XXVI. EL JUEGO DE POLICÍAS Y LADRONES

Jimmy el Cantarín,

dando la lata, ronco y con flemas,

mete las canas

en la llovizna polvo y barro de Brownsville,

y se pone a hacer autostop.

y sube por la panza de Texas, jugando,

¡jeiii!, al juego de policías y ladrones.

Superhéroe solitario,

héroe de la superautopista de Cosmo,

nunca miente.

La honradez es el mejor disfraz

en el juego de policías y ladrones.

¿Veis, polis?

He aquí mi Cutre-guitarra

y mi traje de ante de cowboy,

llenos de moho, ñipados, drogadictos.

Y las botas rojas de Bromista

de Guadalajara.

Mi sombrero tejano

os dice en qué juego estoy:

en el juego de policías y ladrones.

No soy Clark Kent.

No soy Steve Lamb.

Popeye el Marino, yo soy lo que soy

en el juego de policías y ladrones.

Vino un coche

que no le llevó demasiado lejos

en el juego de policías y ladrones.

Al volante

en este jodido asunto —polvo y barro— del autostop

había un tiburón del Mississippi

con sonrisa de ebonita.

Carretera ingrata

pesado deber, pesada carga

en el juego de policías y ladrones.

Mierda.

El Chico de Cosmo

se quedó

en la estación de autobuses (luz-café, huevos que te miran…).

En el autobús

en el juego de policías y ladrones.

Un húmedo autobús Greyhound

que apesta a vaho de orines

durante todo el viaje a Salt Lake City

en el autobús

en el juego de policías y ladrones.

Oh,

el viajar en segunda clase

con los amortiguadores clavados en el culo

me recuerda

a los tipos del FBI que me seguían los talones.

¡Sé franco, superhéroe!

en el juego de policías y ladrones.

Cogió un vuelo

a San Francisco, muy de noche,

¿alerta policial?,

¿por el héroe de la camisa de ante?,

¿con las armas montadas para disparar?,

¿al superlechuguino con botas rojas de pisaverde?

Ni hablar.

Este traje Bromista de llameante paranoia de orlón,

destructor de la mente oficial

es apenas visible,

este risible cowboy,

cardíaco tambor

camino de un mal viaje diferente

en el juego de policías y ladrones.

Desde el aeropuerto,

escoltado por untuosos Bromistas majaretas

Neal y Hugh,

pandilla de Day-Glo de cómic del Capitán Marvel,

la película comienza:

¡A LA MIERDA TODOS LOS POLIS!

Burlad a los estupas,

burlad a los federales,

burlad al sheriff de San Mateo,

burlad al jefe de policía de San Francisco,

burlad a los jueces y a los tribunales.

No flaquearemos, no fracasaremos,

seguiremos hasta el final,

os burlaremos en las playas,

os burlaremos en las pistas de aterrizaje,

os burlaremos en los campos, en las calles, en las colinas

y en los árboles.

Estupenda trama

emocionante película

en estos árboles.

Mirad: los pobres diablos a quienes se pretendía dar caza

¡echan sal en las heridas del mismísimo J. Edgar Hoover!

¡Sí! El juego de policías y ladrones.

Kesey se refugia en casa de su viejo amigo , en Palo Alto. Se encuentra en un extraño estado mental. Ahora está en la película de los polis, en el Juego de Policías y Ladrones, y a la larga los polis acabarán ganando, porque se trata de su película… ¡Te cacé! A menos que haga suya la película, lo cual supondría una audacia extrema y un riesgo extremo. Aquí me tenéis, muchachos… En el juego de policías y ladrones te arrastras y te escondes en un estado de continua taquicardia, y ellos disfrutan imaginándote en tu miseria de reptil…, así que…

¡DEJA DE ESCONDERTE!

La fantasía de ahora, en suma, es convertirse en una especie de Pimpinela Fluorescente, que aparece aquí y allá, a plena luz del día, para luego esfumarse y dejar tras de sí una estela de leyenda. Será como uno de esos criminales de película que envían a la policía floridas notas en clave acerca de las chicas au pair que piensan estrangular…, y que luego estrangulan, dejando al mundo con el alma en vilo ante el siguiente hueso hioides que será quebrado la próxima semana. Sólo que él no ha estrangulado a nadie: lo único que ha hecho es fumar hierba. Aunque nadie lo diría, sin embargo, a juzgar por el revuelo que ello ha armado en San Francisco…

Extraño huésped para tener en casa…, y su amigo no sabe exactamente qué papel jugar en el asunto, y ve cómo Kesey fluctúa alocadamente, sin orden ni concierto, de la paranoia y las hipermedidas de seguridad al absoluto menosprecio de toda precaución personal. Kesey se levanta sobre las doce o la una, come y sale al jardín trasero y se sienta allí con su camisa de ante y se pone a tocar una flauta de Bromista. Si a alguien se le ocurre hacer sonar algo un poco más extraño que un transistor en un jardín de Palo Alto, se arriesgará a ser tachado de jodido insurrecto…, así que para qué hablar de un musculoso Hombre Montaña con camisa de ante tocando una delirante flauta. Luego, por la noche, un par de chupadas de porro aquí, un par de chupadas de porro allá, eso ayuda, mi comandante…, Kesey y algún que otro Bromista más se ponen a charlar, a desvariar tranquilamente

parloteando

tamborileándose la corteza

ra-ta-tánnn

ra-ca-ta-plán

insensateces, gimoteos, aullidos

chillón azuzamiento, chirriante glosolalia,

¡encrespados gritones!, ¡macroscopias!,

¡roturas de tímpanos! ¡A LA MIERDA LOS POLIS!

hasta las dos de la madrugada la casa reverbera con rasgueos de Cutre-guitarras, gritos lunáticos, cintas y ululante euforia de hierba capaces de despertar de su dulce túnel del sueño a los vecinos de Palo Alto para los quince próximos años…, pero de pronto, a las cuatro de la madrugada, tras resistir más que nadie en la demente algarabía, Kesey decide que es hora de tomar precauciones de máxima seguridad, y desaparece en la bodega y se acurruca en una angosta cavidad tras unas cajas de embalaje, entre las telarañas. Bien, al menos esos bastardos no le cogerán con un golpecito en el hombro tipo Gestapo…, Está bien, Kesey

Esa película…, pero luego se despierta y vuelve a poner en funcionamiento la película casi de inmediato… Neal, Hugh Romney, Kesey y un pequeño destacamento de los Ángeles del Infierno salen rumbo a un «festival de los viajes» de tres días de duración que está teniendo lugar en el State College de San Francisco desde la noche del sábado 1 de octubre… La semilla que uno ha sembrado… Las Pruebas del Ácido han prendido ya en el mundo universitario. El State College de San Francisco se ha convertido en la auténtica universitas de los adictos al ácido, al igual que la universidad estatal de Ohio lo es de los locos por el fútbol americano. Están llevando a la práctica el concepto de la Prueba del Ácido con el más total y fiel de los eclecticismos…

Alfa,

Beta,

Delta, Mano de Póquer.

Películas en el fumadero.

¡Universitarios!

