X. GUERRAS SOÑADAS
En el viaje de vuelta al Oeste tomaron la ruta del norte, a través de Ohio, Indiana, Illinois, Wisconsin, Minnesota, Dakota del Sur…
¡Dakota del Sur! Trescientos kilómetros de Dakota del Sur… lo que, para empezar, calmó bastante los ánimos… De hecho, el viaje de vuelta lo hicieron en un Cadillac psíquico, en una suave y maravillosa máquina, y pronto se encontraron disfrutando de una mente comunal. Ahora podían dejar atrás todos aquellos malditos lazos castradores de la mente y seguir avanzando hacia… ¡más alllá!, en el autobús. Por ejemplo: el Colgado tenía pensado quedarse en Nueva York, pero decidió volver con ellos. No pudo desgajarse de la eclosión mental de grupo que ya había comenzado, de lo No Expresado, del todo-enuno… Y se llevó consigo a su seductora y rubia y telepática novia Kathy, que captó de inmediato el inestable, bamboleante y suave ritmo de loca ensoñación del autobús, y, «contagiada», se convirtió temeraria, inquebrantable, ultra-infra-sensualmente en uno de ellos: la más sinuosa Bromista de sus filas. El grupo la nombró Sensual X, resplandeciente amiga que se dirigía resueltamente hacia… más alllá… Y Kesey puso sus ojos en el horizonte de Sensual X y… ¡Le encantó! En el autobús. Y a continuación Sensual X se convirtió en la sensual exnovia del Colgado… ¡La perdió! En el autobús. Al principio, el Colgado se puso furioso, pensó que se la habían jugado… ¡Afrenta! Pero luego, gracias a su identificación con el experimento de los Bromistas, no vio motivo de resentimiento. En aquel autobús no podía haber rencores, porque todos actuaban con total sinceridad y franqueza.
Les quedaba muy poco LSD, así que consumían sobre todo speed y hierba, y atravesaban colocados las tierras del norte. En cuanto a Sandy… Un Gran Gurú de Millbrook había llevado aparte a Jane y a Sandy y les había dicho: Sería conveniente que vosotros tuvierais el viaje de Millbrook solos…, queriendo decir, seguramente, sin sus revoltosos compañeros, lo que equivalía a hacerlo fuera del autobús, y Sandy se había… apeado de nuevo y vuelto a Millbrook, en compañía de Jane, y el Gran Gurú le había administrado DMT[24]— un viaje de treinta minutos similar al del LSD, pero de una fiera intensidad de potro desbocado—, y había experimentado… ¡Fragmentos! La sensación demente de que el mundo se había roto en multitud de fragmentos cristalinos de colores bajo sus párpados. Hiciera lo que hiciese, abriera o cerrara los ojos, el mundo estallaba en millones de astillas eléctricas y el Gran Gurú decía: «Quiero entrar en tu alma metafísica». Pero a Sandy —¡paranoia!— el Gran Gurú le parecía un tipo libidinoso inclinado sobre sus bajos rectococcígeos, un sodomita cachondo, mientras el mundo explotaba y no existía antídoto posible para aquel ascender como un cohete, como un cohete, como un cohete… Volvieron a Nueva York y Jane se bajó del autobús y quedó atrás, pero Sandy se sintió impelido a seguir en el autobús con el resto de los Bromistas, rumbo al Este, como en un cohete, en un cohete, en un cohete, en un cohete con destino a Furthur… Y ahora, en el Medio Oeste, era como si el viaje de DMT en Millbrook hubiera sido la última etapa de un cohete; ahora toda su psique se hallaba comprometida con la velocidad y el movimiento, y era necesario seguir volando a través de las tierras del norte. Ciertas vibraciones del autobús hacían que su cerebro se viera en una suerte de viaje, y de pronto volvía a experimentar la sensación de ascensión vertiginosa del DMT, y entonces necesitaba estimularse y seguir en movimiento. Los suaves campos de trigo y las tierras lecheras de Norteamérica desfilan ante ellos con su belleza y ondulante verdor rurales, y Sandy contempla la serena belleza del paisaje…, y entonces se le ocurre mirar por el gran retrovisor exterior del autobús y… los campos están… en llamas :::::::: se curvan y cuajan hacia lo alto en espantosas llamas color naranja ::::: Y vuelve la cabeza y mira hacia atrás hasta donde la vista le alcanza y luego otra vez hacia el frente, hacia el horizonte, y nada ve sino planicie y suavidad y verdor serenos deslizándose de