Mazda fulgura en el útero del mundo, aquí mismo, frente a nuestros propios ojos, y Big Nig, el pobre y patético negro, quiere su alquiler…
Curioso pensamiento. Un gran negro funky con ese aire patético y «carca»… Nunca, en los veinte años de la historia hip, hubo negros con aspecto «carca». Los negros fueron siempre el arquetipo del espíritu soul. Pero ¿qué significa soul, o funky, o cool, o baby… en el nuevo mundo del éxtasis, del Todo-Uno…, del kairós…?
Si al menos existiera el lugar perfecto, un lugar lo bastante grande para albergar multitudes y lo bastante aislado para esquivar a los polis, con sus toques de queda y sus eternos hostigamientos… Poco tiempo después dieron con el lugar perfecto. Fue por az…
¿Por azar, Mahavira?
La tercera Prueba del Ácido iba a tener lugar en Stinson Beach, a unos veinticinco kilómetros al norte de San Francisco. Stinson Beach era ya un lugar de reunión de los drogotas locales. En los pequeños bungalows de la playa se podía vivir todo el invierno por casi nada. En la playa había también un centro re creativo, un agradable y sólido edificio de ladrillo… Todo muy halagüeño, sí…, pero en el último minuto el trato se vino abajo y finalmente se decidieron por Muir Beach, a unos kilómetros al sur. Los impresos que anunciaban Stinson Beach se habían ya distribuido por todos los círculos drogadictos de San Francisco (¿PUEDES PASAR LA PRUEBA DEL ÁCIDO?), y en ellos se anunciaba el Vodevil de Cassady & Ann Murphy y una lista de celebridades que acaso se presentarían por allí y que incluía a quienquiera que estuviera en la ciudad (o se le ocurriera aparecer por ella), desde los Fugs hasta Ginsberg y Roland Kirk. En la retórica publicitaria de los Bromistas siempre había algún bonito y sutil potencial o subjuntivo, pero ¿quién podía negar la posibilidad de que tal o cual personaje «entrara» de verdad en la Película…?
Sea como fuere, en el último momento hubo cambio de planes y se decidieron por Muir Beach. El hecho de que alguna gente no supiera nada de tal cambio y apareciera en Stinson Beach y se quedara petrificada en la oscuridad y jamás encontrara el lugar correcto… no parecía angustiar en absoluto a los Bromistas. Formaba parte de algún extraño orden analógico del universo. Norman Hartweg se tragó su LSD —que aquella noche venía en cápsulas de «gas de ácido»— y pensó en Gurdjieff. Gurdjieff jamás anunciaba sus reuniones hasta el último minuto. Nos reunimos esta noche, y punto. Quienes llegaran, llegarían; y, ya sólo en tal detalle, se encerraba un mensaje cuya formulación, en este caso, era —no faltaba más— la siguiente: o estás en el autobús o estás fuera del autobús.
Quienes estaban en el autobús, incluso los que no pertenecían al grupo de los Bromistas —como Marshall Efron, el orondo Mercurio de la California hip, o los Ángeles del Infierno…—, encontraron el lugar. La policía, sin embargo, no logró dar con él. A los polis, al parecer, les despistaron los impresos de Stinson Beach.
Muir Beach disponía de una gran construcción tipo cabaña de troncos —para bailes, banquetes, celebraciones…— que se alzaba sobre pilotes en medio de un terreno baldío de glaciales yerbas de las marismas. Muir Beach, en invierno, era una vasta y nocturna playa vacía. Había varias pequeñas cabañas turísticas con puertas azules a ambos lados, todas vacías. La construcción principal, compuesta de tres grandes salas, medía unos treinta metros, y era todo troncos y vigas y maderos vistos, un gran navío de madera oscura y aire rústico. Los Grateful Dead se instalaron en ella con su equipo y los Bromistas con el suyo, que ahora incluía un órgano eléctrico Hammond para Gretchen la Bella y un gran estroboscopio.