Collares de cuentas,

campanillas sacras,

sandalias y

mándalas

¡psicodélicos!

Los Ángeles del Infierno llevan al Fugitivo a toda máquina, en formación de combate. Les encantan esas cosas. Pueden dejar flipados a cualesquiera polis que avisten, tanto si se acercan en son de paz como en aviesa patrulla. Por alguna razón difícil de explicar, hay luz en todos los edificios del campus. El festival se celebra en el gimnasio, lleno de andamiajes y de gente que barre los techos con películas y proyecciones luminosas… Hay torres de control, y los Grateful Dead ocupan la plataforma del escenario…, todo como en un cuidado homenaje a las Pruebas del Ácido originales, y entonces, de pronto,

KESEY

va a estar en el gimnasio, hablará a través de los altavoces desde una emisora situada en el campus…, la cosa —esta fantasía— está magníficamente organizada, e incluso hay Ángeles del Infierno montando guardia a la puerta del estudio. Sólo que para cuando se acaba de tender el cableado y va a empezar la charla y Cassady coge el micrófono del gimnasio y anuncia a

KEN KEEEEE-SEEEEEY

son casi las cuatro de la madrugada. Kesey está hablando desde su escondite del estudio, en medio de un auténtico maremágnum de cables que sale del estudio y recorre todo el campus antes de internarse en el gimnasio. El Ángel del Infierno Freewheeling Frank, colgado en ácido, irrumpe en el estudio y ve a Kesey sentado en un taburete, con una guitarra eléctrica en las manos y envuelto en cables desde las piernas hasta el cuello, rasgueando la guitarra, recitando poemas por el micrófono, bañado por la luz fluorescente ambiente y por la del letrero EN EL AIRE, que anegan todo el estudio… El dios del LSD… Está tan colgado que me da miedo… Este dios me recuerda a esos satélites que dan vueltas y vueltas por los caminos del cielo… EntoncesFrank se acerca a él y lo abraza y siente una repentina oleada de electricidad y se sienta en el suelo y se pone a tocar la armónica, y Kesey sigue parloteando para los centenares de almas que estarán viendo los remolinos de luces que se proyectan en el gimnasio: «Vosotros que estáis de pie o sentados o vagando de aquí para allá…, eso que veis por el suelo, a vuestro alrededor, en el techo, esa demencia de color en movimiento… ¡es vuestro propio cerebro!» Y se levanta y sale del estudio…

Está furioso porque no ha atrapado mi mente…, piensa Frank, ha atrapado tantos millones de mentes que ya no le queda ni una sonrisa en la cara

Pero en el gimnasio no quedan millones, ni siquiera centenares de almas, porque es tan tarde que la concurrencia se ha visto reducida al grupo de los drogotas más contumaces, muchos de los cuales están ya tan pasados que han experimentado ya las más audaces distorsiones del tiempo y del espacio. Todo es real, Manes, la maya Chohan de madame Blavatsky, la emisión de Ken Kesey a través del sistema de megafonía… Kesey aparece al fin y se pasea por el recinto casi desierto de la fiesta, pero todos están tan alucinados que apenas pueden verle… pese a su traje de orlón y llameante paranoia…

¡Qué importa, sin embargo! Ahora la nueva corre de boca en boca entre los adictos al ácido de Haight-Ashbury: Kesey ha vuelto, el Hombre, el Castro que ganó para ellos lo que hoy tienen… Las semillas que…

sembramos… Allá en el Manzanillo de la Marea Roja y las Tierras Cutres, Kesey y los Bromistas habían permanecido tan aislados que apenas recibían noticias de San Francisco. Era una perfecta Isla del Diablo. Sólo lograban hacerse una vaga idea de lo que estaba aconteciendo en el mundo de los drogotas de Haight-Ashbury. Pero ahora era como si no tuvieras en absoluto que buscarlo. Lo tenías allí mismo, delante de los ojos. Era un completo carnaval… Lo único que tenías que hacer era ir a darte una vuelta por Haight-Ashbury. Y Kesey se aventura a hacerlo y… Diablos, un tipo musculoso con botas y sombrero de cowboy se pasea por Haight-Ashbury…, parece un tipo sano. Los polis están demasiado ocupados tratando de identificar a todos esos nuevos melenudos, esos beatniks…, esos chiflados parecen aún más raros que los antiguos beatniks de North Beach. Despiden un resplandor azul, como los televisores. Hippies-chalados…, con ese pelo a lo Jesucristo, tipos con pelo hasta los hombros y barbas hasta el pecho, larguiruchos y delgados y macilentos como… ¡tísieos! Sargento, remolonean por allí, delante de los comercios de Haight-Ashbury, cerca de la Tienda Psicodélica, como si alguien hubiera dejado a un puñado de tísicos pegados a los escaparates y ahora estuvieran vagando por la acera, mirándote con esos enormes ojos de zombi… No hacen más, sólo mirarte fijamente… Y con un montón de extrañas mierdas indias norteamericanas e indias de la India, cintas de cabeza con abalorios, collares de cuentas y campanillas religiosas… Y los que están vivos se pasean arriba y abajo de Haight-Ashbury con disfraces, o semidisfraces, como esa especie de chaquetones de portero con trencillas y galones, pero con vaqueros y botas mod… ¡Los polis! Oh, qué cacao mental el de los polis…

Los polis conocían perfectamente a borrachos y toxicómanos de toda laya, y habían oído hablar del LSD, pero aquello que estaba invadiendo las calles… Los adictos al ácido tomaban el pelo a la policía con todo descaro…, era algo de locos. Haight-Ashbury había sido siempre un pequeño y vivo barrio de vecindad, situado sobre la franja de la colina que va a dar a la entrada del Golden Gate Park, en el que blancos y negros vivían puerta con puerta y en paz. Los alquileres habían subido mucho en North Beach. Muchas parejas jóvenes llenas de entusiasmo bohemio se habían mudado a Haight-Ashbury. También se habían trasladado a vivir allí algunos de los viejos miembros de la generación beat. Frecuentaban un local llamado El Unicornio Azul. Pero el Festival de los Viajes de ocho meses atrás fue lo que realmente «disparó» el éxodo masivo. ¡Ocho meses…! Y de pronto fue como si las Pruebas del Ácido hubieran arraigado y florecido hasta el punto de ser vividas por la gente como un estilo de vida integral.

