JERRY GARCÍA
AL VOLANTE CON NEAL
Cassady hizo algo que cambió mi vida. Fue después de la Prueba del Ácido de Watts. George Walker estaba aparcando el autobús porque Neal Cassady estaba demasiado hecho polvo para seguir al volante. Neal llevaba toda la noche conduciendo, de vuelta de San Francisco, intentando llegar a tiempo para la Prueba del Ácido, pero cuando llegaron todo estaba casi terminado y recogíamos ya las cosas para marcharnos.
Fue una noche en la que todo el mundo estaba superpasado. Neal tuvo que darse prisa para ponerse a tono. Para la salida del sol ya no llevaba puesta la camisa. Ni los zapatos. Sólo llevaba encima aquellos pantalones informes grises. Y —quién sabe por qué— no hablaba. A veces llegaba a ese lugar más allá de las palabras. Pero, aun sin hablar, Cassady estaba allí, con nosotros, totalmente. Ahora le hacía señas a George para ayudarle a aparcar. Estábamos en Wavy Gravy’s, y el sitio que le estaba indicando estaba justo delante de la casa. Así que George iba asomándose por la ventanilla del autobús y Neal, a su espalda, le iba diciendo que fuera un poco hacia la izquierda, un poco hacia la derecha, todo por gestos, con tan mala fortuna que hizo que el autobús diera directamente contra una señal de STOP y la arrancara de cuajo del suelo.
Neal la levantó de inmediato y trató de volverla a clavar en su agujero. Por la calle venían dos menudas ancianitas camino de la iglesia. Neal se alejaba ya a toda prisa del letrero, que se había mantenido derecho unos segundos y empezaba ya a ladearse, y justo antes de que cayera al suelo llegó Neal y volvió a levantarlo y lo puso de nuevo en su sitio. Entonces las ancianas le vieron: ¿se trataba de un borracho aborrecible o de alguien de una ralea semejante? Neal no abre la boca, pero decide remediar en lo posible lo que ha hecho, y lo que hace es tratar de esconder el letrero a su espalda hasta que las damas pasen de largo. Son como unos pasos de un ballet elegante, físico, a lo Buster Keaton. No venía demasiado a cuento, no fue una experiencia verbal. Y acabó, sin más. Pero ilustra el modo en que Neal se movía en el espacio. Sin esfuerzo, con perfección. Y en absoluto disociado de aquellas ancianas damas. Las había tenido en cuenta.
Le tenté para que volviéramos juntos a casa en coche, y resultó que al final nos vimos él y yo solos en aquel viejo Ford sedán de color marrón que utilizábamos para llevar cosas. Y, claro, conducía él, y todo fue muy extraño porque normalmente, cuando ibas con él y él se ponía al volante, el viaje se convertía en una especie de aventura. Pero aquella vez salimos del aparcamiento y enfilamos la calle despacio, y se puso a conducir a unos quince o veinte kilómetros por hora y siguió a esa velocidad sin que ninguno de nosotros dijera ni una palabra al respecto. De cuando en cuando me miraba, y sentí que había una extraña intimidad entre nosotros. Y eso fue todo. Difícil de explicar hoy, después de tantos años, pero en aquel entonces fue perfecto. Aquella sensación de extenuación después de toda una noche en ácido. El al volante, y en un estado único. No había nadie fuera, las calles estaban vacías… Cuando no sientes la menor necesidad de hablar con la persona que está a tu lado todo es realmente limpio. Cuando vas en coche con alguien, tiene que haber algo muy especial para que no te sientas forzado a charlar de algo, para no tener que mantener el entretenimiento mutuo.
Era el amigo Neal, un «colega», un tipo como todos nosotros. Pero había en él algo misterioso. Y aquella vez tuve la impresión de haber asistido a una especie de lección…
Para mi Neal constituía el modelo de hasta dónde se puede llegar en el plano personal, en el sentido de que uno no iba a tener un trabajo sino que iba a ser él mismo el trabajo. Un trabajo en tiempo real, algo muy parecido al trabajo de un músico.
En aquel tiempo yo me sentía algo indeciso. Al principio había estudiado Arte y ahora vacilaba entre la concepción de «un hombre, un trabajo» y el albur de enrolarme en algo dinámico y progresivo y no necesariamente ceñido a un solo campo…, algo en lo que, además, no fueras el único que aportara algo.
Decidí implicarme en algo vivo y dinámico, algo en lo que participara más de una mente.
Y la decisión que tomé fue meterme en una actividad de grupo, a saber: en los Grateful Dead. Y en eso sigo.