¡Luces estroboscópicas! El estroboscopio fue originalmente un instrumento destinado a estudiar el movimiento, el modo, por ejemplo, en que las piernas de una persona se mueven cuando corre. En una cámara oscura se dirige una luz brillante, que se enciende y se apaga, hacia las piernas de una persona que está corriendo. La luz parpadea con rapidez, tal vez con una rapidez triple a la de los latidos del corazón. Cada vez que la luz está encendida, vemos una nueva fase en el movimiento de las piernas de quien corre. Las imágenes sucesivas tienden a congelarse en la mente, porque la luz se apaga antes de que el normal desdibujamiento óptico del movimiento pueda retenerse en la retina. El estroboscopio posee ciertas propiedades mágicas en el mundo de los adictos al ácido. A determinadas velocidades, las luces estroboscópicas se hallan tan sincronizadas con el patrón de las ondas cerebrales que pueden provocar ataques epilépticos en quienes padecen este tipo de dolencia. Los adictos al ácido descubrieron que el estroboscopio podía suscitar en ellos muchas de las sensaciones de la experiencia del LSD sin necesidad de tomarlo. ¡El estroboscopio!
A ojos de la gente situada bajo el potente estroboscopio todo parecía fragmentarse. Bailarines en éxtasis…, las manos alzaban el vuelo emancipándose de los brazos, se congelaban en el aire…, las brillantes caras se desmembraban: una rutilante elipse de dientes, un par de matizados y descollantes pómulos…, todo fluctuaba y se fragmentaba en imágenes, como en las viejas películas parpadeantes… —¡una persona dividida en trozos!—, todo un mundo «clavado» como sobre el tablero de un coleccionista de mariposas; se trataba, cómo no, de la experiencia. El estroboscopio, los proyectores, los micrófonos, los magnetófonos, los amplificadores, el Ampex de intervalo variable…, todo se hallaba colocado en un brillante ovillo en el edificio de troncos, un amasijo comunal, y Babbs trabajaba en los diales, y hablaba por los micrófonos para probarlos. Comenzaban a llegar los drogotas de todo tipo. Marshall Efron y Norman (Norman ya bastante colgado).
… y entonces, por la puerta principal, entró Kesey…
Todo el mundo lo mira. Su expresión es estática; tiene la cabeza ligeramente alzada. Va a hacer algo; todo el mundo está expectante, porque lo que va a hacer parece enormemente importante. Todo el mundo se siente «succionado» por la carismática «aspiradora». Kesey se dirige al centro de control, sin dirigir la palabra a nadie, y se sumerge en una galaxia de diales, y hace un… único y minucioso ajuste…, ¡sí!, un interruptor, de doble polaridad, de una sola operación, de doble corte…, en una alegoría de Control…
Babbs está allí, pasado, pero poniendo en orden los intrincados y brillantes ovillos de cintas y proyectores y demás elementos del equipo. Cada uno de los Bromistas —también pasadostiene entre manos una tarea apremiante. Norman mira fija mente los diales, pero está tan colgado que ni siquiera ve los números; los números se retuercen y se escabullen como enormes y luminosos parásitos bajo la lente de un microscopio… Pero… todos funcionan en ácido… Babbs dice: «Una de las razones por las que hacemos esto es para aprender a funcionar “en ácido”.» ¡Por supuesto! Preparémonos para el Día…, cuando haya multitudes, millones de seres, civilizaciones enteras «en ácido», buscando el satori, el Día se estará aproximando, la ola se estará expandiendo…