Los Grateful Dead se habían mudado a Haight-Ashbury, y ya no se trataba del viejo vivir en comuna en el que todo el mundo se acomoda donde puede. Vivían al estilo Bromista, como grupo, con un nombre y una misión, que era la música y la concepción psicodélica del mundo… Sí… Un tipo delgado, casi demacrado, orlado todo él por un increíble y fantástico pelo castaño claro a lo Jesús y una inmensa barba, y con gafas redondas de montura de alambre, llamado Chet Helms, tenía otro grupo llamado Family Dog. Vivían también al estilo Bromista, en un garaje, y organizaban bailes con música de rock and roll en medio de montones de símbolos indios. Habían participado en el Festival de los Viajes. Helms era un adicto al ácido, pero tenía una cabeza sumamente práctica. Tras asistir al Festival de los Viajes, «vio venir» la nueva época. Empezó a organizar Festivales de los Viajes todas las semanas, en la sala de baile Avalon (en la confluencia entre Van Ness y Sutter). Y vendía entradas. Bill Graham, el empresario del primer Festival de los Viajes, había optado también por dedicarse al mismo asunto, y estaba organizando Festivales de los Viajes en el Fillmore Auditorium, otra sala de baile situada entre Fillmore y Geary. Graham y Kesey habían protagonizado ya una pequeña escaramuza en el primer Festival de los Viajes, al discutir sobre detalles de organización (quién debía estar a cargo de la puerta, etc.), y el incidente había acabado con un desdichado momento en el que Graham le tendió la mano a Kesey para hacer las paces y éste se limitó a mirarla y a marcharse. Pero Graham, en sus festivales, se ceñía estrictamente al patrón Bromista de la Prueba del Ácido. Tanto el Fillmore como el Avalon ofrecían Pruebas del Ácido con el misceláneo despliegue de medios técnicos propio de los Bromistas: música de rock and roll y proyecciones de películas y espectaculares juegos de luces amebiano-intergalácticos… La sala Avalon incluía incluso estroboscopios y zonas del local donde juguetear en el suelo con pinturas de Day-Glo, bajo la luz negra. Todo menos… la cuarta dimensión…, Cosmo…, el instante de las tres de la madrugada…, la experiencia, el kairós… Saben dónde está, pero no saben lo que es… Aun así, aquellas salas de baile fueron como un gran anuncio y una gran puerta de acceso a… La Vida.

Los nuevos grupos comunales estaban también en el ajo. Como los Diggers, capitaneados por un tal Emmett Grogan, cuyo héroe era Kesey. Les encantaba gastar bromas. Tenían, por ejemplo, un Marco de Referencia, un enorme marco de unos tres metros de altura: lo plantaban en la calle y pedían a la gente que pasara a través de él…, «así todos tendremos el mismo marco de referencia». Luego empezaron a dar comida gratis a los necesitados, drogotas, borrachos, etc., a las cuatro de la tarde en uno de los extremos del Golden Gate Park. La comida se la «sacaban» a los mayoristas, a quienes servían de propaganda. Era todo un espectáculo verles allí todos los días metiendo el cucharón en las grandes lecheras metálicas para servir sus guisos a los desheredados… Cerca de la confluencia entre Fulton y Scott hay un gran caserón gótico viejo y destartalado, un gigante medio en ruinas, conocido como la Embajada Rusa. Un nuevo grupo, la Compañía de Calíope, se ha instalado en él. Lo lidera un actor, Bill Tara. Pintorescos personajes como Paul Hawken, Michael Latón, que siempre lleva un gorro ruso de astracán, y Jack el Buena Potra, un irlandés risueño y canoso, con barba de terrier de pelo duro y gorra de taxista y traje ancho y caído de tweed comprado en la Tienda de las Prendas Ligeramente Sucias…, se reúnen en el gran salón desnudo aunque con magnífica y vieja madera tallada y techos de más de cuatro metros de altura… Jack el Buena Potra habla de su novia Sandra, una jovencita recién llegada del condado de Bucks, Pennsylvania:

—Entro —dice, señalando con la cabeza el piso de arriba, donde tiene su cuarto—, y ¿qué diréis que veo? A mi chica con un porro de este tamaño, como un puro, tío…, y está escuchando la radio y pegándole al porro, tío, de verdad, a un Corona corona[73], escuchando la radio y dándole al porro… ¡Fue precioso! Me hizo volver a los viejos tiempos…

¡Pues claro! Es la nostalgia esotérica de aquellos primeros días de descubrimiento, la primera apertura de las puertas de la mente con la marihuana, y ¡lo que solías hacer en aquella etapa!… Aquél no hacer nada mientras escuchabas la radio…, ¿entendéis? Es precioso: todos estos jovencitos que empiezan a llegar en tropel a Haight-Ashbury… en busca de La Vida… ¡Es una verbena! ¡El Jardín del Edén! ¡La Honda en la gran ciudad! ¡A plena luz! Y con todo al alcance de la mano. Hay dinero por todas partes. No hay problema. Dios, en tres horas puedes conseguir nueve o diez pavos alargando la mano para pedirlos. Dios, cuando los ciudadanos normales ven a un chaval con barba y abalorios y flores y una leyenda alrededor del cuello que dice: Mi corazón es más orgulloso que mi estómago, sienten que se les rompen los esquemas y le sueltan monedas, billetes de dólar… Es demasiado. Y si las cosas se ponen muy feas, siempre queda…

—¿Alguien quiere un empleo normal? —dice una chica llamada Jeannie que vive con ellos en la Embajada. Michael Latón dice que sí, que él lo quiere. Resulta que Jeannie trabaja tres o cuatro horas por la noche en un pequeño salón de limpiabotas de Broadway, en North Beach; es un local de chicas limpiabotas en topless, y necesitan un voceador en la acera para que anime a entrar a la gente. Michael Latón se queda con este…, sí, empleo «normal», y se planta en la acera todas las noches, con esmoquin y sombrero de copa, azuzando a dentistas que se acercan por North Beach salivando ante la perspectiva de unas limpiabotas en topless. Una vez dentro, los tipos se encaraman a los taburetes y ponen los pies en los estribos y miran las tetas de Jeannie, que brincan y se bambolean durante noventa segundos, el tiempo que tarda en dar lustre a sus zapatos por dos dólares bajo la atenta mirada de un negro grande y lúgubre que vigila de pie, con una pesada botella de cerveza a mano, dispuesto a rompérsela en la cabeza a cualquier listo o maníaco sexual que intente propasarse con las chicas, y los clientes salen siempre diciendo lo mismo: «¡Lo gracioso es que te los limpian estupendamente!»

—… así que me meto un poco de ácido, lo justo para un flash, ya sabéis —dice Michael Latón—, y aparecen dos marines, un sargento enorme y otro, con galones en las mangas, hasta aquí arriba… Yo estoy ya planeando en las alturas, y ellos son como hormigas. Estoy colgado hasta las patas, y les grito: «¡Si ahora paran la guerra, os quedáis sin trabajo, tíos!» Y el sargento dice: «¿Sííí? Y, tío, entonces la cosa se invierte y ahora son ellos los que están a tres metros de altura, ¡y la hormiga soy yo!, y…