nuevo ante sus ojos. Vuelve a mirar por el retrovisor y las llamas vuelven a alzarse hacia lo alto, y las espigas y la lespedeza se vuelven pardas como película en color que se quema cuando el proyector se calienta en exceso, y las llamas se extienden, y el maíz y el trigo y la lespedeza se convierten en una riada parda que arrasa el paisaje…, zigadenus, hemodoráceas, iris salvajes, lirios azules, sarcobatus, acónito, mandragora, menispermáceas, eryngium, astrágalo, sisymbrium, euforbio, tabaco de coyote, ojo de cangrejo… ardiendo —un mar de llamas—, un espejo retrovisor con un mar de llamas, Narciso, Luna, gemelos, tesis y antítesis, dolencia de la vida, como si se viera forzado a soportar en cualquier momento la revelación visual de un misterio paleopsíquico…, y Sandy aparta la mirada y se obliga a no mirar al retrovisor, y vuelve a ver una vez más el vientre verde de Norteamérica deslizándose ante sus ojos…
… plácidamente. Había cosas que funcionaban con normalidad en todos los niveles. Por ejemplo, sabían manejar mejor el autobús, pese a que Cassady había tenido que volver antes de tiempo en coche con Peleón, que tenía que presentarse en Fort Ord. Los Bromistas conducían por turnos. Compraban comida, se paraban para mear, filmaban, grababan cintas…, lo hacían todo en equipo. Una vez resueltos ciertos roces personales… —con sinceridad y franqueza—, y tras cruzar el Mississippi y enfilar hacia el Oeste, todo se fundió en una sola Mente Comunal, todo se tornó muy psíquico…
¡Intersubjetividad!
… El propio Sandy iba al volante, a través de la austeridad roosiana de Dakota del Sur, mientras las frías sombras se cernían sobre los verdes y dorados pastos. Ya no hay mares de llamas sino un mar verde y oro, sereno, surgiendo de la corriente de las propias tierras del norte…, y el sueño no significa nada, porque el tiempo no existe, sólo el Ahora, una perfecta experiencia en la perfecta presión que aplica perfectamente el pie sobre el acelerador…, y conduce 300 kilómetros, registrados fielmente por el cuentakilómetros. Luego va a la parte trasera del autobús y mira el mapa de los Estados Unidos que hay pegado en el te cho, y… ¡lo ve! Una línea roja, brillante en aquel techo, traza sobre el mapa exactamente los 300 kilómetros que ha estado conduciendo… Sandy mira a su alrededor, empieza a preguntar, muy excitado, y Sensual X dice que es ella quien la ha trazado…
¿Con qué finalidad?
Sensual no lo sabe. No existe explicación. Ha cogido el lápiz rojo y la línea ha ido de un punto a otro…
… pero no hay necesidad de ninguna explicación. ¡La telepática Kathy! Una sola línea, una sola corriente recorre todo el autobús. Mente de Grupo, y Control Cósmico, en el autobús…
Más tarde pasan a Canadá y llegan a Calgary, a tiempo para asistir al Festival de Rodeo. El insaciable Hagen, el de la Choza para Follar, merodea por el festival en busca de un sexo femenino y vuelve al autobús con una preciosa chica de labios tan deseables como un trago de refresco de uva; no tiene muchos años, pero qué más da, su disposición es óptima, y se embarca en el autobús, y recibe el nombre de Anónima, y se pone en bragas y sostén, porque prefiere ir así. La denuncia llega a la Policía Montada del Canadá: la chiquilla del Festival se ha fugado de casa, o se ha ido de polizón, y la policía detiene el autobús en un control…
—Adelante, entren, agentes, echen un vistazo al interior…
Hagen pone en marcha la cámara para filmarles.
El jefe de la patrulla, entretanto, vuelve a leer la larga descripción: uno cincuenta y ocho de estatura, pelo oscuro, etc., y examina a Sensual X y a Gretchen y a Anónima a través de la ventanilla.
Anónima lee la descripción por encima del hombro del Montado, asomada a la ventanilla, y ríe de buena gana ante la descripción de la chica que se busca. Para entonces Anónima tiene la cara pintada al modo Bromista, y también la mitad de su cuerpo de refresco de uva, de modo que ya no se parece gran cosa a la bonita y desvalida criatura que ha descrito su abuelita a la Montada, y éstos les dejan pasar con un gesto de la mano y se disponen a examinar el vehículo siguiente.