Los asistentes, unos trescientos, están sentados en el suelo. ¡Y caen todos en el remolino! Sí. La noche en casa de Big Nig, en San José, gran parte de los jovencitos que los Bromistas habían acorralado a la salida del concierto de los Rolling Stones no habían tomado LSD, aunque los drogotas presentes, colgados con diversas drogas, bastaron sobradamente para crear esa vibración por contagio conocida como «colocón de contacto». Pero esto es diferente. Prácticamente todo el mundo que ha encontrado el lugar, después del cambio de Stinson Beach, está lo suficientemente enrollado como para saber el papel que juega el ácido en la Prueba del Ácido. Un gran porcentaje de los presentes ha tomado LSD unas cuatro horas antes, ha superado el turbión de los primeros estadios y está preparado para… disfrutar… Los dos proyectores pasan La Película. El autobús y los Bromistas empiezan a desfilar por las paredes de la sala, Babbs y Kesey comentan las imágenes, el autobús avanza pesadamente, gigantesco, y brinca y vibra en medio de grandes oleadas de cabezas y colores… Norman, absolutamente colgado, sentado en el suelo, está medio asustado, medio en éxtasis, aunque algo en alguna parte de su mente identifica lo que experimenta como su patrón vivencial en la Prueba del Ácido, que consiste en permanecer sentado y observar, aguantando el turbión primero de la droga, hasta las tres o las cuatro de la madrugada, las horas mágicas, en que podrá ponerse a bailar…, ¡pero el turbión es esta vez tan fuerte…! La Película y la máquina de luces de Roy Seburn lanzan rojos e intergalácticos mares de ciencia ficción hacia todos los rincones del recinto, y los coloridos del aceite y del agua y de la comida se aplastan entre hojas de cristal y se proyectan a un tamaño enorme de forma que el propio cieno de la Creación celular parece «ectoplasmarse» en el éter, y entonces aparecen los Grateful Dead con su inmenso vibrato submarino emitiendo vibraciones, trémolos, desde los escollos aleutianos hasta los acantilados mitológicos del Golfo de California. ¡El insólito sonido de los Grateful Dead! ¡Agonía en éxtasis! Un sonido… submarino, la mitad de las veces turbio, tremendamente fuerte pero como generado bajo una catarata, y al mismo tiempo lleno de una especie de espectral sonido vibrato, como si cada cuerda de sus guitarras eléctricas midiese treinta metros y todas ellas vibrasen en una sala llena de gas natural, amén del gran órgano eléctrico Hammond, que suena como un Wurlitzer de cinematógrafo, un artilugio diatérmico, un aparato de radioaficionado, un camión de la basura con trituradora a las cuatro de la madrugada, todo en la misma frecuencia… Y entonces, de pronto, otra película:
EL HOMBRE RANA
Babbs y Gretchen y Hagen la habían puesto en escena en Santa Cruz; era la historia de Babbs el Hombre Rana, que emergía de las aguas del Pacífico con su traje negro de neopreno, sus aletas y sus gafas redondas de ojos de insecto, el monstruo bromista y travieso que se enamora de la Princesa, Gretchen, en medio de oleadas de otros fotogramas —¿de la Película del Autobús?— que se fragmentan estroboscópicamente, y el Hombre Rana la corteja y la seduce y la pierde en proyección submarina en las profundidades del Pacífico.
¡BABBS! ¡GRETCHEN!