¡Una auténtica verbena! Lo que Latón les había dicho a los marines no tenía nada que ver con la política, era sólo una broma, porque la cosa política, todo aquello de la Nueva Izquierda, de pronto era algo como del pasado en el mundo hip de San Francisco, e incluso en Berkeley, verdadero bastión de la Revolución Estudiantil. Un tipo muy joven con el que siempre se había podido contar para las manifestaciones en favor de los vendimiadores, y que incluso había trabajado en cosas tan peligrosas como el CORE[74], en Mississippi, aparece un buen día…, y todo el mundo sabe inmediatamente que se ha convertido en un adicto al ácido. Lleva el pelo muy largo, al estilo Jesucristo. Y ropa-disfraz. Pero sobre todo ahora adopta una actitud condescendiente —y en consecuencia un tanto despectiva— hacia quienes aún siguen luchando en los viejos movimientos políticos de los derechos civiles, contra la guerra del Vietnam, contra la pobreza, por la libertad de los pueblos. Los considera aún atrapados en los viejos «juegos políticos», y piensa que involuntariamente hacen el caldo gordo a los opresores al «jugar» a su juego y utilizar sus tácticas, mientras que él, con la ayuda de la química psicodélica, se dedica a explorar las regiones infinitas de la conciencia humana… Paul Hawken, inquilino de la Embajada, por ejemplo, en 1965 era un conocido activista de estas lides: vestía chaquetas de chándal, pantalones vaqueros y trenkas, participó en la marcha de Selma, trabajó como fotógrafo para el CORE, en Mississippi, arriesgó la vida al sacar fotografías de las condiciones de trabajo de los negros, etcétera. Ahora lleva un gran chaquetón de húsar con alamares dorados. El pelo le cae por la frente y le sobresale del perímetro del cuello en bárbaros rizos negros estilo Mykonos.

—O sea que ya no eres tan entusiasta del CORE y demás… Se echa a reír.

—¿Y qué fue de aquellas cosas en las que andabas metido el año pasado?

—Todo ha cambiado. Tendrías que haberles visto saliendo hacia Sacramento.

Se refería a los estudiantes que salieron de Berkeley para una manifestación en Sacramento.

—Sí —dice Tara.

—Todos eran miembros de fraternidades, con camisa deportiva y pelo a cepillo y coche propio y carteles pintados, ya sabes, idénticos a esos modelos de los anuncios. Gente de pasta.

—Sí —dice Tara—. Gente que no para de hablar de canales. De decir que van a hacer esto y lo otro a través de los canales existentes, o que no pueden hacer eso o lo de más allá utilizando los canales existentes… Siempre están hablando de canales.

—Sí —dice Paul—. Y agitando los puños. —Levanta el puño y lo agita con exagerado gesto teatral—. Y diciendo: «Vamos a Sacramento a manifestarnos, ¡y vamos con nuestras chicas!» Todo ha cambiado. No son más que un puñado de tipos de fraternidades en sus Mustangs[75]

¡Un puñado de tipos de fraternidades en sus Mustangs! En el mundo intelectual-Art de California no existe mayor vituperio imaginable que éste: un puñado de tipos de fraternidades en sus Mustangs… ¡Toma ya! Oh, Mario Savio, Dylan, Joan Baez…, oh, Libertad de Expresión y movimiento anti-Vietnam…, ¿quién en su sano juicio habría soñado jamás que la cosa pudiera llegar a esto en doce meses…, a caer en manos de los vástagos del consumo y la prosperidad…, un puñado de tipos de fraternidades en sus Mustangs? Y —por increíble que parezca— todo ha resultado como el provocador Kesey lo vaticinó en su día, haciendo sonar su maldita armónica y diciendo: Lárgate y mándalo todo a tomar por el culo

¡Hips carcas! ¡Bohemios de los Boy Scouts! Las grandes concentraciones de Berkeley, que solían congregar a diez mil personas, ahora sólo consiguen un millar… ¡Todo ha cambiado! Hasta el asunto de los negros. De repente los negros han desaparecido de la escena hip, con la sola excepción de un par de traficantes de droga como Supernegro y un par de personajes como Gaylord y Heavy. La explicación que circula en Haight-Ashbury es que los negros no entran en el rollo del LSD. Lo que siempre ha movido a los negros del mundo hip ha sido lo cool[76]. Y el LSD les destroza esa coraza de lo cool, al igual que a ti te hace salir a la luz y mostrarte tal como eres, con tus complejos y demás… Además a los negros les trae al fresco esa nostalgia del lodo tan cara a todos los jovencitos blancos de clase media que llegan a Haight-Ashbury y se amontonan donde sea y viven en un nivel básico, ya saben, en mugrientos colchones (que ni siquiera encontraríamos en el piso negro más miserable de Fillmore) que tienden en el suelo, bebiendo brebajes con gas de la misma botella, pasándosela de boca en boca, haciendo caso omiso del viejo prurito norteamericano de la higiene, ya entienden, e incluso mirando con empatía esas extrañas plagas medievales que brotan en las entrepiernas…, ¡las ladillas! Ya sabes, tío…, te miras hacia el bajo vientre y ves esas pequeñas cicatrices, bueno, son como pequeñas postillas o algo parecido, unas jodidas marcas diminutas, y te quieres coger una, y la arrancas, ¡y se pone a correr! ¡Oh, mierda! Y entonces ves que todas te corren por la piel y empiezas a explorarte el pubis y las bolas y compruebas que están vivas. Es como una jungla que jamás has visto antes, en tu propia entrepierna, en tu propio vello, una jungla viva, un jodido bestiario, como pequeños cangrejos de caparazón blando que podrían bailar en la cabeza de un alfiler, y sigues cazándotelos, pero cuando vuelves a mirar ves otros ocho correteándote por las estepas y las sabanas y te quedas prácticamente ciego mirando fijamente ese pequeño continente africano que tienes ahí abajo, entre las piernas, y ha llegado la hora del A-200, tío, ¡el A-200! Pyrinate líquido.., la única solución…, ¡esa botellita verde, tío!, ¡la recuerdas, ¿eh?! Y así sucesivamente… ¡Nostalgia del lodo! La…

… Vida… Hasta en un lugar como La Jolla, al norte de San Diego, la playa más chic de la costa del Pacífico, uno de los surfistas jóvenes más conocidos, un tal T , aparece un día con un motocarro de esos que suelen utilizar los repartidores de los drugstores, y va de casa en casa, y los chicos salen y… ¡sírvete tú mismo!… El tipo lleva todas las píldoras y cápsulas que a uno se le ocurra imaginar, amén de montones de onzas de marihuana, y… La Vida está pujante. Incluso pandillas de entusiastas surfistas como «la banda de la casa de la bomba[77]»— ¡el misterioso mar y demás!— están incorporándose a La Vida, y algunos de sus miembros salen de la playa, se alejan de «la casa de la bomba» y de las sempiternas series de olas perfectas para el surf que acostumbraban aguardar como sacristanes frigios, y suben al aparcamiento, donde se sientan en coches con cristales tintados de un tono amatista, y gozan plenamente del sol del Pacífico que les llega a través de esos extraños cristales especiales, y los polis se preguntan qué diablos hacen sentados en esos coches todo el día en lugar de estar en la playa, y les increpan y registran los coches y no encuentran nada, pero ¡ojo!: Sabemos que estáis bebiendo cerveza, chicos… ¡Cerveza! Artie, uno de los jefes de «la banda de la casa de la bomba», se va a conocer Haight-Ashbury, porque ésa es la palabra que corre ya subterráneamente de boca en boca en La Vida de todo instituto de enseñanza media de California, por mucho que tal nombre no se haya mencionado jamás en los periódicos… ¡Haight-Ashbury! Todos conocen la nueva leyenda; han oído hablar incluso de Owsley, ahora conocido como el Conejo Blanco, el genio paranoico del ácido… Artie llega a Haight-Ashbury y pasea por el interminable laberinto de ventanas saledizas y casas míseras con vistas…, y ¿a quién ve sentado sobre un bordillo de Haight Street? A J , de los viejos tiempos de «la casa de la bomba». Está sentado en un bordillo de la calle y tiene a su lado una bolsa de compras del Emporium.