Pasan a Boise, en Idaho, y Kesey y Babbs viajan en la baca con flautas, e interpretan sin clemencia a las gentes de Norteamérica que se agolpan en torno al autobús. Consiguen un eco nada desdeñable. Muecas de disgusto aquí y allá cuando, entre el gentío, algún pobre y servil humano, aprisionado en sus crujientes y relucientes zapatos negros, sabe, sin lugar a dudas, que es a él a quien están interpretando en ese momento: están tocando mi canción, la desesperada banda sonora de mi película… Y Kesey y Babbs dan en el clavo una y otra vez, como los legendarios arqueros zen, porque ya no tocan su música para la gente sino dentro de la gente. Tocan dentro de ella…, oh, flujo inclemente… Y en tal flujo salen a la luz tantas cosas… Ellos están por encima de las multitudes, mirando desde las alturas de Más Alllá del autobús, y los miles de millones de ojos de Norteamérica brillan en dirección a ellos como meollos eléctricos, y los Bromistas disfrutan enormemente con esta pantalla panorámica de Norteamérica y se dejan ir con su flujo con banderas nacionales ondeando en lo alto del autobús y absorben energía —como se absorbe el calor solar— de su potencia y de su neón, y no hay límites para el viaje norteamericano. ¡Exacto! ¡Eso es! Lo que les pasa a Leary y su gente es que han retrocedido. ¡Por supuesto! Han retrocedido al viejo y periclitado mundo intelectual de Nueva York, se han refugiado en el pasado romántico, se han escaqueado del viaje norteamericano. Los intelectuales neoyorquinos han buscado siempre… otro país, una patria de la mente donde todo es mejor y más filosófico y más puro, libre de tanto artilugio y cachivache de consumo, más simple y con más pedigrí: Francia o Inglaterra, en suma… Oh, muchachos, el arte de vivir de los franceses… Leary y su gente han hecho lo mismo, sólo que en su caso es… la India, Oriente, con toda esa vieja monserga de Buda Gautama o el Rigveda invadiéndolo todo como el añublo, y Leary clamando para que crezca hierba azul en las calles de Nueva York, y decretando que todo el mundo ha de tener una morada con decoración exquisitamente prístina y antigua, en la que ponerse en cuclillas rodeado de esteras de paja y colgaduras paisley y en la que el propio Buda Gautama, del 485 antes de Cristo, pudiera entrar y sentirse al instante en su propia casa. Y sobre todo, silencio, por el amor de Dios, calma, hablad en susurros, gemid, emitid murmullos, meditad, y por el amor de Cristo, nada de artilugios…, nada de magnetófonos ni de vídeos ni de televisores ni de películas ni de bajos eléctricos Hagstrom ni de intervalos variables ni de banderas norteamericanas ni de neón ni de Buicks Electra ni de estaciones de servicio de fachadas deslumbrantes ni de autobuses delirantes, santo Dios, que vuelan, que utilizan sin cesar el doble embrague rumbo a la costa más occidental de Norteamérica…
Y en Boise coincide que se topan con un entierro o una boda o algo parecido; una multitud engalanada se queda con la boca abierta al ver a los Bromistas haciendo tonterías en una fuente, bajo el sol, y un chico —le acaban de tocar su canción, y le ha gustado— corre hacia el autobús y los Bromistas se montan a toda prisa y arrancan justo delante de él y el chico sigue corriendo tras ellos y Kesey aminora la marcha y cuando le ve acercarse vuelve a acelerar, y así seis o siete manzanas hasta que al fin acelera definitivamente y ven cómo se va quedando más y más atrás, sin dejar de correr, y es como una anticipada…
… ¡alegoría de la vida!
… de las multitudes que sin tardar van a querer subirse al autobús…
De vuelta en casa de Kesey en La Honda, inmersos en el polvo de neón,
más sincronizados que nunca,
abismados en lo No Expresado,
los Bromistas ahora se sitúan
en una clara línea divisoria:
antes del autobús y
después del autobús,
en el autobús o
fuera del autobús,
una drástica y diluviana
línea divisoria de las aguas:
¿Te has embarcado en el Viaje de la Época?
Un billete de ida a los bosques del nirvana
de lo No Expresado ex-secuoya-cátedra.
