XXII. ¡DIABLO!

Montañesa seguía con Babbs, Gretch, Walker… en aras de la gran idea —y lo hacía con toda convicción—, pero, enfocara las cosas como las enfocara, todo acababa conduciendo a Kesey. Montañesa estaba embarazada de casi ocho meses. El autobús, La Película…, todo se hallaba estancado, se hundía en una ciénaga. Un día llegó un paquete por correo, de México, y era una cinta de Kesey para Montañesa. Y allí estaba su voz. La calidad de la cinta era tan mala que Montañesa apenas pudo entender nada. Lo único que alcanzó a descifrar fue que estaba en algún lugar de la selva mexicana, y totalmente paranoico, y fumando un montón de marihuana.

¡OH, QUERIDO CADÁVER!

Entonces Babbs tomó la decisión de llevar el autobús a México. También ellos estaban un tanto paranoicos a causa del revuelo causado por las Pruebas del Acido. Dos días después de que saliera a la luz el hecho de que Kesey estaba en Puerto Vallaría, la prensa sabuesa de California lanzó otra fuerte andanada: LOS AMIGOS DE KESEY EN UNA FIESTA DE LSD EN LOS ÁNGELES…, un artículo sensacionalista sobre la Prueba de Watts. Pero lo que más influía en ellos era que no podían soportar más la situación; ni siquiera Babbs. Había que poner en marcha aquel maldito autobús: eso era lo esencial.

A Montañesa aún le quedaba otro mal trago por pasar. Debía comparecer ante un tribunal de San Francisco por posesión de marihuana, en un proceso derivado de su detención en la azotea. Toda la mierda social de la que los Bromistas habían logrado liberarse tras arduos años de iniciación, ahora les volvía a caer encima en grandes oleadas de lava. Montañesa debía esperar sentada, con un hijo en las entrañas, como un prisionero de guerra en una jaula de bambú, mientras el mundo convencional la exhibía como en una feria, y peroraba y amonestaba y reprendía y meneaba la cabeza y gimoteaba un poco a su costa. Drogada, seducida y abandonada. La pobre y descarriada adolescente. Pero Montañesa logró sacarle el «lado» Bromista al asunto incluso entonces, aunque para ello no hubo de hacer gran cosa: se limitó a dejarles que jugaran a su juego para finalmente salirse con la suya. La fantasía de aquellas gentes en relación con Montañesa era un nuevo amanecer para aquella infortunada jovencita, no un viaje directo a México… Pero, en fin, era la fantasía de «ellos»…

Montañesa compareció ante el tribunal el 20 de marzo, con un vestido rojo diez centímetros por encima de la rodilla (mucho antes de que la minifalda fuera una moda generalizada), y preñada hasta las cachas. Apareció en la sala del brazo de Peleón el Caballero. Peleón estuvo soberbio a lo largo de todo el proceso. Él era su cordura. Peleón llegó al tribunal vestido con una camisa de pana verde, pantalones amarillos de un tejido de rizo elástico y botas rojas, y cuando los periodistas lo atosigaron a preguntas en demanda de material lacrimógeno, les tomó el pelo con increíble mano izquierda: fue soberbio.

—Debemos hacer cuanto esté en nuestra mano —declaró, con la expresión de sinceridad propia del presidente de un Consejo de Estudiantes bajo su melena de Príncipe Valiente— para conseguir que Carolyn Adams [el nombre «de fantasía» por el que el tribunal la conocía, naturalmente] reaccione y abandone esta vida delictiva. —Al hablar vibraba todo él, amarillo y verde. Y concluyó—: Ha cometido muchas equivocaciones.

—Equivocaciones que deberían incluirte a ti —dijo Montañesa, con gran regocijo de los presentes.

El lado lacrimógeno de la historia estuvo en la fantasía elaborada por el público asistente, incluido su abogado. Fue como si la hubieran mirado y se hubieran puesto a reflexionar y hummmmmmm…, aquella pobre chica de veinte años, descarriada y fugada de casa, apenas salida de la adolescencia, ya entienden, con un embarazo de más de siete meses tras ser seducida por el diabólico Kesey, que había permitido que asumiera sola toda la responsabilidad en un proceso por posesión de marihuana, amén de haberla abandonado con un hijo en las entrañas. Grrrrrrr…, el fiscal se mostró de acuerdo, su abogado se mostró de acuerdo, el juez se mostró de acuerdo… Así se desarrolló el juego de la Justicia. Y ¿dónde estaba el diabólico Kesey, que había desaparecido a la carrera rezumando droga por cada poro de la piel? Era como si todo el mundo hubiera decidido ser bueno con ella a fin de acentuar la naturaleza malvada de Kesey.

Su abogado, Steven Dedina, declaró: «Carolyn no es una drogadicta, no tiene adicción a las drogas. Su sola adicción es una eterna sobredosis de solicitud para con personas que están lejos. Si no fuera por tal adicción, la acusada no se encontraría en este lugar concreto en este momento concreto.»

Así pues, el 22 de marzo Montañesa quedó libre con una multa de 250 dólares por posesión de marihuana. Pero si Kesey la había dejado en un aprieto, se trataba de un aprieto que ellos no lograrían entender ni en un millón de años.

El viaje a México en el autobús fue un auténtico martirio. Montañesa, con su avanzado embarazo, mantuvo la entereza y reprimió la bilis mientras el autobús brincaba y resoplaba y daba tumbos por el desierto. Se sentía como un huevo de cien kilos. ¡Pero estaba de nuevo en la carretera! Eso era lo importante. Cualquier cosa era mejor que lo que había estado ha ciendo en los últimos meses. Y lo que ahora emprendía tenía su importancia. El autobús parecía averiarse cada veinte o treinta kilómetros, y Babbs se bajaba y lo reparaba tras ímprobos esfuerzos. Las vibraciones del exterior eran deplorables. Cadáveres, principalmente. Cactus achaparrados, polvo pardo de estiércol y cuerpos hinchados de perros, coyotes, armadillos…, y una vaca con la panza llena de gas, muerta, henchida y muerta… Y en el autobús, Babbs, Gretch, Faye y los niños, Walker y Montañesa.