Norman nunca ha visto antes una película en ácido, y la película se hace cada vez más honda, más honda, más honda en perspectiva…, es la película más tridimensional que haya existido nunca, hasta que los ve allí mismo, ante sus ojos, con sus colas de duende de neopreno, y el Pacífico está tan lejos y es tan negro allende las marismas que rodean el edificio de troncos de Muir Beach, y de pronto Babbs y Gretch están en carne y hueso en la sala, y en dos puntos diferentes…: ante mí en la playa y aquí mismo, en esta sala del edificio de troncos de la playa, y Babbs ante el micrófono y Gretch a poca distancia, ante el órgano Hammond…, ¡qué sincronización…!, que puedan ponerse a narrar y orquestar su propia vida de este modo, en intervalo variable, estrato sobre estrato de intervalos variables
ELLLLLLLLL
en el remolino… aparece nada menos que el mismísimo Owsley. Owsley, de tiros largos, con su atuendo de drogota de 600 dólares, ha emergido de su subterráneo de espionaje y paranoia para presenciar con sus propios ojos el experimento de los Bromistas, y en medio del vertiginoso contagio… toma LSD. Nadie le había visto hacerlo antes. Toma LSD y
BRRRRRRRRR
el remolino lo envuelve y lo sumerge en el abismo panópticoestroboscópico-estereoscópico-Bromista, en intervalo variable pleno…
CRIATURAS TALES
como los Ángeles del Infierno entran en tromba en escena, todo pintarrajeados chillonamente de Day-Glo, y se amontonan en el suelo, bajo la luz negra, y empiezan a pasarse entre ellos, cual mansos y beatíficos budas, varios elementos de la parafernalia esotérica de los Ángeles del Infierno: cadenas, Cruces de Hierro, cuchillos, insignias, monedas, llaves, llaves inglesas, bujías, y se embelesan en la contemplación de tales arcanos que parpadean en medio del Day-Glo. El diablo de Naranja-Plata se desliza entre los danzarines y exhibe sus muecas de fanático ante cuantas caras ve en torno, y Kesey está en cuclillas en me dio de los relucientes ovillos de cables y bobinas, ante los
CONTROLES
Kesey contempla el remolino estroboscópico…, ¡los danzarines!, ¡lanzándose y siendo lanzados!, ¡en éxtasis!, ¡girando!, ¡levitando!, ¡personas fragmentadas, en trozos!, ¡como pelotas de pingpong!, en su desnuda esencia cremosa, y lo que contempla alcanza una
SINCRONIZACIÓN
que jamás ha visto antes. Adictos al ácido de todas partes abismándose todos juntos en el rollo… Ahora, dejemos que compruebe lo que es el
CONTROL
Kesey maneja el estroboscopio y acciona el interruptor de mercurio
HACIA ARRIBA y todo el mundo
se acelera, y
LUEGO
el torbellino entero, hasta tal punto están todos sumidos en el todo… Danzan más y más deprisa; las manos parecen desgajárseles de los brazos y saltar al aire como confeti en el fulgor estroboscópico; las caras, beatíficas, se fragmentan y se funden unas con otras, pues yo soy tú y tú eres yo en la brujería tasmana de Cosmo. Se acciona el interruptor hacia
ABAJO
y todos se desaceleran…, o Nosotros nos desaceleramos… Ello —Cosmo— se desacelera, aún en perfecta sincronía…, un cerebro, una energía, un solo flujo de intersubjetividad. Es posible, esta alquimia tan soñada por todos los adictos al ácido… Está teniendo lugar ante sus ojos.
CONTROL
En la Prueba del Ácido, curiosamente, después del turbión de la primera fase, se daban largos intervalos del más exquisito aburrimiento. Exquisito, por inesperado tras el frenesí general del comienzo. No iba a suceder nada, al menos nada de lo que solía suceder en estos casos. Quienes no estaban… en el autobús… se darían cuenta muy pronto de que no había nada programado. Los Grateful Dead no tocaban por tandas de temas; no tocaban ocho canciones y luego hacían una pausa de veinticinco minutos y luego volvían a tocar…, hasta completar cuatro o cinco tandas antes de retirarse. Podían interpretar un tema durante cinco minutos o durante media hora. ¿Quién llevaba cuenta del tiempo? ¿Quién podía medir el tiempo en un universo fragmentado en trozos? Los Grateful Dead eran capaces de colocarse tanto como el que más. Los que no estaban… «en sintonía» miraban en torno y veían todo tipo de drogotas, incluidos los que dirigían el espectáculo, los Bromistas, salpicados contra las paredes como trozos de gelatina. Esperando; sin que entre ellos hubiera nadie con aspecto de volver a poner en marcha todo aquello. Los que, colgados o no, no querían esperar iban quedándose medio adormilados, mientras la Prueba seguía para los que estaban en el ajo. La banda de los Bromistas empezó a interpretar la extraña cacofonía china de cosecha propia, con Gretch ante el nuevo órgano eléctrico. Norman creyó llegado el momento y se levantó y se puso a bailar. Incluso jugueteó un poco con los proyectores y compuso algunos efectos luminosos, aunque no quedó muy satisfecho, pero las horas mágicas se acercaban ya como terciopelo eléctrico. Kesey habló suavemente por el micrófono. Estaban en la bonanza que sigue al huracán, al meollo del rollo.