La sincronización más apacible,
la más serena bacanal
para todos…
… salvo para Sandy. Aunque el autobús seguía en movimiento, para Sandy se había detenido. Era como si el autobús hubiera chocado contra un muro y él hubiera salido despedido por la ventanilla y ahora estuviera viviendo en el instante suspendido e interminable previo a su choque (¿contra qué?; no lo sabía). Lo único que supo era que iba a estrellarse a menos que los Bromistas recuperasen de pronto la propulsión debida y lo alcanzasen del mismo modo que Flash, el personaje de los ubicuos cómics de los Bromistas, se desplazaba a la misma velocidad de las balas y las alcanzaba y las atrapaba en el aire como huevos…
Sandy vivía nervioso y siempre alerta, desplegando una actividad frenética e incesante que al principio nadie alcanzaba a comprender. El autobús estaba aparcado frente a la casa de troncos, y Kesey, por ejemplo, estaba dentro del autobús haciendo algo, y Sandy estaba fuera, al pie de la puerta, y empezaba a discutir con él sobre algún esotérico pormenor del sistema de sonido. Decía que el trabajo de Kesey con las cintas era muy poco competente. Que para conseguir el efecto sonoro del fuego, por ejemplo, hacía crujir papel de celofán ante el micrófono. Y que si esto y lo de más allá… ¡Siempre quejándose! Hasta que Kesey se pone contra la pared del autobús con los brazos extendidos a ambos lados, como Cristo en la Cruz —que era exactamente lo que un hermano de Sandy solía hacer cuando éste empezaba a quejarse—, y Sandy se enfurece y grita ¡Que te den por el culo!, y le hace un corte de mangas. Kesey salta a través de la puerta y levanta a Sandy y lo pega contra el autobús…, y todo termina en un abrir y cerrar de ojos. Sandy está anonadado. Jamás ha visto a Kesey utilizar contra nadie su tremenda fuerza física, y la sola idea de que pueda llegar a hacerlo le resulta abrumadora. Pero todo ha pasado en pocos segundos. Kesey se ha calmado de pronto y pide a Sandy que le acompañe a la cabaña que hay junto al arroyo. Quiere hablar con él.
Así que van hasta la cabaña y Kesey le habla a Sandy sobre su actitud: le dice que sigue apeándose, que sigue fuera del autobús constantemente. ¿Por qué? No entiendes, le contesta Sandy. No entiendes mi apearme. Es como escalar una montaña. ¿Prefieres subir tú mismo la montaña o que un helicóptero te deposite sobre la cima? La continua ascensión, el continuo remonte hace que la experiencia sea más rica. Kesey asiente de un modo un tanto abstraído, y dice: «De acuerdo, Sandy…».
Pero Sandy siente paranoia… ¿Qué es lo que piensan realmente de él? ¿Qué es lo que están planeando? ¿Qué insidiosa broma le preparan? No puede quitarse de la cabeza la idea de que están urdiendo alguna broma de enormes proporciones a su costa. Una Broma Monstruosa… No puede dormir, su cerebro funciona a la velocidad frenética del autobús en la carretera, como en un eterno viaje de speed…
Entonces Kesey ideó el juego del «Poder». Pegó una diana de dardos sobre una tabla de conglomerado, fijó un eje giratorio en el centro, trazó en la diana unos radios que la dividían en sectores circulares y asignó un sector a cada uno de los Bromistas. Escribió en cada sector el apodo de cada Bromista: Viajero Intrépido, Babbs; Chapucero, Hagen; Velocidad Límite, Cassady; Peleón, Ron Bevirt; Gretchen la Bella, Paula (en realidad su antiguo nombre y su antigua personalidad se habían esfumado para dar paso a una persona nueva llamada Gretchen la Bella, o simplemente Gretch). Sandy miró en su sector, y vio que en lugar de Apéate —su apodo— ponía «desMONtaTE», en referencia (MONTE) a lo que él le había explicado a Kesey en la cabaña del arroyo. Se sintió lleno de alivio y gratitud. ¡Kesey sabía!. ¡Kesey entendía! Sandy volvía a estar en el autobús.
Los Bromistas debían escribir en trozos de papel unas cuantas «tareas» y hacer un gran montón con los papeles. Luego se hacía girar la rueda, y si ésta se paraba en tu nombre tenías que escoger un papel del montón y llevar a cabo la tarea escrita en él, y los demás puntuaban lo bien que habías realizado esa tarea. Te asignaban de uno a cinco puntos, siendo cinco la puntuación máxima. Gran parte de las tareas eran muy del tipo de los Bromis tas, como «ponerse alguna prenda de otro» y cosas similares. Había un marcador y todos anotaban en él sus puntos. Cada uno se fabricó su propio contador. Sandy hizo el suyo con «metal de esculpir», que primero estiró hasta hacer de él un largo alambre y luego comprimió hasta convertirlo en un feo ovillo, porque así es como empezaba a sentirse. Page Browning lo cogió y lo moldeó y le dio una forma agradable, la de un pequeño puente. Todo el mundo dijo que así es como debía hacerse, y Sandy sintió que le volvía la paranoia…
El premio al ganador era el Poder. Treinta minutos de poder absoluto en los que su palabra era ley y todos tenían que hacer lo que mandaba. Un juego muy alegórico. Babbs ganó una partida y ordenó que todo el mundo llevara a la sala todas sus pertenencias. Así que los Bromistas fueron llevando todo cuanto poseían y tenían almacenado en dormitorios, tiendas de campaña, sacos de dormir, autobús…, y armaron con ello una abigarrada montaña de ropa, zapatos, botas, juguetes, botes de pintura, cepillos de dientes, libros, cajas, cápsulas, estuches para la hierba, cartas y papeles y cachivaches personales… Se apiló todo en el centro de la sala, en un maravilloso montón de heterogéneos enseres.