—¡Hola, J !

J se limita a levantar la mirada hacia él, y dice:

—Ah, hola, Artie —como si lo más natural del mundo fuera que ambos estuvieran en Haight-Ashbury, que llevaran allí incluso años, y luego dice—: Toma una onza. —Mete la mano en la bolsa y le tiende un puñado de hierba, gratis, a la vista de todo el mundo… Artie se despide y busca la comuna de Anchovy[78]. Anchovy, un tipo poco conocido en La Jolla en los viejos tiempos del surfing —no era surfista—, se había convertido en una persona maravillosa, en el buen pastor de Haight-Ashbury para los chicos de La Jolla que vivían en la zona. Artie recorre el barrio y ve que es… ¡una verbena! Todo el mundo trabajando para el Management de un modo maravilloso: sacando LSD de Owsley de máquinas expendedoras de caramelos, fumando marihuana, tomando methedrina y follando y montando escenas eróticas donde y cuando les viene en gana, prácticamente en medio de la calle… Anchovy organiza love-ins[79], que él llama Líneas Aéreas Trans-Amor, en el campus universitario de San Diego, y en ellos la gente se «desmelena» en el césped al son del rock and roll más estentóreo de la historia de la música y fuma hierba en medio de una maldita nube verde, por el amor de Dios, y lo filma todo para… los archivos…, y así entabla lazos con gente real, con Buena Gente…, por ejemplo con una pandilla de «moteros» —los Portadores de Féretros— que es la versión local… de los Ángeles del Infierno… Ah…, hummmmm… Arde está apoyado contra un árbol fumándose un falso canuto (lo ha liado de tabaco normal, de Bull Durham, porque hay que aparentar que se está «en la onda» todo el tiempo…). Pero de hecho la situación ha llegado a un punto insostenible: nueve policías diferentes organizan una redada masiva destinada a erradicar la plaga de la droga de los centros de secundaria del condado de San Diego, y caen sobre la Colonia Tijuana, es decir «los Barrios Bajos Tijuana», que es el nombre con el que el mundo underground de La Jolla conoce los apartamentos que mucha gente de La Vida comparte ese verano cerca de la playa, y algunos viejos miembros de la «casa de la bomba» son detenidos, pero así es La Vida, el mundo está dividido en surfistas adictos al ácido y surfistas «cabezas cuadradas». Además, fue para desternillarse de risa…, la cara que pusieron los polis al ver los techos de la Colonia Tijuana, ornados con inmensos entramados circulares de hileras superpuestas de latas de cerveza que al bambolearse dibujaban en el aire ondas plateadas de increíbles reflejos…

¡La Generación de la Libertad Vigilada! No la Generación Perdida ni la Generación Beat ni la Generación Silenciosa, ni siquiera la Generación de las Flores, sino la Generación de la Libertad Vigilada, la generación de los jovencitos que a todo lo largo de la costa eran detenidos por fumar marihuana, y que, por ser la primera vez, quedaban en libertad vigilada, a prueba… ¿Libertad vigilada?…, ¿con este paraíso en la tierra a mano?, porque está a mano, de veras, porque no hay forma humana de detener esto: es como un canto rodado que rodara y rodara colina abajo…, puedes verlo, mirarlo, hablar acerca de él y gritar y exclamar: «¡mierda!», pero no puedes detenerlo… La cuestión es adonde irá a parar. Actualmente, en Haight-Ashbury, puede tomar dos direcciones. Una es la budista, la de Leary. Hay adictos al ácido como Michael Bowen y Gary Goldhill que quieren crear la Liga para el Descubrimiento Espiritual e integrar a todo el movimiento en una iglesia, a la que asignarían un objetivo e incluso conferirían respetabilidad legal. Y ambos han renunciado a mucho por este sueño. ¡Goldhill es un tipo maravilloso! Es un inglés que estaba escribiendo un trabajo experimental para la televisión de su país, y la BBC le envió a los Estados Unidos para solicitar una jugosa beca —la Guggenheim u otra similar—, y fue de vacaciones a México y en San Miguel de Allende se topó con un puñado de norteamericanos adictos al ácido, que le dijeron: Eh, tío, cuando llegue la estación de las lluvias tienes que volver a tomar unos cuantos hongos mágicos, y, en efecto, los tipos le mandaron un telegrama desde Guadalajara o algún sitio parecido: LLEGARON LLUVIAS. HONGOS CRECIDOS, y Goldhill, movido por la curiosidad, volvió y tomó los hongos, como había hecho Leary, y descubrió el Management, y lo mandó todo al diablo, incluido el juego televisivo de la BBC, y se dedicó a La Vida… Y Bowen tiene un apartamento con las paredes llenas de telas indias pintadas y jergones por todo el suelo y teteras y tazas indias de artesanía y tres pequeños cristales colgados del techo por hilos casi invisibles, que captan la luz como joyas en el aire…, un lugar desprovisto de toda la mierda y toda la batería de artilugios de la moderna vida de plástico de Norteamérica, porque, como Leary ha dicho, una casa debería ser un lugar de pureza en el que Buda Gautama pudiera entrar desde su 485 a. de C. y sentirse en su propio hogar. Porque algún día la hierba crecerá en las calles, en pastoril pureza; porque la vida es mierda, una prisión de malos karmas, una lucha sin fin contra la catástrofe, de la que sólo acabaremos liberándonos a través de la total purificación del alma, esa total pasividad en la que uno llega a ser sólo… la vasija del Todo…, el Todo-Uno

… y la otra dirección es la de Kesey, que ha llegado a ser el estilo de vida predominante en Haight-Ashbury…, más allá de la catástrofe…, algo así como aprovechar lo que funciona y se mueve, cada cable, cada tubo, cada rayo, cada voltio, cada decibelio, cada haz de luz, cada foco y cada combustión de la Norteamérica de neón y ondeante bandera y Day-Glo…, y conectarlo a algún terminal místico capaz de conducirte al límite occidental de la experiencia…