Al amanecer hay una luz condenadamente fría en la playa y en las hierbas de la marisma. Y una sombra purpúrea sobre el océano, como una inmensa y gélida magulladura. De pronto se abre la puerta principal y aparece Owsley.
Owsley se tambalea y anda a tientas y grita:
—¡Supervivencia!
Parece un silbido de vapor que brotara forzadamente de un pequeño orificio.
—¡Supervivencia!
Owsley, el Rey del Ácido, con su atuendo de drogota de 600 dólares, vacila en el alba azul-magulladura, con los ojos como cráteres del desastre, y emite como un silbido:
—¡Supervivencia!
Pero al ver a Kesey parece como alcanzado por una oleada de adrenalina, porque recupera la voz y se dirige a él:
—¡Kesey!
El caso es que Kesey no puede volver a hacerlo. Es el final. Las Pruebas del Ácido han terminado. Kesey es un maníaco y las Pruebas del Ácido son demenciales y todo se está yendo al traste. Tomar LSD en un grupo tan enorme desencadena demasiadas fuerzas, demasiada energía vandálica, y hace que sobrevengan cosas muy destructivas y extrañas… El ácido es suyo —de Owsley—, y él dice que es el final. Nadie entiende lo que está diciendo. Sólo entienden que está pirado y que todo es obra de Kesey.
Poco a poco, las piezas van encajando. Owsley ha vivido un gran viaje de su propio ácido. Al parecer ha tomado LSD, una buena dosis, y la luz estroboscópica y los increíbles estratos de intervalos variables empezaron a mecerlo y a envolverlo en ondas y acabaron arrojándolo a una torsión del tiempo, o a una dimensión temporal paralela. Los adictos al ácido siempre estaban hablando de estas cosas. Podían citar a sesudos pensadores al respecto, e incluso a científicos, como C. D. Broad y su teoría de una segunda dimensión temporal: «acontecimientos separados por un lapso temporal en una dimensión pueden hallarse aunados sin lapso alguno en la otra, del mismo modo que dos puntos de la superficie terrestre que difieren en longitud pueden ser idénticos en latitud»; o J. W. Dunne y su teoría del serialismo, o del infinito retroceso; o Maurice Maeterlinck… Los adictos al ácido siempre estaban hablando de estas cosas, y a Owsley le había tocado experimentarlo en carne propia. Había tomado ácido. Había sido atrapado en el torbellino, había girado con él y había acabado totalmente colgado por los efectos especiales de los artilugios de intervalo variable de los Bromistas…, y la leyenda del viaje de Owsley acabó contándose como sigue:
Retrocedió hasta el siglo XVIII…, ¡el conde Cagliostro! No ya el llano Giuseppe Balsamo de Palerno, la Oakland del Mediterráneo, sino el buen conde, el alquimista, el vidente, el mago, el maestro de la precognición, el pronosticador de loterías, el creador alquímico que desde los elementos básicos de…, este diamante, el mayor y más deslumbrante de la historia…, aquí, cardenal Louis de Rohan…, ¡santo cielo!…, perseguido por taumaturgo, arrojado a esta negra y vertiginosa mazmorra, la Bastilla, rezumante de agua repulsiva y de musgo carbonatado y de retorcidas y desmembradas ratas, diseccionadas a la centelleante luz del diamante, algo increíble, una pata de rata aquí, un hueso metacarpiano de rata allá, dientes de rata, ojos de rata, rabos de rata que brincan y quedan en suspenso en el aire como luces urbanas…, aquel ruido…, el populacho en las calles…, bien la salvación… o…, la Bastilla empieza a desintegrarse en cubos de fieltro absorbente…