—Ahora —dice Babbs—, vamos a redistribuir la riqueza. —Levanta un objeto del montón y dice—: ¿Quién quiere un cepillo de dientes de 1964 de Gretchen la Bella?
Alguien levanta la mano y se lo adjudica, y alguien lo registra solemne y legalmente en un cuaderno.
En un momento dado la rueda señala a Sandy, que saca un papel del montón. La letra es de Gretch, y la tarea es la siguiente: «Salir y hacer una hoguera». Sandy lee el papel en voz alta y se queda mirándolo fijamente. Los Bromistas le miran a él, a la espera de que se levante y vaya a encender la hoguera, y él siente las miradas y de repente comprende: se trata de una muy inteligente maniobra para hacerle salir de la casa, hacerle salir a la oscuridad para tener las manos libres para preparar la Broma Monstruosa…
Y empieza a soltarlo todo atropelladamente:
—No puedo hacerlo. ¿Es que no veis lo que me pasa? Se está convirtiendo en algo horrible: no puedo dormir, todo es…
Para ilustrarlo, pone los dedos de una mano sobre los dedos de la otra, cruzados, formando una especie de enrejado, y mira a través de los huecos intermedios. Quiere mostrar cómo todo se hace añicos, cómo todo se fragmenta —su campo visual entero desde aquel viaje de DMT en Millbrook, y habla del mar de llamas y de la paranoia, la incesante paranoia, y suelta todo lo que lo está angustiando, lo que está lanzándolo vertiginosamente hacia… ¿dónde?
Y de pronto se hace un gran silencio en la casa de troncos. Todas las miradas están fijas en él, absortas, prestándole una to tal… Atención. Al fin se ha sincerado por completo. El furioso impulso cesa, y súbitamente Sandy siente :::: paz.
—¿Cuántos puntos le damos? —dice Kesey.
Y todo el círculo exclama: ¡Cinco! ¡Cinco! ¡Cinco! ¡Cinco! ¡Cinco!…
—Tres —dice Gretch, la artífice de la «tarea».
Y Sandy siente cómo un microgramo de paranoia vuelve a reptarle dentro como un diminuto acárido…
Los Bromistas cayeron en la cuenta entonces de que algo serio le pasaba a Sandy. Kesey tenía un dicho: «Da de comer a la abeja hambrienta». Así que los Bromistas empezaron a dispensar… atención a Sandy, a tratar de hacerle sentir que estaba en el meollo de todo aquel asunto. Pero él seguía interpretando mal sus gestos. ¿Por qué le miraban con tanta insistencia? Su insomnio empeoró. Una noche fue carretera abajo hasta la urbanización Redwood Terrace para pedir unos somníferos. Se puso a llamar a cualquier puerta en plena noche para pedir un par de pastillas de Sominex. Seguía con la vieja idea neoyorquina de que uno cruza el pasillo de su casa de apartamentos y pide al vecino una taza de azúcar sin necesidad de conocerle. Así que se pone a llamar a las puertas para pedir Sominex. La gente, como es lógico, o bien siente pánico y cierra la puerta o bien le manda al infierno. La gente de Redwood Terrace tenía ya para entonces una cierta paranoia en relación con aquellos chiflados que vivían en casa de Kesey.
Y durante el día la cosa no mejora. A medida que se le agudiza el insomnio, empieza a tener una visión más fragmentada de la realidad, y finalmente… mira el autobús y el llamativo caos de sus figuras delirantes se convierte en… ¡el túnel! Un túnel por el que habían pasado en cierta ocasión, un largo túnel en el que le había invadido una intensa claustrofobia y la paranoica certeza de que jamás saldrían de él, y ahora el túnel aparece, con pavorosa precisión, en un costado del autobús. Se vuelve y… allí está el claro bajo la enramada, bañado por la luz de calcio, la catedral entre las secuoyas, la serenidad…, y se vuelve hacia el autobús despacio y :::::::: ¡AÚN ESTÁ ALLÍ! ¡EL TÚNEL! ::::: ¡EL AUTOBÚS! ::::: AHORA PINTADO COMO POR UN MAESTRO, POR UN AUTÉNTICO TIZIANO ::::: POR UN BOSCO ::::: UN MATTHIAS GRÜNEWALD ::::: CON LAS ESCENAS MÁS HORRIPILANTES DE MI VIDA.