El Día… se acercaba, pero el movimiento carecía de un gran líder carismático, de un visionario capaz de aunar todo aquello. Leary era demasiado viejo, tenía casi cincuenta años, y en cierto modo era alguien muy remoto, recluido allá en Millbrook, Nueva York… En cuanto a Kesey…, se le suponía en el exilio, empantanado en algún escondrijo mexicano infestado de caimanes… Y sin embargo ahí llegan los Alegres Bromistas a San Francisco procedentes de México, tras cubrir su propia ruta… La Compañía de Calíope les cede su Almacén de Harriet Street para que vivan durante un mes. Tara quiere convertirlo en un teatro; se trata del viejo garaje de un hotel abandonado de los barrios bajos donde Jack Dempsey solía entrenarse en un anfiteatro especial, cuyo suelo de madera inclinado se había convertido en morada de bichos y de borrachos…, pero irrumpe el ¡Poder Coloreado!, los Bromistas con su multicolor autobús fluorescente, y los adictos al ácido comienzan a congregarse en torno al fulgor de Day-Glo del recinto, como el Chico Telepático, que recibe mensajes no verbales —necesitamos camas— y que sube por una escalera de mano y empieza a montar plataformas en el andamiaje del teatro…, mientras siguen llegando los Bromistas desde los cuatro puntos cardinales: el Eremita —que retorna de oscuras aventuras en el Napa Valley—, Stewart Brand y Lois Jennings —de vuelta del suroeste—, Paul Foster, que ha regresado de la India…, y se reúnen con la pandilla mexicana de veteranos: Cassady, Babbs, Gretch, Montañesa, Faye y los niños, Ram Rod, Ha-gen, Page, Doris Delay, el Colgado, Black Maria…

… y súbitamente llega la nueva, el acontecimiento esencial, que se propaga a través de los tambores de la jungla por todos los rincones de Haight-Ashbury: También Kesey ha vuelto ::::: El Hombre ::::

Tal fue el telón de fondo de la cumbre underground entre Kesey y Owsley. Fue un encuentro auténticamente demencial. Para empezar, se celebró en el apartamento de Margot St. James, cuya ambientación sugería que su propietaria había leído alguna vez una novela histórica sobre los banquetes romanos. La reunión, al principio, tomó la forma de un debate. Owsley, el Conejo Blanco, estaba sentado a un lado, y Kesey, el Fugitivo, al otro. Owsley iba vestido como un adicto al ácido de clase alta: pelo largo, camisa de duelista de abombadas mangas, chaqueta sin mangas, abalorios y amuletos y mándalas colgándole del pecho, pantalones ajustados y botas altas. Kesey llevaba su camisa de ante, unos pantalones ceñidos de pana color jengibre y las botas rojas de Guadalajara. Y estaba de un humor festivo, jocoso, de soltar risitas… En torno a ellos, de pie, se hallaban Margot, varios Bromistas, adictos al ácido de Haight-Ashbury, de la Universidad Estatal de San Francisco, de Berkeley, y dos o tres Ángeles del Infierno (entre ellos Terry el Vagabundo).

Kesey expone su teoría de ir «más allá del ácido». Cuando estás en ácido, encuentras lo que querías encontrar, pero tenemos que empezar a lograr lo mismo sin ácido; de nada sirve abrir la puerta y pasar al otro lado si luego siempre hay que volver. Tenemos que avanzar hacia el siguiente paso… Tal teoría, lógicamente, deja a Owsley un tanto desorientado.

—¡Tonterías, Kesey! —dice a gritos—. Son las drogas las que hacen eso. Todo lo hacen las drogas, tío. Nada de eso habría sucedido sin las drogas…

Etcétera.

Kesey sigue ladeando la cabeza y soltando risitas al modo de los rústicos del interior, y dice:

—No, no son las drogas. De hecho… —ríe entre dientes, con regocijo— voy a decirle a todo el mundo que trate de hacerlo sin drogas.

Etcétera.

Los presentes empiezan a seguir el intercambio como si se tratase de un partido de tenis, girando la cabeza de un lado a otro. Acontece que un desdichado jovencito de la Universidad Estatal de San Francisco cae en esta especie de ensimisma miento cuando ha adelantado espacialmente unos treinta centímetros a Terry el Vagabundo. Sigue acercándose poco a poco al centro de la polémica, sin dejar de girar la cabeza a uno y otro lado, hasta que inadvertidamente se ha situado delante de Terry el Vagabundo y le está tapando el campo de visión, lo cual ya es bastante malo, pero en ese momento concreto, además, se le ocurre sacar un cigarrillo y encenderlo, todo ello prácticamente ante las mismas narices de Terry el Vagabundo, o a un par de palmos de ellas, lo que para Terry viene a ser lo mismo.

Del cigarrillo del chico brota una nube de humo, y Terry el Vagabundo dice:

—Eh, tío, ¿qué tal si me das un pitillo?

Lo dice con un tono que sería preciso oír para comprender cabalmente su significado. Es el tono «patentado» de los Ángeles del Infierno para lanzar una suave y risueña amenaza, que evoca el empleado por un ladrón de casas al llamar al perro guardián: «Eh, ven aquí, bonito… (PARA QUE PUEDA APLASTARTE LA CABEZA CON ESTE LADRILLO).» L O dice, pues, con suavidad, pero en la sala se hace un silencio sepulcral.

—Eh, tío, ¿qué tal si me das un pitillo?

El chico olfatea el desastre. La sensación le asciende desde el plexo solar hasta los labios de lombriz. Pero no entiende exactamente lo que pasa. Mete rápidamente la mano en el bolsillo de la camisa y saca el paquete de cigarrillos y lo hace brincar hasta que salta uno y se lo ofrece a Terry el Vagabundo, que lo coge y se lo mete en el bolsillo. Un segundo después, con la suave sonrisa-mueca de amenaza asomándole por entre el pelo de la barba, Terry el Vagabundo dice:

—¿Qué tal si me das otro?

El chico balbucea «vale» y hurga en el bolsillo y saca otro y se lo da y Terry el Vagabundo se lo guarda en el bolsillo. El chico, entretanto, se ha quedado petrificado, como un conejo inmovilizado por los hipnóticos ojos de un puma. Sabe que ha llegado la hora de largarse, pero no puede moverse. Está paralizado, y fascinado por su propia e inminente perdición. Es como si no se pudiera hacer nada salvo vivir hasta el final la situación. Vuelve a meterse los cigarrillos en el bolsillo…, y en ese preciso instante, cómo no, vuelve a llegarle la lechosa atropina:

—¿Qué tal si me das otro?

Vale… Y Terry el Vagabundo coge el tercer cigarrillo y el chico vuelve a meterse el paquete en el bolsillo, y entonces Terry el Vagabundo dice:

—¿Qué tal si me das otro?

Vale… Y Terry el Vagabundo coge el cuarto cigarrillo…, y ahora todos los ojos de la sala contemplan al conejo y a la serpiente, que jadea ante el hueso hioides que está a punto de quebrar… ¿Cuántos cigarrillos pueden quedarle al chico, amigos? ¿Ocho, diez? Y cuando se le acaben, ¿qué va a suceder? ¿Qué tal si me das la camisa?

Vale…, uhhh…

¿Qué tal si me das las botas?

Vale…, uhhh…

¿Qué tal si me das los pantalones?

Vale…, uhhh…

¡Y ahora la PIEL , gilipollas!

¡Mi… piel!

¡Sí, tu PIEL, gilipollas! ¡Y tu CULO! ¡Hasta el último vestigio de tu orgullo y de tu honor! ¡¡¡GRRRRRRRRRRRRRRRRRRR!!! Y los huesos del chico son triturados como los de unas perdices estofadas…

Los presentes ven la película entera en un instante, como un grupo de encallecidos presidiarios una escena despiadada en una cárcel: Terry el Vagabundo va arrancando lentamente trozos de carne al desdichado… ¡Fascinante! ¡Sigan sintonizándonos: no se pierdan la rotura de hioides de la semana próxima!… hasta que un par de Bromistas interviene, aventurando atenuantes del tenor siguiente: No es más que un chiquillo, Terry, no lo rajes.