La fantasía, esta vez, la había concebido el Colgado. El Colgado se había puesto en contacto con ellos, y Hagen ya había viajado a verles en un coche destartalado. Ahora el autobús tenía una cita secreta con ellos en Mazatlán. Kesey había huido a Mazatlán tras el gran susto de Puerto Vallarta.

En Puerto Vallarta Kesey había tenido motivos reales para preocuparse, en cualquier caso. Arturo Martínez Garza, jefe de los federales mexicanos, había ordenado una batida en su busca en Puerto Vallarta el 16 de febrero, dos días después de que la historia saliera a la luz en la prensa californiana. Los agentes federales habían importunado a todo norteamericano de aire bohemio que encontraron en las calles. Pero Kesey ya se había esfumado. Había vuelto a Mazatlán. El Colgado había concertado la cita —tal día a tal hora— en la playa de Mazatlán.

Babbs iba al volante día y noche a través de aquel horizonte de cadáveres, en un intento desesperado por llegar a tiempo a la cita: aquel cacharro se averiaba una y otra vez y todo el mundo estaba enfermo, no sólo Montañesa…, así que él conducía como un poseso, como si le fuera en ello la vida. Y al fin llegaron a Mazatlán, al mar, a la gran curva del malecón… Lo habían conseguido. Todo se había debido al «flujo», un flujo deprimente y horrible, pero habían logrado cambiar su curso y lo habían conseguido, y ahora avanzaban hacia el lugar de la cita… Ni rastro de Kesey. Ni del Colgado ni de Hagen.

Un plantón quizá previsible, pero después de todo lo que habían pasado… Era excesivo. No les apetecía quedarse allí sentados junto a la playa, en aquel autobús disparatado y chillón —jamás se había visto nada semejante en México—, pero se resignaron y permanecieron en él, rendidos, viendo pasar las horas muertas. Entre los mexicanos, sin embargo, causaron sensación. Jamás habían visto nada semejante, en efecto. «¡Diablo!», exclamaban. La mujeres escondían a sus niños bajo las faldas. En torno al autobús se congregó un gran corro de lugareños, que miraban fijamente a aquellos locos y sonreían exhibiendo sus repelentes encías color magenta.

¡Eiiiiiii! Un coche viejo sin cristales se acerca y aminora la marcha. La primera cara, en la ventanilla del conductor, con expresión incrédula, es la de Hagen. Y la cabeza gris que atisba por la ventanilla trasera, una cabeza que asoma apenas por el borde, con suma cautela, ¿será quizá…? Hagen detiene el coche y se baja. Luego se abre la portezuela trasera y, sin dejar la cautela, se apea un hombre de pelo gris con la cabeza ladeada, llena de sorpresa y asombro y de disgusto ante aquel gentío que no para de repetir «¡Diablo!».

Lleva una caprichosa camisa desvaída de turista y unos pantalones muy holgados. Camina como un actor de teatro de repertorio. Parece haber envejecido diez o quince años; tiene aire de honrado padre de familia en su viaje organizado de veintiún días a México. He ahí al Fugitivo.

Mierda, es todo demasiado absurdo…, esta cita secreta y demás. El autobús que centellea con el Day-Glo en la playa de Mazatlán, el gentío que exclama «¡Diablo!», y que les jalea como en una pelea de gallos, Montañesa, bella y obsequiosa, con el pelo hasta la cintura y teñido de rubio-amarillo en la última Prueba del Ácido… Podrían haberse puesto a vender entradas.

Montañesa: estás contemplando al Nuevo Superfugitivo: Steve Lamb, un gilipollas de cuarenta y cinco años y pelo gris. Identidad en regla. Carnet de conducir del Colgado, con su nombre, Steve Lambrecht, mutilado para que se lea Steve Lamb y la fecha de nacimiento falsificada para que tenga cuarenta y cinco años en lugar de veinticinco. Cordero[59] de maneras suaves entre varones de verdad, Steve Lamb es un reportero de cuarenta y cinco años, un tipejo aficionado a la ornitología, amén de locutor en la emisora de radio KSRO, en el 590 del dial. Sí, señor, se ha traído la grabadora para registrar los cantos de los pájaros. Además uno nunca sabe cuándo salta la liebre de la noticia y el diligente reportero está siempre preparado, incluso en vacaciones. Este Steve Lamb de tan suaves maneras ha aprendido el secreto de la invisibilidad, que radica en reptar por la rutina, por la parte más baja y detestable de la sima que la sociedad ha cavado para aquellos que con razón temen su poder, oh, Poderosa Banda 590…

Pero todo este afán de anonimato ya no parece que merezca mucho la pena, con este autobús que empieza a fulgurar en medio del crepúsculo mexicano. ¡Cojones! ¡Diablo! ¡Cosmo! ¡Mostrémonos como somos en esta tierra de lo Cutre! Se intercambian miradas llenas de un destello Bromista. ¡Exageremos las cosas: hagámoslas más grandes y más brillantes para que nadie sea capaz de verlas! Kesey y Montañesa y Babbs y Gretch y Faye y los niños están allí de pie, en medio de aquellas vistas Cutres…, y en el borde del corro, recién apeada del viejo coche, surge una jovencita de aspecto mexicano y largo pelo negro… Black Maria mira fijamente hacia el mar.