¿La salvación? Kesey anuncia que van a salir de nuevo en el autobús, que se ponen de nuevo en movimiento y parten rumbo al Instituto Esalen, en el Big Sur, a cuatro horas de viaje por carretera. Esalen era —como suele decirse— un «experimento vital», una especie de balneario aislado y de vida ascética encaramado en un acantilado, a unos trescientos metros sobre el Pacífico. Un impresionante escenario natural, del estilo de las marinas del siglo XIX. Olas rompiendo abajo, aire chispeante arriba y una vista de medio mundo, de montañas y océano y cielo…, todo aquello, en suma, por lo que es célebre el Big Sur. Un albergue y una piscina y un retazo de césped sobre el borde del acantilado y varios manantiales de aguas sulfurosas a unos cien metros, encaramados también sobre un acantilado, donde además de bañarse uno podía contemplar el infinito océano. Detrás del albergue había hileras de pequeñas cabañas y unos cuantos remolques donde se alojaba la clientela, integrada por adultos de una educada clase media que en verano deseaba liberarse de la Rutina y menear un poco las posaderas.
El principal teórico de Esalen era un especialista en Psicología Gestalt llamado Fritz Perls. Perls era un setentón corpulento, con barba de chivo, que se paseaba en una especie de mono de tela de toalla azul. Tenía un aire de sabio y digno y autoritario oso azul. Era el padre del llamado Viaje del Ahora. Su teoría era que la mayoría de la gente vivía vidas de fantasía; que la gente vivía totalmente en el pasado o en función de lo que esperaba del futuro, lo que por lo general equivalía a vivir siempre con miedo. Perls trataba de enseñar a sus pacientes, discípulos y clientes de Esalen a vivir el Ahora, el presente, a tomar conciencia del cuerpo y de toda la información aportada por los sentidos, a arrinconar los miedos y aprehender el instante presente. Celebraban «encuentros maratonianos» en los que los integrantes del grupo convivían durante días y sacaban a la luz todo lo que llevaban dentro, dejaban de escudarse tras los usos y costumbres, decían lo que realmente sentían, gritaban, se acusaban, se abrazaban, sollozaban… Una auténtica delicia, claro está («¿quieres saber lo que pienso de ti realmente…?»). Uno de los ejercicios de Esalen era el Viaje del Ahora, en el que uno trata de registrar la información aportada por los sentidos en el instante presente. Uno hace una rápida serie de manifestaciones en las que entra la palabra «ahora»: «ahora siento que el viento refresca el sudor de mi frente…; ahora oigo un autobús que sube en segunda por el camino de entrada…; ahora me llega un disco de los Beatles a través de un altavoz…».
¿Un autobús? ¿Un disco de los Beatles? Han llegado los Bromistas, señores Viajeros del Ahora. Kesey había sido invitado a Esalen para dirigir un seminario titulado «Un Viaje con Ken Kesey». Nadie había contado, sin embargo, con la troupe ruidosa y excitada que lo acompañaba. La clientela de Esalen había recorrido un largo camino en unas cuantas semanas y empezaba ya a remontar el borde de la Rutina. Y lo que ahora veían… podía suscitar temor en aquel País de la Libertad. Los Bromistas eran amistosos, pero brillaban en la oscuridad. No paraban de hacer locas travesuras en la serenidad de aquellas Aguas Termales. Muy pocos se inscribieron en el «viaje con Ken Kesey», por mucho que fuera un viaje en forma de seminario.
Sandy, entretanto, fluctuaba bruscamente entre la paranoia y los sentimientos de divino… Poder. Y su viaje era siempre el autobús. En un momento dado lo veía tapizado de escenas —propias del Bosco— de su más íntimo infierno, y al instante siguiente… poseía un total control del autobús. Una noche descubría que, con sólo mirarlo con fijeza, podía «despintar» el autobús. Tenía poderes psicocinéticos. Su mirada poseía un poder de vida y muerte. Las olas rompían al pie del acantilado de Esalen, y él se quedaba mirando el autobús y… lo despintaba.