Así pues, el debate Kesey-Owsley continúa. El incidente no ha resultado grave. No ha habido cabezas rotas. Los Ángeles del Infierno se han portado peor otras veces. El chico salió incluso de aquella casa con medio paquete de cigarrillos. Aunque atravesado en la garganta. De una forma u otra, los Ángeles del Infierno simbolizaban el lado de la aventura de Kesey que causaba pánico en el mundo hip. Los Ángeles del Infierno eran demasiado reales. ¿Proscritos? Eran proscritos por propia elección, desde el principio: habían habitado siempre la Ciudad Límite. ¡Furthur! El mundo hip, la inmensa mayoría de los adictos al ácido, seguían jugando al eterno juego de los intelectuales de clase media… ¡Mira mis alas! ¡Libertad! ¡Vuelo! Pero… ¿no esperarás realmente que vaya a tirarme desde ese acantilado? Es el eterno juego en el que, por ejemplo, Clement Attlee, calvo como Lenin, enérgico como un tanque de juguete, arenga incendiariamente a los obreros portuarios de Liverpool…, para finalmente ser enterrado con pantalones a rayas, banda de color magenta cruzada en el pecho y sendas monedas con la efigie de la reina sobre los párpados. En el fondo de su corazón, los adictos al ácido de Haight-Ashbury saben que jamás podrán lograr que su fantasía llegue tan lejos como para abarcar también a los Ángeles del Infierno. En voz alta, en público, los incluyen en ella… (ahora, de pronto, los Ángeles del Infierno son los Proletarios Vitales Puros del movimiento, la minoría predilecta, en sustitución de los negros). Pero en privado los adictos al ácido siguen fieles a su clase, y a sus pánicos viscerales… Lo malo de Kesey era que él creía lo que decía.

Pero volvamos a la película. Kesey se presenta de pronto una tarde en la clase de escritura creativa de Ed McClanahan en Stanford. Asoma la cabeza por la puerta, sonríe bajo el sombrero de cowboy y dice:

—Feliz cumpleaños, Ed…

En efecto: Ed cumple años. Acto seguido el Fugitivo, con su camisa de ante y sus botas rojas de Guadalajara, entra y empieza a dar una charla a los estudiantes. Les explica por qué quiere ir más allá de la escritura y acceder a… formas más eléctricas… Y, sin más, desaparece, el maldito Pimpinela.

Poco después, el 7 de octubre, los adictos al ácido de Haight-Ashbury organizan el primer gran be-in[80], el primer Festival del Amor, con motivo de la entrada en vigor en California de la ley que prohíbe el LSD. Miles de adictos al ácido se congregan en el lugar con sus mejores galas-disfraces, y hacen sonar sus campanillas, y entonan sus cánticos, y bailan en éxtasis, y se ensimisman en su fantasía cada cual a su modo, y dedican a los policías su gesto satírico preferido, y les ofrecen flores, sepultando a los muy bastardos bajo un mar de frescos pétalos de amor. Oh, Dios, Tom, fue fantástico, un auténtico alucine…, miles de amorosos drogotas rompiendo los esquemas mentales de los polis, y el resto de los asistentes disfrutando de una fiesta de amor y euforia. Y quién dirás que aparece en medio de todo aquello, en la franja estrecha del Golden Gate Park… Pues Pimpinela en persona, con sus botas rojas de Guadalajara y su sombrero de cowboy, y en cuanto entre la multitud corre la voz como la pólvora… —¡Está aquí Kesey! ¡Está aquí Kesey!—, Kesey, el maldito Pimpinela, se esfuma.

Por si alguien no hubiera captado la gestal[81] implícita en todo esto, Kesey se apresuró a jugar sus mejores bazas con la prensa. Se reunió con Donovan Bess, un periodista del Chronicle de San Francisco, y le contó la historia de su huida a México y sus planes de Fugitivo. La historia, adobada con grandes titulares sensacionalistas en el Chronicle, fue un auténtico «bombazo»: Entrevista secreta con un fugitivo buscado por el FBI. Pero la frase que desató la imaginación de los lectores fue la siguiente:

«Pretendo permanecer en el país como fugitivo, y ser como sal en las heridas de J. Edgar Hoover.»[82]

Y entonces —y ésta fue una «broma» realmente hermosa— llegó la entrevista en la televisión. El Fugitivo en televisión, mientras todo el mundo, agentes del FBI y ciudadanos, ven con impotencia cómo el rostro de Kesey, El Fugitivo, fulgura en todos los hogares y bares y hospitales y comisarías del área de la Bahía de San Francisco. Una «broma» hermosa de verdad. Tras las sigilosas negociaciones y los preparativos de rigor, Roger Grimsby, celebridad televisiva de San Francisco, concertó una entrevista con Kesey para la KGO, filial local de la ABC. La «fantasía» era que Grimsby grabaría una entrevista con Kesey en un escondrijo del barrio de Portrero, alejado tanto de HaightAshbury como de North Beach, y la emitiría el viernes 20 de octubre, dos días después. La fantasía se cumplió como un sueño. Grimsby grabó la entrevista, y todo salió bien, y el viernes por la tarde la cara de Kesey se coló radiante en cada casa, en cada bar, en cada hospital y en cada comisaría, y volvió a repetirlo de viva voz:

—Pretendo permanecer en el país como fugitivo, y ser como sal en las heridas de J. Edgar Hoover…

¡Mirad como la chusma perseguida

echa sal en las heridas de J. Edgar Hoover!

¡Sí! El juego de policías y ladrones…

Lo único que faltaba era un gran broche final. ¡El número extraordinario del Fugitivo! Kesey, en esta fantasía, se presentaría en carne y hueso —¡Kesey en persona!—, a apenas unos palmos de la mayor colección de polizontes de la historia del movimiento drogadicto, y a continuación

DESAPARECERÍA

como el mago Mandrake. Los Bromistas organizarían un festival de los viajes monstruo, la Prueba del Ácido de todos los tiempos, la definitiva, la noche de Halloween[83], en el mayor local de San Francisco: el Winterland. Y estarían invitados todos los adictos al ácido de la Costa Oeste, o de todo el país, o de toda la galaxia. Los polis, como es lógico, acudirían en tropel a la odiosa bacanal en busca de Kesey y de otros delincuentes y facinerosos. ¡No faltaba más! ¡Eran parte integrante de la fantasía! Serla un auténtico baile de disfraces. Nadie sabría quién es quién. A medianoche, Kesey, con antifaz y disfrazado de Superhéroe, al estilo del Capitán América y otros personajes del panteón de Marvel Comics, subiría al escenario y ofrecería su visión del futuro, de la vía«más allá del ácido». ¿Quién diablos es ese apocalíptico…?, y cuando la mano de la ley se apresurara a echarle el guante, él se asiría de un brinco a una soga colgada del techo en el centro del escenario y subiría por ella utilizando sólo los brazos, sin ayudarse de las piernas, con la capa ondeándole a la espalda, metro tras metro hacia arriba, hacia arriba… hasta una trampilla del techo, sobre cuyo hueco, a bordo de un helicóptero, le esperaría Babbs, el Capitán Medianoche de los Marines de los Estados Unidos, y ascenderían al ozono del cielo de California mirando hacia abajo por última vez para contemplar las estupefactas caras vueltas hacia lo alto de todos los burlados, anonadados, vencidos, perplejos, alucinados, con el culo al aire… polizontes y sabuesos… ¡Sí! ¡Sí! ¡Muy bien! ¡Muy bien! ¡Muy bien!