… y así sucesivamente. El mundo empezó a fragmentarse sobre él. Empezó a hacerse trizas, a desmembrarse en sus componentes, y él ni siquiera había vuelto aún al siglo XX, se hallaba atrapado…, ¿dónde?, ¿en el París de 1786? El mundo entero se venía abajo hecho pedazos, ahora molécula a molécula, y nadaba como burbujas de grasa en una taza de café, y desaparecía como un hervidero de anguilas en el cieno intergaláctico, en los gases envolventes… Incluido su propio cuerpo. Perdía la piel, el esqueleto…, sus venas pulmonares serpeaban y penetraban en el cieno como anguilas, destilando fósforo, y sus ganglios nerviosos… se desenredaban como gusanos calientes y caían sinuosamente en los sumideros galácticos, mientras su sustancia toda iba disolviéndose en una nada gaseosa hasta finalmente verse convertido en una sola célula. Una célula humana: la suya. Eso era todo lo que quedaba del mundo conocido, y si perdía el control de esa única célula ya no quedaría nada. El mundo se habría —por así decir terminado. Tenía que reconstruir el mundo a partir de aquella única célula, mediante un titánico acto de voluntad… Demasiado abrumador. ¿Por dónde empezaría? ¿Por la carretera 1 de California, para poder largarse de allí en el coche?…, ¿o iba a tener que contentarse con la sucia Rué Ventru, con el populacho de la Bastilla esperándole? ¿O empezaría por el coche? ¿Por el diferencial? ¿Cómo harán los malditos coches? ¿O por la playa? ¿Por todos esos condenados granos de arena? ¿Por las hierbas de las marismas? ¿Por las cabañas de los turistas? ¿Tendría que reponer todas aquellas puertas azules? ¿O por el océano? ¿O lo dejaría seco, y así no tendría que crear todos esos sucios y oscuros animales ciegos de las profundidades abisales? ¿O por el cielo? ¿Hasta dónde llegaba el cielo? ¿Hasta la Osa Mayor? ¿Hasta la Osa Menor? ¿Hasta la constelación del Delfín? ¿Y si el cielo fuera realmente una infinita serie de esferas concéntricas de cristal que emitiera una infinita serie de gelatinosas vibraciones submarinas? ¿Por los Grateful Dead? ¿Por los Bromistas? ¿Por Kesey? Kesey quedaba excluido definitivamente; Kesey y las bestias ciegas de las profundidades abisales… Hace un esfuerzo heroico y comienza. Pero cuando se ha recreado a sí mismo…, es un trabajo excesivo. Es algo abrumador. Crea su coche. Crea el aparcamiento y el comienzo de la carretera por la que saldrá. Irá rehaciendo el resto a medida que vaya avanzando con el coche. ¡Al diablo! ¡Lárgate! Deja que el resto del mundo conocido se las arregle como pueda, déjalo ahí en medio de los gases. Se monta en el coche y sale a toda velocidad; y se estrella contra un árbol. Un árbol que ni siquiera había recreado aún. Pero el choque, de algún modo, hace que todo se reconstruya y que el mundo vuelva a existir. Ahí está: renacido del gran cieno burbujeante. El coche se ha estrellado, pero él ha sobrevivido. ¡Sobrevivido!
¡SUPERVIVENCIA!
… y Owsley entra en el edificio de troncos en busca del loco de Kesey. El muy hijo de perra también ha recuperado la existencia.