Hacía que todo un costado entero recuperase por completo su luminoso amarillo original. La capa de pintura de los Bromistas desaparecía como por ensalmo. ¿Era un ardid de la mente? Miraba hacia otra parte, hacia el océano Pacífico, hacia las estrellas…, y de pronto se volvía hacia el autobús y ::::: SEGUÍA DESPINTADO :::: CONSERVABA ELAMARILLO VIRGINAL DE LOS AUTOBUSES ESCOLARES.
Posee el poder, pero ¿podrá él ponerle a salvo de la Monstruosa Broma? Los Bromistas van en el autobús a Monterrey, a ver la película La noche de la iguana. Sandy se sienta al fondo para poder vigilarles. Si alguien intenta algo, con la sola mirada podrá… Entran en el cine y él se rezaga y se sienta varias filas más atrás. Para poder vigilarles… Hay unos dibujos animados en la pantalla: Tom y Jerry. El ratón, Jerry, engaña al gato Tom y lo hace caer por un acantilado; el animal se estrella contra el suelo y queda aplastado y el impacto levanta al aire una nube de globos oculares, mi les de globos oculares. Todo el mundo ríe, pero a Sandy se le antoja horrible, increíblemente brutal. Salta de la butaca y sale del cine a la carrera y vaga por Monterrey durante una hora u hora y media. Luego vuelve al cine, y ve a Hagen en la entrada.
—¿Dónde diablos te has metido? Kesey te está buscando por todas partes.
Sandy entra en la sala apresuradamente. ¡Kesey! Mira hacia la pantalla y ve que el ratón Jerry burla a Tom, el gato, que cae por un acantilado y se estrella contra el suelo y queda aplastado, y el impacto levanta al aire una nube de globos oculares, miles de globos oculares… Sandy vuelve a salir del cine a la carrera. Y ahora es Kesey quien le espera fuera. Y lo conforta y lo conduce hasta el autobús, y emprenden el viaje de vuelta al balneario.
Una vez en Esalen, de nuevo en su cabaña, Sandy se queda medio dormido y se abisma en un sueño de… ¡GUERRA! Su Poder contra el de Kesey, cual en un enfrentamiento entre el Dr. Strange y Aggamon, en el que uno de ellos matará al otro en una Guerra Soñada… Despliega al máximo su energía psíquica…, abre los ojos y entrevé un aparato en la cabaña: ¿una estufa? Pa rece una estufa pero es el arma mortífera de Kesey, y en ese mo mento el termostato pone en marcha el aparato y se enciende en él una pequeña luz roja…, la pistola de rayos de Kesey, que ha vencido, que le da muerte, y Sandy cae de la cama, muerto; yace en el suelo y abandona su cuerpo en proyección astral y emprende vuelo sobre las aguas del Pacífico, desde el acantilado de Esalen, y sobrevuela unos setenta u ochenta kilómetros, y el viento pasa en ráfagas, huuummm huuummm, huuummm huuummm, huuummm huuummm…, y él es el viento, no es siquiera un espíritu compacto que vuela sino un ser totalmente difuso, diluido en los éteres más altos, y puede ver el inmenso océano bañado por la luna y otra vez Esalen… Entonces vuelve en sí y está en el suelo de la cabaña, respirando con ruido, huuummm huuummm, huuummm huuummm, huuummm huuummm…
«¡San-dy! ¡San-dy! ¡San-dy!». Es de día, y los Bromistas están fuera de la cabaña, llamándole… ¿De qué Monstruosa Broma se trata?
Lo que en realidad sucede es que Kesey les ha dicho a los Bromistas que presten total Atención a Sandy para que vuelva a ser él mismo, para reintegrarlo al centro de la situación que viven. Sandy sale, ve que le están mirando y cree ver miradas torvas, agresivas… Pero ahora están de nuevo en el autobús, y avanzan por el Big Sur bajo la luz del sol, y Kesey y los Bromistas han preparado un largo «expediente Sandy», doce páginas de texto y dibujos, muy imaginativos, a la manera de un informe psíquico, exponiendo llanamente todos los miedos de Sandy y disipándolos con camaradería. Y la cosa empieza a funcionar. Luego, mientras recorren la autopista que bordea el acantilado, Kesey hace subir a Sandy a la baca para un Viaje del Ahora. Se sientan allá arriba, al sol, frente al viento, y Kesey contempla con gozo los dibujos que hay en el techo del autobús.
—Ahora veo cómo la forma verde de la serpiente se vuelve roja y el borde se funde en…
Continúa así durante un rato, y Sandy empieza a disfrutar con el Viaje del Ahora que le propone Kesey… ¡Kesey! ¡Atención Total! Y parece que Sandy vuelve al fin en sí, que se siente de nuevo en el autobús. Y entonces, mientras siguen bordeando el acantilado, decide embarcar a Kesey en otro Viaje del Ahora.