muy bien muy bien muy bien muy bien un mundo plano plano plano plano… Veinticinco minutos después del programa televisivo de Grimsby, emitido la tarde del viernes 20 de octubre, Kesey y Peleón van por la autopista Bayshore hacia Palo Alto en una vieja furgoneta roja. La fantasía del momento…, esta película es demasiado real, mami…, pero lo cierto es que les ha salido bien. Acaban de estar en la ciudad, en el escondrijo, viendo a Kesey el Fugitivo en la televisión, y la travesura ha sido preciosa… El FBI y todos los polis de todos los cuerpos burlados de la manera más mortificante… El sol incide oblicuamente sobre la autopista, y las multitudes de «relucientes zapatos negros» avanzan en sus potentes coches de fantasía de 300 caballos en plena hora punta y salen de la autopista y se encaminan hacia a sus cómodas casas residenciales…

NOS HA SALIDO BIEN

miles de coches surcando la rápida autopista como máquinas Futur-o-máticas de sal cristalizada, con pilotos traseros alargados como barras rojas de caramelo… Es relajante… la hora punta, e hipnótica: emite un ronroneo monótono y destellos de caramelo rojo cuando el sol hiere los pilotos de las caravanas de automóviles, y el sol brilla ahora en el lado de la furgoneta donde Kesey, tranquilo y relajado, se quita el disfraz, el sombrero de cowboy y las gafas de sol.

MIRAD CÓMO LA CHUSMA PERSEGUIDA

ECHA SAL EN LAS HERIDAS DE J. EDGAR HOOVER

Peleón, al volante, sólo es vagamente consciente de los coches que avanzan a su lado en la hora punta, cascarones brillantes llenos de caras enhiestas y afeitadas…

¡KESEY!

De pronto Peleón ve que por la izquierda se le acerca un coche lleno de caras bien afeitadas y lustrosas; son muchos, y todos les miran con fijeza…, a él y a Kesey, y segundos después grises brazos de Alumicrón surgen de las ventanillas y se agitan de arriba para abajo y señalan el arcén con el dedo, entre muecas y gritos inaudibles en la marea de la hora punta, y uno de los ocupantes del coche sostiene en el aire su cartera y muestra y agita la placa hacia ellos…

¡CORRE! ¡LÁRGATE! ¡DESAPARECE!

Pero no hay escapatoria. Lo comprenden de pronto, en un fogonazo… Para empezar, están atrapados en la hora punta; y por si fuera poco la vieja furgoneta no puede competir con el potente sedán de los polis. ¡Vira hacia el lado opuesto! Peleón trata de escabullirse entre los coches para dejarlos atrás, como en un partido de baloncesto, pero es inútil. Los polis siguen pegados a un costado, haciendo muecas y agitando las manos, quedando rezagados y alcanzándoles de nuevo

¡ALLÍ!

Kesey señala con la mano el arcén de la autopista, desde donde desciende un terraplén, y Peleón tuerce hacia la derecha y pisa el freno y se detiene

¡MUEVE LAS PIERNAS!

Kesey salta de la furgoneta y salva el barandal y se lanza terraplén abajo en medio de una nube de polvo…

Peleón se queda sentado al volante, y el sedán frena con un derrape delante de él, cortándole el paso. Parecen abrirse veinte puertas al unísono, y de ellas brotan en todas direcciones caras bien afeitadas y cuerpos de Alumicrón gris, que segundos después saltan el barandal y se precipitan terraplén abajo…

TODOS CON RELUCIENTES ZAPATOS NEGROS

Uno de los agentes ordena a Peleón que salga de la furgoneta, y Peleón obedece y se sienta en el arcén. Qué extraño. El gran enjambre de coches con pilotos de caramelo rojo siguen pasando a su lado como en un trance hipnótico. Peleón se pone en la postura del loto, y se queda con las piernas cruzadas sobre el asfalto, mirando hacia adelante, sin moverse. Hay tres pares de

RELUCIENTES ZAPATOS NEGROS FBI

también inmóviles a su alrededor. Todos llevan esos zapatos negros y brillantes… Entonces uno de ellos va hasta el coche y coge algo y vuelve con una pistola de señales y se planta ante él con ella en la mano. Peleón se pregunta si se propondrá dispararle una bengala. Una muerte muy Day-Glo. El hilo anímico, el cuerpo causal, la ablación, los Upanisads, Krishnamurti, el ropaje kármico del alma, la conciencia del nirvana…, todo a un tiempo en aquel instante anímico, como un guiso enlatado…, y eso que Peleón ni siquiera está colgado. Al otro lado de la autopista, en la orilla de la bahía, grandes y rollizas gaviotas describen una O amplia y extraña en el aire, descendiendo por debajo del nivel de la autopista y volviendo a remontarse, regurgitando basura por el gaznate (es un vuelo en O con su belleza, pese a todo…),

EL VERTEDERO DE VISITACIÓN

el lugar adonde acuden en masa las gaviotas, el lugar que han elegido para cumplir su karma…, ah, estamos tan sincronizados esta tarde…, y las gaviotas se atiborran de basura en el vertedero y luego describen una deslizante e hinchada O en el cielo, y entonces Peleón cae en la cuenta de que hoy cumple veintisiete años.

Resbalando por el terraplén, levantando polvo a su alrededor como en una película del Oeste, con la mancha de los terrenos planos del vertedero más adelante, Kesey salta una valla protectora de la erosión situada al pie del terraplén y

RAAASSSSS

un saliente de la valla se le engancha en el pantalón, en la entrepierna, y le desgarra las costuras internas de ambas perneras, que empiezan a aletear como zahones de cowboy de Renta Baja, y corre a través de los terrenos embarrados de Visitación, de las agotadas y míseras casas marginales, último trozo maldito de tierra urbanizable antes de que todo se hunda en el cieno y la basura vegetal, y los niños del barrio que juegan a la pelota en la última calle, fronteriza con el fango, se quedan mirándole

¿Y AL FANTASMA QUE ME PISA LOS TALONES?

y es como si el mundo se volviera de pronto un incesante juego de pelota de chiquillos en la linde del cieno, como si la masa de millares de niños del arrabal fuera menguando hacia el horizonte como un río de golfillos

¿Y ESA MANCHA DE ALUMICRÓN A MI ESPALDA?

las zancadas de los relucientes zapatos negros que le persiguen por los barrizales de Visitación se detienen de pronto por completo y

¡TE ATRAPAMOS!

en el juego de policías y ladrones.