—Ahora —dice— veo el mar como un manto de hielo que se escora hacia la orilla… Y ahora veo tres soles…
La vibración del autobús, en efecto, ha vuelto a desencadenar en él la reacción del DMT. Las vibraciones y sacudidas del autobus le producen triple visión, pero en lugar de que su pupila corrija luego tal efecto y enfoque un solo sol, él sigue viendo tres. Kesey mira al cielo, y dice:
—Sí, sí.
Y se divierte con ello, lo cual hace que Sandy se sienta realmente bien…
Pero llega la noche.
«¡San-dy! ¡San-dy!». Los Bromistas tratan de engatusarle para que vuelva a salir de la cabaña. ¿Para… qué? Pues para la Monstruosa Broma, claro está… Pero él posee… Poder. Los Bromistas, fuera, han encendido velas, y emprenden una marcha con velas en la mano, y bajan por el sendero de un barranco que corta el acantilado en dirección a la orilla. ¿Para… qué? Pues… para la Monstruo… Pero entonces Faye, la mujer de Kesey, se acerca a él en silencio, sonriente, con ternura, y le ofrece una vela y se la enciende, y Faye es la personificación de la sinceridad y el amor, así que Sandy sale y les sigue sendero abajo, mientras la marea resuena en el barranco… ¿Por qué quieren que se una a aquella fantasmal procesión? Pues para gastarle la más Monstruosa de las Bromas, para matarle a la orilla del océano…, pero él tiene el poder…, la vela vacila al viento y la llama flaquea, e instantes después recobra toda su intensidad, pero no es el viento…, es él, Sandy, quien con su energía psicocinética puede hacer que primero arda débilmente y luego vuelva a lucir con fuerza con sólo fijar la vista en ella; su mente posee el control absoluto de la llama, y ésta, a su vez, puede controlarle a él, pues ambos son una sola cosa y la misma cosa, Dios, y va descendiendo por el barranco y va haciéndose más y más poderoso…, pero una chica llamada Lola se ha parado delante de él. Sandy se acerca y Lola ladea la vela y la cera le cae sobre los dedos, y al parecer le gusta la sensación y sonríe, y la mano se le va cubriendo de cera y se va volviendo blanca y sin vida, como la de un esqueleto, y su sonrisa, iluminada desde abajo por la vela, se torna cérea, de zombi —LA MUERTE EMPIEZA AQUÍ— y Sandy escapa corriendo sendero arriba.
… sin saber que la procesión ha sido organizada como una ceremonia de amor, un viaje de amor dedicado a él, para hacer que volviera a ser quien era; una celebración en su honor, a la orilla del mar, a la luz de las velas…
… pero Sandy hace rato que se ha ido, que ha corrido barranco arriba por el sendero, y ahora corre por la autopista del acantilado en dirección a Monterrey, corre hasta que pierde el resuello por completo, y camina un trecho, y vuelve a correr hasta las luces de las casas que hay sobre los acantilados, sobre el mar, casas estivales del Big Sur, y llama a una puerta y grita con incoherencia y dice que va a tirarse por el acantilado…, hasta que llega la policía. ¡Te atraparon! Pero poco importa, porque puede aniquilarlos cuando le venga en gana con uno de sus rayos psicocinéticos…
Lo meten en el asiento trasero y salen a toda velocidad por la carretera 1 hacia Monterrey, y toman las curvas sin aminorar la marcha, cada vez más rápido, cada vez más rápido… —¡No vaya tan deprisa!— dice Sandy.
—¿Qué?
—¡Que no vaya tan deprisa!
—Oiga —dice el policía—, iré más despacio si deja de clavarme los ojos en la nuca.
—Ahhhhh…
—Mire por la ventanilla o haga lo que le apetezca. Mire el paisaje. Pero deje de mirarme la nuca.
Sandy aparta los ojos de la nuca del poli. Dos huecos hondos y febriles. Otro momento…
La policía de Monterrey retuvo a Sandy en una celda hasta que su hermano Chris llegó de Nueva York para hacerse cargo de él. Chris se topó con Kesey en la cárcel. Tenemos que sacarlo de aquí, le dice Kesey. ¿A qué te refieres?, pregunta Chris. Tenemos que hacer que vuelva a donde debe estar: con los Bromistas. Chris se llevó a Sandy a Nueva York para someterlo a tratamiento. Y pasaría mucho tiempo antes de que Chris entendiera de qué diablos hablaba Kesey aquel día.